📖 Ediciones Voz Católica

Más leído esta semana

Ushetu, Kahama, Tanzania, 29 de enero de 2023
Surgen apostolados en los momentos que no se tiene pensado ni planificado. Por ejemplo, cuando nos llaman para ir a ver a un enfermo en su casa. Muchas veces es bastante sacrificado, pues a veces nos llaman de lugares muy apartados, y significa un gran sacrificio llegar hasta allí. Por ejemplo, los otros días llamó el catequista desde una aldea que está hacia el sur, del otro lado del río. En este tiempo de lluvias es muy incierto saber el estado del camino, pues puede ser que llueva en aquella zona, y nosotros aquí ni nos enteramos, o sólo recibimos unas pocas gotas. Entonces puede ser que comenzamos el viaje muy confiados y luego nos encontramos con la sorpresa de que no se puede llegar, o una sorpresa más desagradable, como quedarnos atascados en el barro. Fue así que hace unas tres semanas nos llamó el catequista de Mwendakulima, para que vayamos a ver a su padre que estaba muy mal. Yo le pedí ayuda al P. Pablo Folz, puesto que a mi me resultaba imposible ir porque me encontraba en la otra parroquia. El padre salió en la moto, acompañado de un novicio, y se dirigió hacia el lugar, por el camino más corto, pues en la moto es más fácil atravesar los campos de arroz inundados. De todas formas, le llevó más de una hora el viaje.
La semana pasada recibimos la noticia que el papá del catequista Nikodemo había fallecido, en paz con Dios, por haber recibido todos los sacramentos, y haber sido siempre una persona muy religiosa. Nos pedía que fuéramos a hacer la misa de funeral. Les avisamos a un par de catequistas más, para que vinieran y acompañaran también a su colega. El padre Pablo, dos semanas antes me había dicho que se podía pasar perfectamente, que no ha llovido casi nada por esa zona. Pero entre aquella ocasión y ahora habían caído varias lluvias grandes, y entonces no teníamos certeza. Como se trata de llegar si o sí, porque nos esperaban para la misa, y además yo viajaba en la camioneta con los catequistas, decidimos ir por el camino largo, pues no sabíamos el estado actual de la vía. El camino largo son 45 kilómetros de tierra, que nos llevaron un poco más de una hora y media. Los dos últimos kilómetros nos tomaron mucho tiempo, pues ya eran caminos de motos o bicicletas, y se complicaba el paso de la camioneta, y nos perdimos un poco.
Al llegar, en la casa ya había un grupo grande de vecinos, y sin demorarnos, comenzamos los preparativos para la misa. Habían colocado dos “turubai” (o toldos de plástico) dispuestos para el altar y el féretro. Los hombres sentados todos juntos, debajo de un árbol de mangos. Las mujeres, por su parte, todas juntas, en otro lugar, bajo la sombra que proyectaba una de las casas. El clima se mostraba amenazante, pues se escuchaban muchos truenos, y el cielo estaba oscurecido por nubes muy densas de lluvias. Comenzamos el ritual de exequias, y les pedimos que se acercaran un poco al altar. Lo que sucede en lugares como éste, es que la mayoría son paganos y nos saben participar de la celebración. En muchas ocasiones se ponen a hablar, y a veces hasta a reírse, y molesta un poco la ceremonia. Les pedimos a los católicos que se pusieran adelante, cerca del altar, para que ellos respondan y lleven el ritmo de la celebración, cuando hay que pararse, sentarse, o arrodillarse. Comenzamos la santa misa, y comenzó a llover muy despacito… gracias a Dios, no impedía que siguiéramos, y yo rezaba para que no pasara de allí, pues no teníamos a dónde mudarnos para continuar. Los hombres en un momento se retiraron unos metros para atrás, para estar sentados debajo del árbol. Las mujeres se tapaban con sus telas (kitenge), y los dos tolditos funcionaban a la perfección para nosotros, catequistas y sacerdote. Gracias a Dios siguió todo en orden, pero no podíamos demorarnos mucho.
Aquí acontece lo que más me sorprendió en ése día, y fue el silencio y el respeto de los paganos presentes. Pues estuvieron sentaditos, callados, y muy atentos a todo lo que se hacía. Fue muy gratificante para mí, pues estaban muy impresionados desde el principio, cuando veían que poníamos las cosas de la misa en la pequeña mesa petisa que oficiaba de altar. Me miraban cuando me revestía con los ornamentos sacerdotales. Y finalmente escucharon los cantos del pequeño coro y de los fieles, las oraciones, el orden de la misa al que todos respondían. Creo que se llevaban la idea de una celebración seria, y precisamente eso… veían algo inusitado para ellos. Algo que les habla de “lo sagrado”, de lo que no pertenece a éste mundo. Es hermoso ver que la liturgia bien celebrada es un gran acto misionero. Muchos de ellos, sin saberlo, y por acción del Espíritu santo, estaban siendo “tocados” por “eso sobrenatural”. No pude casi predicar, pues la lluvia seguía amenazante, y la gente cubriéndose como podía.
Después del entierro, que se realiza a unos ocho metros de la casa, donde están sepultados otros miembros de la familia, se dicen algunas palabras. En ese momento brillaba un poco el sol, y entonces pude despacharme con un sermoncito de uno o dos minutos, como un cartucho misionero, sobre el destino eterno de las almas. Les dije que hacia la eternidad hay dos caminos, uno que lleva a la muerte eterna, a los sufrimientos; y otro que lleva al cielo, a la gloria eterna. Que nosotros elegimos el camino que queremos recorrer, y el lugar a donde queremos llegar. Había mucho silencio, sorprendente, como les he dicho, en estos ambientes. Los ojos de los hombres en frente mío estaban fijos mirándome. Tengo la imagen grabada en mi memoria. Pensemos que los paganos, sobre todo los de estos lados, viven una vida muy monótona, entre trabajos del campo, y sin pensar en absoluto en lo que puede haber después de la muerte. Ante lo que puede haber, si es que hay, se encogen de hombros. Por eso, esta oportunidad de hablarles de la eternidad, era preciosa.
Luego nos invitaron a comer a todos, como es costumbre. A los catequistas y a mí nos prepararon el lugar de honor, junto a Nikodemo, debajo de los toldos. Nikodemo es el hijo menor de David, el difunto. David dejó una familia de once hijos, más de cincuenta nietos, y unos catorce bisnietos. Es decir, una familia de más de setenta personas. Qué grandiosa manera de dar frutos y pasar por esta vida. Me contaba Nikodemo que según la tradición, por ser él el hijo menor, debe trasladarse a la casa de sus padres, para vivir con la mamá y cuidarla.
Durante el almuerzo ya se respiraba un ambiente relajado, nada de lágrimas, sino tan solo algunos rostros un poco más serios. Pero podemos decir que había hasta un clima alegre. Comenzamos a charlar, pues es también la manera de “regresar” a lo cotidiano, y ayudar a los deudos a suavizar las heridas. La conversación derivó en el trabajo de los primeros misioneros que pasaron por esta zona, pues para estos días estoy leyendo un libro que providencialmente cayó en mis manos. Un libro que me parece un tesoro realmente: “Frente a frente – La epopeya misionera en los grandes lagos africanos”, la vida del P. Simeón Lourdel, de los Padres Blancos, que fue el primer misionero católico en llegar a Uganda. Para llegar a Uganda, celebrar la primera misa de la historia en ese lugar, y bautizar a muchos de los que serían los futuros mártires de Uganda, el P. Lourdel pasó por estas tierras de Tanzania. Y más precisamente, pasó por Tabora, ¡el territorio que en ese momento estábamos pisando!
