- Entrada en la noche. Cuando exponía a otros predicadores sus deseos de Dios, deseos de amor, y sus iluminaciones sobre Dios, le decían de no aspirar tan alto. Solamente Padre Alexis Prou (que predicó un retiro del 8 al 15 de octubre) la lanzó por el camino del abandono y del amor. Entonces, se puede decir, que parte de su purificación terminó en aquel año 1891”[1]. “Observamos que frecuenta muy asiduamente los escritos del Doctor místico a la edad de diecisiete y dieciocho años, en aquellos años de 1890 y 1891 que fueron dolorosos y decisivos en su evolución espiritual. El Espíritu de Dios la envuelve en una oscuridad y en una angustia de las que ella misma no puede decir nada. En ese caos aparente el Espíritu ahonda y cimienta sólidamente la doctrina de la infancia espiritual. El Doctor de las noches fue el único guía de la joven carmelita, el único cooperador que el mismo Dios toleró en aquel período de formación interior y de gestación dolorosa que terminó con el retiro del padre Alexis.
Escuchemos su entrada en la noche. Antes de partir, su Prometido pareció preguntarle a qué país quería viajar, qué ruta deseaba seguir, etc., etc. La pequeña prometida le contestó que ella no tenía más que un deseo: el de dirigirse a la cima de la montaña del Amor. Para llegar allá se le ofrecían muchos caminos, y había tantos perfectos entre ellos, que se sentía incapaz de elegir. Entonces Jesús me tomó de la mano y me hizo entrar en un subterráneo donde no hace ni frío ni calor, donde no luce el sol y al que no visitan ni el viento ni la lluvia. Un subterráneo donde no veo nada más que una claridad semivelada, la claridad que difunden a su alrededor los ojos bajos de la Faz de mi Prometido… Mi Prometido no me dice nada, ni yo le digo tampoco nada a él, a no ser que le amo más que a mí misma. Y en el fondo de mi corazón siento que es verdad, ¡pues soy más de él [2rº] que mía…! No veo que avancemos hacia el final de la montaña, pues nuestro viaje se hace bajo tierra; pero, con todo, me parece que nos acercamos a él sin saber cómo. La ruta que sigo no tiene ningún consuelo para mí, y sin embargo me trae todos los consuelos, porque es Jesús quien la ha elegido y yo quiero consolarlo sólo a él, ¡sólo a él…!”.
Escribe San Juan de la Cruz en la Subida la entrada en la noche:
“Canciones en que canta el alma la dichosa ventura que tuvo en pasar por la oscura noche de la fe, en desnudez y purgación suya, a la unión del Amado (Introducción de la Subida). En cap. 2 donde empieza a tratar de la noche oscura y comentar las canciones dice el Santo: “En una noche oscura. Por tres cosas podemos decir que se llama noche este tránsito que hace el alma a la unión de Dios […] La tercera, por parte del término adonde va, que es Dios, el cual, ni más ni menos, es noche oscura para el alma en esta vida. Las cuales tres noches han de pasar por el alma, o, por mejor decir, el alma por ellas, para venir a la divina unión con Dios”.
-Noche pasiva: Noche del espíritu
Las purificaciones pasivas que sufrió, muy especialmente las tentaciones contra la fe, que fueron, junto con la herida de amor, la respuesta divina a su ofrenda al Amor Misericordioso. “Madre querida, usted sabe cómo Dios ha querido que mi alma pasara por muchas clases de pruebas. He sufrido mucho desde que estoy en la tierra… Permitió que mi alma se viese invadida por las más densas tinieblas, y que el pensamiento del cielo, tan dulce para mí, sólo fuese en adelante motivo de lucha y de tormento… Pero de pronto, las nieblas que me rodean se hacen más densas, penetran en mi alma y la envuelven de tal suerte, que me es imposible descubrir en ella la imagen tan dulce de mi patria. ¡Todo ha desaparecido…! Cuando quiero que mi corazón, cansado por las tinieblas que lo rodean, descanse con el recuerdo del país luminoso por el que suspira, se redoblan mis tormentos. Me parece que las tinieblas, adoptando la voz de los pecadores, me dicen burlándose de mí: «Sueñas con la luz, con una patria aromada con los más suaves perfumes; sueñas con la posesión eterna del Creador de todas esas maravillas; crees que un día saldrás de las nieblas que te rodean. ¡Adelante, adelante! Alégrate de la muerte, que te dará, no lo que tú esperas, sino una noche más profunda todavía, la noche de la nada» (Ms C). Así escribe San Juan de la Cruz: “Pero lo que esta doliente alma aquí más siente, es parecerle claro que Dios la ha desechado y, aborreciéndola, arrojado en las tinieblas, que para ella es grave y lastimera pena creer que la ha dejado Dios. Porque, verdaderamente, cuando esta contemplación purgativa aprieta, sombra de muerte y gemidos de muerte y dolores de infierno siente el alma muy a lo vivo, que consiste en sentirse sin Dios y castigada y arrojada e indigna de Él, y que está enojado, que todo se siente aquí; y más, que le parece que ya es para siempre. […]” (2 Noche cap 5)
“Es cierto –sigue S. Teresita- que, a veces, un rayo pequeñito de sol viene a iluminar mis tinieblas, y entonces la prueba cesa un instante. Pero luego, el recuerdo de ese rayo, en vez de causarme alegría, hace todavía más densas mis tinieblas…” Nos dice de hecho el Maestro de la noche: “Mas, si ha de ser algo de veras, por fuerte que sea, dura algunos años; puesto que en estos medios hay interpolaciones de alivios, en que por dispensación de Dios, dejando esta contemplación oscura de embestir en forma y modo purgativo, embiste iluminativa y amorosamente, en que el alma, puesta en recreación de anchura y libertad, siente y gusta gran suavidad de paz y amigabilidad amorosa con Dios con abundancia fácil de comunicación espiritual…
Lo cual es al alma indicio de la salud que va en ella obrando la dicha purgación y prenuncio de la abundancia que espera. Y así es que, cuando más segura está y menos se cata, vuelve a tragar y absorber el alma en otro grado peor y más duro, oscuro y lastimero que el pasado, el cual dura otra temporada, por ventura más larga que la primera. Y aquí el alma otra vez viene a creer que todos los bienes están acabados para siempre. (2 Noche cap.6)”. Y termina Teresita este párrafo: “Así, a pesar de esta prueba que me roba todo goce, aún puedo exclamar: «Tus acciones, Señor, son mi alegría» (Sal XCI). Porque ¿existe alegría mayor que la de sufrir por tu amor…? Cuanto más íntimo es el sufrimiento, menos aparece a los ojos de las criaturas, más os alegra, ¡oh Dios mío!” [2]. Hasta poder exclamar: «He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce».
-Infancia espiritual y noche
“San Juan de la Cruz, siguiendo al apóstol san Pablo, señala que «toda posesión es contra esperanza, la cual… es de lo que no se posee»[3]. La ausencia del objeto que se espera crea el deseo y el movimiento de la esperanza hacia él. La fe descubre; la caridad posee en el abrazo; la esperanza está totalmente orientada hacia el objeto que conoce por la fe y que no posee en toda la medida del deseo de la caridad. La esperanza es la virtud de camino en la vida espiritual; es el motor que la acciona, las alas que la levantan. Esto no es suficiente, por eso san Juan de la Cruz no se cansa de afirmar que es en la pobreza espiritual en donde encuentra la esperanza la pureza que constituye su perfección. «Ha de advertir [el alma]… que lo que se espera es de lo que no se posee; y que cuanto menos se posee de otras cosas, más capacidad hay y más habilidad para esperar lo que se espera; y que cuantas, más cosas se poseen, menos capacidad y habilidad hay para esperar y, consiguientemente, menos esperanza»[4]. Es claro que sólo a la pobreza que no espera más que a Dios le está prometido, efectivamente, el reino de Dios. Dice San Juan de la Cruz:
«Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y fue hecho padre de muchas naciones según le había sido dicho: “Así será tu posteridad”»[5].
Ésta es la esperanza perfecta que alcanza todo lo que desea. Lo afirma san Juan de la Cruz, al comparar esta virtud a una túnica verde, de la que será revestida el alma:
«Por esta causa de esta librea verde, porque siempre está mirando a Dios y no pone los ojos en otra cosa ni se paga sino sólo de él, se agrada tanto el Amado del alma, que es verdad decir que tanto alcanza de él cuanto ella de él espera» (2 Noche 21, 8)”[6].
“Y completa la idea la Santa de Lisieux con esta expresión: «Jamás se tiene demasiada confianza en Dios, tan potente y misericordioso. ¡Se obtiene de él todo cuanto se espera!»[7].
