En el alba de la primera evangelización
No cabe duda que la labor de los misioneros fue extraordinaria en el primer esfuerzo evangelizador de México,[1] pero para los indígenas, era un trauma, para ellos su mundo se desplomó delante de sus ojos, ¿Dónde estaban sus dioses? ¿Dónde estaba el enérgico y recio “Huitzilopochhtli” que tantos sacrificios humanos exigió a cada momento, aquel que era alimentado con los corazones y sangre de sus hijos? recordemos que también sufrieron la enfermedad de la viruela que diezmó a la mitad de la población.
Son dos los signos claves del estado de trauma que sufrió el pueblo indígena: la embriagadez, el evadirse en este vicio era una falsa revancha contra los supuestos dioses; y la incontinencia sexual: siendo que antes era algo regulatorio para los sacerdotes indígenas y las mujeres que se consagraban a los dioses, pero ahora no estaban dispuestos a consagrarse a Dios.
La evangelización era un reto titánico, al cual se enfrentaron los 12 primeros franciscanos. Fray Gerónimo de Mendieta habla de la preocupación de los frailes, desde los inicios de la evangelización por desarraigar a los indígenas de sus ídolos, pero uno de los principales inconvenientes que tenían era no saber la lengua para enseñarles.[2]
Mendieta informaba que los misioneros tenían la firme idea de que, si los ídolos continuaban de pie, su trabajo era en valde; y con gran atrevimiento e impulsados por su fervor religioso, decidieron que ellos mismos destruirían los templos y sus ídolos, aunque les costase la vida; y así lo hicieron, el 1 de enero de 1525 iniciaron la religiosa destrucción en Texcoco, luego siguieron por México, Tlaxcala y así.[3]
Antes de 1531 había no más de 40 misioneros, pero ¿qué era este pequeño puñado de religiosos ante tal descomunal obra misionera al Nuevo Mundo?, si bien no escatimaron un ápice de sus fuerzas experimentadas al límite entre millones de gentes entre diversas lenguas, para trabajar en bien de los indios, era evidente que esta misión era descomunal. Fray Gerónimo Mendieta reseña esto en una prosa que vale la pena citar: “Y para que mejor se entienda – el trabajo que en los primeros tiempos tuvieron los predicadores del Santo Evangelio en estas partes, puédese cotejar con el de los predicadores de España y de otros reinos de la cristiandad. En España sabemos ser cosa común a los predicadores cuando predican un sermón, quedar tan sudados y cansados, que han menester mudar luego la ropa y calentarles paños y hacerles otros regalos. Y si a un predicador, (acabado de predicar) le dijesen que cantase una misa, o fuese a confesar un enfermo, o a enterrar un difunto, pensaría que luego le podían abrir a él la sepultura. Pues cierto que el común ordinario de esta tierra era un mismo fraile contar la gente por la mañana, y luego predicarles, y después cantar misa, y tras esto bautizar los niños, y confesar enfermos (aunque fuesen muchos), y enterrar si había algún difunto. Y esto duró por más de treinta o cuasi cuarenta años. Algunos hubo (y yo los conocí) que predicaban tres sermones uno tras otro en diversas lenguas, y cantaban misa, y hacían todo lo demás que se ofrecía, antes de comer: Y llegados a la mesa el regalo que tenían, era echarse un jarro de agua a los pechos, y no beber gota de vino, por guardar la pobreza, a acusa de ser en esta tierra el vino costoso. Fraile hubo que sacó en más de diez distintas lenguas la doctrina cristiana, y en ellas predicaba la santa fe católica, discurriendo y enseñando por diversas partes.[4]
Fray Julián de Garcés, OP, en una carta escribe de los niños indios: “parece que le es natural la modestia y compostura, […] si se le manda sentar se sientan, si estar de pie, se están […] Nadie contradice ni se queja”[5]. Y Motolinia: “Estos indios casi no tienen estorbo que les impida ganar el cielo […] porque su vida se contenta con tan poco […] no se desvelan en guardar riquezas, ni se matan por alcanzar estados ni dignidades […] Son pacientes, sufridos sobre manera, mansos como ovejas; todos obedientes, ya de necesidad, ya de voluntad, no saben sino servir y trabajar”[6]
Ante los frailes, los indios experimentaban una ambivalencia dolorosa, viendo en ellos adversarios fanáticos de su religión, tradición y cultura que atacaban y destruían sin tartar de comprender ni apreciar nada y, simultáneamente, a verdaderos padres que se entregaban incondicionalmente a ellos. Aunque el daño que hicieron en algunos aspectos fue totalmente involuntario, una cosa era cierta: su entrega a los indios no pueden negarla ni los historiadores más anticlericales; además, es un hecho que el don del Evangelio brilló en América gracias a estos entregados misioneros, como lo expresa en recordado Santo Padre, Juan Pablo ll: “La grandeza del acontecimiento de la Encarnación y la gratitud por el don del primer anuncio del Evangelio en América invitan a responder a Cristo con una conversión personal más decidida y, al mismo tiempo, estimulan a una fidelidad evangélica cada vez más generosa”[7]. Pero el daño involuntario que les infringieron no podemos dejar de reconocerlo ni quienes más los admiremos.
El primer obispo de México, Fray Juan de Zumárraga
Analicemos ahora la situación histórica inmediata a ese invierno de 1531 y, con ella, veremos de cerca uno de los más importantes protagonistas, Fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de México que, como cabeza de la Iglesia, será el destinatario del mensaje de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Juan de Zumárraga nació en la villa de Durango, provincia de Vizcaya, por el año 1468, su padre Juan López de Zumárraga y su madre Doña Teresa de Láriz, de la noble casa de Mucáraz.
Entre 1499 y 1509, fray Juan de Zumárraga hizo su profesión de fe en el convento de Aránzazu, de la custodia de Cantabria, que luego pasó a la de la Concepción.
Este humilde franciscano fue guardián de varios conventos, definidor y provincial, precisamente, de su propia provincia de la Concepción. Fray Juan de Zumárraga desde que tomó el hábito, manifestó un gran amor a la Inmaculada Concepción que, como otros, portaba un hábito de color azul plomizo como proclama de su devoción. En el capítulo provincial presidido por fray Francisco de Lisboa, el 11 de noviembre de 1527, fue elegido fray como ministro provincial, al terminar su trienio se retira al convento de Abrojo; en este convento fue nombrado Guardián. Durante la Semana Santa de este año, Zumárraga recibe la visita imperial del Carlos V. El rey y emperador pudo darse cuenta que estos hombres que habían dejado todo para irse a un convento no eran ignorantes ya que tenían una buena estructura de estudio, que Zumárraga había estudiado artes y teología y se distinguía por ser un gran letrado y predicador; además que tenía una gran experiencia dentro de la orden; y que en estos días se había retirado a ese convento de Abrojo para dedicarse a la oración y a la predicación.
La gran ciudad de México exigía ser obispado, por lo que Carlos V no dudó en presentar, el día 12 de diciembre de 1527, como obispo de aquellas lejanas tierras a fray Juan de Zumárraga. De hecho, en ese periodo se fueron eligiendo, con gran acierto, a otros obispos para las otras diócesis de México como Julián Garcés para Tlaxcala, Marroquín para Guatemala, Zárate para Oaxaca, Quiroga para Michoacán, Gómez Maraver para Guadalajara y Toral para Yucatán.
Fray Juan de Zumárraga se embarcó en el puerto de Sevilla a fines de agosto de 11528 y llegó a costas mexicanas hacia el 6 de diciembre de 1528; en ese momento era sólo obispo nombrado por el rey y emperador Carlos V, tenía una gran carencia: “la falta de su consagración le quitaba mucha autoridad, porque el cargo de obispo reunía el de Protector de los indios”[8].
Zumárraga, ya en México, trata de poner en práctica, de una manera especial, la reforma religiosa en una base de formación humanista, y así renovar la vida espiritual, siendo un verdadero seguidor del cardenal-reformador Cisneros. Este humanismo vital que permitió contemplar al sujeto indiano como a un ser racional y libre, capaz de vida social.
Ciertamente, Juan de Zumárraga, fue inspirado en ciertos puntos de la obra de Erasmo de Rótterdam. George Kubler dice: “Si bien los doce apostólicos representaban a la España de Cisneros, un grupo posterior de misioneros, encabezados por fray de Zumárraga, representó el pensamiento de Erasmo en México”.[9]
Para el obispo, su máximo reto será con los que sustentaban el gobierno civil, la llamada Primera Audiencia, presidida por Nuño de Guzmán, la cual creó una de las más terribles situaciones que en estas nuevas tierras se tenga memoria. Lo que hizo la Primera Audiencia fue intensificar las acusaciones en contra de Cortés, las cuales hicieron blanco en el ánimo del rey; los miembros de la misma se dedicaron a levantar infamias contra los misioneros, especialmente contra el obispo Zumárraga. El pretender convencer a la corona que los indígenas eran gentes sin razón, seres sin almas y de esa mamera justificar sus robos y maldades en su contra era una verdadera cacería; el historiador Cuevas la define como: “la persecución verdaderamente satánica emprendida contra las razas indígenas.”[10]
Los misioneros franciscanos como el mismo obispo Zumárraga, por su fervor religioso, destruían los templos e ídolos indígenas, siempre justificando su paternal actitud, para el bien y salvación de los indios. Pero es de justicia reconocer que en lo que no era religioso, extremaron su consideración por las culturas autóctonas. Cuidaron con amor sus lenguas, conservaron sus usos y costumbres cotidianas, adaptaron su enseñanza al temperamento y capacidad de los indígenas y recogieron fielmente sus ideas y tradiciones; ciertamente ellos querían salvar las almas de los indígenas. Sin embargo, el contraste era brutal ante algunos de sus paisanos españoles, que se decían católicos, pero los esclavizaban. Para esta clase de españoles los indígenas eran sólo objetos para obtener fácil fortuna; los misioneros eran conscientes de la negativa y desastrosa actitud y testimonio de estos coterráneos, que vendría a ser contraria a una verdadera evangelización.
El franciscano Gerónimo Mendieta, en su “Historia Eclesiástica” informa las persecuciones que sufrieron los primeros misioneros[…] “Y temiendo que los frailes darían noticias al rey y a sus consejeros de sus tiranías, pusieron la posible diligencia en atajar todos los pasos y caminos por donde podían escribir y avisar, enviaban a visitar los navíos mirando si iba allí cartas de frailes, siendo ellos mismos testigos y escribanos, hicieron sus informaciones infamando al santo obispo y a los frailes de cosas feas que no cabían en su imaginación.”[11]
De hecho, era espantoso el trato a los indígenas por parte de Nuño Guzmán, quien había organizado la trata de indígenas para la esclavitud. De igual forma, la Primera Audiencia explotaba, cuanto podía, a los pobladores pacíficos que no estaban de acuerdo con sus maquinaciones, y amenazaban con matar a todo indio que se acercara al obispo. Entonces, ¿cómo poder evangelizar cuando los mismos católicos gobernantes eran sus esclavizadores y, además, decretaban muerte a todo indio que se acercara a su obispo?
Zumárraga veía las tropelías que se cometían contra algunos españoles y contra la población indígena y, con Hernán Cortés; por ello, no podía menos que seguir clamando justicia ante los crímenes contra los indígenas, pero su voz se opacaba por el hecho de no estar consagrado, pero él cargaba con todas las obligaciones de su cargo sin ser consagrado, pero no era respetado.
