Mazirayo, Ushetu, 3 de septiembre de 2019
Me alegra mucho comenzar con este encabezado de “Mazirayo”, porque estamos en un campamento de niños en uno de los centros más alejados de nuestra misión. Es la primera vez que venimos a quedarnos cinco días en este lugar, junto con cuatro novicios. Gracias a la generosidad de un donante, hemos podido terminar la construcción de una casa en este lugar, y así podremos mejorar la atención pastoral de estas aldeas. Lo estamos comprobando en estos días, ya que estamos con 36 niños que vienen de las aldeas cercanas, en un campamento para estudiar el catecismo, en medio de actividades recreativas, vida de oración, y mucha alegría. Pero de lo que significa para nosotros tener esta casa, y la experiencia de estos días en un lugar tan apartado, tengo que contarles después porque todavía me quedan muchas otras que han sucedido y no he tenido tiempo de escribirles.
Uno de los grandes recuerdos del mes pasado ha sido la bendición de una iglesia totalmente nueva en la aldea de Ndairunde. Hace unos tres años, si mal no recuerdo, les conté que comenzamos con esta aldea, la más lejana hacia el sur. No existía como capilla, sino que habían allí algunos cristianos, rodeados de un mar de paganos. Pidieron que se comience con una comunidad, aunque no tenían ni terreno ni iglesia, ni catequista. Pero como Dios lo quería, todo se fue dando providencialmente. Primero, lo más importante, un catequista de otra aldea se ofreció a comenzar, y esto es lo que le dio el verdadero inicio, ya que Petro es una persona muy tenaz y perseverante. Luego les ayudé a comprar el terreno, y allí levantaron una “iglesia” de adobes y techo de hojas de palmera, que sólo servía para el tiempo de sequía. Una sola época de lluvias dejó al pobre edificio en peligro de derrumbe.
Allí tuve el honor de poder ir a celebrar lo que pensamos fue la primera misa de la historia de ese lugar. En otra oportunidad, creo que hace dos años, llegué a ése lugar para hacer unos bautismos de catecúmenos. En esa ocasión tuvimos una gran aventura, porque todos los caminos para llegar estaban cortados por el río y tuvimos que cruzar en una canoa muy “artesanal” hecha con una corteza de árbol. Fuimos con la Madre Belén, la superiora de la Provincia de Egipto para las Servidoras. Caminamos unos cuatro kilómetros, anduvimos en motocicleta, debimos cruzar otros ríos caminando… y para completar la aventura, regresando ya a la misión, la camioneta se enterró hasta los ejes, y luego de pasar una lluvia por allí, logramos sacarla para llegar muy de noche a la casa. Una jornada inolvidable. Que aunque nombre las dificultades una detrás de otra, y parezca que fue un día terrible, sin embargo el recuerdo es de gran gozo, de haber podido vivir todas esas cosas, haber llegado al confín de la parroquia hacia el sur, y estar en un lugar de verdadera evangelización a los paganos haciendo bautismos debajo de toldos, al aire libre.
La providencia tenía pensado un gran plan para esta aldea, y como dice el evangelio “los últimos serán los primeros”. En una ocasión en que estaba comunicándome con un matrimonio de Italia, les propuse, sin muchos preámbulos que digamos, si querían donarnos la construcción de una capilla en una aldea de las más pobres y lejanas. Propuesta que fue aceptada de inmediato y con gran alegría por parte de Davide y Daniela… con quienes hemos establecido una verdadera amistad.
La idea es que no hacía falta dar todo el dinero junto, porque ellos no podían hacerlo así, y también porque debido a la distancia, y por ser un sitio tan apartado, las cosas irían muy al ritmo de África. Propuesta que nos vino a todos muy bien, y así, poco a poco, en tres años, se logró lo que es realmente un sueño, tener una hermosa iglesia amplia e iluminada, en un lugar donde nadie se lo imagina. Les propuse a ellos que eligieran al patrono de la capilla y escogieron, para mi agrado, a “San Juan Pablo II”.
La inauguración fue el 7 de agosto, en una gran fiesta. Sobre todo porque nuestros amigos pudieron estar presentes para esta ocasión, con gran sacrificio. Sabemos que es un viaje largo, sobre todo si se piensa en llegar hasta Ushetu, y mucho más si pensamos en llegar a Ndairunde. Todo planificado para el tiempo de sequía, para evitar repetir aquellas hermosas aventuras de ríos, y autos empantanados. Ellos trajeron desde Italia una imagen muy hermosa de San Juan Pablo Magno.
Antes de llegar a Ndairunde pasamos a visitar una escuela estatal donde estamos ayudando a techar dos aulas y una oficina para el maestro. Todos los niños salieron a saludarnos con gran alegría, y nuestros visitantes quedaron muy sorprendidos de la gran necesidad y pobreza de estos lugares, donde muchos cursos tienen clases debajo de un árbol, o en aulas sin techo… ¡con el terrible sol de Tanzania! También les contaré de esta obra más en detalle en otra crónica, pero baste como ejemplo de la gran necesidad de las escuelas de esa zona, decir que en segundo grado, en una sola aula y con un solo maestro, estudian 210 niños. Sí, leyeron bien, doscientos diez niños en una sola aula. Camino a Ndairunde pasamos, simplemente desde el camino saludamos y vimos la misma necesidad en otra escuela donde los bancos estaban apiñados debajo de uno de los pocos árboles del lugar.
Pero volviendo a nuestra historia, les resumo que hicimos una procesión con la imagen de San Juan Pablo II, recorrimos el pueblo que miraba admiradísimo el paso de los fieles. Lo veíamos en los paganos, que muchos seguían en sus cosas, pero en verdad que no podían ignorar lo que estaba pasando. Muchos saludaban, y se quedaban mirando. Les llama la atención que los católicos sean tantos (habían venido también los de otras aldeas cercanas), y que los niños sean tan diferentes, vestidos con la mejor ropa que tienen para la ocasión, cantando, rezando. Esto suele ser un gran llamado a la conversión para muchos, cuando ven la manera en que vienen nuestros cristianos en esos lugares.
La procesión llegó a la nueva capilla en medio de una gran algarabía, cantos, aplausos, bailes. La cantidad de gente no cabía en la iglesia, que se llenó para cantar en la solemne entrada de la imagen del patrono. Luego de confesar a novios y padrinos, procedimos a iniciar la misa donde celebramos tres matrimonios, y de los novios, cinco se bautizaron en esa ceremonia. También bautizaron a sus hijos, y todo sumó un total de doce bautismos. Los adultos también recibieron la confirmación y la comunión, así que todo completo.
Un momento muy emotivo fue cuando les pidieron a Davide y Daniela que digan algunas palabras. Ellos les dijeron: “ustedes ahora son nuestra familia, son nuestros hijos”. La gente los aplaudió y quedaron muy conmovidos por este gran gesto de generosidad. Nuestros amigos pidieron oraciones, y la gente se comprometió a rezar por ellos siempre. Luego de la misa siguieron las fotos y festejos, con mucha sencillez y alegría. Comimos todos juntos frente a la iglesia, con los novios y toda la gente. Parecía una verdadera familia, era una verdadera familia.
Regresamos al atardecer, pasando por los campos de arroz, y por pequeños poblados… con el corazón lleno por una jornada como ésta, inmensamente agradecidos a Dios por un día que quedará para siempre en nuestro recuerdo.
Recordábamos en esos días, junto con Davide y Daniela, la gran verdad de las palabras de Cristo: “que hay más alegría en dar que en recibir” (Hech 20,35). Mil gracias queridos amigos, y a todos los amigos que nos ayudan, con quienes vamos compartiendo el inmenso gozo que Dios concede como pago a nuestras pobres obras.
Siempre recordaré con gran alegría los rosarios que hemos compartido con ellos en los atardeceres de Ushetu… realmente inolvidables.
¡Firmes en la brecha! P. Diego Cano, IVE.