Un día, regresamos a Bughela, al fin. Ya habían pasado más de tres años que no íbamos a celebrar misa a ese lugar. Es la capilla “Santo Cura Brochero”, de la parroquia de Kangeme. La historia de esta capilla es bastante larga, pero en resumen es que allá por el año 2015 comenzó a visitar esa zona un catequista muy bueno, que se esforzó por levantar de nuevo a los cristianos dormidos. Pusimos como patrono al Cura Brochero, y traje una imagen del santo de mi primer viaje a Argentina. El catequista hizo muy buen apostolado, pero lamentablemente no han perseverado, no van a rezar, y finalmente no se puede seguir adelante con esa aldea. Luego de aquél primer catequista, vino otro, que también se desanimó, pues con mucho esfuerzo iba hasta allí, pero los feligreses lo dejaban solo. Sucedía algunos domingos que él llegaba y no había nadie en la pequeña capilla. Varias veces incluso planificamos ir a celebrarles misa, se les avisaba con tiempo, recibían el aviso, el padre hacía el viaje hasta allí con mucho sacrificio, y al llegar a veces se encontraba con dos o tres niños, ningún adulto, y se tenía que regresar habiendo usado todo el día para ir y volver. Fue así que les dijimos que nosotros estamos dispuestos a ir, mandar catequistas y todo, pero ellos deben hacer algo de su parte, porque sin feligreses no se puede llevar adelante una capilla. Tal vez se puede hacer alguna que otra visita de casas, mini misión, pero tener una aldea organizada, ya depende de ellos.
Pues bien, pasaron un tiempo sin ningún catequista, y al menos algunos vieron que eso no era bueno. Vinieron hasta la parroquia a pedirme que comenzáramos nuevamente, y les dije que con mucho gusto, pero lo primero era que ellos se decidieran a ir a rezar los domingos. Pudimos encontrar una catequista de otra aldea que se ofreció para ir, y de a poco y con mucho sacrificio, han regresado a las prácticas cristianas. Lamentablemente esos lugares son muy apartados, la gente vive muy dispersa en el campo, y el ambiente es totalmente pagano. Pero, como les dije al principio, un día, regresamos a Bughela, fue el viernes pasado que tuvieron de nuevo la santa misa, después de más de tres años. Tuve que ir en moto porque los caminos a ese lugar están destruidos. Les pedí a ellos mismos que envíen a una moto a buscarme, por dos motivos: primero, porque no soy bueno manejando la moto, y ya con las malas experiencias en la misión, no quiero que tengamos más accidentes; y segundo, porque ya ni me acordaba el camino, después de tanto tiempo sin ir, y al tener que andar por senderos en medio de los campos, es muy fácil perderse.
Al llegar a la capilla encontré un buen grupo de niños que esperaban, y trataron de hacer algún cantito de bienvenida, pero muy tímidamente. Se notaba alegría en todos de que al fin llegaba el padre y podían tener de nuevo la misa. Me dio un poco de pena ver la capilla en ruinas, el frente derrumbado, la puerta abierta y caída hacia adelante, las paredes del fondo y de la izquierda totalmente derrumbadas, el techo de cinc caído hasta el piso en esa parte. En el interior, se veía que el altar estaba destruido, caído en el hoyo hecho por una gran colonia de termitas. La misa la rezamos afuera, debajo de unos toldos que habían preparado, y adornado muy bien. Durante el rosario pude confesar a tres personas, y luego comenzamos la misa, en la que comulgaron cuatro personas. Entre los feligreses, ningún hombre, todos niños, algunos adolescentes, y unas seis mujeres mayores.
Les recordé todo el sacrificio que habíamos hecho para levantar esa capilla, y sobre todo para ir tantas veces a verlos. Les pedí en el sermón que desde ahora hagan el esfuerzo y con la gracia de Dios no abandonen. Para eso les conté la parábola del sembrador y la semilla que cae en distinto terreno, que son los corazones de los hombres. Luego de la misa les repartí los tradicionales caramelos a los niños, mientras les iba preguntando si habían recibido los sacramentos, y si sabían rezar. Algunos de ellos, más grandes, estaban bautizados, pero no iban a catecismo. De las niñas, por gracia de Dios, se veía buena participación, y me dijeron que habían ido a los campamentos de años pasados en la parroquia. Mientras nos dieron algo de almorzar a la catequista y a mí, debajo de un árbol, los niños jugaban a la pelota en el frente de la capilla, mostrando un ambiente de vida y alegría en la iglesia.
Le pido de corazón al santo Cura Brochero que les dé fuerzas y perseverancia a ellos, y lo mismo a nosotros, y a la catequista, para que sigamos adelante con ellos. Sobre todo que perseveren en la fe y puedan llegar a la recepción digna de los sacramentos, que es lo que realmente logra la conversión. Lamentablemente estaban muy acostumbrados a tiempos antiguos, donde llegaba alguien para bautizarlos, sin darles nada de instrucción, y entonces la práctica de la fe se limitó sólo a eso. Nadie iba a rezar después, y todos los cristianos, al llegar el tiempo de casarse, lo hacían de forma pagana. Eso es hasta el día de hoy, entonces uno se puede encontrar con mujeres que vienen a la iglesia, pero en su casa son todos paganos, o incluso la mayoría de esos cristianos ya dejaron totalmente la fe. Vemos entonces que hay que trabajar mejor en lo que significa la instrucción religiosa, la catequesis, la predicación, para lograr que reciban los sacramentos y que perseveren, que puedan formar familias cristianas, y finalmente un ambiente cristiano. Y eso lleva tiempo, y esfuerzo misionero.
Siguiendo el ejemplo de la parábola del sembrador, la fe en Bughela se parecía a la semilla que cae entre las piedras, que brota rápido, pero que se seca ante el calor del sol, por no tener buenas raíces; y en muchos casos era como la semilla del camino, que es inmediatamente arrebatada por el demonio, una devoción de poco tiempo, y un regreso a la vida pagana.
De todas maneras, fue una gran alegría poder regresar allí luego de más de tres años, celebrar la Santa Misa, hacer presente a Cristo en ese altar, y en el corazón de esos feligreses. Es bueno pensar que a pesar de las dificultades, la fe sigue allí, que están esos feligreses, y que la fe sigue presente allí, que puedan ser sus corazones tierra fértil, y que lleguen a dar fruto abundante. Le pido esa gracia al Curita Brochero, y a la Purísima, a quien él invocaba de esa manera.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE