El“Nican Mopohua…” “Aquí se narra…”
Ante el clamor del obispo, Dios responde con lo más amado para Él, su propia Madre. Ella, la primera discípula y misionera del Amor de Dios, es la Estrella de la Evangelización, la Estrella de la Esperanza.
Actualmente se conservan muchos documentos históricos del siglo XVI, en los que se manifiesta ese momento maravilloso de la intervención divina; un Dios que toma la iniciativa de encontrarse con el ser humano por medio de su Madre, Santa Maria de Guadalupe, quien ha elegido un indígena macehual, humilde y sencillo, con un alma transparente y candorosa, Juan Diego Cuauhtlatoatzin. La fuente primigenia de este Acontecimiento tiene tres partes: a) la tradición oral, especial y principalmente de Juan Diego y de su tío Bernardino; b) la portentosa imagen que sigue siendo un signo de admiración, contemplación y lectura y c) los “signos de los tiempos”, como los terremotos, el cometa, el eclipse.
Uno de los documentos más destacados es el llamado Nican Mopohua, que significa “Aquí se narra” o “Aquí se relata”, escrito entre 1545-1546 por el indígena Antonio Valeriano, quien recoge los testimonios directamente de Juan Diego y de su tío Bernardino. Nació en Azcapotzalco entre 1522 y 1526 y murió en 1605, se educó en el instituto fundado por los franciscanos: el Colegio de la Santa Cruz en Tlatelolco, fue contemporáneo de San Juan Diego de quien escuchó lo que pasó esos días del sábado 9 al martes 12 de diciembre de 1531, en el cerro Tepeyac, al norte de la Ciudad de México. Sólo para tener en cuanta, Antonio Valeriano cuando escribió el Nican Mopohua no lo hizo con la intención de difundirlo para que fuese conocido masiva e inmediatamente, ya que eran muy pocos los españoles que sabían náhuatl y eran poquísimos los indígenas que sabían leer los caracteres latinos, también es importante destacar, como ya hemos dicho, que él no es la fuente primigenia.
El Nican Mopohua está escrito en caracteres latinos -con esta escritura uno puede volver a recordar- ya que se lee esa “memoria”; pero al mismo tiempo está escrito en sentido náhuatl noble, lengua bella y elegante. El náhuatl no necesita muchas palabras para expresar los hechos con fuerzas y profundidad, conjuntando amor, ternura y delicadeza, con majestuosidad y solemnidad; puede conjuntar varias palabras en una sola para así expresar de manera clara nuevos conceptos; así mismo puede articular todos los matices de las relaciones humanas.
En el Nican Mopohua podemos notar toda la riqueza del náhuatl: desde la ternura, el cariño, la emoción en los diálogos entre La Virgen y San Juan Diego, hasta la solemnidad en sus encuentros con el obispo fray Juan Zumárraga; expresiones que los indígenas entienden de manera rápida, profunda y clara.
Sabemos que a nosotros la revelación nos llegó por medio del Evangelio y también por la tradición, pero Dios no se ha quedado mudo, Él sigue hablando en favor de sus hijos, de modo que el Acontecimiento Guadalupano no es una revelación nueva, sino una nueva y maravillosa adaptación de la misma y única revelación de Jesucristo en un momento dado , pero que trasciende tiempos y espacios; por ello el Acontecimiento Guadalupano es modelo de evangelización perfectamente inculturada, pues por medio de Guadalupe Dios sigue encontrándose con sus hijos.
Para los primeros frailes misioneros era comprensible no contemplar nada bueno, ninguna “semilla del Verbo” en los sacrificios humanos que formaban parte central de la religiosidad de la cultura de los pueblos indígenas de México, y por ello buscaban que no queden vestigios alguno de su antigua impiedad, del cual tomen ocasión, y engañados por la astucia diabólica vuelvan a la idolatría.
