PRIMERA LECTURA
Preparen el camino del Señor
Lectura del libro de Isaías 40, 1-5. 9-11
¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo,
dice su Dios!
Hablen al corazón de Jerusalén
y anúncienle
que su tiempo de servicio se ha cumplido,
que su culpa está pagada,
que ha recibido de la mano del Señor
doble castigo por todos sus pecados.
Una voz proclama:
¡Preparen en el desierto
el camino del Señor,
tracen en la estepa
un sendero para nuestro Dios!
¡Que se rellenen todos los valles
y se aplanen todas las montañas y colinas;
que las quebradas se conviertan en llanuras
y los terrenos escarpados, en planicies!
Entonces se revelará la gloria del Señor
y todos los hombres la verán juntamente,
porque ha hablado la boca del Señor.
Súbete a una montaña elevada,
tú que llevas la buena noticia a Sión;
levanta con fuerza tu voz,
tú que llevas la buena noticia a Jerusalén.
Levántala sin temor,
di a las ciudades de Judá
«¡Aquí está tu Dios!»
Ya llega el Señor con poder
y su brazo le asegura el dominio:
el premio de su victoria lo acompaña
y su recompensa lo precede.
Como un pastor, él apacienta su rebaño,
lo reúne con su brazo;
lleva sobre su pecho a los corderos
y guía con cuidado a las que han dado a luz.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 89, 9- 14
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Voy a proclamar lo que dice el Señor.
el Señor promete la paz, la paz para su pueblo y sus amigos.
Su salvación está muy cerca de sus fieles,
y la Gloria habitará en nuestra tierra. R.
El Amor y la Verdad se encontrarán,
la Justicia y la Paz se abrazarán;
la Verdad brotará de la tierra
y la Justicia mirará desde el cielo. R.
El mismo Señor nos dará sus bienes
y nuestra tierra producirá sus frutos.
La Justicia irá delante de Él,
y la Paz, sobre la huella de sus pasos. R.
SEGUNDA LECTURA
Esperamos un cielo nuevo y una tierra nuevo y una tierra nueva
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pedro 3, 8-14
Queridos hermanos, no deben ignorar que, delante del Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir lo que ha prometido, como algunos se imaginan, sino que tiene paciencia con ustedes porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan. Sin embargo, el Día del Señor llegará como un ladrón, y ese día, los cielos desaparecerán estrepitosamente; los elementos serán desintegrados por el fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será consumida.
Ya que todas las cosas se desintegrarán de esa manera, ¡que santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor! Entonces se consumirán los cielos y los elementos quedarán fundidos por el fuego. Pero nosotros, de acuerdo con la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia.
Por eso, queridos hermanos, mientras esperan esto, procuren vivir de tal manera que Él los encuentre en paz, sin mancha ni reproche.
Palabra de Dios.
ALELUIA Lc 3, 4.6
Aleluia.
Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Todos los hombres verán la Salvación de Dios.
Aleluia.
EVANGELIO
Allanen los senderos del Señor
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 1-8
Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.
Como está escrito en el libro del profeta Isaías:
«Mira, Yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.
Una voz grita en el desierto:
Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos»
Así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Toda Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y diciendo:
«Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua pero Él los bautizará con el Espíritu Santo».
Palabra del Señor.
Severiano del Páramo, S. J.
Inicio del Evangelio según San Marcos
Introducción (1,1-13)
La introducción comprende la enunciación del tema (v.1), la predicación de Juan Bautista (v.2-8), el bautismo (v.9-11) y la tentación de Jesús (v.12-13). Forma un bloque compacto y está bajo el signo del cumplimiento escatológico. Juan Bautista aparece aquí como empalme entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
1. Título del evangelio (1,1)
Evangelio no tiene aquí el significado de libro.
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En el sentido de libro no se emplea nunca en el NT. Solamente cuando se formó el canon o colección de los libros del NT, el evangelio, con la indicación complementaria de según Marcos o Mateo, etc., pasó a tener también el significado de libro.
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En el griego clásico significa originariamente “el premio de las buenas cosas” dadas al mensajero portador de la buena nueva. Pasó a significar también las buenas nuevas que trae el mensajero; sobre todo, mensaje de victoria o de paz.
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En el griego bíblico del AT. Con el sentido de “dar una buena nueva” es empleado el verbo, del que procede evangelio, en 2 Sam 4, 10. E1 Deutero-Isaías usó el término para designar su anuncio a Jerusalén de que Dios estaba a punto de visitar y redimir a su pueblo. Allí la redención significaba liberación de la cautividad babilónica; pero como esta cautividad era por los pecados del pueblo judío, la liberación de la cautividad implicaba también una liberación de pecados. Esta liberación tendría realización a través del Siervo Yahvé y no se restringiría a Israel, sino que se extendería a todos los pueblos (cf. Is 40,9; 41,27; 52,7; 61,1). La profecía que cita en Mc 1,2-3 está tomada del mismo contexto en que aparece la idea de buena nueva en el Deutero-Isaías.
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En Marcos significa, en general, la buena nueva del acercamiento o venida del reino de Dios (cf. 1,14; 8,35; 10,29; 14,9; 16,15).
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En las epístolas paulinas recurre con mucha frecuencia. De aquí que se tenga a Pablo, si no como el que introdujo el término, al menos como el principal difusor de él.
En Pablo significa el mensaje apostólico de la salvación en Cristo (cf. 1 Tes 3,2; 2 Cor 9,13; Gál 1,7; Fil 1,27).
De Jesucristo: este nombre sólo se emplea aquí en Marcos. El genitivo puede ser: a) Subjetivo, y entonces sería la buena nueva o evangelio predicado por Jesucristo, puesto que Jesucristo tomó en su predicación, como tema central, la buena nueva de que se ha acercado el reino de Dios.
b) Puede ser también el genitivo objetivo: evangelio de Jesucristo, es decir, el evangelio o buena nueva acerca de Jesucristo. Y así parece que debe tomarse, puesto que Jesucristo es el objeto principal del evangelio.
Hijo de Dios: Este título es dado por Marcos a Jesús en 3,11; 5,7; 15,39. También mi Hijo amado (1,11; 9,7) y el Hijo del Bendito (14,61). En este pasaje, el título es omitido por algunos manuscritos y versiones. La omisión en ellos tal vez se deba a la voluntad de suprimir tantos genitivos seguidos.
La Iglesia primitiva quería designar con este título la divinidad de Jesús (cf. Heb 1,5; Mt 28,19), y, sin duda, eso significa aquí, sin que sea ése el significado en todos los demás pasajes.
Después del v.1 se debe poner punto, quedando así este versículo como un título de la sección. Otros lo explican de otra manera.
“Principio” del evangelio de Jesucristo significa, pues, “el principio del mensaje de la buena nueva referente a Jesucristo”, por quien nos viene la salvación.
2. Juan Bautista, el precursor profetizado. 1,2-8
Los evangelios, y mucho más el de Marcos, son un reflejo de la predicación primitiva, que, según testimonio de Act 1,22, comenzaba por el ministerio de Juan Bautista.
El ministerio de Juan está presentado como el cumplimiento de una profecía. Se advierte una perfecta correspondencia entre la profecía (v.2-3) y la historia (v.4-8).
2-3 Para entender el pasaje es preciso tener en cuenta las ideas difusas en el ambiente. Según algunos textos del AT, se esperaba una venida de Yahvé. Según Mal 3,1, Dios había de mandar, antes de su venida, un mensajero. Según el Deutero-Isaías, un mensajero camina por el desierto delante del pueblo que vuelve de la cautividad babilónica.
Los rabinos habían interpretado el texto de Malaquías He aquí que yo envío mi ángel como referido a Elías, de quien se decía que vendría como precursor del Mesías.
De esta creencia hay indicaciones en el mismo evangelio (Mc 9,
11-12). La profecía está compuesta (por Marcos o por la fuente de que depende Marcos) uniendo dos o tres citas distintas (Ex 23,20a; Mal 3,1; Is 40,3), las dos primeras en el v.2, y la tercera en el v.3.
La primera cita del v.2 coincide a la letra en su primera parte con Ex 23,20a: He aquí que envío mi ángel delante de ti (habla Dios por Moisés al pueblo).
