San Juan Pablo II ha llamado a la Misa “el cielo en la tierra” explicando que “la liturgia que celebramos en la tierra es una misteriosa participación en la liturgia celestial”[1].
Esta verdad es la que descubrió, emocionó y convirtió al evangélico calvinista Scott Hahn quien, antes de este hecho del todo trascendental en su vida, pensaba que “la Misa era el mayor sacrilegio que un hombre podía cometer”[2]. Y descubrir esta verdad lo llevó a escribir un libro, recomendable por cierto[3], para defenderla y mostrarla.
Para él era toda una novedad –y puede que lo sea también para nosotros ahora–, pero gratamente pudo darse cuenta que ya los Padres de la Iglesia lo enseñaban y el mismo Concilio Vaticano II nos había hablado de ello:
“En la Liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial”[4].
Y San Juan Pablo II, luego de decir que “La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial”[5], añadía:
“La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino”[6].
Y expresaba también:
“Es un aspecto de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: ‘La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero’ (Ap 7, 10)”[7].
Agreguemos a lo que venimos diciendo la consideración de la unión que hay entre la Misa y la Adoración Eucarística. Nos enseñaba el Papa Magno que el culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa “está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico” pues “la presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa (…), deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual”[8].
Dado, entonces, que la divina liturgia de la Misa es un reflejo en la tierra de lo que sucede en el Cielo, y que la Adoración al Santísimo Sacramento está estrechamente unida al Santo Sacrificio del Altar, podemos concluir que adorar al Señor en la Eucaristía es estar, aquí y ahora, ante el Cordero como degollado que está en el trono como nos refiere el libro del Apocalipsis (5,6).
Quizás hemos expresado con muchas palabras algo muy sencillo: si la Eucaristía es Cristo, estar ante Ella es estar, de algún modo misterioso pero no por eso menos verdadero, en el mismo Cielo… es traer el Cielo a la tierra o elevar la tierra al Cielo.
Volviendo al libro del Apocalípsis, digamos que la visión que nos presenta, además de ser una revelación de lo que ya acontece en el Cielo, nos devela asimismo lo que sucederá al fin de los tiempos cuando todo en la tierra sea restaurado en Cristo el Señor; y esta visión es sustancialmente una Visión de Adoración PERPETUA ya que lo adoran día y noche sin cesar (Ap 4,8).
Y así como decimos en el Padrenuestro “venga a nosotros tu reino” y “hágase tu voluntad en la tierra como el cielo”, una de las maneras quizás más hermosas y efectivas de que esto suceda, es lograr que el Cordero Eucarístico sea adorado de forma perpetua, continuada, ininterrumpida, como sucede en el Paraíso, y esto por la sencilla y profundísima razón de que Él se lo merece: Digno es el Cordero degollado de recibir el honor, la gloria y la alabanza (cf. Ap 5,12).
Y todo lo referido está motivado al hecho de que, por pura gracia de Dios e intercesión de la Santísima Virgen María, hemos podido inaugurar hace muy pocos días una Capilla de Adoración Perpetua en nuestra parroquia.
Es difícil expresar el consuelo que esto trae a nuestros corazones en dos aspectos muy importantes de nuestro ser sacerdotal, religioso y a cargo de curas de almas.
En primer lugar, porque como sacerdotes nos debemos al Señor y es nuestra tarea primordial consolar su Sagrado Corazón sediento de amor, como Él mismo le diría a Santa Margarita María de Alacoque:
“Si supieras cuánta sed tengo de ser amado por los hombres, no ahorrarías esfuerzos en ello… ¡Estoy sediento, ardo en deseos de ser amado!”[9].
Y agregaba:
“Siento una ardiente sed de ser honrado y amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, y no hallo a casi nadie que se esfuerce, según mi deseo, por saciar esa sed, manifestando alguna reciprocidad”[10].
Y, en segundo lugar, porque nos reporta un gran consuelo en cuanto pastores y pescadores de hombres, ya que demasiado evidente se presenta ante nuestros ojos nuestra incapacidad y falta de virtud para atraer a las ovejas al rebaño… Aquí y ahora sabemos que en todo momento al menos una persona (suelen ser varias más por gracia de Dios) se encuentra Adorando al Jesús Eucarístico y recibiendo de Él infinitas gracias para sí mismo, los suyos, el pueblo entero y toda la humanidad. ¡¿Cómo no dar infinitas gracias a Dios por algo así?! ¡¿Cómo no tener esperanzas de que su Corazón Eucarístico suplirá con creces nuestras miserias?!
¡Y qué gracia tan grande es estar ante el Señor Sacramentado! Ya, a tan solo cuatro días de inaugurar la Capilla, hemos escuchado testimonios hermosísimos. ¡Cuántos más se darán!
