Ushetu, Tanzania, 13 de julio de 2018.
Venía contándoles en la crónica anterior sobre la fiesta del Corpus Christi de este año en nuestra misión. Ahora les cuento de lo sucedido el domingo mismo del Corpus. Ese día hubieron tres procesiones: en Ibambala, Kangeme e Ilomelo. A mí me tocó ir a Ibambala, sobre todo porque junto con la gran Solemnidad del Cuerpo de Cristo íbamos a bendecir e inaugurar otra nueva iglesia. Como párroco me correspondía estar presente en este acto, como en Ngokolo. Este kigango (o aldea) tiene por patrona a “La Virgen María Asunta al cielo”. No queda muy lejos de nuestro centro misionero, tan sólo a nueve kilómetros, y el camino actualmente está en muy buen estado.
En esta aldea tenían una pequeña iglesia, y hace más de seis años comenzaron a construir una nueva, y bien grande. Podríamos decir que muy ambicioso el proyecto, dado que no parecería que fueran tantos fieles. Pero Dios siempre bendice los grandes proyectos, hechos con magnificencia y para su gloria. No se trata de algo grandioso en cuanto a los materiales o estilos artísticos, sino lo que para estos lugares es algo realmente grande… grande en tamaño, y con materiales comunes pero duraderos, es decir con hierro y cemento, en lugar de los edificios hechos de adobe y barro.
Ellos fueron realmente muy trabajadores y generosos durante todos estos años, porque construyeron esta gran iglesia totalmente con aportes propios. Y levantaron todas las paredes hasta arriba, una construcción alta, para disminuir el calor. Pero como el camino que les quedaba hasta acabarla seguía siendo muy largo, y ya la gente comenzaba a desanimarse, pensando en que nunca llegarían a tener esa iglesia, fue que decidimos buscarles alguna ayuda. Nos contactamos con la Conferencia Episcopal Española, quienes después de presentarles un proyecto, nos ayudaron en gran parte de lo que pedíamos. Así fue que pudimos techarla, y esto ya fue una inyección de ánimo para todos.
Ellos siguieron trabajando muy duro, para que el dinero que recibimos pudiera rendir mucho más. Trabajaban todos, las mujeres trayendo agua sobre sus cabezas, en baldes, desde una distancia de casi un kilómetro… un viaje que hacían muchas veces al día. También cocinaban para los albañiles, traían leña y aportaban lo necesario para la comida. Los hombres hacían viajes de piedras, y arena, con un tractor de propiedad de uno de ellos. Era muy lindo llegar de sorpresa a la aldea, varias veces, y verlos a todos ocupados en estas faenas, y alegres de estar todos trabajando.
Es verdad que el dinero no alcanzó para acabarla completamente, pero ya está techada, tiene piso de cemento, tiene revocadas las paredes por dentro y por fuera, se hicieron rejas para las ventanas, portones de hierro para el frente y puertas laterales, se construyó con piedras un altar y un ambón, presbiterio elevado, y finalmente se hicieron una buena cantidad de bancos. Para la misa de inauguración los bancos todavía no estaban listos.
Fue así que en ése pueblo nos congregamos todos los fieles del centro de Ibelansuha, que comprende nueve aldeas más. Hubo muchísima gente, y como les contaba en la crónica anterior, se veía por el camino una gran peregrinación de gente a pie y en bicicleta, desde muy temprano. Pensemos que muchos de ellos hicieron más de nueve kilómetros, entre ida y vuelta unos 20 km o más. Y sumemos la procesión con el Corpus, que duró un poco más de una hora.
Era la primera vez que hacíamos procesión de Corpus en esta aldea, y por lo tanto se imaginarán la sorpresa de los habitantes cuando se vieron “invadidos” literalmente por una multitud de personas, y vieron pasar la procesión con gran admiración. Algunos como siempre, se burlan, se ríen sin saber lo que está pasando. Pero mucho otros con deseo de ver… se sumaron muchos paganos a la procesión, y sobre todo se los vio parados mirando durante las bendiciones eucarísticas a los cuatro puntos cardinales.
En la puerta de la iglesia hicimos una oración de bendición, un corte simbólico de cintas, junto con los líderes del lugar, y le pedimos al catequista que sea quien abra la puerta, como signo de que es él el encargado de cuidar el templo, y quien le abrirá las puertas a los fieles cuando vengan rezar. No hubo lugar para todos adentro del templo. Más de la mitad de la gente debió participar desde afuera. Lo bueno es que esta iglesia tiene dos cruceros laterales, que pueden albergar más gente, el coro de un lado, y los niños (algunos… no todos) del otro.
El coro se destacó, por el nuevo uniforme, pero además porque eran tres coros unidos, de aldeas distintas. Habían hecho muchos ensayos, con gran sacrificio. Pero se notó la gran preparación sobre todo cuando cantaron una misa totalmente nueva, a cuatro voces. Verdaderamente embellecieron la liturgia.
Todo terminó muy tarde, y mucha gente volvía a sus casas en medio de la oscuridad. Pero llamaban la atención por donde pasaban, por sus vestimentas de fiesta, pero también porque iban muy alegres. Por ejemplo, un grupo de unos quince niños, de la aldea de Lughela, que es una aldea nueva, muy llena de paganos, y que en total deben haber caminado 28 km entre ida y vuelta, pasaron de noche cantando por la puerta de nuestra casa. Iban cantando todos juntos, en medio de la oscuridad, cantos a la Virgen María. Se escuchaban sus voces que pasaban y se perdían en el monte. A esa aldea no podemos ir en auto, porque son senderos entre el bosque lo que llegan allí.
Me queda contarles de una gran gracia que recibimos con las bendiciones de la Eucaristía en Ibambala. Pero como esta crónica ya se ha hecho larga, lo dejo para la próxima.
¡Dios los bendiga! ¡Firmes en la brecha! ¡Viva la Sagrada Eucaristía!
P. Diego Cano, IVE.