“Una bomba de Gracia”: El secreto eucarístico de Manuel – Madre María del Huerto

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Cómo un niño descubrió en la Comunión la fuerza para vivir, amar y ofrecer.

La expresión de San Pío X —“habrá niños santos”— no fue una simple frase piadosa, sino una convicción pastoral que lo llevó a reformar la disciplina eucarística, permitiendo la Comunión desde la edad de la razón. Esta decisión, tomada en 1910 mediante el decreto “Quam singulari”, reconocía que la inocencia y apertura espiritual de los niños los hacía especialmente receptivos a la acción de la gracia.

Manuel Foderá, nacido en Italia y fallecido a los 9 años, es uno de esos “pequeños santos” que parecen confirmar la intuición profética de San Pío X sobre la santidad infantil. Su breve existencia estuvo marcada por una sorprendente familiaridad con lo sobrenatural. Entre las muchas anécdotas que lo rodean, destaca aquella en la que, tras un día especialmente doloroso, la Virgen le promete enviarle fuegos artificiales. Manuel se lo cuenta a su madre, quien lo atribuye a la imaginación del niño. Sin embargo, esa misma noche, desde la ventana del hospital, ambos contemplan un espectáculo de luces en el cielo. Entonces Manuel, radiante, exclama: “¡La Virgen ha cumplido su promesa!”. En otra ocasión, aseguró que Jesús le había regalado dos espinas de su corona; poco después, los médicos descubrieron que tenía dos tumores en la cabeza. Estos signos, lejos de ser fantasías infantiles, revelaban una profunda intimidad con su “Amigo Especial”. Pero lo que más resplandece en su vida interior es su ardiente amor a la Eucaristía.

El 21 de junio de 2025, el obispo de Trapani, Mons. Pietro Maria Fragnelli, firmó el edicto que da inicio a la Causa de beatificación y canonización de Manuel Foderá, declarándolo oficialmente Siervo de Dios. Su conmovedora historia ha sido recogida en el libro “Manuel e il segreto della felicità”:

Manuel Foderà nació el 21 de junio de 2001 en Calatafimi (Trapani- Italia). Era un niño tranquilo y obediente, vivaz e inteligente, sensible hacia los menos afortunados, con el deseo de convertirse en actor cuando fuera mayor.

De repente, como un rayo en cielo sereno, a la edad de solo cuatro años, Manuel enfermó de uno de los peores tumores infantiles, llamado neuroblastoma. Superado el desconcierto inicial, Manuel y sus padres comenzaron a luchar con fuerza, sostenidos por la oración de amigos, sacerdotes y religiosas. Siguieron varios ingresos hospitalarios y ciclos de quimioterapia.

Manuel empezó a construir una profunda amistad con Jesús y María, hasta el punto de hablar con ellos: cada noche rezaba el Rosario y diariamente acudía a la capilla del hospital para encontrarse con su Amigo secreto. Se tendía sobre la alfombra frente al altar y permanecía allí, inmóvil, durante mucho tiempo, absorto en la oración.
Esta intensa relación con Jesús llevó a Manuel a desear ardientemente hacer la Primera Comunión, a pesar de tener solo seis años:

“[…] necesito ‘comer’ a mi Amigo y luego hablarle de corazón a corazón.”
Escribió en su cuadernito:

“El momento más bello de nuestra amistad es cuando lo como. Dentro de mí es como si entrara una bomba de Gracia y de bendición que me hace sentir mejor y protegido, porque Él me ama mucho más de lo que yo puedo amarlo.”

Su amor por Jesús Eucaristía era tan grande que Manuel deseaba compartirlo con todos. Por ello, pidió a su madre que escribiera esta carta:

“Queridos amigos, quiero hablarles de cómo Jesús está presente en la Eucaristía. ¿Saben? Él los quiere mucho y se hace sentir y ver en la santa Comunión. ¿No lo creen? Intenten concentrarse, sin distraerse. Cierren los ojos, recen y hablen, porque Jesús los escuchará y hablará a su corazón. ¡No abran los ojos enseguida porque esa comunicación se interrumpe y no vuelve más! Aprendan a estar en silencio y algo maravilloso sucederá, porque cuando Él entra se convierte en una ‘bomba de Gracia’ que los hace sentir protegidos y seguros. Quédense en su compañía. Este es el momento más bello, porque en la Comunión Él les da su santa bendición. Si están enfermos, Él les dará fuerza para soportar el sufrimiento. Si están tristes, les dará fuerza para sonreír. Si están aburridos, Él les dará su alegría. Si están llenos de rabia y nerviosos, Él les dará fuerza para calmarse. Todo esto puede suceder solo si confían en Él, porque Él los ama mucho más de lo que ustedes pueden amarlo.
Con cariño, Manuel.”

Durante una obra de teatro de Navidad en la escuela, Manuel reveló el secreto de su vida:

“Quería hablarles de un amigo realmente genial que conocí hace un tiempo. Es un amigo muy especial. ¿Alguna vez han conocido a alguien genial? Uno quiere estar con él, conocerlo mejor, no dejarlo nunca. Y si descubren que los quiere muchísimo, entonces ya está. Se vuelven amigos inseparables. A mí me pasó eso. Me dio su mano y yo confié en Él. Y así fue como Él entró en mi corazón para siempre. Es un Amigo que no se ve, ¡pero está! Nunca me deja solo. Me mantiene cerca de su corazón y me dice: ‘Tu corazón no es tuyo sino mío, y yo vivo en ti’. Es un amigo verdaderamente, verdaderamente especial.”

Manuel sintió que Jesús lo llamaba a cumplir una misión muy especial: la “Misión Luz”, como “guerrero de la luz”.

Escribió al obispo de Palermo:
“Estoy trabajando mucho en mi ‘misión de la Luz’; estoy tratando de hacer que los demás conozcan mejor a Jesús y se enamoren de Él.”

Y al obispo de Agrigento le explicó su método:
“¿Sabes cómo? Con las oraciones que escribo y envío por correo electrónico, por carta, o con un mensaje de audio desde el celular. Como Madre Teresa, yo también le dije a Jesús que quiero ser no un lápiz, como decía ella, sino una pluma borrable en sus manos, porque si cambia de idea o se equivoca, puede usarme como Él quiera.”

En otra ocasión, confió a su madre:
“[…] Jesús me dijo que debo […] tratar de dar pequeñas alegrías a los otros niños hospitalizados y a sus mamás.”

Así, Manuel aprendió que uno solo es feliz si hace felices a los demás:
“La vida es un don y hay que vivirla bien.”

Todos quedaban fascinados por su bondad y espiritualidad, por su serenidad y coraje. Repetía a menudo:
“Cada día hay que vivirlo bien porque es un don del Señor.”

Manuel sentía crecer cada vez más el deseo de encontrarse con su Amigo en persona:
“Espero que mi final esté cerca. Los sufrimientos son demasiado grandes. Ya no puedo seguir en la Tierra. Te quiero, Jesús. No veo la hora de ir a encontrarte en el reino de los cielos. Hasta pronto.”

En uno de sus últimos días de vida, susurró:
“Quiero ir con Jesús para ayudarle a convertir los corazones endurecidos”, y“Con la muerte comienza una aventura maravillosa que será eterna.”

A su madre le confió este deseo:
“Cuenta mi vida a los demás. ¡Todos deben conocer mi historia! Jesús me ha dado una vida realmente extraña y especial, tú debes ser mi testigo.”

Después de cinco años de tratamiento oncológico, el 20 de julio de 2010, Manuel nació al Cielo, con solo 9 años.

“Mis ojos ven lo que otros no ven,
porque en la oscuridad de mi vida,
para algunos vacía e insignificante,
yo vivo cosas bellísimas.

El sufrimiento para mí ha sido un don de Dios,
porque he aprendido a sufrir las mismas llagas de Jesús
y con Él en el corazón descubro, cada día,
algo más nuevo, más grande, más bello.

Todo se convierte en un don especial, se convierte en Gracia.
Poder admirar la belleza de la naturaleza me emociona
porque es una obra de arte de mi Señor
que ha pintado paisajes bellísimos para mí.

Poder amar a los demás con todo mi corazón
y mi vida me hace feliz.
Sentirme amado, acariciado, abrazado
es la alegría más grande.

El regreso a casa después de largas hospitalizaciones,
una simple sonrisa, una llamada,
un regalo tan deseado,
me hacen comprender que Jesús me ama mucho
y nunca me abandona
porque Él es roca, refugio y salvación.

Así vive un verdadero guerrero de la Luz,
listo para combatir,
para luchar con la espada de la fe,
¡el único arma poderosa que siempre vence al mal!”

—Manuel

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