Es que no, por decirlo de algún modo, “no hay caso”, no se puede estar ante el Señor de los Señores, el Padre de las Misericordias, el Dios encarnado y muerto por amor a nosotros, el humilde Jesús presente bajos tan humildes apariencias, sin recibir muchas, muchas gracias…
Así nos enseña el pequeño Santo Domingo Savio:
“¿Quieren muchas gracias? Vayan a visitar con frecuencia al Santísimo Sacramento. ¿Quieren pocas gracias? Visiten el Santísimo Sacramento con poca frecuencia. ¿No quieren ninguna en absoluto? Entonces no vayan a visitar el Santísimo Sacramento”.
Cuanto sabía de esto San Juan Pablo II, que pasaba a veces las noches enteras ante la presencia del Señor. Por algo nos dejó esta hermosa enseñanza:
“Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el ‘arte de la oración’, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!”[11].
En nuestros tiempos, en que el mal pulula por doquier, parecería que el Señor atrae más y más al mundo desde la Santísima Eucaristía. Por algo en ninguna época el Magisterio de la Iglesia ha dado un conjunto de documentos sobre la Eucaristía comparable con la más reciente[12].
El Papa Benedicto XVI llegó a decir: “Quisiera afirmar con alegría que hoy en la Iglesia hay una ‘primavera eucarística’”[13] y agregaba:
“Muchas personas se detienen silenciosas ante el Tabernáculo, para entretenerse en coloquio de amor con Jesús”, y que ‘no pocos grupos de jóvenes han redescubierto la belleza de rezar en adoración ante la Santísima Eucaristía”[14].
Es algo que pudimos comprobar en nuestro pueblo, ya que en tan solo una semana de misión eucarística llegamos a más de 400 adoradores inscriptos, y bastó una semana más para dar comienzo a la adoración perpetua con 380 adoradores confirmados que ya están adorando al Cordero Eucarístico, consolando su Corazón, recibiendo de Él gracias y más gracias y haciendo bajar el Cielo a la tierra. ¡Cómo no dar gracias a Dios por tan inestimable don!
Quiera Dios que muchos se aprovechen de la presencia del Señor en los velos sacramentales ya que “un rato de verdadera adoración tiene más valor y fruto espiritual que la más intensa actividad, aunque se tratase de la misma actividad apostólica”[15].
¡Quiera Dios que sigan abriéndose más Capillas de Adoración Perpetua! El Papa Juan Pablo II en el 45 Congreso eucarístico internacional de Sevilla, de 1993, dijo: “Espero que el fruto de este Congreso sea el establecimiento de una adoración eucarística perpetua en todas las parroquias y comunidades cristianas del mundo entero”.
Hace poco me llegó la noticia de una Capilla de Adoración Perpetua en una prisión en México. ¡Qué noticia más hermosa! ¿Y vamos a pensar que no podemos tener Adoración Perpetua en nuestras parroquias?
Es cierto que no solo hacen falta adoradores sino también personas que estén dispuestas a colaborar con la organización, pero de todo se encarga Jesucristo, se los puedo asegurar.
Comenzamos con la Adoración Perpetua con la firme esperanza, en el Señor y su Santa Madre, de que cuando El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo (1Tes 4,16), encontrará aquí dos rodillas adorando su presencia Eucarística.
“Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía”[16], por esto tengamos siempre presente a nuestra Madre cuando estemos ante su Hijo Sacramentado, ya que nada nos hará vivir mejor el misterio Eucarístico como la espiritualidad mariana, como nos enseñaba el Eucarístico y Mariano San Juan Pablo II[17].
– Algunas fotos del día de la inauguración (Aquí)
– Para colaborar con la con el acondicionamiento del lugar que será la capilla (Aquí)
Lectura recomendada:
¿Por qué una hora Santa? – Mons. Fulton Sheen
[1] Juan Pablo II, Angelus 3/11/96.
[2] Scott Hahn, La cena del Cordero, Rialp, Madrid 199910, p. 28.
[3] Obra citada en la referencia anterior.
[4] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia “Sacrosanctum Concilium”, 8. Las negritas son nuestras.
[5] JUAN PABLO II, Carta encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, 19.
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Ibid, 25.
[9] Dom Antoine Marie, osb, Carta espiritual de Abadía San José de Clairval, junio de 2000.
[10] Ibid.
[11] JUAN PABLO II, Carta encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, 25.
[12] La encíclica de Pío XII Mediator Dei (1947), la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium (1963), la encíclica de Pablo VI Mysterium fidei (1965), la instrucción Eucharisticum mysterium (1967) y el Ritual para la sagrada comunión y el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, publicado en castellano en 1974. La exhortación apostólica de Juan Pablo II, Dominicæ Cenæ (1980). La devoción y el culto a la Eucaristía en el Catecismo de la Iglesia Católica (1992: 1378-1381). La encíclica de Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia (2003). Y la exhortación apostólica de Benedicto XVI, Sacramentum caritatis.
[13] Benedicto XVI, Audiencia general en la Plaza San Pedro, 17/11/10.
[14] Ibid.
[15] Juan Pablo II, Discurso a los Superiores Generales de Órdenes y Congregaciones religiosas (24/11/1978), 4; OR (3/12/1978), p. 10.
[16] JUAN PABLO II, Carta encíclica “Ecclesia de Eucharistia”, 57.
[17] Ibid, 58.