Introducción
Con este escrito ilustraremos la complementariedad que hay entre la doctrina sanjuanista con la infancia espiritual de Santa Teresita, y lo haremos tocando los temas principales de ambas doctrinas y comparando los textos de los dos santos, demostrando una semejanza impresionante. Vamos a empezar por las cumbres para ir a descubrir todo el camino. “Poco antes de su confesión personal acerca de la frecuentación de las Obras sanjuanistas escribe Santa Teresita: «…ahora es el abandono el que me guía, ¡no tengo otra brújula!… Ya no puedo pedir nada con ardor, excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad de Dios en mi alma sin que las criaturas puedan impedirlo. Puedo decir las palabras del Cántico Espiritual de nuestro Padre san Juan de la Cruz: En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, ya cosa no sabía; y el ganado perdí que antes seguía. Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio» (Cántico espiritual 26 y 28). O bien estas otras: «Hace tal obra el AMOR, después que le conocí, que, si hay bien o mal en mí, todo lo hace de un sabor, y al alma transforma en sí» (San Juan de la Cruz, Poesía 8). No es poco decir que se ha realizado todo esto en ella, si pensamos en lo que el santo encierra en esos versos dedicados ya a cantar la vida del alma llegada a la más alta perfección. Teresita escribe esto unos meses después de haberse ofrecido al Amor Misericordioso en 1895. A continuación, añade: “«¡Ah!, ¡cuántas luces he sacado de las Obras de nuestro Padre san Juan de la Cruz!… A la edad de diecisiete y dieciocho años no tenía otra cosa como alimento espiritual» (A 83r). Esta confesión no significa que antes de esa fecha no tuviera ningún contacto con la biografía o doctrina de Juan de la Cruz; no significa tampoco que después no se guiara ya por él. Los 17 y 18 años de Teresita, en los que estaba inmersa en la lectura del santo, coinciden con las fiestas del tercer centenario de la muerte de Fray Juan: 1891. Sólo para ubicarnos: Juan de la Cruz nació en 1542; Teresa de Lisieux en 1873; Juan de la Cruz murió en 1591; Teresa en 1897.
Citas sanjuanistas
Lo que más cita es el Cántico: unas 50 veces; 16, la Llama; 3, la Noche. Poemas: sin arrimo y con arrimo, 4 veces; tras de un amoroso lance, una vez; Dichos de Luz y Amor, 13 veces; del Epistolario, 5 veces; también cita palabras del diseño o gráfico de El Monte.
— La primerísima vez que aparece Juan de la Cruz lo hace en una carta del 18 de julio de 1890 a Celina. Le transcribe Teresita en una hoja una serie de textos bíblicos y a continuación la última canción del poema en una noche oscura: quédeme y olvídeme, sin comentario alguno.
La primera cita en Historia de un alma es la de la canción 25 del Cántico: a zaga de tu huella: “A zaga de tu huella las jóvenes discurren el camino, al toque de centella, al adobado vino, emisiones de bálsamo divino”; y se refiere a tiempos anteriores a su entrada en el Carmelo cuando con la «hermana del alma», de su Celina, avanzaban juntas «muy ligeras siguiendo las huellas del Esposo». El párrafo que sigue a la cita es un hermoso comentario autobiográfico a base de elementos sanjuanistas (A 47v-48r). “Sí, seguíamos muy ligeras las huellas de Jesús. Las centellas de amor que él sembraba a manos llenas en nuestras almas y el vino fuerte y delicioso que nos daba a beber hacían desaparecer de nuestra vista las cosas pasajeras, y de nuestros labios brotaban emisiones de amor inspiradas por él”. En una carta a Celina recordando los paisajes escribe: «Celina, las vastas soledades, los horizontes maravillosos que se abren ante ti deben decirte mucho al alma. Yo no veo todo eso, pero digo con san Juan de la Cruz: Mi Amado las montañas, los valles solitarios, nemorosos», etc., (Carta 15 agosto 1892). “Mi Amado, las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos, la noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora”.
— En otro punto, recordando las luces que recibía de Dios a sus 14 años y que hubieran asombrado a los sabios lo explica citando los dos últimos versos de la canción tercera de la Noche y los cuatro primeros de la cuarta (A 49r).
