En este momento en que les escribo, escucho por la ventana de mi cuarto a un grupo de niños estudiando el catecismo, repitiendo las preguntas y respuestas. Me hace acordar al tiempo en que estudiábamos el catecismo de las 93 preguntas, y que lo sabíamos de memoria. Estamos transcurriendo la última semana de todo un mes de “campamentos de catecismo”. Cuatro semanas seguidas, con dos campamentos en cada una, uno de niñas y otro de varones, comenzando los domingos por la tarde y terminando viernes después del mediodía.
Ahora estamos en los centros más alejados: Nyasa, de la parroquia de Ushetu; y Mazirayo, de la parroquia de Kangeme. En nuestro campamento de varones de Mazirayo tenemos 30 niños, y las hermanas en el de Nyasa tienen 79 niñas. No puedo gloriarme de haber estado en todos los campamentos, porque sería imposible, y porque nos ayudamos entre todos los sacerdotes, los hermanos, las hermanas y aspirantes, para poder asistir a los campamentos y atenderlos. En algunos años nos ha pasado que un grupo de misioneros repitió dos semanas seguidas de campamentos y luego la gran mayoría se enfermó de malaria. La experiencia nos enseña que tenemos que cuidarnos, y así, aunque seamos pocos, podamos llevar adelante este intenso trabajo. Yo creo que siento más el peso de este mes, más bien por achaques de la edad, pero es un mes muy cansador, con mucho trabajo, calor, viento y tierra, y comida muy simple.
Con respecto a la comida, pensemos que todos los días se desayuna té con una batata o papa hervida; el almuerzo (todos los días) es “ugali”, la polenta blanca sin sal acompañada con una especie de espinaca o con repollo; y la cena (todos los días) es arroz con porotos. La merienda no existe. La comida es buena y abundante, y eso es lo importante, y hasta sabrosa. Pero a veces a los extranjeros nos cuesta acostumbrarnos a algo tan monótono. Finalmente creo que todos nos acostumbramos a lo que sea, y siempre hay alguna manera de amenizar las comidas, pero en tiempo de campamento, no se puede variar mucho.
Les pido que me dejen describirles un poco del campamento donde estamos. Se trata de una aldea lejana, que hace de centro donde se reúnen seis aldeas en total. El lugar, al ser tan alejado de los centros más poblados, y de la misma parroquia, está lleno de paganos, y los cristianos son minoría. Algo de esto les he dicho en crónicas anteriores. En Mazirayo tenemos una casa que nos sirve de “cuartel misionero”, para misionar toda esta zona.
Aquí hemos construido una iglesia bien grande en honor de la Virgen de Luján, que no está terminada aún. El pueblo es un caserío que nos rodea, la mayoría son casas de adobe con techo de paja, no hay luz eléctrica, ni agua potable, y la señal de teléfono móvil es muy débil, y por lo tanto la conexión a internet es casi nula. Para poder recibir y enviar mensajes de wasap debemos salir de la casa y comenzar a caminar, para que en algún momento enganche algo de señal y así se puedan recibir y enviar los mensajes más importantes.
En general es un lugar tranquilo, aunque lamentablemente la tranquilidad proverbial de estos lugares apartados de a poco se va perdiendo, debido a que cada vez son más los que tienen algún medio de poner música y ensordecer a los vecinos, ya sea con generador o sistemas solares. Y también se suma la desgracia de las iglesias protestantes, que brotan como hongos, y pululan por todos lados, buscando estar cerca de la iglesia católica, para captar gente, pues la mayoría de las personas no puede saber la diferencia de una iglesia y otra, pues se trata de paganos que nunca han escuchado nada sobre Cristo y su doctrina. A estos protestantes les agrada muchísimo poner música fuerte, grandes parlantes, y muchos de ellos, tienen la costumbre de “rezar” de noche, y lo digo entre comillas porque me cuesta pensar que entre semejante batifondo y ruiderío de música moderna y predicadores que se quedan afónicos de tanto gritar las mismas cosas, se pueda realmente rezar. Pero en fin, esto viene al caso para contarles que de vez en cuando la gratísima tranquilidad de estos lugares apartados se ve interrumpida, y sobre todo se impide el necesario descanso de los misioneros.
Lo bueno de este campamento en el que estamos ahora con un grupo de hermanos y dos novicios, es que al ser pocos niños el apostolado con ellos es mucho mejor, pues conocemos a cada uno de los chicos, se les puede enseñar el catecismo en pequeños grupos, y realmente se ha logrado un gran clima de familiaridad, que ayuda mucho para que los chicos aprovechen al máximo. Todos los días tenemos la misa al amanecer, a las siete de la mañana, cuando la claridad ya nos permite rezar sin encender lámparas. La misa de la mañana, y el rosario del atardecer, son los dos ejes en los que se desarrolla el día. El sermón de la misa es muy participado, con preguntas y respuestas, y en verdad que aprovechan y se acuerdan mucho de lo que se les dice. Se les enseña que el momento más importante del día es la misa, y que todo gira en torno a la Eucaristía. En la antigua capillita, hemos puesto el sagrario, donde pueden ir a visitar a Jesús, y sobre todo los misioneros pueden ir a rezar a la mañana, a las 5:30 am, y hacer las oraciones de laudes, y a la tarde las vísperas.
Espero ya con ansias, no creo que más que los niños, el día de la clausura, con el que cerraremos los campamentos de catecismo 2025. El viernes hacemos una verdadera fiesta, con una misa solemne, y luego el almuerzo festivo, con bailes, música, buena comida y premios. La comida consiste en arroz con porotos, pero agregado un poco de carne, algo de fruta de postre, y una gaseosa para cada uno. Pero se alegran mucho con los premios y regalos que obtienen, por las competencias de equipos, pero también los premios particulares, especialmente a los que mejor saben el catecismo. Gracias a las campañas que hacemos para juntar dinero, podemos hacer que sea una gran fiesta, con muchos regalos: golosinas, ropa, camisetas, útiles escolares, rosarios, estampas, catecismos, etc. Y sobre todo para darles buena comida en ése día, comida de fiesta. Pero a pesar de lo que dije anteriormente sobre la comida del campamento, sepan que es muy buena comida, pues muchos de ellos no pueden comer arroz todos los días, y en algunos casos se come una sola comida al día en sus casas. Por eso aprovecho a agradecerles a todos los que han colaborado con la colecta para todos estos niños. Espero con ansias el viernes de clausura, sobre todo porque la alegría pura y sincera que se vive en ese día es algo muy difícil de explicarles, y que nos llena el alma al ver a los chicos tan felices, sobre todo al haber podido conocer más a Cristo, y estar estos días tan cerca suyo.
En la próxima crónica trataré de contarles sobre “nuestras predicaciones”, que en realidad quería hacerlo en esta oportunidad, pero como me sucede con frecuencia, me parece que esto que he escrito ya se hace un poco largo… y quedará algo para la próxima. Es bueno también tener siempre algo que contarles.
Dios los bendiga… ¡Firmes en la brecha!!
P. Diego Cano, IVE