PRIMERA LECTURA
Serviremos al Señor,ya que Él es nuestro Dios
Lectura del libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
Josué reunió en Siquém a todas las tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo a todo el pueblo: «Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor»
El pueblo respondió: «Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor, nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos.
Por eso, también nosotros serviremos al Señor, ya que Él es nuestro Dios».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 33,7-13. 16-23
R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren. R.
Los ojos del Señor miran al justo
y sus oídos escuchan su clamor;
pero el Señor rechaza a los que hacen el mal
para borrar su recuerdo de la tierra. R.
Cuando ellos claman, el Señor los escucha
y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del que sufre
y salva a los que están abatidos. R.
El justo padece muchos males,
pero el Señor lo libra de ellos.
Él cuida todos sus huesos,
no se quebrará ni uno solo. R.
La maldad hará morir al malvado,
y los que odian al justo serán castigados;
pero el Señor rescata a sus servidores,
y los que se refugian en Él no serán castigados. R.
SEGUNDA LECTURA
Éste es un gran misterio: se refiere a Cristo y a la Iglesia
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5. 2 1 -33
Hermanos:
Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres a su propio marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido.
Los maridos amen a su esposa, corno Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para si una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a si mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que alimenta y lo cuida.
Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne”.
Éste es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia.
En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su propia mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.
Palabra de Dios.
Aleluia Cf. Jn 6, 63c. 68c
Aleluia.
Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida;
Tú tienes palabras de Vida eterna.
Aleluia.
EVANGELIO
¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6,60-69
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: « ¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: « ¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen».
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quien era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mi, si el Padre no se lo concede».
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: « ¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabernos que eres el Santo de Dios».
Palabra del Señor.
Manuel de Tuya
Efecto producido por el discurso en los “discípulos” y “apóstoles,”
(Jn.6,60-71)
La enseñanza de Cristo produjo, como era natural, sus efectos. En la muchedumbre los dejó ver el evangelista (v.41.42.52). Aquí va a recoger, por su especial importancia, el efecto producido en dos grupos concretos: 1) en los discípulos (v.60-66), y 2) en los apóstoles (v.67-71).
1) Efecto producido por el discurso en los “discípulos” (6,60-66)
60 Luego de haberle oído, muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? 61 Conociendo Jesús que murmuraban de esto sus discípulos, les dijo: ¿Esto os escandaliza? 62 Pues ¿qué sería si vierais al Hijo del hombre subir allí a donde estaba antes? 63 El espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida; 64 pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque sabía Jesús, desde el principio, quiénes eran los que no creían y quién era el que había de entregarle. 65 Y decía: Por esto os dije que nadie puede venir a mí si no le es dado de mi Padre. 66 Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían.
Esta doble enseñanza de Cristo produce “escándalo” en los “discípulos.” Estos están contrapuestos a los “apóstoles,” y por este pasaje se sabe que eran “muchos.” En diversas ocasiones, los evangelios hablan de “discípulos” de Cristo. Para ellos era esta enseñanza “dura,” no de comprender, sino de admitir; pues por comprenderla es por lo que no quisieron admitirla. Era doble: que él “bajó” del cielo — su preexistencia divina — y que daba a “comer” su “carne.”
Cristo les responde con algo que es diversamente interpreta-do. Si esto es “escándalo” para ellos, “¿qué sería si lo vieran subir a donde estaba antes?” Por la “communicatio idiomatum” hace ver su origen divino: donde estaba antes era en el cielo (Jua_17:5.24), de donde “bajó” por la encarnación. Esta respuesta de Cristo, para unos vendría a aumentarles el “escándalo,” al ver subir al cielo al que, por lo que decía y exigía, venían a considerar por blasfemo. Para otros, estas palabras que se refieren a la. ascensión serían un principio de solución: verían un cuerpo no sometido a ley de la gravedad; por lo que a un tiempo demostraba, “subiendo a donde estaba antes,” que era Dios, y que podía dar a “comer su carne” de modo prodigioso — eucarístico — sin tener que ser carne partida y sangrante.
Pero, en la perspectiva literaria de Jn, probablemente se refiere a ambas cosas.
Para precisar más el pensamiento, les dice que “el espíritu es el que da vida,” mientras que “la carne no aprovecha para nada.” De esta frase se dan dos interpretaciones:
Pudiera, a primera vista, parecer esta frase un proverbio, ya que Cristo no dice mi carne. Sin embargo, en la psicología judía, el principio vivificador de la carne, de la vida sensitivo-vegetativa — aunque no muy precisa — , no era el “espíritu” (πνεύμα ), sino el “alma” (ψυχή ). Por eso, si la expresión procediese de un proverbio, éste estaría modificado aquí por Cristo, con objeto de que sobre él se aplicase esta sentencia.
Así como la carne sin vida no aprovecha, pues el alma, el espíritu vital, es el que la vitaliza, así aquí, en esta recepción de la carne eucarística de Cristo, que no es carne sangrante ni partida, ella sola nada aprovecharía; pero es carne vitalizada por una realidad espiritual, divina, que es el principio vitalizador de esa carne eucarística, y, en consecuencia, de la nutrición espiritual que causa en los que la reciben. Sería una interpretación en función de lo que se lee en el mismo Jn: “Lo que nace de la carne, es carne; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu” (Jua_3:6).
