LA HISTORIA DE MANUEL OVANDO
En el año 1983, encontrándome en Necochea con Betty, mi mujer, y Dolores, mi hija, conocimos al Padre Héctor Campardón, entonces párroco en la ciudad de Quequén.
Lo invitamos a comer a casa de Dolores y allí concurrió a visitarnos. En nuestra conversación tocamos el tema de la fe, con ese motivo el padre Héctor nos dijo: personalmente he vivido un hecho de tales características que solo con el quede confirmado por gracia de Dios definitivamente en la fe.
Al preguntarle nosotros por ese episodio nos contó lo siguiente: Unos años antes, estuvo dando clases de antropología en Santiago de Chile. Con tal motivo, aprovechando unas vacaciones decidió concurrir a un pueblo del sur de Chile para realizar unas búsquedas arqueológicas en una zona que tenia fama por los restos que alli existían .A tal efecto procuró alojarse en la parroquia del pueblo donde se encontró con la dificultad de que la parroquia estaba cerrada y sin párroco, con tal motivo visitó al obispo de la diócesis el cual lo autorizó a alojarse en esa parroquia pero que solo podía oficiar la misa en privado para sus jóvenes y no para el pueblo en forma pública. Aclaró entonces que esa parroquia estaba sin párroco por motivo de un grave pecado público por el cual estaba castigado con la pena de interdicto.
El padre Héctor cumplió con esto y luego de llegar a dicha parroquia a la noche tarde el se quedó leyendo en el despacho parroquial. Poco mas tarde sonó el teléfono que atendió a un hombre que le preguntó: “¿es usted el padre?”, a lo que él contestó que sí y le preguntó que deseaba .Le dijo: “Padre, soy Manuel Ovando, estoy muy enfermo y necesito su auxilio espiritual”, el padre le dijo que iría a verlo y le pidió la dirección. Temiendo ser objeto de una broma no concurrió de inmediato. Es de hacer notar que ni Manuel Ovando pidió el nombre del padre ni éste se lo dio.
Pasa un rato vuelve a sonar el teléfono…era Manuel Ovando…quien le preguntó por qué se demoraba. Ante este reclamo el padre Campardón decidió ir a ver al enfermo pero antes le dio su número de teléfono y así constató la veracidad del llamado, ya que en el pueblo las llamadas se manejaban a través de una telefonista.
Ya estaba avanzada la noche y con cierta dificultad el padre logró encontrar la casa de Manuel Ovando, al llegar vio un pasillo con una luz encendida y al fondo una puerta .Le llamó la atención al recorrer el pasillo la sensación de abandono, sintiendo en la cara como telarañas. Finalmente llegó a la habitación donde se encontraba el enfermo que estaba acostado en una cama, solo.
El le agradeció su presencia y le pidió que lo confesara pero sin acercarse mucho pues estaba enfermo de tisis. El padre acercó una silla y cubrió su boca con un pañuelo y así confesó al enfermo, quien al decir del padre Campardón mostró ser un hombre muy bueno e hizo una excelente confesión.
Al terminar Manuel Ovando le agradeció al padre por su atención agregando que había hecho los nueve primeros viernes por lo cual sabia que no iba a morir sin recibir los sacramentos; además le dijo: “aquí sobre mi cama hay un rosario que era de mi madre, llévelo usted, así cuando lo use me recuerda en sus oraciones”, lo cual el padre Héctor hizo y terminó preguntándole si quería que volviera la mañana siguiente y M.O, le dijo que habiendo recibido la absolución se quedaba tranquilo, y así se despidieron.
Al salir el padre Héctor, por precaución tiró su pañuelo en un cesto de papeles que había en el cuarto. A la mañana siguiente el padre Héctor dejo a los jóvenes que estaban con él trabajando y decidió ir a verlo porque lo había visto muy solo.
Al llegar a la casa tuvo la gran sorpresa de encontrar tapiada la puerta con dos maderas que la cruzaban. Y le preguntó a una vecina que había ocurrido con Manuel Ovando, a quien la noche anterior el había estado atendiendo allí. Está le contesto “usted debe estar equivocado porque Manuel Ovando ha muerto hace seis meses y en esa casa no ha quedado nadie”.
Ante la sorpresa del Padre, la vecina le dijo que si quería entrar a asegurarse podía entrar a la casa, haciéndolo por la parte de atrás a través de una cocina. Así lo hizo el Padre Héctor, logrando entrar hasta llegar a la habitación donde él había estado la noche anterior. Nos cuenta el Padre que a él le temblaban las piernas por la impresión que tenía sobre este hecho que estaba viviendo.
Al entrar al cuarto vio que la cama donde había estado el enfermo se encontraba con el colchón enrollado y atado con una soga, y en el cesto estaba el pañuelo que él había tirado la noche anterior, sin contar con que en su bolsillo estaba el rosario que Manuel Ovando le había entregado. Ante todo esto el Padre Héctor decidió hacer una investigación concurriendo a la Central Telefónica donde le confirmaron la llamada de la noche anterior, al Registro Civil donde efectivamente estaba anotado el fallecimiento de Manuel Ovado hace 6 meses, y por último concurrió al cementerio. Allí el cuidador confirmó todo lo anterior y le mostró la tumba intacta de Manuel Ovando.
Con todo esto el Padre Héctor fue al Obispado entrevistándose con el Obispo, al cual puso al tanto de todo lo ocurrido. El Obispo le dijo entonces: “Todo esto que usted me cuenta me hace ver que el Señor me llama la atención por el exceso del castigo impuesto a ese pueblo” y decidiéndose a corregir de inmediato la medida antes adoptada.
Finalmente notaron ambos, el Obispo y el padre, que también este episodio constituía una clara y evidente confirmación de que el Señor cumple todo lo que ha dicho, en este caso con respecto a la Comunión de los nueve primeros viernes.
Dejo constancia que con posterioridad el Padre Héctor Campardón falleció en una Parroquia de Buenos Aires con la cual no me he contactado en ningún sentido. Por ello además de mí, son testigos mi mujer Beatriz García Puló, mi hija Dolores Guevara de Defferrari y mi yerno Jorge Deferrarí. Esto lo escribo en Bella Vista el 24 de junio de 2007 para cualquier persona que le pueda interesar.
Juan Francisco Guevara
Bella Vista, Buenos Aires, Argentina