PRIMERA LECTURA
Haré brotar para David un germen justo
Lectura del libro de Jeremías 33, 14-16
Llegarán los días —oráculo del Señor— en que Yo cumpliré la promesa que pronuncié acerca de la casa de Israel y la casa de Judá:
En aquellos días y en aquel tiempo, haré brotar para David un germen justo, y él practicará la justicia y el derecho en el país. En aquellos días, estará a salvo Judá y Jerusalén habitará segura.
Y la llamarán así: «El Señor es nuestra justicia».
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial 24, 4-5a 8-10. 14
R. A ti, Señor, elevo mi alma.
Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador. R.
El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
Él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres. R.
Todos los senderos del Señor son amor y fidelidad,
para los que observan los preceptos de su alianza.
El Señor da su amistad a los que lo temen
y les hace conocer su alianza. R.
SEGUNDA LECTURA
Que el Señor fortalezca sus corazones
para el Día de la Venida del Señor
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 3, 12-4, 2
Hermanos:
Que el Señor los haga crecer cada vez más en el amor mutuo y hacia todos los demás, semejante al que nosotros tenemos por ustedes. Que Él fortalezca sus corazones en la santidad y los haga irreprochables delante de Dios, nuestro Padre, el Día de la Venida del Señor Jesús con todos sus santos. Amén.
Por lo demás, hermanos, les rogamos y les exhortamos en el Señor Jesús, que vivan conforme a lo que han aprendido de nosotros sobre la manera de comportarse para agradar a Dios. De hecho, ustedes ya viven así: hagan mayores progresos todavía. Ya conocen las instrucciones que les he dado en nombre del Señor Jesús.
Palabra de Dios.
ALELUIA Sal 81, 8
Aleluia.
¡Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación!
Aleluia.
EVANGELIO
Está por llegar la liberación
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 25-28. 34-36
Jesús dijo a sus discípulos:
Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas. Los hombres desfallecerán de miedo ante la expectativa de lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán. Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.
Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación.
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.
Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre.
Palabra del Señor
Alois Stöger
La venida del Hijo del hombre
(Lc.21,25-28)
a) Señales en el universo (Lc/21/25-26)
De las predicciones, cuyo cumplimiento se ha experimentado ya, pasa el discurso a los acontecimientos del tiempo final, que todavía están pendientes de realización. Se distingue claramente la ruina de Jerusalén y el tiempo final. Pero no se dice nada acerca de lo que han de durar los tiempos de los gentiles.
El tiempo final se anuncia con grandes acontecimientos cósmicos. Antes de que venga el Hijo del hombre, se producirá un trastorno en el universo. Se verán sacudidos sus tres grandes ámbitos, conforme a la idea de la época, que concebía el mundo dividido en tres pisos. En el firmamento se producen signos en el sol, en la luna y en las estrellas. Como se ve, Lucas no tiene gran interés en describir detalladamente estas señales, como lo hace Marcos: el sol se oscurecerá, la luna no dará ya luz, las estrellas caerán del cielo (Mar_13:24). En la tierra se verán las gentes presa de angustia y de desconcierto. El mar, sujeto por el poder de Dios (Job_38:10 s), quedará abandonado a sus impulsos caóticos. Según la concepción de la antigüedad, el universo es tenido a raya, ordenado y dirigido por potencias espirituales que tienen su morada en el espacio celeste. Las potencias del cielo se verán sacudidas, por ello irrumpirá el caos sobre el universo.
Las naciones, los paganos, los hombres serán presa de angustia, quedarán sin aliento y desconcertados por el miedo y la ansiedad. «Cuando el pánico se apodere de los habitantes de la tierra, se hallarán en muchos apuros, en enormes aflicciones» (ApBar 25,3). ¿En qué podrá uno todavía apoyarse cuando se tambaleen las leyes más seguras? El suelo se hunde bajo los pies. Los hombres se preguntan qué significa esto, de qué es señal. El discípulo de Cristo conoce el significado de estos acontecimientos por la palabra de Cristo. Son señales del que ha de venir. El horizonte de las palabras se extiende al mundo entero. La humanidad está dividida en dos grandes campos: el uno -los «hombres»- se consume de pánico, el otro -los discípulos- afronta esta hora con gozosa expectativa. Sin Cristo, ansiedad; con Cristo, esperanza inquebrantable.
Las señales se presentan en palabras que tienen una antigua tradición; en una predicción sobre la ruina de Babilonia se dice: «Ved que se acerca el día de Yahveh, implacable, cólera y furor ardiente, para hacer de la tierra un desierto y exterminar a los pecadores. Las estrellas del cielo y sus luceros no darán su luz, el sol se oscurecerá en naciendo, y la luna no hará brillar su luz» (Isa_13:9 s). En la sentencia pronunciada sobre Edom dice el mismo profeta: «La milicia de los cielos se disuelve, se enrollan los cielos como se enrolla un libro, y todo su ejército cae como caen las hojas de la vid, como caen las hojas de la higuera. La espada de Yahveh se embriaga en los cielos y va a caer sobre Edom, sobre el pueblo que ha destinado al exterminio» (Isa_34:4 s). Y en un oráculo de infortunio sobre Egipto se dice: «Al apagar tu luz velaré los cielos y oscureceré las estrellas. Cubriré de nubes el sol, y la luna no resplandecerá; todos los astros que brillan en los cielos se vestirán de luto por ti, y se extenderán las tinieblas sobre la tierra» (Eze_32:7 s). La intervención primitiva de Dios en la historia de las ciudades y de las naciones se encuadra en el marco de grandes trastornos cósmicos. (…). Tiembla el universo cuando se levanta Dios y visita la tierra. El sacudimiento del universo a la venida del Hijo del hombre sirve seguramente sólo para la representación del Hijo del hombre, al que Dios ha dado todo poder en el cielo y sobre la tierra. Cuando en su venida atraviese los espacios del universo, temblarán los poderes del cielo de respeto y sobrecogimiento. Pero las predicciones son oscuras hasta que se cumplen. (…)
b) Aparece el Hijo del hombre (Lc/21/27-28).
27 Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poderío y majestad.
El Hijo del hombre se hará visible. Se le podrá contemplar con los ojos. Nadie podrá sustraerse a este acontecimiento. Además, todos los que lo vean estarán seguros de que es él.
La manifestación del Hijo del hombre se pinta con imágenes procedentes de la tradición: «Vi venir en las nubes del cielo a un como hijo de hombre, que se llegó al anciano de muchos días y fue presentado a éste. Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no acabará nunca, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá» (Dan_7:13 s). El Hijo del hombre viene sobre una nube; la nube es el carro de Dios. Dios mismo se manifiesta con poderío y majestad. El Hijo del hombre tiene participación en el señorío de Dios. Las imágenes transmitidas por tradición tienen por objeto representar la majestad divina de Cristo. Todas las imágenes son sencillamente un débil balbuceo en comparación con lo inefable de su grandeza. Jesús no viene ya en la debilidad de su manifestación terrena, sino en la grandeza y gloria de su exaltación. Pero ¿quién podrá hablar de ella en forma adecuada?
28 Cuando comience a suceder todo esto, tened ánimo y levantad la cabeza, porque vuestra liberación se acerca.
La Iglesia marcha encorvada como un hombre que tiene que llevar una carga pesada. Va como con la cabeza baja, como un hombre que se ve odiado, perseguido y sin honra. Cuando se inicie lo que preparará los acontecimientos finales, entonces podrán tener ánimo los creyentes. Lo que para los otros es amenaza de destrucción, para ellos significa exaltación. Sólo entonces, cuando aparezca el Hijo del hombre, cesará la Iglesia de ser una Iglesia oprimida, tentada, encorvada.
La liberación se acerca cuando aparece el Hijo del hombre glorificado. Cesan la persecución y los peligros. Se ve cumplida la esperanza antes ridiculizada y escarnecida. La Iglesia sufriente se convierte en Iglesia exultante. Lo que cantó el padre del Bautista cuando se acercaba el tiempo de salvación, puede cantarse ahora como realizado: «Bendito el Señor Dios de Israel, porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate» (1,68).
La venida del Hijo del hombre es el día de la recolección para la Iglesia. Según Marcos, el Hijo del hombre enviará a los ángeles para que reúnan a sus escogidos desde los cuatro vientos (Mc 13.27). De ello no dice nada Lucas. El tiempo de la Iglesia entre la ascensión y la segunda venida era tiempo de misión, tiempo de recogida de los pueblos; ahora es el tiempo en el que la Iglesia reunida recibe su forma plena y su liberación definitiva.
Actitudes escatológicas (Lc.21,29-36)
a) No dejarse desorientar (21,29-33).
(…)
b) Vigilancia y sobriedad (21.34-36).
El Hijo del hombre ha de venir, aunque su venida no sea próxima y aunque se difiera el tiempo en que ha de venir. No se puede hacer como el criado infiel que decía para sí: «Mi señor está tardando en llegar» (Luc_12:45). Vendrá de improviso, rápida e inesperadamente, como un lazo en el que cae un pájaro desprevenido y demasiado confiado. Es necesario tener cuidado. Aquel día en que vendrá el Señor, es día de juicio (Luc_17:31). En él se decide el destino final. Ese día es a la vez día de liberación y día de condenación. Hay que estar prevenidos.
La crápula y la embriaguez embotan el corazón del hombre, distrayéndolo de los acontecimientos venideros; la excesiva preocupación por comer y beber enturbia la vista para no ver lo que nos aguarda. El corazón, del que provienen las decisiones morales y religiosas, tiene que mantenerse disponible para los acontecimientos finales. El que sólo se interesa por la vida terrena y sus placeres, no tiene espacio ni voluntad para pensar en «aquel día». «La noche está muy avanzada, el día se acerca. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, caminemos con decencia: no en orgias y borracheras; no en fornicaciones ni lujurias; no en discordias ni envidias» (Rom_13:12 s).
El día del juicio viene para todos. Alcanza a todos los habitantes de la tierra. Las descripciones pormenorizadas despiertan la atención. Con tales palabras anuncia el profeta Jeremías la universalidad del juicio: «Si yo, al desatar el mal, he comenzado por la ciudad en que se invoca mi nombre, ¿ibais a quedar vosotros impunes? No quedaréis, no, puesto que llamaré a la espada contra todos los moradores de la tierra» (Jer_25:29). El cristiano no puede decir: Yo soy discípulo de Cristo, ese día no puede perjudicarme. El juicio ejecutado sobre Jerusalén nos advierte del juicio final y nos pone en guardia.
36 Velad, pues, orando en todo tiempo, para que logréis escapar de todas estas cosas que han de sobrevenir, y para comparecer seguros ante el Hijo del hombre.
El Hijo del hombre ha de venir con toda seguridad. Cuando venga pedirá cuentas a los criados fieles y a los infieles (Jer_12:41-48), a los que negociaron con las minas que les habían sido confiadas y las multiplicaron, y a los que, inactivos, las guardaron sin hacerlas fructificar (Jer_19:12-27).
El cristiano debe velar a fin de estar preparado para la llegada del Señor. El Hijo del hombre ha de venir, pero nadie sabe el día ni la hora en que vendrá. «Velad, pues, porque no sabéis en qué día va a llegar vuestro Señor» (/Mt/24/42). El discípulo que tiene presentes los decisivos acontecimientos finales, no puede adormecerse. Su vida debe estar caracterizada por la vigilancia en espera del Señor y por la prontitud para recibirlo. La exhortación a estar prontos y en vela brota de lo más original, característico y decisivo del mensaje de Jesús.
A la vigilancia se asocia la oración. El que ora, está en vela para Dios, y el que está en vela religiosamente, ora. «Orad en toda ocasión en el Espíritu, y velad unánimemente con toda constancia» (Efe_6:18). En todo tiempo es necesario orar, pues nadie conoce el día y la hora (*) en que vendrá el Señor. La Iglesia primitiva asoció la vigilancia y la oración con la celebración del banquete eucarístico: «Perseverad en la oración, velando en ella en la acción de gracias» (Col_4:2). En esta exhortación están reunidas las tres cosas: oración, vigilancia, banquete eucarístico. En estas vigilias del culto cristiano se realiza la vigilancia cristiana y se imita lo que Cristo mismo hizo cuando celebró la noche pascual (Col_22:15). Cristo viene como juez. ¿Podremos escapar de todas estas cosas que han de sobrevenir? ¿Podremos librarnos de la existencia condenatoria? ¿Podremos comparecer seguros ante el Hijo del hombre? ¿Lograremos hallar en él un abogado? Mediante la vigilancia y la oración podremos afrontar el inminente juicio y comparecer seguros ante el juez.
Termina el último discurso que pronunció Jesús ante el pueblo en el templo. Las últimas palabras son: el Hijo del hombre. Se dirige a su pasión, pero volverá en calidad de Hijo del hombre. En las últimas palabras que pronuncie delante del sanedrín dirá: «Pero desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del Poder de Dios» (Lc_22:69). La venida de Jesús como Hijo del hombre, al que Dios ha transmitido todo poder, es señal de que su reivindicación era justa, su mensaje verdadero, de que están garantizadas sus promesas y sus amenazas. El camino va del pueblo en el templo y de sus adversarios en el sanedrín a la pasión y a la muerte, pero ésta conduce a la gloria del Hijo del hombre. El hijo del hombre tiene la última palabra.
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder)
Catecismo de la Iglesia Católica
Artículo 7: “Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”
I VOLVERA EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia …
668 “Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está “por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación” porque el Padre “bajo sus pies sometió todas las cosas”(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo (cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). “La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio”, “constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra” (LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la “última hora” (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). “El final de la historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta” (LG 48). El Reino de Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16, 17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
… esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado “con gran poder y gloria” (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido (cf. 1 Co 15, 28), y “mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios” (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1 Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando suplican: “Ven, Señor Jesús” (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1, 6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la “tristeza” (1 Co 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1 P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm 4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente (cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos “toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad” (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32). Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt 24, 44: 1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de preceder estén “retenidos” en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia se vincula al reconocimiento del Mesías por “todo Israel” (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que “una parte está endurecida” (Rm 11, 25) en “la incredulidad” respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: “Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas” (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace eco: “si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?” (Rm 11, 5). La entrada de “la plenitud de los judíos” (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de “la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al Pueblo de Dios “llegar a la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13) en la cual “Dios será todo en nosotros” (1 Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “Misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839), sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso” (cf. Pío XI, “Divini Redemptoris” que condena el “falso misticismo” de esta “falsificación de la redención de los humildes”; GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).
II PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS
678 Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Joel 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).
679 Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. “Adquirió” este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado “todo juicio al Hijo” (Jn 5, 22;cf. Jn 5, 27; Mt 25, 31; Hch 10, 42; 17, 31; 2 Tm 4, 1). Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar (cf. Jn 3,17) y para dar la vida que hay en él (cf. Jn 5, 26). Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo (cf. Jn 3, 18; 12, 48); es retribuido según sus obras (cf. 1 Co 3, 12- 15) y puede incluso condenarse eternamente al rechazar el Espíritu de amor (cf. Mt 12, 32; Hb 6, 4-6; 10, 26-31).
RESUMEN
680 Cristo, el Señor, reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas todas las cosas de este mundo. El triunfo del Reino de Cristo no tendrá lugar sin un último asalto de las fuerzas del mal.
681 El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia.
682 Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia.
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 668 – 682)
P. Alfredo Sáenz, S.J.
DE PIE, VIENE EL SEÑOR
Iniciamos el Adviento, tiempo de espera para rememorar el acontecimiento más grande verificado ya en la historia, cual es la venida de Dios a los hombres mediante su Encarnación. Ésta, su primera venida, fue largamente esperada por los siglos. Después del naufragio acontecido en el paraíso y tras tantos intentos fallidos de reconstrucción, se espera a Aquel “vástago de justicia” que viene para inaugurar una nueva etapa. La liturgia, que no sólo nos hace recordar los misterios de la Vida de Cristo, sino que los presencializa en un “hoy” renovado, nos irá preparando para que seamos más dignos de dicha visita. Pero los cristianos que viven en el tiempo se encuentran también en la —espera de una segunda venida del Salvador. La primera se verificó ya en la sencillez y la humildad del Cordero; la segunda ha sido preanunciada en gran poder y gloria, y se verá precedida por signos y señales. Tanto si esperamos al Niño Jesús o al Rey Universal, nuestra tendencia ansiosa se refiere al mismo objeto de deseo: Jesucristo. Prepararse convenientemente para recibir a Cristo recostado en Belén, es también prepararse para cuando Él venga a completar totalmente su obra en la Parusía.
El Señor quiso tener un Precursor que lo anunciase de cerca. Este presagio del Nuevo Día es el Bautista. Por ello las lecturas fue a nos presenta la Iglesia, nos invitan a meditar en la predicación de Juan oída por tantos de sus contemporáneos a orillas del río Jordán. Esta predicación siempre es actual, y lo es mucho más en el tiempo de Adviento, ya que aguardamos una vivificación del Reino ya actuante por el misterio de la gracia. Necesitamos ser golpeados nuevamente por el impacto perenne pero siempre nuevo del Evangelio, y el Bautista está especialmente preparado para preparar nuestros corazones de manera que ese impacto produzca frutos saludables.
Pero si esperamos al Niño Jesús de la mano del Bautista también y con mayor razón lo hemos de hacer desde el corazón de la Madre. Ella también tuvo su Adviento. Ella aguardó durante nueve meses ver con sus propios ojos a Aquel en quien creía y de quien lo esperaba todo. ¿Quién anheló más ansiosamente a Jesús que su Madre? Por eso la Iglesia debe mirar a María Santísima y unirse a Ella para aprender a esperar. María es la Madre de la Esperanza. No sólo nos ha de disponer convenientemente para aguardar al Niño, sino que también nos ha de preparar adecuadamente de modo que estemos prevenidos para su segunda venida. Todos los fieles han de aguardar de mano de la Madre la consumación de los siglos. Ella será quien ha de entregar al Cuerpo Místico al definitivo descanso del cielo.
Estar en pie
La plena realización del Reino inaugurado por el Señor en su primera venida tendrá lugar en la Parusía. Allí completará y culminará su obra. Antes de verificarse esta realidad, que para nosotros hoy es una profecía, tendrán que aparecer grandes signos en el cielo: “Habrá señales en el sol y la luna y en las estrellas”. Mientras aguardamos el fin, la Iglesia dice Maranatha, Ven Señor Jesús. ¿Qué debemos hacer durante esta espera sino estar alertas? El Reino de paz, de luz y de justicia, se presenta como algo misterioso que interpela al hombre. Este Reino golpeará cada corazón esperando tener acogida generosa. Cada corazón vivo y palpitante está invitado a abrir sus puertas al misterioso Reino de Cristo. No dejemos que sus beneficios se queden afuera. Hemos de reconocer al Enviado del Padre, escucharlo y amarlo, para que sus beneficios celestiales se posen en sobreabundancia sobre nosotros. Hoy San Pablo nos insta a dejar que el Señor fortalezca nuestros corazones en la santidad.
El Señor nos dice en el Evangelio que hemos de estar de pie delante del Hijo del hombre. Un muerto no está de pie, tampoco uno que duerme. Este tiempo no nos debe sorprender muertos en la vida de Dios, o dormidos en el letargo de nuestras preo-cupaciones o tibiezas. Estar en pie significa estar expectantes, alertas, como el centinela aguarda la aurora… Estar en pie significa que nuestro corazón va aprendiendo a pisotear sus miserias, y empieza a caminar con paso firme y no vacilante hacia el Señor.
Estar en pie y con la cabeza enhiesta hacia lo alto —”levantad la cabeza”, nos dice el Señor— debe ser la actitud del hombre peregrino, del hombre trascendente, que aguarda su “parto” para la otra vida. El hombre vertical es el hombre del Reino de Cristo, el hombre de paso victorioso y señorial que reinará con Cristo y con todos los santos en la Casa del Padre.