Los Oidores de la Audiencia se atrevían a amenazar a los franciscanos, sin importarles nada, incluso tomaron a los indios huexotzingas que, el 18 de abril de 1529, habían apelado a estar dentro del convento para protegerse. Fray Toribio de Benavente, Motolinia, guardián del convento de Huejotzingo, trato de hacer valer el derecho de estos indios por estar protegidos dentro del convento, pero fracasó, los pobres indígenas fueron capturados y llevados a México con la soga al cuello. Ante este desacato los frailes consideraron que era necesaria una declaración pública realizada en lo alto del púlpito. Se escogió a Fray Antonio Ortiz, para que condenara estas acciones y vicios que manifestaba la Audiencia, que con gran valor habló del ultraje contra la Iglesia, pero el oidor Delgadillo intervino y mandó un alguacil que bajara del púlpito al fraile, que tomándolo de los brazos y el hábito lo derribó con violencia en pleno púlpito. Zumárraga intervino para calmar los ánimos y por un momento hubo paz; sin embargo, las cosas iban a ser todavía más difíciles.
Se realizaron cabildos patrocinados por Guzmán, desde el 25 al 28 de marzo de 1529, la Audiencia pretendía enviar a España testimonios a su favor y contrarios a Cortés y a todos aquellos que lo apoyaran. Quería a toda costa que el conquistador no regresara a México; entrelazaban falsos testimonios contra los frailes y en especial contra el obispo; para lograr sus maquinaciones bloqueaban todo informe que pudiera salir de los religiosos, pues sabían perfectamente que esto pondría al descubierto sus falsedades.
Sin, embargo en julio de 1529, el valiente Zumárraga envió a algunos de sus frailes con cartas para la Corte Española, en donde reportaba la injusticia y atropellos que la Audiencia cometía contra los indígenas, pero esta noticia llegó a los oidores quienes persiguieron a los franciscanos y le robaron todo.
Zumárraga no se dio por vencido, pero esta vez él mismo llevaría las cartas hasta el puerto, y se las confió a un ingenioso marinero, quien puso este importante Informe en un pan de cera y éste dentro de un barril, lo ató al barco y como si fuera una boya lo arrastro hasta que la embarcación estaba en mar abierto, así fue como este Informe llegó al conocimiento del rey. En este Informe, que tuvo su efecto, Zumárraga comunicaba lo mal que estaban las cosas en la Nueva España, las injusticias cometidas por la Primera Audiencia y por su presidente Nuño Guzmán.
Veamos algunas de estas injusticias que transmitió el obispo: adueñarse de las tierras y del agua de los indígenas, de sus hortalizas, todo para su provecho, dejando a los indígenas sin nada y viéndose obligados a buscar otras tierras donde vivir. Entraban a las casas y pedían las mujeres más lindas para ellos y si no se las daban amenazaban con matarlos, en cuanto esto llegó a oídos del obispo se opuso y en sus sermones los amonestaba tocando la materia en general, pero la reacción ahora fue amenazar a Zumárraga bajándolo del púlpito.[12]
Por estas palabras se puede observar como Juan de Zumárraga, a pesar de ser el obispo de la Ciudad de México, se sentía impotente ante estos desastres. Era consciente de que no había ninguna salida humana y rogaba a Dios que interviniera, decía: “Asimismo me parece es bien informar a Vuestra Serenísima Majestad de lo que a la fecha en esta tierra pasa, porque es cosa de tanta calidad, porque si Dios no prevee con remedio de su mano está la tierra en punto de perderse totalmente”.[13]
Ante el rumor de que Hernán de Cortés regresaría a la Nueva España, y ahora con el título de Marqués de Antequera, Nuño de Guzmán no quiso quedarse en la ciudad, se fue y fundo la ciudad de Guadalajara y pasando por el reino de Michoacán hizo ajusticiar al rey Catzontzin. Pero la salida de Guzmán en nada ayudó al obispo, pues los oidores que quedaron con el poder eran igual o peor; un ejemplo de los enfrentamientos contra la Iglesia fue el de sacar violentamente a los religiosos que estaban haciendo guardia en el convento de los franciscanos, y ajusticiarlos con grandes tormentos. Si tomamos en cuenta este momento histórico, simplemente era imposible una nueva evangelización; ¿Cómo podían decirles a los indios que debían convertirse, bautizarse, hacerse cristianos, si eran los mismos españoles cristianos los que intentaban acabar con el obispo?
