Una pequeña estampita revelaba una expresión singular: “Ipsi soli” – Madre María Templo de la Santísima Trinidad

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No aparecía el Niño Jesús en su corazón sino solo esas dos palabras latinas, escritas en dativo: “Para Él solo”.

En la celda de una hermana benedictina en Valkenburg, Holanda, encontramos hace unos años un pequeñísimo cuadrito que enmarcaba una estampita de una santa. Llevaba su nombre escrito en la aureola que coronaba su cabeza: sancta Gertrudis Virgo. Era la de Helfta, la Magna. Gertrudis es para los países germánicos lo que santa Teresa o santa Catalina para los latinos.

Curiosamente esta Gertrudis era distinta. El arte religioso suele representar a esta Santa con la imagen de un Niño Jesús dentro de su corazón, y de la boca del Niño que reposa en ese corazón del que ha hecho su morada, salen estas palabras: Invenies me in corde Gertrudis, ya que como se lee en el libro Heraldo del Amor divino, sobre la vida y revelaciones de Santa Gertrudis, Jesús dice haberla elegido de un modo especialísimo para habitar en ella: “Quien me busque podrá hallarme en el corazón de mi Esposa”.

Pero esta estampita era distinta, no tenía esa frase que suele pintarse en el arte como una cinta que sale de la boca del niño. En esta otra, Gertrudis tiene también un corazón dibujado sobre su pecho, pero sin el Niño, y allí en ese corazón, sólo dos palabras: Ipsi soli. A primera vista, podría esto significar: Él solo… ¿Quién? Jesús, el Esposo…. Entonces parece ser la misma idea: Jesús está presente en el corazón y dice “en el corazón de Gertrudis me encontrarán”, pero, a la vez, acentúando que sólo Él está ahí. Muy bello, pero no, no es eso… esas dos palabras están declinadas, están en dativo y significan: “Para él solo – sólo para él – For Him alone”. Y aquí el dativo tiene mucha fuerza. Indica finalidad, ese corazón es sólo para Él. Es también posesión, porque el que da un don, desea que el otro posea ese don, y si se da el corazón, se da uno todo para ser poseído por el otro.

Ipsi soli. Estas dos palabras escritas en el corazón de Gertrudis resumen aquella otra revelación de Nuestro Señor sobre esta su esposa, aún más conmovedora: “La amo así a causa de la libertad de su corazón, en donde nada penetra que pueda disputarme la soberanía”[1].

Esta pequeña estampita nos revelaba entonces la otra cara del mismo misterio bellísimo de la inhabitación de Dios en el alma. Las dos frases: “Me encontrarán en el corazón de Gertrudis” y el “Ipsi soli”, no son sino dos caras de la misma moneda, dos verdades que se complementan, o mejor dicho se relacionan como causa y efecto. O, si queremos decirlo en términos matemáticos, tienen una “relación de proporcionalidad inversa”, cuanto más vacío ese corazón, más lleno de Dios.

Que Dios mora en el alma del justo es una verdad que conocemos por la revelación y que la teología llama “Inhabitación trinitaria”. También sabemos, como dice San Juan de la Cruz, que cuanto más solo mora, más agradado: “hay diferencia en este morar, y mucha, porque en unas mora solo y en otras no mora solo; en unas mora agradado, y en otras mora desagradado; en unas mora como en su casa, mandándolo y rigiéndolo todo, y en otras mora como extraño en casa ajena, donde no le dejan mandar nada ni hacer nada.”[2].

El Ipsi soli nos muestra la condición necesaria para que esa inhabitación se de en su plenitud, que no es otra que la virginidad de corazón.

Enseña Santo Tomás que Dios se nos da por la gracia, para poder “gozar”[3] de Él. Dice que el alma puede “tener”[4] a la Persona Divina, que por la gracia tenemos la potestad de “disfrutar” de Dios y que Él “habita en ella como en un templo”[5]. Además, enseña que todo crecimiento de la gracia en las almas es una nueva venida invisible de las divinas Personas a ellas, misión invisible del Hijo y del Espíritu Santo[6]. Y el Padre, como no es enviado “se da a sí mismo en cuanto liberalmente se comunica a la creatura para que goce de Él”[7]. La enseñanza de la teología no vacila sobre este punto. La presencia de la Trinidad en un alma crece en la medida de las gracias que ésta recibe.

Santa Gertrudis nos enseña que no hay mejor disposición para esa inhabitación plena, que la virginidad del corazón, un corazón en “donde nada penetre que pueda disputar su soberanía”, un corazón “Sólo para Él”.

[1] Dom Guéranger, Introducción a los Ejercicios de santa Gertrudis, p. VIII

[2] IV Llama de Amor viva 3, 14. “Donde secretamente solo moras”.

[3] S. Th. I, 43, 4, ad 1m.

[4] S. Th. I, 43, 3, ad 2m.

[5] S. Th. I, 43, 3

[6] “También por el crecimiento virtuoso o el aumento de la gracia se hace la misión invisible. (…) La misión invisible se entiende en especial del aumento de la gracia, por la que alguien es elevado a poder realizar algún acto nuevo o a un nuevo estado de gracia” (I q.43, a6, ad2)

[7] S. Th. I, 43, 4, ad 1m.

 

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