«Lugones, el apolítico» – Ramón Doll (1896 – 1970)

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Este artículo trata de explicar una sola opinión. Es la de que las posiciones e ideas políticas de don Leopoldo Lugones sólo pueden considerarse adscribiéndolas a una valoración estética.

Anarquista o fascista, liberal o reaccionario, dogmático o realista, Lugones no debe ser examinado a la luz de principios políticos, ni deben aplicársele a él unidades de medida vigentes en ese compartimiento de la cultura que se llama Política, sino con las unidades que tienen valor fiduciario en otro compartimiento de la cultura, el que previene al hombre de sus necesidades de Belleza, el que le proporciona el instrumental con que satisface sus solicitudes estéticas.

El que quiera fichar al Lugones político con esas fichas que se llaman Ciudadanía, Justicia, Orden, Tradición, Revolución, y que sirven para determinar el volumen que un hombre desplaza, en la teoría y la práctica de la Política, pierde su tiempo. La Política, las ideas políticas, sus conceptos y sus conversiones políticas, fueron simplemente para Lugones una de las tantas maneras de producir lo bello, encantando y encantándose con el ejercicio.

Precisemos lo Político

El ámbito propio de la política es el edificio del Estado. Político es el que trabaja en ese taller, no importa si revolucionario para echarlo abajo, si reaccionario para devolverle atributos del siglo XVI, si liberal para dejarlo como está. No importa si está en la oposición, si está en el comando o mayordomía del edificio (Gobierno), si hace algo o sólo escribe o piensa. Que no haya acuerdo entre todos los artesanos sobre el origen, la naturaleza o los fines de esa construcción –el Estado–, no interesa. Unos dicen que un Estado tiene por fin la potencialidad de la patria, otros como Enrique IV que meramente darle a cada súbdito una gallina para poner en la olla, otros que el Estado debe realizar en cada nación los principios de justicia universal; en una palabra, que cada patria está para poner en vigencia postulados de la Humanidad entera. Sobre todo eso caben infinitas variaciones históricas y teóricas.

Pero el denominador común de todas las clases de políticos es poseer la noción y la sensibilidad del Estado, y que esa noción sea un móvil de la acción política y esa sensibilidad, el motor.

Los móviles del político

Cuando un hombre actúa en política, lo hace movido por una compleja resultante de diversos factores psicológicos. Aquel líder izquierdista entró al comunismo en revancha contra una sociedad burguesa que lo tiene por «mal casado». Aquel otro se hace reaccionario porque en el socialismo o en el radicalismo se lo posterga y se lo disminuye. El de más allá cree defender su pequeño patrimonio al alistarse en las fuerzas del orden. Todavía alguno permanece en una posición política en la que no cree, nada más que por pereza mental o por no romper con viejos amigos o por no escandalizar.

Son todos éstos, móviles subjetivos, si así puede decirse y no caracterizan al político. El que lo caracteriza como tal es el que podríamos llamar móvil objetivo, que es la preocupación inmediata, directa, no excluyente, pero sí indispensable, sobre la vida y el destino del Estado.

Siempre nos preocupó la ecuación personal del político y averiguar la incógnita de sus móviles psicológicos por eliminación de términos conocidos.

Tomado un hombre cualquiera que actúa en política, ¿en qué medida está ahí por ambición personal, resentimientos de justicia heridos? ¿Y en qué medida por un ideal de bien público, ideal que adscribe él a un concepto particular del Estado? Los primeros son móviles subjetivos inmensurables e imponderables, el segundo es un móvil objetivo que puede definirse e investigarse.

Una simple ojeada en la vida pública de un político basta y sobra para saber si ese móvil objetivo, si ese concepto y apreciación del Estado y todos sus atributos, existe o no. Si carece de él, puede ser un impostor y también un santo, puede fracasar o triunfar, pero no es jamás un político. Si lo posee, cualquiera sea la sobreabundancia de los móviles subjetivos y aunque fracase, es político.

Un impostor y un amoral, un ambicioso o un amargado, pero que llegue al gobierno con una noción esclarecida de finalidades, puede ser un gran estadista y por lo tanto su obra redundaría en bien de la nación. Un hombre austero que no tiene ideas sobre lo que es y debe ser el gobierno, actualización en el tiempo y en el espacio de esa entidad que se llama Estado, puede causar graves e irreparables perjuicios a la nación.

Aclaremos que al decir noción no nos referimos solamente a las ideas, sino a esa sensibilidad apropiada del verdadero político para orientar su voluntad con tino y perspicacia entre los hombres y las cosas.

Lugones el apolítico

El móvil extrapolítico que lo llevaba a Lugones a la política era el de desarrollar sus facultades de creador de belleza, en una de las tantas actividades en que esas facultades pueden ejercitarse. Su móvil subjetivo era ése, como para otros es la venganza, el resentimiento, la ambición personal.

Desarrollar su maravillosa personalidad en un campo más; encantar con la magia de sus facultades a los artesanos del taller vecino al suyo propio; instalar el escenario mirífico de perspectivas para la patria, si se implantara esta doctrina ayer, o esta otra mañana; hachar con la cláusula brillante y el tropo desconcertante, un prejuicio, un hábito, una rutina; asombrar y confundir desarrollando el teorema de cómo se pierde o se salva la nación.

Pero no se crea que todo esto con el pequeño propósito de divertir o de ensanchar su prestigio. No. Con el muy grande de servir a la patria, pero por medios propios, exhibiendo un espectáculo de belleza más, completamente inútil e inoperante en política, pero singularmente destacado como obra de arte. El que lea aquí una disminución del talento y de la grandeza de Lugones, recuerde su función, arte u oficio que desempeña en la sociedad y afirme que él es inferior en el servicio de la patria, porque no es político.

Pero carecía del móvil específicamente político

Cuando don Leopoldo durante su primera juventud se consideraba adscripto a la corriente revolucionaria, poco tuvo que hacer en el socialismo que, por aquellas épocas era una negación concluyente del liberalismo. Y no pudiendo filiarse en esta ficha ideológica, declaraba un vago anarquismo lírico con base patriótica, algo criollo y montonero, que diera su gran libro LA GUERRA GAUCHA. En rigor, indiferencia despectiva al Estado y a todos sus atributos y ornamentos. Un anarquismo que llegaba justo al límite en que el liberalismo oficial lo toleraba, y, si se quiere, simpatizaba con él, pues el anarquismo es un hijo natural del liberalismo y éste lo reconoce en privado. Digamos que personalmente se consideró vinculado a la oligarquía liberal roquista.

Luego cuando Lugones apareció en la posición vulgarmente llamada derechista, no cambió, aunque parezca extraño, de postura respecto a lo específicamente político. Hizo incidir la necesidad de una dictadura en exaltaciones paganas de la fuerza al principio, refirmando su avituallamiento nietzcheano y anticatólico; luego trasladó el tema a fuentes inagotables de su personalidad como era su ferviente, su insobornable amor a la patria, y por verla con «voluntad de potencia», grande y hegemónica, sostenía el gobierno unipersonal. También alguna vez se afirmó en conceptos de orden y de tradición, pero sin una detenida consideración sobre su justificación en derecho y siempre como tema que le permitía intuir una realidad imaginaria, acaso de una severidad, de una rigidez, que ensombrecía las frentes de los que lo escuchaban.

Es cierto que en LA GRANDE ARGENTINA y en EL ESTADO EQUITATIVO, Lugones no pasa por sobre la zona estrictamente política y entra a considerar directamente medidas de gobierno, arbitrios de emergencia y hasta la posibilidad de un Parlamento corporativo. Pero si se considera que cuando publicó esos dos libros ya estaba Lugones en condiciones de persuadir por medios más fluidos, más eficaces, que por exposiciones en bloque de ideas que en ese momento carecían del poder reactivo que tienen hoy, y si se tiene en cuenta también que asuntos delicados, vidriosos, espinosos aún ahora, don Leopoldo los presentó con su prodigiosa facundia desconsiderando objeciones, no haciéndose cargo de la larga discusión doctrinaria antecedente y declarando en principio que ésas eran las únicas maneras de salvar la patria, todo ello basta y sobra para no exceptuar del apoliticismo de Lugones los citados libros.

Anarquismo, o sea repudio y negación absoluta de que los medios políticos tengan alguna utilidad y estén inscriptos en una escala de valores. Grandeza de la patria, es decir, un ideal de potencia que no se subordina a los medios políticos, que salta sobre las limitaciones de la realidad política y que no se somete a la revisión de la aduana del Estado. Porque todos podemos desear lo mismo, es decir, que la patria sea primera potencia, pero siempre que ese fin no sea subordinante de otros deberes inmediatos que tiene el organismo de la nación, como la justicia distributiva y el bienestar general, que después de todo sólo por esos deberes se explicaría aquel fin.

Con respecto a su vinculación o su origen simpatizante con el roquismo y con la oligarquía liberal, se explica también porque esa oligarquía no tuvo del Estado la idea de que ese aparato debía abarcar todos los intereses de la Nación, sino que por mucho tiempo en la Argentina debería ser una mera gerencia del progreso importado por medio de capitales y brazos. Era la agencia colonizadora.

La inconsecuencia

La gente dio en engañarse, en enmascarar su enemiga con Lugones, mediante un subterfugio que no pusiera de manifiesto lo que podía parecer pasión de esclavos. Decía que su conversión había sido demasiado brusca. Ya hemos visto que acaso no haya habido en esa brusquedad más que un cambio repentino de ropaje y no de convicciones profundas. Todavía puede admitirse que precisamente por su talento y vitalidad, la conversión haya tenido aristas más salientes y agudas, el estrépito mayor, y la gente por atónita se haya sentido luego más irritada.

Pero así y todo, en el fondo lo que hubo fue una discordancia en los tonos de un escritor que se presentaba como liberador ante un pueblo cuya tónica afectiva está descompuesta, no vibra con soltura. Hay fanfarrias, hay desplantes y hay gallardías, que sumen al que nada puede hacer todavía en una mayor amargura y depresión.

Lugones modificó su frondosa arboladura política con el vigor de una fuerza natural. Cuando abandonó conceptos de la primera juventud y rehízo todas sus intuiciones sobre el porvenir de la patria, se sintió tan eufórico y tan satisfecho como el día anterior. Y es que él estaba para cantar el aleluya, para lanzar a los cuatro vientos el grito de la victoria, pero no estaba para la doméstica tarea de incorporar al postrado. La querella por inconsecuencia contra Leopoldo Lugones –aquí donde nos olvidamos a cada rato en qué partido estamos– fue un escamoteo de enfermo. De alguna manera había que explicar la discordancia si no se quería, ni se quiere, mirar la gravedad cara a cara.

La enemiga contra Lugones

Lugones resultó un nombre incómodo en materia política para un pueblo como el nuestro que sufre inmensas taras educacionales y que está oprimido por un complejo de inferioridad motivado por su enfeudamiento económico al extranjero. Desde hace 80 años se nos viene diciendo que no somos bastante civilizados y que no hemos progresado lo bastante. Que somos indignos de la gran riqueza que nos deparó el destino, y que si queremos ser algún día dignos debemos entregarla aún más al progreso europeo y a la civilización europea. Vivimos humillados.

Ahora, Lugones era un majestuoso cóndor de gigante envergadura que se pasó su vida haciendo maravillosos ejercicios de vuelo, anegándose en el infinito azul. Aquel alarde asombroso de vitalidad, como espectáculo de belleza ha sido genial –solamente su conversación era un poderoso dínamo de prodigiosa energía–, pero en el angosto, limitado y empequeñecido cerco de nuestra realidad política, lastrada por la acción de frenos inhibitorios determinados por nuestro vasallaje colonial, la vista del grandioso y armonioso dominador del aire irritó. Esta es la verdad. Don Leopoldo tuvo y tiene millares de respetuosos admiradores de su talento, pero eso que se llama arrastre, eso que conquista la magia persuasiva del hombre que concita otros hombres para la más minúscula empresa del diario acaecer, eso no lo tuvo.

* En «Acerca de una Política Nacional», 2ª Edición, publicada en «Ramón Doll – Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, T° V – Ediciones Dictio – 1975. La 1ª edición del año 1939 fue publicada por Editorial Difusión con prólogo de Julio Irazusta que se editó como «Estudio preliminar» en la 2ª edición.

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Comentarios 2

  1. Jorge dice:

    Que raro que hablen de un señor que fue masón , teosofista , que se alejó de la iglesia

    • Estimado Jorge, de ninguna manera resulta raro que en este blog, de característica tan cultural, se hable del gran escritor y poeta argentino Leopoldo Lugones. Respecto a sus objeciones lo invito cordialmente a la lectura de un artículo del filósofo Alberto Caturelli, “El itinerario espiritual de Leopoldo Lugones”, publicado nada menos que en “Mikael”, revista del Seminario de Paraná, en su número 22, de 1980, con el cual también se publicó una separata. Don Julio Irazusta también le ha dedicado un libro de recomendable lectura: “Genio y figura de Leopoldo Lugones” (Ed. Eudeba, 1969), y el mismo P. Leonardo Castellani ha escrito una gran obra a su respecto: “Lugones” (Ed. Theoria, año 1964, y reeditada en «Leonardo Castellani – Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino», T° VIII – Ediciones Dictio – 1976). Le dejo aquí, un fragmento de esta última obra que fue publicada también en «Decíamos ayer…»: https://blogdeciamosayer.blogspot.com/2019/05/la-desolacion-de-lugones-p-leonardo.html De todos modos, me tomo el atrevimiento de recomendarle la lectura directa de las obras de Lugones. No se decepcionará; p.ej. “Romances del Río Seco”, “El Payador”, “La misión del escritor”, “El ideal caballeresco”, “La grande Argentina”, “La Guerra Gaucha”, etc., etc. Un saludo

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