La Eucaristía es la “carne de Dios” (Dei caro), que, por lo mismo, vivifica. Por eso, el concilio de Efeso condenó al que negase que la “carne del Señor” no es “vivificadora,” pues fue hecha propia del Verbo poderoso para vivificar todas las cosas 51.
Otra interpretación está basada en que sólo se afirma con ello la imposibilidad humana de penetrar el misterio encerrado en estas palabras de Cristo. “Carne” o “carne y sangre” son expresiones usuales para expresar el hombre en su sentido de debilidad e impotencia (Jua_1:14; Mat_16:17, etc.). Aquí la “carne,” el hombre que entiende esto al modo carnal, no logra alcanzar el misterio que encierra; sólo se lo da la revelación del “Espíritu.”
En función de la interpretación que se adopte está igualmente la valoración del versículo siguiente: “Las palabras que Yo os he hablado, son espíritu y vida.”
En el segundo caso, el sentido de éstas es: aunque el hombre por sus solas fuerzas no puede penetrar el misterio de esta enseñanza de Cristo si no es por revelación del Espíritu, éste, por Cristo, dice que estas palabras son “espíritu y vida,” porque son portadoras o causadoras para el ser humano de una vida espiritual y divina. En Jn es frecuente que la expresión “es” tenga el sentido de “causar” (Jua_6:35ss).
En el primer caso, el sentido es que las enseñanzas eucarísticas de Cristo — “las palabras que Yo os he hablado” — son vida espiritual, porque esa carne está vitalizada por una realidad espiritual y divina, que es el Verbo hecho carne (Jua_1:14).
En la época de la Reforma se quiso sostener que estas palabras de Cristo corregían la interpretación eucarística del discurso sobre el “Pan de vida” de la segunda sección, insistiendo sobre el sentido espiritual de cuanto había dicho sobre su carne y su sangre. Pero esta posición es científicamente insostenible.
En primer lugar, porque la frase, en sí misma, es ambigua e incidental, y podría tomarse en diversos sentidos. Y, en segundo lugar, porque Cristo no iba a rectificar con una sola frase ambigua, e incidentalmente dicha, todo el realismo eucarístico, insistido, sistematizado y en un constante “crescendo,” de su segundo discurso sobre el “Pan de vida.”
Pero estas enseñanzas de Cristo no encontraron en “muchos” de sus “discípulos” la actitud de fe y sumisión que requerían. Y las palabras que ellos llamaron “duras,” les endurecieron la vida, y no “creyeron” en El; y “desde entonces,” sea en sentido causal (Jua_19:12), sea en un sentido temporal (Jua_19:27), aunque ambos aquí se unen, porque, si fue “entonces” o “desde entonces,” fue precisamente “a causa de esto,” abandonaron a Cristo. En un momento rompieron con El, retrocedieron, y ya “no le seguían.” El verbo griego usado (περιπατούν ) indica gráficamente el retirarse de Cristo y el no seguirle en sus misiones “giradas” por Galilea. Pero el evangelista, conforme a su costumbre, destaca que esto no fue sorpresa para Cristo, pues El sabía “desde el principio” quiénes eran los “no creyentes,” lo mismo que quién le había de entregar. Es, pues, la ciencia sobrenatural de Cristo la que aquí destaca de una manera terminante. Este “desde el principio” al que alude, por la comparación con otros pasajes de Jn (Jua_15:4; 1Jn_2:24; 1Jn_3:11; 2Jn_1:5), hace ver que se trata del momento en que cada uno de ellos fue llamado por Cristo al apostolado.
Juan se complace en destacar frecuentemente la “ciencia” sobrenatural de Cristo.
2) Efecto producido por el discurso en los “apóstoles,” (6:67-71)
Jn, en este capítulo, tan binariamente estructurado, pone ahora la cuestión de fidelidad que Cristo plantea a los “apóstoles.”
El momento histórico preciso al que responde esta escena no exige que sea precisamente a continuación de esta crisis de los “discípulos.” Puede estar estructurado aquí por razón de un contexto lógico.
67 Y dijo Jesús a los Doce: ¿Queréis iros vosotros también? 68 Respondióle Simón Pedro: Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, 69 y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios. 70 Respondióle Jesús: ¿No he elegido yo a los Doce? Y uno de vosotros es diablo. 71 Hablaba de Judas Iscariote, porque éste, uno de los Doce, había de entregarle.
Cristo plantea abiertamente el problema de su fidelidad ante El, a causa de esto, a sus “apóstoles.” La partícula interrogativa con que se lo pregunta (μη ) supone una respuesta negativa. No dudaba Cristo de ellos, pero habían de hacer esta confesión en uno de esos momentos trascendentales de la vida.
Y le confiesa que no pueden ir a otro, pues sólo El tiene “palabras de vida eterna,” porque la enseñan y la confieren, como relatan los evangelios.
Y le confiesa por el “Santo de Dios,” que es equivalente al Mesías (Jua_10:36; Mar_1:24). No deja de ser un buen índice de fidelidad histórica, y del entronque de Jn con los sinópticos, el que aquí, en este evangelio del “Hijo de Dios” (Jua_20:31), se conserve esta expresión. Y ante el “Santo de Dios,” el Mesías, no cabe más que oírle y obedecerle. Ya no bastan Moisés ni los profetas 52.
Aquí se contrapone acusadamente su fe en El por los “apóstoles” — “nosotros hemos creído y sabido” — , frente a la incredulidad ligera de los “discípulos” que le abandonaron (Jua_17:8).
Si la confesión de Pedro en nombre de todos era espléndida, había, no obstante, entre ellos un miserable a quien el Padre notraía,” sino a quien arrastraba, como en otras ocasiones, el Diablo (Jua_13:2.27). La presencia de Cristo se muestra una vez más. El había elegido “doce,” pero uno “es diablo.” Este era diablo, no en el sentido etimológico de la palabra, de calumniador u hombre que pone insidias, sino en el sentido de ser ministro de Satanás, como lo dirá Jn en otros pasajes (Jua_13:2.27; Luc_22:3).
El evangelista no omitirá decir que del que hablaba era Judas Iscariote 53, destacando que, siendo uno de los Doce, había de entregarle a los enemigos y a la muerte. Es el estigma con que aparece en el evangelio.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)
Mons. Fulton Sheen
No quiso ser un rey del pan
El anuncio de la eucaristía produjo una de las mayores crisis de su vida. Su promesa de dar su cuerpo, sangre, alma y divinidad por el bien de las almas de los hombres le hizo perder mucho de lo que había ganado. Hasta entonces tenía casi a todo el mundo tras Él. En primer lugar, a las masas o al pueblo común; en segundo lugar, a la minoría, a los intelectuales, a los guías espirituales, y, finalmente, a sus propios apóstoles. Pero esta elevada doctrina espiritual era demasiado para ellos. El anuncio de la Eucaristía fue un impacto terrible sobre sus seguidores. Nada tiene de extraño que en el cristianismo haya habido tan grande división de sectas cuando cada persona decide por sí misma si ha de aceptar un segmento del círculo de la verdad de Cristo o el círculo entero. Nuestro Señor mismo fue el responsable de ello; pidió una fe que resultaba excesiva para la mayoría de las personas; su doctrina era demasiado sublime. Si Él hubiera sido de mente un poco más mundana, si hubiese permitido que sus palabras pudieran ser consideradas como figuras retóricas, y sólo con que hubiera sido menos autoritario, habría podido llegar a ser más popular.
Pero hizo vacilar a todos sus seguidores. El Calvario sería la guerra caliente que se desencadenaría contra Él; y esto era el comienzo de la guerra fría. El Calvario sería la crucifixión física; esto otro era la crucifixión social.
Perdió a las masas.
Creó un cisma entre sus discípulos.
Incluso debilitó su bando apostólico.
Perdió a las masas: las masas estaban generalmente interesadas tan sólo en los milagros y en la seguridad. Cuando multiplicó los panes y los peces, abrieron los ojos llenos de sorpresa. Llenando sus estómagos, satisfizo su sentido de justicia social. Ésta era la clase de rey que ellos querían, un rey del pan. “¿Qué otra cosa puede hacer la religión por el hombre, salvo darle seguridad social’?, parecían preguntar. Las masas intentaron obligarle a ser rey. ¡Esto era también lo que quería Satán! Llenar el estómago, convertir las piedras en pan y prometer prosperidad; esto es para la mayoría de los mortales el fin de la vida.
Pero nuestro Señor no quería una realeza basada en la economía de la abundancia. Llegar a ser rey era asunto de su Padre, y no de ellos. Su reinado sería de corazones y almas, no del aparato digestivo. Así el evangelio nos refiere que huyó a las montañas, Él solo, para escapar de la corona de oropel y a la espada de hojalata que querían ofrecerle.
¡Cuán cerca estaban de la salvación aquellas masas! Querían vida; Él quería darles vida. La diferencia estribaba en la interpretación que ellos daban a esta palabra. ¿Es acaso propio de Cristo granjearse seguidores por medio de elaborados programas sociales? Esto es una forma de vida. ¿O es propio de Cristo enajenarse a todos lo que sólo piensan en el estómago, a cambio de ganar a los pocos que tiene fe, a los cuales será dado el pan de vida y el vino que engendra vírgenes? A partir de aquel día Cristo jamás ganó a las masas; dentro de veinte días éstas vociferarían: “¡Crucifícale!” cuando Pilato les dijera: “Mirad a vuestro rey” Cristo no puede tener a todo el mundo unido a Él, la culpa es de Él, por ser demasiado divino, demasiado interesado en las almas, demasiado espiritual para la mayoría de los hombres.
Aquel día se enajenó, también un segundo grupo, a saber, la minoría, a los guías intelectuales y religiosos. Le aceptaría como un reformador suave y amable que no dejara las cosas de modo indiferente de como estaban, pero, al llegar a decirles que daría su propia vida de un modo más íntimo que como la madre da la vida a su hijo con la leche de su pecho, aquello era ya demasiado. Así nos dice el evangelio:
Muchos de sus discípulos,
al oír esto, dijeron:
“¡Dura es esta palabra! ¿Quién puede oírla?
Jn 6, 60.
| Por esto muchos de sus discípulos
se volvieron atrás,
y ya no andaban con Él
Jn 6, 66
Ciertamente, nuestro Señor o les habría permitido que se marcharan si no hubieran comprendido lo que Él les decía: que nos daría su propia vida para que nosotros pudiéramos vivir. Sólo podía tratarse de que, entendiéndolo rectamente, no pudieran tragar aquella verdad. Y por esto consintió que se fueran. Cuando se iban, Él les dijo:
¿Os escandaliza?
¿Pues qué, si vieras al hijo del hombre
subir a donde antes estaba?
Jn 6, 23
Por supuesto, estaba probando la fe de ellos. ¿No tienen los hombres razón para pensar? ¿Qué era lo que Él estaba esperando que creyeran? ¿Que era Dios? ¿Qué cada una de las palabas que decían era la Verdad absoluta? ¿Qué a las almas hambrientas les daría la misma vida divina que ahora estaban contemplando con sus ojos? ¿Por qué no olvidar este pan de vida y convertirlo en una figura del lenguaje? Así nuestro Señor los miraba marchar; y ellos nunca más volvieron. Algún día los encontraría azuzando a las masas contra Él; puesto que, no todos le habían abandonado por la misma razón, todos ellos coincidían en que habían de alejarse de Él.
Al hablar del pan de vida, Cristo perdió tanto el trigo como la paja. Pero ahora le llegaba la ruptura que le causó la mayor de sus aflicciones, una aflicción enorme que mil años antes había sido profetizada como una de las laceraciones humanas que habrían de torturar su alma; la pérdida de Judas. Muchos se extrañan que Judas rompiera con nuestro Señor; piensan que fue solamente hacia el fin de la vida de nuestro Señor, y que fue solamente el amor al dinero lo que le impulsó a la ruptura. Cierto es que se trataba de avaricia, pero el evangelio nos refiere la asombrosa historia de que Judas rompió con nuestro Señor el día en que éste anunció que daría su carne para la vida del mundo. En medio de esta larga historia del cuerpo y la sangre de Cristo, el evangelio nos dice que nuestro Señor sabía quién era el que había de entregarle. Para indicar que lo sabía, dijo:
¿No os escogí yo a vosotros, los doce?
y uno de vosotros es diablo.
Jn 6, 61
Esta promesa del pan celestial trastornó por completo a Judas, agrietó su alma, por así decirlo; y cuando el Maestro dio la eucaristía en la noche de la última cena, Judas quedó moralmente deshecho y le traicionó.
Ahora nuestro Señor estaba prácticamente solo. Solamente ciento veinte personas esperarían su Espíritu por pentecostés. Había perdido a los tres tipos de personas; vio como las masas le abandonaban, la minoría se alejaba de su lado y Judas se preparaba para entregarle. Así se volvió al único a quien había unido íntimamente consigo, a aquel cuyo nombre había él cambiado de Simón en Pedro, o Roca, y le dijo:
¿No queréis iros vosotros también?
Respondióle Simón Pedro:
Señor, ¿A quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna;
y nosotros hemos creído y conocido
que tú eres el Cristo,
el hijo de Dios vivo.
Jn 6, 67- 69
Pero el corazón de Cristo tenía ya una cruz en él. Uno de sus doce apóstoles era un traidor. La minoría, que estaba entre sí dividida, ahora se unirá par ir contra Él. Y los cinco mil que habían estado en contacto con su mano rehusaron estar en contacto con su corazón. Las fuerzas se estaban aprestando para “la hora”.
Fulton Sheen, Vida de Cristo, Herder, Madrid, 1996, pag. 151- 154
P. Lic. Ervens Mengelle, I.V.E.
EL ESPÍRITU DA VIDA
Con la lectura de esta parte del evangelio de Juan termina la lectura del discurso del pan de vida. Sin duda que el realismo de las palabras de Cristo, tal como las pudimos apreciar el domingo pasado, ponía para los judíos un grave problema: ¿cómo puede darnos a comer su carne?. De manera semejante, también los antiguos romanos, por ejemplo, acusaban a los cristianos de practicar la antropofagia. Pero, como acabamos de leer, no sólo los judíos sino también entre los discípulos de Cristo hubo quienes se apartaron de Cristo a raíz de estas palabras. Jesús no los abandonó sino que les da elementos para que acepten creer: les brinda, de hecho, un nuevo signo de su divinidad: a la multiplicación de los panes y a la calma de la tormenta, ahora añade el conocimiento de los pensamientos íntimos. En última instancia, es un problema de fe, no se termina de aceptar la autoridad de Cristo: “Jesús mismo se ha manifestado diciendo del pan: esto es mi cuerpo. ¿Quién tendría el ánimo de dudar? Él mismo lo ha declarado diciendo: Esto es mi sangre ¿Quién lo dudaría…? Él por su voluntad una vez cambió en Caná de Galilea el agua en vino ¿y no es digno de fe si cambia el vino en sangre?… No los consideres como simples y naturales aquel pan y aquel vino… Incluso si los sentidos te inducen a esto, la fe, sin embargo, se mantenga firme…” (san Cirilo de Jerusalén, Cat. IV). Es, por el contrario, muy clara la actitud de Pedro que sí cree: “Observad de qué modo Pedro, con la gracia de Dios, vivificado por el Espíritu Santo, ha entendido la palabras de Cristo.¿Cómo es que ha entendido sino porque ha creído?…nosotros hemos creído y hemos conocido. No dice Pedro, “hemos conocido y hemos creído”, sino hemos creído y conocido. Hemos creído para poder conocer; en efecto si antes hubiésemos querido saber y después creer, no seríamos capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué cosa hemos creído y qué cosa hemos conocido? Qué tu eres el Cristo, Hijo de Dios, es decir que tú eres la misma vida eterna y tú nos das, en la carne y en la sangre tuyas, lo que tú mismo eres” (san Agustín, in Ioan. 27,9).
Pero, si por un lado uno cree en el misterio porque cree en Cristo, también es lícito, sin dudar del misterio, indagar cómo es posible ello. Y también para esto Jesús da una respuesta: es el Espíritu el que da la vida. Es así que, llegados al término de este discurso del Pan de Vida, se nos enseña de qué manera puede tener lugar lo que ha dicho. “En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del pueblo de Dios, el artífice de las ‘obras maestras de Dios’ que son los sacramentos de la Nueva Alianza… Cuando encuentra en nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una verdadera cooperación” (1091). Si los discípulos de Cristo hubiesen prestado atención a esto no se habrían apartado de Él tan ligeramente.
Ahora, queda una pregunta: ¿cómo obra el Espíritu Santo en esto? “en esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la economía de la Salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo” (1092). Veamos estos pasos por separado.
1 – El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
Esta preparación tiene como dos aspectos:
- tenemos en primer lugar una preparación “remota”, más lejana en el tiempo, que igualmente es recordada por la Iglesia en cada celebración que hace: “puesto que la Iglesia de Cristo estaba preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, la Liturgia de la Iglesia conserva como una parte integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto de la Antigua Alianza” (1093). Por ejemplo: lecturas del AT, oración de los Salmos, memoria de los acontecimientos salvíficos que alcanzaron su pleno cumplimiento en Cristo (el Diluvio, el Éxodo): “por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas. Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el Bautismo, y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo; el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía, el verdadero pan del Cielo” (1094)
Incluso varios elementos de nuestra liturgia se inspiran en la liturgia veterotestamentaria y tienen su relación con ella: por ejemplo, la liturgia de la Palabra; o la Pascua (1096)
- en segundo lugar, hay una preparación “próxima”: “En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un encuentro entre Cristo y la Iglesia…. La asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser un pueblo bien dispuesto. Esta preparación de los corazones es la obra común del Espíritu Santo y de la asamblea, en particular de sus ministros. La gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los frutos de vida nueva que está llamada a producir” (1098).
2 – El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
“El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la salvación…” (1099). Esto lo hace por tres acciones:
- “el Espíritu Santo recuerda primeramente a la asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida” (1100; cf. 1101: da, según las disposiciones de sus corazones, inteligencia espiritual de la Palabra de Dios… a fin de que puedan incorporar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la celebración.” (1101)
- “El anuncio de la Palabra de Dios no se reduce a una enseñanza: exige la respuesta de fe, como consentimiento y compromiso… es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe…” (1002)
- “La Anámnesis… En la liturgia de la Palabra el Espíritu Santo ‘recuerda’ a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros [y la] celebración ‘hace memoria’ de las maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada” (1103). Anámnesis es la parte de la misa que se dice luego de la consagración eucarística.
3 – El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo y realiza la comunión
“La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio” (1104). De allí que, en toda celebración eucarística, se pida al Padre el envío del Espíritu Santo: es el rito de la epíclesis que se reconoce por la imposición de las manos sacerdotales sobre las ofrendas, “centro de toda celebración sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía” (1105-6). “Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino… en Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento. Que te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana” (san Juan Damasceno; Cf. 1106).
Pero no sólo se trata de la actualización de los misterios del Cristo en su cuerpo físico, sino también de la realización del Cuerpo Místico: “La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo… El espíritu de comunión permanece indefectible-mente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y comunión fraterna” (1108). “Gran sacramento” es lo mismo que gran misterio (cf. 2ª lectura): precisamente en el sacramento del matrimonio se da una imagen de la unión entre Cristo y la Iglesia. Por ello, “la Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de la asamblea con el Misterio de Cristo” (1109).
4 – Conclusión
“El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado” (1091). “La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por el testimonio y el servicio de la caridad” (1109).
Ite, missa est… como Pedro y los apóstoles…
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)
San Juan Crisóstomo
“¿También vosotros queréis marcharos?”
Decían: Este lenguaje resulta intolerable. ¿Qué significa intolerable? Es decir áspero, trabajoso sobremanera, penoso. Pero a la verdad, no decía Jesús nada que tal fuera. Porque no trataba del modo de vivir correctamente, sino acerca de los dogmas, insistiendo en que se debía tener fe en Cristo.
