PRIMERA LECTURA
La indignación y la misericordia de Dios
se manifiestan en el exilio y en la liberación de su pueblo.
Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio.
Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta el advenimiento del reino persa. Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada por Jeremías: «La tierra descansó durante todo el tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años».
En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y Él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!»
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial 136, 1-6
R. ¡Que no me olvide de ti, ciudad de Dios!
Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión.
En los sauces de las orillas
teníamos colgadas nuestras cítaras. R.
Allí nuestros carceleros
nos pedían cantos,
y nuestros opresores, alegría:
«¡Canten para nosotros un canto de Sión!» R.
¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor
en tierra extranjera?
Si me olvidara de ti, Jerusalén,
que se paralice mi mano derecha. R.
Que la lengua se me pegue al paladar
si no me acordara de ti,
si no pusiera a Jerusalén
por encima de todas mis alegrías. R.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 2, 4-10
Hermanos:
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo — ¡ustedes han sido salvados gratuitamente!— y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con Él en el cielo.
Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús.
Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe.
Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.
Palabra de Dios.
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en Él tenga Vida eterna.
Evangelio
Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por El
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 14-21
Dijo Jesús:
De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él.
El que cree en Él, no es condenado;
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído
en el Nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio:
la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal
odia la luz y no se acerca a ella,
por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad
se acerca a la luz,
para que se ponga de manifiesto
que sus obras han sido hechas en Dios.
Palabra del Señor
P. José María Solé Roma, C. M. F.
Sobre la Primera Lectura (2 Cro 36,14-16.19-23)
El Hagiógrafo, al concluir su narración de las vicisitudes de la Casa de David, que llega en aquel momento al sumo de la humillación, hace ‘Teología’ de la Historia. Es decir, busca el sentido e interpretación que tienen los acontecimientos de Israel mirados desde la perspectiva de Dios.
– Dirigentes, sacerdotes y Pueblo han multiplicado sus idolatrías y sacrilegios (v 14). Dios les ha enviado Profetas y mensajeros. Pero se han reído de los Profetas; hasta los han perseguido (v 16). Con ello ‘la ira de Yahvé contra su Pueblo subió hasta tal punto que fue irremediable’ (v 16). El instrumento del castigo ha sido Nabucodonosor. Ha incendiado la ciudad de Jerusalén y su Templo; y se ha llevado cautivos a Babilonia, como esclavos, los supervivientes de Judá.
– El castigo ha provocado el arrepentimiento; y éste, el perdón de Dios. Dios suscita a Ciro. Uno de los primeros gestos del conquistador de Babilonia fue decretar la liberación de los judíos; y darles permiso para la repatriación y la reconstrucción del Templo de Jerusalén.
– Al leer estos recuerdos de la Historia Sagrada en tiempo cuaresmal podemos poner de relieve dos lecciones:
a) La llamada que nos hace Dios al arrepentimiento. Los castigos de que Dios envía o permite a individuos y naciones son invitaciones misericordiosas a la conversión. La constante histórica de Israel: pecados-castigo-conversión-perdón, deben ser también aviso para el ‘Israel de Dios’.
b) Ciro, por su gesto de libertador de Israel, es en boca de los Profetas ‘Tipo’ y figura del Mesías Libertador: ‘Así dice Yahvé a su Ungido (Cristo) Ciro, a quien he tomado de la diestra’ (Is 45, 1). ‘Es mi amigo; realizará mis planes: yo le he llamado’ (Is 48, 14). Por tanto, para los Profetas que interpretan teológicamente la Historia, Ciro, que libera a los judíos de la cautividad de Babilonia para que retornen a la Tierra Prometida, es un logradísimo Tipo y prenuncio del Ungido, el Mesías, que será el libertador verdadero, pleno y definitivo.
Sobre la Segunda Lectura (Efesios 2,4-10):
San Pablo nos da una síntesis preciosa de la liberación-salvación que nos ha traído Cristo:
– Judíos y paganos vivían por igual esclavizados por el pecado, que es la verdadera muerte espiritual (Ef 3, 1); dominados por el ‘mundo’, el ‘demonio’ y las ‘concupiscencias’. (vv 2-3). De tan triste e insuperable esclavitud nos ha libertado Cristo.
– Esta Salvación de Cristo la gozamos ya ‘ahora’ y ‘aquí’ en toda su riqueza y plenitud. Es propio de San Juan y de San Pablo considerar la ‘escatología’ o salvación en su interioridad en su actualidad. En efecto, incorporados a Cristo por la fe, vivificados por su gracia, poseedores del Espíritu Santo, prenda y arras de nuestra herencia, es tan real y plena nuestra Salvación, que se puede decir de nosotros: ‘Convivificados-conresucitados-conentronizados en los cielos en Cristo Jesús’ (v 6). Poseedores de la gracia, nos pertenece la herencia de la ‘Gloria’.
– De esta Salvación recalca San Pablo la ‘gratuidad’: ‘Es incomprensible riqueza de gracia, es benignidad de Dios’. (v 7). Es pura ‘gracia’. Nosotros sólo aportamos la ‘Fe’; la cual es también ‘don’ de Dios (v 8). Así, nadie tiene de qué gloriarse, ni judíos ni gentiles. A todos nos salva Dios, en Cristo, por gracia. La belleza y riqueza de esta ‘gracia’ la enaltece San Pablo al decir que en virtud de ella somos ‘una obra de Dios, una nueva creación en Cristo’. (v 9), infinitamente más prodigiosa que la creación primera. Y ahora nosotros, respondiendo al plan de Dios, viviremos conforme a nuestra dignidad de hijos suyos en Cristo; ‘y andaremos por aquellos caminos de santidad, para los que nos preordenó Dios’ (v 9). Ser auténtico cristiano es responder a esta gracia de Dios hasta alcanzar la mas perfecta configuración interior y exterior con Cristo. ‘El cual a los que nacimos esclavos del pecado antiguo nos eleva, regenerados por el Bautismo, a la dignidad de hijos adoptivos de Dios’ (Pref. Cuaresmal).
Sobre el Evangelio (Jn3,14-21)
En la Nueva Alianza Cristo nos da como don la vida divina. Es ‘Regeneración’:
– San Juan, en el marco histórico del diálogo de Jesús con el sanedrita Nicodemo, nos da la doctrina sobre el Bautismo (Jn 3, 5). Este nuevo nacimiento (= regeneración) nos entra en el Reino de Dios (v 5) y nos torna ‘celestes’, ‘espirituales’, ‘divinos’ (vv 3. 5. 6. 7). No son cosas que vean los ojos de la carne, pero sí se conocen por sus efectos (v 8). Nicodemo piensa y habla a ras de tierra, y nada entiende (v 4). Como ‘Maestro de Israel’ que es (v 10), debería saber por la Escritura de este ‘nuevo nacimiento por el Espíritu’. Y, al menos, creer al Testigo Celeste que le habla (v 13).
– Jesús explica a Nicodemo el misterio de la ‘Redención’. El Mesías ha de ser ‘exaltado’ a la Cruz. Como Él lleva sobre Sí todos los pecados del mundo, su crucifixión será la Salvación de todos. A cuantos miren (crean) al Crucificado llegará la Salvación. Esto preanunció Moisés al levantar en alto la ‘Serpiente’ en el Desierto: ‘Señal de Salvación’ (Sab 16. 6). ‘Cuantos la miraban se salvaban’ (Sab 16. 7): Cuantos miren a Cristo Crucificado (en Él crean) se salvarán (16). Esta Salvación es universal y es personal: La Salvación dada gratuitamente a todos por Cristo se personaliza: a) con la Fe (Jn 3, 16.8); b) con las obras (Jn 3, 20; Ef 2, 9).
– Por tanto, en la Obra Salvífica intervienen:
a) El Amor del Padre. Nos envía a su Hijo-Salvador.
b) El Amor del Hijo; toma sobre si nuestros pecados y los expía (14).
c) La respuesta del hombre. Este con fe y amor acepta la Salvación. El que no cree, él mismo se pone en zona de muerte y condenación (19).
(Solé Roma, J. M., Ministros de la Palabra, ciclo “B”, Herder, Barcelona, 1979)
P. Lic. José A. Marcone, I.V.E.
Jesús exaltado en la cruz
Según el pensamiento de la Iglesia, los evangelios de los tres últimos domingos de Cuaresma (Ciclo B) tienen como tema principal “la futura glorificación de Cristo por su cruz y resurrección”. Para esto se usarán tres textos de San Juan. Uno de ellos es el del domingo de hoy, cuarto de Cuaresma, Jn.3,14-21.
Dicho evangelio comienza con esta frase: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna”. En esta frase está perfectamente expresada “la futura glorificación de Cristo por su cruz y resurrección”, cosa que trataremos de demostrar en este breve estudio exegético – teológico.
- ‘La hora’ de Jesús en S. Juan
El evangelio de San Juan hace recaer todo su peso teológico en ‘la hora’ de Jesús; es el evangelio de ‘la hora’ de Jesús. “Toda la vida de Jesús está de tal manera orientada, podría decirse, hacia aquella ‘hora’, que será el ápice de su existencia terrena”.
¿Cuál es ‘la hora’ de Jesús? ¿En qué consiste esa ‘hora’ de Jesús? San Juan nos lo irá develando paulatinamente.
San Juan, en un comienzo, habla de la ‘hora de Jesús’ diciendo que esa hora debe llegar pero no ha llegado todavía. En Jn.2,4 Jesús dice a su Madre en las Bodas de Caná: “Todavía no ha llegado mi hora”. Luego, en Jn.4,21 y 4,23 Jesús da ya algunas sugerencias acerca de la naturaleza de esa ‘hora’, cuando dice a la samaritana que está por llegar una hora nueva, la hora de la verdadera adoración a Dios: “Jesús le dice: ‘Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. (…) Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad’.” En 5,25.28 Jesús manifiesta a los fariseos en qué consiste su hora: “En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. (…) No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz”. En estos dos últimos textos hay ya una descripción más exacta de la hora de Jesús: es la hora de la manifestación de Cristo como Dios, como Verbo, como Hijo de Dios, manifestación en la cual no creen los fariseos.
En Jn.7,30 y 8,20 se expresa que Jesús no fue apresado por los fariseos para ser lapidado porque ‘no había llegado su hora’. Con esto se está expresando que la hora de Jesús es la hora de su pasión y muerte.
A partir del cap. 12 comienza a decirse que ‘la hora está cercana’ o ‘ha llegado’. Y precisamente en ese momento, cuando comienza a decirse que ‘la hora está cercana’ o ‘ha llegado’, comienza también a presentarse a ‘la hora de Jesús’ como ‘la hora de la glorificación’ y no solamente ‘la hora del sufrimiento o de la muerte’. Son tres los pasos donde se marca claramente este giro.
- Durante la entrada a Jerusalén, con unos griegos que querían hablar con Él, 12,23: “Llegó la hora en que el Hijo del hombre debe ser glorificado’.
- En la solemne introducción de la cena, 13,1: “Había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”, lo cual implica su muerte, resurrección y ascensión, es decir, su glorificación. Es decir, ‘integra’ a la muerte, el triunfo de la resurrección y ascensión.
- Las primeras palabras de la oración sacerdotal, 17,1: “Padre, llegó la hora, glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti”. Para un exégeta, A. George, la oración sacerdotal “es la oración de ‘la hora’, cuyo contenido es el profundo misterio de la indivisible unidad entre el sufrimiento y la glorificación”.
De manera que ‘la hora de Jesús’ según el Evangelio de San Juan es la hora de la manifestación de la divinidad de Jesús a través del Misterio Pascual completo: pasión, muerte, resurrección y ascensión a la derecha del Padre. Esta manifestación es expresada con la palabra glorificación. La hora de Jesús es, entonces, la hora de su glorificación.
En los sinópticos también aparece la frase ‘la hora de Jesús’: para ellos ‘la hora de Jesús’ es el momento más oscuro y terrible de la pasión de Jesús: el momento de sus sufrimientos. Por ejemplo, al final del relato de la agonía de Jesús en Getsemaní: “Llegó la hora: el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores” (Mc.14,41). También en Lucas cuando se acerca la turba para arrestarlo se dice: “Esta es vuestra hora, la del poder de las tinieblas” (Lc.22,53).
Pero en Juan ‘la hora’ tiene una connotación mucho más profunda, completa e integral. Para San Juan ‘la hora de Jesús’ es la que ayuda vertebrar todo su evangelio. Pero además, “esa ‘hora’ no será, como en los sinópticos, la hora de las tinieblas -el Salvador entregado en las manos de los pecadores- sino la hora de la elevación sobre la cruz, y la hora de la glorificación”.
Y al decir esto último estamos entrando de lleno en el tema de nuestro evangelio de hoy. En efecto, era necesario explicar que todo el evangelio de San Juan se desarrolla en tensión hacia ‘la hora’ de Jesús, que esa ‘hora’ de Jesús es la hora de su glorificación y que su glorificación se identifica con el momento de su elevación sobre la cruz. Esta elevación sobre la cruz, en San Juan, más que un momento de profunda humillación, es el momento de la glorificación de Jesús, es el momento de su exaltación.
Y en el evangelio de hoy leemos: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre” (Jn.3,14-15). Para expresar ese ‘elevar’ de la serpiente y el ‘ser elevado’ de Cristo, San Juan usa el verbo griego hypsothênai que literalmente quiere decir ‘ser puesto por encima de’, es decir, significa ‘exaltar’. De hecho, San Jerónimo en la Vulgata lo traduce con el verbo latino ‘exaltari’. Vemos, entonces, cómo en el evangelio de hoy se pone en primera línea el tema de la glorificación y exaltación de Jesús por su elevación en la cruz. Y recordemos que la Iglesia celebra con una Fiesta especial “La Exaltación de la Santa Cruz”, en la cual se lee, precisamente, el mismo evangelio que leemos hoy, Jn.3,14-21, acompañado, en la primera lectura, por el texto de Núm.21,4-9, donde se narra el hecho histórico de las picaduras de serpientes entre el pueblo hebreo en peregrinación por el desierto y la confección de la serpiente de bronce por parte de Moisés.
- La exaltación (hypsothênai, exaltari)
“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre”; éste es el tema central del evangelio de hoy y sobre el que debe versar nuestra predicación.
“El paralelismo con la serpiente de bronce en el desierto es aquí de gran importancia. La escena del libro de los Números (21,4-9) es muy conocida. Los israelitas, a causa de su espíritu de rebeldía, son castigados con picaduras de serpientes venenosas. Por indicación divina, Moisés pone sobre un asta una serpiente de bronce – que es un símbolo – y todos los que la miran con fe quedan curados. Ahora bien, esta imagen de bronce sobre el asta se convierte en ‘tipo’, es decir, en la prefiguración de Jesús sobre la cruz. Como Moisés erigió una serpiente de bronce sobre un asta, así el Hijo del hombre será elevado sobre el patíbulo de la cruz.”
Pero en San Juan esta prefiguración de Jesús sobre la cruz que se verifica en el signo de la serpiente de bronce, está unida a su glorificación. En efecto, el verbo hypsothênai, en la antigüedad, “tanto en lenguaje profano cuanto en el contexto bíblico, era usado para indicar el poder regio, el triunfo (cf. 1Mac.8,13; 11,16); ejercitando dicho poder sobre el pueblo, el rey era ‘elevado’ o ‘entronizado’.”
De manera que al decir San Juan que Jesús será ‘elevado’ en la cruz como lo fue la serpiente en el asta, está expresando metafóricamente el poder regio de Jesucristo. “San Juan tiene in mente esta imagen y la utiliza para evocar el tema del ejercicio del poder regio de Jesús sobre la cruz”.
“La serpiente es elevada sobre un asta algún metro sobre el suelo, visible para el pueblo, para que todos puedan mirarla con fe. Es esta exactamente la posición de Jesús sobre la cruz. (…) Jesús en la cruz ocupa una posición de dignidad, similar a la de un rey que reina sobre su pueblo. En Juan se opera entonces una transposición: al significado material de la elevación sobre la cruz, se agrega un significado simbólico del término ‘ser elevado’ para iluminar el tema de la realeza de Cristo, tan caro al evangelista”. Es decir, a la literalidad del vocablo ‘ser elevado’ se le agrega el sentido metafórico ‘ser entronizado’. O dicho de otro modo, el sentido literal es: ‘Jesús será elevado sobre la cruz como la serpiente lo fue sobre el asta’; pero el sentido pleno es: ‘Jesús, al ser clavado en alto, será enaltecido y exaltado, como un rey en su trono’.
“Para completar el razonamiento, es oportuno agregar que en la predicación de la Iglesia primitiva –los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo – la ascensión de Jesús es considerada como la entronización regia de Jesús en el cielo (cf. Hech.2,36; Fil.2,29). Allí Él se convierte en el Kýrios, el Señor. Pedro dice a la multitud: ‘Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús que vosotros habéis crucificado’ (Hech.2,36). El aspecto bajo el cual es descripta la ascensión es aquel de la toma de posesión del reino. Juan anticipa este aspecto a la cruz. Él ve a Cristo elevado en la cruz como un rey que domina (en italiano: troneggia) sobre su pueblo, Señor y rey de los suyos”.
Vemos, entonces, cómo en esta frase del evangelio de hoy resplandece la unidad indivisible entre sufrimiento y glorificación. Podemos ver ahora todo reunido en un solo momento (‘la hora’): el sufrimiento, la exaltación y la glorificación de Jesús que se realiza cuando es elevado sobre la cruz.
Si bien con lo dicho hasta ahora ha quedado bien expresado el sentido pleno del texto del evangelio de hoy y se pueden sacar ya riquísimas consecuencias espirituales y pastorales para los fieles, queremos agregar algunas consideraciones sobre este importante verbo juáneo, hypsothênai.
San Juan usa este verbo en otros dos lugares más, ambos en boca de Jesús y referidos a su cruz. En 8,28: “Les dijo, pues, Jesús: ‘Cuando hayáis levantado (hypsothênai) al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy’.” Y en 12,32-33: “ ‘Y yo cuando sea levantado (hypsothênai) de la tierra, atraeré a todos hacia mí’. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.” Éste último trozo es el que se leerá el próximo domingo, Domingo V de Cuaresma del Ciclo B, confirmando de esta manera que la Iglesia ve en este verbo hypsothênai una manifestación de la glorificación de Cristo a través de su cruz, tal como lo anunciaba en los Prenotanda del Leccionario, citado al principio de este estudio.
Estos dos textos agregan un matiz cada uno al concepto de exaltación de Jesús en la cruz. El texto de 8,28 agrega el hecho de que en la cruz se revelará definitivamente la divinidad de Jesús: “Yo Soy”, que es la traducción griega del nombre sacratísimo de Yahvhe. El texto de 12,32-33 agrega el hecho de que Jesús “reina ya desde la cruz, y or esto atrae a sí todos los hombres y forma, en torno a sí mismo sobre la cruz, el nuevo pueblo de Dios”. El domingo próximo habrá que afrontar en la predicación el tema de la cruz de Cristo como causa de la formación de la Iglesia y causa de unidad de todos los cristianos.
Otro aspecto interesante que presenta el evangelio de hoy lo descubrimos cuando comparamos nuestro texto con los evangelios sinópticos.
El mismo contraste existente entre la concepción de la ‘hora de Jesús’ para los sinópticos y para San Juan, lo encontraremos en el modo en que Jesús mismo anunciará su pasión. En efecto, en los sinópticos Jesús anuncia tres veces su pasión y lo hace mostrando el lado más humillante de ella: entregado a los sumos sacerdotes, condenado a muerte, entregado a los paganos, burlado, flagelado y crucificado (Mt.20,18-19)
Estos anuncios de la pasión faltan en Juan, pero hay textos paralelos que cumplen la misma función, sobre todo porque son anunciados con una necesidad teológica: ‘debe’, ‘es necesario’ (griego: deî, latín: oportet). Pero en lugar de decir, como los sinópticos, ‘debe ser entregado…etc.’, dice ‘debe ser elevado’, es decir, ‘debe ser exaltado’. Se habla de la elevación o levantamiento de Jesús, es decir, de la exaltación de Jesús. Y esta expresión: ‘debe ser elevado’, como ya hemos dicho, se encuentra solamente en los tres textos de San Juan ya mencionados: 3,14-15; 8,28; 12,32.
Así como para los sinópticos ‘la hora de Jesús’ es la hora de las tinieblas y para San Juan es la hora de la glorificación, así también, para los sinópticos el anuncio de la pasión es anuncio de humillaciones sin fin, pero para San Juan el anuncio de la pasión es anuncio de una exaltación.
Agreguemos finalmente dos anotaciones sobre el uso del verbo hypsothênai en el Antiguo Testamento y en la primera predicación cristiana.
El término ‘exaltación’ aplicado a Cristo se encuentra ya en el Antiguo Testamento. En efecto, el profeta Isaías, llamado ‘el quinto evangelista’, describe proféticamente en uno de los Cánticos del Siervo de Yahveh las humillaciones y dolores de Cristo. Pero allí mismo dice, según la versión griega de los LXX: “He aquí que mi Siervo tendrá éxito, será muy exaltado (verbo hypsothênai) y glorificado”. De ninguna manera puede tomarse ese texto, como algunos lo han hecho, en relación con su resurrección. Debe ser tomado en sentido metafórico como ‘ser puesto sobre un trono’, es decir, ‘exaltado’.
En los Hechos de los Apóstoles y en San Pablo el verbo hypsothênai se usa no para señalar la humillante crucifixión de Cristo entre cielo y tierra, sino la Ascensión de Cristo a los cielos. “Exaltado (hypsothênai) a la derecha de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo” (Hech.2,33). Y San Pablo: “Por esto, Dios lo ha sobre-exaltado (hýper – hypsothênai) y le ha dado el nombre que está por encima de todo nombre” (Fil.2,9)
Estas dos notas acerca del uso del verbo en el AT y en la primera predicación cristiana confirman que el ser elevado sobre la cruz es una exaltación.
- Aplicación
Esta concepción de la cruz como glorificación debe llevar al predicador a hacer ver que la cruz de Cristo no es una maldición sino una bendición. En los primeros capítulos de la Primera Carta a los Corintios encontrará abundante materia para presentar a los fieles una correcta y resumida teología de la cruz.
También deberá el predicador transpolar todo lo que diga acerca de la glorificación de Cristo en la cruz, a la cruz concreta y cotidiana de los fieles. Estos deben comprender que todo tipo de sufrimiento, es decir, todo tipo de cruz debe ser afrontada como Cristo la afrontó: como una glorificación y no como una maldición. También deberá hacerle ver los frutos de la cruz. Esto también podrá hacerlo presentando algunos trozos de lo que la “Imitación de Cristo” dice acerca del “Camino regio de la cruz”, en Libro I, capítulos XI y XII.
Así, el evangelio de hoy y la predicación, encontrarán el lugar exacto dentro de la Cuaresma y será una preparación para la celebración del Misterio Pascual según el corazón de la Iglesia.
Sin embargo, queremos hacer una aplicación ayudados del gran Dante Alighieri. Él ha expresado en términos poéticos la profunda teología de San Juan sobre Cristo crucificado.
Podríamos decir que San Juan ve más allá que los Sinópticos. Coincide con ellos en que la hora de Jesús es la hora del sufrimiento y oscuridad, hora de las tinieblas. Pero alcanza a ver, con mirada penetrante y contemplativa, la gloria, el esplendor, la dignidad y el provecho de la cruz. La cruz es bella, y por eso está llena de gloria y esplendor. La cruz está llena de dignidad porque es elevación, porque estar en la cruz es reinar. Es provechosa porque ‘atrae a todos hacia sí’. Precisamente son estas líneas teológicas las que Dante prolonga en su Divina Comedia cuando se encuentra, en el quinto cielo, con una visión magnífica de la cruz.
El Dante ya está en el Paraíso y llega al quinto cielo, el cielo de Marte. En un momento dado (canto 14) es elevado más alto y vio brillar tan intensamente esa estrella que le dio una gran alegría (versos 85-87). Esa alegría le pareció una gracia tan grande que solamente podía agradecerse haciendo a Dios un holocausto total de sí mismo (“con tutto il core”), “como a la nueva gracia convenía” (88-90). Todavía no se había alejado de su corazón el calor del sacrificio que acababa de hacer que se dio cuenta de que Dios lo había aceptado (91-93).
Y en ese mismo momento aparece ante él la cruz de Cristo, formada por dos rayos de luz, hermosísima y radiante. Estaba formada por algo así como dos regueros de estrellas grandes y pequeñas (parecidos a la Via Lactea cuando está en todo su esplendor) que se extendían de un polo al otro de Marte, como se intersecan en ángulo recto los diámetros de una circunferencia, formando una cruz de brazos iguales (llamada cruz griega). Y en esa cruz estaba clavado Cristo y relampagueaba con inigualable esplendor, tanto que el Dante dice no tener ingenio ni arte para narrar lo que vio (94-104).
En medio de esta visión llena de luz y de centellantes estrellas (109-121), escucha una melodía que brotaba de la cruz que lo cautivaba completamente, aunque no entendía la letra. Era consciente que se trataba de una alabanza celestial, pero no llegaba a entenderla distintamente. A él le sonaba a ‘¡Resurge!’ y ‘¡Vence!’ (122-126).Y era tanto lo que lo enamoraba esta melodía de la cruz, que hasta ese momento (ya había estado en los cuatro primeros cielos) no había habido nada que lo atase con vínculos tan dulces (127-129). Incluso hasta piensa que algún lector puede considerar que sus palabras son demasiado osadas, teniendo en cuenta que pone este gozo de la cruz por encima del gozo de mirar los ojos de Beatriz. Pero esto se entiende, dice, por dos razones: en primer lugar porque durante ese tiempo no se había tornado a mirar los ojos de Beatriz, siempre más bellos. En segundo lugar, porque los placeres santos mientras más se progresa en alto más sinceros son (130-139, y fin del canto 14).
En medio de toda esta descripción rutilante de la cruz, en un momento dado, el Dante dice algo muy interesante: “El que toma su cruz y sigue a Cristo sabrá excusar lo que dejo de decir” (ma chi prende sua croce e segue Cristo, ancor mi scuserà di quel ch’io lasso) (105-108) .
De esta manera el Dante, magníficamente, con una sola pincelada literaria, traslada toda la teología joánea de la cruz al creyente individual y concreto. Él quiere decir: la maravillosa realidad de la cruz de Cristo y todo el esplendor de la teología de la cruz sólo puede ser entendida por aquel que ha llevado efectivamente la cruz que Dios ha permitido para él.
Mons. Fulton Sheen
“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado sobre un madero”
Nuestro Señor jamás hablaba de su gloria celestial de la resurrección si aludir a la ignominia de la cruz. Algunas veces habló primeramente de la gloria, como estaba haciendo ahora con Nicodemo, pero la crucifixión había de ser la condición de esta gloria. Nuestro Señor vivía a la vez una vida celestial y una vida terrena; una vida celestial como Hijo de Dios, una vida terrena como Hijo del hombre. Sin dejar de ser uno como su Pare celestial, se entregó a sí mismo por los hombres terrenales. A Nicodemo afirmó que la condición de la que dependía la salvación humana sería su propia pasión y muerte. Hizo esto bien claro al referirse a la predicción más famosa de la cruz que se encontraba en el Antiguo Testamento:
Y de la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, asimismo es necesario que sea levantado el Hijo del hombre; para que todo aquel que cree tenga por Él vida eterna.
Jn 3, 14- 15.
El libro de los Números refiere que, cuando el pueblo murmuró en rebeldía contra Dios, fueron castigados con una plaga de serpientes de fuego, de suerte que muchos perdieron la vida. Cuando se arrepintieron, Dios dijo a Moisés que hiciese una serpiente de bronce y la levantase a modo de señal; y todos aquellos que habían sido mordidos por las serpientes y miraban la señal quedaban curados. Nuestro Señor declaraba ahora que Él sería levantado en alto de la misma manera que lo había sido la serpiente de bronce. De la misma manera que ésta tuvo la apariencia de una serpiente, y, sin embargo, carecía de veneno, así también Él, cuando fue levantado en el madero de la cruz, tendría la apariencia de un pecador, pero estaría sin pecado. Así como todos los que miraban a la serpiente de bronce quedaron curados de mordedura de serpiente, todos aquellos que mirasen a Él con amor y fe serían sanados de la mordedura de la serpiente maligna.
No era suficiente que el Hijo de Dios bajase del cielo y apareciera como el Hijo del hombre, ya que sólo habría sido un gran maestro y un gran modelo a seguir, pero no un redentor. Para cumplir el propósito de su venida a este mundo era más importante que redimiera al hombre del pecado mientras se hallaba en su forma de carne humana. Los maestros cambian a las personas mediante su vida; nuestro Señor las cambiaría por medio de su muerte.
El veneno del odio, la sensualidad y la envida que se encuentra en el corazón de los hombres no podía curarse simplemente por medio de exhortaciones prudentes y reformas sociales. El salario del pecado es la muerte, y, por lo tanto, sólo por medio de la muerte había de realizarse la expiación por el pecado. Como en los antiguos sacrificios el fuego quemaba simbólicamente el pecado imputado juntamente con la víctima, así también en la cruz se destruiría el pecado del mundo por medo de los sufrimientos de Cristo, ya que Él estaría erguido como sacerdote y postrado como víctima.
Los dos estandartes que alguna vez fueron levantados fueron la serpiente de bronce y el Salvador crucificado. Y, con todo, había una profunda diferencia entre ambos. El teatro del uno fue el desierto, y el auditorio la humanidad entera. Del uno venía una curación corporal, que pronto desaparecería con la muerte; del otro fluía la salud del alma para la vida eterna. Y, con todo, el primero era prefiguración del segundo.
Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Jn 3, 16.
Aquella noche, en la que un anciano venia a ver al divino Maestro que asombró al mundo con sus milagros, nuestro Señor contó la historia de su vida. Una vida que no empezó en Belén, sino que existía desde toda la eternidad en la Divinidad. El Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del hombre porque el Padre le envió con la misión de rescatar al hombre por medio del amor.
Si hay algo que desee un buen maestro, es vivir muchos años para que su doctrina sea conocida, y adquirir sabiduría y experiencia. La muerte es siempre una tragedia para un gran maestro. Cuando a Sócrates se le dio a beber la cicuta, su mensaje fue interrumpido de una vez para siempre. La muerte fue un gravísimo tropiezo para Buda y su doctrina de la óctuple vía. El último suspiro de Lao-tse corrió una cortina sobre su doctrina referente al Tao o “no hacer nada”, así como contra la agresiva autodeterminación. Sócrates había enseñado que el pecado era debido a la ignorancia, y que, por lo tanto, el conocimiento haría un mundo bueno y perfecto. Los maestros orientales hablaban de que el hombre se hallaba aprisionado en cierta gran rueda del hado. De ahí la recomendación de Buda de que había que enseñar a los hombres a matar los deseos, y de esta manera encontrarían la paz. Cuando murió Buda, a los ochenta años, no señaló hacía sí mismo, sino a la ley que él había dado. La muerte puso fin a los preceptos morales de Confusio acerca de cómo perfeccionar un Estado por medio de amables relaciones mutuas entre príncipe y súbdito, padre e hijo, hermanos, marido y mujer, amigos.
En su conversación con Nicodemo, nuestro Señor se proclamó a sí mismo como Luz del mundo. Pero la parte más asombrosa de su enseñanza fue que dijo que nadie entendería su doctrina en tanto Él estuviera vivo, y que su muerte y resurrección serían esenciales para su comprensión. Ningún otro maestro del mundo dijo jamás que haría falta que él muriera de muerte violenta para que sus enseñanzas resultasen más inteligibles. Éste era un Maestro que ponía su doctrina tan en segundo lugar, que pudo llegar a decir que la única forma con que atraería a la gente hacia sí sería no por medio de su doctrina, no por medio de lo que decía, sino por medio de su crucifixión.
Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy.
Jn 8,28
No dijo que sería su doctrina lo que ellos entenderían entonces, sino más bien su personalidad. Sólo después que le hubieran dado muerte, entenderían que Él había hablado la Verdad. Su muerte, entonces, en vez de ser el último de una serie de fracasos, sería un éxito glorioso, el punto culminante de su misión sobre la tierra.
De ahí la gran diferencia que entre las estatuas y los cuadros de Buda y Cristo. Buda estás siempre sentado, con los ojos cerrados, las manos juntas sobre su cuerpo obeso. Cristo nunca está sentado; siempre aparece levantado, entronizado. Su persona y su muerte son el corazón y el alma de su doctrina. La cruz, y todo cuanto esta encierra, vuelve a constituir el centro de su vida.
(Mons. Fulto Shenn, Vida de Cristo, Barcelona, Ed. Herder, 1996, 93-95)
San Juan Crisóstomo
“Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve”
Pues no envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El (Juan III, 17).
MUCHOS de los que son más desidiosos, abusando de la divina clemencia, para multiplicar sus pecados y acrecentar su pereza, se expresan de este modo: No existe el infierno; no hay castigo alguno; Dios perdona todos los pecados. Cierto sabio les cierra la boca diciendo: No digas: Su compasión es grande. El me perdonará la multitud de mis pecados. Porque en El hay misericordia, pero también hay cólera y en los pecadores desahoga su furor. Y también: Tan grande como su misericordia es su severidad.
