El Señor en el Evangelio de este día nos pide que lo amemos más a Él que a cualquier miembro de nuestra familia, incluso termina diciéndonos que tenemos que amarlo más a Él que a nuestra propia vida. Realmente el amor de Dios es algo que como va a decir san Agustín “abraza todo, quema todo lo que no es el puro amor” y tenemos que entonces recorrer un camino, desde el pecado original en adelante el amor humano ha quedado inficionado de impurezas, un camino que vaya purificándonos.
San Bernardo, en un tratado hermoso del amor de Dios va a decir que “hay cuatro pasos que realizar para perfeccionar el amor”. Dice en primer lugar, cualquier ser humano se ama a si mismo es un amor connatural que tenemos que hay que ir purificando. En segundo lugar, dice, existe un amor a Dios, pero por los beneficios que Dios nos reporta, es un amor un tanto interesado, que, por supuesto no es malo, pero que hay que seguir purificando. En tercer lugar, existe el amor a Dios por si mismo, por lo que es Dios, por lo que merece ser amado Dios, por sus perfecciones, etc. Y parecería que no podría llegarse a más. En cuarto lugar, va a decir el santo existe el amor a si mismo y a todas las cosas por amor a Dios. Damos toda la vuelta y ya a nadie, ni nada amamos sino por amor a Dios. Dice también el santo que difícilmente se puede vivir la perfección de ese amor aquí en la tierra. Algunos santos lo han vivido en algún momento, pero totalmente se vive esa perfección, ese cuarto grado de amor en el Cielo cuando lo veamos a Dios cara a cara, pero eso no quita que tenemos que inclinarnos y buscar ardientemente amar a Dios por si mismo y no poder a nada por encima del amor a Dios. En este sentido nuestro Señor Jesucristo nos pone dos ejemplos que me quería detener sobre todo en el primero, en el ejemplo de construir una torre que no la vayamos a construir si no tenemos el suficiente dinero para hacer ese gasto, porque después se nos van a burlar de que empezamos a hacer algo y no lo terminamos, obviamente que el gasto del cual se esta hablando es el darlo todo, el amar a Dios, obviamente en este contexto que Jesús nos esta diciendo esta muy claro eso y que el construir la torre es llegar a la perfección del amor, es llegar a la unión completa con Dios
Una Lectura a simple vista un tanto superficial del Evangelio parecería que uno podría deliberar a ver voy a hacer el gasto de amar a Dios sobre todas las cosas, de entregar todo, de no poseer nada, de darlo todo por Dios para llegar entonces a unirme con Él a la perfección del amor, bueno ¿me conviene o no me conviene? ¿tengo para hacer ese gasto o no tengo? ¿quiero hacerlo o no quiero? En realidad no es esa la pregunta que hay que hacerse, como bien aclara santo Tomás siguiendo a san Agustín, sino la siguiente dado que realmente quiero llegar al amor perfecto de Dios, a la unión con Dios, a la santidad que seria el terminar de construir la torre, me tengo que preguntar si realmente estoy dándolo todo, si realmente estoy haciendo el gasto que eso pide, porque me puedo creer que lo estoy haciendo sin hacerlo de verdad, o puedo no terminar de decidirme hacerlo cuando es lo que realmente más me conviene.
Esa es la pregunta que tenemos que hacernos ¿hemos dado todo para llegar a ese amor de Dios?¿hemos entregado todo o hay algo, alguna creatura o el amor propio que nos lo impide? El amor no sabe de medias tintas, el amor se entrega totalmente. Aplica esto santo Tomás y san Agustín sobre todo a la vida religiosa, lo podemos aplicar a todo el espectro de la búsqueda de la santidad en cualquier estado de vida, pero terminando la segunda parte de la Suma Teológica santo Tomás analiza esto y dice quienes dejan todo por Cristo, quienes lo entregan todo por amor a Él, termina diciendo estás palabras hermosas con las cuales quiero terminar este video, dice así “y a los que cargan sobre si este yugo suave, es decir de dejar todo por Cristo, promete Él como alivio el gozo de Dios y el descanso del alma al cual se digna llevarnos el mismo que lo prometió Jesucristo nuestro Señor que es sobre todas las cosas Dios bendito por toda la eternidad. Amén”.
Le vamos a pedir a María Santísima la gracia entonces de amar a Dios de verdad, de no poder nada delante del amor de Dios, de realmente purificarnos de todos los amores egoístas, de no dejar de tender a la santidad más perfecta y si Dios nos llama a hacernos a la vida consagrada a entregar de hecho, no de afecto solamente, sino en concreto todo por amor a Dios, ojalá podamos dar ese paso y nos animemos entonces a gozar de las dulzuras de la cercanía del Señor.