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Hace unos años en una diócesis festejaba alguien la gracia de tener 40 diáconos permanentes, pero también lo decía como augurando una nueva época en la Iglesia donde al no haber vocaciones sacerdotales iba a ser reemplazados entonces por las vocaciones diaconales. Y hace poquito leía que se crearon en una diócesis por ahí un nuevo ministerio, el ministerio del “laico párroco” para una “neo Iglesia”. Me parece que es importante tener presente que hay cosas que el Señor ha determinado, que su Iglesia ha determinado hace años desde que es tal que no van a ser cambiadas nunca y que no hay una “neo Iglesia”.

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El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial son dos realidades distintas esencialmente, no de grado simplemente. Y por eso si bien ambas vocaciones son un llamado a la santidad, tanto puede ser santo un laico como un sacerdote, o mucho más un laico que un sacerdote, sin embargo, nunca un laico va a poder reemplazar a un sacerdote, puede ayudarlo, puede colaborar y está muy bien eso, pero no reemplazarlo. Por ejemplo, un ministro extraordinario de la Eucaristía es justamente ministro “extraordinario”, lo ordinario es que el sacerdote dé la comunión y así con otros ministerios en los cuales el laico puede reemplazar al sacerdote, y obviamente nunca lo podrá reemplazar en la Santa Misa y la Confesión.

Nunca habrá entonces realidades eclesiales donde el sacerdote no cuente; y eso ¿por qué? ¿Lo digo porque soy sacerdote? ¡No! porque Cristo lo ha determinado así, porque así lo ha determinado su Iglesia y lamentablemente estas ideas falsas, erróneas, de una nueva Iglesia por falta de vocaciones retroalimentan la falta de vocaciones porque ¿qué joven va a aspirar al sacerdocio si un sacerdote puede ser reemplazado así no más por un laico? Entonces tengamos ideas claras y alegrémonos de cómo el Señor ha pensado y ha querido su Iglesia y por supuesto hagamos lo posible cada uno por suscitar vocaciones sacerdotales porque nunca la Iglesia va a poder vivir sin sacerdotes, porque sin sacerdocio no hay Eucaristía, y sin Eucaristía no hay Jesucristo, no está Cristo entre nosotros.

Voy a terminar con unas palabras de san Juan Pablo II, que nos pueden llegar a entender la centralidad que tiene Él y juntamente Él el plan que ha querido Él para nosotros sus hijos, dice así el Papa Juan Pablo II, en la Encíclica Novo Millennio Ineunte “No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celestial. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Este programa de siempre es el nuestro para el tercer milenio”

Pidámosle a María Santísima la gracia entonces de entender esto de darle esa centralidad a Cristo, de que si tenemos que adaptarnos a los tiempos sea siempre con lo sustancial que nos ha transmitido nuestro Señor que no se puede cambiar. Que María entonces nos ayude y que presentemos al Cristo vivo y lo de siempre que nos ha mostrado Él en su Iglesia para así entonces suscitar vocaciones porque Cristo sigue siendo el mismo ayer, hoy y siempre, y la belleza del sacerdocio sigue siendo siempre la misma. Que si hay menos vocaciones en algún lugar de la Iglesia es por nuestra culpa, no por culpa del Señor y no es que hay que cambiar entonces lo que el Señor ha querido y quiere para nosotros, para su Iglesia  

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