No dejemos que el hombre de paso firme y vertical se encorve y rinda pleitesía a las cosas terrenas y mundanas. Nos dice el Evangelio: “Tened cuidado de no dejaros aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre vosotros, como una trampa”.
Sabemos, sin embargo, que no debemos adherirnos a Cristo por temor sino por amor. El Señor no nos quiere asustar con su segunda venida, sino premiar por nuestras buenas obras. Por eso hemos de vigilar para no caer. Dice San Agustín: “La prudencia está en guardia y en vigilancia diligente, no sea que insinuándose poco a poco una inclinación, nos engañemos y caigamos”. A no estar caídos, sino de pie frente al Hijo del hombre.
Tiempo de vigilancia
La Iglesia a través de la liturgia nos ayudará a permanecer despiertos y en vela. No nos debe sorprender la venida del Señor. Hemos de estar siempre preparados para su nacimiento en Belén, para su llamado sorpresivo en el momento de nuestra partida, y para su segunda venida triunfal. Hemos de permanecer despiertos, y esto lo alcanzamos por medio de la oración más ferviente. Reavivemos nuestra fe, esperanza y caridad, seamos capaces de sacudir toda tibieza y huir de la apostasía de los últimos tiempos. No sabemos ni el momento ni la hora, por eso hemos de estar prevenidos. “Quiso el Señor que nos fuese desconocida la última hora para que, no pudiendo preverla estemos siempre preparándonos para ella”, afirma San Gregorio.
¿Quién es el que vigila? Vigila la madre sobre el hijo enfermo; vigila el gobernante para que se cumplan sus mandatos; vigila el timonel de la nave para evitar la sorpresa de la tormenta; vigila el dueño de la casa para evitar que le roben. Así debe estar en vela el cristiano. Debe orar y esforzarse para esperar la mejoría de sus enfermedades espirituales; debe procurar que todas sus obras sean gobernadas por el imperio de la caridad; debe saber el arte del buen timonel para para apercibirse cuando se levanten las olas de la tentación; debe resguardar bien su morada para que el ladrón no lo sorprenda.
Pero en toda vigilancia hay algo más importante que motiva el esfuerzo. El cristiano no vigila por vigilar, sino para resguarda algún bien, algún patrimonio. La vigilia se afana por resguarda especialmente, entre otros bienes, la fidelidad. La madre vela por la salud del hijo; el gobernante para preservar el bien común; el timonel para mantener en buena dirección la nave; el dueño de casa por su patrimonio y familia. Así se reserva y cuida lo que es más preciado, y ¡qué más preciado tesoro que Dios en el alma! Aquel que no vigila es, o porque no tiene patrimonio, o porque no se da cuenta de que lo posee, y poseyéndolo, no lo valora.
Este tiempo litúrgico nos enseña a levantar la cabeza, a verticalizarnos para reconocer con nuestros ojos de fe que tenemos que trabajar para reservar nuestra fidelidad a Dios. El que sabe apreciar la unión amistosa con Dios se apea y marcha firme por el camino de la vigilancia.
En realidad el Señor no nos exige demasiado, o más allá de lo que pueden nuestras pobres fuerzas. Sí nos pide que sepamos dar un paso cada día. Nos pide la fidelidad en las pequeñas cosas y a cambio nos promete grandes beneficios. Así lo expresa San Gregorio Nacianceno: “El pide cosas insignificantes; promete a cambio, a quienes le aman sinceramente, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro”.
Dice hermosamente el místico San Juan de la Cruz que hemos de vestir el alma de blanco, de verde y de rojo. Cubrirnos ante todo con la blanca túnica de la fe, y sobreponer luego el segundo color, el verde, que significa la esperanza. El alma se debe despojar de “todas esas vestiduras y trajes del mundo, no poniendo su corazón en nada ni esperando nada de lo que hay o ha de haber en él, viviendo solamente vestida (de esperanza) de vida eterna”. Encima del blanco y el verde, para el remate y perfección, lleva el alma el tercer color que es la toga colorada de la caridad, ya que sobre la púrpura, como dice el Cantar de los Cantares, se recuesta Dios.
Pongamos vigilancia en los actos de cada día. Hemos de remozar nuestra oración, nuestro examen de conciencia; hemos de preguntarnos sobre nuestro deber de estado; hemos de mirar la práctica de la caridad que es la síntesis de la perfección. Adviento es el tiempo de preparación intensa, de reflexión prudencial sobre nuestros pasos, pero más que eso, es tiempo de amores; tiempo de inflamar el alma con el Espíritu. La milicia del soldado de Cristo hace que esté más alerta, más en pie, más a la defensa del castillo interior.
El Señor nos debe encontrar en pleno crecimiento de vida espiritual. Desde lo más profundo de nuestro ser supliquemos, robándole el sentimiento a San Pablo, y digamos: ¡Oh Señor, fortalece nuestros corazones y haznos irreprensibles en la santidad para la venida de Nuestro Señor Jesucristo!
Dentro de unos momentos nos acercaremos a recibir la Eucaristía desde su pesebre humilde del altar. Él, sin descansar en las especies, está como en una atalaya, siempre velando en resguardo de su Casa. Él vigila a toda hora y en cada instante por nuestro amor y correspondencia. Digámosle, al recibirlo sacramentalmente, que queremos aprender de El, que queremos estar en pie para su venida, revestidos con la túnica blanca de la fe, el color verde de la esperanza y la toga púrpura de la caridad. Pidámosle que toque nuestros labios con la brasa ardiente de su corazón y podamos exclamar en alta voz con toda la Iglesia: “Maranatha”, Ven Señor Jesús.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 7-12)
San Juan Pablo Magno
La realidad del hombre y el Adviento
Hermanas y hermanos queridísimos:
El significado del Adviento
- Para penetrar en la plenitud bíblica y litúrgica del significado del Adviento, es necesario seguir dos direcciones. Hay que «remontarse» a los comienzos, y al mismo tiempo «descender» en profundidad. Lo hicimos ya por vez primera el miércoles pasado, escogiendo como tema de nuestra meditación las primeras palabras del libro del Génesis: «Al principio creó Dios» (Beresit bara Elohim). Al final del tema desarrollado la semana pasada, hemos puesto de relieve, entre otras cosas, que para entender el Adviento en todo su significado hay que entrar también en el tema del «hombre». El significado pleno del Adviento brota de la reflexión sobre la realidad de Dios que crea y, al crear, se revela a Sí mismo (ésta es la revelación primera y fundamental, y también la verdad primera y fundamental de nuestro Credo). Pero, al mismo tiempo, el significado pleno del Adviento aflora de la reflexión profunda sobre la realidad del hombre.
A esta segunda realidad que es el hombre nos asomaremos un poco más durante la meditación de hoy.
Imagen y semejanza de Dios
- Hace una semana nos detuvimos en las palabras del libro del Génesis con las que se define al hombre como «imagen y semejanza de Dios». Es necesario reflexionar con mayor intensidad sobre los textos que hablan de esto. Pertenecen al primer capítulo del libro del Génesis, que presenta la descripción de la creación del mundo en el transcurso de siete días. La descripción de la creación del hombre, el sexto día, se diferencia un poco de las descripciones precedentes. En estas descripciones somos testigos sólo del acto de crear expresado con estas palabras: «Dijo Dios —hágase—»…; en cambio, aquí, el autor inspirado quiere poner en evidencia primeramente la intención y el designio del Creador (del Dios Elohim); así leemos: «Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza» (Gén 1, 26). Como si el Creador entrase en sí mismo; como si, al crear, no sólo llamase de la nada a la existencia con la palabra: «hágase», sino como si de forma particular sacase al hombre del misterio de su propio Ser. Y se comprende, pues no se trata sólo del existir, sino de la imagen. La imagen debe «reflejar», debe como reproducir en cierto modo «la sustancia» de su Modelo. El Creador dice además «a nuestra semejanza». Es obvio que no se debe entender como un «retrato», sino como un ser vivo que vive una vida semejante a la de Dios.
Sólo después de estas palabras que dan fe, por así decirlo, del designio de Dios Creador, la Biblia habla del acto mismo de la creación del hombre: «Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra» (Gén 1, 27).
Esta descripción se completa con la bendición. Por lo tanto, constan aquí el designio, el acto mismo de la creación y la bendición:
«Y los bendijo Dios diciéndoles: Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados, y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra» (Gén 1, 28).
Las últimas palabras de la descripción: «Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho» (Gén 1, 31) parecen el eco de esta bendición.
El primer capítulo del Génesis
- Hay certeza de que el texto del Génesis es de los más antiguos: según los estudiosos de la Biblia, fue escrito hacia el siglo IX antes de Cristo. Dicho texto contiene la verdad fundamental de nuestra fe, el primer artículo del Credo apostólico. La parte del texto que presenta la creación del hombre es estupenda dentro de su sencillez y su profundidad a un tiempo. Las afirmaciones que contiene se corresponden con nuestra experiencia y nuestro conocimiento del hombre. Está claro para todos, sin distinción de ideologías sobre la concepción del mundo, que el hombre, si bien pertenece al mundo visible, a la naturaleza, se diferencia de algún modo de esta misma naturaleza. En efecto, el mundo visible existe «para él», y él «ejerce dominio» sobre aquél; aunque esté «condicionado» de varias maneras por la naturaleza, el hombre la «domina». La domina bien seguro de lo que es, de sus capacidades y facultades de orden espiritual que lo diferencian del mundo natural. Son estas facultades precisamente las que constituyen al hombre. Sobre este punto el libro del Génesis es extraordinariamente preciso. A1 definir al hombre como «imagen de Dios», pone en evidencia aquello por lo que el hombre es hombre; aquello por lo que es un ser distinto de todas las demás criaturas del mundo visible.
Son conocidos los muchos intentos que la ciencia ha hecho —y sigue haciendo— en los diferentes campos, para demostrar los vínculos del hombre con el mundo natural y su dependencia de él, a fin de inserirlo en la historia de la evolución de las distintas especies. Respetando, ciertamente, tales investigaciones, no podemos limitarnos a ellas. Si analizamos al hombre en lo más profundo de su ser, vemos que se diferencia del mundo de la naturaleza más de lo que a él se parece. En esta dirección caminan también la antropología y la filosofía cuando tratan de analizar y comprender la inteligencia, la libertad, la conciencia y la espiritualidad del hombre. El libro del Génesis parece que sale al encuentro de todas estas experiencias de la ciencia y, hablando del hombre en cuanto «imagen de Dios», da a entender que la respuesta al misterio de su humanidad no se encuentra por el camino de la semejanza con el mundo de la naturaleza. El hombre se asemeja más a Dios que a la naturaleza. En este sentido, el salmo 82, 6 dice: «Sois dioses», palabras que luego repetirá Jesús (cf. Jn 10, 34).
Reflexionando sobre sí mismo
- Esta afirmación es audaz. Hay que tener fe para aceptarla. Aunque es cierto que la razón libre de prejuicios no se opone a tal verdad sobre el hombre; al contrario, ve en ella un complemento de lo que resulta del análisis de la realidad humana y, sobre todo, del espíritu humano.
Es muy significativo que el mismo libro del Génesis, en la amplia descripción de la creación del hombre, ya obliga a éste —al primer creado, Adán— a hacer un análisis parecido. Lo que os vamos a leer puede «escandalizar» a alguno por el modo arcaico de expresión; pero al mismo tiempo es imposible no sorprenderse ante la actualidad de aquella narración cuando se tiene en cuenta el meollo del problema.
He aquí el texto: «Modeló Yavé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado. Plantó luego Yavé Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien formara. Hizo Yavé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en el medio del jardín el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Salía del Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos…
Tomó, pues, Yavé Dios al hombre, y le puso en el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase… Y se dijo Yavé Dios: `No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda proporcionada a él”. Y Yavé Dios trajo ante el hombre todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera. Y dio el hombre nombre a todos los ganados y a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo; pero entre todos ellos no había para el hombre ayuda semejante a él» (Gén 2, 7 20).
¿De qué somos testigos? De esto: el primer «hombre» realiza el acto primero y fundamental de conocimiento del mundo. Al mismo tiempo, este acto le permite conocerse y distinguirse a sí mismo, «el hombre», de todas las otras criaturas y sobre todo de quienes en cuanto «seres vivos» —dotados de vida vegetativa y sensitiva— muestran proporcionalmente mayor semejanza con él, «con el hombre», dotado también de vida vegetativa y sensitiva Se podría decir que el primer hombre hace lo que de costumbre realiza el hombre de todos los tiempos, es decir, reflexiona sobre su propio ser y se pregunta quién es él.
Resultado de dicho proceso cognoscitivo es la comprobación de la diferencia fundamental y esencial. Soy diferente. Soy más «diferente» que «semejante». La descripción bíblica termina diciendo: «No había para el hombre ayuda semejante a él» (Gén 2, 20).
El misterio del Adviento
- ¿Por qué hablamos hoy de todo esto? Lo hacemos para comprender mejor el misterio del Adviento, para comprenderlo desde los cimientos, y poder penetrar así con mayor profundidad en nuestro cristianismo.
E1 Adviento significa «la Venida».
Si Dios «viene» al hombre, lo hace porque en su ser humano ha puesto una «dimensión de espera» por cuyo medio el hombre puede «acoger» a Dios, es capaz de hacerlo.
Ya el libro del Génesis, y sobre todo este capítulo, lo explica cuando al hablar del hombre afirma que Dios lo «creó… a su imagen» (Gén 1, 27).
Juan Pablo II Catequesis del 6 de diciembre de 1978
SS. Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
La primera antífona de esta celebración vespertina se presenta como apertura del tiempo de Adviento y resuena como antífona de todo el Año litúrgico: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, Dios viene, nuestro Salvador”. Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: “Dios viene”. Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva.
Detengámonos un momento a reflexionar: no usa el pasado —Dios ha venido— ni el futuro, —Dios vendrá—, sino el presente: “Dios viene”. Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento “Dios viene”.
El verbo “venir” se presenta como un verbo “teológico”, incluso “teologal”, porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que “Dios viene” significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característicos: es el Dios-que-viene.
El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento saludable que se repite con el paso de los días, de las semanas, de los meses: Despierta. Recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora. El único verdadero Dios, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que- viene.
Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.
Los Padres de la Iglesia explican que la “venida” de Dios —continua y, por decirlo así, connatural con su mismo ser— se concentra en las dos principales venidas de Cristo, la de su encarnación y la de su vuelta gloriosa al fin de la historia (cf. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 15, 1: PG 33, 870). El tiempo de Adviento se desarrolla entre estos dos polos. En los primeros días se subraya la espera de la última venida del Señor, como lo demuestran también los textos de la celebración vespertina de hoy.
En cambio, al acercarse la Navidad, prevalecerá la memoria del acontecimiento de Belén, para reconocer en él la “plenitud del tiempo”. Entre estas dos venidas, “manifiestas”, hay una tercera, que san Bernardo llama “intermedia” y “oculta”: se realiza en el alma de los creyentes y es una especie de “puente” entre la primera y la última. “En la primera —escribe san Bernardo—, Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta es nuestro descanso y nuestro consuelo” (Discurso 5 sobre el Adviento, 1).
Para la venida de Cristo que podríamos llamar “encarnación espiritual”, el arquetipo siempre es María. Como la Virgen Madre llevó en su corazón al Verbo hecho carne, así cada una de las almas y toda la Iglesia están llamadas, en su peregrinación terrena, a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre renovados.
Así la Liturgia del Adviento pone de relieve que la Iglesia da voz a esa espera de Dios profundamente inscrita en la historia de la humanidad, una espera a menudo sofocada y desviada hacia direcciones equivocadas. La Iglesia, cuerpo místicamente unido a Cristo cabeza, es sacramento, es decir, signo e instrumento eficaz también de esta espera de Dios.
De una forma que sólo él conoce, la comunidad cristiana puede apresurar la venida final, ayudando a la humanidad a salir al encuentro del Señor que viene. Y lo hace ante todo, pero no sólo, con la oración. Las “obras buenas” son esenciales e inseparables de la oración, como recuerda la oración de este primer domingo de Adviento, con la que pedimos al Padre celestial que suscite en nosotros “el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras”.
Desde esta perspectiva, el Adviento es un tiempo muy apto para vivirlo en comunión con todos los que esperan en un mundo más justo y más fraterno, y que gracias a Dios son numerosos. En este compromiso por la justicia pueden unirse de algún modo hombres de cualquier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes, pues todos albergan el mismo anhelo, aunque con motivaciones distintas, de un futuro de justicia y de paz.
La paz es la meta a la que aspira la humanidad entera. Para los creyentes “paz” es uno de los nombres más bellos de Dios, que quiere el entendimiento entre todos sus hijos, como he recordado en mi peregrinación de los días pasados a Turquía. Un canto de paz resonó en los cielos cuando Dios se hizo hombre y nació de una mujer, en la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4, 4).
Así pues, comencemos este nuevo Adviento —tiempo que nos regala el Señor del tiempo— despertando en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que su nombre sea santificado, de que venga su reino de justicia y de paz, y de que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo.
En esta espera dejémonos guiar por la Virgen María, Madre del Dios-que-viene, Madre de la esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada. Que ella nos obtenga la gracia de ser santos e inmaculados en el amor cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor Jesucristo, al cual, con el Padre y el Espíritu Santo, sea alabanza y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
(Basílica Vaticana, Sábado 2 diciembre 2006)
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
La esperanza en la venida de Jesucristo
Lc 21, 25-28.34-36
Hay que estar atento a los signos de los tiempos porque cuando la higuera hecha brotes se acerca el verano. Así cuando aparezcan los signos evangélicos se acerca la venida de Jesús. La venida de Jesús es motivo de esperanza no de temor. Dice el Evangelio “cobrad ánimo”, es decir, ensanchad el alma porque la esperanza se agiganta ya que está cerca lo esperado. Y ¿qué se espera? La libertad, Jesús, la vida eterna. Nos liberamos de las cadenas de este mundo para entrar en la eterna libertad de los hijos de Dios, en la Jerusalén celeste.
Nos invita el Evangelio a rezar porque también la oración ensancha el corazón y hace crecer la esperanza y a mayor oración más cercanía con lo que se espera porque la oración nos da cercanía con Jesús a quien esperamos. Además la oración hace crecer la fe y es necesaria para mantenerse en pie y para dar testimonio, para perseverar, para ser fiel. También la fe nos mueve a orar más porque vemos por ella mayor necesidad de Dios.
Jesús nos exhorta a no dejarnos arrastrar por el mundo que milita directamente contra la fe. Jesús quiere que estemos atentos por la oración y no nos dejemos arrastrar por la vida cómoda, por la negligencia en vigilar. Quiere que evitemos las cosas mundanas: la embriaguez, el libertinaje, que va relajando al cristiano de las cosas de Dios, de la vida interior, de la fe, tan necesaria siempre pero más en los tiempos últimos en que la apostasía estará a la orden del día.
Es necesaria la vigilancia.
Vigilancia para no dormirse en las cosas mundanas. Para no dejarse arrastrar por la correntada del mundo que lleva en su caudal a muchos. Vigilancia para estar de pie el día del Señor.
¿Cómo vigilar? Principalmente con la oración que es la que fortalece la vida espiritual y da firmeza a la fe. Esta misma exhortación la dice el Señor en la parábola de la viuda inoportuna dada a los discípulos “para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer” porque si no será imposible mantener la fe en aquellos días, “cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?
Este Evangelio que nos hace mirar a la Parusía, que podríamos llamar Evangelio del adviento, es una invitación a la esperanza, a la espera. “No espera vana de un dios sin rostro, sino confianza concreta y cierta en la vuelta de Aquel que ya nos ha visitado, del “Esposo” que con su sangre ha sellado con la humanidad, un pacto de alianza eterna” .
Espera que no está anclada en este mundo. Tantos proclaman hoy día esta esperanza natural de un dios que va a arreglar todo, un dios capitalismo, un dios comunismo, un dios democratismo, un dios neoliberalismo, un dios ideología, utopías que proclaman un paraíso en la tierra, un nuevo cielo y una nueva tierra intrahistóricas con un salvador falso.
Nuestra espera, la que nos enseña Jesús, es sobrenatural. Es una espera vigilante “porque vendrá” a instaurar el reino definitivo, las nupcias del Cordero y la Iglesia .
“Vigilancia en la oración, animada por una amorosa espera; vigilancia en el dinamismo de la caridad concreta, consciente de que el reino de Dios se acerca donde los hombres aprenden a vivir como hermanos” .
Es que justamente la vigilancia implica las buenas obras, las obras de caridad para con nuestros hermanos, objeto único y definitivo del juicio de Cristo . Eso significa el cuidado para “que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida” que no es más que el amor a sí mismo y el descuido del amor fraterno.
Benedicto XVI nos ha exhortado en la encíclica “Dios es amor” al amor fraterno en vistas a construir la civilización del amor, pues, es palpable el individualismo y el descuido del prójimo necesitado en la sociedad moderna, que ha cambiado a Dios por la solicitud terrena y con ello el amor por el egoísmo. También nos exhorta en su encíclica “En esperanza fuimos salvados”, porque ambas, caridad y esperanza, y también la fe están estrechamente ligadas y nacen y se orientan a la caridad . “En la teología católica la esperanza se enraíza en la fe y florece mediante la caridad con el abandono de la voluntad del hombre en la voluntad de Dios en el soportar las tribulaciones de la vida, en la lucha contra el pecado y el error, y en el estímulo de los castos pensamientos y de los deseos ardientes de la vida eterna […]
La caridad tiene por objeto a Dios mismo tal como es en sí mismo, en cuanto es nuestro sumo Bien y por tanto nuestro fin último beatificante hacia el cual se dirigen principalmente las virtudes teologales de la fe y la esperanza […] La esperanza informe, privada de la caridad, puede sostener al hombre en la lucha por el bien, pero es más frágil y sujeta en mayor grado a las sacudidas del desánimo.
La esperanza es “Yelmo de la salud” “que es un alma que ampara toda la cabeza y la cubre de manera que no le queda descubierto sino una visera por donde ver. Y eso tiene la esperanza, que todos los sentidos de la cabeza del alma cubre, de manera que no se engolfen en cosa ninguna del mundo ni se le quede por donde les pueda herir alguna saeta del siglo; sólo le deja una visera para que los ojos puedan mirar hacia arriba, y no más, que es el oficio que de ordinario hace la esperanza en el alma, que es levantar los ojos sólo a mirar a Dios” (San Juan de la Cruz. Noche Oscura II, 21. 7), ella nos lleva a esperar en sólo Dios, al santo abandono. El alma por ella “no se goza sino de Dios, ni tiene esperanza en otra cosa sino sólo a Dios, ni teme sino sólo a Dios, ni se duele sino según Dios, y también todos sus apetitos y cuidados van sólo a Dios” (San Juan de la Cruz, Cántico 28, 4) .
San Ambrosio
Las señales del Cristo viniente
- Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas. En verdad, todo el conjunto de la profecía resulta verídico, y la realidad perfecta del misterio se ha cumplido plenamente, es decir: los judíos son, por segunda vez, llevados prisioneros a Babilonia y Asiria, y serán esclavos por todo el mundo por haber negado a Cristo; la Jerusalén terrena será destruida por el ejército enemigo, y los judíos muertos al filo de la espada y toda Judea será sometida por las naciones creyentes por medio de la espada espiritual, que es esa palabra que tiene doble filo , y entonces tendrán lugar esos signos diversos en el sol, en la luna y en las estrellas.
- Estas señales las narra Mateo de una manera más clara. Entonces —son sus palabras— el sol se oscurecerá, la luna no dará su luz y las estrellas se caerán. En efecto, como muchos se apartarán de la religión, la claridad de la fe se oscurecerá bajo la nube de la perfidia, ya que ese sol celestial aumentará o disminuirá para mí según sea mi fe. Porque del mismo modo que, cuando hay muchos que miran los rayos de sol de este mundo, este sol aparece más pálido o más brillante según la receptividad del espectador, así también la luz espiritual afecta a cada creyente según su devoción. Y así como la luna, en sus fases mensuales, desaparece cuando la tierra se interpone entre ella y el sol, así también la santa Iglesia, cuando los vicios de la carne son un obstáculo para que la llegue la luz espiritual, no está capacitada para recibir el fulgor de la luz divina que brota de los rayos de Cristo. Pues, en las persecuciones, el amor a esta vida es, con frecuencia, el único impedimento para que la claridad de Dios llegue hasta nosotros.
- Caerán las estrellas; es decir, aquellos hombres que ya brillan por la gloria de la resurrección, aquellos hombres que son como astros en este mundo y que están en posesión de la palabra de la vida , aquellos hombres de los cuales se dijo a Abrahán que su descendencia brillaría como el cielo y las estrellas : Y por eso, a los ojos de los hombres cayeron los patriarcas y los profetas cuando las persecuciones crecieron en crudeza, todo lo cual se debe cumplir hasta que la Iglesia vea que la plenitud de las virtudes ha reformado a todos y a cada uno: pues así serán reconocidos los buenos y aparecerán también los débiles. Y las diversas pasiones del alma serán tan pujantes, que, estando la conciencia cargada de gran cantidad de pecados, el temor al juicio que va a venir empañará en nosotros la frescura de la sagrada fuente, ya que la falsa fe reseca, mientras que la fe verdadera refresca.
- Pues las virtudes de los cielos se conmoverán, y entonces verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes. Quizás de la misma manera que hay que esperar la venida del Señor para que tenga realización perfecta en todo el universo, tanto en el humano como en el material, esa presencia suya que se lleva a cabo en cada uno cuando se recibe a Cristo con todo el corazón, así también todas las virtudes de los cielos, cuando realice su venida y su retorno el Señor Salvador —puesto que es El el Señor de las Virtudes —, obtendrán necesariamente un aumento de gracia y se tambalearán cuando la plenitud de la divinidad se comunique de una manera más propia.
- Existen también esas virtudes de los cielos que cantan la gloria de Dios, que se conmueven por una comunicación más abundante de Cristo y que, siendo espirituales, pueden contemplar a ese mismo Cristo. Y es David quien nos enseña el modo de tambalearse de estas virtudes, cuando nos dice: Acercaos a mí y seréis iluminados.
- Y también Pablo te enseñó cómo se puede ver a Cristo, ya que, cuando te conviertas al Señor, se te quitará el velo y podrás contemplar a Cristo. Le verás sobre las nubes. En verdad, yo no creo que Cristo haga su aparición sobre una sombra tenebrosa y una lluvia glacial —pues se ven las nubes y nos tapan el cielo con una bruma oscura; si fuera de la manera descrita, ¿cómo podía haber puesto su tienda sobre el sol si llueve cuando El venga?
- Pero de la misma manera que hay nubes que oscurecen la claridad del misterio celestial, porque es necesario, así también hay otra clase de nubes que humedecen gracias al rocío de la gracia espiritual. Contempla la nube que aparece en el Antiguo Testamento: Él les hablaba —se dice allí— desde una columna de nubes. Es cierto que hablaba por medio de Moisés y por el hijo de Nave, Josué, que fue quien hizo detener el sol para poder recibir la claridad de una luz más abundante. Por tanto, Moisés y Josué, el hijo de Nave, son nubes. Date, pues, cuenta cómo los santos pueden ser llamados nubes; la razón es porque vuelan como las nubes y como las palomas con sus pichones. A mi juicio, también son nubes Isaías y Ezequiel, los cuales me muestran la santidad de la divina trinidad por medio de los querubines y serafines; todos éstos, repito, pueden ser considerados como nubes. Sobre estas nubes vino Cristo, y vino sobre la nube del Cantar de los Cantares, una nube serena y llena de la alegría de un esposo; también vino sobre una nube ligera cuando tomó carne de la Virgen, pues el profeta vio como una nube que venía del Oriente; por eso muy bien dijo que era una nube ligera que no había sido empañada en modo alguno por los vicios terrenos. Contempla esa nube sobre la cual reposó el Espíritu Santo y a la que cubrió con su sombra la virtud del Altísimo.
- Y cuando aparezca Cristo sobre las nubes, se derribarán todas las tribus de la tierra, pues existe un conjunto de crímenes y una serie de pecados que deben ser destruidos con la venida de Cristo.
- Contempla la higuera y todos los árboles. Cuando dan fruto, sabéis que ya está cerca el verano. Aunque las sentencias de los evangelistas presentan alguna divergencia material, sin embargo, todos parecen coincidir en cuanto a la realidad. En efecto, Mateo habla sólo de la higuera “cuando sus ramas son tiernas”; y aquí se habla de todos los árboles. Por lo que a nosotros respecta, debemos esperar la venida del Señor, en la cual, como en la estación del estío, se recogerán los frutos de la resurrección, que acaecerá, o bien cuando el fruto se ponga verde en todos los árboles y la higuera se haga fecunda y comience a florecer, tiempo en el que toda lengua alabará a Dios y también el pueblo judío le alabará, o bien cuando el hombre de iniquidad se haya vestido de la ligera y frágil vanidad, como se vistieron de hojas las ramas de la Sinagoga, y entonces hemos de conjeturar que se aproxima el juicio, ya que el Señor se apresura a recompensar la fe y a poner un dique al pecado.
- Esta higuera, en realidad, es portadora de un doble símbolo, pues nos puede indicar o la mitigación de la dureza o una mayor cantidad de pecados, ya que, por la fe de los creyentes, las cosas que antes se secaban florecerán, mientras que los pecadores, por un falso contento, se gloriarán de sus faltas. En los primeros se ve el fruto de la fe, en los segundos una loca pasión de mala fe. Los desvelos del jardinero del Evangelio, me hacen esperar el fruto de la higuera. Pero nosotros no debemos desesperar, aunque los pecadores se han cubierto de las hojas de la higuera, como si se tratara del vestido del error, con objeto de arrojar un velo sobre su conciencia; en verdad, las hojas no son más que una apariencia estéril. Tal fue el vestido que se pusieron los desterrados del paraíso.
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.10, 36-45, BAC Madrid 1966, pág. 567-72
Guión Iº Domingo de Adviento
1 de diciembre 2024 – Ciclo C
Entrada: Hoy comienza un nuevo tiempo litúrgico, hoy comienza el tiempo de Adviento, que es el tiempo de espera de la venida de Jesucristo, Dios hecho hombre, en el portal de Belén. Comencemos este tiempo de Adviento despertando en nuestros corazones la esperanza de que el nombre de Dios sea santificado y de que venga su reino de justicia y de paz.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Jr 33,14-16
Dios hará brotar para David un germen justo, para salvar a Judá y para seguridad de Jerusalén.
Salmo Responsorial: 24
Segunda Lectura: 1 Ts 3, 12 – 4, 2
El Apóstol san Pablo nos estimula a crecer cada vez más en el amor fraterno para que la venida del Señor nos encuentre irreprochables.
Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36
Nuestro Señor nos exhorta a estar prevenidos y a orar incesantemente aguardando la liberación.
Preces:
Al iniciar un nuevo tiempo litúrgico, oremos con confianza al Señor que anuncia su venida.
A cada intención respondemos cantando:
*Que en toda la Santa Iglesia el Señor derrame abundantemente los dones de su Espíritu, especialmente la virtud de la esperanza para prepararse para la solemnidad de su Nacimiento con un corazón humilde y atento a sus inspiraciones. Oremos.
*Por los frutos del jubileo de la misericordia, para que los hombres abran su corazón y se dejen curar por la infinita bondad de Dios que viene a este mundo a salvar a los pecadores. Oremos.
*Pidamos al Señor que estas celebraciones susciten en los hombres de buena voluntad el empeño en defender la vida humana y la paz entre los pueblos. Oremos.
*Pidamos al Redentor de nuestras almas que mire con piedad a todos los que sufren en el cuerpo o en el espíritu, para que sean fortalecidos por la consoladora esperanza de su venida gloriosa. Oremos.
Señor Jesucristo, que nos llamas a orar incesantemente; ayúdanos en nuestras necesidades y fortalécenos en la esperanza del encuentro definitivo contigo; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Mientras esperamos la venida de Cristo, celebramos la Eucaristía ofreciéndonos a nosotros mismos como hostias junto a la Hostia Santa.
Ofrecemos:
-
Alimentos para los más pobres, verdaderos poseedores del Reino de los Cielos.
-
Pan y vino, con la certeza de que Cristo se hará presente en el Altar.
Comunión: Cristo es nuestra Vida, la vida eterna, la vida en abundancia y es la razón de nuestra esperanza. Comulguemos con un corazón bien dispuesto y agradecido por su infinita ternura hacia nosotros.
Salida: Pidamos a nuestra Madre, que llevó en sus entrañas al Verbo hecho carne, que toda la Iglesia espere a Cristo que viene y lo acoja con fe y amor siempre renovados.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)