«Cada mañana, antes de unirme a Él en el Santísimo Sacramento, siento que
mi corazón es atraído por una fuerza superior. Siento tanta sed y hambre
antes de recibirlo, que es una maravilla que yo no muera de ansiedad. Apenas
sí pude alcanzar al Prisionero Divino a fin de celebrar la Misa. Cuando
terminó la Misa, me quede con Jesús para rendirle mis gracias. Mi sed y
hambre no disminuyen después de haberle recibido en el Santísimo
Sacramento, sino más bien, aumentan constantemente. Oh, qué dulce fué la
conversación que sostuve con el Paraíso esta mañana. El Corazón de Jesús
y mi propio corazón, si me perdonan la expresión, se fundieron. Ya no eran
dos corazónes palpitantes, sino sólo uno. Mi corazón se perdió, como una
gota de agua se pierde en el océano». (P Pío)
El padre Gustavo nos enseña que por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo.