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Una revolución alfabética

El presente artículo lleva el mismo título que el libro escrito por el historiador francés, Serge Gruzinski, Quand les indiens paralaient latin, colonisation alphabétique et métissage dans l’Amérique du XVIe siècle, Fayard, 2023, 308 páginas, del cual he hecho una apretada síntesis para el lector de habla hispana. El trabajo más que interesante  del autor nos transporta a ese mundo en transición del siglo XVI en nuestras tierras americanas.

El autor muestra cómo se dio una verdadera revolución alfabética con la llegada de los españoles a estas tierras americanas. El móvil de esta empresa, como muestra el autor, no era editorial sino evangelizadora. Así como fue el deseo de Dios que movió a los monjes al cultivo de las letras en el medioevo, ahora es el deseo de transmitir la fe la propagación de la escritura.

Si bien la fe y las letras van en la misma línea de la naturaleza humana, y por lo tanto sin violencia, el autor considera la evangelización y la educación de los indios como “invasión”, “lavado de cabeza”, “occidentalización”, “sometimiento”, “destrucción”. El prejuicio del autor, como es corriente hoy en día, es considerar los pueblos “originarios” como intocables. Es la idea liberal, aplicada a las sociedades políticas, que considera una violación a la identidad de los pueblos, aun cuando ellas tengan practicas antihumanas, el que sea civilizada por una pueblo de una cultura más alta. No obstante, estos juicios, que no son los de los indios, el libro brinda un relato tomado de las fuentes amerindias de gran valor para el historiador y el pedagogo.

El gran desafío de España, al llegar a estas tierras, fue enseñar la fe donde no había más que lenguas y tradiciones orales y, en lugar del alfabeto, existían solo glifos o ideogramas. Sin embargo, España había sido ya preparada por la Providencia para estos desafíos. España tenía la práctica de la conquista en la recuperación de los territorios en poder del Islam; en España florecían escuelas, universidades; en España se había comenzado con el mestizaje de los musulmanes conversos. Pero sobre todo España poseía un fuerza espiritual única para realizar ese desafío.

Desde el primer momento, España se puso manos a la obra en la educación de los naturales. En 1503 la Corona mandó al gobernador de Indias Nicolas Ovando a abrir escuelas donde se enseñe a “leer, escribir y cantar”. El primer fruto de esta empresa  fue el indio Diego de Colon, homónimo del hijo de Cristóbal, quien fue enviado a Sevilla para continuar sus estudios. Diego Colon, ya virrey de las indias, en 1511 envió naturales ya educados a Puerto Rico para “instruir a los indios ignorantes de esa isla”. Ochos años más tarde, esos indios ocuparan cargos en los pueblos que los frailes habían fundado.

Trasladándonos  a México donde todo fue muy rápido;  ya que desde 1487 con la solemne inauguración del teocali de Tenochtitlán con decenas de miles de sacrificios humanos, seguidos de banquetes rituales antropofágicos a 1520, en solo un espacio de 33 años, en Tlaxcala fueron bautizados los cuatro señores tlaxcaltecas, que habían de facilitar a Hernán Cortés la entrada de los españoles en México, seguida de la inmediata caída de Tenochtitlán en 1521.

Solo a dos años de este hecho, en 1523 un grupo de misioneros de la orden de san Francisco,- a quienes las Leyes de Burgos le habían encargado la educación de los nativos-  iniciaron una tarea educativa sin precedentes teniendo como centro la ciudad de Texcoco. Se eligió este lugar como un gesto político por la colaboración militar prestada en la conquista de Tenochtitlan. Pero además, Texcoco había sido antes una ciudad de intelectuales que valoraban la educación y poseían una gran cantidad de instituciones y experiencia en prácticas pedagógicas.

Estos primeros frailes eran originarios de Flandes o Países Bajos, que era parte también del imperio español. Que frailes flamencos fueran los primeros educadores era signo de excelencia. En efecto, Flandes fue un centro importante de la espiritualidad cristiana, la escuela y el humanismo. Flandes fue cuna de Carlos V (1550), también la de su preceptor, el papa Adriano VI, quien a su vez era amigo de Erasmo de Roterdam. En esa región los franciscanos poseían numerosos colegios, donde se impartía la mejor educación de Europa. Un fruto de esa calidad de educación fue Erasmo. El autor afirma que  “sin los progresos de los franciscanos en materia educativa, el humanista de Roterdam no habría llegado a ser sin duda el mejor pedagogo del Renacimiento”.

Entre estos flamencos estaba el fraile Pedro de Gante. Este hermano lego abrió una escuela conocida como “San José de los Naturales”. Allí el fraile enseñaba el trívium y quatrivium, método utilizado en Daventer, uno de los mejores colegios de Europa. Allí se dieron los primeros pasos en la escolarización de los locales con el canto y el latín.

Hernán Cortes, dado los progresos rápidos en educación, pidió a la corona más religiosos. Es así que  en 1524 arribaron un grupo de frailes franciscanos, conocidos como los “doce apóstoles” de América. La consigna de Cortes, a su arribo, fue que “ de veinte a cuarenta leguas a la redonda donde nosotros nos encontramos, todos los hijos de señores y de nobles vengan a México, al convento de San Francisco para aprender la ley de Dios.”

En 1527 los franciscanos abrieron otra escuela en Tlaxcala. Para ese tiempo ya se contaba con interpretes del Nahualt. A los niños de la nobleza indígena se los tenía en internados que en esa época contaba con 1000 niños de entre 3 y 13 años. Se seguía con esto la costumbre de los calmélac, especies de internados en los templos paganos.

Estos niños demostraban una memoria e ingenio prodigiosos. Aprendían cantos en latín con solo escucharlo unas pocas veces. Y poseían, además un gusto especial por la danza y el canto. Los frailes, aprovechando esta inclinación, transmitieron la enseñanza del evangelio a través de estas artes. Para ello se contaba, de parte de los misioneros de un background inigualable, pues muchos de ellos venían de Flandes donde se estaba viviendo una edad de oro de la polifonía franco-flamenca. Mas tarde Arnaud de Bassac formó a los indios en el canto polifónico. A poco de enseñarles, ya los mismos indios dirigían coros. Según testimonio de Motolinía, a pocos años de la conquista “uno de estos cantores naturales que vive en la ciudad de Tlaxcala compuso una misa entera usando su propia inteligencia: recibió la aprobación de los buenos cantores castellanos que la vieron”.

Eran, además, diestros en la ejecución instrumental. A tal punto que orquestas y músicos competían en calidad con las de Europa. Para promover el arte de la música, se eximia de impuestos a los indios;  con tal incentivo, se vio un explosión de la música.

En 1525, luego de haber visto los progresos rápidos de los indios en el aprendizaje de las letras, se pidió al emperador la apertura de un studium generale, para la enseñanza del latín, filosofía, teología y derecho. Sin embargo, habrá que esperar diez años más para que esto se haga realidad.

A partir de 1530, Arnaud de Bassac y Mathurin Gilbert quien publico la primera gramática latina, sentaron las bases de la enseñanza del latín a los indios. Ambos habían leído los escritos pedagógicos de Erasmo. En 1533, el convento de san Francisco de la ciudad de México y otros conventos comenzaron a enseñar latín de modo sistemático. Los alumnos, todos pertenecientes a la nobleza indígena, superaban en conocimientos a los niños españoles.

Gracias al Presidente de la Audiencia, Sebastián Ramírez Fuenleal, estos experimentos dispersos adquirieron un carácter oficial. Este obispo, cuando estaba en santo Domingo, había defendido la enseñanza del latín a las elites Tainas del Caribe. Ya desde 1529 Santo Domingo albergaba un colegio para indios y negros donde aprendían artes, teología y latín.

A esta iniciativa oficial se sumó el apoyo del primer virrey, el granadino Antonio de Mendoza. Este peninsular había sido testigo de la obra evangelizadora de los musulmanes con la apertura de escuelas de gramáticas, de colegios y universidades, como fue el caso del colegio imperial de san Miguel, un internado donde se enseñaba a los hijos de musulmanes lectura, escritura, latín, lógica, filosofía en medio de un ambiente cristiano.

¿Por qué enseñar el latín? Porque era la lengua de la Iglesia y la lengua de la ciencia; era la lengua de las elites literarias; era el vehículo comunicativo que permitía a cualquier hombre de ciencias moverse de una universidad a otra, como cuenta Erasmo que, durante su estadía en Londres, hablaba latín sin tener necesidad alguna del inglés. Era, además, la lengua que hablaban los reyes. Finalmente, saber latín  daba acceso a la comprensión de occidente. Por lo tanto abrir esta lengua a los nativos fue un gran gesto eminentemente político y de incalculables consecuencias.

Finalmente, diez años después en 1535 Tlatelolco dio a la luz la primera universidad. Un colegio de elite intelectual que reclutaba -selección encargada a los frailes- a los mejores indios de cada paraje de Méjico para que se formaran en las humanidades.

El objetivo declarado del colegio era formar “latinistas capaces de dar clases y enseñar en otros obispados”. Aunque no se limitaba a ello, ya que se preveían estudios más diversificados: “latín, filosofía y otras artes liberales” o incluso “latín, artes liberales y teología”.

Como fruto de estos primeros ensayos pedagógicos se cuenta al indio Pedro Juan Antonio, habiendo partido en 1568 para continuar sus estudios en la Universidad de Salamanca y publicó en Barcelona en 1574 una gramática latina con el título El arte de la lengua latina.

El claustro educativo contaba con excelentes maestros, entre los cuales se encontraba Juan de Gaona, teólogo conocido por sus debates con Erasmo, un excelente latinista y asiduo lector de Platón que escribió además una reflexión teológica y filosófica en náhuatl. El español Andrés de Olmos enseñó latín y preparó el Arte de la lengua mejicana, que es una primera descripción de una lengua amerindia en el mundo occidental. No se descuidó el derecho: el colegio contaba con no menos de tres juristas en su profesorado. Bernardino de Sahagún era otro de los maestros. Éste fraile erudito había sido  formado en Salamanca donde había aprendido latín comentando Virgilio, Cicerón y Horacio.

Ya contando con locales bien preparados, las cátedras de gramática fueron ocupadas por los indios. Tal fue el caso del bachiller Miguel de Cuautitlán, probablemente formado en “San José de los Naturales” y que “enseñó latín en el colegio de Tlatelolco”.

Según testimonio de Motolinía, habían debates en latín donde demostraban las capacidades argumentativas. Espontáneamente se producían conversaciones y debates en la lengua de Cicerón. La historia y la ética se enseñaba a través de la lectura de los clásicos, respetando el método escolástico de concentración de saberes.

La ratio studiorum en el colegio de Tlatelolco era conforme al trivium, que incluía latín, retórica y lógica, y parte del quadrivium, la música y un toque de astronomía, con la adición de botánica, medicina, astrología, teología y derecho. Los cursos de retórica, por su parte se basaban en Cicerón, Quintiliano y Erasmo. Para la historia recurrían a los clásicos directamente como las Antigüedades judías de Flavio Josefo. En teología la Summa de Santo Tomás de Aquino, sin olvidar Biblias y Nuevos Testamentos que proporcionaban una introducción a la teología.

El colegio mantenía otra tradición medieval: los scriptoria, o el arte del copiado. Se conserva como testimonio de esta actividad el Evangeliario de la catedral de Toledo (1545), obra litúrgica traducida al náhuatl y elegantemente iluminada y el Codex Badianus (1552) -conservado durante mucho tiempo en la Biblioteca Vaticana-, con representaciones ricamente coloreadas de plantas mexicanas con leyendas latinas.

A partir de 1597, se dio el paso del copiado a la imprenta. Uno de los más notables en la técnica litográfica fue Diego Adriano, un grandísimo latinista; era tan dotado que aprendió a componer tipográficamente en cualquier lengua ya sea el Nahualt, Castellano o Latín.

No olvidemos que fue en Tlatelolco donde se elaboró el Códice de Florencia, uno de los mejores manuscritos testimonio de un mundo desaparecido, escrito en español y náhuatl. A finales del siglo XVI, se había convertido en una de las joyas de la biblioteca Lorenzo de Florencia.

Los indiecitos aprendían a estructurar sus discursos y a organizar sus argumentaciones. En esto el maestro era Nebrija quien había compuesto una manual de retórica siguiendo sustancialmente la Retórica de Aristóteles. La formación intelectual que adquirían con la invención, la disposición y la peroración, tocó probablemente, como dice el autor, los niveles más profundos de la occidentalización en la cabecita de estos indiecitos. Según el testimonio de Motolinia: “Hace poco más de cinco años que comenzamos a enseñarles latín; muchos de ellos son latinistas muy correctos, que entienden, hablan y pronuncian muy bien los discursos y razonamientos en latín; dan buenas conferencias en latín apropiado y elegante, apoyándose en autoridades y sacando la lección moral de lo que dicen, tanto que su auditorio y su maestro se asombran […]. Componen largos discursos sobre buenos fundamentos, e incluso hexámetros y pentámetros”. Y según el juicio de Bernardino de Sahagún, en dos o tres años, los alumnos tenían “todos los fundamentos del latín”, sabían hablar y escribir en latín, e incluso podían componer “versos heroicos “. Para formar tales versos hay que tener en cuenta la cantidad de las silabas si largas o cortas, cosa que, aun para nosotros requieren un ingente esfuerzo. Ese ejercicio a la vez mental y estético en el dominio de la poesía latina, era acompañado de lugares comunes moralizantes como la fugacidad del tiempo presente, la incertidumbre del mañana, la muerte cierta pero imprevisible, la fugacidad de la juventud.

Don Pablo Nazareo, un indio formado en Tlatelolco, emparentado con Moctezuma tomó el cargo de rector del colegio. Mostró ser un latinista excelente y un buen cristiano. Ya en el poder máximo en el gobierno de los propios indios,  a mediados del siglo XVI, mantenía correspondencia en latín con Felipe II y su esposa Isabel de Valois. En una de sus cartas  seguía todas las reglas de un discurso retórico para mover el ánimo del emperador, con su introducción y peroración. No faltan citaciones de la Biblia y de los clásicos. Realmente don Pablo Nazareo era un hombre universal pues se dirige a un rey castellano, haciéndolo en latín, y apelando a los clásicos y a la escritura santa.

Otra  figura aún más importante de la política indígena fue Antonio Valeriano, talentoso latinista, lógico, filósofo y profesor. Las autoridades coloniales lo habían elegido para gobernar los barrios de indios de la ciudad de México, el más alto cargo concedido a un indígena en Nueva España. Antonio fue tomado en mano por los franciscanos a la edad de seis años. Al llegar a la edad adulta, Antonio y los mejores de sus compañeros se convirtieron en administradores y profesores del colegio. Este indio fue uno de los principales artífices del Códice de Florencia. Filólogo bien informado, conocía el significado de las palabras en náhuatl y dominaba su etimología.

Tlatelolco se convirtió en un verdadero laboratorio de lenguas. El aprendizaje del latín capacitó a los indígenas para la reflexión sobre su propia lengua. Los resultados de esta latinización se mostró en el tratamiento de las lenguas vernáculas y la traducción a esas lenguas de obras como La Imitación de Cristo, Best-seller de la época, El Tratado de la oración, de Fray Luis de Granada, y numerosas religiosas.

Indios que llegaron a convertirse en filólogos del Nahualt. Hacían un trabajo enorme para encontrar un término de su lengua para traducir, por ejemplo el término “Verbum”, del prólogo del evangelio de san Juan. Al no poseer un término análogo en su lengua que expresara el rico contenido de logos y verbum de las lenguas clásicas, optaron por traducirlas directamente por “Hijo”.

El texto latino más antiguo que se atribuye a un indio data de 1541 y se trataba de Verba sociorum domini Petri Tlacauepantzi. Este Pedro era uno de los hijos de Moctezuma, quien viajó con Cortes a España y recibió un blasón del emperador en 1540. En la misma época aparece un diccionario trilingüe cuyas palabras en Nahualt fueron traducidas directamente del latín, y asi, consul se traduce teuctlato; el mes de agosto es traducido en Nahualt por “la sexta luna”, que es evidentemente el sixtilis Augustus, el mes romano que se tomó en lugar del mes de agosto español.