La segunda cita coincide con el hebreo de Mal 3,1: … y él preparará el camino ante mí. Marcos difiere del texto de Malaquías en que Malaquías dice ante mí, y la cita de Marcos dice preparará tu camino.
Malaquías tiene también en el primer hemistiquio de 3,1: He aquí que envío mi ángel, lo mismo que en el Éxodo, pero falta delante de ti.
La misma combinación se encuentra en Mt 11,10 y Lc 7,27 (con la adición de emprészen sou, refiriéndose también a Juan Bautista).
Por lo que toca a Marcos, Taylor duda de la autenticidad de esta primera cita, teniéndola algunos autores por una glosa de un copista. Las razones son las siguientes:
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Rompe la natural conexión entre la referencia a Isaías y la citación de Is 40,3 en Mc 1,3.
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La cita falta en las narraciones paralelas.
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La misma combinación de Ex 23,20a y el hebreo de Mal 3,1 aparece en Mt 11,10 y Lc 7,27.
Aunque algunos críticos tienen esta cita por inserción tardía, sin embargo no hay prueba textual contra ella.
Hay otros, que tienen por inserción toda la cita de Isaías, hecha por un copista movido por la tendencia a armonizar el texto de Marcos con el de Mateo. La cita original sería sólo la de Malaquías, y sería introducida simplemente con Como está escrito: «He aquí que…»
La segunda cita está tomada a la letra del texto de los LXX de Is 40,3. La profecía se refiere a la vuelta del destierro babilónico, pero el texto de Marcos la interpreta mesiánicamente, como también se interpretaba así en la literatura rabínica. El hebreo, juntando en el desierto con preparad, dice: La voz de uno que clama: «En el desierto preparad el camino del Señor». Los LXX y Marcos dicen: la voz de uno que clama en el desierto.
A quién se refiera Marcos en preparad los caminos del Señor no es seguro. En el texto original de Isaías se refiere a Dios. En Marcos puede referirse al Mesías, pero puede referirse también a Dios. El que prepara al Mesías, prepara el camino para la realización de los planes de Dios, prepara los caminos de Dios.
Marcos nunca usa Kyrios (el nombre de Yahvé según la traducción de los LXX) tratándose de Jesús, excepto en el vocativo de 7,28, sin alcance teológico especial, y en 11,3, con artículo (en la escena del pollino para la entrada triunfal), posiblemente en el sentido de Dueño.
Esto indica el carácter primitivo del uso de Marcos, pues más tarde se aplicó a Jesús este término, exclusivo de Dios, con el que se profesaba la creencia en la divinidad de Jesús. Juan se lo aplica ciertamente a Cristo resucitado.
Después de la cita se debe poner una coma, de tal manera que e1 sentido sea que, «conforme a lo que la Escritura había dicho de la voz de uno que grita en el desierto, vino Juan predicando en el desierto».
4 Marcos resume la predicación de Juan diciendo que predicaba un bautismo de conversión en orden a la remisión de los pecados. Así allanaba el camino del Señor, derribando los obstáculos que son los pecados. El Mesías a su venida debía encontrar un pueblo purificado (Ez 36,25; Zac 13,1).
La palabra metanoia (conversión, arrepentimiento, penitencia) tiene su raíz en la predicación profética, y la traducción más propia es conversión. Abandonar el mal camino para seguir el camino recto según Dios.
La palabra griega significa «cambio de mente», pero entendiendo mente en el sentido semítico, que entiende esta palabra como la fuente de toda la vida interior.
5 El que acudía a Juan toda la Judea y todos los jerosolimitanos puede considerarse como una hipérbole.
Se añade que eran bautizados en el Jordán mientras confesaban sus pecados. La remisión de los pecados era real en virtud de la metanoia, no en virtud del rito de la inmersión. El rito externo era una expresión simbólica del acto del arrepentimiento y de sus efectos de purificación espiritual. No se trataba de un sacramento, pero era ya el esbozo del sacramento del bautismo. La metanoia era condición, no causa de la remisión de los pecados. Esta sólo la efectúa Dios.
6 Juan va vestido de una piel de camello o de una tela hecha de pelos de camello y llevaba un ceñidor de cuero alrededor de sus lomos. Era la costumbre típica del profeta (cf. 4 Re 1,8; Zac 13,4). Los detalles de la descripción contribuyen a reforzar la idea de que Juan es Elías redivivo (cf. Mc 9,13; 4 Re 1,8).
Su alimento eran langostas y miel silvestre.
7 Juan, el precursor profetizado, que realiza el plan de Dios proclamado en Isaías y en Malaquías, proclama, a su vez, una profecía, la venida de uno más poderoso.
Mateo y Lucas desarrollan más la predicación de Juan. Marcos es breve. Jo isjirós «el fuerte» tiene una larga historia detrás de él (cf. Is 49,25; 53,12).
Se aplica de varias maneras: a Satán (3,27), a poderosos opresores (Ap 10,1; 18,21) y a Dios (Ap 18,8; 1 Cor 10,22). Aquí, a la luz de 3,27 y de Lc 11,22, describe al Libertador y Juez escatológico esperado. Sugiere así que se está ya en los pródromos del drama escatológico.
Ese mayor poder profetizado por Juan, y hecho manifiesto en el bautismo de Jesús con la bajada del Espíritu, va a manifestarse en la tentación.
Respecto a este Libertador, Juan confiesa su indignidad a realizar los deberes de un esclavo.
8 En el segundo dicho, Juan señala un fuerte contraste entre su bautismo y el de aquel que viene.
Ebáptiza puede ser el aoristo de una cosa sucedida, pero más probablemente representa el perfecto estático hebreo bautizo. Mateo dice bautizo (3,11).
Neúmati hagío designa al Espíritu Santo. La preposición en probablemente habría que omitirla con algunos códices. El Espíritu Santo, según el AT, es la dynamis divina que se manifiesta al exterior. En Mateo y Lucas se dice: En el Espíritu Santo y en fuego. Es probable que la forma original fuese sólo en fuego (contrapuesto a agua) y que en el Espíritu Santo sea una reflexión de la experiencia cristiana posterior, explicitando el sentido de la frase histórica.
La explicación del pasaje aparece clara si, admitida la autenticidad de la cita de Malaquías, suponemos la profecía de este autor en trasfondo del pensamiento de Marcos 7. El texto de Malaquías claramente se refiere a Elías, como consta de Mal 4,5: He aquí que yo os enviaré al profeta Elías antes de que venga el día grande y terrible de Yahvé. Juan es descrito en Marcos como Elías.
En 3,1 dice Malaquías en todo su contexto: He aquí que envío ni mensajero para que prepare el camino delante de mí, e inmediatamente vendrá a su templo el Señor, por quien vosotros anheláis, y el ángel de la alianza que deseáis. He aquí que llega, habla el Señor de os ejércitos.
El ángel de la alianza se refiere al Mesías, mediador de la nueva alanza (cf. Mc 14,22-25).
Prosigue Malaquías (3,2-4) describiendo la actuación del Mesías: Es cual «fuego» de fundidor y como lejía de lavadores. Se sentará para fundir y purificar la plata, y purificará a los hijos de Leví; los acrisolará como el oro y la plata, y luego podrán ofrecer a Yahvé oblaciones con justicia. Entonces será grata a Yahvé la oblación de Judá y Jerusalén como en los tiempos primeros.
Se atribuye al Mesías un fuego purificador. A éste se refiere, sin duda, en el pensamiento de Marcos la frase de Juan Bautista. Mientras él bautiza o purifica con agua, como quien dice simbólicamente, el Mesías purificará con fuego, eficazmente. Este fuego purificador propio del Mesías es el Espíritu Santo. Consta también en otras profecías (cf. Ez 36, 25-27) que el Espíritu Santo será el elemento purificador de los tiempos mesiánicos.
Según la profecía de Malaquías, la purificación debía hacer que fuera grata a Yahvé la oblación de Judá y Jerusalén. Según el texto de Marcos, acude a Juan Bautista para purificarse Jerusalén y toda Judea.
(DEL PÁRAMO S., La Sagrada Escritura, Evangelios, BAC Madrid 1964, I, p. 333-38)
P. Higinio R. Rosolen, I.V.E.
Bautista
Además de Juan, nombre que el ángel Gabriel le mandó a Zacarías (Lc.1,13), el otro nombre con el cual generalmente se lo denomina es “Bautista”. (…)
Bautista, del lat. baptista, y este del griego baptistes (baptistés), es el nombre por antonomasia con el cual generalmente se lo denomina. Tiene su origen, como es claro, en la acción de bautizar que él realizaba, la cual estaba unida a su misión.
Respecto al bautismo que él administraba, dice San Juan Crisóstomo: «el bautismo de Juan fue intermedio entre el bautismo de los judíos y el de Cristo», y en otro lugar dice que Cristo se bautizó «para confirmar la predicación y el bautismo de Juan y asimismo para recibir el testimonio de Juan». Y el Catecismo: «En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la “semejanza” divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3,5)».
En las escrituras se pone de relieve:
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El tiempo y lugar: El año decimoquinto del imperio de Tiberio Cesar, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, y Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de la Traconítíde, y Lisania tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto, y vino por toda la región del Jordán predicando el bautismo de penitencia en remisión de los pecados (Lc 3,1-3). De modo más genérico dice Mateo: En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea (Mt 3,1); y San Marcos: Apareció en el desierto Juan el Bautista, predicando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados (Mc 1,4).
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Muchos vienen a ser bautizados: Venían a él de Jerusalén y de toda Judea y de toda la región del Jordán, y eran por él bautizados en el río Jordán y confesaban sus pecados (Mt 3,5-6; Mc 1,5).
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Bautizaba en varios lugares: Juan bautizaba también en Ainón, cerca de Salim, donde había mucha agua, y venían a bautizarse (Jn 3,23); esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba (Jn 1,28); (Jesús) partió de nuevo al otro lado del Jordán, al sitio en que Juan había bautizado la primera vez, y permaneció allí (Jn 10,40); eran por él bautizados en el río Jordán y confesaban sus pecados (Mt 3,6); en aquellos días vino Jesús desde Nazareth, de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán (Mc 1,9).
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Su bautismo es distinto del de Jesús: Yo os bautizo en agua, pero Él os bautizará en Espíritu Santo (Mc 1,8); Yo, cierto, os bautizo en agua para penitencia; pero detrás de mí viene otro más fuerte que yo, […] Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego (Mt 3,11).
Profeta del Altísimo
Caminará delante del mismo en el espíritu y el poder de Elías (Lc.1,17).
Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos (Lc.1,76).
Llegó esto a oídos del rey Herodes, porque se había divulgado mucho su nombre, y decía: «Este es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por esto obra en él el poder de hacer milagros»; pero otros decían: «Es Elías»; y otros decían que era un profeta, como uno de tantos profetas (Mc 6,14-15).
Respondió Jesús y les dijo: «Voy a haceros yo también una pregunta, y si me contestáis, os diré con qué poder hago tales cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde procedía? ¿Del cielo o de los hombres?». Ellos comenzaron a pensar entre sí: «Si decimos que del cielo, nos dirá: “¿Pues por qué no habéis creído en él?”. Si decimos que de los hombres, tememos a la muchedumbre, pues todos tienen a Juan por profeta». Y respondieron a Jesús: «No sabemos». Díjoles Él a su vez: «Pues tampoco os digo yo con qué poder hago estas cosas» (Mt 21,2427; Mc 11,27-33; Lc 20,1-8).
¿Pues a qué habéis ido? ¿A ver un profeta? Sí, yo os digo que más que un profeta. Este es de quien está escrito: «He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz. Que preparará tus caminos delante de ti» (Mt 11,9-10; Lc 7,26-27).
¿Qué hizo el Precursor para ser definido como un profeta, es más, el mayor de los profetas? (Lc 7,28) Por una parte, podemos decir que, tras la estela de los antiguos profetas de Israel, predicó contra la opresión y la injusticia social. Así dice: No exijáis más de lo que os está fijado. Y a los soldados, inclinados a la violencia: No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas (Lc 3,11-14).
Pero principalmente San Juan Bautista hace también una segunda cosa: da al pueblo el conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados (Lc 1,7). Los profetas anunciaban una salvación futura; pero Juan el Bautista no anuncia una salvación futura sino que indica a Alguien que está presente. Él es quien señala a Cristo y dice: ¡He aquí el cordero de Dios! (Jn 1, 29) En otras palabras: Aquel que se ha esperado durante siglos y siglos ahora está aquí presente: ¡Es El! ¡Es el Cristo! ¡Es el Mesías! ¡Es el Salvador! ¡Que estremecimiento debió recorrer aquel día el cuerpo de los presentes que le oyeron hablar así! El Bautista inaugura así la nueva profecía cristiana, que no consiste en anunciar una salvación futura («en los últimos tiempos»), sino en revelar la presencia de Cristo.
¿Qué nos dice esto a nosotros? Que también debemos mantener juntos esos dos aspectos del ministerio profético: compromiso por la justicia social por una parte, y anuncio del Evangelio por otra. No podemos partir por la mitad esta tarea, ni un sentido ni en otro. Un anuncio de Cristo, sin el acompañamiento del esfuerzo por la promoción humana, resultaría desencarnado y poco creíble; un compromiso por la justicia, privado del anuncio de fe y del contado regenerador, con la palabra de Dios, se agotaría pronto, o acabaría en estéril contestación.
Por esto nos enseña el catecismo: «Juan es más que un profeta» (Lc 7,26). En él, el Espíritu Santo consuma el “hablar por los profetas”. Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 17113-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la “voz” del Consolador que llega (Jn 1,23; cf. Is 40,1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, vino como testigo para dar testimonio de la luz (Jn 1,7; cf. Jn 15,26; 5,33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las “indagaciones de los profetas” y la ansiedad de los ángeles (1Pe 1,10-12): aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre El, Ese es el que bautiza con el Espíritu Santo … Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios … He ahí el Cordero de Dios (Jn 1,33-36)».
Predicador y testigo de la verdad
Junto a la misión de bautizar va unida la de anunciar y dar testimonio de Cristo: que es la ver–dad por eso varias veces podemos leer: en su predicación les decía (Mc 1,7); en aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea (Mt 3,1); Juan da testimonio de Él, clamando (Jn 1,15); este es el testimonio de Juan (Jn 1,19); Juan dio testimonio diciendo (Jn 1,32); vino por toda la región del Jordán anunciando el bautismo de penitencia para remisión de los pecados (Lc 3,3); muchas veces, haciendo otras exhortaciones, evangelizaba al pueblo (Lc 3,18).
Muchos son los que se acercaban para escuchar sus palabras y para preguntarle «¿qué hemos de hacer?». No faltarán hombres de buena voluntad que siguiendo su ejemplo se van a bautizar, arrepentidos y confesando sus pecados.
a. Cumple con la misión que el ángel le había anunciado a Zacarías: A muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor su Dios, y caminará delante del mismo en el espíritu y el poder de Elías para reducir el corazón de los padres a los hijos, y los rebeldes a los sentimientos de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto (Lc 1,16-17).
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Lo habían dicho los profetas: Según está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo barranco será rellenado; y todo monte y collado, allanado; y los caminos tortuosos, rectificados; y los ásperos, igualados. Y todos verán la salvación de Dios» (Lc 3,4-6).
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Exhorta al arrepentimiento y a la penitencia: Les dijo: […] «Haced frutos dignos de penitencia» (Mt 3,7.8); y vino por toda la región del Jordán predicando el bautismo de penitencia en remisión de los pecados (Lc 3,3); diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca (Mt 3,2).
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Anuncia una justa recompensa por las obras que cada uno realiza: Como viera a muchos saduceos y fariseos venir a su bautismo, les dijo: Raza de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza? Haced frutos dignos de penitencia, y no os forjéis ilusiones diciéndoos: Tenemos a Abraham por padre. Porque yo os digo que Dios puede hacer de estas piedras hijos de Abraham. Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo, cierto, os bautizo en agua para penitencia: pero detrás de mí viene otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de llevar las sandalias; Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego. Tiene ya el bieldo en su mano y limpiará su era y recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja en fuego inextinguible (Mt 3,7-12; cf. Lc 3,3-18); decía, pues, a las muchedumbres que venían para ser bautizadas por él: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que llega? Haced, pues, dignos frutos de penitencia y no andéis diciéndoos: Tenernos por padre a Abraham. Porque yo os digo que puede Dios sacar de estas piedras hijos de Abraham. Ya el hacha está puesta a la raíz del árbol; todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (Lc 3,7-9). Ante Dios no sólo cuentan las palabras sino también las obras.
e. Recuerda los mandamientos de Dios:
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Decía Juan a Herodes: No te es lícito tener la mujer de tu hermano (Mc 6,18); pero el tetrarca Herodes, reprendido por él a causa de Herodías, la mujer de su hermano, y por todas las maldades que cometía, añadió esta a todas las otras, encarcelando a Juan (Lc 3,19);
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Las muchedumbres le preguntaban: «Pues ¿qué hemos de hacer?». Él respondía: «El que tiene dos túnicas, dé una al que no la tiene, y el que tiene alimentos, haga lo mismo» (Lc 3,10-11);
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Vinieron también publicanos a bautizarse y le decían: «Maestro, ¿qué hemos de hacer?». Y les contestaba: «No exigir nada fuera de lo que está tasado» (Lc 3,12-13);
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Le preguntaban también los soldados: «Y nosotros, ¿qué hemos de hacer?». Y les respondía: «No hagáis extorsión a nadie, ni denunciéis falsamente, y contentaos con vuestro salario» (Lc 3,14).
f. Anuncia que no es el Cristo o Mesías. pero que Este ya ha llegado y está en medio de ellos: Este es el testimonio de Juan, cuando
los judíos desde Jerusalén le enviaron sacerdotes y levitas para preguntarle: Tú, ¿quién eres? El confesó y no negó; confesó: No soy yo el Mesías. Le preguntaron: Entonces, ¿qué? ¿Eres Elías? Él dijo: No soy. ¿Eres el Profeta? Y contestó: No. Dijéronle, pues: ¿Quién eres? para que podamos dar respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, según dijo el profeta Isaías. Los enviados eran fariseos, y le preguntaron, diciendo: Pues ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta? Juan les contestó diciendo: Yo bautizo en agua pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis, que viene en pos de mí, a quien no soy digno de desatar la correa de la sandalia. Esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba (Jn 1,19-28); hallándose el pueblo en ansiosa expectación y pensando todos entre sí si sería Juan el Mesías, Juan respondió a todos diciendo: Yo os bautizo en agua, pero llegando está otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de soltarle la correa de las sandalias: Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego (Lc 3,15-16).
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Confiesa a Cristo como el Mesías: Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y cierto judío acerca de la purificación, y vinieron a Juan y le dijeron: «Rabí, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, está ahora bautizando, y todos se van a Él». Juan les respondió, diciendo: No debe el hombre tomarse nada si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos sois testigos de que dije: “Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de Él”. El que tiene esposa es el esposo; el amigo del esposo, que le acompaña y le oye, se alegra grandemente de oír la voz del esposo; pues así este mi gozo es cumplido. Preciso es que El crezca y yo mengüe» (Jn 3, 25-30).
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Declara la superioridad y grandeza de Cristo:
• en cuanto a la potencia de Cristo: Tras de mí viene uno más fuerte que yo (Mc 1,7);
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en cuanto a la dignidad de Cristo: Ante quien no soy digno de postrarme para desatar la correa de sus sandalias (Mc 1,7); Juan se oponía diciendo: «Soy yo quien debe ser por ti bautizado, ¿y vienes tú a mí?» (Mt 3,14);
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en cuanto al bautismo: «Yo os bautizo en agua, pero Él os bautizará en Espíritu Santo» (Mc 1,8); él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego (Mt 3,11); Ése es el que bautiza en el Espíritu Santo (Jn 1,33); Él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego (Lc 3,16);
. en cuanto a la precedencia: Juan da testimonio de Él, clamando: «Este es de quien os dije: “Él que viene detrás de mí ha pasado delante de mí, porque era primero que yo» (Jn 1,15); Este es aquel de quien yo dije: Detrás de mí viene uno que es antes de mí, porque era primero que yo (Jn 1,30).
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Se alegra con la venida de Cristo: El amigo del esposo, que le acompaña y le oye, se alegra grandemente de oír la voz del esposo; pues así este mi gozo es cumplido (Jn 3,29).
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Señala a Jesús Cordero de Dios: Al día siguiente vio venir a Jesús y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29); al día siguiente, otra vez, hallándose Juan con dos de sus discípulos, fijó la vista en Jesús, que pasaba, y dijo: He aquí el Cordero de Dios (Jn 1,35-36).
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Predica que Cristo es Hijo de Dios: Y Juan dio testimonio, diciendo: Yo he visto el Espíritu descender del cielo como paloma y posarse sobre Él. Yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: «Sobre quien vieres descender el Espíritu y posarse sobre El, Ése es el que bautiza en el Espíritu Santo». Y yo vi, y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios (Jn 1,32-34); y luego: El que viene de arriba está sobre todos. El que procede de la tierra es terreno y habla de la tierra; el que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído, pero su testimonio nadie lo recibe. Quien recibe su testimonio pone su sello atestiguando que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla palabras de Dios, pues Dios no le dio el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas. El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehusa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la cólera de Dios (Jn 3,31-36).
1. El pueblo reconoce y acepta la predicación de Juan: Muchos venían a Él (Jesús) y decían: Juan no hizo milagro alguno, pero todas cuantas cosas dijo Juan de Este (de Jesús) eran verdaderas. Y muchos allí creyeron en Él (Jn 10,41-42).
m. Cristo reconoce el testimonio de Juan: Es otro el que de mí da testimonio, y yo sé que es verídico el testimonio que de mí da. Vosotros habéis mandado a preguntar a Juan, y él dio testimonio de la verdad; pero yo no recibo testimonio de hombres; más os digo esto para que seáis salvos. Aquél era la lámpara que arde y alumbra, y vosotros habéis querido gozar un instante de su luz. Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan, porque las obras que mi Padre me dio hacer, esas obras que yo hago, dan en favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado (Jn 5,32-36).
(ROSOLEN H., San Juan Bautista, el Precursor, Ediciones del Verbo Encarnado, Colección Bíblica 3, San Rafael (Mendoza, Argentina), 2011, p. 13.20.27-33)
San Juan de Ávila
Venida de Cristo al Alma. ¿Cómo prepararse?
Venida de Cristo al alma. Vox clamantis in deserto, etc. Todos los advientos del Señor admirables son. El primer adviento, que es venir Dios en carne, ¿quién lo contará? La venida del juicio, venir Dios a juzgar vivos y muertos y a enviar a unos al cielo y a otros al infierno, ¿quién os lo podrá contar? ¿Quién os contará las mercedes que hace Dios al hombre a cuya ánima viene?
¿Queréis pararos algún rato a pensar en esto? Qui diligit me, sermonem meum servabit, Pater meus diliget eum, et ad eum veniemus et mansionem apud eum faciemus. Si alguno me ama, dice Jesucristo, guardará mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él y moraremos con él. De manera que con el ánima que a Jesucristo ama y guarda sus mandamientos, mora el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. ¿No sabría yo quién son los que están en gracia, no los conocería cuando los topase por las calles, para echarme a sus pies y besar la tierra que ellos huellan? Vos estis templum Dei, dice San Pablo. Hermanos, en vosotros mora Dios. Paraos a pensar qué diferencia va de morar en un ánima Dios o una muchedumbre de demonios; mirad qué va de huésped a huésped. Todos andamos juntos, y por defuera andamos todos de una manera, y por dentro mirad cuánta diferencia hay, tan grande que mora Dios en unos y el demonio en otros.
En fin, quiere Dios venir a vosotros, y si me preguntareis qué es venir Dios en un ánima, no creo que os lo sabría decir. Dice San Pablo que los dones de Dios son inenarrables. Pues si esto no se puede contar, ¿cómo te sabré decir qué cosa es Dios venir a morar en un ánima? Probadlo y veréis lo que es. Basta deciros que el huésped que os quiere venir es Dios. Hermanos, Dios quiere venir a vosotros.
Unas palabras para todos los que quisiereis recibir a Dios esta Navidad: -A Dios quiero, padre, ¿Qué haré?- Si tenéis la casa sucia, barredla; y si hiciere polvo, sacad agua y regadla.
Algunos habrá aquí que habrá diez meses, por ventura más, que no habréis barrido vuestra casa. ¿Qué mujer habrá tan sin limpieza que, teniendo un marido muy limpio, esté diez meses sin barrer la casa? ¿Cuánto hace que os confesasteis? Hermanos, ¿no os rogué la cuaresma pasada que os acostumbréis a confesaros algunas veces entre año? Especialmente las Pascuas y días de Nuestra Señora y otras fiestas principales del año, y creo que lo debéis de tener olvidado. Plazca a Nuestro Señor que no os lo pongan por capítulo en el día del juicio, al tiempo de vuestra cuenta. Y si dijereis: “No lo supe, por eso no lo hice”, os dirán: “Ya os lo dijeron, ya os lo vocearon, ya os lo saludaron, ya no aprovecha nada quebrarse la cabeza, ni lo quisisteis hacer”. Hermanos, cada día pecamos. Si flojos habéis sido hasta aquí en barrer vuestra casa, tomad ahora vuestra escoba, que es vuestra memoria. Acordaos de lo que habéis hecho en ofensa de Dios y de lo que habéis dejado de hacer en su servicio, id al confesor y echad fuera todos vuestros pecados, barred y limpiad vuestra casa.
Después de barrida, ande el agua para regarla. – No puedo llorar, padre. –Y cuando muere vuestro marido o hijo o se pierde alguna poca de hacienda, ¿no lloráis?- Tanto, padre, que estoy para desesperar -¡Pobres de nosotros, que, si perdemos un poco de hacienda, no hay quien te pueda consolar, y que te venga tanto mal como es perder a Dios – que eso hace quien peca-, y que tienes el corazón tan de piedra, que son menester acá predicadores y confesores y amonestadores par que me tomes un poco de pena! Y no basta esto, sino que estimas en más el real que pierdes que cuando pierdes a Dios. Pierdes muy poca cosa y no se encuentra quien te consuele, ni bastan frailes, ni clérigos, ni amigos, ni parientes. Y perdiendo a Dios, perdiendo tanto, ¿no te entristeces y no lloras?¿Qué es esto, sino que tienes tanta tierra en los caños que van del corazón a los ojos, que no deja pasar el agua, y porque amas poco a Dios, sientes poco en perderle?
-Padre, tengo el corazón duro, ¿qué haré? –Dice Dios: Yo traeré unos días en que os quitaré el corazón de piedra y os daré otro de carne. ¿Cuándo se hace esto? Cuando Verbum caro factum est, cuando Dios se hizo hombre; cuando se hizo carne, da corazones de carne; cuando Dios se hizo tan tierno, cuando de aquí a ocho días veréis a Dios hecho niño, en un pesebre puesto, lo veréis hecho carne, y porque la carne es blanda, por eso está Dios blando, y no es mucho que os dé corazones blandos. Allegaos al pesebre y pedidle con fe: Señor, pues que tú te ablandaste, ablándame a mi [el] corazón. Y de esta manera sin ninguna duda os dará Dios agua para que reguéis vuestra casa llena de polvo. ¿Qué es menester más para el huésped que viene muerto de hambre y frío y desnudo? Que busquéis qué coma y qué se vista, y que lo calentéis.
Alguno me dirá: – Padre, ¿ya no está reinando en el cielo? Ya no tiene hambre, no siente desnudez. – Hermanos, aunque esté en los cielos, en la tierra también está (no sólo en el Santísimo Sacramento), porque, aunque la Cabeza está en el cielo, el Cuerpo está en la tierra. Decid: si os predicara yo ahora: esta Pascua vendrá Jesucristo, pobrecito, desnudo, como nació en Belém, a vuestra casa, ¿no lo recibiríais? ¿No tienes pobres en tu barrio? ¿No tienes desnudos a tu puerta? Pues si vistes al pobre, a Jesucristo vistes; si consuelas al desconsolado, a Jesucristo consuelas, que Él mismo lo dice; lo que a uno de esto hiciereis, a mí me lo hacéis. No te mates ya diciendo: ¿Quién estuviera en Belem para recibir al Niño y a su Madre en sus entrañas? No te fatigues, que si recibieres al pobre, a ellos recibes; y si de verdad creyereis esto, andaríais más solícito a buscar a quién hay pobre en esta calle, y os estorbaríais unos a otros para hacer el bien que pudiereis. Hermanos, limosnas, vestid los desnudos, hartad los hambrientos, y no os contentéis con dar una blanca o una cosa poca, sino dad limosnas en cantidad, pues que así os lo da Dios; no seáis cortos en dar, pues Dios es tan largo en daros a vosotros; no deis monedillas por Dios, pues que Dios os da su Hijo a vosotros. Haced limosnas para recibir bien esta Pascua a Cristo.
¿Falta alguna cosa, señor? – Sí, falta, y creo que es la más principal, y es que sepáis que el nombre de Jesucristo es el Deseado de todas las gentes ¿Cómo entenderán esto las señoras monjas? ¿Cómo se llama Cristo? Desideratus cunctis gentibus. ¡Qué lástima es ver que sea Dios poco amado y deseado! ¡Qué lástima es que tengáis un hijo enfermo y que le pongáis un lechón preparado con todos los aderezos, que se hace agua la boca de verlo, y que vuestro hijo os diga: “No puedo ver este manjar, quitadlo de aquí y que se pierda”! Pues es lástima que se pierda este manjar, ¡Qué lástima será, para quien lo sientiere, ver que no sea amada y deseada aquella suma Bondad! Señor, ¿quién no se come las manos tras ti y te desea noche y día? ¿Quién no pierde el sueño por ti? Mi ánima te desea de noche. Anima mea desiveravit te in nocte. Spiritu meo in praecodiis mesi de mane vigilabo ad te, dice Esaías. De noche te deseó mi ánima y mis entrañas te desearon, y por la mañana me levantaré a alabarte; no estaré dormido en las vanidades de esta vida, sino por la mañana me levantaré a alabarte.
¡Oh, si supiesen los hombres cuán sabrosa música y alborada es a Dios levantarse un hombre de noche a desearle y por la mañana alabarle! Los corazones se quebrarían. Una de las mayores faltas que hay en nosotros es no tener deseo de Dios. Porque el negro azor está harto de carne, aunque lo llame el dueño, no quiere venir. ¿Cómo sentís tan poco el deseo de Dios? Porque estáis hartos de carne mortecinas y de víboras. Olvidéme de comer mi pan. Si estáis hartos de pecados, ¿qué mucho que no tengáis hambre de Dios?
El nombre de Jesucristo es el Deseado de todas las gentes. Antes que viniese, deseado de todos los patriarcas y profetas: todos suspirando: ¡Señor, catad que os deseamos, venid a remediarnos! Deseado de la Sacratísima Virgen y deseado de todos. Beati omnes qui expectant te, dice Isaías. Hermanos, si vinieren pecados esta semana, no los recibáis, decidles: “Andá que estoy esperando a un huésped”. Si viniese alguno a que juguéis, decid: “No quiero, que estoy esperando que ha de venir Dios”. Gran freno se ha puesto en su boca y en sus obras el que está esperando a Dios. Lo que has de hacer, suspirar por Dios. ¡Señor, tú solo mi bien y mi descanso; fálteme todo y no me faltes tú; piérdase todo y no tú! Aunque me quieras quitar todo cuanto me quieres dar, dándome a ti no se me da que me falte todo.
Quiere Dios que le quieras tanto, como una mujer que está bien casada, que, aunque se pierda todo, se le da poco como quede con su marido. ¿Tienes a Dios y estás penado porque se levantan testimonios? Dejó Dios su casa y a su madre, perdió su fama y vida y púsose en una cruz desnudo por ti, ¿y tú, con tener a Dios por tuyo, no dices que no te falta nada? ¿Qué dirá Dios? Tiénesme a mí, ¿ y no te contentas?
Dios viene a vosotros, el Deseado de todas las gentes. ¿Qué sabor tomáis en Él? ¿No te sabe bien? No, pues, por falta de no hacerse sabroso. Dice el enfermo que no lo puede comer cocido, y porque te supiese mejor, fue Dios asado en tormentos; en fuego de amor en la cruz asan a Dios para te sepa mejor a ti; porque tanto cuanto a Él más le atormentan, más descanso es para ti. Sabroso fuera Dios sin esto, mas porque te sepa a ti mejor, lo padece, porque, considerando tú que lo padece por ti y por tu amor, mientras más padeciere, más sabroso te será. ¿Cómo no hallas sabor en Dios, muerto por ti? ¿Y no hallas tu sabor en Él? Algún mal humor debes tener en el estómago; púrgalo, échalo fuera. Dice el enfermo: “Flaco estoy, córtenmelo, que no lo puedo partir”. ¿Qué son los azotes, los clavos, la lanzada, sino partirle aquella carne santa, para que, mientras más atormentado, más sabroso te fuese?
Dios está enclavado por ti, ¿y tú no lo deseas? ¿No hallas sabor en un Dios muerto por ti? Algún pecado hay en ti que lo estorba, búscale, échalo fuera, y toda esta semana haz buenas obras; confesaos, haced limosna, desead a Dios, suspirad por Él de corazón. Señor mío, según mi flaqueza os he aparejado mi pobre casilla y establo; no despreciéis vos, Señor los lugares bajos, no despreciasteis el pesebre y el lugar de los condenados. Y por eso quiso Él nacer en establo, para que, aunque yo haya sido malo y mi corazón haya sido establo de pecados, confíe que no me menospreciará. Señor, aunque yo haya sido malo, me he preparado como he podido; con vergüenza de mi cara lo digo: “Preparado tengo mi establo, venid, Señor, que el establillo está barrido y regado. Establo soy, supla vuestra misericordia lo que en mí falta, provea lo que yo no tengo”. Y si así os preparáis, sin ninguna falta vendrá.
Plazca a su misericordia que de tal manera nos preparemos, que Él nazca en nosotros, que nos dé aquí su gracia y después su gloria. Amén.
(San Juan de Ávila. Sermones Ciclo Temporal. Dom. 3 de Adviento. Ed. BAC. Madrid. 1970. P. 54 ss)
San Juan Crisóstomo
“¡Convertíos!”
2. ¿Qué quiere, pues, decir: Para la remisión de los pecados?1 Los judíos eran unos insensatos y jamás se daban cuenta de sus pecados, sino que, siendo reos de los más graves crímenes, se justificaban en todo a sí mismos. Que fue lo que señaladamente los perdió y apartó de la fe. Esto les echaba Pablo en cara cuando decía: Ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia, no se han sometido a la justicia de Dios. Y antes había dicho: ¿Qué decir, pues? Que las naciones que no seguían la justicia, alcanzaron la justicia; Israel, empero, que seguía la ley de la justicia, no llegó a la ley de la justicia. ¿Por qué? Porque no la siguió por la fe sino por las obras2.
Ahora bien, como ésta era la causa de todos los males, viene Juan, y su misión no es otra que obligarlos a pensar en sus propios pecados. Por lo menos, eso indicaba su figura misma, que era toda de arrepentimiento y confesión; eso también su predicación. Ninguna otra cosa, en efecto, decía sino: Haced frutos dignos del arrepentimiento3. Como quiera, pues, que el no condenar sus propios pecados, como bien claro lo dijo Pablo, los hizo alejarse de Cristo, y el reconocerlos lleva al hombre al deseo de buscar al Redentor y a desear el perdón; a prepararlos para eso vino Juan, a persuadirlos al arrepentimiento vino; no para que fueran castigados, sino que, hechos más humildes por el arrepentimiento y condenándose a sí mismos, corrieran a alcanzar el perdón. Mira, si no, con qué precisión lo dice el evangelista. Habiendo dicho: Vino Juan predicando el bautismo en el desierto de la Judea, añadió: Para la remisión de los pecados4. Como si Juan mismo nos dijera: Yo los exhortaba a confesar y arrepentirse de sus pecados, no para que fueran condenados, sino para que, confesados y arrepentidos, alcanzaran más fácilmente el perdón. Porque, si no se hubieran condenado a sí mismos, no hubieran ni pedido siquiera la gracia del perdón, y, no buscando el perdón, tampoco lo hubieran alcanzado. En conclusión: este bautismo era una preparación del camino hacia Cristo. De ahí las palabras de Pablo: Para que todos creyeran en el que venía después de él; palabras en que, aparte la dicha, se da otra razón del bautismo de Juan.
No era efectivamente lo mismo andar de casa en casa llevando a Cristo de la mano y decir: “Creed en éste”, que levantar aquella bienaventurada voz en presencia y a la vista de toda la muchedumbre y cumplir todo lo demás que Juan hizo por Él. Ésta es la causa por que Cristo acude al bautismo de Juan. Y era así que la reputación del Bautista y el motivo del rito arrastraba y llamaba a la ciudad entera hacia las orillas del Jordán, y allí se formaba teatro inmenso. Por eso, cuando allá se presentan, Juan los reprende, les exhorta a no forjarse altas ilusiones sobre sí mismos; pues, de no arrepentirse, eran reos de los más graves crímenes; que dejen en paz a sus antepasados y no blasonen tanto de ellos, y reciban, en cambio, al que venía.
A la verdad, la vida de Cristo estaba por entonces como en la penumbra y hasta muchos se imaginaban que había muerto entre la matanza general de Belén. Porque, si es cierto que a los doce años tuvo una aparición, fue para quedar otra vez rápidamente en la sombra. Por eso necesitaba ahora de una brillante introducción en escena, de un comienzo más alto que el de su infancia. De ahí que Juan predica ahora por vez primera lo que jamás habían oído los judíos ni de boca de sus profetas ni de otro alguno.
Juan pregona con voz clara el reino de los cielos, y ya no se habla para nada de la tierra. Por reino de los cielos hay que entender el advenimiento de Cristo, tanto el primero como el segundo. —¿A qué le vas con eso a los judíos, que ni te entienden lo que dices? Podría objetarle alguno, —Justamente les hablo así—contesta Juan—porque la misma obscuridad de mis palabras los despierte y vayan a buscar a quien yo les predico. Lo cierto es que de tal modo levantó las esperanzas de sus oyentes, que hasta los soldados y los publicanos (recaudadores de impuestos) le iban a preguntar qué tenían que hacer y cómo tenían que gobernar su vida. Señal de que se desprendían ya de las cosas mundanas, de que miraban otras más altas y que presentían lo que iba a venir. Todo, en efecto, lo que veían y oían, era para levantarlos a pensar altamente.
3. Considerad, si no, la impresión que había de producir contemplar a un hombre de treinta años que venía del desierto, hijo que era de un sumo sacerdote, que jamás necesitó de nada humano, que en todo su porte infundía respeto y que llevaba consigo al profeta Isaías. El profeta, en efecto, estaba también allí pregonando a voces: “Éste es el que yo dije que había de venir gritando, y que con clara voz había de predicarlo todo por el desierto”. Y es así que era tal el empeño de los profetas por las cosas de nuestra salvación, que no se contentaron con anunciar con mucha anticipación al Señor que nos venía a salvar, sino al mismo que le había de servir; y no sólo le nombran a él, sino que señalan el lugar en que había de morar, la manera cómo al venir había de predicar y enseñar y el bien que de su predicación resultaría.
Mirad, si no, cómo el profeta y el Bautista vienen a parar a los mismos pensamientos, aunque se valen de distintas palabras. El profeta había dicho que Juan vendría diciendo: Preparad el camino del Señor, haced derechas sus sendas5. Y Juan, de hecho, venido, dijo: Haced frutos dignos del arrepentimiento. Lo que vale tanto como: Preparad el camino del Señor. ¿Veis cómo por lo que había dicho el profeta y por lo que él mismo predicó, resultaba evidente que Juan sólo vino para ir delante preparando el camino, pero no para dar la gracia, es decir, el perdón de los pecados? No, su misión era preparar de antemano las almas para que recibieran al Dios del universo.
Lucas es aún más explícito, pues no se contentó con citar el comienzo de la profecía, sino que la transcribió íntegra: Todo barranco será terraplenado y todo monte y collado será abajado. Y lo torcido será camino recto, y lo áspero senda llana. Y verá toda carne la salvación de Dios6. Ya veis cómo el profeta lo dijo todo anticipadamente: el concurso del pueblo, el mejoramiento de las cosas, la facilidad de la predicación, la causa de todos esos acontecimientos, si bien todo lo puso figuradamente, pues ése es el estilo de la profecía. En efecto, cuando dice: Todo barranco será terraplenado y todo monte y collado será abajado, y los caminos ásperos serán senda llana, nos da a entender que los humildes serán exaltados, y los soberbios humillados, y la dificultad de la ley se cambiará en la facilidad de la fe. “Basta ya—viene a decir—de sudores y trabajos; gracia más bien y perdón de los pecados, que nos dará grande facilidad para nuestra salvación”.
Luego nos da la causa de todo esto, diciendo: Y verá toda carne la salvación de Dios. No ya no sólo los judíos y sus prosélitos, sino toda la tierra y el mar y toda la humana naturaleza. Porque por “lo torcido” el profeta quiso significar toda vida humana corrompida: publicanos, rameras, ladrones, magos; todos los cuales, extraviados antes, entraron luego por la senda derecha. El Señor mismo lo dijo: Los publicanos y rameras se os adelantan en el reino de Dios7, porque creyeron. Lo mismo indicó el profeta por otras palabras, diciendo: Entonces pacerán juntos lobos y corderos8. Y, efectivamente, como en un pasaje por los barrancos y collados significa la diferencia de costumbres que había de fundirse en la igualdad de un solo amor a la sabiduría; así, en éste, por estos contrarios animales, indica igualmente los varios caracteres de los hombres que habían de unirse en la armonía única de la religión.
Y también aquí da la razón: Porque habrá—dice— quien se levante a imperar sobre las naciones y en Él esperarán los pueblos9. Lo mismo que había dicho antes: Y verá toda carne la salvación de Dios. Y en uno y otro pasaje se nos manifiesta que la virtud y conocimiento del Evangelio se extendería hasta los últimos confines de la tierra, cambiando la fiereza y dureza de las costumbres del género humano en la mayor mansedumbre y blandura.
Ahora bien, Juan llevaba un vestido de pelos de camello, y un cinturón de piel sobre sus lomos. Ya veis cómo unas cosas las predijeron los profetas; pero otras las dejaron que las contaran los evangelistas. Así, Mateo, por una parte, cita las profecías, y por otra añade lo suyo por su cuenta. Y aquí no tuvo por cosa secundaria decirnos cómo vestía este santo.
4. Realmente, tenía que ser maravilloso y sorprendente contemplar tanta resistencia en un cuerpo humano, y esto era lo que más atraía a los judíos. Ellos veían en Juan al gran Elías, y lo que tenían entonces ante sus ojos les traía a la memoria a aquel santo de tiempos pretéritos y hasta les admiraba más éste que el otro. Porque Elías al cabo vivía en las ciudades y bajo techo; pero Juan desde la cuna se había pasado la vida entera en el desierto. Y es que, como precursor de quien tantas cosas antiguas venía a destruir: el trabajo, la maldición, la tristeza, el sudor, tenía que llevar en sí mismo algunas señales de este don divino y estar por encima de la maldición primera del paraíso. Así, Juan, ni aró la tierra, ni abrió surcos en ella, ni comió el pan con el sudor de su frente. La mesa la tenía siempre puesta; aún era más fácil que su mesa su vestido, y más que su vestido su casa, y es que no necesitaba ni de techo, ni de lecho, ni de mesa, ni de nada semejante, sino que llevaba, en carne humana, una especie de vida de ángel.
Por ello llevaba también un manto de pelos, enseñando por sola su figura a apartarse de las cosas humanas y a no tener nada de común con la tierra, sino volver a aquella primera nobleza en que se hallara Adán antes de que necesitara de mantos y vestidos. De esta manera, la figura misma de Juan era un símbolo del reino de Dios y de la penitencia. (…)
—Mas ¿por qué—me diréis—usaba Juan de ceñidor del vestido? —Esa era la costumbre de los antiguos antes de introducirse la moda blanda y afeminada actual. Así por lo menos aparece ceñido Pedro, e igualmente Pablo: Al hombre—dice el texto sagrado—cuyo es este ceñidor…10 Así vestía Elías, así cada uno de aquellos antiguos santos, no sólo porque estaban en actividad continua, ora de camino, ora en otra cualquiera obra necesaria; sino también porque pisoteaban todo ornato de sus personas y se abrazaban con todo género de asperezas. Este fue uno de los mayores motivos de la alabanza que Cristo tributó a Juan cuando dijo: ¿Qué salisteis a ver en el desierto: A un hombre vestido de ropas delicadas? Los que llevan ropas delicadas moran en los palacios de los reyes11.
5. Pues si tan áspera vida llevaba Juan Bautista—él tan puro, más brillante que el cielo, el más grande de los profetas, el mayor de los nacidos de mujer—, si él, que tan grande confianza podía tener, hasta tal extremo despreciaba toda molicie y se abrazaba con una vida tan dura, ¿qué excusa tendremos nosotros, que, después de recibir tan grande beneficio, cargados como vamos de incontables pecados, no imitamos ni una mínima parte de su penitencia? ¡Nosotros, que andamos borrachos y ahítos y oliendo a perfumes; que apenas si nos diferenciamos en cosa de esas mujeres perdidas del teatro; que por todas partes nos emblandecemos, y nos hacemos así presa fácil del demonio!
Entonces salió hacia él toda la Judea y Jerusalén y toda la región del Jordán, y se hacían bautizar por él en el río, confesando sus pecados. ¿Ves la fuerza que tuvo el advenimiento del profeta, cómo levantó en vilo al pueblo entero, cómo les hizo pensar en sus pecados? A la verdad, cosa de maravilla era ver a un simple hombre que tales muestras daba de sí, con qué libertad hablaba, cómo los dominaba a todos cual si fueran niños, qué gracia, en fin, irradiaba de su mismo rostro.
Hubo también de contribuir a la impresión que apareciera un profeta después de tanto tiempo. Faltaba, en efecto, entre ellos el carisma profético, y volvía ahora después de siglos. La forma misma de su predicación era nueva y sorprendente. No oían de Juan lo que estaban acostumbrados a oír de los profetas: guerras, y batallas y victorias de acá abajo, hambres y pestes, babilonios y persas, toma de la ciudad y cosas por el estilo. Juan hablaba sólo de los cielos, y del reino de los cielos, y de los castigos del infierno. Por eso, no obstante hacer tan poco que habían sido pasados a cuchillo todos los que se habían retirado al desierto a las órdenes de Judas y Teudas, no es la gente menos diligente en acudir allí a la llamada de Juan. Bien es cierto que tampoco los llamaba con los mismos fines: la tiranía, la sedición y la revolución. E1 quería sólo guiarlos hacia el reino de arriba. De ahí que tampoco los retenía consigo en el desierto: los bautizaba, les daba las enseñanzas de una divina filosofía y los despedía. Y cifra de su enseñanza era siempre despreciar las cosas de la tierra y levantarse y apresurarse en cada momento por las venideras.
Imitemos también nosotros a Juan, apartémonos de la disolución y la embriaguez, convirtámonos a una vida recogida. He aquí venido el tiempo de la confesión o penitencia tanto para los catecúmenos como para los bautizados; para los unos, a fin de que por la penitencia se hagan dignos de los divinos misterios; para los otros, a fin de que, lavadas las manchas contraídas después del bautismo, se acerquen con limpia conciencia a la mesa sagrada. Apartémonos, pues, de esa vida muelle y disoluta. Porque no, no son compatibles la confesión y la disolución. Bien nos lo puede enseñar Juan con su vestido, con su alimento, con su vivienda.
—Pues qué—me diréis—. ¿Es que nos mandas ese rigor de vida? —No os lo mando, sólo os lo aconsejo, sólo os exhorto a ello. Y si ello es para vosotros imposible, haced penitencia aun siguiendo en las ciudades. El último juicio está llamando a las puertas. Y, si está aún lejos, no por ello puede nadie estar confiado. El fin de la vida de cada uno equivale al fin del mundo para quien es llamado a dar cuenta a Dios. Más que está realmente llamando a la puerta, oye a Pablo, que dice: La noche ha pasado y el día está cercano12. Y otra vez: El que ha de venir vendrá, y no tardará13. Realmente los signos que han de llamar, como quien dice, a este día ya se han cumplido: Se predicará—dice el Señor—este Evangelio del reino en todo el mundo para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin14.
6. Atended con cuidado a lo que dijo el Señor. No dijo: Cuando el Evangelio haya sido creído por todos los hombres, sino: Cuando haya sido predicado en todo el mundo. Por eso dijo también: Para testimonio de las naciones, con lo que nos da a entender que no ha de esperar, para venir, a que todos abracen la fe. Para testimonio, en efecto, vale tanto como para acusación, para prueba, para condenación de los que no hubieren creído.
Más nosotros, no obstante oír y ver estas cosas, seguimos durmiendo y viendo sueños, como cargados de embriaguez en la noche más profunda. Y es así que las cosas presentes, buenas o malas, no se diferencian nada de los sueños. Por eso, yo os exhorto a que os despertéis ya y levantéis los ojos al sol de justicia. Nadie que duerma puede contemplar al sol ni recrear sus ojos con la belleza de sus rayos. Todo lo que ve lo ve como entre sueños. Necesitamos, pues, de mucha penitencia y de muchas lágrimas, primero porque pecamos sin remordimiento; segundo, porque nuestros pecados son tan grandes, que no merecerían perdón. Y que no miento, testigos son muchos de los que me están oyendo. Sin embargo, aunque no merecerían perdón, arrepintámonos y seremos coronados.
Y notad que llamo arrepentirse, no sólo al apartarse del mal pasado, sino—lo que es mejor—practicar en adelante el bien. Haced—dice Juan—frutos dignos del arrepentimiento, ¿Cómo los haremos? Practicando acciones contrarias a las del pecado. ¿Has robado lo ajeno? Da ahora hasta lo tuyo. ¿Has vivido largo tiempo deshonestamente? Abstente ahora, en determinados días, hasta de tu propia mujer. Practica la continencia. ¿Has insultado, has tal vez herido o golpeado a los que pasaban a tu lado? Bendice ahora a los que te insulten a ti, haz bien a los que te hieran. No basta para nuestra salud que nos arranquemos el dardo; hay que aplicar también a la herida los convenientes remedios. ¿Te has dado a la gula y a la embriaguez el tiempo pasado? Ayuna y bebe ahora agua. Atiende a extirpar el daño que de ahí te ha venido. ¿Miraste con ojos intemperantes la belleza ajena? No mires ya en absoluto a mujer alguna, y así estarás más seguro.
Apártate de lo malo—dice el profeta—y haz el bien15. Y otra vez: Cese tu lengua en el mal y tus labios no pronuncien engaño16. Pues dinos qué bien es ése: Busca la paz y persíguela; la paz, digo, no sólo con los hombres, sino con Dios. Y dijo bien el salmista: Persíguela. Porque la paz ha sido arrojada, ha sido desterrada, y, dejando la tierra, se ha marchado al cielo. De allí, sin embargo, podemos, si queremos, hacerla volver nuevamente. Basta que echemos de nosotros la soberbia y arrogancia y cuanto a la paz se opone y nos abracemos con la vida sobria y humilde. Nada hay peor que la ira y la audacia. Esta es la que hace a los hombres al mismo tiempo soberbios y viles; por lo uno nos convierte en seres ridículos, por lo otro, en hombres odiosos. Son dos contrarios males los que lleva consigo: la altanería y la adulación. Más, si nosotros cortamos todo exceso de la pasión, seremos humildes con perfección y elevados con seguridad. En nuestros cuerpos, de los excesos se originan las destemplanzas, y, cuando los elementos traspasan sus propios términos y llegan a la desmesura, vienen las enfermedades sin número y las muertes desastradas. Lo mismo es fácil ver que acontece en nuestras almas.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, homilía 10, 2-6, BAC Madrid 1956 (II), p. 182-95)
1 Mc 1, 4
2 Rm 10, 3
3 Lc 3, 8
4 Mc 1, 4
5 Is 40, 3
6 Lc 3, 5-6; Is 40, 4-5
7 Mt 21, 31
8 Is 65, 25
9 Is 11, 10
10 Hch 21, 11
11 Lc 7, 25
12 Rm 13, 12
13 Hb 10, 37
14 Mt 24, 14
15 Sal 36, 27
16 Sal 33, 14
Guion II Domingo de Adviento – CICLO B
10 de diciembre 2011
Entrada:
Busquemos a Dios mientras se deja encontrar, preparémosle un corazón dispuesto para ser por Él redimidos. Nos trae la gracia y la verdad. Si nuestras disposiciones son óptimas, Él nos dará junto a Sí la eterna dicha.
Primera Lectura: Para que se revelase la gloria de Dios a los hombres, era necesario preparar un sendero llano: el camino del Señor.
Segunda Lectura: Dios no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan en la espera de un cielo nuevo y de una tierra nueva.
Evangelio: Se presentó Juan el Bautista en el desierto, anunciando la venida de Alguien mayor que bautizará con el Espíritu Santo.
Preces:
Hermanos, con confianza filial elevemos nuestra oración al Padre, fuente y fin de nuestra esperanza.
A cada intención respondemos…
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Pidamos por las intenciones del Santo Padre, especialmente las referidas a este mes de diciembre: Para que todos los pueblos de la tierra, a través del conocimiento y el respeto recíproco, crezcan en la concordia y la paz. Oremos…
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Para que los niños y jóvenes sean mensajeros del Evangelio y para que su dignidad sea siempre respetada y preservada de toda violencia y explotación. Oremos…
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Pidamos por los neo-sacerdotes para que a ejemplo de Juan Bautista sepan preparar los corazones de los hombres para la visita que Dios quiere hacerles en la Persona de su Hijo Salvador. Oremos…
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Pidamos por todos los cristianos, aumenta en ellos el deseo de unirse a Ti por medio de la oración. Y que la penitencia de este tiempo de adviento sea un medio eficaz para el encuentro contigo. Oremos…
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Pidamos por las misiones que realiza nuestra Familia religiosa, para que el Espíritu Santo siembre en el corazón de los hombres la semilla de la verdad. Oremos….
Escucha Padre, la oración que con humilde confianza te dirigimos, y no tardes en cumplir tus promesas. Por Jesucristo nuestro Señor.
Ofrendas:
Mientras aguardamos la manifestación de Cristo en su Gloria ofrecemos junto con Él, al Padre, el memorial de su Pasión salvadora.
Llevamos al Altar:
*Cirios, representando la entrega de nuestras vidas para que se consuman en la presencia de Dios.
*Los dones de pan y vino, que por medio del sacerdote se convertirán en nuestro alimento para la vida eterna.
Comunión:
Recibamos al Señor que llega a nuestras almas para ser nuestra salvación.
Salida:
María, Aurora de Cristo, nos dice que la salvación está muy cerca y que llega el mismo Señor a darnos sus bienes. Anunciemos a los hombres ésta dicha.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Sobre el arrepentimiento
Una noche de otoño de 1804 un peregrino humildemente vestido llamaba a las puertas del convento benedictino de Ossiach. Este peregrino se fingió mudo, y por señas pidió que le admitieran como criado. Al fin fue recibido por el santo Abad Tencho, y estuvo ocho años sin hablar, desempeñando los más humildes menesteres, y haciendo penitencia.
A la hora de la muerte se dio a conocer a los monjes diciendo:
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Soy Boleslao II, Rey de Polonia, que entre otros grandes pecados cometí el de dar muerte al santo Obispo de Cracovia, Estanislao, a quien yo mismo acuchillé junto al altar, por haber censurado mis crueles hazañas. El Papa Gregorio VII me excomulgó. Después, arrepentido de mis culpas, fui a Roma en busca del perdón. Allí me confesé y fui absuelto, y para mejor expiar mis crímenes, he llevado estos años de penitencia.
En prueba de que digo la verdad les muestro mi anillo con el sello real.
Y así lo creyeron los monjes.
Aún se conserva la sepultura en la iglesia de aquel convento con esta inscripción:
“Aquí yace el arrepentido Boleslao, Rey de Polonia, el que mató a Estanislao, Obispo de Cracovia”
(ROMERO, Recursos oratorios, Sal Terrae Santander 1959)