PRIMERA LECTURA
El leproso vivirá apartado
y su morada estará fuera del campamento
Lectura del libro del Levítico 13. 1-2. 45-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
Cuando aparezca en la piel de una persona una hinchazón, una erupción o una mancha lustrosa, que hacen previsible un caso de lepra, la persona será llevada al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes.
La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: «¡Impuro, impuro!». Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento.
Palabra de Dios.
Salmo Responsorial 31, 1-2. 5. 11
R. ¡Me alegras con tu salvación, Señor!
¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado
y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,
y en cuyo espíritu no hay doblez! R.
Pero yo reconocí mi pecado,
no te escondí mi culpa,
pensando: «Confesaré mis faltas al Señor».
¡ Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado! R.
¡Alégrense en el Señor,
regocíjense los justos!
¡Canten jubilosos
los rectos de corazón! R.
SEGUNDA LECTURA
Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 10,31-11, 1
Hermanos:
Sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios.
No sean motivo de escándalo ni para los judíos ni para los paganos ni tampoco para la Iglesia de Dios.
Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse.
Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo.
Palabra de Dios.
ALELUIA Lc 7, 1 6
Aleluia.
Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros
y Dios ha visitado a su Pueblo.
Aleluia.
Evangelio
La lepra desapareció y quedó purificada
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 40-45
Se le acercó un leproso a Jesús para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.
Palabra del Señor
R. P. José María Solé Roma, C. M. F.
Sobre la Primera Lectura (Levítico 13, 1-2. 44-46)
El Legislador Yahvista codifica unas normas religiosas y sociales acerca de la lepra:
– La ‘lepra’, impureza legal: Los antiguos calificaban como ‘lepra’ diversas afecciones cutáneas. Y en el pueblo de la Alianza constituían ‘impureza’. Impedían, por tanto, el culto ritual y la asistencia al Templo (Lv 12, 4), y toda participación en convites sagrados. Y en razón del peligro de contagio, el leproso debía aislarse y alejarse de toda convivencia social. Si su mísero y repugnante aspecto no le delataban bastante, a presencia de cualquier transeúnte debía él alertarle gritando: ‘ ¡Impuro! ¡Impuro!’ (45). Pertenecía a los sacerdotes, custodios de la pureza ritual de la Alianza, diagnosticar acerca de los casos de lepra, dictar precauciones para evitar el contagio, y reintegrar al leproso ciertamente curado a la convivencia cultural y social.
– La ‘lepra’ signo de pecado: Era fácil, tras considerar la lepra impureza legal, considerarla asimismo castigo y signo del pecado. El pecado es castigado con lepra o úlceras cutáneas en la sexta plaga de Egipto (Ex 9, 9), en la murmuración de Aarón y María contra Moisés (Nm 12, 10); y el mismo ‘Siervo de Yahvé’, por llevar sobre Sí todos los pecados, será ‘despreciable y desecho de los hombres, leproso a quien se vuelve el rostro, desastrado en todo su aspecto y despreciado’ (Is 53, 3).
– La curación de los ‘leprosos’ signo Mesiánico: Si la ‘lepra’ llegó a ser símbolo de miseria corporal y espiritual, de dolor y de pecado, no es extraño que Jesús, como ‘signo’ de su misión redentora, realice con frecuencia el milagro de curar leprosos (Mt 8, 1; Lc 17, 11); y presente estas curaciones por Él obradas como testimonio de que se inició la Era Mesiánica, la Era del perdón del pecado y de la efusión de la Gracia: ‘Los ciegos ven, los leprosos quedan limpios, se anuncia el Evangelio a los pobres’ (Mt 11, 5).
Sobre la Segunda Lectura (1 Corintios 10, 31-11, 1)
San Pablo cierra el largo estudio que dedicó al problema de las carnes inmoladas a los ídolos y luego presentadas a la mesa (cc. 8-10), con unas normas breves y prácticas:
– La primera y suprema norma es que en todo busquen la gloria de Dios. No puede, por tanto, un cristiano tomar parte en convites idolátricos (20-22): ‘No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios’ (21). El cristiano no sólo debe negarse a cuanto de cerca o de lejos sea injurioso a Dios, sino que positivamente debe orientarlo todo a gloria de Dios: ‘Y todo cuanto hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por Él a Dios Padre’ (Col 3, 17). Todo, pues, aun las cosas más triviales, debe ser a gloria de Dios: ‘Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo a gloria de Dios’ (31).
– Otro freno pone Pablo a la libertad: Nunca podemos escandalizar al prójimo a título de que usamos de un derecho o de que no está prohibido lo que hacemos (32). Pablo concede al cristiano ilustrado libertad para comer tranquilamente de cuanto le pongan en la mesa (27). Pero puede haber quienes se escandalicen por su conciencia deformada o débil. El caso era frecuente entre los primeros convertidos. Convertidos del judaísmo que no acababan de superar las leyes mosaicas sobre alimentos puros e impuros. Convertidos del paganismo que, invitados a una fiesta por amigos aún paganos, veían traer a la mesa carnes inmoladas a los ídolos (27). Pablo, que sólo considera pecado el banquete sagrado idolátrico, exige asimismo que por caridad con los de conciencia débil, se abstengan todos de cuanto pueda escandalizar o molestar al prójimo: ‘No todo edifica. Que nadie busque su propio interés, sino el de los demás’ (23).
– Y finalmente les pone a la vista su propio proceder. Pablo no busca su comodidad, gusto o interés, sino el bien de los demás: ‘Para que se salven’ (31). Nadie tan libre y tan valiente heraldo de libertad como Pablo; pero nadie tan al servicio de todos en caridad: ‘Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los que están bajo la Ley (judíos) me he hecho como quien está bajo la Ley aun sin estarlo para ganar a los que están bajo ella. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo para todos’ (19. 21). Lo que hoy llamamos ‘tensiones’ eclesiales no son sino problemas de caridad: ‘Dios, que nos quieres partícipes de un Pan y de un Cáliz, danos vivir unificados en Cristo y así fructificar gozosos la Salvación del mundo’ (Postcom.).
Sobre el Evangelio (Marcos 1, 40-45)
Los tres Sinópticos nos narran esta curación como signo de la misión Mesiánica de Jesús:
– Los milagros que realiza Jesús tienen siempre significación espiritual. Dado que todos en la lepra veían un símbolo y castigo del pecado, al curar Jesús a los leprosos nos orienta a comprender su misión Redentora. Él ha venido a redimirnos y limpiarnos de la lepra del pecado.
– Según prescripción de la Ley mosaica pertenece al sacerdote diagnosticar la curación de los leprosos. Jesús ordena que el recién curado cumpla esta norma. Al tiempo que se muestra respetuoso con la Ley y con los derechos de los sacerdotes, el milagro queda público y diáfano.
– El milagro de Jesús ha sido corporal y espiritual a la vez. El alma del leproso se abre plenamente a la Obra Salvífica de Jesús. El leproso curado considera un deber de gratitud publicar a grandes voces y por todo el país el favor recibido (45). Y nosotros, que ‘errábamos como ciegos y estábamos manchados, y como a leprosos nos gritaban: ¡Apartaos! ¡Un impuro!’ (Lam 3, 13), ahora que ‘con sus llagas hemos sido curados’ (Is 53, 5), vivamos en ‘gloria de Dios, que nos agració en el Amado’ (Ef 1, 6).
Xavier Leon-Dufour
“Lepra”
Con la lepra propiamente dicha (negas’, palabra que significa en primer lugar “llaga, golpe”) reúne la Biblia bajo diferentes nombres diversas afecciones cutáneas particularmente contagiosas e incluso el moho de los vestidos y de las paredes (Lev 13, 47…; 14,33…).
1. La lepra, impureza y castigo divino. Para la ley es la lepra una impureza contagiosa; así el.leproso es excluido de la comunidad hasta su curación y su *purificación ritual, que exige un sacrificio por el *pecado (Lev 13-14). Esta lepra es la “plaga” por excelencia con que Dios hiere (naga’) a los pecadores. A Israel se le amenaza con ella (Dt 28, 27.35). Los egipcios son víctimas de la misma (Éx 9,9ss), así como Miriam (Núm 12,10-15) y Ozías (2Par 26,19-23). Es,, pues, en principio signo del pecado. Sin embargo, si el siervo doliente es herido (nagua’); Vulg. leprosum) por Dios de modo que las gentes se apartan de él como de un leproso, es que, aunque inocente, carga con los pecados de los hombres, que serán sanados por sus llagas (Is 53,3-12).
2. La curación de los leprosos. Puede ser natural, pero puede también producirse por milagro, como la de Naamán en las aguas del Jordán (2Re 5), signo de la benevolencia divina y del poder profético. Cuando Jesús cura a los leprosos (Mt 8,1-4 p; Le 17,11-19), triunfa de la llaga por excelencia ; cura de ella a los hombres, cuyas *enfermedades toma sobre sí (Mt 8,17). Purificando a los leprosos y reintegrándolos a la comunidad, cancela con un gesto milagroso la separación entre puro e impuro. Si todavía prescribe las ofrendas legales, lo hace a título de testimonio: de esta manera los sacerdotes comprobarán su respeto a la ley al mismo tiempo que su poder milagroso. Junto con otras curaciones, la de los leprosos es, por tanto, un signo de que él es sin duda “el que ha de venir” (Mt 11,5 p). Así los doce, enviados por él en misión, reciben la orden y el poder de mostrar con este signo que el reino de Dios está presente (Mt 10,8).
“Puro”
(…)
II. HACIA LA NOCIÓN DE PUREZA MORAL. 1. Los profetas proclaman constantemente que ni las abluciones, ni los *sacrificios tienen valor en sí si no comportan una purificación interior (Is 1,15ss; 29,13; cf. Os 6,6; Am 4,1-5; Jer 7,21ss). No por eso desaparece el aspecto cultual (Is 52, 11), pero la verdadera impureza que contamina al hombre se revela en su fuente misma, en el *pecado; las impurezas legales sólo son una imagen exterior de la misma (Ez 36, 17s). Hay una impureza esencial al hombre, de la que sólo Dios puede purificarlo (Is 6,5ss). La purificación radical de los *labios, del *corazón, de todo el ser forma parte de las promesas mesiánicas : “Derramaré sobre vosotros un agua pura y seréis purificados de todas vuestras impurezas” (Ez 36,25s; cf. Sof 3,9; Is 35,8; 52,2).
2. Los sabios caracterizan la condición requerida para agradar a Dios, por la pureza de las manos, del corazón, de la frente, de la oración (Job 11,4.14s; 16,17; 22,30), por tanto por una conducta moral irreprochable. Los sabios, no obstante, tienen conciencia de una impureza radical del hombre delante de Dios (Pros, 20,9; Job 9,30s); es una presunción creerse uno puro (Job 4,17). Sin embargo, el sabio se esfuerza en profundizar moralmente la pureza, cuyo aspecto sexual comienza a acentuarse; Sara se conservó pura (Tob 3,14), al paso que los paganos están entregados a una impureza degradante (Sab 14,25).
3. En los salmistas se ve afirmarse más y más, en un marco cultual, la preocupación por la pureza moral. El amor de Dios se vuelve hacia los corazones puros (Sal 73,1). El acceso al santuario se reserva al hombre de manos inocentes, de corazón puro (Sal 24.4), y Dios retribuye las manos puras del que practica la *justicia (Sal 18,21.25). Pero como sólo él puede dar esta pureza, se le suplica que purifique los corazones. El Miserere manifiesta el efecto moral de la purificación que espera de Dios solo. “Lávame de toda malicia…, purifícame con el hisopo y seré puro.” Más aún: recogiendo la herencia de Ezequiel (36,25s) y coronando la tradición del AT, exclama : ” ¡Oh Dios! crea en mí un corazón puro” (Sal 51,12), oración tan espiritual que el creyente del NT puede adoptarla literalmente.
NT. I. LA PUREZA SEGÚN LOS EVANGELIOS. 1. La tendencia legalista subsiste todavía en la época de Jesús y remacha la ley acentuando las condiciones materiales de la pureza: abluciones repetidas (Me 7,3s), lavados minuciosos (Mt 23,25), huida de los pecadores que propagan la impureza (Mc 2,15ss), señales puestas en las tumbas para evitar las contaminaciones por inadvertencia (Mt 23,27).
2. Jesús hace observar ciertas reglas de pureza legal (Mc 1,43s) y en un principio parece condenar solamente los excesos de las observancias sobreañadidas a la ley (Mc 7,6-13). Sin embargo, acaba por proclamar que la única pureza es la interior (Mc 7,14-23 p): “Nada de lo que entra de fuera en el hombre puede mancharlo…, porque de dentro, del corazón del hombre proceden los malos deseos.” En este sentido también los demonios pueden llamarse “espíritus impuros” (Mc 1,23; Lc 9,42). Esta enseñanza liberadora de Jesús era tan nueva que los discípulos tardarán bastante en comprenderla.
3. Jesús otorga su intimidad a los que se dan a él en la *simplicidad de la fe y del amor, a los “corazones puros” (Mt 5,8). Para *ver a Dios, para presentarse a él, no ya en su templo de Jerusalén, sino en su *reino, no basta la misma pureza moral. Precisa la presencia activa del Señor en la existencia; sólo entonces es el hombre radicalmente puro. Jesús dice así a sus Apóstoles: “Dios os ha purificado gracias a la palabra que yo os he anunciado” (Jn 15,3). Y todavía más claramente: “El que se ha bañado no necesita lavarse, está todo limpio; vosotros también estáis limpios” (Jn 13,10).
II. LA DOCTRINA APOSTÓLICA. 1. Más allá de la división entre puro e impuro. Fue necesaria una intervención sobrenatural para que de la palabra de Cristo sacara Pedro esta triple conclusión: ya no hay *alimento impuro (Act 10,15; 11,9); los mismos incircuncisos no están mancillados (Act 10,28); ahora ya Dios purifica por la *fe los corazones de los paganos (Act 15,9). Por su parte Pablo, armado con la enseñanza de Jesús (cf. Mc 7), declara osadamente que para el cristiano “nada es en sí impuro” (Rom 14,14). Habiendo ya pasado el régimen de la antigua ley, las observancias de pureza se convierten en “elementos sin fuerza”, de los que Cristo nos ha liberado (Gál 4,3.9; Col 2,16-23). “La realidad está en el cuerpo de Cristo” (Col 2,17), pues su cuerpo resucitado es germen de un nuevo universo.
2. Los ritos incapaces de purificar el ser interior los sustituyó Cristo por su *sacrificio plenamente eficaz (Heb 9; 10); purificados del pecado por la sangre de Jesús (1Jn 1, 7.9), esperamos tener un puesto entre los que “blanquearon sus vestiduras en la sangre del cordero” (Ap 7,14). Esta purificación radical se actualiza por el rito del *bautismo que deriva su eficacia de la *cruz: “Cristo se entregó por la Iglesia a fin de santificarla purificándola por el baño de agua” (Ef 5,26). Mientras las antiguas observancias no obtenían sino una purificación completamente exterior, las *aguas del *bautismo nos limpian de toda mancha asociándonos a Jesucristo resucitado (1Pe 3, 21s). Ciertamente somos purificados por la, esperanza en Dios, quien por Cristo nos ha hecho sus hijos (1Jn 3,3).
3. La transposición del plano ritual al plano de la salud espiritual se expresa particularmente en la I.a epístola a los Corintios, en la que Pablo invita a los cristianos a expulsar de su vida la “levadura vieja” y a reemplazarla por “los ázimos de pureza y de verdad” (1Cor 5,8; cf. Sant 4,8). El cristiano debe purificarse de toda impureza de cuerpo y de espíritu para acabar así la obra de su santificación (2Cor 7,1). El aspecto moral de esta pureza está más desarrollado en las epístolas pastorales. “Todo es puro para los puros” (Tit 1,15), pues ahora ya nada cuenta delante de Dios sino la disposición profunda de los corazones regenerados (cf. lTim 4, 4). La caridad cristiana brota de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera (lTim 1,5; cf. 5,22). Pablo mismo da gracias a Dios por servirle con una conciencia pura (2Tim 1,3), como también pide a sus discípulos un corazón puro del que broten la justicia, la fe, la caridad, la paz (2Tim 2,22; cf. lTim 3,9).
Finalmente, lo que permite al cristiano practicar una conducta moral irreprochable es el hecho de estar consagrado al culto nuevo en el Espíritu: lo contrario de la impureza es la *santidad (ITes, 4,7s; Rom 6, 19). La pureza moral que preconizaba ya el AT se requiere siempre (F1p 4,8), pero su valor depende sólo de que conduce al encuentro de Cristo el día último de su retorno (Flp 1,10).
(LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001)
Benedicto XVI
“Quiero, queda limpio”
(Ángelus del domingo 15 de febrero de 2009)
En estos domingos, el evangelista san Marcos ha ofrecido a nuestra reflexión una secuencia de varias curaciones milagrosas. Hoy nos presenta una muy singular, la de un leproso sanado (cf. Mc 1, 40-45), que se acercó a Jesús y, de rodillas, le suplicó: “Si quieres, puedes limpiarme”. Él, compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: “Quiero: queda limpio”. Al instante se verificó la curación de aquel hombre, al que Jesús pidió que no revelara lo sucedido y se presentara a los sacerdotes para ofrecer el sacrificio prescrito por la ley de Moisés. Aquel leproso curado, en cambio, no logró guardar silencio; más aún, proclamó a todos lo que le había sucedido, de modo que, como refiere el evangelista, era cada vez mayor el número de enfermos que acudían a Jesús de todas partes, hasta el punto de obligarlo a quedarse fuera de las ciudades para que la gente no lo asediara.
Jesús le dijo al leproso: “Queda limpio”. Según la antigua ley judía (cf. Lv 13-14), la lepra no sólo era considerada una enfermedad, sino la más grave forma de “impureza” ritual. Correspondía a los sacerdotes diagnosticarla y declarar impuro al enfermo, el cual debía ser alejado de la comunidad y estar fuera de los poblados, hasta su posible curación bien certificada. Por eso, la lepra constituía una suerte de muerte religiosa y civil, y su curación una especie de resurrección.
En la lepra se puede vislumbrar un símbolo del pecado, que es la verdadera impureza del corazón, capaz de alejarnos de Dios. En efecto, no es la enfermedad física de la lepra lo que nos separa de él, como preveían las antiguas normas, sino la culpa, el mal espiritual y moral. Por eso el salmista exclama: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado”. Y después, dirigiéndose a Dios, añade: “Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado” (Sal 32, 1.5).
Los pecados que cometemos nos alejan de Dios y, si no se confiesan humildemente, confiando en la misericordia divina, llegan incluso a producir la muerte del alma. Así pues, este milagro reviste un fuerte valor simbólico. Como había profetizado Isaías, Jesús es el Siervo del Señor que “cargó con nuestros sufrimientos y soportó nuestros dolores” (Is 53, 4). En su pasión llegó a ser como un leproso, hecho impuro por nuestros pecados, separado de Dios: todo esto lo hizo por amor, para obtenernos la reconciliación, el perdón y la salvación.
En el sacramento de la Penitencia Cristo crucificado y resucitado, mediante sus ministros, nos purifica con su misericordia infinita, nos restituye la comunión con el Padre celestial y con los hermanos, y nos da su amor, su alegría y su paz.
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a la Virgen María, a quien Dios preservó de toda mancha de pecado, para que nos ayude a evitar el pecado y a acudir con frecuencia al sacramento de la Confesión, el sacramento del perdón, cuyo valor e importancia para nuestra vida cristiana hoy debemos redescubrir aún más.
En un gesto, toda la historia de la salvación
(Ángelus 12 de febrero de 2006)
Ayer, 11 de febrero, memoria litúrgica de la bienaventurada Virgen de Lourdes, celebramos la Jornada mundial del enfermo (…). La enfermedad es un rasgo típico de la condición humana, hasta el punto de que puede convertirse en una metáfora realista de ella, como expresa bien san Agustín en una oración suya: “¡Señor, ten compasión de mí! ¡Ay de mí! Mira aquí mis llagas; no las escondo; tú eres médico, yo enfermo; tú eres misericordioso, yo miserable” (Confesiones, X, 39).
Cristo es el verdadero “médico” de la humanidad, a quien el Padre celestial envió al mundo para curar al hombre, marcado en el cuerpo y en el espíritu por el pecado y por sus consecuencias. Precisamente en estos domingos, el evangelio de san Marcos nos presenta a Jesús que, al inicio de su ministerio público, se dedica completamente a la predicación y a la curación de los enfermos en las aldeas de Galilea. Los innumerables signos prodigiosos que realiza en los enfermos confirman la “buena nueva” del reino de Dios.
Hoy el pasaje evangélico narra la curación de un leproso y expresa con fuerza la intensidad de la relación entre Dios y el hombre, resumida en un estupendo diálogo: “Si quieres, puedes limpiarme”, dice el leproso. “Quiero: queda limpio”, le responde Jesús, tocándolo con la mano y curándolo de la lepra (Mc 1, 40-42). Vemos aquí, en cierto modo, concentrada toda la historia de la salvación: ese gesto de Jesús, que extiende la mano y toca el cuerpo llagado de la persona que lo invoca, manifiesta perfectamente la voluntad de Dios de sanar a su criatura caída, devolviéndole la vida “en abundancia” (Jn 10, 10), la vida eterna, plena, feliz.
Cristo es “la mano” de Dios tendida a la humanidad, para que pueda salir de las arenas movedizas de la enfermedad y de la muerte, apoyándose en la roca firme del amor divino (cf. Sal 39, 2-3).
Hoy quisiera encomendar a María, Salus infirmorum, a todos los enfermos, especialmente a los que, en todas las partes del mundo, además de la falta de salud, sufren también la soledad, la miseria y la marginación. Asimismo, dirijo un saludo en particular a quienes en los hospitales y en los demás centros de asistencia atienden a los enfermos y trabajan por su curación. Que la Virgen santísima ayude a cada uno a encontrar alivio en el cuerpo y en el espíritu gracias a una adecuada asistencia sanitaria y a la caridad fraterna, que se traduce en atención concreta y solidaria.
Juan Pablo Magno
“Quiero, sé limpio”
- Si observamos atentamente los “milagros, prodigios y señales” con que Dios acreditó la misión de Jesucristo, según las palabras pronunciadas por el Apóstol Pedro el día de Pentecostés en Jerusalén, constatamos que Jesús, al obrar estos milagros-señales, actuó en nombre propio, convencido de su poder divino, y, al mismo tiempo, de la más íntima unión con el Padre. Nos encontramos, pues, todavía y siempre, ante el misterio del “Hijo del hombre-Hijo de Dios”, cuyo Yo transciende todos los límites de la condición humana, aunque a ella pertenezca por libre elección, y todas las posibilidades humanas de realización e incluso de simple conocimiento.
- Una ojeada a algunos acontecimientos particulares, presentados por los Evangelistas, nos permite darnos cuenta de la presencia arcana en cuyo nombre Jesucristo obra sus milagros. Helo ahí cuando, respondiendo a las súplicas de un leproso, que le dice: “Si quieres, puedes limpiarme”, Él, en su humanidad, “enternecido”, pronuncia una palabra de orden que, en un caso como aquél, corresponde a Dios, no a un simple hombre: “Quiero, sé limpio. Y al instante desapareció la lepra y quedó limpio” (cf. Mc 1, 40-42). Algo semejante encontramos en el caso del paralítico que fue bajado por un agujero realizado en el techo de la casa: “Yo te digo… levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (cf. Mc 2, 11-12).
Y también: en el caso de la hija de Jairo leemos que “Él (Jesús) …tomándola de la mano, le dijo: “Talitha qumi”, que quiere decir: “Niña, a ti te lo digo, levántate”. Y al instante se levantó la niña y echó a andar” (Mc 5, 41-42). En el caso del joven muerto de Naín: “Joven, a ti te hablo, levántate. Sentóse el muerto y comenzó a hablar” (Lc 7, 14-15). ¡En cuántos de estos episodios vemos brotar de la palabras de Jesús la expresión de una voluntad y de un poder al que Él se apela interiormente y que expresa, se podría decir, con la máxima naturalidad, como si perteneciese a su condición más íntima, el poder de dar a los hombres la salud, la curación e incluso la resurrección y la vida!
- Un atención particular merece la resurrección de Lázaro, descrita detalladamente por el cuarto Evangelista. Leemos: “Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que Tú me has enviado. Diciendo esto, gritó con fuerte voz Lázaro, sal fuera. Y salió el muerto” (Jn 11, 41-44). En la descripción cuidadosa de este episodio se pone de relieve que Jesús resucitó a su amigo Lázaro con el propio poder y en unión estrechísima con el Padre. Aquí hallan su confirmación las palabras de Jesús: “Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también” (Jn 5, 17), y tiene una demostración, que se puede decir preventiva, lo que Jesús dirá en el Cenáculo, durante la conversación con los Apóstoles en la última Cena, sobre sus relaciones con el Padre y, más aún, sobre su identidad sustancial con Él.
- Los Evangelios muestran con diversos milagros-señales cómo el poder divino que actúa en Jesucristo se extiende más allá del mundo humano y se manifiesta como poder de dominio también sobre las fuerzas de la naturaleza. Es significativo el caso de la tempestad calmada: “Se levantó un fuerte vendaval”. Los Apóstoles-pescadores asustados despiertan a Jesús que estaba durmiendo en la barca. Él, “despertando, mandó al viento y dijo al mar: Calla, enmudece. Y se aquietó el viento y se hizo completa calma… Y sobrecogidos de gran temor, se decían unos a otros: ¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?” (cf. Mc 4, 37-41).
En este orden de acontecimientos entran también las pescas milagrosas realizadas, por la palabra de Jesús (in verbo tuo), después de intentos precedentes malogrados (cf. Lc 5, 4-6; Jn 21, 3-6). Lo mismo se puede decir, por lo que respecta a la estructura del acontecimiento, del “primer signo” realizado en Caná de Galilea, donde Jesús ordena a los criados llenar las tinajas de agua y llevar después “el agua convertida en vino” al maestresala (cf. Jn 2, 7-9). Como en las pescas milagrosas, también en Caná de Galilea, actúan los hombres: los pescadores-apóstoles en un caso, los criados de las bodas en otro, pero está claro que el efecto extraordinario de la acción no proviene de ellos, sino de Aquel que les ha dado la orden de actuar y que obra con su misterioso poder divino. Esto queda confirmado por la reacción de los Apóstoles, y particularmente de Pedro, que después de la pesca milagrosa “se postró a los pies de Jesús, diciendo: Señor, apártate de mí, que soy un pecador” (Lc 5, 8). Es uno de tantos casos de emoción que toma la forma de temor reverencial o incluso miedo, ya sea en los Apóstoles, como Simón Pedro, ya sea en la gente, cuando se sienten acariciados por el ala del misterio divino
- Un día, después de a Ascensión, se sentirán invadidos por un “temor” semejante los que vean los “prodigios y señales” realizados “por los Apóstoles” (cf. Act 2, 43). Según el libro de los Hechos, la gente sacaba “a las calles los enfermos, poniéndolos en lechos y camillas, para que, llegando Pedro, siquiera su sombra los cubriese” (Act 5, 15). Sin embargo, estos “prodigios y señales”, que acompañaban los comienzos de la Iglesia Apostólica, eran realizados por los Apóstoles no en nombre propio, sino en el nombre de Jesucristo, y eran, por tanto, una confirmación ulterior de su poder divino. Uno queda impresionado cuando lee la respuesta y el mandato de Pedro al tullido que le pedía una limosna junto a la puerta del templo de Jerusalén: “No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, anda. Y tomándole de la diestra, le levantó, y al punto sus pies y sus talones se consolidaron” (Act 3, 6-7). O lo que es lo mismo, Pedro dice a un paralítico de nombre Eneas: “Jesucristo te sana; levántate y toma tu camilla. Y al punto se irguió” (Act 9, 34).
También el otro Príncipe de los Apóstoles, Pablo, cuando recuerda en la Carta a los Romanos lo que él ha realizado “como ministro de Cristo entre los paganos”, se apresura a añadir que en aquel ministerio consiste su único mérito: “No me atreveré a hablar de cosa que Cristo no haya obrado por mí para la obediencia (de la fe) de los gentiles, de obra o de palabra, mediante el poder de milagros y prodigios y el poder del Espíritu Santo” (15, 17-19).
- En la Iglesia de los primeros tiempos, y especialmente esta evangelización del mundo llevada a cabo por los Apóstoles, abundaron estos “milagros, prodigios y señales”, como el mismo Jesús les había prometido (cf. Act 2, 22). Pero se puede decir que éstos se han repetido siempre en la historia de la salvación, especialmente en los momentos decisivos para la realización del designio de Dios. Así fue ya en el Antiguo Testamento con relación al “Éxodo” de Israel de la esclavitud de Egipto y a la marcha hacia la tierra prometida, bajo la guía de Moisés. Cuando, con la encarnación del Hijo de Dios, “llegó la plenitud de los tiempos” (cf. Gal 4, 4), estas señales milagrosas del obrar divino adquieren un valor nuevo y una eficacia nueva por a autoridad divina de Cristo y por la referencia a su Nombre —y, por consiguiente, a su verdad, a su promesa, a su mandato, a su gloria— por el que los Apóstoles y tantos santos los realizan en la Iglesia. También hoy se obran milagros y en cada uno de ellos se dibuja el rostro del “Hijo del hombre-Hijo de Dios” y se afirma en ellos un don de gracia y de salvación.
(Juan Pablo II, Audiencia General del 18 de noviembre de 1987)
R. P. Alfonso Torres, S. J.
Curación del leproso
En el Sagrado libro del Levítico, capítulos XIII y XIV, se contiene una amplia legislación acerca de la lepra y de los leprosos. Son los sacerdotes los que han de juzgar si alguien la tiene o no, y para ellos se les dan largas instrucciones. Comprobada la lepra, se manda observar lo siguiente: El leproso, manchado de lepra, llevará rasgadas sus vestiduras, desnuda la cabeza, y cubrirá su rostro e irá clamando ¡Inmundo, inmundo! Es impuro, y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada (13, 45-46). La Ley se refiere literalmente al tiempo de la peregrinación por el desierto, según lo da a entender muy claro la frase: fuera del campamento tendrá su morada.
¿Cómo se aplicó esta ley cuando los israelitas se establecieron en la tierra de Canaán y trocaron la vida nómada del desierto por la vida sedentaria de las ciudades?
Todas las prescripciones, menos la última, se aplicaron sin atenuación alguna. El leproso tuvo que llevar las vestiduras rasgadas, el cabello suelto y no sujeto por tocado alguno, y el rostro cubierto. Tuvo además la obligación de clamar si alguien pasaba a la vista de él: ¡Impuro, impuro!, para que nadie contrajera impureza legal, acercándosele.
Todas estas ceremonias respondían al concepto que se tenía de la lepra. Era, además de una enfermedad contagiosa, una impureza legal. Quien tocaba a un leproso, quedaba impuro.
Si el sacerdote comprobaba que la lepra había desaparecido, había de tomar una vasija de barro, echar en ella una determinada cantidad de agua viva, es decir, tomada de una fuente y no de una cisterna o un aljibe, derramar en el agua la sangre de un ave, que se degollaría allí mismo, tomar cedro, hisopo e hilo de púrpura, mojarlo todo en el contenido de la vasija, así como otra ave viva que tendría allí, y asperger siete veces al que había de ser purificado. Hecho esto el sacerdote declaraba puro a éste, dando suelta en el campo al ave viva. Con este ceremonial tan expresivo, pues todo él habla de una nueva vida – el agua viva, la sangre, el ave que se suelta- se hacía la purificación.
Mas no terminaba todo ahí, pues el que acababa de ser purificado debía permanecer retirado otros siete días, al cabo de los cuales, debía rasurarse, lavarse, etc. Al octavo día debía ofrecer en el templo un sacrificio expiatorio, con ciertas ceremonias propias del caso, otro sacrificio por el pecado y, por fin, un holocausto. Con esto quedaba de nuevo reintegrado al pueblo de Dios.
Si tenemos ante los ojos esas breves declaraciones, nos será fácil entender con precisión el pasaje evangélico que comentamos.
La manera cómo narran los evangelistas la presentación de este hombre a Jesús, revela una profunda emoción, pues dentro de su concisión nos dicen frases como ésta: y viene a él un leproso suplicándole y arrodillándosele y diciéndole: si quieres, me puedes limpiar. Así dice San Marcos. Y San Lucas escribe: habiendo visto a Jesús, el leproso, postrándose la faz contra la tierra, le suplicó diciendo, etc. Aquel hombre, muerto en vida, habiendo sabido los milagros que Jesús hacía, vio brillar un rayo de esperanza, y olvidándose del aislamiento que le imponía su enfermedad, en vez de clamar lúgubremente desde lejos; ¡Impuro, impuro!, se presentó al divino Maestro, con las mayores muestras de humildad y confianza, con las expresiones más vivas de fervor, pidiéndole que le sanara. Sanar era para él como volver del sepulcro a la vida.
Lo que en otro caso quizá hubiera sido un atropello de la Ley, quedó en éste santificado por el fervor de espíritu y la fe con que se hacía. Con Jesús, taumaturgo divino, bien podía permitirse el enfermo, impulsado por una fe viva, lo que no hubiera podido hacer ni con los mismos sacerdotes israelitas. A Jesús pueden acercarse todos los enfermos, hasta los leprosos, como pueden acudir a Él todos los pecadores, hasta los más abyectos. Que esta es la gran consolación de nuestras almas. A Jesús le encontraremos siempre misericordioso, podemos echarnos en sus brazos con la esperanza de que se apiade de nosotros, aunque vayamos cubiertos de repugnante lepra material y espiritual.
Si necesitamos una prueba de que siempre contamos con el amor de Jesús, la tendríamos en las expresivas palabras con que nos cuenta San Marcos cómo recibió al leproso. Jesús, entrañablemente lastimado, alargando la mano, le tocó, y le dice: Quiero, sé limpio. No hizo el Señor el milagro mecánica ni fríamente. Lo hizo entrañablemente lastimado, es decir, sintiendo en su corazón divino una profunda y dolorosa compasión de aquel desventurado. Nada de reprensiones por no haber guardado las leyes, como sin duda pensaron ciertos copistas de los Evangelios, que aquí se permitieron corregir el texto en ese sentido, nada de repugnancias a la vista de una enfermedad tan asquerosa. Sólo amor compasivo y pena profunda. Compartió el dolor que el leproso llevaba en su alma.
Como quien es Señor de la Ley, sin atenerse a los preceptos severos de la pureza legal, Jesús, alargando su mano, le tocó. No se impurifica la divina pureza tocando misericordiosamente a los impuros, antes hace puro cuanto toca. Y lo hace puro a lo Dios, es decir, con un simple acto de voluntad. Curar la lepra con sólo decir; Quiero, sé limpio, es curar a lo Dios. La santísima humanidad del Redentor era el instrumento de su divina omnipotencia, o lo que es igual, de su divina voluntad.
Si recordamos de nuevo la vida lúgubre de los leprosos, que describíamos hace unos momentos, podremos comprobar la impresión profunda que hizo el milagro que comentamos, y todo lo que hay de asombro, de gozo y de vida, en la sencilla afirmación de San Marcos, con la que da testimonio de que el milagro se realizó, y que dice así: y como lo hubo dicho, a la hora se partió de él la lepra y quedó limpio. Es decir, apenas hubo pronunciado Jesús las palabras: quiero, sé limpio, en el mismo instante, el leproso quedó limpio de su lepra.
Recordad de nuevo el momento en que el sacerdote soltaba el pajarillo vivo, para que, al huir volando, simbolizara que la lepra había huido para siempre. Imaginaos lo que esto significa para quien hasta entonces había vivido como un cadáver ambulante, era perpetuo duelo, siendo abominación para todos, y ahora podía empezar de nuevo a gozar de la vida, como los demás hombres. Imaginaos además lo que esto mismo significaba para quienes conocían al desventurado leproso. Y luego transportad todos estos sentimientos al momento que estamos recordando, acentuándolos con los que produce una intervención palpable del poder divino. Así será posible comprender de algún modo lo que debió ser la curación del leproso, para él mismo, para los otros habitantes de la ciudad, que le veían entre ellos como un espectro, para cuantos rodeaban entonces a Jesús.
Es algo parecido a ese ambiente de luz, de paz y de consolación que se forma dentro y en torno al pecador, en el momento en que éste se vuelve a Jesús, se purifica y hace las paces con Dios. Se siente una nueva vida, el deleite inefable de las misericordias divinas.
¡Y pensar que el deseo de Cristo es que vivamos todos ese ambiente de cielo! Es inverosímil nuestra ceguera cuando voluntariamente nos alejamos de Jesús, fuente de dicha divina; como lo hubiera sido la del leproso si hubiera preferido podrirse lentamente en su yacija, antes que acudir al Señor buscando la salud. Y, sin embargo, por triste que sea reconocerlo, en esa ceguera permanecen sumidas muchas almas.
(Alfonso Torres, SJ, Lecciones Sacras 1. Lección XXIV. Madrid, 1977, Pag. 461)
R. P. Ervens Mengelle, I. V. E.
Pecado y sacramento
En los evangelios leídos en los domingos pasados, hemos visto que san Marcos refiere que Cristo realizaba particularmente exorcismos, es decir, expulsiones de demonios. De este modo manifestaba lo que Él había venido a hacer, o sea, destruir el reino de Satanás, liberar a los hombres de su esclavitud. En este relato de hoy, donde se habla de la curación de un leproso, el tema está muy relacionado con lo de antes.
1 – La enfermedad de la Lepra
¿Qué es la lepra? La lepra es una enfermedad, clínicamente se llama “mal de Hansen”. Pero no es una enfermedad cualquiera, sino que tiene aspectos muy particulares, por sus efectos. Y la lepra afecta a quien la tiene tanto en su aspecto individual, personal, como en su aspecto social y, en el caso del judaísmo, incluso en el aspecto religioso.
- aspecto individual: Es una enfermedad que produce insensibilidad, va como pudriendo el cuerpo y hace que se caigan pedazos del cuerpo, v.g. pedazos de dedos, de brazos, de nariz, etc. Ver una persona que tiene la lepra avanzada impresiona mucho. En síntesis, la lepra va carcomiendo y destruyendo el cuerpo de la persona
- aspecto social: por ser una enfermedad contagiosa, la persona es aislada de su familia y de la población en general. Antiguamente, cuando no había cura, eran confinadas en leprosarios. Perdían sus amistades, el trato social. Estaba terminantemente prohibido tener cualquier contacto con ellos; tocar a un leproso, como vimos que hizo Cristo, era exponerse uno mismo a la lepra. Por todo ello, eran arrojados a la soledad más dura: todo el tiempo que dure la llaga… habitará solo, fuera del campamento tendrá su morada (Lv 13,46). Por eso no era raro que se juntaran los leprosos para ayudarse mutuamente.
- aspecto religioso. Esto se ve particularmente en el caso del judaísmo, en donde quien contraía la lepra, era declarado impuro, es decir, no apto para el culto sagrado: todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro (Lv 13,46). Por eso, el que era curado de la lepra debía presentarse ante el sacerdote y no ante un médico, porque el sacerdote podía declarar que era nuevamente puro, o sea, apto para el culto. Y el leproso debía ofrecer, para ser reintegrado a la comunidad, un sacrificio semejante a los sacrificios que se ofrecían por el pecado (cf. Lv 14). Es que en el judaísmo toda enfermedad era considerada un castigo por un pecado, pero la lepra era considerada castigo por un pecado muy grave, por lo cual la persona era excluída de la comunidad civil y religiosa. Un ejemplo muy patente de esto lo tenemos en el caso de María, la hermana de Moisés; ella fue castigada con la lepra por haber murmurado contra su hermano Moisés (cf. Num 12). Caso semejante es el del rey Ozías, que recibió el mismo castigo por haberse atribuido poderes sacerdotales (2Cron 26,16-21)
2 – La lepra, símbolo del pecado
Por lo tanto, la lepra, si bien era una enfermedad, en el AT era considerada no tanto del punto de vista médico, cuanto del punto de vista religioso. Por ello, con toda razón, pasó a ser considerada la enfermedad-símbolo del pecado. Y es que los efectos del pecado se asemejan a los de la lepra. Así como la lepra afecta el orden individual, el aspecto social y el aspecto religioso, el pecado afecta a la caridad que se debe tener para con uno mismo, para con el prójimo y para con Dios. Esto mismo se ve en el pecado original.
- aspecto individual. La lepra carcome, produce insensibilidad, corrompe. Así el pecado en el alma comienza a desordenar y a desintegrar a la persona. En el pecado original, este desorden interior se ve en el hecho de que Adán, luego del pecado, comienza a verse desnudo.
- aspecto social. El leproso comienza a contagiar la enfermedad, lo cual lleva a la destrucción de una población, de una ciudad; por ello se lo expulsaba. El pecado deteriora, corrompe las relaciones sociales. Basta que veamos la situación de nuestra sociedad hoy en día, si es que sociedad puede llamarse. En el pecado original, se ve cómo la armonía que reinaba entre Adán y Eva se rompe y comienzan a echarse las culpas, luego de que una incitó al otro al pecado; posteriormente se verá más aún cuando Caín mate a su hermano Abel.
- aspecto religioso. El leproso ha roto con Dios. En el pecado original, este aspecto aparece porque Adán, que tenía un trato tan amistoso con Dios, se esconde de Él, no quiere verlo, comienza a temerlo.
Así dice el Catecismo: “El pecado es… faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo… Hiere la naturaleza del nombre y atenta contra la solidaridad humana…” (CatIC 1849). Pero insiste sobre lo primero: “El pecado es una ofensa a Dios… se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones…” (1850). Y este es el aspecto más importante, a tal punto que el leproso que se dirige a Cristo no le dice “si quieres, puedes curarme”, sino si quieres, puedes purificarme, porque lo que le pide es que lo ponga en condiciones de restablecer el trato con Dios, sabiendo que si hace esto, lo demás, por así decirlo, viene solo.
3 – Cristo da el remedio
Pero, además, en la petición del leproso queda de manifiesto que Cristo tiene el poder de sanar, de curar lo más profundo de la lepra, la raíz del pecado. En efecto, el leproso le dice: si quieres… “al decir como remedio: Señor, si quieres, puedes purificarme, ruega a su omnipotencia y a la naturaleza del divino poder bajo el influjo de su voluntad para que el Señor solamente lo quiera, porque sabía que el poder de la virtud divina se sometía a su voluntad” (san Cromacio de Aquileya, in Matth, Tract. 38,10). Y para que quede más claro que lo cura por su voluntad, Cristo dice Lo quiero, “para que la verdad de su omnipotencia no se funde sólo sobre la opinión de aquel hombre, sino sobre la confirmación explícita que Él nos da” (san Juan Crisóstomo, in Matth. 25,1s). Pero, además, Cristo lo toca, siendo que estaba prohibido por la ley tocar un leproso. De este modo, se manifiesta más su poder: “El Señor, quiere mostrar que él cura no como servidor, sino como dueño, y por ello toca al leproso. No es la mano la que se vuelve impura al contacto con la lepra, sino que, al contrario, el cuerpo leproso es purificado por el toque de aquella mano” (íd.)
Es más, los tres aspectos que, como hemos visto anteriormente, son dañados por el pecado, el orden individual, el orden social y el religioso, son restablecidos por la acción de Cristo. Estos tres órdenes son los que aparecen en las curaciones detalladas que nos han referido los evangelios hasta el de hoy:
- aspecto individual. Ya Cristo, en el primer exorcismo, había mostrado cómo reordenaba el interior del hombre, haciendo salir el demonio impuro del poseso (cf Mc 1,23-26).
- aspecto social En la curación de la suegra del Pedro, se nos enseñaba cómo la curación restablecía el orden social, haciendo posible que la enferma sirviera a los demás (gr. diakonía; cf Mc 1,30-31).
- aspecto religioso. Aquí se nos enseña cómo Cristo puede restablecer la relación con Dios, permitiendo a este leproso que vuelva a rendirle un culto agradable. Y restableciendo esto, restablece la raíz de todo.
Pero, alguno podría decir ¿y cómo es que ahora me puede tocar Cristo para que yo quede curado de esta enfermedad? “Quiso también tocar, para darnos una idea del poder que existe en los sacramentos, en los cuales no es suficiente tocar, se necesitan también las palabras, porque cuando se unen forma y materia, entonces nace el sacramento” (santo Tomás, in Matth. 8,1). Por tanto, son necesarias tanto las palabras cuanto la materia. El mismo Catecismo lo recuerda: “Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas. Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban aquello que Él daría a la Iglesia cuando todo tuviese su cumplimiento. Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante, por los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque ‘lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios’ (san León Magno). Los sacramentos, como ‘fuerzas que brotan’ del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son ‘las obras maestras de Dios’ en la nueva y eterna Alianza” (1115-16). Estos sacramentos, signos eficaces de la gracia, fueron instituidos por el mismo Cristo (cf. 1114)
4 – Conclusión
Con este milagro, Jesús nos enseña a cuidar la pureza del alma: “aquí, para enseñar que se debe tener cuidado del alma y que, sin preocuparse por las purificaciones exteriores, es necesario mantenerla pura y temer sólo la lepra espiritual que es el pecado –la lepra del cuerpo no es obstáculo para la virtud- Jesús toca el leproso” (san Juan Crisóstomo). Cristo, por su Pasión, fue el Siervo Sufriente, que nos libra de la lepra espiritual, cargando Él mismo sobre sí nuestros pecados (cf. Is 53; 1851). Acudamos, nosotros ahora a esas fuentes inagotables de misericordia y de salud que son los sacramentos, ya que en torno a ellos gravita toda la vida litúrgica de la Iglesia, es decir toda la vida espiritual o de la gracia.
Que María Santísima, ella que no conoció la más mínima mancha de esta lepra espiritual que es el pecado, nos obtenga la gracia de conservar la pureza de nuestra alma.
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)
San Ambrosio
Curación del leproso
- Con razón en esta curación de leproso no se indica ninguna localidad, para mostrar que no ha sido el pueblo de una ciudad especial, sino los pueblos del universo los que han sido curados. Es, igualmente acertado que en San Lucas esta curación sea el cuarto prodigio después de la llegada del Señor a Cafarnaúm; pues si al cuarto día nos dio la luz del sol, y lo hizo más brillante que los demás astros, cuando aparecían los elementos del mundo, del mismo modo hemos de considerar esta obra como más brillante. Según San Mateo, nos lo presenta como la primera curación hecha por el Señor después de las Bienaventuranzas (Mt 8,3). El Señor había dicho : No he venido a destruir la Ley, sino a cumplirla (Mt 5,7), y este hombre, que estaba excluido por la Ley y se encontraba ahora purificado por el poder del Señor, pensaría que la gracia no viene de la Ley, sino que está por encima de la Ley, puesto que puede limpiar la mancha del leproso.
- Más del mismo modo que aparece en el Señor el poder y la autoridad, así aparece en este hombre la constancia de la fe. Se postró en tierra, lo cual es signo de humildad y confusión, para que cada uno se avergüence de las afrentas de su vida. Mas la vergüenza no impidió la confesión: mostró la herida, pidió el remedio, y su misma confesión está llena de religión y de fe: Si quieres, dice, puedes sanarme. Atribuye el poder a la voluntad del Señor; al decir a la voluntad del Señor, no es que haya dudado, como un incrédulo, de su bondad, sino que, consciente de su bajeza, no se ha engreído. Y el Señor, con esa dignidad que le caracteriza, le responde: Lo quiero, sé limpio.
- Y al instante le dejó la lepra. Pues no hay intervalo entre la obra de Dios y su orden: la misma orden incluye la obra: Dijo y fue hecho (Ps 32,9). Observa que no puede dudarse, porque la voluntad de Dios es poder. Si, pues, en El querer es poder, los que afirman la unidad de querer en la Trinidad afirman al mismo tiempo la unidad de poder. La lepra desapareció inmediatamente; para que conozcas la voluntad de curar, ha añadido la realización de tal obra.
- Según San Marcos, el Señor tuvo piedad de él; es conveniente que esto sea notado. Existen rasgos que fueron anotados por los evangelistas, que quieren afirmarnos sobre dos puntos: han descrito los signos del poder en orden a la fe; y han referido las obras virtuosas con vistas a la imitación. Por eso, él toca sin dedignarse; manda sin vacilación; pues es un signo de su poder que, teniendo facultad para curar y autoridad para mandar, no ha rehusado el testimonio de su actividad. Por eso dice a causa de Fotino: Yo quiero; manda a causa de Arrio; toca a causa de los maniqueos.
- No se ha curado la lepra a uno sólo, sino a todos aquellos a quienes se ha dicho: Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado (Io 15,3). Si, pues, la palabra es el remedio de la lepra, el desprecio de la palabra es, con razón, la lepra del alma. Mas para que la lepra no contagie al médico, cada uno, imitando la humildad del Señor, ha de evitar la vanagloria. ¿Por qué, en efecto, recomendó no comunicarlo a nadie, sino para que aprendamos nosotros a no divulgar nuestras buenas obras, sino ocultarlas, de forma que no sólo alejemos el salario del dinero sino el del agasajo? O, tal vez, la razón del silencio sea en atención a los que creyeron con una fe espontánea, lo cual es mejor que aquellos que lo hicieron con la esperanza del beneficio.
- Luego le prescribe, conformándose a la Ley, que se presente al sacerdote, no para ofrecer una víctima, sino para ofrecerse él mismo a Dios como un sacrificio espiritual, a fin de que, limpio de las manchas de sus acciones pasadas, se consagre a Dios como una víctima agradable gracias al conocimiento de la fe y a la educación de la sabiduría; pues toda víctima será sazonada con sal (Mc 948). San Pablo dice a este propósito: Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios (Rom 21,1).
- Es al mismo tiempo admirable que ha curado según el mismo modo de la petición: Si quieres, puedes limpiarme. —Lo quiero, sé limpio. Mira su voluntad, mira también su disposición a la ternura. — Y extendiendo la mano, le tocó. La Ley prohíbe tocar a los leprosos (Ley 13,3); pero el que es autor de la Ley no tiene obligación de seguirla, sino que hace la Ley. Ha tocado, no porque, si no toca, no hubiera podido curar, sino para mostrar que Él no estaba sujeto a la Ley, y que no temía ser contagiado como los hombres, porque ni podía serlo quien libraba a otros, sino, al contrario, el tacto del Señor hacía huir la lepra que suele contaminar a los que la tocan.
- Le manda presentarse al sacerdote y hacer una ofrenda con motivo de su purificación; si se presenta al sacerdote, éste comprenderá que no ha sido curado según el procedimiento legal, sino por la gracia de Dios, que es superior a la Ley; y al prescribir un sacrificio según lo ha ordenado Moisés, mostraba el Señor que no había venido a destruir la Ley, sino a cumplirla; Él se comportaba según la Ley, aun cuando se le veía curar, por encima de la Ley, a los que los remedios de la Ley no habrían sanado. Con razón añade: Como lo ha prescrito Moisés; pues la Ley es espiritual (Rom 7,14), parece, por lo mismo, que El prescribió un sacrificio espiritual.
- Finalmente, añadió: Para que les sirva de testimonio, es decir, si creéis en Dios, si la impiedad de la lepra se retira, si el sacerdote conoce lo que está oculto, si existe el testimonio de la pureza de vuestros sentimientos: esto es lo que verá el sacerdote, principalmente Aquel a quien no escapa ningún secreto, a quien se ha dicho: Tú eres sacerdote eternamente, según el orden de Melquisedec (Ps 109, 4).
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), BAC Madrid 1966, p. 230-34
Guion VI Domingo Tiempo Ordinario
11 de febrero 2024 – CICLO B
Entrada: La liturgia nos enseña hoy que la misión de Cristo es la de purificar al hombre del pecado y así poder quedar éste, a la vez que reconciliado con Dios, insertado en su Iglesia. En esta Eucaristía contemplemos la misericordia con que Dios nos amó regenerándonos con su gracia.
Primera Lectura
En el Antiguo Testamento, el leproso, considerado impuro, era marginado de la sociedad humana y de la comunidad religiosa.
Segunda Lectura
Nos exhorta el Apóstol a vivir la caridad en orden a la salvación del prójimo.
Evangelio
La curación del leproso es un acto sumamente revelador de Cristo, quien no sólo no lo rechaza sino que lo toca para que quede limpio.
Preces:
Hermanos, pongamos en el Señor toda nuestra confianza e imploremos por lo que nos hace falta.
A cada intención respondemos…
* Por el Santo Padre Francisco, por sus intenciones, y por todos los Obispos y Pastores de la Iglesia, para que sean siempre testigos de Cristo por la santidad de sus vidas; y mediante el dinamismo misionero, sean profetas de la justicia y la paz. Oremos…
* Por todos los que dirigen los destinos de los pueblos para que comprendan que partiendo del amor profundo por toda persona es posible aplicar formas eficaces de servicio a la vida. Oremos.
* Por todos los consagrados para que dentro del pueblo de Dios sean como centinelas que anuncian la nueva vida ya presente en la historia y que sean muchos los jóvenes que emulados por sus ejemplos respondan a la llamada de Dios. Oremos…
* Por los que en la sociedad tienen el papel de educar, para que tengan el valor de enfrentar una cultura a menudo impregnada de indiferencia religiosa, mediante una nueva y gozosa propuesta de cultura cristiana. Oremos…
* Por todos los que deben dedicarse a la atención de los enfermos, para que se capaciten cada vez mejor para darles los cuidados necesarios, pero sobre todo para que sepan aliviarlos dándoles esperanza. Oremos…
Padre del Cielo; sabemos que cuidas el camino de tus hijos, escucha benevolente nuestra oración. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Procesión de ofrendas:
Hacemos de nuestra vida una ofrenda agradable a Dios porque la unimos al Sacrificio redentor de Cristo.
Presentamos:
*Incienso, y con él nuestra oración intercesora por todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
*Pan y vino, unidos a los dolores de todo el Cuerpo Místico, para que sean transformados en Cristo, Víctima Redentora.
Comunión
Señor Jesús, eterna es tu misericordia, gozo con tu salvación
Salida
Señora y Madre de la humanidad redimida, queremos cantar contigo una perenne acción de gracias por sabernos amados por Dios.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Obedecer a Dios cuando nos manda algo
Había una vez un amo que después de una mala cosecha se quejaba diciendo:
– Si Dios dejara en mis manos el gobierno del clima todo iría mejor, porque al parecer El no entiende mucho del cultivo de la tierra.
Y el Señor le dijo:
– Para este año te concedo la dirección del clima; pide lo que quieras y lo tendrás.
El pobre hombre se volvió loco de alegría. Dijo al momento:
– ¡Ahora quiero sol!
Y salió el sol. Mas tarde dijo:
– ¡Que venga la lluvia!
Y llovió. Y así durante un año. La siembra crecía, se lanzaba hacia arriba; daba gusto mirarla.
– ¡Ahora puede ver Dios cómo se dirige el clima y el tiempo! – dijo con orgullosa altanería-.
Y llegó el tiempo de segar. El amo tomó en su mano la hoz para cortar el trigo, pero se le cayeron las alas del corazón. Las espigas estaban vacías. Mucha paja y poco grano. Entonces viene el Señor y le pregunta:
– ¿Qué tal la cosecha?
El hombre se queja diciendo:
– ¡Mala, Señor, muy mala!
– ¿Pero no dirigiste tú el tiempo? ¿No te cumplía lo que deseabas?
– ¡Claro que si Señor, y por eso estoy perplejo; yo pedía lluvia y sol y venía todo, y no hay cosecha!
Le dijo el Señor:
– ¿Y nunca has pedido, viento y tempestad, hielo y nieve, y todo lo que purifica el aire y hace resistentes y duras las raíces? Pediste lluvia y el sol, pero no pediste el mal tiempo; ¡por eso no hay cosecha!
Por eso mis hermanos, dejemos que Dios dirija nuestras vidas, y obedezcamos con alegría en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad; de esta manera no pondremos obstáculos a lo que Dios quiere de nosotros y de los demás.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 486)