[Víctor in vínculis-www.religionenlibertad.com-14/11/2023]
Santa Misa en honor a los Mártires y Caídos en Paracuellos de Jarama, por el padre Elvio Celestino Fontana, IVE
El mes de noviembre ha sido siempre para toda la Iglesia el mes de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, hermanos nuestros muertos en fidelidad. Pero desde 2010 la Iglesia Universal ha elegido el día 6 de noviembre como día para conmemorar a los mártires españoles asesinados entre los años 1931 y 1939. No hay rincón de España que no esté santificado por la sangre de sus mejores hijos, sacrificados durante esos años que encierran la guerra civil.
Pero estamos en Madrid, más precisamente en Paracuellos de Jarama. Lugar martirial emblemático por excelencia, testigo incontestable de los martirios que se prolongaron desde la mañana del 7 de noviembre hasta el 4 de diciembre de 1936.
El 7 de noviembre, un día como hoy, fue testigo del inicio o intensificación de un doble Calvario. Primero y principalmente: el calvario de las largas filas de presos que son sacados por la mañana de la cárcel de Porlier, y por la tarde de la Modelo y San Antón y luego también de Ventas, casi sin interrupción durante todo ese mes. Más de 8.000 varones: padres, abuelos, hermanos, hijos, abogados, médicos, artistas, científicos, obreros, sacerdotes, seminaristas y novicios, muchos de ellos menores de edad que aceptaron la muerte perdonando y aclamando a Dios y a la Patria. Ellos son los mejores hijos de España y creemos firmemente que interceden ante Dios por esta su amada nación.
Pero existe un segundo calvario: el de sus esposas, madres e hijos. Ese mismo 7 y los días sucesivos, al acercarse a las cárceles o checas llevando algo de alimento o tal vez algún abrigo, recibe diversas respuestas, algunas evasivas, otras confusas, otras sarcásticas: –Ya no venga más; – Pueden llevarse sus abrigos, que donde ellos están ya no los necesitan…
Se corre la voz de las matanzas. Se repite el nombre de un paraje llamado Paracuellos de Jarama. De parte de las autoridades una negación sistemática, pero los familiares están cada vez más seguros que es éste el lugar del holocausto de sus esposos e hijos. Pero los madrileños están imposibilitados de moverse de sus casas. En ese estado, en esa agonía interior trascurren los tres largos años de la guerra, con el sufrimiento de ni siquiera poder dar cristiana sepulturas a sus muertos. Pero es un calvario redentor, pues el sufrimiento estaba unido a la voluntad de perdonar a los asesinos. Sabemos que muchos de los esposos y padres, al ser sacados de sus casas, se despedían de su familia encargándoles que perdonen a sus perseguidores. Verdadero y heroico martirio interior, del cual tenemos constancia por relatos directos de personas que están hoy presente entre nosotros, de que así lo encargaron sus padres y así lo cumplieron sus madres.
En 1939, terminada la guerra civil y reconquistada España, gracias a la ayuda Dios y al coraje de sus verdaderos hijos, comenzaron a acercarse a este paraje distante 17 km de Madrid, andando -tal era la pobreza del momento-, mujeres y niños vestidos de luto y pueden confirmar con sus propios ojos lo que en sus pensamientos y oraciones sabían desde hacía tiempo.
He elegido el evangelio de Lázaro, Marta y María, porque estas dos hermanas expresan en dos frases los dos sentimientos que latían en el corazón de las madres y viudas de nuestros caídos. Dios quiso que quedara constancia en el Evangelio de la delicada pero punzante queja de Marta y María: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Pero inmediatamente se recuperan del dolor humano y exclaman con fe: “Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará… Y yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero”.
Así se comportaron vuestras madres. Vestidas de luto, de duelo, de dolor, llorando al recoger tal vez pertenencias, recuerdos o reliquias… y luego cubriendo lo más dignamente posible los restos de sus familiares. Pero sabemos fehacientemente que también con sus propias manos llevaron piedras al cerro que se levanta a nuestras espaldas e hicieron esa primera gran Cruz que desde entonces preside y bendice nuestro Campo Santo y bendice también a toda España. Hecha por vuestras madres, esposas de mártires, esposas de sangre, según la bella expresión de las Sagradas Escrituras. Testimonio de que “la fe vence al mundo”. Y luego, descendiendo, esparcían rosas sobre las sepulturas, en todo el perímetro de las fosas, testimoniando que “el amor es más fuerte que la muerte”.
Esto sucedió en 1939 y se siguió repitiendo hasta el día de hoy. Lo he visto con mis propios ojos el pasado 1 de noviembre: allí, al inicio de la Fosa 5, un joven matrimonio daba rosas a sus dos hijitos que, quizás sin entender del todo el significado de su acción, las colocaban al lado de las cruces que rodeaban aquella que llevaba el nombre de sus muertos.
Y esto es lo que conmemoramos hoy. Queridos miembros de la hermandad Nuestra Señora de los Mártires. Esta es vuestra Misa, la del 7 de noviembre, siempre la habéis encargado este día. Esta es vuestra Iglesia; estas son vuestras cruces; este es vuestro Campo Santo. Aquí dais cumplimiento, como en otras ocasiones, pero hoy en especial al sagrado deber asumido en la hermandad y rubricado por el lema que os une: “Españoles. Perdonad, pero no olvidéis”.
Un doble sagrado deber que debe ser vivido en sus dos dimensiones, que son inseparables.
Un “recuerdo” sin “perdón” engendra dolor, odio y deseos de venganza. Es lo que estamos escuchando en los discursos de aquellos que hoy tienen acceso a los micrófonos.
Un “perdón” sin “memoria” es una palabra vacía; es una quimera; es una falsía; es una cobardía con máscara filantrópica.
Cristo no dijo “perdonad” y basta. Dijo: perdonad a vuestros “enemigos”. No dijo simplemente “amad” … sino “amad a los que os odian”; no dijo “bendecid…” sino “bendecid a los que os maldicen”. Es ahí, ante quienes se comportan como enemigos, ante quienes nos están quitando las cosas más sagradas y la misma vida, es ahí donde se manifiesta el verdadero amor y el verdadero perdón. Don Pedro Muñoz Seca lo expresó en sus últimos momentos con la clase y el estilo que lo caracterizaba: – Perdónenos, Don Pedro, le dice uno del pelotón; – Yo ya os he perdonado, pero me parece que ustedes no me quieren mucho, les responde haciéndoles notar la injusticia que le estaban infligiendo.
Porque somos cristianos “perdonamos” sabiendo bien claramente “quienes son nuestros enemigos”. Porque somos cristianos “conmemoramos” a nuestros caídos, pero al mismo tiempo “recordamos” todas las injustas y crueles acciones con que los trataron hasta asesinarlos, y “perdonamos” con el mismo perdón con el que nuestros mártires los perdonaron.
Los historiadores “recuerdan”; los cristianos “conmemoramos”.
Los historiadores dejan constancia en sus libros; los cristianos asentamos testimonio en nuestra conducta. Cristo ordenó a sus discípulos: “Haced esto en conmemoración mía”.
La conmemoración es más que un recuerdo, que una mera memoria. Es una co-memoria; es “con-memorar”; es hacer algo “con-memoria” de otra realidad que evoco en este momento. Hago algo, hago esto, me comporto de este modo, porque lo hago “con-memorando” lo que otros hicieron antes que yo. Respeto a mi patria, porque mis mártires la respetaron. Cumplo con mi trabajo, como ellos cumplieron; amo a mis padres, esposa e hijos, porque así lo hicieron ellos; rezo… imploro… pido perdón… como ellos lo hicieron en sus días de cárcel; perdono… como ellos perdonaron a sus verdugos. Ellos me enseñan quienes son nuestros enemigos, al tiempo que me enseñan a perdonarlos. De ellos saco ejemplo y saco fuerzas.
Los enemigos de siempre, los enemigos de todo lo humano, saben bien la fuerza correctora que tiene la memoria de un pueblo, por eso históricamente, luego de eliminar a sus adversarios, siempre han impuesto la “damnatio memoriae” de los muertos, han intentado cancelar con leyes el recuerdo de pueblos. Estos comportamientos no hacen más que poner en evidencia la suciedad de sus conciencias. Pero tal vez sea aún más triste ver otras personas, incluso familiares y amigos, que os piden que olvidéis el pasado, como si fuese algo enfermizo o meramente melancólico. ¡Que poco os entienden! Lo vuestro y nuestro no tiene que ver con el pasado sino con lo eterno, con lo heroico, con lo divino. Estando cerca de nuestros caídos estamos cerca de Dios y tocamos lo más profundo del alma española.
Por eso, queridos hermanos, demos gracias a Dios que nos ha elegido y confiado esta misión de conservar este especial “depósito de la fe”, parafraseando a San Pablo.
Demos gracias a la Hermandad, a los ya fallecidos y a los que actualmente la conforman, especialmente a los que la dirigen y sobre quienes recae la grave y honrosa responsabilidad de guardar con sabiduría y coraje, en tiempos muy difíciles, la dignidad de este lugar santo.
Y suplicamos a nuestros beatos y a todos nuestros caídos que salven a España de esta ola de apostasía y claudicación que la está invadiendo. Y digo “invadiendo”, como en décadas pasadas, pues el alma española no es así, España no es apóstata, España se construyó como tal por su vocación cristiana a condición de que sea cristiana… o simplemente -como fue claramente afirmado- “será cristiana o no será”.