Ushetu, Tanzania, 19 de agosto de 2018
Las actividades en la misión se suceden sin tregua. Cada año es mejor que el anterior, gracias a la experiencia, y a que somos más misioneros. Pero también nos exige mayor esfuerzo. Al menos en mi caso, el esfuerzo de escribirlas para contarles a ustedes, ya casi que no encuentro el tiempo. Y el famoso “tiempo de la noche” para escribir, termina siendo valiosísimo para recuperar fuerzas. Por eso entenderán que haya espaciado un poco las crónicas.
Por esta razón hoy quiero retrotraerme al mes de junio… sí, junio, hace dos meses. Fue un mes intensísimo. Ya es considerado por nosotros “el mes de los campamentos”, y no es exageración. Como les conté hace mucho (y los que son amigos de nuestra misión desde hace tiempo, se acordarán), comenzamos los campamentos de catequesis en el año 2014. Era medio una locura en aquél tiempo, porque yo estaba completamente solo, después del accidente del P. Johntin, pero fue como un desafío a nuestra confianza en la Divina Providencia. Realmente, en aquél momento “hicimos lo que pudimos”. Como siempre, todo lo que se hace con buena voluntad, da fruto. Para ése entonces hicimos siete campamentos y participaron casi 500 niños y niñas.
Los campamentos de catecismo nacieron como una necesidad de dar un poco más de enseñanza, sobre todo a los niños que son de aldeas lejanas, y que no tienen buena asistencia a la catequesis, o también sucede que no tienen buenos catequistas. Por eso era importante el juntarlos, y que aprendan lo fundamental. Además que esos días de campamento son días especiales para que aprendan a rezar, para que conozcan a niños de otras aldeas. Esto los anima mucho, sobre todo a los de las aldeas más pequeñas y alejadas, porque ven que la iglesia “es más grande” y que “somos muchos y no estamos solos”.
Cada año el número de participantes ha ido en aumento, aunque todavía queda mejorar. Este año pudimos realizar dos campamentos en cada centro, que son siete, uno para varones y otro para niñas. Es decir que en cuatro semanas que duran las vacaciones del colegio pudimos realizar ¡catorce campamentos!
Lo que se ha podido mejorar es nuestra asistencia, de los padres y las hermanas. Eso hace que también se le dé el clima propio de un campamento, con horarios, con momentos de oración, sobre todo con la Santa Misa y el rosario, confesiones. A su vez animado con juegos por equipos, puntajes, competencias de preguntas y respuestas, obras de teatro, cantos… finalizando con una verdadera fiesta, con entrega de premios y gaseosas para el almuerzo.
Gracias a varios benefactores, a quienes me gustaría nombrar, pero sé que ellos mismos desean que no sea así, para recibir toda la recompensa de manos del que retribuye con creces toda obra buena, hemos podido mejorar la comida de esos días. Con esas ayudas hemos dado aceite, azúcar y arroz a cada campamento. El arroz es parte de la comida de fiesta, y de esa manera se podía hacer que algunos días pudieran comer algo distinto, no siempre ugali (pasta de maíz banca).
Y la generosidad de Dios ha llegado a tanto que hasta se les ha podido dar una cantidad de caramelos y dulces a cada campamento, y la compra algunas pelotas para que jueguen.
Ha sido muy esforzado el trabajo del P. Víctor Guamán, del P. Jaime, junto con los postulantes del IVE y las hermanas, para asistir a cada campamento. Y nuevamente, como el año anterior, llegamos a tener 1.700 niños en campamentos, por gracia de Dios. En todos ha reinado un gran clima de alegría, y sobre todo, que entre tantos niños, y tantos juegos, tantos viajes, todo ha salido muy bien.
Siempre nos admira la gran alegría con la que participan, y cómo desean que lleguen esos días. Aún cuando no podemos brindarles comodidades. Generalmente duermen sobre el crudo pavimento del suelo, comen comida muy simple, y muchos de ellos caminan muchos kilómetros con su mochila o bolsita con sus pocas pertenencias para los cinco días, y al terminar el campamento vuelven caminando hasta sus aldeas. Cuando terminamos la fiesta del Corpus Christi en una aldea, unas niñas nos decían con gran alegría: “nos vemos la semana que viene en el campamento”. Ellos contando los días, y nosotros todavía no caíamos en la cuenta que estábamos tan cerca de esa actividad.
El fruto que se cosecha cada año, de esos días de trabajo intenso, es la alegría de ver a los niños alegres. La satisfacción de ver cómo aprenden el catecismo, y aprenden a rezar. El agrado de ver que cuando llegamos a las aldeas aún más lejanas, hay un grupo de niños que saluda con confianza, que sabe participar de la Misa, y saben también jugar. Todo esto renueva el espíritu de las aldeas con la participación de los niños, con su alegría, y su confianza con los misioneros.
Damos gracias a Dios por estos frutos, por tantas gracias recibidas, y pedimos por la perseverancia de todos estos chicos. Que Él nos conceda poder mejorar año tras año, y así recibir muchos más niños y darles cada vez mejor formación cristiana.
Es maravilloso pensar cómo Cristo se regocija en la fresca alegría cristiana de estos pequeños.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE.