PRIMERA LECTURA
Invocarán mi Nombre sobre los israelitas, y Yo los bendeciré
Lectura del libro de los Números 6, 22-27
El Señor dijo a Moisés:
«Habla en estos términos a Aarón y a sus hijos: Así bendecirán a los israelitas. Ustedes les dirán: “Que el Señor te bendiga y te proteja.
Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia.
Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz”. Que ellos invoquen mi Nombre sobre los israelitas, y Yo los bendeciré».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 66, 2-3. 5-6. 8
R. ¡El Señor tenga piedad y nos bendiga!
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros,
para que en la tierra se reconozca su dominio,
y su victoria entre las naciones. R.
Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia
y guías a las naciones de la tierra.
El Señor tenga piedad y nos bendiga. R.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor,
que todos los pueblos te den gracias!
Que Dios nos bendiga,
y lo teman todos los confines de la tierra. R.
SEGUNDA LECTURA
Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer
Lectura de la carta del Apóstol san Pabloa los cristianos de Galacia 4, 4-7
Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos.
Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir, ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
ALELUIA Cf. Heb. 1, 1-2
Aleluia.
Después de haber hablado a nuestros padres
por medio de los Profetas,
en este tiempo final,
Dios nos habló por medio de su Hijo.
Aleluia.
Encontraron a María, a José y al recién nacido.
Ocho días después se le puso el nombre de Jesús
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el Ángel del Señor, y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
Palabra del Señor
José María Solé – Roma, C.M.F.
NÚMEROS 6, 22-27:
La Liturgia inicia el primer día del año, Octava de la Navidad, con esta solemne bendición, con la que el Pontífice de Israel despedía al pueblo congregado para el sacrificio vespertino. El Sirácida (Ecclo 50, 20) nos lo narra del Sumo Sacerdote Simón: «Al terminarse el servicio del Señor (Simón), bajaba y elevaba sus manos sobre toda la asamblea de los hijos de Israel, para dar con sus labios la bendición del Señor y tener el honor de pronunciar su Nombre. Y todos se postraban para recibir la bendición del Altísimo».
Pedir que brille sobre nosotros la luz del rostro de Dios es pedir su amor y benevolencia: « ¡Alza sobre nosotros la luz de tu Rostro!» (Sal 5, 7). «Haz que alumbre a tu, siervo tu Rostro. ¡Sálvame por tu amor!» (Sal 31, 17).
La Iglesia ahora nos da esta bendición en nombre de Jesús-Salvador. Y nos exhorta a comenzar, impetrando su bendición, todas nuestras obras.
Jesús nos dejó su bendición como Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza al ofrecer su Sacrificio: «La paz os dejo. Mi paz os doy» (In 14, 27).
Singularmente aluden a este pasaje de Números aquellas palabras de nuestro Pontífice Jesús, que se despide de nosotros; y nos da su bendición Sacerdotal en Nombre del Padre y en el Nombre suyo de Hijo: «Padre Santo: tuyos eran y me los diste. Todas mis cosas tuyas son y las tuyas mías. Y Yo ya no estaré en el mundo, mientras ellos quedan en el mundo; Yo voy a Ti. Padre, guárdalos en tu Nombre, el que Tú me has dado; a fin de que sean Uno como Nosotros» (Jn 17, 6. 11). Bendecidos en el nombre divino de Jesús tendremos la paz.
Que así sea en este nuevo año «cristiano» que comenzamos: «Que invoquen mi Nombre sobre los hijos de Israel y Yo les bendeciré» (Nm 6, 27).
La Epístola nos da uno de los mejores fundamentos bíblicos de la Maternidad espiritual y universal de María:
Cristo, Hijo de Dios, nace súbdito de la Ley, inserto en la Historia de la Salvación (solidaridad con los judíos), nace de Mujer (solidaridad con toda la raza humana). Se sujeta a la Ley para «liberarnos». Se hace Hijo de Mujer para darnos la filiación divina. «Ved cuán grande caridad nos ha otorgado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios. ¡Y lo somos!» (1 Jn 3, 1). Tan cierto es que participamos con toda propiedad la filiación del Hijo, que San Pablo nos anima a vivir en plena intimidad filial con el Padre: «Y por cuanto sois hijos, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abba! ¡Padre! De manera que no eres ya esclavo, sino hijo. Y si hijo, también heredero por gracia de Dios» (Gál 4, 6).
La Mujer de quien es Hijo este Hermano nuestro es también Madre nuestra. Si somos hijos de Dios en Cristo, somos a la vez hijos de María en Cristo. Orígenes nos lo dice en unas palabras muy expresivas: «No teniendo María otro hijo que Jesús, cuando el Maestro dice: «He ahí a tu hijo» y no dice ‘Este es también tu hijo’, es como si dijese: he ahí el Jesús que has engendrado; porque todo perfecto cristiano no vive ya su vida natural, sino que Cristo vive en él. Y porque Cristo vive en él se dice de él a María: «Este es tu Hilo, Cristo» (P. G. 14, 31). Si vivimos de Cristo y en Cristo, con pleno derecho llamamos a Dios «Padre» y a María «Madre». Si la Eucaristía nos forma y transforma más en Cristo debe desarrollar nuestra piedad con María: la vivencia de los sentimientos filiales de Jesús con su Madre Cristo que en lo es también nuestra.
EVANGELIO, Lc 2, 16-21:
En la narración evangélica notemos:
Los pastores de Belén adoran al Mesías. Son las «primicias» de los infinitos adoradores. La humildad, la sencillez, la pobreza, la austeridad, disposiciones que preparan el corazón a la fe. Ellos no se escandalizan por la pobreza del Mesías pobre.
El v 19 es una fina indicación. María oye atenta cuanto dicen los pastores y capta atenta todos los signos y acontecimientos. El Corazón de la Madre es el mejor archivo y la mejor biblioteca de los recuerdos y de los misterios del Hijo. Lucas ha bebido en buena fuente. Los devotos de la Virgen crecen en el conocimiento y amor de Cristo. ¡Y cuánto nos revelará María en el cielo!
Por la circuncisión, Jesús, hijo de Abraham, se solidariza con una raza pecadora (v. 21). Es entonces cuando se le impone el nombre de Jesús revelado por el cielo a María y a José. Jesús = Dios Salva, va a tener el sentido más pleno. Aquel que San Pablo sintetiza en esta tremenda expresión: «Dios a Aquel que no conoció el pecado, por nosotros le hizo pecado, a fin de que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en El» (2 Cor 5, 21). Nos salva de nuestros pecados porque los carga todos sobre Sí para expiarlos todos. Y partícipes de su vida (gracia), quedamos plenamente justificados, santificados y salvados: «Gozosos, Señor, hemos recibido los celestes sacramentos; concédenos que nos aprovechen para la vida eterna a quienes nos gloriamos de proclamar a la siempre Virgen María Madre de tu Hijo y Madre de la Iglesia» (Postc.).
José Mª Solé Roma c.m.f., Ministros de la Palabra, ciclo A, Herder Barcelona 1979, 54-56
Mons. Tihamér Toth
La Virgen Madre de Dios
El renombrado filósofo americano EMERSON consigna un episodio interesante de un viaje que hizo en autobús. Un día bochornoso de verano subió cansado y sin humor a un auto de línea. Con tedio iba realizando su viaje… de media hora. Con el mismo sopor, y sin pensar en nada, estaban sentados también los demás viajeros del coche… cuando, en una de las paradas, subió una mujer joven con su hijito, de cabellos rubios y ojos azules. Apenas se hubieron sentado en un rincón del coche, cambió del todo el humor de los pasajeros. Como si todas las preguntas, sonrisas, carcajadas del inocente niño trajesen el aire del paraíso perdido a los hombres cansados por el camino fatigosode la vida. Y la madre sostenía con tanto encanto y amor a su hijito, y le hablaba con tal cariño, que la mirada de todos se clavaba en ellos y un calor extraño derretía los corazones, sumidos antes en la indiferencia.
El autobús que los astrónomos llaman «Tierra» iba corriendo hacía ya millares de años, con millones y millones de viajeros: hombres agotados, maltrechos, sumidos en la indolencia, que ni sabían adónde iba el coche…, cuando un día, hace dos mil años, subió a él una madre joven, teniendo en los brazos a su hijito, rubio y sonriente; y apenas ocupó un asiento en un rincón del coche, allá en la cueva de Belén, el alma de los viajeros se sintió caldeada por un fuego jamás sentido, y el corazón, antes indiferente, recibió nuevas fuerzas, como por ensalmo, de una belleza y ternura desconocidas. Y desde aquel día, la Madre y el Hijo viajan siempre con nosotros e irradian un encanto indecible y una fuerza de aliento que refrigera las almas cansadas en las luchas de la vida.
No se puede hablar de Jesucristo sin extenderse también a su Madre Virgen. No es posible dar a conocer la doctrina de Cristo, el cristianismo, sin mencionar a la Virgen María. Es la Virgen Santísima quien comunica hermosura, fragancia y encanto al cristianismo. Ella es la antorcha de la gruta de Belén, la estrella más hermosa de la noche. Su murmullo es el más dulce «Gloria». Nazaret no sería el hogar de Jesús si en este hogar no encontráramos a su Madre y al Arcángel; el Gólgota no sería tan admirablemente conmovedor si Jesús no hubiese plantado junto al árbol de la cruz el lirio del valle, el primero regado por la sangre preciosísima o esa rosa que sube por el árbol y florece en sentimientos de dolor. La Virgen Santísima logra el primer milagro, recorre la primera el camino de la cruz, encierra en su corazón la fe puesta en el Hijo muerto y en su obra; es la primera que besa, con el deseo y el consuelo de la felicidad eterna, las llagas de Jesús; hace, sola ella, la vigilia de la primera resurrección. Ella sola esperó treinta y tres años antes al Verbo en la noche de la Anunciación; ella sola Le recibió en la Navidad de Belén; ella sola Le aguardó en el amanecer de la Pascua Florida. (PROHÁSZKA.) «Nació de María Virgen» —así rezamos en el Credo. El Credo no contiene sino estas cuatro cortas palabras, a ella referentes: «Nació de María Virgen.» Breve frase; pero su contenido es tan profundo, que los nueve capítulos que vamos a escribir de la Virgen María casi no bastarán para descubrir cuanto encierra la frase.
Lo primero que haremos es examinar los fundamentos dogmáticos del culto de María. El árbol de magnífica fecundidad, el culto de María, que se despliega y despide su fragancia con miles y miles de flores perfumadas en nuestros templos, en nuestros cánticos, en nuestras imágenes, en nuestras fiestas, en nuestros santuarios, centros deromería, ¿de qué raíces se alimenta? ¿Con qué títulos honramos a la Virgen María? Tal será el tema de este capítulo. Y nuestra respuesta será doble: I. La honramos por ser Ella la Madre de Dios, y II. Porque la Sagrada Escritura nos inculca su culto.
I – LA MADRE DE DIOS
Como un gigantesco árbol lleno de bendiciones extiende sus ramas el culto de María sobre todo el mundo católico; y la raíz última del árbol inmenso, la raíz por donde toma su savia de vida, es esta breve frase: «Creo en Jesucristo…, que fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de María Virgen.» Todo el entrañableculto con que las almas católicas se inclinan ante María, brotade nuestra creencia en Cristo. Resumo en unas breves frases todo cuanto creemos de María.
La Virgen María es Madre de Jesucristo, por lo tanto es Madre de Dios; Madre, y con todo, siempre virgen, intacta; Madre de un Hijo único, Jesucristo, el cual fue concebido por obra del Espíritu Santo —no por obra de varón, como los demás hombres—: la Virgen María, precisamente por su dignidad de Madre de Dios, fue preservada por Dios aun de la culpa original, de modo que nació y vivió exenta siempre de toda clase de pecado.
He ahí en breves palabras nuestra fe tocante a María. Estudiemos ahora nuestra primera proposición: María es Madre de Dios.
Es interesante la manera como salió de un atolladero cierto orador de la antigüedad. Tuvo que hacer un discurso referente a Felipe de Macedonia; mas no alabó las cualidades de gobierno, ni las dotes guerreras de Felipe, sino que, con voz emocionada, dijo estas palabras: «Basta decir de ti, Felipe, que has sido el padre de Alejandro Magno.» También nosotros podríamos tratar largamente de la Virgen María, de la hermosura de su alma, de sus virtudes, de su amor a Dios, de su prontitud al sacrificio…; pero la ensalzamos del modo más digno diciendo: «Basta decir de Ti, Virgen Santa, que fuiste la Madre de Jesús.»
* * *
A) Extraña un tanto ver lo poco que habla la Sagrada Escritura de la Virgen María. Pocas veces se la menciona en los acontecimientos. En cambio, las pocas frases que se refieren a ella son más que suficientes para probar la legitimidad del culto que le tributamos. Porque aquellas frases escasas afirman tales glorias de María, que nadie puede decirlas mayores. Leamos con atención estas pocas líneas. Así escribe SAN MATEO: «Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, por sobrenombre Cristo» (Mt 1, 16). Y SAN JUAN añade: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,1 4), es decir, el que recibió de María carne mortal es el Hijo eterno de Dios. De modo que María es Madre de Dios. ¡Qué palabras más sencillas y, con todo, qué llenas de consecuencias! «De qua natus est Jesús», «de la cual nació Jesús» —esto es todo. ¡Esta mujer es tan grande, tan llena de gracia, tan admirable, tan santa, que puede ser Madre de Dios! También ella es hija de Adán; pero es tan conforme al pensamiento de Dios, que quiso el Señor su cooperación en lo más sublime del mundo: la Encarnación del Verbo.
* * *
B) ¡Madre de Dios! ¡Dignidad excelsa, inefable! Recibir y llevar en su seno, cuidar, servir y educar al Dios aquel ante quien los ángeles puros se humillan hasta el polvo, y a cuya presencia los serafines y querubines esconden su rostro detrás de las alas; a Aquel que creó el universo, el sol, la luna, las estrellas y todas las cosas que hay en el mundo. ¡Llamar a éste su propio Hijo, cubrirle de besos, estrecharle contra el propio pecho con amor de madre! ¡Mandar a Aquel ante quien se someten y obedecen todas las fuerzas del cielo y de la tierra! Es indeciblemente grande la dignidad de Madre de Dios. «Nadie hay semejante a María — exclama con entusiasmo SAN ANSELMO—; fuera de Dios, nadie hay más grande que María.»
La sublime distinción que significa el ser «Madre de Dios» puede sólo entenderse considerando que todos los sabios, reyes,sacerdotes y ángeles del cielo no valen tanto para nosotros como lo que nos dio María al darnos a Cristo. Hijo de Dios. Por una mujer entró el primer pecado en el mundo, de una mujer nació la culpa; pero de una mujer vino también su medicina. La Virgen Bendita era una mujer escogida, una Madre sin mancilla. Vino a esta tierra de pecado como lirio florido: sin mancha original. Vivió en esta tierra como rosa delicada: pura, sin mancha. Aun después del nacimiento de Jesús permaneció Virgen. Limpia y blanca como la nieve que acaba de caer.
¡Con qué timidez, con qué cautela dice al ángel!: «¿Cómo es posible que me nazca un hijo, habiendo consagrado mi virginidad a Dios, y no queriendo renunciar a ella?» “¡No temas, María!; porque has hallado gracia a los ojos de Dios. La virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; por cuya causa, el santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios.» Es decir, no temas por tu virginidad, porque serás madre por virtud del Dios omnipotente, no a costa de tu integridad, sino con la plenitud de tu pureza… La lengua húngara llama con acierto al día de la Anunciación «día de injertar frutos la Mujer bendita». Porque realmente hubo allí un injerto. Se injertó el ramo glorioso, el Hijo de Dios fue injertado en la Virgen Santísima, y por ella en toda la humanidad. Se hizo el injerto para que de la raíz milenaria de la humanidad no brotasen en adelante retoños podridos, pecaminosos, no saliesen ramas de frutos venenosos, ni agrias manzanas agrestes, sino frutos sanos, hermosos, palabras y obras que agraden a Dios. ¡Qué día de primavera fue aquél! ¡Día en que brotó la Vida! La Virgen Santísima se abandonó a la voluntad divina, y quedó tranquila. Y en el momento en que pronunció con toda su alma: «Hágase en mí según tu palabra…»; en el mismo instante, cuando con humildad santa inclinó su cabeza virginal, empezó Jesucristo su vida terrena junto al corazón de la Virgen Santísima. ¡Qué misterio infinito del inconcebible amor divino! ¡Cómo baja el Señor desde los cielos, cómo alienta en la humilde Virgen, y la estrecha y la envuelve en su amor, como un océano infinito! Flor virginal del cielo, oh Virgen María, mil parabienes del mundo entero.
C) Y María correspondió a la dignidad sin par que había recibido. Fue realmente Madre, madre amante, cuidadosa, quesacrifica su vida. Cuando el Niño Jesús no había nacido aún ya le dirige oraciones desde la profundidad de su alma humilde. Cuando la dureza de los hombres Le arrojó de Belén a un establo, el beso y el abrazo de la Virgen Santa calentaron al Niño Jesús, que tiritaba. Cuando la crueldad de Herodes los obligó a huir a Egipto, aquel pecho virginal fue refugio seguro del Niño Dios. Cuando el Salvador empezó a crecer, aquel purísimo rayo de sol Le vigilaba día y noche. Y cuando… agonizaba el Redentor en el Gólgota, y sus ojos, ya vidriosos, no veían más que rostros enemigos en torno suyo, su Madre, la Madre de Dios estaba firme, demostrando su fidelidad, al pie de la cruz, y la espada del dolor le atravesaba más que nunca el corazón.
La Virgen Madre merece realmente las alabanzas que le tributan los siglos. Mereció que se escribieran de ella los innumerables volúmenes que llenan las bibliotecas, cantando sus glorias. Mereció que la Iglesia instituyera fiestas para honrarla. Es digna de las innumerables estatuas e imágenes, a cual más bella, con que los mejores artistas presentaron sus homenajes en el correr de los siglos a la Mujer Bendita…
Así respondemos a la primera cuestión que propusimos: Honramos a la Virgen María, porque Dios la honró el primero, escogiéndola por Madre de su Hijo unigénito.
(Toth, T., de su libro La Virgen María)
San Bernardo
María, Madre de Dios
“Y dijo María al ángel: ¿cómo puede ser esto, sino conozco varón? Y respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo y por eso lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. Y he aquí que Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, porque no hay cosa alguna imposible para Dios. Y dijo María: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.”
“Y dijo María al ángel: ¿cómo puede ser esto, si no conozco varón?” Primero, sin duda, María calló como prudente, cuando todavía dudosa pensaba entre sí, qué salutación sería ésta, queriendo más por su humildad no responder que temerariamente hablar lo que no sabía. Pero ya confortada, y habiéndolo premeditado bien, hablándole en lo exterior el ángel, pero persuadiéndola interiormente Dios -que estaba con ella según lo que dice el ángel: “El Señor es contigo”-, expeliendo sin duda la fe al temor, la alegría a la turbación, dijo al ángel: “¿cómo puede ser esto, si no conozco varón?”
No duda del hecho, sino que pregunta acerca del modo y del orden, no pregunta si se hará esto, sino cómo se hará. Al modo que si dijera: sabiendo mi Señor que su esclava tiene hecho voto de virginidad, ¿con qué disposición, con qué orden le agradará que se haga esto? Si Su Majestad ordena otra cosa, si dispensa este voto para tener tal Hijo, alégrome del Hijo que me da, pero me duele la dispensa del voto; sin embargo, hágase su voluntad en todo; pero si he de concebir virgen y virgen también he de alumbrar, lo cual ciertamente no es imposible, entonces ciertamente conoceré que miró la humildad de su esclava.
“¿Cómo pues se hará esto, ángel del Señor, si no conozco varón?” Y respondiendo el ángel le dijo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo”. Había dicho antes que estaba llena de gracia; pues ¿cómo dice ahora “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo?” ¿Por ventura podría estar llena de gracia y no tener todavía al Espíritu Santo, siendo Él el dador de todas las gracias? Y si el Espíritu Santo estaba en ella, ¿cómo se le vuelve a prometer que vendrá sobre ella nuevamente? Por esto sin duda no se dijo vendrá “a ti”, sino que vendrá “sobre ti”, porque aunque a la verdad primero estuvo con María por su copiosa gracia, ahora se le anuncia que vendrá sobre ella por la más abundante plenitud de la gracia que en ella ha de derramar.
Pero estando ya llena, ¿cómo podria caber en ella algo más? Y si todavía puede caber más en ella, ¿cómo se ha de entender que antes estaba ya llena de gracia? La primera gracia había llenado solamente su alma y la siguiente había de llenar también su seno a fin de que la plenitud de la Divinidad, que ya habitaba en ella antes espiritualmente como en muchos de los Santos, comenzase también a habitar corporalmente corno en ninguno de los mismos.
Dice “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo”-. Y ¿qué quiere decir “y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo?” El que pueda entender, que entienda. Porque exceptuada acaso la que sola mereció experimentar en sí esto felicísimamente, ¿quién podrá percibir con el entendimiento y discernir con la razón de qué modo aquel esplendor inaccesible del Verbo eterno se infundió en las virginales entrañas, y para que pudiese sostener que el inaccesible se acercase a ella, de la partecia del mismo cuerpo a la cual se unió Él mismo, hiciera sombra a todo lo demás? Quizá por esto principalmente se dijo: “Te cubrirá con su sombra”, pues sin duda este hecho era un misterio, y lo que la Trinidad sola por sí misma en sola y con sola la Virgen quiso obrar, sólo se concedió saberlo a quien sólo se concedió experimentarlo. Dígase “el Espíritu Santo vendrá sobre ti”, el cual con su poder te hará fecunda, “y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo”, esto es, aquel modo con que concebirás del Espíritu Santo a Cristo, virtud y sabiduría de Dios, lo encubrirá y ocultará en su secretísimo consejo haciendo sombra, de suerte que sólo será conocido de Él y de ti.
Como si el ángel respondiera a la Virgen: ¿por qué me preguntas a mí lo que experimentarás en ti dentro de poco? Lo sabrás, lo sabrás y felicísimamente lo sabrás, siendo tu Doctor el mismo que es el Autor. Yo he sido enviado a anunciar la concepción virginal, no a crearla. Ni puede ser enseñada sino por quien la da, ni puede ser aprendida sino por quien la recibe. “Y por eso también lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios”, esto es, no sólo el que viniendo del seno del Padre a ti te cubrirá con su sombra, sino también lo que de tu sustancia unirá en sí, desde aquel instante, se llamará Hijo de Dios, y el que es engendrado por el Padre antes de todos los siglos, se reputará desde ahora Hijo tuyo. De tal suerte lo que nació del mismo Padre será tuyo y lo que nacerá de ti será suyo, que no serán dos hijos, sino uno solo. Y aunque ciertamente una cosa es de ti y otra cosa es de Él, sin embargo, ya no será de cada uno lo suyo, sino que un solo Hijo será de los dos.
“Por eso también lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios”. Atiende, oh hombre, con cuánta reverencia dijo el ángel: “lo santo que nacerá de ti”. Dice lo santo absolutamente sin añadir otra cosa, y esto sin duda porque no encontraba palabras con que nombrar propia y dignamente aquello tan singular, aquello tan magnífico, aquello tan venerable, que formado de la purísima carne de la Virgen, se había de unir con su alma al único del Padre. Si dijera carne santa u hombre santo, o cualquiera cosa semejante, le parecería poco. Por eso dijo “santo” indefinidamente, porque cualquiera cosa que sea lo que la Virgen engendró, es santo sin duda y singularmente santo, así por la santificación del Espíritu como por la asunción del Verbo.
“Y he aquí que Isabel, tu parienta, ha concebido un hijo en su vejez”. ¿Qué necesidad había de anunciar a la Virgen la concepción de esta estéril? ¿Por ventura por estar dudosa todavía e incrédula la quiso asegurar el ángel con este prodigio? Nada de eso. Leemos que la incredulidad de Zacarías fue castigada por este mismo ángel, pero no leemos que María fuese reprendida en cosa alguna, antes bien, reconocemos alabada su fe en lo profetizado por Isabel: “Bienaventurada eres por haber creído, porque todo lo que te ha sido dicho de parte del Señor será cumplido en ti.” Se participa a la Virgen la concepción de su prima para que añadiéndose un milagro a otro milagro se aumente su gozo con otro gozo. Ciertamente era preciso fuese inflamada anticipadamente con un no pequeño incendio de amor y. alegría, la que había de concebir luego al Hijo del amor paterno en el gozo del Espíritu Santo. Ni podía caber si en un devotísimo y alegrísimo corazón tanta afluencia de dulzura y de gozo.
O tal vez se notifica esto a María porque era razón que un prodigio que se debía divulgar después por todas partes, lo supiera la Virgen por el ángel antes que lo oyese de los hombres, para que no pareciese que la Madre de Dios estaba apartada de los consejos de su Hijo, si permanecía ignorante en las cosas que tanto le interesaban.
0 bien para que siendo instruida, así de la venida del Salvador corno de la venida del Precursor, y fijando en la memoria el tiempo y el orden de las cosas, refiera después mejor la verdad a los Escritores y Predicadores del Evangelio, como quien ha sido informada desde el principio por noticias que el cielo le ha comunicado de todos los misterios.
0 quizá para que oyendo hablar de una parienta suya anciana y estado avanzado, piense ella que es joven en obsequiarla, y dándose prisa a visitarla, se dé de este modo lugar y ocasión al niño Profeta de ofrecer las primicias de su servicio a su Señor, y fomentándose mutuamente la devoción de ambas madres, excitada por uno y otro infante, se haga más admirable un milagro con otro milagro.
Pero mira cristiano, estas cosas tan magníficas que escuchas anunciadas por el ángel, no las esperes cumplidas por él. Y si preguntas por quién, oye al mismo tiempo que te dice: “para Dios nada es imposible”. Como si dijera: Esto que tan firmemente prometo, lo presumo en el poder de quien me envió, no en el mío, “porque para Dios nada es imposible.” ¿Qué será imposible para aquel Señor que hizo todas las cosas con el poder de su palabra? Y fíjate que llaman la atención las palabras, el no decir expresamente “porque no será imposible para Dios” todo hecho sino “toda palabra” [“quia non est impossibile apud Deum omne verbum” = “para Dios nada es imposible”]. Tal vez se dijo “toda palabra” porque así como pueden hablar los hombres tan fácilmente lo que quieren, aún aquello que de ningún modo pueden hacer, así también y aún sin comparación con mayor facilidad puede Dios cumplir con la obra todo lo que ellos pueden explicar con las palabras. Lo diré más claramente: si fuera tan fácil a los hombres hacer como decir lo que quieren, tampoco para ellos sería imposible toda palabra. Más porque como dice el proverbio, del dicho al hecho hay un gran trecho, no respecto de Dios sino respecto de los hombres, para solo Dios, en quien es lo mismo hacer que hablar y lo mismo hablar que querer, no será imposible toda palabra.
Pudieron prever y predecir los Profetas que la Virgen o la estéril habían de concebir y alumbrar, ¿pero pudieron hacer por ventura que concibiese y alumbrase? Mas Dios les dio a ellos el poder de predecirlo, con la facilidad con que entonces pudo predecirlo por medio de ellos, pudo ahora, cuando quiso, cumplir por sí mismo lo que había prometido. Porque en Dios ni la palabra se diferencia de la intención porque es Verdad, ni el hecho de la palabra, porque es Poder, ni el modo del hecho, porque es Sabiduría, y por eso no será imposible para Dios toda palabra.
Oísteis, oh Virgen, el hecho, oísteis también el modo. Lo uno y lo otro es cosa maravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. Gozáos, pues, hija de Sión, alegraos, hija de Jerusalén. Ya que ha dado el Señor a vuestros oídos gozo y alegría, oigamos de vuestra boca la respuesta que deseamos, para que con ella entre la alegría y gozo en nuestros huesos afligidos y humillados. Oísteis, vuelvo a decir, el hecho y lo creísteis: creed lo que oísteis también acerca del modo. Oísteis que concebiréis y daréis a luz un hijo; oísteis que no será por obra de varón sino por obra del Espíritu Santo. Mirad que el ángel aguarda vuestra respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió.
Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia, a los cuales tiene condenado a muerte la divina sentencia, de la que seremos librados por vuestra palabra. Ved que se pone en vuestras manos el precio de nuestra salud, al punto seremos librados si consentís. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos creados y con todo eso morimos, pero por vuestra breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir. Os suplica esto, oh piadosa Virgen, el triste Adán desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Abraham y David con todos los otros Santos Padres, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte. Esto mismo os pide el mundo todo postrado a vuestros pies.
(San Bernardo, Tomado de su libro “Las grandezas de María “)
San Agustín
LA MATERNIDAD DIVINA
Está escrito en el Evangelio que, habiéndose anunciado a Cristo que su madre y hermanos, es decir, sus parientes según la carne, le estaban esperando fuera, porque no podían llegarse a Él a causa de la muchedumbre, Jesús respondió: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo la mano sobre sus discípulos, dijo: Estos son mis hermanos, y todo el que hiciere la voluntad de mi Padre será mi hermano, mi madre y mi hermana. ¿Qué nos enseña con esto sino que debemos anteponer el parentesco espiritual a la consanguinidad carnal? Y a que no juzguemos felices a los hombres que están unidos por vínculos de sangre a varones justos y santos, sino a los que se unen a éstos por la obediencia e imitación de su doctrina y costumbres. La Virgen María fue más dichosa recibiendo la fe de Cristo que concibiendo la carne de Cristo. Pues al que le dijo: Bienaventurado el seno que te llevó, respondió Jesús: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican. Finalmente, a sus hermanos, es decir, a los familiares según la carne, que no creyeron en él, ¿qué les aprovechó su parentesco? Tampoco hubiera aprovechado nada el parentesco material a María si no hubiera sido más feliz por llevar a Cristo en su corazón que en su carne.
MARÍA, VIRGEN POR UNA LIBRE ELECCIÓN DE AMOR
4. Su virginidad es también más grata y bienamable porque Cristo no la apartó, una vez concebido, de la posible violación del varón para conservarla, sino que antes de ser concebido la eligió para nacer de ella cuando ya la tenía consagrada a Dios. Así lo indican las palabras que María respondió al ángel que le anunciaba su concepción: ¿Cómo se podrá hacer esto—dijo—, si no conozco varón? Y ciertamente no lo hubiera dicho si antes no tuviera consagrada su virginidad a Dios. Más como las costumbres de los israelitas rechazaban todavía esto, fue desposada con un varón justo, que, lejos de ajarla violentamente, había de custodiar contra toda violencia su voto. Y aunque solamente hubiera dicho: Y cómo podrá hacerse esto, sin añadir porque no conozco varón, estaría igualmente claro, pues ciertamente no iba a preguntar cómo una mujer había de dar a luz a un hijo prometido si es que se hubiera casado con la intención de usar del matrimonio. Pudo también haber recibido orden de permanecer virgen para que el Hijo de Dios tomase en ella la forma de siervo por un apropiado milagro. Pero consagró su virginidad a Dios aun antes de saber que había de concebir, para servir de ejemplo a las futuras santas vírgenes y para que no estimaran que sólo debía permanecer virgen la que hubiera merecido concebir sin el carnal concúbito. Imitó así la vida celeste en el cuerpo mortal por medio del voto y sin estar obligada; lo hizo por elección de amor y no por obligación de servidumbre. Por ello, Cristo al nacer de una virgen prefirió aprobar a imponer la santa virginidad en una virgen que, aun antes de saber quién había de nacer de ella, había ya determinado permanecer virgen. Y así quiso que fuese libre la virginidad hasta en la mujer en la que Él tomó forma de siervo.
6. Por lo cual solamente esta mujer es madre y virgen, no sólo en el espíritu, sino también en el cuerpo. No es madre según el espíritu de nuestra Cabeza, el Salvador, de quien más bien es espiritualmente hija, porque también ella está entre los que creyeron en él y que son llamados con razón hijos del esposo; pero ciertamente es madre de sus miembros, que somos nosotros, porque cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella Cabeza de la que es efectivamente madre según el cuerpo. Convenía que nuestra cabeza por extraordinario milagro naciera, según la carne, de una virgen, para significarnos que sus miembros habían de nacer según el espíritu de la Iglesia virgen. Solamente María es, por tanto, madre y virgen según el cuerpo y según el espíritu: madre de Cristo y virgen también de Cristo. Más la Iglesia, en los santos que han de poseer el reino de Dios, es, según, el espíritu, toda ella madre y toda ella virgen de Cristo; pero no es toda ella según el cuerpo, pues en algunos miembros es virgen de Cristo y en otros es madre, pero no de Cristo. Son también espirituales madres de Cristo las mujeres fieles casadas y las vírgenes consagradas a Dios, porque cumplen la voluntad del Padre con sus santas costumbres, con la caridad de corazón puro, conciencia recta y auténtica fe. Las que en la vida conyugal engendran corporalmente, dan a luz a Adán y no a Cristo; y como saben qué es lo que han alumbrado, se apresuran a hacer miembro de Cristo el fruto de su seno, purificándolo con los sacramentos.
San Agustín, Tratados morales. Sobre la santa virginidad III, 3. IV,4. VI, 6. O.C. XII, BAC Madrid 1973, 125-27.128-29
Solemnidad de Santa Maria Madre de Dios
Octava de la Natividad del Señor
Domingo 1 de enero de 2023
Entrada:
Celebremos con gozo esta Eucaristía en honor de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, quien habiendo engendrado por virtud divina al Hombre Dios, nos alcanzó la salvación y la paz.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura: Números 6, 22- 27
El nombre santo de Dios es bendición y protección para todos los que lo invocan.
Salmo Responsorial: 66, 2- 3. 5- 6. 8
2° Lectura: Gálatas 4, 4- 7
Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer para redimirnos y hacernos hijos adoptivos suyos.
Evangelio: Lucas 2, 16- 21
María conservaba y meditaba en su Corazón todo el misterio que Dios iba revelando en su Hijo.
Preces: Santa María Madre de Dios
Hermanos, dirijamos a Dios nuestras necesidades en este año que comienza confiados en la intercesión de María Santísima.
A cada intención respondemos cantando:
* Por las intenciones del Santo Padre, en especial las que se refieren hoy a la paz del mundo, para que la luz de Jesús Niño aliente a la humanidad a construir un orden mundial más justo. Oremos.
* Por los jóvenes, para que comprendan que sólo siguiendo a Jesús se encuentra el verdadero sentido de la vida y el gozo duradero, y para que busquen siempre crecer en la amistad con Él, aprendiendo a escuchar y a conocer su palabra y a reconocerle en los pobres. Oremos.
* Por las familias, y para que la sociedad reconozca y proteja la vida desde el primer momento de la concepción hasta su muerte natural, lo mismo que el papel indispensable de la estabilidad del matrimonio. Oremos.
* Por la evangelización de los pueblos, para que los misioneros sepan transmitir el don de la vida nueva y de la libertad de los hijos de Dios obrada por Cristo con su redención. Oremos.
Dios eterno, principio y fin de todas las cosas, acoge con bondad las súplicas que te dirigimos por medio de María, concédenos la paz que el mundo no puede dar, y haz que te sirvamos fielmente todos los días de nuestra vida. Por Cristo Nuestro Señor. Amén
Ofertorio:
Nos ponemos en manos de María para que nos ofrezca a Dios con todo lo que somos y tenemos para gloria suya, y llevamos al Altar:
+ Incienso y las oraciones de todos los que piden por la paz del mundo.
+ Pan y Vino y las esperanzas de los hombres en este año nuevo para que sean bendecidas por Cristo nuestro Salvador.
Comunión:
Pidamos a la virgen Madre nos conceda un corazón lleno de amor y de pureza para acoger a su Hijo Jesús Sacramentado.
Salida:
María, Aurora del mundo nuevo, a Ti confiamos la causa de la paz: mira a tus hijos que confían en Ti.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)