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LA BIBLIA SOBRE EL EMBRION HUMANO

La Sagrada Escritura posee muchas referencias acerca del valor de la vida humana, especialmente desde su primer momento, desde la concepción en el seno materno. Bastaría con recordar las palabras del rey arrepentido, David, reconociendo la iniquidad de su origen en su conmovedor salmo conocido como el Miserere (Salmo 51 [50]): Mira que en la iniquidad he nacido y en la maldad me concibió mi madre.

Subrayaremos algunos de los versículos y párrafos más explícitos al respecto y sobre los que quizás poco conocemos. Uno de los más significativos es el del salmo 139, v. 16: Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas (Salmo 139,16), por lo enfático de la afirmación inicial, la que no siempre fue traducida con fidelidad.

El término hebreo que se utiliza aquí para embrión es גֹּלֶם (gólem), una palabra que aparece una sola vez en el Antiguo Testamento, siendo por lo tanto de difícil significado. En general, ha sido interpretado siempre como “envoltura” o “algo sin forma”. Las antiguas versiones lo traducían de hecho como “(algo) imperfecto”. La LXX o Septuaginta (versión griega de la Biblia, considerada inspirada por la tradición hebreo – cristiana más piadosa), lo traduce como ἀκατέργαστόν que significa algo “crudo” o bien “áspero; poco trabajado”, etc. La antigua versión Vulgata de San Jerónimo (y la oficialmente actualizada Neo – Vulgata la sigue), prefiere una expresión más general y algo vaga: “Imperfectum”. Dicha lectura es seguida por varias ediciones tradicionales: La original Reina Valera 1602 traduce “imperfección” y la versión inglesa King James presenta una frase más larga: “my substance, yet being unperfect” (“mi sustancia, siendo aún imperfecta”).

A partir del inicio del siglo XX, algunas ediciones críticas de importancia, como la Reina Valera de 1909 y varias versiones posteriores, empezaron a traducir el término hebreo gólem de modo mucho más definido, conforme a los adelantos en los estudios filológicos y gramaticales y a la precisión lograda en los términos científicos, decidiéndose a traducirlo con el término “embrión”, traducción que parece condecirse perfectamente con el contexto bíblico de dicho versículo y con el significado original del término hebreo.

La Real Academia Española define “embrión”, en su segunda acepción, como: “En la especie humana, producto de la concepción hasta fines del tercer mes del embarazo”. El mismo contexto del salmo muestra la evidencia de que se trata de una “vida en formación”, sobre la cual el mismo Dios ha puesto su mirada.[1] En la óptica de Dios y ante sus ojos, la vida humana existe desde la concepción.

El segundo texto de importancia habla justamente de como Dios no produce el aborto del ser humano en el seno materno: ¡Por qué no me mató en el vientre! Habría sido mi madre mi sepulcro; su vientreme habría llevado por siempre (Jer 20,17). El profeta Jeremías, en medio de su aflicción, llega a exclamar, con un énfasis propiamente semítico, que hubiera sido mejor quizás haber muerto en el vientre materno que haber vivido con el sufrimiento con el que lo hizo. Indudablemente está al tanto de que existen abortos naturales y espontáneos, movidos por distintas circunstancias físicas, de enfermedad, etc. Pero al mismo tiempo deja en claro que Dios no quiso ese destino para el profeta. Por lo tanto, fue mejor para él haber vivido con su sufrimiento, con el cual se perfila claramente su vocación, en lugar de haber troncado su vida desde el inicio. El versículo, lejos de ser una expresión de pesimismo, es una clara afirmación metafísica a favor de la vida. Y el profeta es consciente de ello, porque sabe que, más allá de su lamento, la bondad y la ternura de Dios se manifestaron en dejarlo con vida y hacerle vivir de tal suerte (recordemos que sus sufrimientos son, en definitiva, una figura del sufrimiento de Jesús, el Redentor). El término hebreo רֶחֶם (réhem: vientre/útero), que aparece dos veces en el versículo citado, es el que compone también la expresión רַחֲמִים (misericordia entrañable). La verdadera misericordia de Dios es como la de la madre, la cual procede de las entrañas.

El tercer texto pertenece al libro de Job: ¿No lo hizo, como a mí, en el seno? ¿No nos formó en el vientre el único (Dios) [o: en el mismo vientre]? (Job 31,15). Este versículo tolera dos lecturas posibles, aunque parezca más plausible la primera (pues el término ehād: único, suele emplearse para el Dios único de los hebreos). De todos modos, es claro que se está hablando de la formación no sólo de la vida, sino de la misma persona que habla y de sus interlocutores, en el seno materno. Vuelve a utilizarse el término réhem para significar “vientre”. Aparece también otro término, que posee una gran correlación en las lenguas semíticas, para hablar de seno: בֶּטֶן (béten).

Embrión; saco vitelino (a su derecha) en la cavidad del útero materno

Hay otros textos muy significativos, incluso algunos que expresan grandes palabras de consuelo, subrayando la perspectiva de la creación y designo de Dios sobre el hombre señalando su vocación verdadera, desde antes de la concepción: Desde antes que te formara en el seno(materno) te conocí, desde antes que salieras del vientre (materno) nacieras te consagré: profeta de las naciones te constituí (Jer 1,5), complementado con los mismos versículos del salmo 139, que ya hemos visto: Tú, en efecto, formaste mis entrañas, me tejiste en el seno de mi madre (Sal 139,13). En el primer texto recurre el término béten como “seno” y réhem como “vientre”. Se entiende en ambos casos que se habla del seno y del vientre materno, si bien no se menciona adjetivo alguno. La segunda expresión: salir del vientre (materno)”, es un notorio semitismo que significa el nacimiento. En el segundo texto, aparece la expresión completa: béten immî (“seno de mi madre”). El binomio concepción – nacimiento lo encontramos también en Job 3,3, a propósito de los lamentos del patriarca por las desgracias que le acontecen: “¡Perezca el día en que nací y la noche que anunció: “Ha sido concebido un varón!” [2]

De modo que la perspectiva del Antiguo Testamento sobre el argumento parece muy completa: 1 – Dios “forma” al ser humano en el vientre materno; 2 – Tiene un designo sobre él desde dicha formación (recordemos la relación de los términos semíticos entre ‘vientre’ y ‘misericordia’) y le señala su vocación; 3 – Se distingue entre ‘concepción’ y ‘nacimiento’ como los dos momentos claves del inicio de la vida, por lo que dicho designo de Dios sólo puede darse en la primera; 4 – No está en los planes de Dios el interrumpir dicho desarrollo del embrión en el seno materno, aun cuando haya accidentes o causas naturales por las cuales el mismo a veces se interrumpa.

El Nuevo Testamento parece resumir todos estos conceptos y expresarlos de modo muy gráfico y sublime, con ocasión de la visita de María a su prima Isabel: Apenas oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, ella quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 41-42), y poco más adelante repite: Apenas llegó a mis oídos tu saludo, el niño saltó de gozo en mi seno (Lc 1,44). En este caso, tanto para ‘seno’ como para ‘vientre’, el griego del Nuevo Testamento utiliza el término κοιλίᾳ. Sin duda que el mismo texto los presenta como sinónimos. El niño en el seno de Isabel, Juan Bautista, no sólo se encontraba vivo en el seno de su madre, tenía ya configurada toda su persona tal como se desarrollaría en el futuro, y por ende su misma vocación. Al mismo tiempo, reconoce también la persona de Jesús, quien se encontraba aún en el seno de su madre María. Otro texto se encuentra en la carta de San Pablo a los Gálatas: Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia (Gal 1,15). Probablemente la alusión al salmo 139 es muy clara, que San Pablo bien conocía. Sin embargo, las ideas de dignidad y vocación de la persona en el seno de la madre son bien claras.

Creemos que el fundamento en la Sagrada Escritura es muy claro y elocuente: El ser humano en el vientre de la madre es un ser persona, ya querido y elegido por Dios para desarrollar su vocación, que ya existe, a partir del momento que salga del vientre de su madre y comience a crecer, pero hay que dejarle la oportunidad de que lo haga. Es por eso que Dios, a través de su Palabra, no quiere que se interrumpa voluntariamente el desarrollo del ser en el vientre de su madre, y no quiere tampoco que nadie lo haga. Es nuestro deber tratar de lograrlo e impedir las leyes inicuas que pretenden imponerla.

 

[1] En efecto, leemos en los versículos inmediatamente anteriores (139, 13-16): «Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el seno materno. Te doy gracias porque eres prodigioso: soy un misterio, misteriosa obra tuya; y tú me conoces hasta el fondo, no se te oculta mi osamenta. Cuando en lo oculto era formado, entretejido en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mi ser informe».

[2] El verbo hebreo yalad es el que expresa la noción de ‘nacer’; el ‘concebir’ se expresa con la raíz verbal harah. En todo caso, la distinción entre ambas nociones es bien nítida y el texto quiere a propósito expresarlas. La contraposición “día – noche”, típicamente semítica, agrega énfasis en la distinción.

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