— Presencia especial de Juan de la Cruz a través de sus palabras es la que aparece en el Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso, cuando en el corazón de la Ofrenda a seguida de las palabras del evangelio: «todo lo que pidiereis a mi Padre en mi nombre os lo concederá» (Jn 16, 23), añade: “estoy, pues, segura de que escucharéis mis deseos. Lo sé, ¡oh Dios mío!, cuanto más queréis dar, tanto más hacéis desear”. Estas últimas palabras están tomadas de la carta de Juan de la Cruz a Leonor de san Gabriel: 8 de julio de 1589
— En temas de amor recurre al gran experto y maestro en el arte de amar Juan de la Cruz aquello de la canción 29: «el más pequeño movimiento (acto) de Puro Amor le es más útil que todas las otras obras juntas» (B 4v). Esta sentencia sanjuanista de alcance eclesial es luz, alimento, estímulo, inspiración para Teresita y la afianza en su verdadera vocación apostólico-contemplativa y misionera, en sus convencimientos del valor de la oración y el sacrificio, etc. No sólo alega esta clave sanjuanista en su Historia, sino que se la propone como ideal a su hermano misionero P. Roulland el 19 de marzo de 1897. Y pocos meses después transcribe ese mismo paso, no en carta sino en una estampa de despedida a sus hermanas Inés, María y Genoveva. Lo escribió alrededor de la estampa y les añadió aquel otro texto famoso de Llama acerca de la importancia de ejercitarse rápidamente en el amor para llegar pronto a ver a Dios cara a cara (Ll 1, 34). Tenía vinculados en su mente estos dos textos de su maestro y los vuelve a citar juntos en su Consagración a la santa Faz.
Testimonio mudo
Las indicadas son las principales presencias textuales sanjuanistas explícitas en los escritos de Teresita. Hay además un testimonio mudo, pero elocuente: el de las crucecitas que aparecen acá y allá en la edición del Cántico y de la Llama que tenía la santa a su cabecera de enferma (dos tomos encuadernados en uno, París 1875). Las crucecitas en cuestión fueron puestas por ella, como lo confirman Celina e Inés, durante su última enfermedad cuando ya por su extrema debilidad no podía escribir. Los pasajes acotados de esa manera son de la Llama, canción 1, comentarios relativos a la muerte de amor. Además de las crucecitas indicadas poseemos otras indicaciones escritas en un registro de bristol (especie de cartulina satinada) por la misma santa enferma. Hechas las debidas comprobaciones de los textos contenidos en las páginas apuntadas resulta un gran collar de perlas sanjuanistas tomadas de las canciones 17, 23 y 24 del Cántico, en su segunda redacción, anotando también textos bíblicos, tales como el famoso texto de Ezequiel citado por Juan de la Cruz en (CB 23, 6).
Testimonios ajenos
Lo dicho hasta aquí se ve reforzado por testimonios ajenos, tales como los de sus hermanas Inés, Celina, su maestra de novicias María Angeles y la novicia predilecta de Teresita María de la Eucaristía en los Procesos canónicos y en otras declaraciones. No es posible reproducirlas aquí. Entre todas nos dan la fisonomía de la discípula aventajada de Juan de la Cruz que era Teresita. Le gustaba repetir, llena de gozo, aquello de Juan de la Cruz: «esperanza de cielo tanto alcanza cuanto espera» (Inés). Estaba convencida de que en su vida se había realizado aquello de «toda deuda paga» (Inés); y la consumación rápida en el amor (Inés). «Amaba mucho a San Juan de la Cruz, gustando de un modo particular sus Obras» (Celina). Se paraba entusiasmada delante de una gran reproducción del gráfico sanjuanista de El Monte de la Perfección, señalando con el dedo: «ya por aquí no hay camino, porque para el justo no hay ley» (Celina). El «todo es mío y todo para mí» de Juan de la Cruz la embargaba de alegría y de esperanza (Celina). «Un día, no sé si tendría ella 17 años, me habló de la mística del santo de una manera tan superior a sus años que quedé altamente maravillada» (María Angeles). «Me parece oírla todavía cuando con acento inimitable me decía, acompañándose con gestos graciosos: “Y abatíme tanto, tanto / que fui tan alto, tan alto / que le di a la caza alcance» (María de la Trinidad). La misma testigo declara: «las Obras del Santo la tenían encandilada; recitaba de memoria largos pasajes del Cántico Espiritual y de la Llama de amor viva, me decía, que, al momento de sus grandes pruebas, estas obras la habían reconfortado y le habían hecho un bien inmenso». A sus novicias aconsejaba eficazmente a base de la doctrina sanjuanista (María de la Trinidad).
Las palabras de fray Juan le han servido para acertar a leer su propia alma: sus sentimientos, sus deseos, sus vivencias. Es un gran testimonio personal, auto testimonio acerca de la influencia espiritual y del valor de la dirección ejercida por Juan de la Cruz por medio de su magisterio escrito. Las alusiones a la biografía de fray Juan no son muy abundantes, pero si muy significativas. Lo más interesante y llamativo en Teresa es la impregnación de sanjuanismo que tenía. A través de la empatía reinante entre ella y la persona de Juan de la Cruz se fue configurando Teresita como la mejor discípula que ha tenido hasta ahora san Juan de la Cruz. Teresita presenta, sin duda, una auténtica relectura de fray Juan. Ha sabido dar a la doctrina del santo un tono de dulzura, de ternura y de accesibilidad sin modificar sus esencias, altura y profundidad. Juan de la Cruz pertenece al siglo XVI español; es un teólogo de lenguaje austero, un doctor que enuncia los principios y clasifica sus experiencias bajo sus luces. En cambio Teresa del Niño Jesús está más cerca de nosotros; es una joven maestra que se sienta cerca de nosotros para contarnos sus experiencias; no es más que un pequeño doctor, de conceptos tan sencillos, que nos parecen pobres; pero nos conquista por la luz tan elevada y tan sencilla de la que están llenas sus palabras, por su vida y su amor que desbordan, por su doctrina para todas las almas pequeñas, por su narración sencilla, viva, llena de imágenes, por la sonrisa, en fin, con la que nos acoge y que nos habla de la delicadeza del amor sobrenatural. Las páginas del Ms B, sobre todo las dedicadas al águila y al pajarillo, son una presentación sentida y delicada de las noches sanjuanistas. Lo mismo el evangelio de la infancia espiritual es lo más parecido, si no idéntico, al caminar nocturno sanjuanista en todas las etapas de su recorrido”[1].
Tener a disposición, para esclarecer estas oscuras, regiones de la noche, la luz convergente de dos enseñanzas a la vez tan semejantes, y tan diferentes, es una venturosa fortuna y una gracia de la que debemos aprovecharnos.
“¿Que encontró Teresa en los escritos del Santo? Una doctrina que respondía a sus exigencias de absoluto, que confirmaba sus intuiciones sobre la necesidad de la purificación de la fe en la oscuridad, sobre el perfeccionamiento de la esperanza en la renuncia a todas las cosas y la pobreza completa, explicitaba luminosamente su certidumbre sobre la existencia, más allá de esas tinieblas y de esa pobreza, de océano infinito de amor que se desbordaba ya oscuramente sobre su alma. La joven carmelita quedó cautivada por aquel pensamiento vigoroso, por aquella lógica rigurosa y amante, por aquellas descripciones sublimes que precisaban lo que ella sentía, por aquella música armoniosa de las palabras y aquella audaz poesía de los símbolos que traducen el «no sé qué» inefable que dejan en el alma los contactos divinos. Los principios fundamentales de la doctrina de san Juan de la Cruz se convirtieron así en los de la doctrina de santa Teresa del Niño Jesús. Verdad es que la santa los asimiló y los tradujo a su lenguaje personal; la doctrina de la infancia espiritual no revela su estructura más que a la luz de la enseñanza del Doctor del Carmelo y que, fuera del Evangelio, no hay otra lectura que haya marcado tan profundamente su alma y su espiritualidad que los tratados de San Juan de la Cruz. Santa Teresita cuenta a su hermana mayor, María, el sueño más consolador de su vida. Fue el 1 de mayo de 1896, cuando la tempestad de las tentaciones sobre la fe se abatía ya sobre su alma. Encontrándose en una galería se le aparecieron tres carmelitas veladas. La más alta la tomó bajo su velo, y reconoció en ella a la venerable Ana de Jesús, fundadora del Carmelo de Francia. «¿Vendrá pronto Dios buscarme?» pregunta Teresa. «Si, pronto…pronto», respondió la venerable. «¿Está Dios contento de mí?» El rostro de la aparición resplandeció. «Dios no pide nada más de ti. Está contento, muy contento». Hija preferida de santa Teresa, que la llamaba «su corona», y de san Juan de la Cruz, de quien obtuvo el Cántico espiritual, Ana de Jesús, síntesis viviente del espíritu de los dos reformadores, fue la que vino a tranquilizar a Teresa del Niño Jesús y a darle pruebas del cielo hacia ella, y le traía la seguridad de que el camino de infancia prolongaba el camino de perfección trazado por los reformadores”[2].
La doctrina sanjuanista en Santa Teresita:
-Noche activa: desasimiento de las criaturas y entrada en la noche
Una vez ya en el Carmelo (entró el 9 de abril de 1881), “Teresa tenía necesidad de formación. En los Buissonnets había sido un poco la niña mimada de la casa y no tomaba parte prácticamente en ningún trabajo ya que sus hermanas se encargaban de todo. Por tanto, a su entrada en el Carmelo, Teresa no sabía hacer nada. Llegaba, sí, a vencerse, pero, aun así, recibió una formación muy severa por parte de la priora”[3]. Su maestra de novicias tampoco le proporcionaba un verdadero apoyo; y tampoco se desahogaba con Sor Inés. Teresa se encontraba, pues, aislada. Su director, el P. Pichon, que era de algún modo el director de la familia Martin, había sido destinado a Canadá. Teresa le escribía, pero el padre no contestaba casi nunca. ¿Que podría hacer Teresa en aquel abandono? En la oración conoce la sequedad. Entonces fue cuando descubrió a san Juan de la Cruz. A la edad de dieciséis y diecisiete años, Teresa vive de san Juan de la Cruz, como dice ella misma.
- Desasimiento de las criaturas. “El verdadero espíritu antes busca lo desabrido en Dios que lo sabroso, y más se inclina al padecer que al consuelo, y más a carecer de todo bien por Dios que a poseerle, y a las sequedades y aflicciones que, a las dulces comunicaciones, sabiendo que esto es seguir a Cristo y negarse a sí mismo, y esotro, por ventura, buscarse a sí mismo en Dios, lo cual es harto contrario al amor. Porque buscarse a sí en Dios es buscar los regalos y recreaciones de Dios; más buscar a Dios en sí es no sólo querer carecer de eso y de esotro por Dios, sino inclinarse a escoger por Cristo todo lo más desabrido, ahora de Dios, ahora del mundo; y esto es amor de Dios”. (2 Subida 7,5) Notemos entonces el progresivo crecimiento de Teresita a través del empobrecimiento. Escribía ella: “En la tierra no hay que apegarse a nada, ni siquiera a las cosas más inocentes, pues nos faltan en el momento en que menos se piensa. Sólo lo que es eterno puede contentarnos” (Carta a Sr María del Sagrado Corazón n 42). “Os confieso que mi corazón tiene una sed ardiente de felicidad; pero veo muy bien que ninguna criatura es capaz de apagarla…” (Carta a Sr María del Sagrado Corazón, n 75). Durante el retiro de su profesión escribió: “Quedan todavía alegrías color rosa para vuestra Teresa? Oh no, no hay ya para ella más que alegrías celestiales, alegrías en las que todo lo creado, que no es nada, ¡cede lugar a lo increado, que es la realidad!” (Carta a Sr María del Sagrado Corazón, n 116). Escribe la Santa a su hermana María: «Comprenda que, para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil es uno, sin deseos ni virtudes, tanto más cerca está de las operaciones de este amor consumidor y transformante… El solo deseo de ser víctima es suficiente, pero es necesario consentir en permanecer pobre y sin fuerzas, y he ahí lo difícil, porque al verdadero pobre de espíritu, ¿dónde se le encuentra?»[4].
Todo esto resuena al “nada” para llegar al “todo” de San Juan de la Cruz. Escribe el P. Eugenio: “‘Todo es gracia’, especialmente la privación de gracias para no aspirar más que a Dios. Para tener a Dios, ¿que se necesita? Cinco veces nada, la pobreza completa, la pobreza sin sabor, sin luz, sin recurso alguno, en la que sólo queda Dios, es la pobreza de todo, y entonces el Todo llena la nada. Santa Teresita dice que será bien recibida de Dios porque no tendrá nada, se presentará ‘con las manos vacías’. Es el más pequeño y pobre quién será el más grande en el reino de los cielos” (Presencia de luz). “Cuando uno está en la pobreza, en la nada absoluta, es cuando está unido a Dios. Quiere decir con esto que el caminar hacia Dios -que san Juan llama Subida al Monte Carmelo- hay dos luces que progresan constantemente: la luz del amor mismo de Dios y la luz sobre la propia pobreza” (Tu amor creció conmigo). Dice San Juan de la Cruz en el Aviso 36: “El amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener grande desnudez y padecer por el Amado”.