El Padre Lourdel, “Mapeera”, como lo llamaban los baganda (habitantes de Uganda), estuvo un tiempo por esta zona, con los demás misioneros, y fueron recibidos por un rey de estas tierras, Mirambo. Les pregunté a los catequistas, cuáles eran los territorios que dominaba el rey Mirambo, y me respondieron que es precisamente toda esta zona, la de Tabora y de Ushetu. Y que según algunas historias que se cuentan, Mirambo murió envenenado en una de sus campañas en contra de un pequeño rey, y esto tuvo lugar a unos 40 km de donde se encuentra nuestra parroquia de Ushetu.
Tal vez pensarán que me he ido por las ramas al contar todo esto, y tal vez un poco sí. Pero en realidad lo traje a propósito a colación, pues es admirable la vida de los primeros misioneros, cómo cuentan de sus tremendos y sacrificados viajes, y lo dura que era la vida entre los naturales del lugar, los terribles Wanyamwezi. En uno de los viajes para llegar a la misión, de los cinco misioneros que venían para reforzar, tres murieron en el camino, y los dos que llegaron, llegaron medio muertos por sus terribles dolencias. El Padre Mapeera habla de esto, y nosotros ahora nos encontrábamos ante muchos descendientes de aquellos wanyamwezi, y muchos de tribus que han llegado después, como los Sukuma. Los descendientes de ellos estaban ahora ante mí, y seguían escuchando a los misioneros. Si n haberlo planificado, tenía a todos esos paganos en frente.
Muchas cosas han cambiado en estos 140 años desde la llegada de aquellos misioneros, como el hecho de no contar más con pequeños o grandes reyes o caciques, ni tampoco con guerras entre tribus, y que ha llegado bastante progreso al estar en un país civilizado, y con una lengua en común como el swahili. Pero otras cosas, todavía no han cambiado, pues allí estaban tantos paganos, que siguen esperando el trabajo misionero. No pensemos que están ávidos de escuchar el mensaje del evangelio, pues así han vivido por generaciones, y a veces las palabras les pueden resbalar por la piel sin penetrar en el corazón. Lo que importa es que allí están, que tenemos la posibilidad y muchos más medios que tantos misioneros de antes… que la circunstancias son favorables para nuestro trabajo. Lo que debemos hacer es “meternos en el trabajo” con total entrega.
Y se trata de un apostolado impensado, pues ese día pensaba estar tranquilo en la casa, no tenía misa fuera en aldeas, y me entonces llega este pedido. Como cuando le pedí al P. Pablo que fuera a ver a David para darle los sacramentos. Ir a ver un enfermo por esa zona, o hacer un funeral, nos implica todo el día. Mínimo cuatro horas de viaje entre ida y vuelta, más todo el tiempo que se ocupe para administrar los sacramentos o celebrar misa, y comer con ellos antes de regresar. Y después llegar casi al atardecer a la misión, bastantes cansados, sin posibilidad de hacer otra cosa que descansar un poco. De todas formas, ciertamente que no nos hemos agotado como aquellos misioneros que caminaron por primera vez por estas tierras.
Gracias a Dios por ese gran día de apostolado.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE
PD: por razón de las circunstancias, no me dediqué a sacar fotos. Tan solo estas dos o tres de los grupos (hombres y mujeres) sentados al momento del almuerzo.

Seguir Leyendo

Comentarios 4

  1. Irene dice:

    Dios bendiga siempre al padre Diego Cano y a todos los misioneros que dan su vida por evangelizar 🙏‼️

  2. Ileana dice:

    ¡Qué hermoso testimonio Padre Diego Cano! ¡Qué feliz entrega de la vida a Jesús y sacrificio por amor a las almas! ¡Que Viva el IVE y las Servidoras! ¡Que Vivan los valientes Misioneros del Señor Dios, Encarnado, Vivo y Resucitado! ¡Que Viva la Misión!

  3. Virginia dice:

    Gracias por su testimonio. Es muy edificante🙏

  4. Deyanira Pérez dice:

    Sin palabras que sublime apostolado Dios les bendiga y acompañe siempre 💓😪💓💓🌹🌹🌹🌹💓💓😪😔🙏🙏👍

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.