Terminaron las misiones populares, como siempre, con muchos frutos espirituales y gran alegría de parte de todos. Los misioneros, son siempre los que experimentan mayor gozo, pues “hay más alegría en dar que en recibir”, como dice San Pablo que es enseñanza de Jesucristo (Hechos 20,35). Los que han misionado se alegran de ver a la gente tan feliz el día del cierre de la misión, pues esa alegría brota de haberse acercado a Cristo, por medio de los sacramentos, y por los ejercicios espirituales propios de la misión popular.
En la clausura de ambas misiones se dieron bautismos, confirmaciones, y primeras comuniones. En la misión de Senai también hubo un casamiento de dos abuelos. En todos los casos se trata de adultos mayores, pues en estas tierras de misión “ad gentes”, no se suelen hacer bautismos de niños si los padres no reciben los sacramentos, dado que no hay cultura cristiana, y por lo tanto en muchos de esos casos no tendrán la seguridad de poder educarlos en la fe. Los niños, si sus padres no están casados y reciben los sacramentos, generalmente deben esperar a tener la edad suficiente para ir al catecismo y hacer el catecumenado de tres años.
Es admirable el fruto que da la predicación de las misiones populares, pero también podemos decir, que en general los misioneros somos testigos del fruto de la predicación de la palabra de Dios. El misionero lo es sobre todo porque anuncia el Evangelio, con obras y con palabras. Somos misioneros por el mandato de Cristo: “Id por todo el mundo, y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15). Y esto que tenemos en común todos los misioneros, sin embargo, se debe realizar de mil maneras diferentes, de acuerdo a los lugares y personas, a las diversas culturas y circunstancias.
Los otros días pensaba en contarles un poco cómo son nuestras predicaciones por estas partes, pues tiene sus características particulares, que pienso que puede ser interesante, y a la vez ser formativo para los que se preparan para ser misioneros.
Recuerdo que cuando llevaba apenas algunos meses en Tanzania, y en medio del esfuerzo de tratar de aprender el swahili para poder hablarlo de la mejor manera posible, y poder entender lo que se conversaba, una persona me preguntó por correo qué les predicaba. Mi respuesta en aquél entonces, fue: “predico lo que puedo, no lo que quiero”. Pues en la limitación del que está aprendiendo una lengua, sin dominarla, el lenguaje se ve muy reducido, la expresión es dura, y no hay como expresar grandes ideas ni razonamientos.
A medida que va pasando el tiempo, y por medio del estudio y la práctica, el misionero se va soltando un poco, y se pueden ir haciendo mejores sermones. La diferencia está, generalmente, en el auditorio, pues en la iglesia parroquial donde celebramos misas todos los días, y todos los domingos, la gente se acostumbra a escuchar sermones más largos, con varios puntos, y en gran parte leídos. Ayuda también que en el templo parroquial, en Ushetu y Kangeme, la gente puede escuchar dentro de la iglesia, bien sentada en sus bancos, y con un buen equipo de audio, es más fácil captar y conservar la atención. Y agrego que después de varios años de misión, los misioneros han enseñado a la gente a escuchar con más atención, es decir, evitar el pararse innecesariamente, o también hablar, molestar, dormir, etc. Se ha logrado que el momento del sermón reine el silencio y un clima de atención. Por eso podemos decir que los sermones en el templo parroquial, actualmente, pueden tener buen nivel, y la gente los capta muy bien.
Ahora hay que hacer una gran diferencia con respecto a las aldeas. En muchos lugares sólo celebramos misa dos o tres veces al año; en los que tienen más suerte, tal vez cada dos meses, o una vez al mes. En algún centro o capilla más importante y numerosa, puede ser que lleguemos aún más veces. Pero en general, en las pequeñas capillas, la predicación tiene que ser muy directa. No se puede leer casi nada, pues en el momento en que uno lee algo del papel, dejan de prestar atención. Normalmente en esos lugares hay que predicar, e ir alternando preguntas, para corroborar que están entendiendo, y que están siguiendo la idea. En esas aldeas también se suma que al no estar tan acostumbrados a participar de la misa y escuchar sermones, cualquier pequeña cosa los distrae: una moto que pasa por el camino, por ejemplo, hace que todos se den vuelta y miren hacia la puerta; si alguien entra o sale, todos se voltean para ver; si un niño llora, se para, golpea el banco, etc, etc. Mantener la atención es un arte, y de eso se trata la predicación.
Finalmente hay que hacer una diferencia en los temas para predicar. En el templo parroquial, donde, como les decía, tienen misa todos los domingos, generalmente se sigue el tema de las lecturas, o alguna vez se ha desarrollado un temario en varios domingos, como por ejemplo explicar los diez mandamientos, o sobre la Eucaristía, etc. Pero cuando vamos a las aldeas, normalmente elegimos temas muy catequéticos y misioneros, pues sabemos que la gente de esos lugares tienen muy poca formación en la doctrina cristiana, y entonces debemos predicarles sobre el pecado, la diferencia entre pecado venial y mortal, las condiciones para comulgar, o para hacer una buena confesión, el deber de rezar los domingos, la vida de la gracia y los sacramentos, la devoción a la Virgen, los novísimos, la vida de Cristo, sus milagros, etc… es decir, los temas propios de una misión popular.