Dirás que en dónde está su bondad si es que recibiremos el castigo según la magnitud de nuestros pecados. Que recibiremos lo que merezcan nuestras obras, oye cómo lo testifican el profeta y Pablo. Dice el profeta: Tú darás a cada uno conforme a sus obras; y Pablo: El cual retribuirá a cada uno según sus obras. Ahora bien, que la clemencia de Dios sea grande se ve aun por aquí: que dividió la duración de nuestra vida en dos partes; una de pelea y otra de coronas. ¿Cómo se demuestra esa clemencia? En que tras de haber nosotros cometido infinitos pecados y no haber cesado de manchar con crímenes nuestras almas desde la juventud hasta la ancianidad, no nos ha castigado, sino que mediante el baño de regeneración nos concede el perdón; y más aún, nos da la justicia de la santificación.
Instarás: mas si alguno participó en los misterios desde su primera edad, pero luego cayó en innumerables pecados ¿qué? Ese tal queda constituido reo de mayores castigos. Porque no sufrimos iguales penas por iguales pecados, sino que serán mucho más graves si después de haber sido iniciados nos arrojamos a pecar. Así lo indica Pablo con estas palabras: Quien violó la ley de Moisés, irremisiblemente es condenado a muerte, bajo la deposición de dos o tres testigos. Pues ¿de cuánto mayor castigo juzgáis que será merecedor el que pisoteó al Hijo de Dios y profanó deliberadamente la sangre de la alianza con que fue santificado y ultrajó al Espíritu de la gracia?
Para este tal Cristo abrió las puertas de la penitencia y le dio muchos medios de lavar sus culpas, si él quiere. Quiero yo que ponderes cuán firme argumento de la divina clemencia es el perdonar gratuitamente; y que tras de semejante favor no castigue Dios al pecador con la pena que merecía, sino que le dé tiempo de hacer penitencia. Por tal motivo Cristo dijo a Nicodemo: No envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El. Porque hay dos venidas de Cristo: una que ya se verificó; otra que luego tendrá lugar. Pero no son ambas por el mismo motivo. La primera fue no para condenar nuestros crímenes, sino para perdonarlos; la segunda no será para perdonarlos sino para juzgarlos.
Por lo cual de la primera dice: Yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. De la segunda dice: Cuando venga el Hijo del Hombre en la gloria de su Padre, separará las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda. E irán unos a la vida, otras al eterno suplicio. Sin embargo, también la primera venida era para juicio, según lo que pedía la justicia. ¿Por qué? Porque ya antes de esa venida existía la ley natural y existieron los profetas y también la ley escrita y la enseñanza y mil promesas y milagros y castigos y otras muchas cosas que podían llevar a la enmienda. Ahora bien: de todo eso era necesario exigir cuentas. Pero como Él es bondadoso, no vino a juzgar sino a perdonar. Si hubiera entrado en examen y juicio, todos los hombres habrían perecido, pues dice: Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios. ¿Adviertes la suma clemencia?
El que cree en el Hijo no es condenado. Mas quien no cree, queda ya condenado. Dirás: pero, si no vino para condenar al mundo ¿cómo es eso de que el que no cree ya queda condenado? Porque aún no ha llegado el tiempo del juicio. Lo dice o bien porque la incredulidad misma sin arrepentimiento ya es un castigo, puesto que estar fuera de la luz es ya de por sí una no pequeña pena; o bien como una predicción de lo futuro. Así como el homicida, aun cuando aún no sea condenado por la sentencia del juez, está ya condenado por la naturaleza misma de su crimen, así sucede con el incrédulo.
Adán desde el día en que comió del árbol quedó muerto; porque así estaba sentenciado: En el día en que comiereis del árbol, moriréis. Y sin embargo, aún estaba vivo. ¿Cómo es pues que ya estaba muerto? Por la sentencia dada y por la naturaleza misma de su pecado. Quien se hace reo de castigo, aunque aún no esté castigado en la realidad, ya está bajo el castigo a causa de la sentencia dada. Y para que nadie, al oír: No he venido a condenar al mundo, piense que puede ya pecar impunemente y se torne más desidioso, quita Cristo ese motivo de pereza añadiendo: Ya está juzgado. Puesto que aún no había llegado el juicio futuro, mueve a temor poniendo por delante el castigo. Y esto es cosa de gran bondad: que no sólo entregue su Hijo, sino que además difiera el tiempo del castigo, para que pecadores e incrédulos puedan lavar sus culpas.
Quien cree en el Hijo no es condenado. Dice el que cree, no el que anda vanamente inquiriendo; el que cree, no el que mucho escruta. Pero ¿si su vida está manchada y no son buenas sus obras? Pablo dice que tales hombres no se cuentan entre los verdaderamente creyentes y fieles: Hacen profesión de conocer a Dios, mas reniegan de El con sus obras. Por lo demás, lo que aquí declara Cristo es que no se les condena por eso, sino que serán más gravemente castigados por sus culpas; y que la causa de su infidelidad consistió en que pensaban que no serían castigados.
¿Adviertes cómo habiendo comenzado con cosas terribles, termina con otras tales? Porque al principio dijo: El que no renaciere de agua y Espíritu, no entrará en el reino de Dios; y aquí dice: El que no cree en el Hijo ya está condenado. Es decir: no pienses que la tardanza sirve de algo al que es reo de pecados, a no ser que se arrepienta y enmiende. Porque el que no crea en nada difiere de quienes están ya condenados y son castigados. La condenación está en esto: vino la Luz al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz. Es decir que se les castiga porque no quisieron abandonar las tinieblas y correr hacia la Luz. Con estas palabras quita toda excusa. Como si les dijera: Si yo hubiera venido a exigir cuentas e imponer castigos, podrían responder que precisamente por eso me huían. Pero no vine sino para sacarlos de las tinieblas y acercarlos a la luz. Entonces ¿quién será el que se compadezca de quien rehúsa salir de las tinieblas y venir a la luz? Dice: Siendo así que no se me puede reprochar, sino al revés, pues los he colmado de beneficios, sin embargo se apartan de mí.
Por tal motivo en otra parte dice, acusándolos: Me odiaron de valde; y también: Si no hubiera venido y no les hubiera hablado no tendrían pecado. Quien falto de luz permanece sentado en las tinieblas, quizá alcance perdón; pero quien a pesar de haber llegado la luz, permanece sentado en las tinieblas, da pruebas de una voluntad perversa y contumaz. Y luego, como lo dicho parecía increíble a muchos —puesto que no parece haber quien prefiera las tinieblas a la luz—, pone el motivo de hallarse ellos en esa disposición. ¿Cuál es? Dice: Porque sus obras eran perversas. Y todo el que obra perversamente odia la luz y no se llega a la luz para que no le echen en rostro sus obras.
Ciertamente no vino Cristo a condenar ni a pedir cuentas, sino a dar el perdón de los pecados y a donarnos la salvación mediante la fe. Entonces ¿por qué se le apartaron? Si Cristo se hubiera sentado en un tribunal para juzgar, habrían tenido alguna excusa razonable; pues quien tiene conciencia de crímenes suele huir del juez; en cambio suelen correr los pecadores hacia aquel que reparte perdones. De modo que habiendo venido Cristo a perdonar, lo razonable era que quienes tenían conciencia de infinitos pecados, fueran los que principalmente corrieran hacia El, como en efecto muchos lo hicieron: Pecadores y publicanos se le acercaron y comían con El.
Entonces ¿qué sentido tiene el dicho de Cristo? Se refiere a los que totalmente se obstinaron en permanecer en su perversidad. Vino El para perdonar los pecados anteriores y asegurarlos contra los futuros. Mas como hay algunos en tal manera muelles y disolutos y flojos para soportar los trabajos de la virtud, que se empeñan en perseverar en sus pecados hasta el último aliento y jamás apartarse de ellos, parece ser que a éstos es a quienes fustiga y acomete. Como el cristianismo exige juntamente tener la verdadera doctrina y llevar una vida virtuosa, temen, dice Jesús, venir a Mí porque no quieren llevar una vida correcta.
A quien vive en el error de los gentiles, nadie lo reprenderá por sus obras, puesto que venera a semejantes dioses y celebra festivales tan vergonzosos y ridículos como lo son los dioses mismos; de modo que demuestra obras dignas de sus creencias. Pero quienes veneran a Dios, si viven con semejante desidia, todos los acusan y reprenden: ¡tan admirable es la verdad aun para los enemigos de ella! Advierte, en consecuencia, la exactitud con que Jesús se expresa. Pues no dice: el que obra mal no viene a la luz; sino el que persevera en el mal; es decir, el que quiere perpetuamente enlodarse y revolcarse en el cieno del pecado, ese tal rehúsa sujetarse a mi ley. Por lo mismo se coloca fuera de ella y sin freno se da a la fornicación y practica todo cuanto está prohibido. Pues si se acerca, le sucede lo que al ladrón, que inmediatamente queda al descubierto. Por tal motivo rehúye mi imperio.
A muchos gentiles hemos oído decir que no pueden acercarse a nuestra fe porque no pueden abstenerse de la fornicación, la embriaguez y los demás vicios. Entonces ¿qué?, dirás. ¿Acaso no hay cristianos que no viven bien y gentiles que viven virtuosamente? Sé muy bien que hay cristianos que cometen crímenes; pero que haya gentiles que vivan virtuosamente, no me es tan conocido. Pero no me traigas acá a los que son naturalmente modestos y decentes, porque eso no es virtud. Tráeme a quienes andan agitados de fuertes pasiones y sin embargo viven virtuosamente. ¡No lo lograrás!
Si la promesa del reino, si la conminación de la gehenna y otros motivos parecidos apenas logran contener al hombre en el ejercicio de la virtud, con mucha mayor dificultad podrán ejercitarla los que en nada de eso creen. Si algunos simulan la virtud, lo hacen por vanagloria; y en cuanto puedan quedar ocultos ya no se abstendrán de sus deseos perversos y sus pasiones. Pero, en fin, para no parecer rijosos, concedamos que hay entre los gentiles algunos que viven virtuosamente. Esto en nada se opone a nuestros asertos. Porque han de entenderse de lo que ordinariamente acontece y no de lo que rara vez sucede. Mira cómo Cristo, también por este camino, les quita toda excusa. Porque afirma que la Luz ha venido al mundo. Como si dijera: ¿acaso la buscaron? ¿Acaso trabajaron para conseguirla? La Luz vino a ellos, pero ellos ni aun así corrieron hacia ella.
Pero como pueden oponernos que también haya cristianos que viven mal, les contestaremos que no tratamos aquí de los que ya nacieron cristianos y recibieron de sus padres la auténtica piedad; aun cuando luego quizá por su vida depravada hayan perdido la fe. Yo no creo que aquí se trate de éstos, sino de los gentiles y judíos que debían haberse convertido a la fe verdadera. Porque declara Cristo que ninguno de los que viven en el error quiere acercarse a la fe, si no es que primeramente se imponga un método de vida correcto; y que nadie permanecerá en la incredulidad, si primero no se ha determinado a permanecer en la perversidad. Ni me alegues que, a pesar de todo, ese tal es casto y no roba, porque la virtud no consiste en solas esas cosas. ¿Qué utilidad saca ése de practicar tales cosas pero en cambio anda ambicionando la vanagloria y por dar gusto a sus amigos permanece en el error? Es necesario vivir virtuosamente. El esclavo de la vanagloria no peca menos que el fornicario. Más aún: comete pecados más numerosos y mucho más graves. ¡Muéstrame entre los gentiles alguno libre de todos los pecados y vicios! ¡No no lograrás!
Los más esclarecidos de entre ellos; los que despreciaron las riquezas y los placeres del vientre, según se cuenta fueron los que especialísimamente se esclavizaron a la vanagloria: esa que es causa de todos los males. Así también los judíos perseveraron en su maldad. Por lo cual reprendiéndolos les decía Jesús: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros? ¿Por qué a Natanael, al cual anunciaba la verdad, no le habló en esta forma ni usó con él de largos discursos? Porque Natanael no se le había acercado movido de semejante anhelo de gloria vana. Por su parte Nicodemo pensaba que debía acercarse e investigar; y el tiempo que otros gastan en el descanso él lo ocupó en escuchar la enseñanza del Maestro. Natanael se acercó a Jesús por persuasiones de otro. Sin embargo, tampoco prescindió en absoluto de hablarle así, pues le dijo: Veréis los Cielos abiertos y a los ángeles de Dios subir y bajar al servicio del Hijo del hombre. A Nicodemo no le dijo eso, sino que le habló de la Encarnación y de la vida eterna, tratando con cada uno según la disposición de ellos.
A Natanael, puesto que conocía los profetas y no era desidioso, le bastaba con oír aquello. Pero a Nicodemo, que aún se encontraba atado por cierto temor, no le revela al punto todas las cosas, sino que va despertando su mente a fin de que excluya un temor mediante otro temor; diciéndole que quien no creyere será condenado y que el no creer proviene de las malas pasiones. Y pues tenía Nicodemo en mucho la gloria de los hombres y la estimaba más que el ser castigado —pues dice Juan: Muchos de los principales creyeron en El, pero por temor a los judíos no se atrevían a confesarlo—, lo estrecha por este lado y le declara no ser posible que quien no cree en El no crea por otro motivo sino porque lleva una vida impura. Y más adelante dijo: Yo soy la luz. Pero aquí solamente dice: La Luz vino al mundo. Así procedía: al principio hablaba más oscuramente; después lo hacía con mayor claridad. Sin embargo, Nicodemo se encontraba atado a causa de la fama entre la multitud y por tal motivo no se manejaba con la libertad que convenía.
