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Las disculpas del caso por el tiempo que hace que no tiramos tinta sobre este papel… del último post ya pasaron varios meses. El motivo principal fue habernos abocado tiempo completo (el que permiten las actividades pastorales) al libro Peregrinando hacia la Santidad[1], y haber empezado a dar forma a otro librillo teniendo como base el trabajo de fin de master: El yoga y los Ejercicios Espirituales, dos cosmovisiones antagónicas. Les pido oraciones por esto y vamos a lo que nos toca.

Nuestro fundador, el P. Carlos M. Buela, dejó un libro a modo de testamento espiritual para nuestra familia religiosa; lo trabajó y pensó durante muchos años (unos 14). Se titula El Arte del Padre y consta de 30 capítulos y un epílogo; dividido en 3 partes: la divinidad de Cristo (1ª), su humanidad (2ª) y la unión (3ª).

El trasfondo de todo libro es la inteligencia que él tuvo sobre el misterio del Verbo Encarnado, algo que, bajo la guía del P. Julio Meinvielle, fue pensando, rezando, amando… mucho antes de la gracia fundacional, que recibió a sus 40 años y con 10 de sacerdote.

El libro podríamos decir que es un trabajo profundamente contemplativo y teológico, pero a su vez de aplicaciones espirituales, pastorales y hasta sociológicas bien claras y contundentes. Todo en torno a ese misterio que lo anonadaba, el de la Encarnación:

Uno de los misterios más augustos del cristianismo es, ciertamente, la Encarnación del Verbo. Su infinita riqueza ontológica hace que sea imposible pensar algo más allá; en efecto, ¿hay algo más grande que la unión de una de las Personas de Dios con el hombre en Cristo? Su plenitud de ser hace que nunca jamás el hombre, ni todos los hombres juntos, puedan agotar su realidad. Su insondable profundidad fascina al corazón humano que clama siempre por zambullirse en él de nuevo, por la meditación y la contemplación; la inteligencia descubre siempre aspectos nuevos, no captados totalmente con anterioridad; uno se siente impelido a predicar de Él y cada vez es como si fuese la primera. Grande, muy grande, es el misterio del Verbo encarnado en todos sus aspectos[2].

Y aunque los “buenismos” y “angelismos” en que vivimos lo traten de ocultar, es evidente que quien afirma y ama una verdad, en esa misma medida deberá odiar y combatir el error contrario; lo dice hermosamente el Angélico:

A un mismo sujeto pertenece aceptar uno de los contrarios y rechazar el otro; como sucede con la medicina, que sana y combate la enfermedad. Luego, así como propio del sabio es contemplar, principalmente, la verdad del primer principio [Dios] y juzgar de las otras verdades, así también le es propio impugnar la falsedad contaría[3].

¿Qué falsedad busca impugnar el P. Buela en este libro? La herética falsedad del progresismo «que está asolando a la Iglesia»[4], el cual, conteniendo en sí la suma de las herejías, es una suma injuria al Verbo encarnado:

En rigor, toda herejía atenta contra Jesucristo, como lo señalaba ya San León Magno: «Casi ningún (hereje) ha sido engañado sin haber abandonado la creencia en la verdad de las dos naturalezas asociadas a la única persona de Cristo»[5]; y Santo Tomás enseña que: «cuando uno considera, en su conjunto los errores de los herejes es manifiesto que su fin principal es disminuir a Cristo en su dignidad»[6]. Esto es lo que intenta el demonio por medio de los herejes[7].

Y dejando claro que el error es solo ocasión del combate, y no la causa, porque la causa es siempre el amor a Jesucristo, se determina el P. Buela a defender la dignidad del Señor, en lo que respecta a su verdadera humanidad y, sobre todo, en lo concerniente a su verdadera divinidad:

Nosotros, contando con el respaldo del Magisterio eclesiástico de todos los tiempos, a pesar de nuestra nada y pecado, confesamos con todas las fuerzas de nuestra alma y de nuestro corazón la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, que es «una sola persona en dos naturalezas» (Dz 429), y lo hacemos no sin cierta beligerancia, «como mojándole la oreja a la herejía», según el decir de Ignacio B. Anzoátegui, con el santo orgullo de los hijos de Dios que saben que eso «no se los reveló la carne ni la sangre sino el Padre que está en los cielos» (Mt 16,17), y que es una verdad por la cual vivimos y por la que estamos dispuestos a morir[8].

Y sacando consecuencias de este augusto misterio por el cual estaba dispuesto a morir, desarrolla esta idea fuerte: el misterio de la Encarnación es el analogado principal para dar luz en todas las cosas donde se da de algún modo la unión de lo humano con lo divino. No es una unión entre iguales… hay una asunción, es decir es una unión jerarquizada. Y eso debe pasar con todo lo que tenga elementos divinos y humanos: la Iglesia (lo invisible y la visible); la pastoral; la Sagrada Escritura (lo divino expresado de modo humano), fe y razón, Iglesia y estado, etc.

Y así como va iluminando todo lo humano con la luz de la encarnación, así también va mostrando los errores como consecuencias de las tinieblas de la herejía acerca del mismo misterio. Así, por ejemplo, en primer lugar explica en sí mismo la herejía del docetismo:

Los docetas (del griego dokesis, apariencia) reducían a apariencia la realidad del cuerpo humano de Cristo. Se manifestaron en diversas formas atribuyendo unos a Cristo un cuerpo aparente sin ninguna realidad (como Basílides, Marción, etc.), o que había asumido un cuerpo celeste (como Apeles, Valentín, etc.), o que la naturaleza humana había sido absorbida por la divina (como los eutiquianos) reduciendo el cuerpo humano de Cristo a un fantasma (de allí que se les llama fantasiastas). El fondo filosófico común es el gnosticismo dualista que considera mala la materia y, por tanto, imposible cualquier unión del Verbo con ella[9].

Y, como decíamos, va sacando consecuencias de las herejías; y así afirma: «otros, hacen de los sacramentos y sacramentales un caso de docetismo»[10], quitándole realidad, importancia y, por ende, necesidad.

Siendo hoy 23 de mayo de 2024 el 25º aniversario de nuestra imposición de sotana, reflexionando sobre el tema nos parecía ver en la negación actual a usar el hábito, en caso de los religiosos, o el “traje clerical” para los sacerdotes diocesanos, una especie de docetismo. Desuso del hábito que, gracias a Dios, parece ir muriendo con sus mentores, porque por lo general no engendran hijos espirituales.

Pero vayamos a este caso, a nuestro modo de ver, de docetismo en cuanto al vestir del religioso, la religiosa, el sacerdote.

Dios se hizo hombre, se revistió de carne mortal, se mostró como un ser humano, se hizo ver, tocar, sentir, como verdadero hombre, sin dejar, por supuesto, de ser verdadero Dios. ¿Por qué, entonces, el consagrado no va a mostrarse como tal?

A Cristo, nuestro Señor, cuando lo miraban, veían algo distinto que en los demás… ¿será que los que no quieren verse distintos, siendo tales por su consagración, no tengan plena fe en que Cristo tenía un cuerpo real o no saque todas las consecuencias que eso implica?

Jesús transparentaba cierta santidad, que poseía de manera única por estar unido personalmente al Verbo de Dios… ¿será que el consagrado no quiere mostrar esa santidad que está obligado, por sus votos, a buscar? Sí sí, “el hábito no hace al monje” pero le ayuda…

El Verbo encarnado vivía las virtudes mortificativas de un modo abismal (infinitamente más que si nosotros, sin dejar de ser hombres, tuviésemos que vivir con y cómo las ratas, y sepan disculpar el ejemplo)… ¿será que el consagrado, la consagrada, no quiere ya vivir la mortificación –nada en comparación con la del Señor– de las incomodidades que suele conllevar usar un hábito?

Jesús no pasaba desapercibido; lo sabemos, lo apretujaban las gentes, no tenían tiempo ni para comer yendo de aquí para allá… ¿será que el consagrado prefiere el anonimato?

Jesús vivió en el mundo, pero nunca fue del mundo, de hecho, el alma del Señor contemplaba su divinidad todo el tiempo, es decir, estaba en el cielo, sin dejar de estar en la tierra… ¿será que el consagrado, la consagrada, quiere volver a las cebollas de Egipto, mundanizándose en el modo de vestir?

Jesús hizo muchas obras buenas, «todo lo hizo bien», gracias a que, siendo Quien era, se mostraba como tal… ¿será que el sacerdote quiere privarse –o, sobre todo privar a los demás– de poder hacer el bien en cualquier parte o lugar no mostrando aquello “divino” que lleva consigo, especialmente el poder de perdonar los pecados y de bendecir?

Jesús, por tener un cuerpo verdadero y obrar como Dios hecho hombre fue perseguido y murió en la Cruz… ¿será que el religioso, el sacerdote, no quiere sufrir ya persecución evitando así ser totalmente de Cristo?[11].

Por último, Jesús resucitó con un cuerpo verdadero, el mismo que tenía antes de su muerte y vive glorioso a la diestra del Padre… ¿será que el religioso o la religiosa, no quiere vivir una vida de resucitado aquí en la tierra y ser signo de la vida escatológica que por los votos profesados está obligado a ser?… ¿o será que no quiere ganarse “todo el cielo que pueda” dando gloria a Dios también en el vestir, mostrándose como lo que verdaderamente es?

Es muy cierto, como nos enseñaba el P. Buela, que desde los comienzos «nosotros teníamos muy claro muchas cosas; por ejemplo, no íbamos a dar batalla por la sotana. ¡No!, esas son escaramuzas; no es la gran batalla, ¡ni de lejos!»[12]; y, en cambio, que «sí, nuestra idea clara era formar jóvenes que tuviesen en claro que ¡el Verbo se hizo carne!»[13].

Pero también es muy cierto que el uso del hábito religioso –la sotana en nuestro caso– o del traje clerical en caso de que los sacerdotes diocesanos prefieran no usar sotana, es una de las consecuencias de que «el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). Y por eso predicaba hace años nuestro fundador:

Hoy, estos novicios, reciben con santo orgullo la sotana y le pedimos al Espíritu Santo que la sotana se les haga piel. Y cuando pasen muchos años, con las sienes plateadas, tal vez acariciando su bastón, en algún rincón de la tierra, recordaran con lágrimas en los ojos este día. Verán la cola interminable de almas que se acercaron a confesarse con ellos. El número incontable de seres que hicieron nacer a la vida nueva por el bautismo. A los que consolaron en sus últimos momentos. La cantidad de veces que celebraron, en tantos altares, el santo sacrificio de la Misa. En cuántos lugares predicaron el único Evangelio de Jesucristo[14].

Efectivamente, todos recordamos aquel “que la sotana se te haga piel” que escuchamos el día de nuestra imposición… Tampoco puedo olvidar los primeros días… al mirarme con sotana pensaba “de esto yo no soy digno… ojalá siempre piense así”. Puedo decir, 25 años después, y por gracia de Dios, que estoy más convencido de esa gran verdad.

Que los 51 mártires claretianos de Barbastro, co-patronos de nuestro seminario en San Rafael, que dieron la vida por no quitarse su hábito, la sotana, porque hacerlo era un signo de renegar de Cristo, intercedan por nosotros y nos alcancen la gracia de llevarla hasta, si fuera necesario, dar la vida por ello.

––

No se habría vestido de un cuerpo humano el Verbo eterno, sin el tierno, firmísimo y maternal fiat de la Santísima Virgen. De igual modo no podríamos llevar nuestro hábito, signo de nuestro “revestirnos de Cristo”, sin el constante fiat de María a ser, a pesar de nuestra indignidad y miseria, nuestra más tierna, poderosa y dulce Madre.

 

[1] Para adquirirlo: https://vozcatolica.com/book/peregrinando-hacia-la-santidad-reflexiones-y-anecdotas-ignacianas-para-cada-dia-del-ano/

[2] C. M. Buela, El Arte del Padre, Obras Completas 1, Monte Pueyo, Barbastro 20214, 113.

[3] Tomás de Aquino, Suma Contra Gentiles, L. 1, cap. 1.

[4] C. M. Buela, El Arte del Padre, 307.

[5] Homilías sobre el año litúrgico, BAC, Madrid 1969, p. 108.

[6] Contra errores graecorum, opusc. 27.

[7] C. M. Buela, El Arte del Padre, 52.

[8] Ibid., 57.

[9] Ibid., 128. Menciona también al jesuita Teilhard de Chardin «con su Cristo cósmico», para quien «El verbo se hizo cuerpo celestial», Ibid., 134.

[10] Ibid., 137.

[11] «Y todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones» (2Tim 3,12).

[12] C. M. Buela, El Señor es mi Pastor. Memoria y Profecía, 2022, 358.

[13] Ibid., 359.

[14] C. M. Buela, El Señor es mi Pastor. Memoria y Profecía, 603.

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Comentarios 1

  1. Martha Cecilia Monroy dice:

    Muchas gracias Padre Gustavo Lombardo. Desde Colombia le escribe una fiel admiradora de su sencillez, su compromiso y su gran deseo de que muchas personas, como yo, confesemos, con todas nuestras fuerzas, la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
    A usted y a su equipo, los sigo en los videos, las Homilías, en el blog y gracias a sus palabras, cada vez me siento más cerca del Señor, más pegadita a Él y a Su Divina Madre.
    Gracias Padre Gustavo, gracias porque ha logrado aumentar mi Fé y mi amor por la Eucaristía.
    San Ignacio de Loyola, ruega por nosotros.
    Ave María y adelante!
    Martha Cecilia

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