Para terminar esta crónica quiero citar algunos textos del P. Carrascal, del libro “Si vas a ser misionero”, que estoy releyendo con mucho provecho. El P. Carrascal aborda el tema de la predicación cuando habla de las causas que pueden “enfriar el fervor del misionero”, pues constata que el misionero “ad gentes” debe repetir muchas veces lo mismo, sin poder elevarse demasiado, ni lucirse como lo podría hacer en su tierra. Dice así el P. Juan Carrascal: “San Agustín, con sentido muy humano de lo divino, prevenía a su catequizador «Deogracias» contra cierta desgana que podría sentir de tanto repetir cosas para él requetesabidas. El misionero en su obra catequizadora puede sentir, a veces, ese mismo disgusto o, por lo menos, falta de gusto. De las cosas buenas se dice que “bis repetita pla¬cent”… Dos veces está bien, pero si se repiten hasta la saciedad llegan sencillamente a causar un poco de desabrimiento. Este hastío es algo humano y en sí nada tiene de reprensible, si el misionero sabe vencerle. Una cuidadosa preparación le dará además modo fácil de decir lo mismo pero de manera variada y amena; la atención de los oyentes le inspirará y engendrará ese círculo de influencia mutua que tanto beneficia al predicador y a los que oyen.”
“Todas las ciencias tienen sus preámbulos, sus principios, a veces lo más abstruso y difícil de esa ciencia; otras, lo más fácil y tales que, conocidos una vez, no hay para que insistir más en ellos; sentiríamos la repugnancia de quien sólo explicara los rudimentos de solfeo sin llegar nunca a disfrutar de la belleza de una sinfonía; o de quien diera las primeras lecciones de dibujo o pintura sin llegar a la realización de un sublime cuadro o de un bellísimo panorama. Pues algo así le pasa al misionero. Lo que en países católicos apenas se tiene que tocar incidentalmente, porque son los primeros rudimentos de la doctrina y de la fe y que el niño mama con la leche, tienen que ser, en misiones, el tema más socorrido y habitual, sin que de ordinario le sea dado explayarse por los dilatados campos de la ascética o por los horizontes infinitos de la mística o por los amenos prados de la literatura hagiográfica. Sencillamente, porque no hay sujeto. Y además, porque tiene que hablar en una lengua rebelde quizás e inflexible a las múltiples modalidades de su rico pensamiento. El misionero tiene que renunciar en su predicación a eso que llamamos la médula de la fe y de vida espiritual, y contentarse con cuatro cositas «de communi» con muchos rudimentos. Esto podría causar un poco de hastío, algo de lo que venimos llamando «frialdad misionera».
Este hermoso y sabio texto del experimentado misionero no necesita comentarios ni añadidos. Después de doce años por estas aldeas, lo veo confirmado. Pero sobre todo le agradezco al P. Carrascal ese consejo: “Una cuidadosa preparación le dará además modo fácil de decir lo mismo, pero de manera variada y amena; la atención de los oyentes le inspirará y engendrará ese círculo de influencia mutua que tanto beneficia al predicador y a los que oyen.” Muchas veces, es verdad, nos vemos predicándoles a los niños, por ejemplo, pero el hecho de prepararse, y buscar decir lo mismo de otra manera, y de estudiarlo y expresarlo con mayor soltura… finalmente hace un gran bien a los oyentes, y al mismo misionero.
Pensaba en esto en los días de los campamentos de niños. Hacemos ocho campamentos de cinco días cada uno en el transcurso del mes de junio, dos campamentos por semana, en distintos lugares. En mi caso, me tocó predicar tres semanas seguidas a los niños. Lo que generalmente hacemos los sacerdotes, es buscar un temario cada año, apropiado a los niños, y tratamos de que sea de mucho provecho para ellos, buscar prepararlo, buscar material, adaptarlo, y poder predicarlo con soltura a ellos. Me sucede a menudo que esos sermones luego me sirven para predicar en muchas aldeas, donde los fieles adultos son como “niños en la fe”.
La parte positiva de la predicación en estos lugares es esa que también nombra el P. Carrascal, y que tal vez pasamos por alto: “la atención de los oyentes le inspirará”. Generalmente, y a pesar de las distracciones, la gente escucha con mucha avidez, no se pierden ni una palabra, todo les llama la atención y les maravilla. Es hermoso para el misionero poder predicar las cosas más sencillas y profundas a la vez, las verdades del evangelio, el gran misterio de la Eucaristía, de la Misa, de la Cruz… y que la gente escucha con gran atención, con gozo, asintiendo a las verdades, como se percibe en sus rostros y gestos. Es grandioso ver que ante los más grandes misterios se da un gran asentimiento y comprensión, pues son los “sencillos” para los que el evangelio penetra sin obstáculos.
También es muy frecuente que nos agradezcan esas enseñanzas, y que nos insistan que volvamos una y otra vez, pues están ávidos de escuchar al misionero.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE