¿Qué hay detrás de un hombre que ha batido tantos records, del hombre quizás más mediático del siglo XX? ¿Su secreto, será algo personal, incomunicable, o será parte de su misión el que tratemos de vivirlo también nosotros?
Siendo para nosotros, miembros de la familia religiosa del Verbo Encarnado, nuestro padre espiritual, no quería dejar pasar este día sin hacer alguna mención a este “Grande” con todas las letras. Y como no me ha dado el tiempo para escribir algo nuevo, les comparto una charla que di hace unos años en una jornada de jóvenes. Está bastante más larga que lo que suele ser un post de este blog, pero quizás puedan ir viendo los títulos y leer algo que más les interese. La fuente principal –además de los mismos textos del Papa– fue el libro “¿Por qué santo?” del postulador de su causa de canonización.
Qué san Juan Pablo II interceda por nosotros especialmente en este día y nos anime a decidirnos firmemente por aquello que fue su secreto: la santidad.
Introducción
Estamos ante una personalidad tan multifacética:
- Deportista, actor, escritor, filósofo, filólogo, teólogo, poeta, genio en todo lo que se propuso hacer.
- Sacerdote a los 26 años, obispo a los 38, Papa a los 58.
- 3º pontificado más largo de la historia (26 años y 5 meses).
- 1º Papa polaco; el primer papa no italiano luego de 455 años.
- Llevó a cabo 146 visitas pastorales en Italia 104 visitas pastorales en el extranjero.
- Recorrió más de 1.247.613 kilómetros, lo que representa casi 29 veces la vuelta a la Tierra y 3,24 veces la distancia entre la Tierra y la Luna. Es el Papa más viajero de la historia con 133 países visitados, la mayor parte de los cuales recibieron por primera vez a un Pontífice.
- Dictó más de 20.000 discursos.
- Convocó a la segunda celebración milenaria de la historia de la Iglesia, el Gran Jubileo del Año 2000. También presidió el Año Mariano en 1988, celebrando los 2000 años del nacimiento de la Santísima Virgen María.
- Recibió a más de 17 millones de personas en unas 1100 audiencias generales. Además recibió entre 2 y 4 millones de personas en audiencias concedidas a grupos específicos y autoridades de Estado. A esto se le puede agregar los cientos de millones que asistieron a las celebraciones litúrgicas en Roma y el mundo presididas por el Papa…
- Y se podría seguir…
Pero pensé que en lugar de hablar de todas estas cosas – que por otra parte son conocidas – convenía ir a la causa, a la raíz de todo eso que aparece… ¿Cuál es? Más allá de que el título de la plenaria les esté dando la respuesta, creo que no sería difícil de adivinarla…: sí, no es otro que la Santidad.
Ésta que es la clave de lectura de la vida de cualquier santo, lo es también de Juan Pablo II… Una vez Karol Wojtyla hizo una confesión muy íntima, que describe a la perfección lo que quiero decir: “Intentan entenderme desde fuera; pero yo sólo puedo ser entendido desde dentro”. [1]
La santidad… este era un tema que le preocupaba a Juan Pablo II… “Un día, una de las hermanas que servía en el apartamento pontificio vio a Juan Pablo II particularmente cansado y le confió que estaba “preocupada por Su Santidad”. “Yo también estoy preocupado por mi santidad”, le respondió al vuelo el Papa con una sonrisa”. [2]
Sabido es que el Papa ayunaba, y con extremo rigor, sobre todo durante la Cuaresma, período en que reducía la alimentación a una sola comida completa al día. En una oportunidad Mons. Cafarra estaba invitado a un almuerzo con Juan Pablo II. Cuando llegó, unas monjas, de las que atienden los trabajos domésticos en el palacio del Papa, le comentan que el Papa adelgazaba más de 15 kilos en cada cuaresma por los ayunos y las penitencias que hacía. Las monjas preocupadas le piden a Mons. Cafarra que le diga algo al Papa para incentivarlo a que coma más. Así es que cuando todavía estaban comiendo Mons. Cafarra le dice al papa: “Su Santidad, veo que usted ha comido poco y de hecho se ve que ha adelgazado bastante en este tiempo. Es necesario que usted coma más, el mundo necesita un papa fuerte”. Y ahí nomás el Papa, golpeando la mesa con la mano le respondió: “¡El mundo no tiene necesidad de un Papa fuerte, el mundo tiene necesidad de un Papa santo!”[3].
¡Santo “ya”!
Antes de ser elevado a los altares la “fama de santidad”, o sea, la general convicción de los fieles sobre los méritos un cristiano para ser canonizado, en el caso de Juan Pablo II es tan manifiesta que casi podemos hablar de una aclamación popular con aquel “Santo ya” que rezaban los carteles y las voces de los que estaban reunidos en la plaza San Pedro el día de su muerte y luego en el funeral. A tal punto que como afirma el vaticanista italiano del diario La Stampa, Andrea Tornielli, “en el año 2005 el Papa Benedicto XVI consideró, pero finalmente declinó optar por la canonización inmediata de Juan Pablo II”[4]; no se lo canonizó inmediatamente pero sí dispensó los 5 años reglamentarios de espera para abrir la causa de beatificación.
Aun teniendo en cuenta lo manifiesto de la santidad de Karol Wojtyla, se da cierta paradoja en cuanto que su santidad aparece de algún modo hecha a nuestro tiempo, como actualizada a nuestra época y así también, más accesible, como más encarnada, “más humana” para decirlo de algún modo.
Los santos y beatos son proclamados tales para ser imitados, venerados, y para ser invocados. Hagamos hincapié en el primer aspecto… en eso de ser “imitados”; veamos su santidad al margen de los altares, lo más cercano a nosotros que podamos.
La Santidad según Juan Pablo II
Antes de hablar directamente de los rasgos de la santidad de Juan Pablo II, digamos dos palabras sobre qué consiste la misma. Voy citar algunos textos, donde el Papa además de decirnos brevemente en qué consiste la santidad, hace hincapié en el hecho de que es para todos… siendo fiel en esto a toda la tradición de la Iglesia – ya Nuestro Señor en el sermón de la montaña había dicho “sed santos como es santo vuestro Padre celestial” – pero también siendo fiel a una nueva llamada universal a la santidad proclamada por el Concilio Vaticano II.
En una homilía de la Solemnidad de Todos los Santos dijo:
“Estos son los que (…) han sabido ir contra corriente, acogiendo el “sermón de la montaña” como norma inspiradora de su vida: pobreza de espíritu y sencillez de vida; mansedumbre y no violencia; arrepentimiento de los pecados propios y expiación de los ajenos; hambre y sed de justicia; misericordia y compasión; pureza de corazón; compromiso en favor de la paz; y sacrificio por la justicia (cf. Mt 5, 3-10). Todo cristiano está llamado a la santidad, es decir, a vivir las bienaventuranzas”. [5]
“En los momentos difíciles de la historia de la Iglesia el deber de la santidad resulta aún más urgente. Y la santidad no es cuestión de edad. La santidad es vivir en el Espíritu Santo…” [6]
En la Novo Millenio Ineunte (6 de enero de 2001) destaca la importancia de la Santidad como programación pastoral… y también declara que es un llamado para todos:
“Hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral”. [7]
“En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, « ¿quieres recibir el Bautismo? », significa al mismo tiempo preguntarle, « ¿quieres ser santo? » Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: « Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial » (Mt 5, 48)”. [8]
“Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos ‘genios’ en la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. (¡Qué potencial de gracia queda como aletargado en la muchedumbre incontable de los bautizados!) [9] Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción ese ‘alto grado’ de la vida cristiana ordinaria”. [10]
Amor a los santos. Sentía por los santos una veneración especial: celebraba sus fiestas (y en el supuesto de que una festividad litúrgica de relieve le impidiese celebrar el santo del día, no dejaba de hacerlo apenas podía); veneraba sus reliquias (todas las mañanas después de desayunar, atravesaba la sacristía y besaba todas las reliquias que había sobre una mesita junto al altar. Al lado de un trozo de la verdadera cruz, se exhibían restos del cuerpo de san Pedro, de san Stanislaw, de san Carlos Borromeo, de santa Eduvigis reina y de muchos otros beatos y santos. En el último periodo de su vida, cuando ya se desplazaba en sillas de ruedas, pedía que lo llevasen ante las reliquias para venerarlas); y leía frecuentemente sus vidas para inspirarse en la práctica de sus virtudes (guardaba la biografía de todos los santos y beatos que canonizaba en dos gruesas carpetas que había en su dormitorio, y las leía a menudo).
Ese amor a los santos lo llevó a canonizar y beatificar tantos hombres y mujeres de todas las edades y condiciones. Proclamó 1345 beatos y 483 santos, en ambas cosas más que todos sus predecesores en los últimos cuatro siglos juntos.
Venimos diciendo con las palabras del Papa, que la santidad es un llamado… o sea, una vocación…
“Ahora bien, ¿cuál es la vocación del cristiano? La respuesta es exigente, pero clara: la vocación del cristiano es la santidad (…) estáis llamados a la santidad en todas las etapas de la vida: en la primavera de la juventud, en la plenitud del verano de la edad madura, en el otoño y en el invierno de la ancianidad, y, por último, en la hora de la muerte…” [11]
Pero como todo llamado… implica una respuesta:
Este don de santidad… se da a cada bautizado. “Pero el don se plasma a su vez en un compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana: “Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Ts 4, 3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor”.[12]
Esto es muy importante… la primera vocación que tenemos los cristianos es a la santidad… y si no respondemos a ese llamado en primer lugar, es inútil preguntarse por la 2ª vocación: al matrimonio, a la vida consagrada, etc.
La Santidad de Juan Pablo II
Una santidad de carne y hueso
Una de las características que llama la atención en la vida de Juan Pablo II, es que poseía lo que podríamos llamar “una santidad de carne y hueso”. Todos los santos han sido de carne y hueso como nosotros. Han tenido luchas y tentaciones como nosotros – a pesar de que ciertos hagiógrafos nos los presenten como demasiados inhumanos, como ángeles, casi como si no tuvieran cuerpo o pecado original – así y todo hay que tener en cuenta que se dice, con mucha verdad, que algunas cosas que hacían los santos son “admirables pero no imitables”… por ej.: Sería difícil vivir comiendo solamente papas (pocas y a veces podridas) como hacía el Santo Cura de Ars; o hacer como San Simón Estilita, quien vivió años sobre una columna para hacer penitencia; o como San Serapión el Sindonita, monje, que se vendió como esclavo dos veces para convertir a quienes lo compraban (lo cual logró las dos veces, primero a un matrimonio, y luego a un hombre de un cargo importante, todos de Grecia).
“San Francisco – dicen las Florecillas – cuando vestía todavía de seglar, si bien había ya roto con el mundo, se presentaba con un aspecto despreciable y macilento por la penitencia; tanto que muchos lo tenían por fatuo y lo escarnecían como loco; sus propios parientes y los extraños lo ahuyentaban tirándole piedras y barro; pero él soportaba pacientemente toda clase de injurias y burlas como si fuera sordo y mudo”. [13]
En el beato Juan Pablo II todo, o casi todo, parecería imitable. Sin duda que en esto influye el hecho de ser contemporáneo nuestro, pero también quizás que va de la mano con un mensaje que Dios nos quiera transmitir por medio de él; lo cual él mismo ha predicado – como ya vimos – pero sobre todo ha vivido.
Esto en absoluto transforma a Juan Pablo II en un santo mediocre; he escuchado decir que hace 3 siglos que no hay un gran santo…
En una visita a Polonia en junio del ‘99, hablando de los santos ha dicho: “Son para nosotros un gran aliciente. Con su vida han demostrado que el mundo necesita este tipo de “locos de Dios”, que atraviesan la tierra como Cristo” [14]; y sobretodo también lo ha vivido: si sumamos una a una todas las cosas que hizo y cómo las hizo, todo lo que sufrió y cómo lo sufrió, los innumerables ejemplos de caridad, etc., sin duda que nos daríamos cuenta que estamos ante un gigante, un “monstruo”, un “titán” (por algo se lo está llamando “Juan Pablo Magno”), pero así y todo, por haber sido tan cercano a nosotros por los medios de comunicación, por sus viajes, por su carisma (sobre todo para con los jóvenes), etc.; la santidad de su vida se muestra asequible, alcanzable, imitable…
¿Fue un místico? Por supuesto que lo fue. ¿Qué es la mística? A veces cuando pensamos en un místico nos imaginamos un ser de otra galaxia, algo casi angelical… alguien que no come, que no duerme, solitario, que reza todo el día, etc.
Es cierto que la vida del espíritu y los caminos para llegar a la santidad son fascinantes. Todavía recuerdo lo que me maravilló leer en el Noviciado a San Juan de la Cruz… descubrí un mundo nuevo, hermosísimo, profundísimo, y hasta ese momento totalmente ignorado para mí (como quien conoce solo la superficie del mar y un día puede bucear y descubrir las profundidades del océano).
Pero esta profundidad, esta hermosura, no tiene que transformarse en algo muy lejano, infranqueable; sólo para algunos “genios” como decía el Papa.
Generalmente se habla de 3 etapas para llegar a la santidad; miren qué sencillamente lo propone Juan Pablo II:
“El «sígueme» es una invitación a recorrer el camino por el que nos lleva la dinámica interior del misterio de la Redención. Es el camino al que se refiere la doctrina, tan difundida por los tratados sobre la vida espiritual y las experiencias místicas, acerca de las tres etapas que ha de recorrer quien quiere «imitar a Cristo». A estas etapas se las llama a veces «vías». Y, en este caso, se habla de vía purificativa, iluminativa y unitiva. Pero no son tres caminos diferentes, sino tres etapas del mismo y único camino, al cual Cristo llama a cada hombre, como antaño llamó al joven del Evangelio”. [15]
Volvamos a Juan Pablo II, al místico… veamos algunas características de esta “santidad encarnada”, de esta mística “bien humana”:
1) Transparente y auténtico, espontáneo: esto provenía de su gran libertad de espíritu, de estar totalmente despegado de lo creado, del “qué dirán”, etc. Una vez un fotógrafo de manera clandestina le sacó unas fotos mientras se bañaba en la pileta de Castell Gandolfo (donde solía ir de vacaciones); cuando se lo dijeron, sin hacerse absolutamente ningún problema, dijo: “¿Ah, sí? ¿Y en qué periódico deberían publicarse?”. [16]
Le dijo a los jóvenes cuando iban de excursión que le llamaran “wujek” (“tío”) y así firmaba él algunas cartas que se escribía con ellos y así lo llamaron incluso siendo Papa.
2) De gran simpatía, capacidad para entablar relaciones con los demás; sentimientos puros, profundos.