El obispo censuró a los oidores y les puso entredicho y les amenazó con llevarla a la cuidad y decretar la cesación a divinis, pero los oidores no sólo no hicieron caso, sino que el 7 de marzo ahorcaron y descuartizaron a Cristóbal de Angulo, clérigo de la Corona y a García Llerena, criado de Cortés. Zumárraga procedió a la cesación a divinis y lanzó la excomunión a los miembros de la Primera Audiencia. También ordenó a los religiosos que no salieran de sus casas.
Los franciscanos, que eran los más agraviados salieron de la cuidad d México, consumiendo el Santísimo y llevando los objetos de valor, reunieron a los niños y todos juntos abandonaron el lugar en secreto, dirigiéndose a Texcoco. La ciudad de México quedaba sin Dios. Los indígenas demolidos en su espíritu y en su alma percatándose de que sus dioses habían muerto o los habían traicionado o nunca habían existido y ahora la ciudad de México estaba desolada, sin sacramentos, sin Eucaristía, sin Dios.
Como podemos comprobar, los primeros misioneros tanto franciscanos como dominicos y el obispo Zumárraga, realizaron una labor admirable; fueron defensores de los indígenas y denunciadores de injusticas; trataron de evangelizar a los nativos bajo los principios de un catolicismo del siglo XVI. Recordemos que San Juan Diego fue convertido a la fe gracias a estos religiosos.
El trabajo se presentaba inmenso, y muchas veces fuera de control, no sólo de frene a la evangelización de los indios sino también ante la conversión de sus mismos paisanos: la población indígena estaba traumada por la Conquista, diezmada por la enfermedad, había confirmado con sus propios ojos que los astros seguían su curso sin necesidad del corazón y la sangre de sus hijos para darles vida, no había necesidad de sacrificar a sus hijos. Los misioneros les decían que todo eso era un engaño de Satanás, que había capturado las almas de sus antepasados con sus mentiras. Por otro lado, los miembros de la Primera Audiencia, que se llamaban católicos, se afanaban por adorar a su dios oro, habían llevado a este impero a una destrucción y esclavitud para calmar su sed de poder y no dudaron en ir en contra de su propio obispo tratando de asesinarlo, quien no tuvo otra salida que la excomunión de los mismos.
¿Cómo hablar del verdadero amor de Dios, de la Iglesia, de su magisterio, de sus sacramentos? Ante ese contexto histórico era imposible para los hombres, por ello fray Juan de Zumárraga llegará a decir: “Si Dios no provee con el remedio de su mano está la tierra a punto de perderse totalmente”.
[1] Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana ed. Porrú, México 1980
[2] Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p. 219
[3] Fray Toribio de Benavente, Motolinia, Memoriales, p. 34- 35
[4] Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p. 259
[5] “Carta del obispo del Tlaxcala, fray Julián Garcés, OP, al Papa Paulo lll”, 1527, en Miguel León-Portilla, y otros, Historia Documental del México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México 1974
[6] Fray Toribio de Benavente, Motolinia, Historia, pp. 58-59.
[7] PP. Juan Pablo ll, Ecclesia in America, Librería Editrice vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, p. 44.
[8] Joaquín García Icazbalceta, Don Fray Juan Zumárraga, pp. 27-28.
[9] George Kubler, Arquitectura Mexicana del siglo XVI, Ed. FCE, México 1983, p. 20.
[10] Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia, p. 226
[11] Fray Gerónimo Mendieta Historia Eclesiástica, pp. 311-312
[12] Carta del fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 281v.; 284.
[13] Carta de Fray Juan de Zumárraga al rey de España, México 27 de agosto a 1529, f 314v.