El liberalismo histórico y el campo católico

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Presentaremos el origen etimológico, la evolución de las formas históricas del liberalismo, la influencia ‘formal’ en el campo católico (social, política, teológica), y aplicaciones prácticas en base a un caso y a una situación puntual, sin pretender analizar el tema de modo exhaustivo.

  1. Etimología e introducción histórica

            Liberal proviene etimológicamente del latín liber (libre), y como expresión de un sujeto personal que posee el atributo de la libertad, no puede estar en contradicción con ninguna doctrina o sistema que promocione los legítimos derechos del ser humano, ni tampoco con la doctrina cristiana tal como se desprende del Evangelio. Solamente que el término liberal y su abstracción: liberalismo, han conseguido tener significados y matices distintos según los diversos contextos históricos.

1 – Aspecto histórico del liberalismo:

Hasta el siglo XVIII aproximadamente, con un cierto ápice durante los siglos de la Escolástica y el posterior Renacimiento, liberal significaba principalmente la “condición del hombre libre”, proyectándose dicho significado a las actividades del hombre en las que este desarrollaba libremente su ingenio y creatividad, a menudo sin una obligación laboral; así se hablaba de artes o profesiones liberales. Después pasó también a aplicarse a las cualidades del intelecto o de carácter de quien podía considerarse una persona de cierta posición social, debido a su riqueza, educación o incluso por sobresalir en ciertas virtudes, como el que es intelectualmente independiente, dotado de una mentalidad amplia, magnánimo, franco, abierto, etc. Bajo ese mismo punto de vista, también se extendió su significado a los sistemas o tendencias opuestos a la centralización o absolutismo. Este segundo significado es más ‘formal’ y menos filosófico o profundo que el primero, pero aun así se encuadra en la dimensión de la naturaleza humana y es compatible con la enseñanza cristiana y con la doctrina católica.

Revolución francesa de 1789

A partir de fines del siglo XVIII, el término ha sido aplicado cada vez más a ciertas tendencias en la vida intelectual, religiosa, política y económica, que implicaban una parcial o total emancipación del hombre respecto al orden sobrenatural, moral y doctrinal. La Revolución francesa de 1789 y sus manifestaciones escritas, son consideradas como la Carta Magna de esta nueva forma de liberalismo. Fundamentalmente, el liberalismo filosófico se basa en una supuesta autonomía del hombre ante Dios y ante la ley moral objetiva como norma última de conducta. Este liberalismo, condenado ya por la encíclica Mirari vos del Papa Gregorio XVI,[1] por Pío IX y otros pontífices con posterioridad, es aún nuevamente rechazado por Pablo VI en la “Octogesima adveniens”.[2] Un principio fundamental de dicho liberalismo filosófico es la proposición: “Son contrarias al derecho, libertad y dignidad naturales, innatos, e inalienables de sujetarse por uno mismo a una autoridad, cualquier principio, regla, medida o sanción que no estén dentro uno mismo”. Así enunciado, dicho principio implica la negación de toda verdadera autoridad, porque la autoridad necesariamente presupone un poder que está fuera y sobre el hombre y que lo vincula moralmente. Dicha ideología ya se había forjado incluso antes de la Revolución francesa, en los salones de la misma nobleza de dicha nación durante el siglo XVIII y fuera de ella, con filósofos como Locke y Hume en Inglaterra, Rousseau, Montesquieu y los Enciclopedistas en Francia; y por Lessing y Kant en Alemania. Se puso de moda en numerosas oportunidades durante los siglos XIX y XX; a finales de dicho siglo y comienzos del XXI bajo la forma del llamado neoliberalismo por una parte y por todas las ideologías así llamadas progresistas por el otro, bajo ideologías como la del gendermoderno feminismo, diversos movimientos antisistema o contra las instituciones naturales (como el matrimonio), etc.

2 – El liberalismo en campo católico:

F Robert de Lammenais

En el campo católico, el liberalismo penetró siguiendo dos vertientes. A principios del siglo XIX (1828), surgió la vertiente más política de Lamennais (seguida por Lacordaire, Montalembert, Dupanloup), que se dio en llamar propiamente cristianismo liberal socialismo cristiano.[3] Hacia fines del siglo XIX, este pensamiento evoluciona hacia una perspectiva más teológica que recibió el nombre de modernismo, que hundía sus raíces en corrientes heréticas como el Jansenismo y el Josefinismo, y que recibió un buen influjo de teología heterodoxa protestante (de hecho, fue en ambiente protestante donde se desarrolló primero). El modernismo tiende a ciertas reformas de la doctrina eclesiástica y de la disciplina de acuerdo con la teoría anti-eclesiástica protestante liberal y a la “ciencia e ilustración” atea preponderante en dicho tiempo. El Modernismo fue oficialmente condenado por San Pío X en la Pascendi domini gregis.[4] En general, defiende una amplitud en la interpretación de los dogmas, descuido u omisión de los decretos disciplinares y doctrinales de las Congregaciones Romanas, a los cuales critica abiertamente, simpatía hacia el Estado aun en sus decretos contra la libertad de la familia y de los individuos para el libre ejercicio de la religión. De más está decir, para los que conocen la realidad eclesial, que el modernismo se continuó – y se continúa – en el progresismo católico, que posee varias vertientes (teológico, pastoral, litúrgico), caracterizándose por poseer los mismos principios que el modernismo, formulados a menudo menos explícitamente, presentando un carácter más difuso, aunque también colocándose a veces una máscara revolucionaria o de reivindicaciones de presuntos derechos contra la discriminación de cualquier tipo, o reivindicaciones feministas, etc. El progresismo teológico propiamente dicho es como una “herejía inmanente”, o sea que busca quedarse o enquistarse dentro de la Iglesia sin salir de su estructura, en parte porque sabe que así logra ser más eficiente en su tarea demoledora.

En segundo lugar, y compartiendo en mayor o menor grado estas variantes progresistas, el catolicismo liberal moderno, a nivel político – social, se considera heredero del filósofo cristiano francés Jacques Maritain (1882 – 1973), quien esbozó la idea del humanismo cristiano, y fue un fiel defensor de los sistemas democráticos basados en la participación popular, la libertad ideológica, de culto, y de los derechos humanos en tanto se arraiguen en la ley natural. Su distinción entre dos dimensiones del ser humano, la de individuo (por el hecho de su ser material, que se consagra a la sociedad), y la de persona (por ser espiritual, y se debe a Dios) le acarreó muchas críticas. Si bien Maritain defenderá que no se trata de dos realidades, sino de dos aspectos de un mismo ser, su formulación no es clara, y de hecho las consecuencias de sus ideas van en sentido contrario al que cree defender, puesto que sanciona dos disciplinas y ‘modus vivendi’ diferentes – incluso antagónicos – para el mismo ser humano.[5] Sus ideas fueron incorporadas por muchos de los partidos políticos agrupados bajo el nombre deDemocracia cristiana, y fueron en gran parte responsables de la pérdida de identidad y de su distanciamiento de la doctrina católica de dichos movimientos políticos, especialmente en la Europa de la posguerra.

Según algunos autores, el Concilio Vaticano II trajo una total renovación y cambio en el pensamiento de la Iglesia, sobre todo en aquellos temas relacionados con las relaciones entre la Iglesia y el mundo, a partir sobre todo de la Constitución pastoral Gaudium et Spes y otros documentos. El tema ha sido objeto de grandes controversias. Los sectores más tradicionalistas, representados en primer lugar por la Fraternidad San Pío X (el movimiento fundado por Monseñor Lefebvre en plena disidencia con la Santa Sede), sostienen como una de sus principales banderas el cambio de doctrina por parte de la sede romana, y por ende, lo que ellos llaman abandono de la doctrina tradicional de la Iglesia.[6] Grandes intelectuales católicos han sostenido lo contrario, y lo han demostrado con profundos y demoledores ensayos,[7] e incluso fue afirmado de modo categórico por la misma Congregación para la doctrina de la Fe.[8]

3 – El neoliberalismo económico y social:

Retornando concretamente al argumento del liberalismo, existen autores que piensan que ha habido también un cambio de doctrina y que las viejas condenas de Gregorio XVI (1831-46) y de Pío IX (1846-78), así como las condenas del Syllabus de 1864 son “un capítulo incómodo de la historia, que los católicos no deberíamos tener derecho a escamotear”.[9] Muchos argumentan también citando varios discursos de Benedicto XVI, como aquel dedicado al presidente de la nación italiana con ocasión de la fiesta patria,[10] o la carta al senador católico Marcelo Pera.[11]Personalmente, creo que todos esos ‘elogios’ de Benedicto XVI a revoluciones históricas (como la de la unidad italiana) o al liberalismo, son más bien de carácter accidental. Elogia ciertos aspectos – accidentales por cierto – de dichos procesos. En concreto, a Marcelo Pera lo felicita por su pensamiento sobre que el liberalismo se destruye a si mismo si deja de lado su verdadero fundamento, que es la relación con Dios, pues es lo que funda el don de la libertad, por el cual el hombre se constituye en imagen de Dios, y que además, el liberalismo, para ser fiel a sí mismo, debe referirse a la ‘doctrina del bien’, en particular a la doctrina cristiana. Nosotros creemos que no hay contradicción entre dichos elogios y la doctrina tradicional; es más, creemos que quizás sea el pensamiento del doctor Pera el que presenta cierta confusión de los términos, pues para el senador, el verdadero liberalismo representa la idea clásica, por la cual se subraya el don de la libertad del ser humano como una de las características más notables del mismo, mientras que para el pensamiento católico tradicional, el liberalismo es juzgado tal como se presentó modernamente, que más allá de sus múltiples variantes, consistió en una “concepción de la libertad humana que la aparta de la obediencia de la verdad y, por tanto, también del deber de respetar los derechos de los demás hombres, transformando la libertad en afianzamiento ilimitado del propio interés”.[12]

Santo Padre San Juan Pablo II

Bajando en concreto a la realidad económica, incluida la social y laboral, es verdad que ha tenido lugar un cierto reconocimiento de los avances en los modernos sistemas económicos basados en una cierta ‘liberalidad’, por ejemplo, del mercado y sus relaciones, pero siempre marcando bien los límites de este nuevo liberalismo, que se presenta más como movimiento histórico que como ideología. La gran encíclica sobre el trabajo de S.S. Juan Pablo II, hacía recordar, por ejemplo, la “primacía del trabajo sobre el capital y promovía la participación, no solamente del beneficio, sino también del poder de la empresa”.[13] En su encíclica quizás más importante sobre la Doctrina social de la Iglesia, el Santo Pontífice matizaba ciertas afirmaciones incluso acerca de la influencia del mercado en las relaciones económicas: «Da la impresión que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades». Aunque advertía, a continuación: «Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son “solventables”, con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son “vendibles”, esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado…»[14] Los límites parecen precisos: Ciertas prácticas modernas de la economía pueden ordenarse al bien común de distintas maneras, aunque hayan tenido su origen en doctrinas liberales. El problema está en que hay que saber marcar bien sus límites. Apenas invadan otros campos donde no tienen poder de regulación (como el de las relaciones humanas, el cultural, el social o político, el de la familia), o en cuanto no se liberen del bagaje ideológico de fondo del liberalismo, sea a nivel cultural o antropológico, dichas prácticas seguirán siendo nocivas y antinaturales, aunque sus defensores aseguren que dichos sistemas son los que mejor se ordenan hacia el Bien Común y que coinciden plenamente con lo que la Iglesia enseñó siempre como su Doctrina social.[15]