Es claro que sólo a la pobreza que no espera más que a Dios le está prometido, efectivamente, el reino de Dios. «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos»; la Subida del Monte Carmelo y en el libro de la Noche oscura es un eco de esta bienaventuranza. El Santo quiere enseñar así a realizar o a soportar este empobrecimiento que ha de librar el movimiento de la esperanza y garantizar su expansión por la conquista de los bienes sobrenaturales y de Dios mismo. La esperanza es, un germen divino; sólo Dios puede darle crecimiento; al alma le corresponde la tarea negativa de preparar el terreno y favorecer su desarrollo. Sólo el camino de la nada, que es desnudez total, perfecto desprendimiento y pobreza absoluta, conduce al todo, que es Dios, y garantiza su posesión[5].
- “Señor, padecer y ser despreciado por Vos”. Antes de decir algo sobre su entrada en la noche, hay que hablar de una de sus condiciones, que es complacer en todo al Amado; el Amado es un Rey crucificado, por eso viene como respuesta al amor del Amado el profundo deseo del alma enamorada: “Señor, padecer y ser despreciado por Vos”.
“Lo que más había impactado a Teresita en la biografía de Juan de la Cruz era la respuesta de éste: «¡Señor, padecer y ser despreciado por Vos!». Encontrándose a sus 13 años en la abadía de las benedictinas de Lisieux como semipensionista en un ejercicio de caligrafía ha copiado las palabras de Juan de la Cruz; las últimas palabras las escribe con letras mucho más grandes. Esa misma frase del santo la repetía y repetía con Celina en las famosas conversaciones en el mirador de belvedere. De la biografía del santo le encantaba lo que se decía de él: «¡Fray Juan de la Cruz! ¡Pero si es un religioso menos que ordinario!» (UC 2.8.2)”[6]. Escribe el P. Eugenio del Niño Jesús: “Señor, padecer y ser despreciado por Vos. Grito sublime del amor que ha brotado espontáneo y poderoso; uno de los gemidos inenarrables del Espíritu de amor que ha encontrado una fórmula para expresarse y pone a la luz los ardores profundos e intensos con los que este Espíritu consume el alma del Santo; grito del amor vivo que tiene sed de destruir todo lo que impide crecer más, y que sueña con la inmolación para entrar en la vida. Es el canto del amor que desborda y que ansía la gran prueba de amor, que es sufrir por aquellos a quienes ama. “Sufrir y ser despreciado por ti” resume también los más queridos deseos de Santa Teresita. El sufrimiento se convierte en su cielo en la tierra (Poesía 20,1). El día de su profesión de hecho, llevaba sobre su corazón esta oración: “Que las criaturas no sean nada para mí y que yo sea nada para ellas … que nadie se ocupe de mí, que me vea pisada, olvidada como un granito de arena” (Billete de la profesión, 8 de septiembre 1890). Junto con la paz y el amor, es el sufrimiento el único alimento que pide mientras esté en el Carmelo. Este deseo la introduce en el misterio de la Santa Faz. El sufrimiento, el desprecio y el olvido darán el sello de perfección de la infancia espiritual: “Comprenda que, para amar a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil es uno, sin deseos ni virtudes, tanto más cerca está de las operaciones de este amor consumidor y transformante”[7].
[1] San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Lisieux, José Vicente Rodriguez
[2] Tu amor creció conmigo. P. María Eugenio del Niño Jesús pp 111-117.
[3] Tu amor creció conmigo. P. María Eugenio del Niño Jesús, pp.44-47
[4] Carta 197 (a sor María del Sagrado Corazón, 17 de septiembre de 1896).
[5] Subida… I, 13, 11-12.
[6] San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Lisieux, José Vicente Rodriguez
[7] Presencia de luz. P. María Eugenio del Niño Jesús, p.148