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Con estas líneas queríamos remarcar el espíritu penitencial que debe acompañarnos en este día, el más santo de los sábados.

“Desde los tiempos apostólicos, la Santa Madre Iglesia ha tenido el celo de celebrar anualmente los mayores misterios de nuestra Redención, a saber, la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, con una conmemoración absolutamente única”. Así comienza el Decreto General de la Sagrada Congregación De Ritos, titulado Maxima Redemptionis Nostrae Mysteria, y que trata sobre la restauración del orden litúrgico de la Semana Santa, de 1955, en tiempos de Pío XII.

Y continua afirmando que “en un principio estos ritos se celebraban los mismos días de la semana y a las mismas horas del día en que tenían lugar los sagrados misterios”. Y continúa:

“Pero hacia el final de la Edad Media, por diversas razones concomitantes, el tiempo para observar la liturgia de estos días comenzó a anticiparse de tal manera que todas estas solemnidades litúrgicas se retrasaban a las horas de la mañana; ciertamente con detrimento del sentido de la liturgia y con confusión entre los relatos evangélicos y las representaciones litúrgicas referidas a ellos. Especialmente la solemne liturgia de la Vigilia Pascual, al ser arrancada de su lugar propio en las horas nocturnas, perdió su claridad innata y el sentido de sus palabras y símbolos. Además, la jornada del Sábado Santo, invadida por una prematura alegría pascual, perdía su propio carácter doloroso como conmemoración de la sepultura del Señor”.

Fue por estos cambios que dio a llamarse al “Sábado Santo”, podríamos decir erróneamente “Sábado de Gloria”, y es lo que el Papa Pío XII intentó revertir primero con la restauración de la Vigilia Pascual al horario “original”, con un documento de 1951, y luego con este decreto que estamos citando.

El Sábado Santo es, por tanto, el día en que la Iglesia sigue meditando en la sepultura de Jesús, su descenso a los infiernos (al limbo de los justos del Antiguo Testamento para llevarlos al cielo) y se encuentra expectante a la espera su resurrección al tercer día. Es un día de silencio, de oración y de penitencia, en el que se nos invita particularmente a acompañar a María Santísima en su dolor. Es sabido, de hecho, que si el sábado es un día dedicado especialmente a la Virgen Santísima, en honor a este sábado, el más santo de todos.

Sabemos que una de las formas de expresar este espíritu de penitencia es el ayuno, que consiste en abstenerse de comer o beber durante un tiempo determinado, o de consumir ciertos alimentos o bebidas. El ayuno tiene un sentido religioso, moral y espiritual, ya que ayuda a purificar el cuerpo y el alma, a dominar las pasiones, a ofrecer un sacrificio a Dios y a solidarizarse con los pobres y los que sufren.

La Iglesia establece que los días de ayuno obligatorio son el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, pero también recomienda practicar el ayuno voluntario en otros días del año, especialmente en los tiempos litúrgicos de preparación como el Adviento y la Cuaresma. El Sábado Santo es uno de esos días en los que se puede hacer un ayuno voluntario, como signo de amor y de espera del Señor resucitado y, sobre todo, como decíamos, acompañando a nuestra Madre Santísima en su dolor.

Podemos leer en el Código de Derecho Canónico:

“Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia, a tenor de los cánones que siguen”. (c. 1249)

Y los cánones que siguen son los siguientes:

“En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma”. (c 1250)

“Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo”. (c. 1251)

Luego precisa el Código las edades y nos da una recomendación a los pastores instruir a los padres de familia:

“La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. Cuiden sin embargo los pastores de almas y los padres de que también se formen en un auténtico espíritu de penitencia quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al ayuno o a la abstinencia” (c. 1252).

El “auténtico espíritu de penitencia” que manda el Código formar en los niños, dado que “Todos los fieles, cada uno a su modo, están obligados por ley divina a hacer penitencia”, nos llevan a considerar que, aunque no esté mandado por la Iglesia ayudar en Sábado Santo, es muy recomendable. Recordemos que la ley, por lo general, legisla sobre un mínimo.

El Concilio Vaticano II acentúa el valor del ayuno pascual al decir:

“Ha de celebrarse en todas partes el viernes de la pasión y muerte del Señor y aun extenderse, según las circunstancias, al Sábado Santo, para que de este modo llegue al gozo del domingo de Resurrección con elevación y apertura de espíritu”[1].

Por tanto, podemos agregar, con un comentario del Código: “la norma sólo menciona el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo; el resto queda en recomendación insistente”[2].

En lo posible tratemos de vivir este Sábado con espíritu de penitencia y continuando de alguna manera el ayuno.

Recordemos también que el ayuno no es un fin en sí mismo, sino un medio para crecer en las virtudes, sobre todo la fe, la esperanza y la caridad. Por eso, debe hacerse con una actitud interior de conversión, de arrepentimiento por los pecados y de confianza en la misericordia divina. En lo posible, y más un día como hoy, el ayuno debe ir acompañado de la oración, la lectura de la Palabra de Dios, la limosna o alguna obra de caridad que se puede realizar también con los más cercanos.

El ayuno no es una práctica meramente externa o legalista, sino una expresión de la libertad cristiana. Por eso, cada uno debe discernir según su conciencia y su situación personal cómo vivir el ayuno el Sábado Santo. Lo importante es que sea una forma de unirse al misterio pascual de Cristo, que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación.

Y modo también, como decíamos, de acompañar los dolores de María Santísima:

“Compare su dolor. Nada hay que se le asemeje. Es su único Hijo, muerto, destrozado por los pecadores. Y a la vista del cuerpo ensangrentado de su Dios, de las lágrimas de su Madre María, aprenda a sufrir resignado, aprenda a consolar a la Ssma. Virgen, llorando sus pecados” (Santa Teresa de los Andes)

“Cuando sufra, mire a su Madre Dolorosa con Jesús muerto entre sus brazos”. (Santa Teresa de los Andes)

Y para ir preparándonos para la Santa Misa de la Vigilia Pascual:

“Si ustedes desean asistir a la Sagrada Misa con devoción y obtener frutos, piensen en la Madre Dolorosa al pie del Calvario”. (San Pío de Pietrelcina)

¡Ave María y adelante!

P. Gustavo Lombardo, IVE

 

[1] Constitución “Sacrosanctum Concilium”, sobre La Sagrada Liturgia, , 110.

[2] Código de Derecho Canónico, Nueva edición bilingüe comentada por profesores de la Universidad Pontificia de Salamanca, 710.

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Comentarios 1

  1. Diana Peregrina Carrizo dice:

    Gracias padre Lombardo por éste texto tan rico en catequesis de gran ayuda para compartir con aquellos que necesiten y para nosotros los que buscamos siempre saber como acercarnos cada vez más a Dios .Bendiciones

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