  1. La influencia liberal en el catolicismo práctico

Nuestra intención, no obstante lo referido, no era brindar un panorama histórico del liberalismo y de su influencia en el cristianismo, y en el catolicismo en particular, sino tratar de arrojar algo de luz sobre como dicha influencia se ha manifestado muy nefasta, a la hora de querer proteger o reforzar la conciencia doctrinal y social de los fieles católicos. Para probarlo se podrían seguir varios caminos. Elegimos uno basado sobre todo en los avatares concretos de la vida cotidiana, que suelen ser vividos por el cristiano común.

La primera consideración que podemos hacer, es que el católico liberal se reconoce, en el fondo, por su mentalidad relativista, que en algún momento se manifiesta abiertamente, salvo que se produzca una conversión profunda en su vida. El liberal católico puede haber recibido principios religiosos y naturales muy buenos y sólidos, pero no los ha sabido “encarnar”, hacer suyos y sobre todo, no ha sabido comprender el valor perenne e inamovible que poseen.

Gianna Jessen, sobreviviente a un aborto provocado y conferencista pro – life

Un ejemplo concreto lo tenemos en los debates sobre la posible aplicación de la ley de aborto (que han tenido lugar en 2018 en Argentina, en concreto). El relativista comienza convencido de sus argumentos, para poco a poco ir cediendo a los argumentos de los contrarios, que son por lo general de carácter revolucionario, exagerados y además ‘accidentales’, lo que significa que se basan en casos concretos extremos para tratar de cambiar una ley universal. La bandera clásica de los abortistas es la conocida como ‘pro – choice’ (inclinarse por la elección de la mujer de si quiere completar su embarazo o no), argumentando aquí que la mujer posee libre disposición sobre lo que hacer con su cuerpo. El sofisma es evidente: Una cosa es el cuerpo de la mujer y otra la creatura ya gestada en su útero, que es una vida y una persona independiente. Ante tal evidencia, los abortistas muchas veces aventuran un segundo paso, y es allí donde el católico liberal suele flaquear: Los abortos voluntarios existen, por mal mayor que sean, no se van a eliminar, y es preferible que sean legales pues los clandestinos ofrecen muchos riesgos para la salud de la madre y para el bebé, y además mantienen a las personas en la ilegalidad. El católico liberal puede fácilmente pensar que es mejor la legalización de dicha práctica, constituyendo así un mal menor. No advierte, sin embargo, que el razonamiento es también engañoso: Hay muchos males que existen, pero legalizarlos es siempre peor, porque significa reconocer como legal algo que es intrínsecamente malo, en este caso, quitar la vida a una creatura inocente. En el caso concreto del aborto, además, todas las experiencias conocidas muestran que dicha práctica tiende a aumentar exponencialmente una vez que se legaliza, con lo cual el argumento: “Habrá abortos, de todos modos”, deja de ser verdadero y proporcionado, porque legalizarlo significa que existirán muchos más, y que encima se los fomentará.[16] Otra persona me decía: “No soy partidario del aborto, pero ¿qué derecho tengo de imponer esa idea a los que sí lo son?” El sofisma de este razonamiento es evidente, si se lo analiza al menos un poco. Si el aborto no era legal en una sociedad hasta un cierto momento, no es ninguna imposición el pretender que no lo sea en adelante, pues no se trata más que de prolongar la situación existente sin modificarla. Sí es una imposición, en cambio, imponer una ley de aborto legal donde esta no existía, y sabemos cómo dichas leyes van seguramente acompañada de imposiciones de penas coactivas para los que se nieguen a ejecutarla (personal médico, consultores, instrumentistas, etc.). Sin embargo, el católico liberal se deja fácilmente engañar por dicho sofisma, porque en el fondo no posee un pensamiento unificado, con profundidad metafísica. Su idea es más bien una opinión. Si las circunstancias cambiaran, también él podría cambiar la suya, incluso en temas tan cruciales como el que hemos tocado.

Un segundo aspecto propio del católico liberal lo constituye su tremendo complejo de inferioridad respecto a la cultura moderna, y en especial respecto a las ‘modas’ que van surgiendo como producto de dicha cultura, sobre todo si se presentan como modas revolucionarias. En ese sentido, el liberal católico siempre trabajó y trabaja para el revolucionario, aunque lo ignore y aunque crea que no es así. Los partidos políticos liberales y democristianos en Europa, por ejemplo, le abrieron las puertas a los socialistas democráticos y después a todos los partidos ideológicamente más radicalizados. Si ahora pasamos al tema del aborto, el católico liberal teme que se le acuse de confesionalidad si defiende la vida humana. En todos los movimientos pro life actuales, muchos de los cuales han cobrado mucha fuerza incluso en países en donde el aborto se encuentra legalizado desde hace tiempo, existen militantes y dirigentes que obedecen a confesiones religiosas diversas, los hay incluso no cristianos (como budistas, musulmanes y judíos) y hasta no creyentes, agnósticos y ateos. Esto es una realidad universalmente conocida y fácilmente comprobable, hasta por Internet.[17] Sin embargo, los movimientos abortistas continúan insistiendo que la oposición al aborto es un tema confesional, que es una intromisión de una creencia personal en un tema público, y el católico liberal medio lo cree, aunque la evidencia científica se presenta totalmente en sentido contrario. Lo que se busca con tal persecución, en el fondo, es deslegitimizar al creyente, sobre todo al católico, e impedirle toda manifestación pública de su Fe. El católico liberal, por lo general, termina creyendo que es mejor no llevar a cabo ninguna manifestación pública de su condición de católico, y es ese uno de los factores que han contribuido, en los últimos cincuenta años, a que el catolicismo perdiera gravitación en las sociedades y ambientes culturales de los países occidentales. Este complejo de inferioridad trabaja también subrepticiamente, haciendo creer a los que custodian valores tradicionales o normales que son anticuados y que no entienden a las generaciones jóvenes. En lugar de desnudar la falacia, el católico o cristiano liberal se desespera por poder alcanzar los que otros consideran o llaman modernización, traspasando incluso el límite de lo permitido o del absurdo. Si lo traspasa, su traspié le será echado en cara hasta por sus mismos enemigos, quienes además lo tildarán de hipócrita, porque se manifiesta partidario de valores que luego no cumple. Todo esto aumenta y refuerza su gran complejo, ya de por sí importante.[18]

  1. Conclusión

San Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla (398-404)

Podríamos ahondar más en el tema, aunque creemos que con lo ya expuesto es suficiente. Si hay una religión que exige coherencia de pensamiento y de vida, esa es la cristiana, y en concreto la católica. Cualquier mínima incoherencia de vida supone ya una merma en el ideal cristiano. Es verdad que es imposible seguir el ejemplo de Jesucristo con la perfección con que Él lo vivió, pero sí es posible seguirlo según la vocación de cada uno, seguirlo rehaciéndose de los errores y a pesar de los mismos errores. Es la única manera. Lo que nunca será lícito hacer es renunciar o tratar de cambiar el ideal de máxima, tratar de modificar la norma de conducta que tiene que servir de patrón, o la moral que es ante todo una norma objetiva de conducta. El católico verdadero, si quiere ser coherente, lo será en todos los campos, tanto privados como públicos. Una claudicación en cualquiera de ellos puede pagarse muy caro, y acarreará perjuicios para los demás, seguramente escándalo y muchas veces algo más. Como nunca se aplicarán estas bellas frases de San Juan Crisóstomo en una de sus Homilías sobre el evangelio de San Mateo: «Si no estáis dispuestos a tales cosas [vgb; las persecuciones], en vano habéis sido elegidos. Lo que hay que temer no es el mal que digan contra vosotros, sino la simulación de vuestra parte; entonces sí que perderíais vuestro sabor y seríais pisoteados [como la sal que pierde su sabor (cfr. Mt 5, 3-4)]. Pero si no cejáis en presentar el mensaje con toda su austeridad, si después oís hablar mal de vosotros, alegraos. Porque lo propio de la sal es morder y escocer a los que llevan una vida de molicie. Estas maledicencias son inevitables y en nada os perjudicarán, antes serán prueba de vuestra firmeza. Mas si, por temor a ellas, cedéis en la vehemencia conveniente, peor será vuestro sufrimiento, ya que entonces todos hablarán mal de vosotros y todos os despreciarán; en esto consiste el ser pisoteado por la gente».[19]