Por eso resulta extraordinaria la evangelización inculturada que realiza la primera discípula y Misionera del Amor Divino que es Santa Maria de Guadalupe, Ella no toma nada de los errores idolátricos, sino sólo lo bueno y verdadero, llamadas semillas del Verbo, que Dios ha sembrado en el corazón de todo hombre y lo lleva a la plenitud en su Hijo muy amado. En el acontecimiento Guadalupano se toma lo bueno y positivo que realmente existía en el fondo del alma indígena, se purifica de los crasos y terribles errores, así como de la idolatría, y se conduce al ser humano a la plenitud en el único sacrificio verdadero, el de Jesucristo nuestro Señor en la cruz.
El acontecimiento Guadalupano es una extraordinaria inculturación y proclamación del evangelio en un momento importante de la historia humana y en un núcleo de culturas en donde Dios cumple llevándolas a la plenitud: sin humillar a los frailes humildes, que lo han dejado todo y entregado en cuerpo y alma para salvar a sus hermanos en estas nuevas tierras, y sin condenar a los indígenas que trataban de ser responsables del equilibrio del universo.
Una conversión desde lo profundo del corazón
Cómo poder transmitir la Buena Nueva del Evangelio si por un lado los indígenas habían sido conquistados, estaban enfermos y experimentaban la más profunda de las depresiones y, por otro lado, el testimonio cristiano dejaba mucho que desear, hasta llegar al punto de querer asesinar a su propio obispo.
Antes de 1531, podemos decir que eran cerca de 40 los evangelizadores, ellos tenían que admitir que los frutos habían sido sumamente escasos. El temor de que la piedad indígena recién bautizada larvada subsistió durante mucho tiempo en todos los misioneros. Sahagún y Durán se dieron a la tarea de investigar la cultura indígena, para poder combatir cualquier idolatría que pudiera perjudicar la recién convertida grey, decía Sahagún: “El médico no puede acertadamente aplicar la medicina sin que primero conozca qué humor o de qué causas procede la enfermedad […] para predicar contra estas cosas, y aún para saber si las hay, menester es saber cómo las usaban”[1].
Desde diciembre de 1531 es claro y objetivo el gozo que penetro hasta el fondo del ser humano; las conversiones se contaron por miles, llegaron a ser aproximadamente de ocho a nueve millones, en tan sólo siete años. Una conversión que no hay ciencia humana que la pueda explicar, los mismos frailes no podían creer lo que estaba aconteciendo y de lo cual ellos mismos eran testigos. Fray Gerónimo Mendieta señala: “Al comienzo comenzaron a ir de doscientos en doscientos y de trescientos en trescientos, hasta venir a millares; unos de dos jornadas, otros de tres, o cuatro. Acudían chicos y grandes, mujeres y hombres, sanos y enfermos, venían todos a bautizarse.[2]
Algunos indígenas, como lo recordaba Mendieta, hacían grandes sacrificios para llegar al monasterio en donde recibir el sacramento del Bautismo.
Así que cuando esta conversión llegó hasta tal grado, los frailes evangelizadores escribieron al Papa Pablo lll. El Papa dio un importante documento, la bula “Sublimis Deus”, del 9 de junio de 1537, por la cual se declara que los indígenas eran capaces de recibir los sacramentos, como todo ser humano, y motivaba a no dejar de catequizar para que éstos sean conscientes de lo que recibían.
Ciertamente es sorprendente este cambio, que tuvo origen en el fondo del corazón y esta nueva actitud que revela una luz de esperanza, la cual permitió que se llevara a cabo la evangelización de un pueblo que estaba como tierra fértil bien preparada para recibir el mensaje de salvación.
El humilde Juan Diego si bien había sido bautizado e incluso asistía a la catequesis, experimentó un cambio radical desde su corazón, otra importante persona que experimentó este cambio y transformación fue el obispo fray Juan de Zumárraga, quien manifestó un cambio radical de ánimo. El historiador Mariano Cuevas comenta: “el obispo, saliendo de su habitual gravedad de carácter, de su seriedad y serenidad […] da a Cortés tal noticia, o, mejor dicho, supone dada o conocida una noticia por lo cual no se puede escribir el gozo de todos y todos laudent nomen domini’. Supone un regocijo grande el pueblo, que ha de celebrarse con fiestas religiosas y expresa claramente el favor concedido por la Santísima Virgen, hacia el día de la Inmaculada; un favor, extraordinariamente grande, hecho a toda la tierra conquistada por Hernán Cortés y muy relacionado con la Inmaculada Concepción”[3].
Nos encontramos con un obispo, que era la cabeza de la Iglesia, que manifestaba totalmente otra actitud, en el sentido que ya no tenía miedo, ni angustias, ni temor, ahora mostraba una vida trasformada totalmente por Dios.
El tiempo continuaba y los indígenas iban entendiendo más profundamente el mensaje de Santa María de Guadalupe, también para los españoles ya era una de las más importantes devociones, sin embargo, para algunos misioneros se tornó en preocupación, pues no se les quitaba de la cabeza la posibilidad de que esta devoción, en el fondo, pudiera ser una idolatría disfrazada. Algo que nos muestran con claridad los documentos que integran la llamada Información de 1556 es la verdad de que el culto a la Virgen de Guadalupe de México era ya enorme para estas fechas y continuó sin que nadie pudiera detenerlo. En su testimonio, Juan de Masseguer nos dice: “Que todo el pueblo a una tiene gran devoción en la dicha Imagen de Nuestra Señora de todo género de gente, nobles ciudadanos e indios”[4]
Con estos testimonios comprobamos que la devoción a nuestra Señora del Tepeyac, no fue implantada por los franciscanos, pues gracias a estos testimonios se constata la oposición inicial de los seráficos a la devoción. Fray Alonso de Santiago llegó incluso a decir que, la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe era peligrosa, pues los indios caerían en la adoración de esta imagen como a un ídolo. Sin embargo, la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe no hacía más que aumentar.
Existen otras fuentes históricas también del siglo XVI, como por ejemplo códices, anales, entre los más importantes, como el Nican Mopohua y el Nican Motecpana, testamentos, mapas geográficos, pinturas murales y dibujos, entre los cuales se destaca un dibujo de trazo muy sencillo, pero que presenta varios aspectos por demás sobresalientes del Acontecimiento Guadalupano, pues muestra de pie a María de Guadalupe con el indígena Juan Diego, quien está humildemente a su lado, y este sencillo macehual está representado con aureola, signo equivoco de santidad, pues así lo reconocían los mismos paisanos de Cuautitlán.[5]
A modo de conclusión
Podemos darnos cuenta cómo en esta tierra estaban sembradas “las semillas del Verbo” y cómo inició su crecimiento y su florecer en la fe, dando frutos de conversión. De hecho, este maravilloso encuentro entre Dios y los seres humanos, por medio de Santa María de Guadalupe, es un acontecimiento que comenzó y que nadie podrá detener; es evidente su profundidad y universalidad, que todavía seguiremos descubriendo con admiración. Es un mensaje y una imagen que llega, precisamente al corazón, de todo hombre para liberarlo; un mensaje inculturado de Santa María de Guadalupe, Estrella de la Evangelización.
Hna. María Victoriosa, SSVM
[1] Fray Bernardino de Sahagún, Historia General, p. 17. Esta fue la actitud general. Sin embargo, ciertamente hubo casos como Fray Jacobo de Testera, quien escribió: “a nosotros los religiosos, cuando entramos en esta tierra, no nos espantó ni desconfió su idolatría, mas habiendo compasión de su ceguedad, tuvimos muy gran confianza que todo aquello y mucho más harían en servicio de nuestro Dios, cuando lo conociesen”. Carta de fray Jacobo de Testera, Huejotzingo, el 6 de mayo de 1533, en las Cartas de Indias, Madrid, 1877, p. 66.
[2] Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica, p. 276.
[3] Fray Juan de Zumárraga: “Recado urgente a Hernán Cortés”, p. 9-10.
[4] Juan de Masseguer: “Testimonio”, en Información de 1556, p. 71
[5] La Virgen y Juan Diego con Aureola, pintura al temple sobre tabla, a la mamera “delineada”. Anónimo del siglo XVI (38x25cm), Colección Privada Behrens, Chiapas.