…oh bendito Debate!!
No escribo estas líneas para quienes tienen la cabeza rota por la ideología y han enarbolado la estupidez como forma de anti-pensamiento. Tampoco para quienes venden todos los días su opinión, su voto –a veces en un Congreso y a costa de la vida de miles de inocentes– por conveniencia, dinero, fama o poder.
Escribo para quienes todavía creen que existe la verdad –que es una–, y el bien –que también es uno–, y no han perdido el sentido común, o al menos tratan de no perderlo, cosa no muy fácil en estos días donde, por ejemplo, el nuevo ministro de Cultura de España propuso dar a los animales los mismos derechos que a los seres humanos[1], o donde el Vaticano invita a un jesuita pro-gay al Encuentro Mundial de las Familias[2], o donde hace pocos días atrás en Irlanda festejaron, hasta con lágrimas, poder matar a los niños en el vientre de sus madres de manera impune[3].
Hace muy pocos días en mi país, Argentina, se dio media sanción a la despenalización del aborto y venimos escuchando hace un par de meses de uno y otro bando, de varios estratos de la sociedad, pero sobre todo de los más encumbrados, promocionar, aplaudir, encomiar, destacar, valorizar casi hasta la idolatría, el “dialogo” y el “debate” sobre el tema. Parecería que mientras el tema se dialogue y se debata, está todo extremadamente bien, estamos todos contentos, el país va para adelante, la verdad triunfa y el bien se acerca para colmarnos de sí.
Eso sí, el Diálogo (con mayúsculas, por supuesto!) tiene que ser sincero y a la vez profundo, y el Debate realizado de manera cívica como aplaudió el Señor Presidente al terminar la sesión en el Congreso. Con esas tres características, del Debate y el Diálogo nos encumbran a un bien tan superior que no hubo ni habrá, en el tiempo ni en la eternidad, nada que pueda sernos más importante, ni hacernos más grandes como país ni como persona, porque no hay nada –y nunca lo habrá– que pueda dejarnos más claro que vivimos en la anhelada, adorada, suspirada y más que idolatrada “DEMOCRACIA”.
Si le tocan la puerta de la casa a un padre de familia para decirle que se van a juntar con la gente del barrio y, por un tema de salud pública, van a debatir y dialogar sobre cortarle o no la yugular a él y a toda su familia… ¡¿Qué responderá el buen hombre?! “Dialoguen… debatan… ¿quieren que me sume a las opiniones, o que haga una encuesta en las redes?” ¡¡No!! Obviamente que la respuesta será un tajante: “¡¡Cómo van a debatir sobre eso!! ¡¡Es injusto!! ¡¡Es un crimen!!”. Y hará todo lo posible para que no se lleve adelante esa perversa reunión.
Y el anti-pensamiento hegemónico reinante podrá comentar: “¡¡Oooohhhh!! Pero entonces este hombre, diciendo semejante cosa, ¡¡se va a mostrar, del algún modo en contra de ellos!! ¡¡Qué hombre más perverso, fundamentalista, anti democrático, retrógrado, casa brujas e inquisidor!!”
Porque sí, hoy en día, la diosa democracia no permite que nadie se muestre en contra de nadie…, perdón, nadie se muestre en contra de lo que la diosa opina de todas las cosas, y por supuesto, todos en contra de quien no opine como ella…
Así de estúpido e idiota como suena el ejemplo citado arriba, lo es estar de acuerdo –y mucho más fomentar– que se debata una “ley” de despenalización del aborto. Si pudiera hablar un niño que hoy está en el vientre de su madre ¡¿qué diría?! Ellos no tienen voz, pero sí la tenemos nosotros.
Y una cosa es que quienes detentan el poder –y que por eso tendrán un juicio más duro ante Dios– pongan el tema sobre la mesa y nos obliguen a debatir, a dialogar, y, entonces, como excelentemente lo han hecho tantos y tandas, habrá que hacer todo lo posible y lo imposible para defender, en ese debate, la vida desde su concepción. Pero otra cosa muy distinta es que nosotros estemos de acuerdo con el hecho de que está bien debatir y, peor aún, que fomentemos ese debate. ¡¡Por favor!! ¡¡Que nos hagan debatir algo así ya es una lacra!! ¡¡No perdamos el sentido del escándalo!! Como solía repetir San Alberto Hurtado citando a un autor francés.
Ya era un signo de trágica alarma el hecho de que el Señor Presidente, vaya saber a costa de cuánto dinero o de qué beneficio político, haya abierto hace un par de meses la posibilidad del debate del aborto, haciendo alarde de estar timoneando un país ya maduro para esto. Ya es tristísimo e indignante que un Congreso tenga que dedicar 22 horas de debate para ver si conviene o no matar al niño en el vientre de su madre… ¡¡y por salud pública!!
Y aunque obviamente estoy totalmente de acuerdo de que, dada la situación, hay que poner todos los medios para hacer escuchar nuestra voz; sin embargo, no olvidemos que hacer escuchar la voz no siempre es dialogar/debatir y no todos los diálogos son buenos o necesarios. Nuestro Señor Jesucristo no dialogó con el Demonio, sus respuestas, en el desierto, eran a otro nivel, no quería entablar una conversación (si Eva hubiera hecho lo mismo…). Tampoco le contestó todas las veces a los fariseos, ni a Anás, ni a Caifás, ni a Pilatos… y a Herodes no le dijo ni una sola palabra. Y también nos enseñó a no tirar perlas a los cerdos. No estoy diciendo que no haya que hablar, y mucho –sobre todo quienes tienen autoridad–, lo que digo es que, sobre todo en el uno a uno, a veces conviene no hablar con quien no quiere o no puede oír por imposibilidad ideológica.
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Fue justamente un diálogo, el más importante que se ha dado desde que el mundo es mundo, el que nos dio el poder de salvarnos de otros diálogos y debates lastimosos como el que estamos mencionando. A la interlocutora de aquel diálogo, que con su “hágase en mi según tu palabra” dio lugar a la Encarnación del Verbo, le imploramos nos salve de la estupidez reinante y, sobre todo, salve a tantos miles y miles de niños en el vientre de sus madres, como Ella protegió al Niño Dios en el suyo.