Es responsabilidad de cada cristiano y en particular de cada católico, la de buscar de permanecer coherente. La ayuda de lo alto no le faltará, pues nunca falta, pero le demandará su libre colaboración. Hagamos votos para que cada uno de nosotros sepa colaborar con aquello que Dios lo pide, incluso con el sacrificio heroico si fuera el caso, porque para la heroicidad hemos sido llamados a ser cristianos. Que así sea.

 

R. P. Carlos Pereira, IVE

[1] Cfr. P.P. Gregorio XVI, Encíclica Mirari vos (Sobre los errores modernos), Roma [15/8/1832] (https://w2.vatican.va/content/gregorius-xvi/it/documents/encyclica-mirari-vos-15-augusti-1832.html)

[2] “El liberalismo filosófico (o ideología liberal) es un su raíz misma, una afirmación errónea de la autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, el ejercicio de su libertad” (Cfr. P.P. Pablo VI, Octogesima adveniens (en ocasión del 80° aniversario de la Rerum Novarum), Vaticano [14/5/1971], n. 35). El Pontífice lo enmarca dentro de lo que llama la “renovación de la ideología liberal”, por la cual en nombre de la eficiencia económica, o para defender al individuo contra el poder de las organizaciones o contra el totalitarismo del estado, se idealiza el liberalismo sin someterlo a discernimiento alguno.

[3] Condenado en la ya mencionada Mirari vos (1832) de Gregorio XVI, y en la Singulari nos, del mismo Pontífice.

[4] Cfr. San P.P. Pío X, Pascendi domini gregis: Sobre las doctrinas de los modernistas (http://w2.vatican.va/content/pius-x/es/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_19070908_pascendi-dominici-gregis.html) [8/9/1907]; también: Congregación para la doctrina de la Fe, Decreto Lamentabili sane exitu [3/7/1907].

[5] El mejor trabajo de crítica de la distinción de individuo y persona realizada por J. Maritain lo realiza un sacerdote argentino, gran intelectual y hombre de acción, poco reconocido y hasta perseguido fuera y dentro de la Iglesia. Nos referimos a: Julio Meinvielle, Crítica de la Concepción de Maritain sobre la Persona Humana, Ed. Nuestro Tiempo, Buenos Aires 1948. Puede descargarse en: http://www.juliomeinvielle.org/2017/12/10/critica-concepcion-maritain-persona-humana/.

[6] «No es solamente que cambie la forma del discurso; es su fondo y su sustancia, sobre el punto preciso que compromete los principios de la fe católica con respecto al pensamiento moderno» (Cfr. El problema planteado por un nuevo Magisterio [artículo editorial en https://fsspx.org/es/magisterio]).

[7] Acerca por ejemplo del argumento de la libertad religiosa: Cfr. J. Meinvielle, La Declaración Conciliar sobre Libertad Religiosa y la doctrina tradicional: «Pareciera que la nueva Declaración conciliar de Vaticano II modificara la doctrina católica tradicional sobre la materia. Esto debe ser firmemente excluido y rechazado porque lo excluye y lo rechaza la misma Declaración en su parte introductoria»: (https://archive.org/stream/MeinvielleJulioLaDeclaracinConciliarSobreLaLibertadReligiosaYLaDoctrinaTradicional/Meinvielle,%20Julio%20-La%20declaraci%C3%B3n%20conciliar%20sobre%20la%20libertad%20religiosa%20y%20la%20doctrina%20tradicional_djvu.txt).

