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Kangeme, Kahama, Tanzania, 28 de octubre de 2025

En esta época están comenzando las lluvias, y eso trae cierto alivio en el clima. Por ejemplo, el domingo, pude gozar del aire fresco y apacible por la mañana, cuando expuse el Santísimo Sacramento en la iglesia parroquial, y luego me senté afuera para escuchar confesiones. El cielo nublado, y a diferencia del tiempo de sequía, en el cual por la mañana también está fresco, pero siempre hay mucho viento y tierra, y que sabemos que apenas sale el sol, comienza a estar caluroso. Este domingo se mantuvo nublado hasta casi el mediodía. Luego de la primera misa en Kangeme, salí hacia Mazirayo para hacer una segunda misa, y el aire fresco y cielo cubierto me hizo muy agradable el viaje.


En la misa del templo parroquial participó mucha gente, como siempre, y luego de la misma se invitó a todos los niños a que se queden para una liturgia de la palabra especial para los niños, y de esa manera se van acostumbrando a participar de la liturgia de los domingos. Los niños llenaban el templo un poco más de la mitad.


En Mazirayo me esperaba un buen número de fieles, y apenas llegado, se comienza el rosario para dar tiempo a las confesiones. Les había dicho que este domingo habría bendición de las semillas, pues ya están preparando el campo para sembrar por la cercanía de las lluvias, y porque ya han caído los primeros chaparrones. Avisamos también de esta bendición en las aldeas cercanas, por si querían venir, porque no tendré tiempo de llegar a todas antes de que siembren. Pude reconocer feligreses de varias aldeas vecinas, y por eso se vio más gente de la que normalmente participa los domingos allí. Me dio mucho gusto ver a los jóvenes del colegio secundario de Ubagwe, vistiendo sus uniformes de egresados de TYCS (Jóvenes católicos de colegio secundario), y que dirigieron muy bien los cantos de la misa. A la mayoría de ellos los conocemos desde muy chicos, por el catecismo y los campamentos. Eso hace que tengan un trato muy familiar con nosotros, se acercan a confesarse, vienen a saludar, charlan con nosotros, con mucha naturalidad. También me sorprendí de lo bien que ayudaron los monaguillos en esta misa, con mucha atención y sin equivocarse absolutamente en nada. Se va viendo el trabajo de varios años con misas en esos lugares.


Al terminar la celebración, como es costumbre, la gente de la capilla tenía preparado el almuerzo, que compartimos junto con los catequistas y líderes, en la casa que allí tenemos para los misioneros. Comencé mi regreso cerca de las tres de la tarde, en una siesta calurosa, y me acordaba de lo diferente que había sido mi viaje de ida. Es muy lindo ver en esta época los campos preparados para sembrar, los han limpiado y se los ve muy prolijos, se ven grupos de gente trabajando en el campo, cultivando con herramientas manuales, cada uno con su azadón. Pero ante la mirada del misionero, que en el día domingo se dirige a una aldea para celebrar la misa, ver toda esa gente trabajando en el campo, le habla de la cantidad de gente que no va a la iglesia, gran mayoría de paganos, que no conocen la fe. Le dice al misionero de la cantidad de cristianos, católicos, que tampoco van a la iglesia cada domingo, y que debemos seguir trabajando para atraerlos a la iglesia. Por otra parte, al pasar por esos campos, muchos no saben quién es el misionero, pero otros sí saben, y el hecho de pasar, y saludarlos, le hará recordar que “el padre va a alguna aldea a celebrar misa”, y eso les recuerde su deber dominical. También recuerdo siempre las palabras del P. Llorente que dice que el misionero, al viajar y pasar por esos lugares, va desgranando su rosario, pidiendo a Dios y la Virgen por esas almas.


Hoy he atendido la oficina parroquial de Ushetu. Atender la oficina, es una de las cosas más costosas y áridas, al menos en mi experiencia personal. Sin embargo, a pesar de ser una de las cosas más sacrificadas en el ministerio parroquial, es nuestro deber, y por lo mismo está lleno de bendiciones, para los que vienen, como para el mismo sacerdote. Es el momento de escuchar personalmente e individualmente las necesidades y problemas, de cada una de las personas. Vienen jóvenes a anotarse para el matrimonio, vienen ancianos, vienen pobres, vienen líderes, catequistas, etc. En muchos casos sólo esperan alguna palabra del sacerdote, y como me ha sucedido varias veces, una enseñanza de lo más simple del evangelio les ilumina la mente, y les hace esbozar una sonrisa, diciendo: “Es verdad padre, es así”. Pensaba en esto al leer los otros días una crónica del P. Esteban Olivares, IVE, abad del monasterio de Brasil, que recordaba la anécdota del P. Llorente, ya anciano y de regreso en Estados Unidos: “¿Qué hizo usted cuarenta años en Alaska con los esquimales?”, le preguntó un sacerdote en la Universidad de Gonzaga al Padre Llorente. Y como la pregunta llevaba un tono irónico, como insinuando que había perdido el tiempo, él respondió con sencillez: “Estuve cuarenta años enseñando a los esquimales a hacer la señal de la cruz. Y con eso me doy por contento.”


El día de hoy, entre tantas personas que atendí en el despacho parroquial, llegó una mujer a pedir ayuda. Hace pocos meses ha dado a luz una niña con hidrocefalia. La traía en brazos, y me pidió que le ayude para poder llevarla a la ciudad de Mwanza y que allí la puedan operar. Teniendo en cuenta la gravedad de la condición de la niña, y la precariedad de los medios de salud con los que se cuenta por estos lados, además de ayudarle materialmente, le pregunté si quería que la bautizáramos, antes de su viaje, y de alguna posible operación delicada. Se puso muy contenta la mamá, y entonces le pedí que esperara a que termine de atender a los que habían venido, y haríamos el bautismo. A la hermana que me ayudó a preparar las cosas para el bautismo le ofrecí ser la madrina. Allí estábamos los cuatro: Madre Blessed de madrina de bautismo; María, la mamá de la niña; en brazos su bebé que se llamaría Mónica; y el padre misionero. Hicimos el bautismo y la confirmación, y fue muy emocionante, para mí, ver a María, al final de la celebración, haciendo una oración a la Virgen María, ofreciendo a su hija en manos de la Virgen.


Al final, tantas idas y venidas, tantas dificultades y sacrificios, tantos dolores de cabeza y preocupaciones, tantos trabajos y tareas… todo cobra completamente su sentido, pues para esto estamos misionando. Recordé en ese momento tan sencillo, con tan pocos testigos dentro de nuestra iglesia de Ushetu, la conocida anécdota de San Francisco Javier, cuando se cuenta que bautizó a un niño que se estaba muriendo, y le dijo a su compañero que por ese sólo bautismo valen la pena todos los sacrificios hechos para venir a las misiones.

Que Dios los bendiga… ¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE

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