Por MASSIMO GANDOLFINI
La religión verde: ¿reciclar los cadáveres, a los seres queridos fallecidos? «Son un excelente fertilizante». Palabra del British Medical Journal. Basta ya de cementerios y necrópolis: la sacralidad de la vida es un detalle; para la mentalidad nihilista, los cuerpos de los difuntos no son más que material de desecho que beneficia al medioambiente.
El tema no es en absoluto nuevo, pero ha vuelto a cobrar relevancia tras un reciente editorial de la prestigiosa revista médica internacional British Medical Journal, en el que se propone, por motivos ecológicos y siguiendo los cánones de la ideología verde, abandonar las prácticas tradicionales de sepultura o cremación de los difuntos en favor de prácticas de «compostaje» del cadáver.
¿De qué se trata? El compostaje es una técnica utilizada para transformar las sustancias orgánicas en «compost», un producto útil como fertilizante de la tierra. En la práctica, se trata de un método para degradar los desechos orgánicos —como restos de comida, residuos de jardín, cadáveres de animales— mediante un proceso de descomposición natural llevado a cabo por microorganismos (bacterias y hongos), con fermentación aeróbica. Las plantas de compostaje funcionan «imitando» la naturaleza, acelerando los procesos de degradación en dióxido de carbono, agua y materia orgánica estabilizada.
En la práctica, la propuesta es tratar a nuestros difuntos como «material orgánico» de desecho, utilizándolos como fertilizantes. Con el añadido de perseguir un noble objetivo de mayor respeto por el medioambiente: menos dióxido de carbono, nada de contaminación, menor consumo de madera (para ataúdes) y, por tanto, respeto por las plantas y los bosques, y uso racional del suelo. ¡Basta de cementerios!
Pero no podemos detenernos aquí. Ya aparece la propuesta de un tratamiento aún más «verde» y radical: la «acuamación», también llamada «biocremación en agua», utilizada ya en 1992 para eliminar los restos de animales infectados por la «enfermedad de las vacas locas». Consiste en una práctica de «reducción» del cadáver mediante inmersión en agua, en una máquina especial: el cuerpo se sumerge en una solución de agua e hidróxido de potasio, a más de 150 grados centígrados (hidrólisis alcalina), durante cuatro horas.
Al final, los tejidos blandos se licúan, mientras que los huesos —previamente triturados— pueden recogerse en una pequeña caja de cremación. La parte líquida se utiliza como fertilizante. Es bastante costoso —unos 6.000 dólares—, pero ya se trabaja para obtener un beneficio económico nada despreciable: utilizar el carbono producido para fabricar diamantes artificiales, ganándose la simpatía del cliente con un eslogan de gran impacto emocional: «¡un diamante es para siempre!».
Una vez más, nos encontramos ante prácticas hijas de una cultura nihilista y materialista, totalmente inmanente, que considera a la persona humana como un simple accidente biológico, además contaminante, que puede redimir y rehabilitar el sentido de la vida gracias a la destrucción y transformación del cuerpo en «compost-fertilizante». Ninguna trascendencia, ningún «más allá», nada ultraterreno, ninguna memoria frente a una tumba.
Solo queda la pobre «satisfacción» de haber hecho crecer un poco de hierba en un campo y haber alimentado a alguna vaca o cabra. ¡Qué tristeza! Un techo de cemento que oculta el cielo; vacío asfixiante y tinieblas insoportables, si pensamos en cómo cada cultura, en todo tiempo y lugar, ha considerado el rito fúnebre como un momento fundamental de la existencia humana, al punto de que, históricamente, hemos atribuido el nacimiento de la civilización a la construcción de las primeras necrópolis.
Estamos viviendo un verdadero y, por desgracia, trágico cambio de época, caracterizado por señales terriblemente preocupantes: la vida humana considerada como una mercancía, que se puede manipular a voluntad, hacer y deshacer, y el cuerpo no es más que una pesada carga de huesos y músculos de la que deshacerse cuando y como se quiera. Y pensar que el cuerpo es precisamente el instrumento a través del cual crece y se manifiesta la persona: es la condición necesaria y suficiente para que la persona exista y con ella el caleidoscopio de su existencia.
De ahí la dignidad del cuerpo —que no es idolatría del cuerpo, sin sexo y sin alma— que reclama respeto y dignidad. Estamos en pleno verano, en la víspera de la Fiesta de la Asunción de María al cielo, con el cuerpo; como con el cuerpo el Redentor resucitó y ascendió al cielo: nuestro cuerpo tiene una dignidad que nos trasciende y espera su plena realización en el cielo. ¡Con el cuerpo!