[8] Cfr. Congregación para la doctrina de la Fe, Respuestas a algunas preguntas de ciertos aspectos de la doctrina de la Iglesia [29/6/2007] (http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc_20070629_responsa-quaestiones_sp.html).

[9] Cfr. F. J. Contreras, Liberalismo, catolicismo y ley natural, Encuentro 2013 (cfr. comentario en: http://www.outono.net/elentir/2013/11/15/liberalismo-catolicismo-y-ley-natural-el-manual-para-la-resistencia-al-progresismo/).

[10] Cfr. PP. Benedicto XVI, Mensaje con ocasión del 150º aniversario de la unificación política de Italia [17/3/2011] (http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/letters/2011/documents/hf_ben-xvi_let_20110317_150-unita.html).

[11] Cfr. PP. Benedicto XVI, Carta al senador Marcello Pera sobre las bases del liberalismo, Castel Gandolfo, 4/9/2008, que fue incorporada como prólogo a: M. Pera, Perché dobbiamo dirci cristiani. Il liberalismo, l’Europa, l’etica, Mondadori, Milano 2008 (https://es.zenit.org/articles/carta-del-papa-a-marcello-pera-sobre-las-bases-del-liberalismo/).

[12] Cfr. D. Iglesias, El liberalismo según Juan Pablo II (http://www.infocatolica.com/blog/razones.php/1201231102-el-liberalismo-segun-juan-pab).

[13] Cfr. P.P. San Juan Pablo II, Laborem Exercens [14/9/1981], nn. 13-14; donde prevenía contra la ideología del ‘economismo’ y del ‘rígido capitalismo’, que privilegiaban el valor del dinero o del capital en desmedro del trabajo humano (http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091981_laborem-exercens.html).

[14] Cfr. P.P. San Juan Pablo II, Centessimus Annus [1/5/1991], n. 34 (http://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_01051991_centesimus-annus.html).

[15] Como defensor del liberalismo moderno y su relación con la enseñanza católica; ver comentario de R. Termes, Doctrina social de la Iglesia y liberalismo: ¿antagonismo o malentendido?(http://www.liberalismo.org/articulo/8/15/doctrina/social/iglesia/liberalismo/antagonismo/).

[16] Los abortistas giran el argumento afirmando que se trata de un problema de salud pública. Aunque los abortos clandestinos influyan en alguna medida en dicho problema, el verdadero tema de salud pública aparece después, porque en todos los casos, los abortos legales tienden a multiplicarse, y a crear problemas de condiciones hospitalarias, de lugares y profesionales disponibles, presupuestarios, y en definitiva, de decadencia demográfica de la población, lo cual influye en la salud pública y hasta en la misma actividad económica de un país o región.

[17] Cfr. por ejemplo: http://www.forumlibertas.com/hemeroteca/atea-de-remate-y-provida-los-abortistas-usan-argumentos-religiosos-cuando-les-conviene/ y https://es.aleteia.org/2014/08/09/soy-completamente-atea-y-estoy-en-contra-del-aborto/

[18] En algún caso, he llegado a escuchar: “¡Para que luchar, si igualmente el mal va a ganar!” Esa frase no es sólo la expresión de un estado depresivo. El católico liberal o burgués no razona según principios metafísicos, porque no los tiene o nunca estuvo convencido de ellos, sino que lo hace según estados de ánimo, impresiones, o apariencia exterior (que es lo que el enemigo busca promover). Concluye erróneamente y se convence de ello, aun cuando intuya la barbaridad de su afirmación.

[19] Cfr. S. J. Crisóstomo, Sobre el evangelio de san Mateo (Homilía 15, 6. 7: PG 57, 231-232).

 

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