El latín es utilizado como vehículo para todo el mundo botánico. En 1552 el Nahual, Juan Badiano, redactó las leyendas y los conocimientos latinos del Libellus de medicinalibus, una compilación ilustrada dedicada a las plantas medicinales del antiguo Méjico.

En diciembre de 1552, don Antonio Cortés Totoquihuaztli escribió una carta al emperador Carlos V desde un importante señorío en las afueras de la ciudad de México, en su nombre y en el de “todos los demás conciudadanos”. El escritor revela su conocimiento del Libro de Job, cita a Tomás de Aquino, San Agustín, Tertuliano, San Juan Crisóstomo y Salustio, e incluso se inspiró en la Guerra de las Galias de Julio César, ya que las tierras nahuas se describen como “divisas en tres partes”, mientras que los romanos dividieron la Galia en “cuatro partes”.

Las cartas de demás señores dirigidas al emperador sea Carlos V o Felipe II como hemos dicho eran redactadas en latín usando temas y alusiones del mundo clásico como el epíteto altitonans referido a Júpiter ahora dicho del emperador, musarum domus, para referirse a institutos educativos que deseaban abrir, y términos romanos aplicados a la realidad de México como oppida, civitates, provincias, vectigales.

El virrey tomó la decisión de restaurar la línea de Moctezuma en el trono de México-Tenochtitlan tras una vacante de unos quince años. A partir de 1538, don Diego de Alvarado Huanitzin reinó sobre una ciudad indígena dividida en cuatro unidades autónomas, que las autoridades españolas describieron como la “República de los Indios”.

Por influencia de los novi homines cada uno de estos centros giraba en torno a un palacio que albergaba clérigos, eruditos, pintores y músicos. En la corte de don Diego se confeccionó el “Códice Mendoza” que enumera las conquistas mexicanas, sus costumbres y el sistema educativo. Realizado a petición de Antonio de Mendoza para su presentación al emperador, el códice da testimonio de la colaboración entre la corte mexicana y la del virrey.

En las afueras de Ciudad de México y Tlatelolco, dos pueblos del valle, Azcapotzalco y Tacuba, Antonio Cortés Totoquihuatzin, hijo del tlatoani de esta capital envió tres cartas al emperador, una de ellas en latín. Fue entonces cuando solicitó el título de ciudad para Tacuba, junto con un escudo de armas. Este prestigioso estatus otorgó a la ciudad indiana la categoría de ciudad española.

La gran cantidad de indios que sabían leer, escribir produjo un interés por la lectura. Las copias de las obras compuestos en Nahualt, con imágenes bellísimas, era la atracción de los indios. Ese nuevo gadget, que era el libro, donde se entraba a un mundo maravilloso de las letras,  todo con solo hojear, hizo de él un boom. A tal punto que surgió entre los indios un contrabando de libros que se vendían y revendían a libreros clandestinos.

Los indios eran muy dotados en el arte pictórico. Ellos mismos diseñaban las pinturas para los libros con arte exquisito. Este arte también se difundió en los muros de todas las iglesias, hasta cubrirse con pinturas unos 300.000 metros cuadrados. En estos frescos se entremezcla los temas cristianos con personajes mitológicos y del mundo clásico.

El estudio en las letras no tenía como finalidad formar espíritus diletantes y pedantes, que hicieran alarde de sus conocimientos. Lejos de eso, su finalidad era humana en su sentido más amplio. Las letras era instrumento para fines mayores como formar sus espíritus para mejor recibir el don de la fe.

En solo una generación, España elevó a indios que habían participado escasos años atrás de las bestialidades de sacrificios humanos a un grado altísimo de fineza intelectual y sensibilidad espiritual. Sumergieron sus espíritus en las humanidades clásicas para que mejor comprendieran el mundo, al que se insertaban, el mundo occidental y cristiano. No fue un reemplazo, sino una simbiosis, un mestizaje sin par entre lo clásico, lo cristiano y lo amerindio.

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Comentarios 1

  1. Elena Cruz Morales dice:

    Interesante lo escrito del P. Gustavo Domenech. Había recogido algunos escritos de como se había evangelizado pero algunas cosas escritas aquí me orientaron más en mi saber. Gracias y bendiciones

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