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Alejandría, Egipto, 22 de junio de 2018

Ordenando las fotos de este tiempo me encontré con éstas de Ihata. Me di cuenta que no había escrito nada sobre esta visita, y me parecía muy importante no pasarlo por alto. La razón es porque se trata de una aldea de lo que llamamos “el lejano oeste” de la parroquia. En ése centro, teníamos dos aldeas que las llamábamos “muertas”. Habían perdido a sus catequistas, dejado de participar en las actividades de la parroquia, como reuniones, organización, campamentos y fiestas. También dejaron de participar en las actividades del centro al que pertenecían. Así por varios años.

Pero si bien nunca las contábamos para nada, tampoco queríamos borrarlas de las lista de capillas, porque siempre una luz de esperanza queda. Algunos cristianos hay, aunque hayan dejado de rezar… y siempre hay niños, que aunque sus padres no vayan a la iglesia, ellos desean ir. Una de las grandes dificultades es encontrar un catequista. Sin éste, la aldea no puede ir a delante… y el motivo es porque el catequista es como el alma de esa comunidad cristiana. El catequista los junta para rezar, dirige la liturgia de la palabra, y es el nexo con la parroquia, con el párroco y todos los sacerdotes que están en la misión.

Ihata tuvo un catequista que no tenía espíritu para llevar las cosas a delante. Se quedaba con los aportes de los fieles, y no procuraba que hubiera progreso. Recuerdo que por el año 2013 todavía tenían una capillita. La pude ver en pie durante un tiempo. Luego sólo quedaba el altar de barro… finalmente se redujo a un montón de escombros. Daba mucha tristeza ver eso cuando pasábamos para otras aldeas de esa zona. A los misioneros nuevos, cuando pasamos por allí, les cuento que en ése lugar estaba la capilla, y se admiran, porque realmente no quedan rastros.

Gracias a tantas oraciones de ustedes, hemos podido ver una luz de esperanza. En ése centro del “lejano oeste”, han comenzado a tomar mucha fuerza. A partir de que se pudo edificar una casa para los misioneros, que todavía le falta terminar, pero que ya los alienta a ver un futuro alentador, con la visita más asidua de los misioneros, padres y hermanas. También hemos podido ayudar a construir algunas capillas, como la de Itobora y Salawe… y todo eso sigue siendo contagioso. Fue como se decidieron a pedirle a un joven de otra parte de la parroquia si no quería ser el catequista. Este muchacho aceptó muy generosamente, viajó casi 50 km a pie, se quedó a vivir allí, y comenzaron a rezar nuevamente. Ahora vienen a las reuniones parroquiales, y a las actividades del centro. Hay grupo de niños y algunos adultos. De verdad que muchos paganos, pero que ya han comenzado su catecumenado de dos años.

Consiguieron un terreno, no muy grande, para construir la iglesia. Fue donado por uno de los feligreses. Actualmente se reúnen en una de las casas, y rezan debajo de la sombra de los árboles de ése lugar. Me pidieron que vaya a celebrarles Misa, y bendigamos el terreno. Fui gustosamente, ya que si bien conocía el lugar por pasar muchas veces, nunca había celebrado Misa allí desde mi llegada a la misión, hace cinco años. Y la misa no se celebraba en ese lugar desde todo este tiempo.

Hay unos 35 km de viaje, y se pasa por el río que la vez pasada había tenido que cruzar caminando. Me encontré con un paisaje totalmente distinto. Ya no había agua y habían rellenado el lugar con piedras y tierra. Al llegar a la aldea, tuve que detenerme en el centro para esperar que alguien me diga exactamente el lugar de la Misa.

Venía el catequista Yohane corriendo… y detrás de él, las niñas cantando para recibirme. Había mucha gente porque estaban invitados los de las aldeas vecinas. Fue muy bueno esto, porque comienzan a vivir como una gran familia cristiana.

En el lugar habían puesto toldos, y todo estaba muy bien preparado. Mucha alegría en todos. Las niñas cantaron un buen rato, y pregunté qué era la construcción que estaba allí medio derrumbada. Me dijeron que una mezquita. Tomé algunas fotos, para ustedes.

Les dije que nosotros no edifiquemos cerca de ellos, para tener una vida tranquila, y a la vez no molestar a los demás. Me dijeron que no, que el terreno está a unos 100 metros para el otro lado, que en este lugar sólo tendríamos la Misa ese día, porque es la casa de uno de los feligreses y donde siempre se reúnen.

 

Luego del tradicional té, que tomé junto con los catequistas, comenzamos los preparativos de la celebración. Mientras, el resto de la gente que venía de las aldeas vecinas tomaban algo también.

Me puse a confesar durante el rezo del rosario, y todos los penitentes fueron niños, y tal vez dos o tres adultos. Los niños que hace poco han recibido el catecismo, perseveran, y reciben muy bien los sacramentos. Son la esperanza de estos lugares. En el sermón me dediqué a darles catecismo a todos, que escuchaban con una mirada muy atenta, acerca del pecado, la gracia, los mandamientos.

Después de la Misa nos dirigimos en procesión, cantando, hacia el terreno. Mientras caminábamos se podía ver la gran cantidad de gente que había llegado. Para estos pequeños poblados, era una multitud. Hicimos la bendición del lugar, y regresamos casi inmediatamente, porque el sol nos calcinaba.

Comimos todos juntos otra vez, y decidieron que volvamos al lugar donde habíamos tenido la Misa, para escuchar algunos cantos y bailes. Una expresión de gran alegría por tener la Misa después de tantos años, y la esperanza de que siga adelante esta comunidad. En un momento, como es costumbre también, pero en los lugares donde hay muy buen espíritu, hicieron una ronda los del coro y comenzaron a cantar y bailar. Se sumaron todos al festejo.

Fue realmente un día muy alegre. Pienso en que casi ni los conozco a la mayoría, pero pasamos un momento familiar muy agradable. Esta gente es muy sencilla, y te hace sentir a gusto con ellos. Se quedaban a escuchar los cantos de las niñas, y del coro… y se veían verdaderos cuadros de la vida familiar africana. Un pueblo que sabe disfrutar de lo que tiene, lo goza, y lo agradece.

Siempre me pregunto, si en verdad son pobres… tienen esa riqueza que falta en nuestro mundo occidental, el valor de la familia, de los niños, de la vida. Y si es con Cristo, Vida plena. Si conocen a Cristo, se transforman en las personas más felices que conozco. Pude acercar un grupo de niños a una aldea que me quedaba de pasada, y no pararon de cantar hasta que se bajaron del auto… espero poder compartir ese audio con ustedes.

¡Firmes en la brecha!

P. Diego Cano, IVE

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