Huyamos, pues, de la gloria vana, que es el más vehemente de todos los vicios. De él nacen la avaricia, el apego al dinero, los odios y las guerras y las querellas. Quien mucho ambiciona ya no puede tener descanso. No ama las demás cosas en sí mismas, sino por el amor a la propia gloria. Yo pregunto: ¿por qué muchos despliegan ese fausto en escuadrones de eunucos y greyes de esclavos? No es por otro motivo sino para tener muchos testigos de su importuna magnificencia. De modo que si este vicio quitamos, juntamente con esa cabeza acabaremos también con sus miembros, miembros de la iniquidad; y ya nada nos impedirá que habitemos en la tierra como si fuera en el Cielo.
Porque ese vicio no impele a quienes cautiva únicamente a la perversidad, sino que fraudulentamente se mezcla también en la virtud; y cuando no puede derribarnos de la virtud, acarrea dentro de la virtud misma un daño gravísimo, pues obliga a sufrir los trabajos y al mismo tiempo priva del fruto de ellos. Quien anda tras de la vanagloria, ya sea que ejercite el ayuno o la oración o la limosna, pierde toda la recompensa. Y ¿qué habrá más mísero que semejante pérdida? Es decir esa pérdida que consiste en destrozarse en vano a sí mismo, tornarse ridículo y no obtener recompensa alguna, y perder la vida eterna.
Porque quien ambas glorias ansía no puede conseguirlas. Pero sí podemos conseguirlas si no anhelamos ambas, sino únicamente la celestial. Quien ama a entrambas, no es posible que consiga entrambas. En consecuencia, si queremos alcanzar gloria, huyamos de la gloria humana y anhelemos la que viene de solo Dios: así conseguiréis ambas glorias. Ojalá gocemos de ésta, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. —Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, homilía XXVIII (XXVII), Tradición S.A. México 1981 (t. 1), pág. 228-35)
Guión IV Domingo de Cuaresma
10 de marzo de 2024 – CICLO B
Entrada
Toda cuaresma converge hacia el Crucificado. Él es el signo que el Padre levanta en medio del desierto de este mundo. Y se trata de mirarle a Él. Pero mirarle con fe, con una mirada contemplativa y con un corazón contrito y humillado. En Cristo se nos descubre el infinito amor de Dios, ese amor increíble, desconcertante.
Primera lectura
Los isrealitas al mirar la serpiente de bronce quedaban curados, así también nosotros debemos mirar a Cristo levantado en Cruz.
Segunda lectura
Hemos sido salvados por la gracia de Dios cuando estábamos muertos por nuestros pecados.
Evangelio
Jesucristo es la Luz que vino al mundo para disipar las tinieblas del pecado. Feliz el que cree en Él y obra conforme a la verdad.
Preces:
Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por Él. Pidámosle entonces con confianza.
A cada intención respondemos…
* Por el Santo Padre, para que sus enseñanzas sean acogidas dócilmente por todos los hombres, y por la Iglesia entera que peregrina hacia la Pascua, para que el espíritu de Dios la asocie íntimamente a Cristo su Redentor. Oremos…
* Por el ecumenismo entre ortodoxos y católicos, para que ambos trabajen en la defensa y afirmación de los valores cristianos y que esto contribuya también en la solución de los problemas que existen entre las dos Iglesias. Oremos…
* Para que todos los hombres e instituciones tengan presente el derecho a la libertad de expresión y el derecho a ser respetados en los sentimientos religiosos para convivir armoniosamente. Oremos…
* Por los que son profesionales en los medios de comunicación, para que hagan de ellos un servicio a la verdad y una manera legítima de promover la paz apoyando al matrimonio y a la familia. Oremos…
* Por todos los jóvenes; que en este período de preparación para la pasión, muerte y resurrección de Cristo, sepan imitar la adhesión filial de Jesús a la voluntad del Padre. Oremos…
Dios, Tú que eres rico en misericordia ayúdanos con tu fuerza. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio
Queremos ser trigo de Cristo inmolándonos en el ara de la cruz, para que Él nos ofrezca al Padre.
* En estos cirios queremos presentar nuestros deseos de entregarnos sin reserva a Cristo.
*Junto con este pan y vino, presentamos las obras de nuestras manos que unimos a la gran obra de la Redención.
Comunión
“Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por Él.”
Salida
La Madre de Dios, llena de misericordia, en su delicado amor nos hace ligera toda tribulación y nos conduce suavemente hasta el gozo de la Pascua eterna.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Ejemplos de Penitencia y oración
Atila, el azote de Dios, después de haber devastado media Europa, pasa el Rhin a la cabeza de seiscientos mil bárbaros. El mundo de Occidente creyó llegado su fin. El torrente devastador lo arrasa todo a su paso. Los campos eran destruidos, las iglesias derruidas y el clero asesinado. Ya había caído Reims en poder de los bárbaros y corrió la voz de que marchaba hacia París. El terror llegó a su colmo en la ciudad. Los vecinos, más ricos se apresuraban a amontonar en carretas lo que tenían de más valor, y todos querían huir y buscar refugio en otras ciudades.
Pero Santa Genoveva, se presenta en la ciudad y animada por el espíritu de Dios se esfuerza en tranquilizarlos.
—Si hacéis penitencia de vuestros, pecados y apaciguáis la cólera divina —les decía— estaréis más seguros que en las ciudades donde queréis buscar refugio; los enemigos no vendrán siquiera a sitiarlas.
Algunas personas, persuadidas por sus discursos, empezaron a unirse a ella, a fin de pasar los días y las noches en oración en la iglesia. Pero la mayor parte la trataron de bruja que con sus visiones ridículas impedía, según decían ellos, a sus conciudadanos, salvarse; y añadían que iba a entregarlo todo a los bárbaros y a la ruina.
El populacho amotinado hablaba ya de asesinar a la Santa, cuando llegó el arcediano de San Germán de Auxerres que llevaba a Genoveva la Eucaristía que el Obispo al morir enviaba a la Santa como testimonio de su bendición. En nombre del Obispo, el arcediano apaciguó al pueblo. Genoveva fue aclamada y los parisienses se quedaron en la ciudad.
No tardaron en saber que Atila, cambiando de dirección, había sido derrotado en Orleans y en Chalons sur Marne. París ni siquiera vio al enemigo, pero a no ser por la penitencia de Genoveva y del pueblo, ¡quién sabe si esta ciudad desierta y arruinada, abandonada para siempre, no sería hoy sino una isla pantanosa en lugar de ser una de las más grandes capitales de París!
La penitencia salva a los pueblos como a los hombres. Hoy más que nunca resuena poderosa sobre la pobre Humanidad materializada la voz de la Sagrada Escritura: “¡Si no hiciereis penitencia todos del mismo modo pereceréis!”
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 136)