Entonces ¿por qué es lenguaje intolerable? ¿Por qué promete la vida y ¿Porque afirma haber venido Él del Cielo? ¿Acaso porque dice que nadie puede salvarse sino come su carne? Pero pregunto yo: ¿son intolerables estas cosas? ¿Quién se atreverá a decirlo? Entonces ¿qué es lo que significa ese intolerable? Quiere decir difícil de entender, que supera la rudeza de los oyentes, que es altamente aterrador. Por esto decían: ¿Quién podrá soportarlo? Quizá lo decían en forma de excusa, puesto que lo iban a abandonar. ,
Sabedor Jesús por Sí mismo de que sus discípulos murmuraban de lo que había dicho (pues era propio de su divinidad manifestar lo que era secreto), les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde antes estaba… Lo mismo había dicho a Natanael: ¿Porque te dije que te había visto debajo de la higuera crees? Mayores cosas verás. Y a Nicodemo: Nadie ha subido al Cielo, sino el que ha bajado del Cielo, el Hijo del hombre, ¿Qué es esto? ¿Añade dificultades sobre dificultades? De ningún modo ¡lejos tal cosa! Quiere atraerlos y en eso se esfuerza mediante la alteza y la abundancia de la doctrina.
Quien dijo: Bajé del Cielo, si nada más hubiera añadido, les habría puesto un obstáculo mayor. Pero cuando dice: Mi Cuerpo es vida del mundo; y también: Como me envió mi Padre que vive también Yo vivo por el Padre; y luego: He bajado del Cielo, lo que hace es resolver una dificultad. Puesto que quien dice de sí grandes cosas, cae en sospecha de mendaz; pero quien luego añade las expresiones que preceden, quita toda sospecha. Propone y dice todo cuanto es necesario para que no lo tengan por hijo de José. De modo que no dijo lo anterior para aumentar el escándalo, sino para suprimirlo. Quienquiera que lo hubiera tenido por hijo de José no habría aceptado sus palabras; pero quienquiera que tuviese la persuasión de que Él había venido del Cielo, sin duda se le habría acercado mas fácilmente y de mejor gana.
Enseguida añadió otra solución. Porque dice: El espíritu es el que vivifica. La carne de nada aprovecha.
Es decir: lo que de Mí se dice hay que tomarlo en sentido espiritual; pues quien carnalmente oye, ningún provecho saca. Cosa carnal era dudar de cómo había bajado del Cielo, lo mismo que creerlo hijo de José, y también lo otro de ¿Cómo puede éste darnos su carne para comer? Todo eso carnal es; pero convenía entenderlo en sentido místico y espiritual. Preguntarás: ¿Cómo podían ellos entender lo que era eso de comer su carne? Respondo que lo conveniente era esperar el momento oportuno y preguntar y no desistir.
Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida; es decir, son divinas y espirituales y nada tienen de carnales ni de cosas naturales, pues están libres de las necesidades que imponen las leyes de la naturaleza de esta vida y tienen otro muy diverso sentido. Así como en este sitio usó la palabra espíritu para significar espirituales, así cuando usa la palabra carne no entiende cosas carnales, sino que deja entender que ellos las tornan y oyen a lo carnal. Porque siempre andaban anhelando lo carnal, cuando lo conveniente era anhelar lo espiritual. Si alguno toma lo dicho a lo carnal, de nada le aprovecha.
Entonces ¿qué? ¿Su carne no es carne? Si que lo es. ¿Cómo pues Él mismo dice: La carne para nada aprovecha? Esta expresión no la refiere a su propia carne lejos tal cosa! sino a los que toman lo dicho carnalmente. Pero ¿qué es tomarlo carnalmente? Tomar sencillamente a la letra lo que se dice y no pensar en otra cosa alguna. Esto es ver las cosas carnalmente. Pero no conviene juzgar así de lo que se ve, puesto que es necesario ver todos los misterios con los ojos interiores, o sea, espiritualmente. En verdad quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene vida en sí mismo. Entonces ¿cómo es que la carne para nada aprovecha, puesto que sin ella no tenemos vida? ¿Ves ya cómo eso no lo dijo hablando de su propia carne, sino del modo de oír carnalmente?
Pero hay entre vosotros algunos que no creen. De nuevo, según su costumbre reviste de alteza sus palabras y predice lo futuro y demuestra que Él habla así porque no intenta captar gloria entre ellos, sino mirar por su salvación. Cuando dice algunos deja entender que son de sus discípulos. Pues ya al principio había dicho: Me habéis visto, pero no creéis en Mí. Aquí en cambio dice: Hay entre vosotros algunos que no creen. Porque sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo entregaba. Decíales también: Por esto os he dicho: Nadie puede venir a Mí si no le es otorgado por el Padre.
Con estas palabras el evangelista da a entender lo espontáneo de su economía redentora y su paciencia. Y no se pone aquí sin motivo la expresión: Desde el principio; sino para que entiendas su presciencia, y que ya antes de pronunciar esas palabras, y no después de que ellos escandalizados habían murmurado, tenía conocimiento del traidor: cosa propia de la divinidad. Luego añadió: Si no le es otorgado por el Padre, persuadiéndoles de esta manera que tuvieran por Padre de Él a Dios y no a José; y declarando no ser cosa de poco precio el creer en Él. Como si dijera: No me conturban ni me admiran los que no creen. Ya lo sabía yo antes de que sucediera. Ya sabía a quiénes lo otorgaría el Padre. Y cuando oyes ese otorgó no pienses que se trata de una especie de herencia, sino cree que lo otorga a quien se muestra digno de recibirlo.
Desde aquel momento muchos de sus discípulos se volvieron atrás, y dejaron definitivamente su compañía. Con exactitud no dijo el evangelista se apartaron, sino: Se volvieron atrás, manifestando así que retrocedieron en el camino de la virtud perdieron la fe que antes tenían, por el hecho de volverse. No procedieron así aquellos doce. Por lo cual Jesús les pregunta; ¿También vosotros queréis marcharos? Manifestó así que no necesitaba de su servicio y culto, y que no era esa la razón de llevarlos consigo. ¿Cómo podía tener necesidad de ellos el Señor que esto les decía?
Pero ¿Por qué no los alaba? ¿Por qué no los ensalza? Desde luego para conservar su dignidad de Maestro, y además para mostrar que así era como debían ser atraídos. Si los hubiera alabado, pensando ellos que le habían hecho algún favor, se habrían ensoberbecido; en cambio, con declarar que no los necesitaba, más los une consigo. Observa con cuánta prudencia ama. No les dijo: ¡Marchaos! pues hubiera sido propio de quien los rechazaba. Sino que les pregunta también vosotros queréis marcharos? Con esto suprimía toda violencia y coacción, y hacía que no se quedaran con Él por vergüenza, que incluso tomaran el quedarse como un favor. Con no acusarlos públicamente sino suavemente punzarlos, nos enseña
en qué forma conviene proceder en tales ocasiones. Pero nosotros procedemos al contrario, porque la mayor parte de las cosas las hacemos por nuestra gloria; y por esto pensamos que salimos perdiendo si se apartan de nosotros los siervos.
De modo que no los aduló ni tampoco los rechazó sino solamente les preguntó. No procedió como quien desprecia, sino como quien no quiere retenerlos por violencia y coacción. Permanecer con Él de este segundo modo hubiera equivalido a dejarlo. Y ¿qué hace Pedro? Dice: ¡Señor! ¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído que Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. ¿Ves cómo no fueron las palabras el motivo del escándalo, sino la desidia y pereza y perversidad de los oyentes? Aun cuando Cristo no les hubiera hecho ese discurso, ellos se habrían escandalizado y no habrían cesado de pedirle el alimento corporal y de continuar apegados a lo terreno.
Por el contrario, los doce oyeron lo mismo que los otros; pero como estaban con distinta disposición de ánimo, dijeron: ¿A quién iríamos?: palabras que declaran un grande afecto del alma. Significan que amaban al Maestro sobre todas las cosas, padres, madres, haberes; y que a quienes de Él se apartan no les queda a dónde acogerse. Y luego, para que no pareciera que ese: ¿A quién iríamos? lo habían dicho porque no habría quien los recibiera, al punto Pedro añadió: Tú tienes palabras de vida eterna. Los demás escuchaban de un modo carnal y a lo humano; pero ellos escuchaban espiritualmente y poniéndolo todo bajo la fe.
Por eso Cristo les decía: Las palabras que os he dicho son espíritu. Es decir, no penséis que mis enseñanzas están sujetas a lógica necesaria de las cosas humanas. No son así las cosas espirituales ni soportan que se las sujete a medidas terrenas. Es lo mismo que declara Pablo con estas palabras: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al Cielo? Se entiende para hacer descender a Cristo. O ¿quién bajará al abismo? Se entiende para hacer subir a Cristo de entre los muertos. Tú tienes palabras de vida eterna. Ya habían ellos aceptado la idea de la resurrección y todo lo demás. Pero advierte, te ruego, la caridad de Pedro para con sus hermanos, y cómo toma a su cargo todo el negocio del grupo. Porque no dijo: Yo conocí; sino: Nosotros conocimos. O mejor aún, advierte cómo penetra las palabras mismas del Maestro y habla de un modo distinto al de los judíos. Porque ellos decían: Este es hijo de José en cambio dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo; y también: Tú tienes palabras de vida eterna. Quizá lo dice porque muchas veces había oído a Cristo repetir: Quien cree en Mí tiene vida eterna.
Demuestra de este modo que va conservando en la memoria las palabras de Cristo, puesto que ya Él mismo las usa. ¿Qué hace Cristo? No alabó ni ensalzó a Pedro, como en otra ocasión lo hizo. Sino ¿qué dice?: ¿Acaso no os escogí yo a los doce? ¡Y uno de vosotros es un diablo! Puesto que Pedro había dicho: Nosotros hemos creído, Cristo exceptúa a Judas. En otra ocasión nada dijo Cristo acerca de sus discípulos habiendo Él preguntado: Pero vosotros ¿quién decís que soy yo? respondió Pedro: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Ahora, en cambio, como Pedro los englobó a todos y dijo: Nosotros hemos creído, justamente Cristo exceptuó del número a Judas. Y lo hace comenzando a revelar la perfidia del traidor con mucha antelación. Aunque sabía que nada le aprovechaba, sin embargo puso Él lo que de estaba de su parte.
Mira también su sabiduría. No lo descubrió, pero tampoco permitió que quedara del todo oculto, tanto para que no se tornara más imprudente y obstinado, como también para no pensar que quedaba oculto, más audazmente se atreviera a su crimen. Por esto en lo que sigue lo reprende más claramente. Pues primero lo mezcló con el grupo cuando dijo: algunos de entre vosotros que no creen, lo cual explica el evangelista diciendo: Porque desde el principio sabía bien Jesús quiénes eran los que no creían y quién era el que lo entregaría. Como Judas persistía en su incredulidad, más acremente punza diciendo: Uno de vosotros es un diablo; pero con el objeto de mantener a Judas aún oculto, aterroriza a todos.
Razonablemente se puede aquí preguntar por qué ahora los discípulos nada dicen, ni dudan, ni temen, ni se miran unos a otros ni preguntan: ¿Acaso soy yo, Señor? Tampoco hace Pedro señas a Juan para que pregunte al Maestro quién es el traidor. ¿Por qué esto? Fue porque Pedro aún no había escuchado aquella palabra: ¡Apártate de mí, Satanás! y por lo que aún mismo no temía. Pero después de que se le increpó y de haber él hablado con crecido afecto, no recibió alabanza alguna, sino que se le llamó Satanás, o sea, tropiezo. De modo que cuando escuchó aquella otra palabra: Uno de vosotros me va a entregar, entonces sí temió en su corazón. Por otra parte, en esta ocasión Jesús no dice: Uno de vosotros me va a entregar, sino: Uno de vosotros es un diablo. Así no comprendían lo que Él decía y pensaban que únicamente reprendía la perversidad en general.
San Juan Crisóstomo. Homilía LXVI, Ed. Tradición. México, 1981, pag.26-34
Guión Domingo XXI Tiempo Ordinario
25 de Agosto 2024
Entrada La fe nos introduce en el verdadero conocimiento, nos abre a la Verdad de Dios y por eso es fuente de certeza. Cristo en la Eucaristía manifiesta su Amor extremado y nosotros creemos en ese Amor.
Primera Lectura Los isrealitas reconocen en el Señor al Dios que los liberó y por eso están dispuestos a servirlo. Josué 24, 1-2a. 15–17. 18b
Segunda Lectura La Eucaristía es un misterio de Amor, ella realiza la unión entre Cristo y su Iglesia. Ef. 5, 21-33
Evangelio La fe es una opción libre, una decisión de seguir a Cristo y de entregarse a Él. Jn. 6, 60-69
Preces
Oremos hermanos al Padre de las Misericordias, de quien, por quien, y para quien son todas las cosas, e intercedamos en favor de la Iglesia y del mundo.
A cada intención respondemos…
+ Por el Santo Padre Francisco y sus intenciones, para que sus reiterados llamados a favor de la paz sean escuchados por todos los gobernantes y así busquen soluciones pacíficas a todos los conflictos. Oremos…
+ Por los pueblos que aún no han sido iluminados por la fe, para que conozcan a Cristo y lo confiesen como Hijo del Dios vivo. Oremos…
+ Por todos los cristianos para que sean conscientes de su vocación misionera en todos los ambientes y circunstancias. Oremos…
+ Por los matrimonios, para que descubran el hermoso misterio del que son signo y vivan en plenitud el amor recíproco a imagen de Cristo y su Iglesia. Oremos…
+ Por los seminaristas y diáconos del Instituto del Verbo Encarnado que se preparan para recibir el sacramento del Orden, para que vivan en conformidad a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Oremos.
Dios de todo consuelo, atiende bondadoso a nuestras peticiones para que podamos alegrarnos con tu misericordia, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio
Cristo Eucaristía es el sacrificio permanente ofrecido a Dios por la salvación del mundo.
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Este incienso se ofrece como signo de nuestra oblación diaria y de nuestra incesante oración.
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El pan y el vino que presentamos se transformarán en Cristo quien quiere hacernos partícipes de su vida inmortal.
Comunión “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.”
Salida María, la “Mujer Eucarística”, feliz por haber creído, alimenta nuestra fe en el gran don de la Eucaristía, para que recibamos los frutos de salvación.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
“Nosotros creemos…”
(Jn.6,69)
Defendía un joven en una tertulia los milagros ante un auditorio de incrédulos. Citó a Celso, a Juliano, a Porfirio, a Rouseau, a Voltaire, y a otros testigos nada sospechosos.
En vista de que no les convencía, cambió de táctica. En lugar de probar los misterios por los milagros, probó los milagros por los misterios.
- Al menos confesarán ustedes –dijo- que es muy difícil creer en nuestros dogmas.
- ¿Cómo muy difícil? –contestaron todos a una- ¡Imposible!
- Pues si es imposible –arguyó el joven- ahí tienen ustedes un milagro; ¡hay muchos que creen!
No supieron que contestar. Y tenía razón el joven. Cristo hizo el milagro de que se creyeran los misterios. Somos muchos los que nos ponemos delante de Él porque es la Verdad. Y esta verdad que nos hace libres en la tierra nos llevará al cielo.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 24)