El tiempo del Adviento nos presenta, frecuentemente, evangelios donde realiza su aparición el llamado ‘Precursor’ de Jesús, Juan el Bautista. La figura del Bautista aparece
Dios nos da nuevamente la oportunidad de vivir el Adviento, como lo vivían los santos, de poder recibir todas las gracias que desde toda la
la corona de adviento está compuesta por cuatro velas con ramas vegetales, que se van encendiendo, una a una, en las cuatro semanas que preceden
Sabía bien ésta Señora, por inspiración divina, y también porque estaba bien penetrada de la profecía de Miqueas, que en Belén había de nacer el Divino Infante.
Unámonos también nosotros, y acompañemos al Rey del cielo con María y José: a este Rey, que va a nacer en una cueva, y hacer su primera entrada en el mundo, de niño, pero niño el más pobre y abandonado que jamás ha nacido entre los hombres, y pidamos a Jesús, María y José, que por el mérito de las penas padecidas en este viaje nos acompañen en el que estamos haciendo a la eternidad.
Más en el nacimiento del Redentor se dejó ver a las claras este amor divino, apareciendo a los hombres el Verbo eterno, niño, recostado sobre el heno, que gemía y temblaba de frío, comenzando ya de esta manera a satisfacer por nosotros las penas que merecíamos, y dando así mismo a conocer el afecto que nos tenía, con dar por nosotros la vida.
¿Y cómo queréis que yo no gima, cuando veo que el amor no es amado? Veo a un Dios casi fuera de sí por amor del hombre, y al hombre tan ingrato a este Dios.
Nosotros, aunque hasta aquí nos hayamos unido a estos ingratos, ¿querremos seguir en ser siempre tales? No, que no se merece esto aquel amable Niño que ha venido del cielo a padecer y morir por nosotros, para hacerse amar de nosotros.
Fue para el Redentor el vientre de María cárcel voluntaria, porque fue prisión de amor; más por otra parte no fue injusta.
Era a la verdad inocente, pero se había ya ofrecido a pagar nuestras deudas, y a satisfacer por nuestros delitos.
Amemos a un Dios que tanto ha padecido por nosotros. Pongámonos delante las penas del corazón de Jesús sufridas desde niño por nosotros; y de esta manera no podremos amar otro que este corazón, el cual tanto nos ha amado.
El eterno Padre quiso que su Hijo encarnado, destinado por víctima de nuestros pecados a su Divina Justicia, padeciese con mucha anticipación todas las penas a que debía sujetarse en su vida y en su muerte. Jesucristo padeció más, padeció siempre con un corazón lleno de tristeza, y todo lo acepto por amor a nosotros
Ir a descargar Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. Is. 6,9 Parvulus enim natus est nobis, et filius datus est
El P. Carlos D. Pereira es sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado, al cual ingresó desde su fundación, en 1984. Fue ordenado sacerdote el 8 de diciembre de 1990. Es licenciado en Exegesis de Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma (1995) y doctor en Teología Bíblica por la Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino de la misma ciudad (2004).