¿Que es la confianza? La confianza es la esperanza teologal impregnada totalmente de amor; el abandono es la confianza que no se expresa solamente por actos distintos, sino que ha creado una actitud del alma. Escribe durante el retiro antes de su profesión: «Lejos de proporcionarme consuelo alguno, la aridez más absoluta y casi el abandono fueron mi lote. Jesús dormía, como siempre, en mi navecilla. ¡Ah!, comprendo que raras veces las almas le dejan dormir tranquilamente. Jesús está tan cansado de pagar los gastos y los adelantos, que se apresura a aprovechar el descanso que yo le ofrezco. Sin duda no se despertará antes de mi gran retiro en la eternidad, pero, en lugar de entristecerme, esto me proporciona un gran placer»[8].
¿Se puede concebir un desasimiento más puro de los bienes espirituales más elevados, una realización más profunda de la doctrina de san Juan de la Cruz?
La pobreza espiritual de santa Teresa del Niño Jesús no es solamente apacible, sino que se considera dichosa y guarda celosamente esa dicha de no tener nada, no solo la desnudez totalmente fría, sino en la tempestad y en la prueba.
Escribe al final del manuscrito B la comparación del pajarito, y termina así: “Y si oscuras nubes llegaran a ocultarle el Astro del amor, el pajarito no cambiará de lugar: sabe que más allá de las nubes su Sol sigue brillando y que su resplandor no puede eclipsarse ni un instante. Es cierto que, a veces, el corazón del pajarito se ve embestido por la tormenta, y no le parece que pueda existir otra cosa que las nubes que lo rodean. Esa es la hora de la alegría perfecta para ese pobre y débil ser. ¡Qué dicha para él seguir allí, a pesar de todo, mirando fijamente a la luz invisible que se oculta a su fe…!”
Dice el P. Eugenio que estas afirmaciones, que tan admirablemente justifican su doctrina, hubieran cautivado al Doctor místico, Juan de la Cruz[9].
La pobreza no puede ser tan humildemente tranquila y tan sencillamente dichosa sino porque la mirada de la fe que espiritualiza y el movimiento de la esperanza que libera han alcanzado su objeto divino en la noche, en profundidades que, sin embargo, ya están colmadas. Sin duda alguna, el camino de infancia conduce a las cumbres más altas de la contemplación y de la unión transformante, descritas por san Juan de la Cruz. Esa infancia hace que esas cumbres se asciendan en paz y alegría. La sencillez de la doctrina de santa Teresa del Niño Jesús es sublimidad de doctrina, y la sonrisa con la que adorna todas las cosas es perfección del amor”[10].
“La simplicidad y la pureza sobrenaturales de su actitud filial y de su mirada obstinadamente fija en Dios, por encima de todos los nubarrones, hacen de esta niña una sublime contemplativa que penetra lo más altos atributos divinos y se adueña de ellos. San Juan de la Cruz subraya que Dios queda prendado del alma por la pureza de su mirada y también al ver volar uno de sus cabellos del amor fuerte que entreteje las virtudes (Cant. Esp. 32). Santa Teresa del Niño Jesús ha realizado la primera de estas razones, y subraya la segunda en una carta a Leonia aplicándola a la actividad de amor de su camino de infancia: «Sepamos retener prisionero a ese Dios que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que un cabello puede operar ese prodigio nos muestra que los actos más pequeños, hechos por amor, son los que cautivan su corazón… ¡ah! ¡Que dignos de lástima seríamos si hubiera que hacer cosas grandes! …Pero tenemos suerte porque Jesús se deja encadenar por las más pequeñas»[11]. El amor, en efecto, tiene el deber de expresarse por algo más que por la mirada; debe realizar acciones. La actividad de amor de Teresa del Niño Jesús se queda en una actividad de niño, pero una actividad que busca su perfección en un amor potente y delicado, tenue y fuerte como un cabello, que anima y une sus actos. Así, ¡con que atención despierta acecha todos los divinos deseos, incluso los menores; con que fidelidad escrupulosa y con qué celo de perfección realiza tanto las grandes como las más humildes obligaciones de la vida cotidiana para expresar así a Dios en todo momento, ¡su amor! Así es el heroísmo de la pequeñez, completamente impregnado de amor, al que Dios no deja de proporcionar el alimento cotidiano adaptado a sus fuerzas y necesario para su desarrollo, desde los pequeños alfilerazos del principio de la vida religiosa hasta las dolorosas purificaciones y las últimas pruebas que aseguraron su consumación”[12].
- El Amor: cumbre de la unión con Dios
Ya casi al final de este trabajo citamos de nuevo la cita del inicio, cuando queríamos empezar por la cumbre, y he aquí que llegados a la cumbre conviene recordar esta cita de la Santa: “Puedo decir las palabras del Cántico Espiritual de nuestro Padre San Juan de la Cruz: “Mi alma se ha empleado, y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio” (Cántico espiritual 28) (Ms A). En la estrofa anterior dice San Juan de la Cruz:
“De lo dicho queda entendido claro que el alma que ha llegado a este estado de desposorio espiritual no sabe otra cosa sino amar y andar siempre en deleites de amor con el Esposo; porque, como en esto ha llegado a la perfección, cuya forma y ser, como dice san Pablo (Cl. 3, 14), es el amor, pues cuanto un alma más ama, tanto es más perfecta en aquello que ama, de aquí es que esta alma, que ya está perfecta, todo es amor, si así se puede decir, y todas sus acciones son amor, y todas sus potencias y caudal de su alma emplea en amar” (Cántico Espiritual 27)
Veamos este texto cumplido perfectamente en S. Teresita: “La caridad me dio la clave de mi vocación […]. Comprendí que el amor encerraba en sí todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el amor es eterno…! Entonces, al borde de mi alegría delirante, exclamé: ¡Jesús, amor mío…, al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor…! Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, Dios mío, eres tú quien me lo ha dado… En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor… Así lo seré todo… ¡¡¡Así mi sueño se verá hecho realidad…!!!” (Ms C)
- Muerte de amor
“¿Por qué razón pide aquí más que «rompa» la tela, que la «corte» o que la «acabe», pues todo parece una cosa? Podemos decir que por cuatro cosas.
La primera, por hablar con más propiedad; porque más propio es del encuentro romper que cortar y que acabar.
La segunda, porque el amor es amigo de fuerza de amor y de toque fuerte e impetuoso, lo cual se ejercita más en el romper que en el cortar y acabar.
La tercera, porque el amor apetece que el acto sea brevísimo, porque se cumple más presto, y tiene tanta más fuerza y valor cuanto es más espiritual, porque la virtud unida es más fuerte que esparcida.
La cuarta es porque se acabe más presto la tela de la vida; porque el cortar y acabar hácese con más acuerdo, porque se espera a que la cosa esté sazonada o acabada, o algún otro término, y el romper no espera, al parecer, madurez ni nada de eso.
Y esto quiere el alma enamorada, que no sufre dilaciones de que se espere a que naturalmente se acabe la vida ni a que en tal o tal tiempo se corte; porque la fuerza del amor y la disposición que en sí ve, la hacen querer y pedir se rompa luego la vida con algún encuentro e ímpetu sobrenatural de amor […]. En el apresurarse Dios se da a entender la prisa con que hizo perfeccionar en breve el amor del justo; en el arrebatar se da a entender llevarle antes de su tiempo natural. Por eso, es gran negocio para el alma ejercitar en esta vida los actos de amor, porque, consumándose en breve, no se detenga mucho acá o allá sin ver a Dios” (Llama estrofa 1, 33-34).
Algunas semanas antes de su muerte, el 31 de agosto de 1897, la Santa decía a sus confidentes habituales: «¡Oh!, es increíble cómo se han realizado todas mis esperanzas. Cuando en otro tiempo leía a san Juan de la Cruz, suplicaba a Dios que obrara en mí lo que él escribe, es decir, que me santificara en pocos años como si hubiese llegado a la vejez, en fin, consumirme rápidamente en el amor… ¡y he sido escuchada!» (Últimas… 31 de agosto, 9). Es interesante notar como los dos santos pronunciaron una de las 7 palabras de Cristo en cruz.
Teresita había pedido la muerte de Jesús en la cruz y la obtuvo. Se lee en San Juan de la Cruz que la muerte del justo es una muerte de amor que se lleva el alma suavemente. No fue ésa la muerte que ella tuvo. La Madre Inés testimonia que la tentación contra la fe se había redoblado y estaba como hundida en la noche; estaba en estado casi de desesperación. Pero Teresa lo había predicho: “No os asombréis, lo que he pedido es la muerte en cruz de Jesús. Pero su último acto de amor brotará en medio de la noche. Pocos meses antes de su muerte así testimonia Celina: “Como Nuestro Señor antes de expirar, ella me dijo: ‘Todo está bien, todo se ha cumplido, lo único que cuenta es el amor’. El 30 de septiembre a las siete y veinte de la tarde sintió que la vida la abandonaba. Mirando a su crucifijo dijo: oh…te amo…Dios mío, yo os…amo” (Tu amor creció conmigo, p. 79).
Juan de la Cruz está en su lecho de muerte. Está en la plenitud de sufrimiento y de amor. El amor expresa su deseo, ora ardiente pero humilde, resignado y suave: Acaba ya si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro. A medianoche un religioso sale de la celda para tocar a maitines. El santo pregunta: ¿qué es? – “Son Maitines”, le dicen. Esa la hora deseada…se ha dado la señal, es el comienzo del cántico nuevo. «Gloria a Dios –exclama el santo-, In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum». Los raudales de amor se precipitan. La tela está rota. A través del velo desgarrado de la fe, el alma de San Juan de la Cruz entra en la visión cara a cara, va a perderse en la Santísima Trinidad, en el seno del Amor infinito. (Presencia de luz)
Conclusión
“Que nadie crea que el ‘caminito’ es seguir un camino de reposo, trazado de dulzuras y consuelos. ¡Ah, es todo lo contrario! Es ofrecerse como víctima al amor, es ofrecerse al sufrimiento; porque el amor no vive sino de sacrificio; y cuando nos entregamos totalmente al amor, hemos de esperar ser sacrificados sin reserva alguna”. De hecho, “El verdadero espíritu antes busca lo desabrido en Dios que lo sabroso, y más se inclina al padecer que al consuelo, y más a carecer de todo bien por Dios que a poseerle, y a las sequedades y aflicciones que a las dulces comunicaciones, sabiendo que esto es seguir a Cristo y negarse a sí mismo, y esotro, por ventura, buscarse a sí mismo en Dios, lo cual es harto contrario al amor. Porque buscarse a sí en Dios es buscar los regalos y recreaciones de Dios; mas buscar a Dios en sí es no sólo querer carecer de eso y de esotro por Dios, sino inclinarse a escoger por Cristo todo lo más desabrido, ahora de Dios, ahora del mundo; y esto es amor de Dios”. (2 Subida 7,5).
A manera de conclusión de este trabajo hay que decir que “Ésta es Teresa del Niño Jesús: la niña de los deseos infantiles y la joven de los deseos infinitos que, tras las huellas de su padre San Juan de la Cruz, alcanzó la consumación de sus anhelos en la conquista plena del Amor”[13]. Por eso creo que el mayor consejo que nos dejan estos dos grandes santos para llegar a una gran santidad es lo de Santa Teresita: “Lo único que cuenta es el amor” y lo de San Juan de la Cruz: “A la tarde de esta vida te examinarán en el amor”.
De esta suerte realizaremos la misión de Teresita: volver a la tierra «para hacer amar al Amor» (Ultima Conversación, 17-VII-1897).
Hermana Maria Cuore Immacolato
AMDG
Totus tuus Maria
[1] Tu amor creció conmigo. P. María Eugenio del Niño Jesús, pp.44-47
[2] MC 6r.º-7r.º
[3] Subida del Monte Carmelo III, 7, 2 (Heb 11, 1).
[4] Subida… III, 15, 1.
[5] Rom 4, 18.
[6] Quiero ver a Dios, P. María Eugenio del Niño Jesús, p. 490-492
[7] Historia de un alma 12 (Apéndice).
[8] MA 75v.º
[9] Algunas semanas antes de su muerte, el 31 de agosto de 1897, la Santa decía a sus confidentes habituales: «¡Oh!, es increíble cómo se han realizado todas mis esperanzas. Cuando en otro tiempo leía a san Juan de la Cruz, suplicaba a Dios que obrara en mí lo que él escribe, es decir, que me santificara en pocos años como si hubiese llegado a la vejez, en fin, consumirme rápidamente en el amor… ¡y he sido escuchada!» (Últimas… 31 de agosto, 9).
[10] Quiero ver a Dios, P. María Eugenio del Niño Jesús, p. 497. 502-503
[11] Carta 114 a Leonia
[12] Tu amor creció conmigo. P. María Eugenio del Niño Jesús, pp 139-141
[13] Teología de los deseos en Santa Teresita y en San Juan de la Cruz, ISMAEL BENGOECHEA, p. 16.
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