Hombre capaz de profundas amistades. Sabía vivir aquel “Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos”, que dijo Nuestro Señor. Tenía muchos amigos por su capacidad de entablar relación de intimidad con cualquier persona. Siendo Papa continuó viendo a sus amigos de la infancia, de sus tiempos de sacerdote y obispo; se reencontró con sus compañeros de la época de estudiante romano; invitó a Castel Gandolfo a pasar las vacaciones con él a sus amigos, a los hijos y a los nietos de ellos; se carteó con todos ellos (por ejemplo, con la doctora Wanda Póltawska, quien pudo escribir un grueso libro con todas las cartas que el Papa le envió); y esto lo realizó hasta su ancianidad. Escribía a amigos y benefactores, y se interesaba por ellos. “Demostraba un afectuoso interés por la existencia cotidiana de sus destinatarios”. Preguntaba por conocidos, por su salud, etc.
En una carta abierta inédita a Ali Agca se ve que ese gran amor y esa gran amistad que lo unía con los demás están basados en el hecho de que somos hijos del mismo Padre; y en carta a Wanda Póltawska se muestra como consideraba que el sufrimiento mutuamente ofrecido hermanaba.
3) Poseía una gran amabilidad. Un compañero de Wojtyla contó que “le había impresionado su bondad, su benevolencia, y su sentido de la camaradería. Se relacionaba fácilmente con sus interlocutores, intentaba comprenderlos y planteaba temas que nos interesaban a todos”. Siendo Papa saludaba por el santo o el aniversario de ordenación sacerdotal a sus colaboradores.
Después de su elección como Papa, llamó por teléfono a Cracovia y pidió que incluyeran gratuitamente en el grupo que iba a viajar a Roma para presenciar la inauguración del pontificado a la señora María, la empleada doméstica del palacio arzobispal de Cracovia. Y en el último día de su vida quiso despedirse de los más altos exponentes del Vaticano, pero también de Franco, que se ocupaba del apartamento pontificio, y de Arturo, el fotógrafo que lo había acompañado durante muchos años.
4) Patriota: estaba profundamente arraigado a su tierra, aunque en contra de los nacionalismos idiotas. Este patriotismo no fue en contra de la universalidad de su amor como sacerdote católico y como Papa.
En su primera visita a su patria como Papa, comentó años después, que tuvo que contenerse todo el tiempo para no emocionarse.
Siendo Papa le gustaba celebrar con los polacos algunas fiestas de su país. “Le encantaba sentir el calor de una familia alrededor, una familia integrada por personas con las que establecía unas relaciones profundas y duraderas. De alguna forma, también se puede explicar así la cantidad de confidencias que el Papa hizo en los discursos”.
Jesucristo
Y cuál era el secreto de lo que venimos diciendo, de su sencillez… sin duda que hay de base virtudes humanas, de talentos, pero imposible negar que esté elevado por una vida espiritual muy intensa. El secreto está en Jesucristo… Dios se hizo hombre, la santidad entonces no puede aparecer desencarnada…
Escribe el P. Slawomir Oder, postulador de la causa de beatificación de Juan Pablo II, y autor del libro “¿Por qué es santo?”:
“El cristianismo, al que a menudo privamos de su vínculo corpóreo, como si la vida en la fe fuese algo etéreo y privado, era para él una experiencia concreta, de carne y hueso, la carne y los huesos de Jesucristo, que se hizo hombre para experimentar las alegrías y los sufrimientos de la humanidad”. [17]
Hablando de Jesucristo escribía el Papa en el ‘94:
“En Él lo divino no se confunde con lo humano. Sigue siendo algo esencialmente divino. ¡Pero Cristo, al mismo tiempo, es tan humano…! Gracias a esto todo el mundo de los hombres, toda la historia de la humanidad encuentra en Él su expresión ante Dios. Y no ante un Dios lejano, inalcanzable, sino ante un Dios que está en Él, más aún, que es Él mismo. Esto no existe en ninguna otra religión ni, mucho menos, en ninguna filosofía”. [18]
Escribe el postulador:
“La trayectoria existencial de Karol Wojtyla debe, sin lugar a dudas, su luz y su principio prioritario a su plena adhesión a Cristo, a la certeza de estar en sus manos y de no poderse ver privado en ningún momento de su amor. Una espiritualidad expresada con extraordinaria intensidad mediante las palabras de San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20)”. [19]
“En una circunstancia en la que, con toda probabilidad, se había fiado excesivamente de un colaborador en la elección de un Obispo, respondió así a quien le hizo objeciones sobre el candidato elegido: “Temo que ya es demasiado tarde”. Luego añadió en voz baja mientras se dirigía a la capilla para rezar: “Si me han mentido han perdido ya. Jesucristo es quien guía a la Iglesia, no yo””. [20]
El Cardenal Camilo Ruini en la introducción al libro “Giovanni Paolo II. Cinquanta parole per il nuovo millenio” escribe algo que muestra esto que venimos diciendo:
“…el corazón del anuncio de este Pontífice gira en torno a Jesucristo,… Una cifra ilustra perfectamente la idea: ha utilizado 94.000 veces este nombre en sus discursos y documentos. Esto quiere decir estadísticamente una media de trece veces al día en poco más de siete mil días de pontificado”. [21]
El Vicario de Roma, Cardenal Agostino Vallini, recordó al presidir la vigilia de oración mariana de agradecimiento a Dios por la vida del Papa Juan Pablo II:
“Cristo era el sentido y la finalidad de su acción, de Cristo sacaba energías y plenitud de humanidad. Cristo era el principio, el centro y la cima de cada uno de sus días”. [22]
Poseía una “fascinación del misterio de la persona humana”, llegó a escribir: “Nuestra fe es profundamente antropológica” [23], pero también enseñó muchísimas veces que “en realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”. [24]
Por eso una y otra vez proponía a Jesucristo como el gran ideal:
- “Los hombres deben comprender que con la adhesión a Cristo no sólo no pierden nada, sino que lo ganan todo, porque en Cristo el hombre se hace más hombre”. Homilía pronunciada en Roma, 15 de marzo 1981.
- “¡Hombre de nuestra época! Sólo Cristo resucitado puede saciar plenamente tu insustituible ansia de libertad (…) ¡Para siempre!”. Mensaje Pascual, 15 de abril 1991.
- “Sólo Él es capaz de saciar esa nostalgia de infinito que anida en lo profundo de vuestro corazón. Sólo Él puede colmar la sed de felicidad que lleváis dentro. Porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14, 6). En Él están las respuestas a las interrogantes más profundas y angustiosas de todo hombre y de la historia misma”. Discurso en Lima, Perú, 05 de junio 1988.
- “Queridos jóvenes, ya lo sabéis: el cristianismo no es una opinión y no consiste en palabras vanas. ¡El cristianismo es Cristo! ¡Es una Persona, es el Viviente! Encontrar a Jesús, amarlo y hacerlo amar: he aquí la vocación cristiana”. Mensaje para la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, 25 de julio 2002.
Su imitación de Jesucristo
- a) Deseo de hacer siempre la voluntad de Dios
“¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de hacer la Voluntad de Dios”. [25]
Trataba de ver la voluntad de Dios en todo; para eso miraba el mundo “desde lo alto”: siempre que recibía malas noticias (enfermedad, muerte de Juan Pablo I, etc.) se preguntaba: “¿Qué quiere decirme Dios con esto?” “Me pregunto qué quiere comunicarme Dios con esta enfermedad”.
A los que le preguntaban si era fácil vivir la Historia en primera persona les contestaba: “Cuando Dios quiere, es fácil. Esto simplifica mi vida: el hecho de saber que es la Voluntad de Dios. Es Él el que dispone las cosas”.
Cuando busca su vocación, debiendo cambiar sus planes (como actor, estudiante de filología); cuando lo hacen Obispo y luego Papa; cuando se plantea si debe renunciar al Pontificado o no…, en todo momento lo que prima es la voluntad de Dios.
Con respecto a la decisión de dejar la cátedra de Pedro debido a su mala salud, sintetiza Slawomir:
“La decisión de no abandonar la sede de Pedro tuvo sus raíces en su sentido espiritual de entrega total a Dios, en la fe en la Providencia y en la confianza en la ayuda de la Virgen María. El discurso de sus pensamientos podría ser: jamás pensé que sería Papa; Dios me llevó a ocupar este puesto; ahora no quiero ser yo el que ponga fin a esa tarea; el Señor me trajo aquí, debe ser Él el que juzgue y disponga cuándo finalizar mi servicio; si renunciase, la decisión sería mía pero yo quiero cumplir Su Voluntad, así que dejo que Él decida”. [26]
Cuando superó los 80 años, que cumplió en el año del Gran Jubileo del 2000, Juan Pablo II se puso definitivamente en las manos de Dios. Según afirmó en su testamento: “Confío que Él me ayudará a reconocer hasta cuándo debo proseguir con este servicio al que me llamó el 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando así lo desee. En la vida y en la muerte pertenecemos al Señor… somos del Señor (cf. Rm 14, 8). Espero que mientras deba cumplir el servicio de Pedro en la Iglesia la misericordia de Dios quiera prestarme las fuerzas que necesito para llevar a cabo este servicio”. [27]
En otra parte, el autor habla de “conformidad alegre con la voluntad de Dios”: cuando se vio obligado a usar el bastón para caminar, Juan Pablo II se sentía torpe; le costaba presentarse en público con él (lo dejaba, por ejemplo, detrás de la puerta antes de subir al palco del aula Pablo VI donde se celebraban las audiencias). Pese a ello, no tardó mucho en aceptar también con serenidad este nuevo estado, y con humor, como lo demostró haciéndolo girar como si fuese un juguete ante millones de jóvenes durante la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud que se realizó en Manila en 1995.
- b) Su oración
El actual Arzobispo de Cracovia y quien fuera secretario personal de Karol Wojtyla por más de 40 años, Cardenal Stanislaw Dziwisz, señaló que para el Papa Juan Pablo II “rezar era como respirar”. [28]
En su casa (su “primer seminario” como él mismo lo llamó) aprendió de sus padres el amor a la oración. Hizo honda mella en su alma la profunda piedad de su padre a quien muchas veces vio de rodillas rezando. Su padre era un militar retirado, serio pero bondadoso; muy sufrido, pero que amaba mucho a su familia y a sus hijos. Luego de joven conoció al sastre Jan Tyranowski, animador del “Rosario viviente”, quien le hizo conocer el “Tratado de la Verdadera devoción a María”, y a San Juan de la Cruz, y lo educó en una devoción profunda y sincera; lo iluminó sobre el profundo significado de la oración y aumentó en él la devoción por lo divino.
Su oración fue el fundamento de su extraordinaria laboriosidad, de su fecundidad, de su celo apostólico. Su vida fue síntesis de acción–oración. De la oración procedía la fecundidad de sus actuaciones. “La primera tarea que debe realizar el Papa a favor del mundo es rezar” frecuentaba decir. “De la oración nacía en él la capacidad de decir la verdad sin temor, ya que el que está solo ante Dios no tiene miedo de los hombres”. [29]
La oración le daba luces para actuar. Rezaba mucho y aún más en los momentos difíciles de su ministerio o históricamente críticos. La oración resuelve problemas y sugiere soluciones: “La solución la encontraremos rezando más” solía decir. “Tenemos que rezar mucho y esperar una señal de Dios”.
Rezaba (y ayunaba) antes de nombrar a un obispo en destinos complicados: “Dedicaré la misa a esta cuestión y después elegiré entre uno de los dos candidatos”.
Rezaba para recibir luces sobre cuestiones dramáticas o respuestas a cuestiones presentadas, etc. Siempre buscaba la respuesta en la oración.
El P. Castellani decía: “El santo es aquel que reza con los ojos abiertos”. Siendo arzobispo de Cracovia, en las reuniones que solía tener con los vicarios de la diócesis (obispos auxiliares), instaba a afrontar los problemas con la mirada de la fe; y al principio de su pontificado, dice él mismo, le gustaba pasearse por los jardines vaticanos para ver qué misterio de la vida de Cristo iluminaba alguna situación en particular sobre la cual tenía que tomar una decisión. “En una ocasión en que no lograba que una persona, a la que estimaba mucho, aceptase una decisión, dio por terminado el debate diciendo: “Ahora sólo me queda rezar””. [30] Lo sobrenatural era su mundo más real.
Cuando tomaba decisiones importantes rezaba mucho: “Tras haber rezado y reflexionado mucho sobre mis responsabilidades ante Dios…”
La oración constituía la fuente esencial de la que el Papa extraía la energía espiritual que necesitaba para la vida cotidiana. Su ministerio sacerdotal se alimentaba de un continuo y extraordinario contacto con Dios en el que destacaba la Santa Misa.
“Nada tiene más importancia para mí o me causa mayor alegría que celebrar a diario la Misa y servir al Pueblo de Dios en la Iglesia. Y eso es así desde el mismo día de mi ordenación como sacerdote. Nada lo ha podido cambiar en ningún momento, ni siquiera el hecho de ser ahora Papa”. [31]
Realizaba una excelente preparación para celebrar el santo Sacrificio del Altar. Se predisponía la noche anterior recitando las oraciones de preparación; si se despertaba durante la noche, recordaba el propósito por el cual dedicaría la Misa (los miércoles rezaba a favor de la diócesis romana).
Llegado a la sacristía, antes de revestirse, se arrodillaba y rezaba en silencio (ya había estado rezando 2 horas previamente). La oración duraba 10, 15 o 20 minutos. Daba la impresión de que el Papa no se encontraba presente. De vez en cuando leía algo en una hoja y apoyando las manos en la frente rezaba intensamente. Se revestía en absoluto silencio.
Dice un testigo: “Se dirigía a Dios antes que a la gente y antes de representarlo pedía a Dios que le permitiese ser su imagen viviente entre los hombres”.
Celebración de la Misa. “Yo no me conmuevo durante la Misa, yo hago que suceda. Me conmuevo antes y después”. Su Misa era un verdadero encuentro con Cristo inmolado y resucitado. Celebraba siempre con gran devoción y atención. Después de la liturgia de la Palabra meditaba largamente en medio de un silencio absoluto. No miraba a nadie, estaba absorto. Después de la comunión, lo mismo: meditación y silencio. A los presentes, la adoración no les parecía fatigosa: era una experiencia de otro mundo. Sin contar la preparación y la acción de gracias, sus Misas privadas sin sermón, duraban 40 min…
Impresionaba el modo en que rezaba la oración eucarística después de la consagración: era como si cargase sobre su espalda a toda la Iglesia y al mundo.
Su oración era contemplación mística, y en momentos, según relatan testigos del hecho, su oración fue con enajenamiento de los sentidos. Muchas veces sus secretarios, sus amigos, debían sacarlo de ese estado de éxtasis para cumplir otros compromisos.
Pocos días después de presentar su tesis de licenciatura en Roma, lugar donde completó sus estudisop, regresó a Polonia donde lo destinaron a una parroquia de campo, como vicepárroco, “(…) y allí partió Karol a bordo de un autobús de Cracovia y, llegado un momento, tuvo que apearse del vehículo y caminar. Un campesino se ofreció a llevarlo con su carro. Cuando llegaron al confín del territorio parroquial, Karol quiso bajar: se arrodilló y rezó por sus nuevos parroquianos, siguiendo el ejemplo de san Juan María Vianney, el famoso cura de Ars” [32].
“Los parroquianos se quedaron profundamente impresionados de su extraordinaria devoción eucarística, que se manifestaba en las larguísimas adoraciones al Santísimo Sacramento. A menudo Karol pasaba parte de la noche rezando delante del altar, tumbado en el suelo con los brazos en cruz. Un testigo destacó: “La presencia de Cristo en el sagrario le permitía tener una relación personal con Él: no sólo hablaba a Cristo, conversaba con Él””. [33]
Siendo Obispo trabajaba en la capilla del Palacio Arzobispal dado que allí podía estudiar y rezar sin demasiadas distracciones. Muchos lo pudieron ver arrodillado junto al escritorio que todavía se encuentra a la izquierda del tabernáculo. Para él la oración fue siempre una fuente de fuerza e inspiración, hasta el punto de que, en las pausas entre una lección y otra, en el seminario, iba a la capilla a vigorizarse espiritualmente.
Siendo Papa tuvieron que montarle una plataforma de madera sobre el frío mármol de su capilla privada, debido a su costumbre de rezar postrado.
En los paseos o excursiones, llegados a la meta se charlaba con él 20 minutos y luego se lo dejaba solo; él se apartaba del grupo y meditaba mientras contemplaba la naturaleza y la grandeza de Dios. “A don Karol le gustaba mucho estar entre la gente, pero también le encantaban las excursiones en canoa, porque mientras navegaba solo o, con mucho, en compañía de un amigo, podía pensar y abstraerse en total libertad”.
Pasaba muchas horas rezando frente al Santísimo (siendo laico, sacerdote, Obispo y Papa). “Pasaba muchas horas”, dicen todos los testigos. En el Vaticano, cada vez que pasaba por delante de la capilla privada que había en su apartamento entraba en ella y se detenía delante de la Eucaristía.
En ocasiones, durante la celebración de la Santa Misa, sus palabras se cargaban de una energía inusual y arrolladora. En una oportunidad en que le preguntaron por la causa de dicho cambio, respondió: “Mientras celebraba la Misa sentía que entraba en mí una fuerza, un imperativo al que no pude negarme”.
La oración era para Juan Pablo II íntimo diálogo con Dios, por tanto, nutrimento esencial. Pero también lo eran las formas rituales que se sucedían a lo largo del día: de 5 a 6 de la mañana rezaba en su capilla privada. Después a su dormitorio, donde meditaba. A las 7 volvía a la capilla para celebrar la Misa. El acto matutino de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús era un momento de vital oración: en una hoja de papel, ya amarillento, que había doblado en forma de escapulario y que llevaba consigo a todas partes, había escrito de su puño y letra una oración que concluía con las palabras: “Todo para Ti, Sacratísimo Corazón de Jesús”. Al mediodía, el Ángelus. Finalizaba el día con las Completas. Luego del atentado, ni bien se despertó, Juan Pablo II le preguntó a su secretario: “¿He rezado ya completas?”. [34]
Tenía profunda devoción al Espíritu Santo (su padre le había enseñado una oración que repitió durante toda su vida).
Las raíces de su devoción se hundían también en la religiosidad polaca, que no abandonó incluso cuando profundizó su formación teológica. En mayo recitaba a diario las letanías lauretanas y en junio cantaba las del Sagrado Corazón. Cantaba con entusiasmo – y excelente memoria – los cantos de la santa Misa en polaco. Rezaba y se conmovía cada vez que recitaba las “Letanías de la nación polaca” y la “Oración por la Patria”.
Tenía el hábito de la oración; ella no era algo dejado a los impulsos del corazón o a las necesidades cotidianas. No descuidaba la oración y las prácticas cotidianas de devoción ni siquiera cuando efectuaba sus viajes apostólicos. Tras largas jornadas de celebraciones y encuentros, al regresar a la Nunciatura, rezaba en la capilla el Breviario (si no lo había podido rezar durante el día). Tenía el hábito tan arraigado que ni siquiera los terribles dolores de su agonía le impidieron rezar todo lo que pudo hasta el último instante.
La confianza en la Providencia de Dios se alimenta en la oración y también produce la oración: la unión con Dios en la oración lo fortalece y le da confianza sobrenatural; y la oración ferviente resuelve todas las dificultades y sugiere soluciones. Fue un hombre que buscó siempre solucionar los problemas porque tenía Fe.
Rezaba por las almas a él encomendadas con nombre y apellido. Rezaba a diario no sólo por los obispos y sacerdotes por él ordenados sino también por la Curia Romana. Tenía junto a su reclinatorio un Anuario Vaticano y pedía que se lo llevasen también a Castel Gandolfo, donde pasaba sus vacaciones. Rezaba por todos ellos después de la Misa.
En las buenas, rezaba; en las malas, también rezaba. Ante los problemas, rezaba; en la muerte, rezaba; en la enfermedad, rezaba; en la salud, rezaba; ante el sufrimiento, el hambre, la pobreza, la incomprensión, rezaba.
Su Pobreza
Como Papa andaba con ropa interior remendada que le irritaban la piel y con medias zurcidas; como Arzobispo usaba zapatos remendados hasta que el zapatero le decía que no podía arreglarlos ya más, no podían regalarle camisas nuevas porque no las usaba, las regalaba; el dinero que le daban iba a parar a los pobres o se lo daba, sin siquiera abrir el sobre, al ecónomo de la diócesis; como estudiante, trabajador o seminarista, regalaba sus abrigos, suéteres, camisas nuevas. Hay que tener en cuenta que era joven, pobre, sin familia y con un empleo humilde, en época de guerra y ocupación militar.
Esta pobreza material extrema y heroica no tenía nada de artificiosa, era auténtica, y por eso era un testimonio emblemático, sin deseo de figurar o de protagonismo. Juan Pablo II actuaba de esta forma porque deseaba parecerse completamente a Cristo.
Todo esto (pobreza espiritual y material, confianza ilimitada en Dios y amor a los pobres y necesitados) le dio una gran libertad interior para relacionarse con los demás y con la creación.
A continuación, cito los textos donde Slawomir desarrolla éste aspecto de Juan Pablo II [35]:
“La decisión de vivir en comunión con Cristo (…) coincidió en Wojtyla con una orientación cada vez más radical hacia la esencialidad y la pobreza de espíritu exaltada como la primera de las bienaventuranzas evangélicas. (…) El recorrido místico de K. W. se perfiló como una progresiva conversión en un anawin, esto es, el “pobre de Israel”, que no tiene otra esperanza, otro punto de referencia que Dios”. Esta pobreza espiritual “fue acompañada de una precoz indiferencia por los bienes terrenales”, la pobreza real o material.
“Ya en la época en la que trabajaba en la fábrica Solvay (acababa de entrar al seminario, tenía 22 años, ya era huérfano y estaba completamente solo; época también de la ocupación nazi en Polonia, época de guerra y extrema pobreza), sus compañeros habían notado que a menudo llegaba por la mañana sin el abrigo o el suéter del día anterior, y su explicación era siempre la misma: “Se lo he dado a uno que me he encontrado por el camino y que lo necesitaba más que yo”. Si le regalaban algo para abrigarse le duraba poco, hecho que no dejaba de generar cierta contrariedad en los donantes”. Un compañero del seminario contó: “Jamás pensaba en sí mismo o en sus propias necesidades. Compartía con los pobres todo lo que tenía. Sabía dar con discreción y con un tal respeto que la persona que recibía el don no se sentía humillada”.
“Un día las monjas para las que celebraba Misa cuando ya era sacerdote lo vieron vestido de una manera totalmente inadecuada para protegerse del rigor invernal y decidieron tejerle un suéter de lana gruesa. Cabe imaginar lo que pensaron cuando, una semana después, don Wojtyla se presentó sin la prenda, que había regalado a un pobre.
Un domingo por la mañana, en la iglesia de San Floriano, los fieles tuvieron que esperar largo rato antes de que se presentase a la celebración. Lo hizo tan sólo después de que el sacristán, que había ido a buscarlo, le prestó sus zapatos. La noche anterior el joven vicepárroco había regalado el único par que poseía a un amigo estudiante que no tenía ninguno. Algunos años más tarde, cuando ya era obispo y durante una visita pastoral, fue necesario comprarle urgentemente un par de zapatos porque la suela de los que llevaba se había despegado. Antes de hacerlo, sin embargo, quiso que los arreglase un zapatero y sólo cuando éste aseguró que era imposible repararlos, se resignó a comprar un nuevo par”.
“No era fácil regalarle algo (…) Cualquiera que le diese un sobre con una ofrenda podía estar seguro de que el arzobispo se la entregaría acto seguido, sin ni siquiera abrirlo, al ecónomo de la Curia, siempre y cuando no fuese a parar antes a manos de un necesitado. Cada vez que podía, Wojtyla, entregaba pequeñas cantidades de dinero a los sacerdotes que acudían a las audiencias, explicándoles que debían destinarlas a la celebración de misas”.
“Los que se ocupaban de su ropa, en la época que era Arzobispo de Cracovia, recuerdan que Wojtyla vestía siempre de manera modesta y se negaba a cambiar de prendas por muy gastadas que estuvieran. Si se agujereaban pedía que las remendasen. Sólo tenía un abrigo, al que añadía un forro acolchado durante el invierno, que quitaba en primavera y otoño (…) Además de las sotanas de sacerdote, su armario apenas contenía unos pantalones de recambio y varias camisas.
Un año, durante las vacaciones estivales, cogió dichas camisas y, dado que hacía calor, les cortó las mangas. Cuando llegó el invierno, su colaboradora doméstica, la señora María, se dio cuenta de la situación y se lo contó al responsable del economato, que, como no podía ser menos, respondió: “No hay problema. Ahora mismo voy a comprarle unas camisas nuevas de manga larga”. La mujer objetó: “No es tan sencillo, porque él no se pone ropa nueva, la regala”. Al final, compraron las camisas, pero para obligar al arzobispo a ponérselas tuvieron que recurrir a un truco que la señora María había urdido hacía ya tiempo: las ensuciaron y las lavaron varias veces para que pareciesen usadas. Wojtyla no se dio cuenta de la treta”.
“Pese a que no poseía prácticamente nada, Wojtyla invitaba siempre a su colaboradora doméstica a regalar lo que consideraba superfluo (incluso si se trataba de cosas que eran, de verdad, estrictamente necesarias). De vez en cuando le exhortaba: “Ve a mi dormitorio y ordena mis cosas personales. Tengo demasiadas. Deja para mí las que estén más gastadas y regala las mejores a los necesitados”. Lo cierto es que nunca había mucho de qué deshacerse”.
“Siendo ya Pontífice, Wojtyla no moderó un ápice su actitud rigurosa. Por ejemplo, se opuso con firmeza a la sustitución de los muebles del apartamento del Vaticano, que se usaban ya en la época de Pablo VI y que estaban algo gastados. Sólo permitió varios cambios en la cocina, por motivos de seguridad. En el curso de unas vacaciones en Lorenzago de Cador, las hermanas franciscanas elisabetinas que se ocupaban de la estructura en la que se albergaba se dieron cuenta de que su ropa interior estaba tan remendada que le irritaba la piel. Así pues, tomaron la iniciativa de sustituirla por ropa interior nueva. Se llevaron una sorpresa cuando el Papa las regañó dulcemente por haberlo hecho. Mientras estuvo hospitalizado se comportó de la misma manera: si los calcetines que llevaba se agujereaban pedía que se los remendasen en lugar de cambiarlos, e invitaba a sus colaboradores a repartir los nuevos entre las personas que los necesitaban más que él”.
Sus Sufrimientos
Un lugar preferencial en su vida tuvo el sufrimiento. Él mismo lo definió como “el mejor modo de ejercer su ministerio pastoral” (como sacerdote, Obispo y Papa).
El sufrimiento:
- a) Le permitía unirse a Cristo: para Juan Pablo II era una “positiva colaboración con la obra de Cristo”; comprendía y vivía el valor salvífico del sufrimiento;
- b) Podía expiar y reparar sus pecados y los pecados de los demás hombres;
- c) Era éste un medio por el cual podía ayudar a la humanidad entera, impetrando las gracias que necesita; era una entrega personal a ella. Él manifestó que su servicio a la Iglesia y al mundo era por el sufrimiento.
““Si la palabra no ha convertido será la sangre la que convierta” había escrito poco antes de ser elegido Pontífice el Cardenal Wojtyla en el poema Stanislaw, dedicado al santo mártir de Cracovia. El atentado de que fue víctima el 13 de mayo de 1981 (…) modificó, de forma radical, la percepción que el Papa tenía de su misión. De hecho, ese momento marcó el inicio de su calvario, iluminado por la conciencia de haber recibido de nuevo el don de la vida para poder ofrecerlo a beneficio de toda la humanidad. “Para un hombre y, sobre todo para un sacerdote, no hay nada más hermoso y grande que el que Dio se sirva de él”, respondió un día a un colaborador que le preguntó por el sentido de ese dramático suceso. Wojtyla consideraba la herida una “gracia”, porque el sufrimiento que ésta le infligía le permitía dar testimonio de Cristo y evangelizar” [36] (Veía el sufrimiento como servicio sacerdotal, instrumento de evangelización y de cooperación en la Redención).
“La marcada inclinación mística de Juan Pablo II encontraba su plena manifestación en la manera en que vivía y concebía el sufrimiento como una forma de expiación y como una forma de entrega personal a la humanidad. Las palabras que pronunció cuando lo operaron de apendicectomía en 1996 lo revelan con toda claridad: “Durante estos días de enfermedad tengo la posibilidad de comprender mejor el valor de los servicios que el Señor me ha llamado a prestar a la Iglesia como sacerdote, como obispo y como sucesor de Pedro: todo ello guarda también relación con el sufrimiento.”» Unos años antes (en 1994), luego de otra operación, había dado esta límpida interpretación a su dolor: “Quiero agradecer este don, he comprendido que es un don necesario. El Papa debía estar ausente de esta ventana durante cuatro semanas, cuatro domingos, debía sufrir este año como tuvo que sufrir hace trece años.””. [37]
“Cualquier problema físico era para él un motivo de meditación personal: “Me pregunto qué quiere comunicarme Dios con esta enfermedad”, respondió en una ocasión a un médico que le había preguntado cómo se encontraba. (…) En Cristo, “el dolor recibe una nueva luz que lo eleva de la simple o negativa pasividad a una positiva colaboración con la obra salvífica”. En su dimensión evangélica el sufrimiento “no es un desperdicio de energía, dado que el amor divino lo transforma”. En confidencias a un amigo expresó “su plena conciencia del valor inconmensurable que asume el sufrimiento cuando uno lo padece: “He escrito numerosas encíclicas y cartas apostólicas, pero me doy cuenta de que sólo con mi sufrimiento puedo contribuir a ayudar mejor a la humanidad. Piense en el valor que tiene el dolor padecido y ofrecido con amor…””. [38]
“Cuando no era una enfermedad la que lo hacía vivir la experiencia del dolor, era él mismo el que infligía a su cuerpo molestias y mortificaciones. Además de los ayunos, que efectuaba con extremo rigor, sobre todo durante la Cuaresma, período en que reducía la alimentación a una sola comida completa al día, también se abstenía de comer antes de conferir ordenaciones sacerdotales y episcopales. Y a menudo pasaba la noche tumbado en el suelo. El ama de llave que tenía en Cracovia se dio cuenta de ello, pese a que el arzobispo deshacía la cama para disimular. Pero no se limitaba a esto. Tal y como pudieron oír los miembros de su entourage tanto en Polonia como en el Vaticano, Karol Wojtyla se flagelaba. En su armario, en medio de las túnicas, tenía colgado un cinturón especial para pantalones que utilizaba como látigo y que se llevaba siempre a Castel Gandolfo. (…) “Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, a favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”, escribió San Pablo en la Carta a los Colosenses (1, 24). Karol Wojtyla convirtió estas palabras en un elemento clave de su testimonio de fe. Cuando sufría mucho, por ejemplo, en las fases postoperatorias, solía decir: “Hay que reparar todo lo que tuvo que sufrir el Señor Jesús”. Lo mismo repetía en las horas extremas de su enfermedad, cuando tenía sed y no se le podía dar de beber”. [39]
Todos los viernes hacía el Via Crucis, devoción en la que renovaba simbólicamente el calvario de Cristo, a la luz del cual encuadraba su propio sufrimiento. Juan Pablo II fue fiel siempre a esta práctica, no importando dónde o cuan ocupado estuviera; incluso se le vio rezarlo en un helicóptero que lo trasladaba de un lugar a otro durante un viaje apostólico, ya que ese viernes tenía una agenda muy cargada y temía no poder rezarlo en la capilla, como acostumbraba. “Una fidelidad a la que permaneció firme hasta el final de sus días. El día antes de morir, el 1º de abril de 2005, hacia las diez de la mañana, Juan Pablo II intentó decir algo a las personas que lo rodeaban y éstas no lograron entenderlo. La fiebre alta y la extrema dificultad para respirar le impedían casi por completo articular palabra. Por ese motivo le llevaron un folio y un bolígrafo. El Papa escribió que, dado que era viernes, quería hacer el Vía Crucis. Una de las monjas presentes empezó entonces a leerlo en voz alta mientras él, no sin esfuerzo, se hacía la señal de la Cruz cada vez que iniciaba una de las estaciones”. [40]
El sufrimiento lo hacía solidario con los que sufren y podía comprenderlos mejor.
“Juan Pablo II daba prioridad en sus viajes apostólicos a los enfermos (…) y no sólo porque él había padecido la enfermedad. Durante su primer viaje, el que realizó en 1979 a México, visitó una iglesia llena de enfermos e inválidos. Uno de sus acompañantes testimonió al respecto: “El Papa se detuvo ante cada uno de los enfermos y tuve la clara impresión de que los veneraba a todos: se inclinaba hacia ellos, intentaba comprender lo que le decían y después les acariciaba la cabeza””. Los encargados de las ceremonias no colocaban más de 30 enfermos delante del altar durante las misiones pastorales, en caso contrario, y dado que el Papa los saludaba personalmente a todos, saltaba las citas que tenía a continuación. “Una vez, mientras visitaba la sección de un hospital, quiso pararse delante de cada enfermo. El prefecto de la Casa pontificia lo invitó a acelerar el ritmo, pero Wojtyla hizo caso omiso de sus palabras e incluso lo regaño: “Nunca hay que tener prisa con los que sufren, monseñor””. [41]
Según el Papa, “el dolor debe “generar solidaridad, dedicación y generosidad en todos los que sufren y en los que se sienten llamados a asistirles y a ayudarles en su sufrimiento”. [42]
Juan Pablo II desde muy joven poseía un marcado espíritu de sacrificio, su vida fue un morir a sí y sacrificarse por los otros. Donar su ropa y su dinero, amar al que sufre cualquier tipo de sufrimiento, donar su tiempo, su energía (su ministerio y sus escritos sólo se explican por un gran sacrificio, fruto del amor). Uno se sacrifica por lo que ama, pues “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13). En el modo que Juan Pablo II vivió su sacrificio logramos vislumbrar el amor que tuvo por nosotros, sus hijos.
Su Amor a María Santísima
Juan Pablo II tenía un amor de predilección por la Madre de Dios. Su “trayectoria mariana”, nos la relata él mismo en su libro Don y Misterio.
“Naturalmente, al referirme a los orígenes de mi vocación sacerdotal, no puedo olvidar la trayectoria mariana. La veneración a la Madre de Dios en su forma tradicional me viene de la familia y de la parroquia de Wadowice. Recuerdo, en la iglesia parroquial, una capilla lateral dedicada a la Madre del Perpetuo Socorro a la cual por la mañana, antes del comienzo de las clases, acudían los estudiantes del instituto. También, al acabar las clases, en las horas de la tarde, iban muchos estudiantes para rezar a la Virgen.
Además, en Wadowice, había sobre la colina un monasterio carmelita, cuya fundación se remontaba a los tiempos de San Rafael Kalinowski. Muchos habitantes de Wadowice acudían allí, y esto tenía su reflejo en la difundida devoción al escapulario de la Virgen del Carmen. También yo lo recibí, creo que cuando tenía diez años, y aún lo llevo. Se iba a los Carmelitas también para las confesiones. De ese modo, tanto en la iglesia parroquial, como en la del Carmen, se formó mi devoción mariana durante los años de la infancia y de la adolescencia hasta la superación del examen final.
Cuando me encontraba en Cracovia, en el barrio Debniki, entré en el grupo del “Rosario vivo”, en la parroquia salesiana. Allí se veneraba de modo especial a María Auxiliadora. En Debniki, en el período en el que iba tomando fuerza mi vocación sacerdotal, gracias también al mencionado influjo de Jan Tyranowski, mi manera de entender el culto a la Madre de Dios experimentó un cierto cambio. Estaba ya convencido de que Maria nos lleva a Cristo, pero en aquel período empecé a entender que también Cristo nos lleva a su Madre. Hubo un momento en el cual me cuestioné de alguna manera mi culto a María, considerando que éste, si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo. Me ayudó entonces el libro de San Luis María Grignion de Montfort titulado “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen”. En él encontré la respuesta a mis dudas. Efectivamente, María nos acerca a Cristo, con tal de que se viva su misterio en Cristo. El tratado de San Luis María Grignion de Montfort puede cansar un poco por su estilo un tanto enfático y barroco, pero la esencia de las verdades teológicas que contiene es incontestable. El autor es un teólogo notable. Su pensamiento mariológico está basado en el Misterio trinitario y en la verdad de la Encarnación del Verbo de Dios.
Comprendí entonces por qué la Iglesia reza el Ángelus tres veces al día. Entendí lo cruciales que son las palabras de esta oración: “El Ángel del Señor anunció a María. Y Ella concibió por obra del Espíritu Santo… He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…” ¡Son palabras verdaderamente decisivas! Expresan el núcleo central del acontecimiento más grande que ha tenido lugar en la historia de la humanidad. Esto explica el origen del Totus Tuus. La expresión deriva de San Luis María Grignion de Montfort. Es la abreviatura de la forma más completa de la consagración a la Madre de Dios, que dice: Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor Tuum, Maria.
De ese modo, gracias a San Luis, empecé a descubrir todas las riquezas de la devoción mariana, desde una perspectiva en cierto sentido nueva. Por ejemplo, cuando era niño escuchaba “Las Horas de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María”, cantadas en la iglesia parroquial, pero sólo después me di cuenta de la riqueza teológica y bíblica que contenían. Lo mismo sucedió con los cantos populares, por ejemplo con los cantos navideños polacos y las Lamentaciones sobre la Pasión de Jesucristo en Cuaresma, entre las cuales ocupa un lugar especial el diálogo del alma con la Madre Dolorosa.
Sobre la base de estas experiencias espirituales fue perfilándose el itinerario de oración y contemplación que orientó mis pasos en el camino hacia el sacerdocio, y después en todas las vicisitudes sucesivas hasta el día de hoy. Este itinerario desde niño, y más aún como sacerdote y como obispo, me llevaba frecuentemente por los senderos marianos de Kalwaria Zebrzydowska. Kalwaria es el principal santuario mariano de la Archidiócesis de Cracovia. Iba allí con frecuencia y caminaba en solitario por aquellas sendas presentando en la oración al Señor los diferentes problemas de la Iglesia, sobre todo en el difícil período que se vivía bajo el comunismo. Mirando hacia atrás constato como “todo está relacionado”: hoy como ayer nos encontramos con la misma intensidad en los rayos del mismo misterio.” [43]
Fue Feliz… sus últimas palabras…
“Con la oración abrazamos también a quienes siguen estando sometidos a la prueba. Cristo les dice: «Alegraos y regocijaos», porque no sólo compartís mi sufrimiento; también compartiréis mi gloria y mi resurrección. En verdad, «alegraos y regocijaos» todos los que estáis dispuestos a sufrir por causa de la justicia, dado que será grande vuestra recompensa en el cielo. Amén”. [44]
“La santidad admira, hace pensar, convence y, si Dios quiere, convierte. La santidad de los jóvenes es uno de los dones más hermosos que el Señor regala a la Iglesia. Cada uno de vosotros está llamado a ser santo, es decir, a seguir a Jesús con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas. En este camino os sirve de guía y modelo la Virgen María, la cual, joven al igual que vosotros, respondió al ángel: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38) y siempre cumplió fielmente la Voluntad de Dios. Aprended de ella, queridos jóvenes, a ser humildes y dóciles, a estar dispuestos a donaros vosotros mismos, para que también en vosotros el Señor pueda obrar “maravillas”. [45]
“Sean alegres, yo lo soy”… fueron sus ultimas palabras…
- Gustavo Lombardo, IVE.
[1] Slawomir Oder, ¿Por qué es Santo?, Ediciones B, Barcelona, septiembre 2010, p. 135.
[2] Ídem, p. 11.
[3] Mons. Cafarra (QEPD) se lo contó personalmente a un sacerdote quien a su vez se lo contó a otro, de nuestra congregación, de quien lo escuché.
[4] Aci Prensa, 28 de abril de 2011.
[5] Juan Pablo II, Ángelus, 1 de noviembre de 2001, Solemnidad de Todos los Santos.
[6] Juan Pablo II; Homilía en la Santa Misa para la celebración de la XVII Jornada Mundial de la Juventud en el Parque Downsview, Toronto, 28 de julio de 2002.
[7] Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte, n° 30.
[8] Ídem, n° 31.
[9] Esta cita entre paréntesis es de ¡Levantaos! ¡Vamos!, p. 51, Juan Pablo II.
[10] Juan Pablo II, Novo Millenio Ineunte, n° 31.
[11] Juan Pablo II, Homilía pronunciada en Osijek durante su Viaje Apostólico a Croacia, sábado 7 de junio de 2003.
[12] Juan Pablo II, Novo Milenium Ineunte, n° 30.
[13] San Francisco de Asís, Florecillas, cap. 2.
[14] Juan Pablo II, Homilía pronunciada en Bydgoszcz durante su Viaje Apostólico a Polonia, lunes 7 de junio de 1999.
[15] Juan Pablo II, Memoria e identidad, Editorial Planeta, Chile, 2005, p. 42.
[16] Slawomir Oder, ¿Por qué es Santo?, Ediciones B, Barcelona, septiembre 2010, p. 136.
[17] Ídem, p. 20.
[18] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Plaza y Janés, Chile, 1995, pp. 61-62.
19 Slawomir Oder, ¿Por qué es Santo?, Ediciones B, Barcelona, septiembre 2010, p. 135.
[20] Ídem, p. 89
[21] 30 Días, o.c., p. 21.
[22] Aci Prensa, Roma, 30 de abril 2011.
[23] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la Esperanza, Plaza y Janés, Chile, 1995, p. 56.
[24] Concilio Vaticano II, Gaudium Et es Spes, n° 22.
[25] Juan Pablo II, Homilía pronunciada en la parroquia romana de San José, domingo 1 de enero 1981.
[26] Slawomir Oder, ¿Por qué es Santo?, Ediciones B, Barcelona, septiembre 2010, p. 126.
[27] Ídem, pp. 129-130
[28] Aci Prensa, Roma, 30 de abril 2011.
[29] Slawomir Oder, ¿Por qué es Santo?, Ediciones B, Barcelona, septiembre 2010, p. 148.
[30] Ídem, p. 91.
[31] Ídem, p. 40.
[32] Ídem, p. 43.
[33] Ídem, p. 44.
[34] Cf. Ídem, p. 155; Juan Pablo II, Memoria e identidad, Editorial Planeta, Chile, 2005, p. 198.
[35] Slawomir Oder, ¿Por qué es Santo?, Ediciones B, Barcelona, septiembre 2010, pp. 137-143.
[36] Ídem, p. 93.
[37] Ídem, pp. 169-170.
[38] Ídem, p. 171.
[39] Ídem, pp. 172-173.
[40] Cf. Ídem, p. 174.
[41] Ídem, pp. 110-111.
[42] Ídem, p. 172.
[43] Juan Pablo II, Don y Misterio.
[44] Juan Pablo II, Homilía pronunciada en Bydgoszcz durante su Viaje Apostólico a Polonia, lunes 7 de junio de 1999.
[45] Juan Pablo II, Discurso pronunciado a los fieles de la Archidiócesis italiana de Trani-Barletta-Bisceglie, sábado 1 de febrero de 2003.
Comentarios 2
PADRE GUSTAVO, SOY ILSSE DE MUÑOZ DE GUATEMALA. GRACIAS POR SUS ESCRITOS. SON UNA FUENTE DE AGUA FRESCA PARA LOS HIJOS DE DIOS, GRACIAS
Gracias padre Gustavo por enseñarnos la grandeza de espíritu de nuestro querido Santo San Juan Pablo II. Ruego a San Juan Pablo II porque convierta por completo a todos los sacerdotes a ser testigos de Cristo en su caminar, y también le ruego por nuestro querido y santo Papa Francisco para que lo guíe y lo ilumine por el camino que tú ya recorriste y que la Santa iglesia crezca en espíritu y verdad. Amén.