📖 Ediciones Voz Católica

Más leído esta semana

En el grupo de WhatsApp que quedó de últimos Ejercicios Espirituales, una persona envió un video de una imagen de  la Virgen que había llorado abundantes lágrimas de sangre. Me pareció conveniente dar algunos criterios de discernimiento, y como agregué algunas cosas más de san Ignacio creí que podía servir a otros, y aquí lo publico entonces.

En absoluto intento con estas líneas definir si lo enviado es o no algo propiamente milagroso, sino simplemente hacer notar tres cosas: 1- que no todo es milagro; 2- que hay que discernir; 3- lo más importante es lo interior.

  • No todo es milagro

Hablando de “fenómenos de sangre en seres no vivos” (cuerpos de personas fallecidas, lacrimaciones de sangre de algunas imágenes de la Virgen, etc.) el P. Miguel Fuentes, en su libro Santidad, Superchería y Acción diabólica, comenta:

“De todos estos prodigios hay que decir que, en sí mismos considerados, pueden ser realizados por Dios, como es evidente, también por el diablo, pues se mantienen dentro del campo de su acción (el plano físico). No se ve, en cambio, que la ciencia pueda aportar, hasta el momento, ninguna explicación digna de ser tomada en cuenta, ni que pueda aducir casos semejantes comprobados que no estén ligados a personajes santos. (…) En el caso de cruentación de objetos (como imágenes sangrantes u hostias), si se propone, como algunos han hecho, que podría tratarse de un fenómeno paranormal, haría falta, para que tal hipótesis pudiera ser tenida en consideración, alguna demostración o, por lo menos, reproducción de este fenómeno en condiciones de laboratorio; de lo contrario estaríamos ante una hipótesis indemostrable.

Para discernir si el hecho puede, o debe, ser atribuido a la intervención divina o demoníaca, hace falta, en cambio, considerar el entorno, los efectos que se siguen, la relación de las personas implicadas con las autoridades eclesiásticas legítimas, la sinceridad de las conversiones (cuando se verifican) y su perseverancia; a lo que hay que sumar la exclusión de todo signo sospechoso: la inutilidad de los hechos, la aparatosidad, la apariencia de histeria colectiva, el fanatismo, el interés desmedido por los hechos curiosos, el incremento o disminución de la verdadera y sólida piedad, etc”[1].

  • Hay que discernir

Nos enseñan las Escrituras que “Caminos hay que a los ojos parecen rectos, mas en su remate está la muerte” (Prov 14,12), y san Pablo nos pone al reparo de que el amor no es ciego: “Lo que pido en mi oración es que vuestro amor abunde más y más en conocimiento y en todo discernimiento, para que sepáis apreciar lo mejor y seáis puros e irreprensibles hasta el día de Cristo, llenos de frutos de justicia, por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios. (Flp 1,9-11).

Por eso también nos dirá el apóstol de las gentes: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno”. (1Ts 5,21); y comenta hermosamente Mons. Straubinger: “No todo lo que parece ser bueno, lo es en efecto. Hay que examinarlo a la luz de la fe. Véase I Juan 4, 1; Hechos de los Apóstoles 17, 11, donde se muestran los de Berea mejores que los tesalonicenses, porque recibían ávidamente la palabra de San Pablo y constantemente la comprobaban con las Escrituras. El Apóstol nos da así una vez más la noción del tesoro que es nuestra alma para que no la abandonemos a la opinión de cualquiera”.

  • Lo más importante es lo interior

Y para esto comento un par de anécdotas de la vida de san Ignacio que nos muestra cómo él daba más importancia a los dones interiores, más propios de Dios, y sabía desconfiar prudentemente de las manifestaciones exteriores.

«Un día vino fray Reginaldo (que era un padre de Santo Domingo, viejo, de mucha autoridad en su orden y amigo de la Compañía) a visitar a nuestro Padre; y estando presentes el P. Benedicto Palmio y yo, le dijo que en Bolonia, en un monasterio que estaba a su cargo, había una monja que tenía éxtasis y las insignias de la pasión en su cuerpo, y que él las había tocado con mano y había querido certificarse de ello; y que por otra parte aquella mujer tenía otra cosa, y es que, cuando estaba arrebatada, ninguna cosa oía ni sentía, aunque la quemasen o pinchasen, sino cuando la llamaban por parte de la obediencia; que entonces, como quien despierta de un sueño, se levantaba, etc.; y le preguntó a nuestro Padre qué le parecía de todo esto.

Respondió nuestro Padre solas estas palabras: “De todo lo que V. R. ha dicho, la mejor señal es la de la obediencia”. Pregunté yo después a solas a nuestro Padre qué le parecía de aquellos éxtasis e insignias de la pasión. Me respondió que propio era de Dios N. S. influir en el alma e imprimir en ella sus dones; y que el demonio, como no puede hacer esto, suele engañar con cosas exteriores, aparentes y fingidas. Y me contó de otro hombre que, siendo casado, se arrebataba y tenía éxtasis; y muerta la primera mujer, se volvió a casar, y cayó muerto súbitamente, etc.

También le pregunté si había usado visitar estas personas que tienen gran fama de espirituales. Me dijo que los dos primeros años, después que nuestro Señor le llamó, lo había hecho con cuidado, pero que después no lo había hecho con ninguno; y que en aquellos dos años primeros por maravilla había hallado una o dos personas que le pareciesen a él verdaderamente espirituales». (Ribadeneira, Dichos y hechos de Ignacio, FN II, 328)[2].

El P. Cámara comenta lo mismo pero con más detalle; creo que vale la pena leerlo:

“A propósito de ilusiones voy a contar aquí una cosa que impresionó a muchos: en el año 1544 poco más o menos, se alzó en Italia una mujer[3], natural de Bolonia, de gran espíritu y fama de santidad, que, después de ejercitarse mucho en la contemplación y de haber experimentado en sí fenómenos extraordinarios, se retiró a las montañas de Bolonia para darse del todo a su perfección con el mayor aislamiento de la gente; y en aquellos montes atraía y convertía a muchos salteadores, homicidas y gente perdida que por ahí anda, logrando su arrepentimiento y llevándolos a la confesión y a los demás sacramentos, que les administraban unos sacerdotes de buena vida que para este fin moraban allí con ella. Lo que sobre todo llenaba de estupor a Italia era que tenía en un costado una llaga abierta, como la de San Francisco, de la que realmente manaba sangre. E hizo tanto ruido esta maravilla, que de todas partes acudía gente a verla; e incluso dos Padres de esta provincia de Portugal, de regreso de Roma, se desviaron un poco de su camino para que ambos, o uno de ellos, pudiera verla; y cuando llegaron acá, que fue el año 1551, me contaron esto con tanta complacencia, que, aun siendo yo muy reacio a dar crédito a espíritus de mujeres, quedé con buen concepto de aquella; y creyendo que se trataba de algo muy importante, se lo conté a la reina de tal modo, que ella cobró grandes deseos de tener más noticias de sus cosas.

Cuando más tarde fui a Roma por primera vez, recayendo un día la conversación con el Padre Ribadeneira sobre este tema[4], me contó cómo en el tiempo en que esta mujer gozaba de mayor crédito, había venido a Roma cierto religioso, hombre ya de avanzada edad y de gran virtud y oración, que había sido su confesor en Bolonia mucho tiempo[5], siendo muy amigo del Padre Ignacio y de la Compañía, le invitó el Padre a comer con él en nuestra casa; y estando a la mesa, empleó todo el tiempo en contar maravillas de la santidad y virtudes de aquella mujer, y especialmente de la llaga, de la que afirmaba haber visto y comprobado cómo realmente manaba la sangre que se decía. Mas a todo esto Nuestro Padre no le respondía más que con palabras vagas de aprobación a lo que contaba.

Después de marcharse el religioso, preguntó el Padre Ribadeneira al Padre qué le parecía a Su Reverencia de aquella llaga y demás cosas de aquella mujer: y el Padre no le respondió sino las mismas generalidades, diciendo por ejemplo: «Todo es bueno, todo es gracia de Dios», y otras semejantes. Le insistió mucho para que diera su parecer de modo más detallado, hasta que el Padre acabó por decirle: «Nuestro Señor puede y acostumbra hacer sus gracias y mercedes de dentro en el interior: el demonio no puede hacer nada sino en lo de fuera, y a las veces le permite Dios que haga cosas semejantes».

Así sucedió exactamente: porque cuando me contaba esto Ribadeneira, ya la llaga y todas las otras cosas extraordinarias se habían convertido en viento y en nada”[6].

Más adelante, sobre lo mismo, comenta el P. Cámara:

“Preguntado el Padre por Jacoba, que echaba sangre por las llagas, etc., dijo que el demonio daba muchas veces esas cosas exteriores; que lo propio del Espíritu de Dios era obrar internamente. De la tal Jacoba acaba de saberse que todo se lo llevó el viento”[7].

También puede ilustrar lo acontecido con una pseudo profecía de uno que entró en la Compañía; también lo refiere el P. Cámara en sus Memorias:

“A uno de la Compañía que, según él pensaba, había tenido una revelación, su superior local le mandó a Roma al no poder disuadirlo; lo primero que dijo el Padre fue que se le recibiera como huésped  no como miembro de la Compañía; y entonces, después de entregar por escrito su revelación y de señalarse los seis que la habíamos de examinar, descubrimos que la había tenido estando en Ejercicios, hacia el fin de los mismos, y antes de que se decidiese a entrar en la Compañía, en la cual le querían por tener buenas cualidades. Y entonces se fue enseguida a servir en un hospital durante seis meses, después de los cuales entró en la Compañía. El Padre [san Ignacio] le mandó también firmar de su mano que quería atenerse a la sentencia. Y así el Padre, en la sentencia que se dictó, puso también, después de las firmas de todos, su propia sentencia con palabras que daban a entender que aun antes de haber visto la sentencia, le había parecido que aquello procedía de un mal espíritu. Quiso Dios que con esto se rindiera aquella pobre alma, aunque todavía le quedan dificultades; porque quiere fiarse de la obediencia, pero aun no puede apartar de sí el convencimiento que tiene de que la revelación había sido verdadera. El Padre mandó darle la sentencia con todas las ceremonias, diciendo que con el demonio hay que proceder así[8].

Sabe muy bien san Ignacio que el demonio puede disfrazarse como angel de luz; nos lo dejó muy bien enseñado en los Ejercicios y lo experimentó en carne propia ni bien comenzada su vida espiritual.

Comenta en su autobiografía, hablando de sus tiempos aquí en Manresa:

“Estando en este hospital le acaeció muchas veces en día claro ver una cosa en el aire junto de sí, la cual le daba mucha consolación, porque era muy hermosa en grande manera. No divisaba bien la especie de qué cosa era, mas en alguna manera le parecía que tenía forma de serpiente, y tenía muchas cosas que resplandecían como ojos, aunque no lo eran. Él se deleitaba mucho y consolaba en ver esta cosa; y cuanto más veces la veía, tanto más crecía la consolación; y cuando aquella cosa le desaparecía, le desplacía dello”. (Aut, 19)

Y luego de esa impresionante elevación del entendimiento que recibió –que hasta que alguien me demuestre lo contrario no conozco haya acaecido a Santo alguno– que se dio a llamar “Eximia ilustración del Cardoner”, comenta:

“Y después que esto duró un buen rato, se fue a hincar de rodillas a una cruz, que estaba allí cerca, a dar gracias a Dios, y allí le apareció aquella visión que muchas veces le aparecía y nunca la había conocido, es a saber, aquella cosa que arriba se dijo, que le parecía muy hermosa, con muchos ojos. Mas bien vio, estando delante de la cruz, que no tenía aquella cosa tan hermosa color como solía; y tuvo un muy claro conoscimiento, con grande asenso de la voluntad, que aquel era el demonio; y así después muchas veces por mucho tiempo le solía aparecer, y él a modo de menosprecio lo desechaba con un bordón que solía traer en la mano”. (Aut, 31)

Alguien con supuesta autoridad, comentando este pasaje de la vida de san Ignacio, dando por sentado que no todos los presentes (aunque éramos todos católicos) teníamos la misma idea acerca de qué era el demonio, dijo que como san Ignacio era vanidoso y en Manresa no había ojos que lo miraran, eso que él [Ignacio] decía que era el demonio, en realidad era su psiquismo que se proyectaba y bla bla bla… Yo me pregunto, dado que san Ignacio relata su autobiografía muy poco antes de morir, o sea, ya siendo un “Santo en vida” –por decirlo de algún modo–, si san Ignacio dice “a” y se equivoca tan alevosamente que confunde una hormiga con un rinoceronte (aún más diferencia hay entre el propio siquismo y el demonio…), me pregunto, para este “sabio” que nos hizo este relato ¿qué clase de iluso es san Ignacio?

En fin, nada nuevo bajo el sol… como decía nuestro fundador, hablando de algunos sacerdotes con genialidades heterodoxas: “¡le quieren corregir la plana a Jesucristo!”[9] (lo decía con una fuerza que calaba los huesos… o mejor dicho, el corazón); si al Señor lo corrigen… ¡qué queda para los Santos! Les dé el Señor luz a ellos para corregirse y a nosotros discernimiento y valentía para no ser perros mudos y resistir las consecuencias…

Nos dé a todos nuestra Madre Santísima un amor entrañable por el Verbo Encarnado, que lo es Todo…  Camino, Verdad y Vida.

 

P. Gustavo Lombardo, IVE


 

[1] M. Á. Fuentes, IVE, Santidad, Superchería y Acción diabólica. Principios de discernimiento de fenómenos extraordinarios, EDIVE, San Rafael 2011, 135-136. Éstas y las demás negritas son nuestras.

[2] M. Lop Sebastia (ed.), Relatos ignacianos: Hablan los testigos, Mensajero, Bilbao 2017, 148-149.

[3] En el núm 344 el Padre Gonçalves da Câmara llama a esta mujer Jacome.

[4] El testimonio del Padre Ribadeneira tenía especial valor, pues él mismo estuvo presente el día 23-V-1553 en el diálogo del que se habla a continuación.

[5] Según el mismo Ribadeneira éste era fray Reginaldo, OP. Se trata sin duda de Fray Reginaldo Nerli, natural de Mantua, que fue maestro de estudios e inquisidor en Brescia y Bolonia por los años 1552-1554, Según Cipriano Coberti fue insigne por su santidad. lo que concuerda con el testimonio de Ribadeneira

[6] L. G. da Câmara (S.I.), Recuerdos ignacianos: memorial de Luis Gonçalves da Câmara, ed. B. Hernández Montes (S.I.), Editorial SAL TERRAE 1992, 148-149.

[7] Ibid, 227.

Ibid., 212-213.

[9] Diccionario de la Real Academia Española: corregir, o enmendar la plana a alguien

  1. Advertir o notar en otra persona de menor peso o conocimiento algún defecto en lo que esta ha ejecutado.
  2. Exceder a otra persona, haciendo algo mejor que ella.

 

Seguir Leyendo

Comentarios 2

  1. Hola es muy bueno lo que dicen me interesa mucho realmente ¡viva la co Grecia y la virgen maría!! Que dios y la.santisima.virgen maría los acompae siempre cuente con mis oraciones

  2. Diana Peregrina Carrizo dice:

    He visto en grupos y páginas muchas veces fotografías de imágenes y cuadros , iconos etc. que lloran pero la mayoría de las veces las superstición de la gente es más fuerte que su fe . Viendo el mundo en el que vivimos puedo intuir la tristeza que provocamos a Jesús y María con la indiferencia , la falta de oración , el aborto, el egoísmo todas esas nuevas costumbres que quiere imponer la new age etc. Debemos hacer oración ayuno y por qué no algún sacrificio aunque no sepamos ni veamos que las imágenes lloran . Consolemos el corazón de Jesús y María siempre. Gracias padre Lombardo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.