PRIMERA LECTURA
Antes de los orígenes de la tierra, la Sabiduría ya había nacido
Lectura del libro de los Proverbios 8, 22-31
Dice la Sabiduría de Dios:
El Señor me creó como primicia de sus caminos,
antes de sus obras, desde siempre.
Yo fui formada desde la eternidad,
desde el comienzo, antes de los orígenes de la tierra.
Yo nací cuando no existían los abismos,
cuando no había fuentes de aguas caudalosas.
Antes que fueran cimentadas las montañas,
antes que las colinas, yo nací,
cuando Él no había hecho aún la tierra ni los espacios
ni los primeros elementos del mundo.
Cuando Él afianzaba el cielo, yo estaba allí;
cuando trazaba el horizonte sobre el océano,
cuando condensaba las nubes en lo alto,
cuando infundía poder a las fuentes del océano,
cuando fijaba su límite al mar
para que las aguas no desbordaran,
cuando afirmaba los cimientos de la tierra,
yo estaba a su lado como un hijo querido
y lo deleitaba día tras día,
recreándome delante de Él en todo tiempo,
recreándome sobre la faz de la tierra,
y mi delicia era estar con los hijos de los hombres.
Palabra de Dios.
SALMO 8, 4-9
R. ¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!
Al ver el cielo, obra de tus manos,
la luna y las estrellas que has creado:
¿qué es el hombre para que pienses en él.
el ser humano para que lo cuides? R.
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos,
todo lo pusiste bajo sus pies. R.
Todos los rebaños y ganados
y hasta los animales salvajes;
las aves del cielo, los peces del mar
y cuanto surca los senderos de las aguas. R.
SEGUNDA LECTURA
Con Dios, por medio de Cristo
en el amor derramado por el Espíritu
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-5
Hermanos:
Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.
Por Él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por Él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia;
la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza.
Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
ALELUIA Cf. Apoc 1, 8
Aleluia.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
al Dios que es, que era y que vendrá.
Aleluia.
Todo lo que es del Padre es mío
El Espíritu recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 16, 12-15
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
Todavía tengo muchas cosas que decirles,
pero ustedes no las pueden comprender ahora.
Cuando venga el Espíritu de la Verdad,
Él los introducirá en toda la verdad,
porque no hablará por sí mismo,
sino que dirá lo que ha oído
y les anunciará lo que irá sucediendo.
Él me glorificará,
porque recibirá de lo mío
y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío.
Por eso les digo:
«Recibirá de lo mío
y se lo anunciará a ustedes».
Palabra del Señor.
Manuel de Tuya
Significado de la venida del Paráclito
Jn.16:5-15.
También en este capítulo se habla del Paráclito, aunque más ampliamente que en los capítulos 14 y 15; y precisamente de su acción “testificadora” y “docente.” Pero más extensa y más matizada.
5 Mas ahora voy al que me ha enviado, y nadie de vosotros me pregunta: ¿Adonde vas? 6 Antes, porque os hablé estas cosas, vuestro corazón se llenó de tristeza. 7 Pero os digo la verdad: os conviene que Yo me vaya. Porque, si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero, si me fuere, os lo enviaré. 8Y el viniendo, éste argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. 9 De pecado, porque no creen en mí; 10 de justicia, porque voy al Padre y no me veréis más; 11 de juicio, porque el príncipe de este mundo está ya juzgado. 12 Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; 13pero cuando viniere aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. 14 EL me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; 15 por esto os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer.
(…)
En el plan del Padre, la “ausencia” de Cristo es condición no sólo para la “venida” del Espíritu Santo, sino para que el mismo Cristo lo “envíe.”
“Este primer rasgo basta para señalar la divinidad del Espíritu Santo, que es objeto de esta promesa; sólo Dios puede ser aquel cuya venida es tan preciosa, que es uno dichoso comprándola al precio mismo de la ausencia de Cristo”.
La acción “acusadora” del Espíritu contra el “mundo” (υ .8-11). La venida del Espíritu trae primeramente una misión fiscalizadora y condenatoria. Esta ofensiva del Espíritu contra el “mundo” malo va a ser triple. El pensamiento se expresa con una serie de matizaciones de un tema fundamental, que casi viene a ser un pequeño clímax conceptual.
“De pecado, porque no creen en mí.” Este fue el gran pecado de Israel: cerrar culpablemente los ojos a la Luz (Jua_3:2.19; Jua_8:46; Jua_15:22.24; Jua_9:41).
“De justicia, porque voy al Padre y no me veréis.” La venida del Paráclito va a ser la venida del gran defensor de la verdad de Cristo: hacerle “justicia.” Todo su “mensaje” quedaba garantizado con la gran efusión de la venida del Paráclito, que El prometía. Pentecostés fue la prueba de la verdad del “mensaje” del Hijo, rubricado con la promesa que hizo de enviar el Espíritu Santo. Y la prueba de que estaba con el Padre. Y como una secuencia de esta misma garantía es que ya no “verían en adelante” de una manera normal a Cristo. Su ausencia era el precio del envío que hacía.
“De juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado.” El “príncipe de este mundo” es Satanás. El es el que establece la lucha escatológica de las tinieblas contra la Luz, moviendo a los hombres a ser hostiles al imperio del Mesías. Pero al venir el Espíritu, viene la prueba de que el “mensaje” redentor de Cristo estaba hecho, y, por tanto, el imperio satánico vencido, “juzgado,” en el sentido de “condenado.” La hora escatológica final no será más que la expulsión definitiva de Satanás de su imperio temporal en el “mundo” (Jua_12:31; Jua_16:33). La “condena” de Satanás es el triunfo de la “justicia” de Cristo.
Esta “venida” del Espíritu, que trae esta misión tan concreta, ¿se refiere sólo a Pentecostés o tiene una proyección indefinida?
La promesa de esta venida se refiere, como auditorio inmediato, a los apóstoles (v.16c) y, con relación a un momento determinado, a la actitud del mundo judío, al cual expuso Cristo directamente su “mensaje,” y a su reacción ante él: “porque no creen en mí” (v.9). Pero el contenido doctrinal de la misma lleva una proyección más universal. Se ve ya esto en el mismo Pentecostés, en el prodigio de la “glosolalia,” en que la acción del Espíritu testifica la verdad de Cristo ante gentes de la diáspora que estaban en Jerusalén (Hec_2:5-12). Esta amplitud se continuará luego en la Iglesia con toda la acción del Espíritu: no hace ella siempre otra cosa que testificar la verdad de Cristo. Y los “carismas” del Espíritu fueron uno de los medios que contribuyeron a la expansión, a los comienzos del cristianismo, y establecimiento de la “verdad” de Cristo (cf. Gal_3:1-5).
La acción docente - “reveladora” del Espíritu a los apóstoles (v.12-15). — La acción del Espíritu Santo sobre los apóstoles continúa explicitándose ahora en una función “reveladora.”
Cristo quería completar su enseñanza sobre sus apóstoles, pero no puede “ahora,” porque no podrían comprender ni recibir útilmente estas enseñanzas sublimes. A pesar de tener el mejor Maestro, su rudeza, su estado de gentes sencillas e imbuidas en el ambiente judío, y, sobre todo, la sublimidad de las enseñanzas, no les permitía recibirlas entonces. Necesitaban una transformación radical, que estaba reservada, en el plan del Padre, a Pentecostés, como momento inicial de la acción del Espíritu en ellos.
Por eso, cuando venga el Paráclito, los “conducirá a la verdad toda entera” (ε?ς την άλήθειαν πδσαν).
El término usado aquí para llevarlos o hacerles comprender es “guiar en el camino (¿δηγέω ): los llevará “a la verdad toda entera.”
La razón de esto es que les hacía falta la acción del Espíritu para comprender la plenitud de la enseñanza de Cristo; pues el Espíritu Santo “no hablará” de sí mismo, sino que hablará lo que “oyere,” “porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer.”
El Paráclito les “recordará” (ύπομ νήσει ) todo lo que Yo os he dicho (Jua_14:26), es decir, “tomará” las enseñanzas de Cristo y se las hará comprender en la plenitud conveniente, llevándoles así “a la verdad completa” de su enseñanza.
Como una garantía trinitaria, final, dirá Cristo que toda su doctrina es del Padre. “Todo cuanto tiene el Padre es mío” (v.14), parece restringirse aquí al orden doctrinal; es toda la doctrina que el Padre le entregó para comunicarla en su “mensaje.” Por eso es una posesión mutua. Y, siendo su doctrina del Padre y llevándola a plenitud el Espíritu, la doctrina de Cristo es, en realidad, esa “verdad toda entera” (v.12-15).
El contexto del evangelio de Jn sugiere que, mejor que a una revelación absolutamente nueva de verdades hecha por el Espíritu, se refiere a una mayor penetración de las verdades reveladas por Cristo a los apóstoles (Jua_15:15; Jua_17:8.14; cf. Mat_28:19.20).
En esta acción iluminadora del Espíritu se destaca concretamente que “os anunciará las cosas venideras” (v.13). Encuadrado esto en las enseñanzas de Cristo, probablemente se refiere este sentido profético a que el Espíritu Santo “les revelará el nuevo orden de cosas, que tiene su origen en la muerte y resurrección de Cristo”.
Una última cuestión es saber si este llevar “a la verdad toda entera” se refiere sólo a los apóstoles o es promesa hecha aquí, en este pasaje, a la Iglesia. El paralelo con Jua_14:26 hace ver que esta frase forma parte de un contexto más amplio, que conduce, allí como aquí, a la valoración de un contenido más universal.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, Tomo Vb, BAC, Madrid, 1977)
Ludwig Ott
Capitulo segundo
LA EXISTENCIA DE LA TRINIDAD, PROBADA
POR LA ESCRITURA Y LA TRADICIÓN
- EL ANTIGUO TESTAMENTO
- 3. INSINUACIONES DEL MISTERIO EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Como la revelación del Antiguo Testamento no es más que figura de la del Nuevo (Hebr 10, 1), no hay que esperar que en el Antiguo Testamento se haga una declaración precisa, sino únicamente una alusión velada, al misterio de la Trinidad.
- Dios habla de sí mismo usando can frecuencia el plural; Gen 1, 26 : «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza' ; cf. Gen 3, 22; 11, 7. Los santos padres interpretaron estos pasajes a la luz del Nuevo Testamento, entendiendo que la primera persona hablaba a la segunda o a la segunda y tercera; cf. SAN IRENEO, Adv. haer. Iv, 20, 1. Probablemente la forma plural se usa para guardar la concordancia con el nombre de Dios «Elohim»; que tiene terminación de plural.
- El Ángel de Yahvé de las teofanías del Antiguo Testamento es llamado Yahvé, El y Elohim, y se manifiesta como Elohim y Yahvé. Con ello parece que se indica que hay dos Personas que son Dios : la que envía y la que es enviada ; cf. Gen 16, 7-13 ; Ex 3, 2-14. Los padres de la Iglesia primitiva, teniendo en cuenta el pasaje de Isaías 9, 6 (magni consilii angelus según los Setenta) y Mal, 3 1 (angelus testamenti), entendieron por Ángel de Yahvé al Logos. Los santos padres posteriores, principalmente San Agustín y los autores escolásticos, opinaron que el Logos se servía de un ángel creado.
- Las profecías mesiánicas suponen distinción de personas en Dios al anunciar de forma sugerente al Mesías, enviado por Dios, como Dios e Hijo de Dios; Ps 2, 7: «Díjome Yahvé: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado» ; Is 9, 6 (M 9, 5) : «...que tiene sobre su hombro la soberanía, y que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la Paz» ; Is 35, 4: «...viene Él mismo [Dios] y Él nos salvará» ; cf. Ps 109, 1-3 ; 44, 7; Is 7, 14 (Emmanuel = Dios con nosotros) ; Mich 5, 2.
- Los libros sapienciales nos hablan de la Sabiduría divina como de una hipóstasis junto a Yahvé. Ella procede de Dios desde toda la eternidad (según Prov 8, 24 s procede por generación), y colaboró en la creación del mundo; cf. Prov 8, 22-31; Eccli 24, 3-22 (G) ; Sap 7, 22 — 8, 1 ; 8, 3-8. A la luz del Nuevo Testamento podemos ver en la Sabiduría de que nos hablan los libros del Antiguo Testamento una alusión a la persona divina del Logos.
- El Antiguo Testamento nos habla con mucha frecuencia del Espíritu de Dios o del «Espíritu Santo». Esta expresión no se refiere a una Persona divina, sino que expresa «una virtud procedente de Dios, que confiere la vida, la fortaleza, y que ilumina e impulsa al bien» (P. Heinisch) ; cf. Gen 1, 2; Ps 32, 6; 50, 13; 103, 30; 138, 7; 142, 10; Is 11, 2; 42, 1; 61, 1; 63, 10; Ez 11, 5 36, 27; Sap 1, 5 y 7. A la luz de la revelación neotestamentaria, los padres y la liturgia aplican muchos de estos pasajes a la Persona del Espíritu Santo, principalmente Ps 103, 30; Is 11, 2; Ez 36, 27; Ioel 2, 28; Sap 1, 7; cf. Act 2, 16 ss.
- Algunos creyeron ver, a la luz del Nuevo Testamento, una insinuación de las tres divinas personas en el Trisagio de Isaías 6, 3, y en la triple bendición sacerdotal de Nm 6, 23 ss. Con todo, hay que tener en cuenta que triplicar una expresión, en el lenguaje del Antiguo Testamento, es un modo de expresar el superlativo. En Ps 36, 6 junto a Yahvé se nombran su Palabra y su Espíritu ; en Sap 9, 17 su Sabiduría y su Espíritu Santo. Pero la Palabra, la Sabiduría y el Espíritu no aparecen como personas propiamente dichas junto a Yahvé, sino como potencia o actividades divinas.
Andan descaminados todos los intentos por derivar el misterio cristiano de la Trinidad de la teología judaica tardía o de la doctrina judaico-helenística del Logos de Filón. El «Menra de Yahvé», es decir, la Palabra de Dios, y el «Espíritu Santo», no son en la teología judaica personas divinas junto a Yahvé, sino que son circunlocuciones del nombre de Yahvé. El Logos filoniano es el instrumento de Dios en la creación del mundo. Aunque se le llama hijo unigénito de Dios y segundo dios, hay que entenderlo solamente como personificación de los poderes divinos. Su diferencia del Logos de San Juan es esencial. «El Logos de Filón es en el fondo la suma de todos los poderes divinos que actúan en el mundo, aunque varias veces se le presente como persona; en cambio, el Logos de San Juan es el Hijo eterno y consustancial de Dios y, por tanto, verdadera persona» (A. WIRENHAUSER, Das Evangelium nach Johannes, Re 1948, 47).
II. EL NUEVO TESTAMENTO
4. FÓRMULAS TRINITARIAS
1. Los evangelios
a) En el relato de la Anunciación habla así el ángel del Señor, según Lc 1, 35: «[El] Espíritu Santo (pneuma agion) vendrá sobre ti y [la] virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios» ; cf. Lc 1, 32: «Este será grande y llamado Hijo del Altísimo». Se hace mención de tres personas: el Altísimo, el Hijo del Altísimo y el Espíritu Santo. Es verdad que no se expresa con toda claridad la personalidad del Espíritu Santo, dado el género neutro de la palabra griega mei4cc y la ausencia de artículo, pero no hay duda sobre su interpretación si comparamos este pasaje con aquel otro de Act 1, 8, en el cual se distingue al Espíritu Santo de la virtud que de él dimana, y si atendemos a la tradición ; Act 1, 8: «Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros.»
b) La teofanía que tuvo lugar después del bautismo de Jesús lleva consigo una revelación de la Trinidad ; Mt 3, 16 s : «Vio al Espíritu de Dios (pneuma theou; Mc 1, 10: to pneuma Lc 3, 22: to pneuma to agion; Ioh 1, 32; to pneuma descender como paloma y venir sobre él, mientras una voz del cielo decía : Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias». El que habla es Dios Padre. Jesús es el Hijo de Dios, su Hijo único, por lo tanto, el verdadero y propiamente dicho Hijo de Dios. «Hijo amado», efectivamente, según la terminología bíblica, significa «hijo único» (cf. Gen 22, 2, 12 y 16, según M y G ; Mc 12, 6). El Espíritu Santo aparece bajo símbolo especial como esencia sustancial, personal, junto al Padre y al Hijo.
c) En el sermón de despedida, Jesús promete otro Abogado (Paraclitus), el Espíritu Santo o Espíritu de verdad, que h1 mismo y su Padre enviarán ; cf. Ioh 14, 16: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Abogado que estará con vosotros para siempre» ; cf. Ioh 14, 26 y 15, 26. El Espíritu Santo, que es enviado, se distingue claramente como persona del Padre y del Hijo que lo envían. La denominación de «Paraclitus» y las actividades que se le asignan (enseñar, dar testimonio) suponen una subsistencia personal.
d) Donde se revela más claramente el misterio de la Trinidad es en el mandato de Jesucristo de bautizar a todas las gentes ; Mt 28, 19: «Id, pues, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.» Trátase aquí de tres personas distintas, como se ve, con respecto al Padre y al Hijo, por su oposición relativa, y con respecto al Espíritu Santo, por ser éste equiparado totalmente a 'las otras dos personas, lo cual sería absurdo si se tratara únicamente de un atributo esencial. La unidad de esencia de las tres personas se indica con la forma singular «en el nombre» (d ró ivoµa). La autenticidad del pasaje está plenamente garantizada por él testimonio unánime de todos los códices y versiones. En cuanto fórmula litúrgica se halla bajo el influjo del kerygma cristiano primitivo.
2. Las cartas de los apóstoles
a) San Pedro, al comienzo de su primera carta, usa una fórmula trinitaria de salutación; 1 Petr 1, 1 s: «A los elegidos extranjeros... según la presencia de Dios Padre, en la santificación del Espíritu, para la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo.»
b) San Pablo concluye su segunda carta a los Corintios con una bendición trinitaria; 2 Cor 13, 13: «La gracia del Señor Jesucristo y la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros» (cf. 2 Cor 1, 21 s).
c) San Pablo enumera tres clases distintas de dones del Espíritu refiriéndolos a tres dispensadores, el Espíritu, el Señor (Cristo) y Dios; 1 Cor 12, 4 ss: «Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero uno mismo es el Señor. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos». Queda indicada la unidad sustancial de las tres personas, porque esos mismos efectos se atribuyen solamente al Espíritu en el v 11; cf. Eph 1, 3-14 (elección por Dios Padre, redención por la sangre de Cristo, sigilación con el Espíritu Santo) ; Eph 4, 4-6 (un Espíritu, un Señor, un Dios).
d) Donde más perfectamente se expresan la trinidad de personas y la unidad de esencia en Dios es en el llamado Comma Ioanneum, 1 Ioh 5, 7 s : «Porque son tres los que testifican [en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y los tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra] ». Sin embargo, la autenticidad de las palabras que van entre corchetes tiene contra sí gravísimas objeciones, pues faltan en todos los códices griegos de la Biblia hasta el siglo xv, en todas las versiones orientales y en los mejores y más antiguos manuscritos de la Vulgata, ni tampoco hacen mención de él los padres griegos y latinos del siglo iv y v en las grandes controversias trinitarias. El texto en cuestión se halla por vez primera en el hereje español Prisciliano (+ 385), aunque en forma herética («haec tria unum sunt in Christo Jesu») ; desde fines del siglo v se le cita con más frecuencia (484 veces en un Libellus fidei, escrito por obispos norteafricanos; Fulgencio de Ruspe, Casiodoro). Como ha sido recibido en la edición oficial de la Vulgata y la Iglesia lo ha empleado desde hace siglos, puede considerarse como expresión del magisterio de la Iglesia. Aparte de esto, presenta el valor de ser testimonio de la tradición.
El año 1897, el Santo Oficio declaró que no se podía negar o poner en duda con seguridad la autenticidad del pasaje. Como posteriormente se fuera probando cada vez con mayor claridad su inautenticidad, el Santo Oficio declaró en el año 1927 que, después de concienzudo examen de las razones, se permitía considerarlo espúreo ; Dz 2198.
- 5. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE DIOS PADRE
- Dios Padre en sentido impropio
La Sagrada Escritura habla a menudo de la paternidad de Dios en sentido impropio y traslaticio. Ei Dios trino y uno es Padre de las criaturas en virtud de la creación, conservación y providencia (orden natural) y principalmente por la elevación al estado de gracia y de filiación divina (orden sobrenatural) ; cf. Deut 32, 6; Ier 31, 9; 2 Reg 7, 14; 'Mt 5, 16 y 48; 6, 1-32; 7, 11; Ioh 1, 12; 1 Ioh 3, 1 s ; Rom 8, 14s; Gal' 4, 5 s.
- Dios Padre en sentido propio
Según la doctrina revelada, hay también en Dios una paternidad en sentido verdadero y propio, que conviene únicamente a la primera Persona y es el ejemplar de la paternidad divina en sentido impropio y de toda paternidad creada (Eph 3, 14 s). Jesús consideraba a Dios como Padre suyo en un sentido peculiar y exclusivo. Cuando habla del Padre que está en los cielos, suele decir : «mi Padre», «tu Padre» o «vuestro Padre», pero jamás «nuestro Padre» (el Padrenuestro no es propiamente oración de Jesús, sino de sus discípulos; cf. Mt 6, 9). Las frases de Jesucristo que demuestran su consustancialidad con el Padre, prueban al mismo tiempo que es necesario entender en sentido propio, físico, su filiación divina y la paternidad de Dios; cf. Mt 11, 27: «Y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo» ; Ioh 10, 30 : «Yo v el Padre somos una sola cosa» ; Ioh 5, 26: «Pues así como el Padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo tener la vida en sí mismo». San Juan llama a Jesús el Hijo unigénito de Dios, y San Pedro el propio Hijo de Dios; Ioh 1, 14; «Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» ; Ioh 1, 18 : «El Dios (Vulg.: Hijo) unigénito, que está en el seno del Padre, ése nos le ha dado a conocer» ; cf. loh 3, 16 y 18; 1 loh 4, 9 ; Rom 8, 32: «El que no perdonó a su propio Hijo»; cf. Rom 8, 3.
También los adversarios de Jesús entendieron, la mismo que los apóstoles, la paternidad de Dios como propia y verdadera ; Ioh 5, 18: «Por esto los judíos buscaban con más ahínco matarle, porque llamaba a Dios su propio Padre (patéra ídion), haciéndose igual a Dios».
- 6. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE DIOS HIJO
1. El Logos de San Juan
a) El Logos de San Juan no es una cualidad o virtud impersonal de Dios, sino verdadera Esto se indica claramente por la denominación absoluta ó logos sin el complemento determinativo tou theou, y lo expresan terminantemente las palabras siguientes : «El Logos estaba en Dios» (ó lògos én prós theon). La preposición griega prós, «junto a», indica que el Logos estaba junto a Dios (no en o dentro de Dios) y «en relación» con El ; cf. Mc 9, 19. La frase del v 11: «Vino a lo suyo», y la del v 14: «EI Logos se hizo carne», solamente se pueden referir a una persona y de ninguna manera a un atributo divino.
b) El Logos es una Persona distinta de Dios Padre (ó theos). Esto se infiere de que el Logos estaba «junto» a Dios (v 1 s) y, sobre todo, de la identificación del Logos con el Hijo unigénito del Padre; v 14: «Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre» ; cf. v 18. Entre Padre e Hijo existe una oposición relativa.
c) El Logos es Persona divina; v 1 : «Y el Logos era Dios» (kai theos en ó lógos). La verdadera divinidad del Logos se infiere también de los atributos divinos que se le aplican, como el de ser Creador del mundo («todas las cosas fueron hechas por El», v 3) y el de ser eterno («al principio era el Logos», v 1). El Logos aparece también como Dios porque se 'le presenta como autor del orden sobrenatural, por cuanto, como Luz, es el dispensador de la Verdad (v 4 s) y como Vida es el dispensador de la vida sobrenatural de la gracia (v 12) ; v 14: «Lleno de gracia y de verdad».
2. Doctrina de San Pablo sobre Cristo como imagen viva de Dios
Hebr. 1, 3 designa al Hijo de Dios como «esplendor de la gloria de Dios e imagen de su sustancia» ; cf. 2 Cor 4, 4; Col 1, 15 s. Llamar a Cristo esplendor de la gloria de Dios es tanto como afirmar la imagen viva de la esencia o la consustancialidad de Cristo con Dios Padre («Luz de Luz»). La expresión «imagen de la sustancia de Dios» indica también la subsistencia personal de Cristo junto al Padre. Prueba bien clara de que el texto no se refiere a una imagen creada de Dios Padre, sino verdaderamente divina, son los atributos divinos que se le aplican al Hijo de Dios, tales como la creación y conservación del mundo, la liberación del pecado y el estar sentado a la diestra de Dios (v 3), el hallarse elevado por encima de los ángeles (v 4).
- 7. DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA SOBRE DIOS ESPÍRITU SANTO
Aunque la palabra pneuma en algunos pasajes de la Sagrada Escritura designa el ser espiritual de Dios o un poder impersonal del mismo, con todo, es fácil probar por numerosos pasajes que el Espíritu Santo es una persona divina distinta del Padre y del Hijo.
a) El Espíritu Santo es persona Pruebas de ello son la fórmula trinitaria del bautismo (Mt 28, 19), el nombre de Paráclito (= consolador, abogado), que no puede referirse sino a una persona (Ioh 14, 16 y 26; 15, 26; 16, 7; cf. 1 Ioh 2, 1, donde se llama a Cristo «nuestro Paráclito» = abogado, intercesor ante el Padre), e igualmente el hecho de que al Espíritu Santo se le aplican atributos personales, por ejemplo : ser maestro de la verdad (Ioh 14, 26 ; 16, 13), dar testimonio de Cristo (Ioh 15, 26), conocer los misterios de Dios (1 Cor 2, 10), predecir acontecimientos futuros (Ioh 16, 13 ; Act 21, 11) e instituir obispos (Act 20, 28).
b) El Espíritu Santo es una Persona distinta del Padre y del Hijo. Pruebas de ello son la fórmula trinitaria del bautismo, la aparición del Espíritu Santo en el bautismo de Jesús bajo un símbolo especial y, sobre todo, el discurso de despedida de Jesús, donde el Espíritu Santo se distingue del Padre y del Hijo, puesto que éstos son los que lo envían, y él, el enviado o dado (Ioh 14, 16 y 26 ; 15, 26).
c) El Espíritu Santo es Persona Se le aplican indistintamente los nombres de «Espíritu Santo» y de «Dios» ; Act 5, 3 s : «Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo ?... No has mentido a los hombres, sino a Dios» ; cf. 1 Cor 3, 16; 6, 19 s. En la fórmula trinitaria del bautismo, el Espíritu Santo es equiparado al Padre y al Hijo, que realmente son Dios. Al Espíritu Santo se le aplican también atributos divinos. Él posee la plenitud del saber: es maestro de toda verdad, predice las cosas futuras (Ioh 16, 13), escudriña los más profundos arcanos de la divinidad (1 Cor 2, 10) y Él fue quien inspiró a los profetas en el Antiguo Testamento, (2 Petr 1, 21; cf. Act 1, 16). La virtud divina del Espíritu Santo se manifiesta en el prodigio de la encarnación del Hijo de Dios (Lc 1, 35 ; Mt 1, 20) y en el milagro de Pentecostés (Lc 24, 49; Act 2, 2-4). El Espíritu Santo es el divino dispensador de la gracia: concede los danes extraordinarios de la gracia (1 Cor 12, 11) y la gracia de la justificación en el bautismo (Ioh 3, 5) y en el sacramento de la penitencia (Ioh 20, 22) ; cf. Rom 5, 5 ; Gal 4, 6; 5, 22.
- 8. LA DOCTRINA NEOTESTAMENTARIA ACERCA DE LA UNIDAD NUMÉ RICA DE LA NATURALEZA DIVINA EN LAS TRES PERSONAS
La doctrina bíblica sobre la trinidad de Personas en Dios solamente es compatible con la doctrina fundamental de la misma ßiblia acerca de la unicidad de la esencia divina (Mc 12, 29; 1 Cor 8, 4 ; Eph 4, 6 ; 1 Tim 2, 5) si las tres divinas Personas subsisten en una sola naturaleza. La unidad o identidad numérica de la naturaleza divina en las tres Personas está indicada en las fórmulas trinitarias (cf. especialmente Mt 28, 19: in nomine) y en algunos pasajes de la Escritura que nos hablan de la «inexistencia mutua» (circumincessio, períjóresis) de las Personas divinas (Ioh 10, 38; 14, 9 ss; 17, 10; 16, 13 ss ; 5, 19). Cristo declaró expresamente la unión numérica de su naturaleza divina con la del Padre en Ioh 10, 30: «Yo y el Padre somos una sola cosa». SAN AGUSTÍN nota a este propósito : «Quod dixit unum, liberat te ab Ario; quod dixit sumus, liberat te a Sabellio» (In l oh. tr. 36, 9). El término católico para designar la unidad numérica de la esencia divina en las tres Personas es la expresión consagrada por el concilio de Nicea (325), óµooúsios.
Los padres de Capadocia emplean la fórmula : Una sola esencia — tres hipóstasis, entendiendo esa unidad de esencia en el sentido de unidad numérica, no específica.
(Ott, L., Manual de Teología Dogmática)
Alfredo Sáenz, S. J.
La Santísima Trinidad
Durante la Semana Santa hemos contemplado y meditado los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Dios Padre había resuelto la redención del hombre, pero esa redención pasaba por la entrega de su Hijo Único al tormento de la Cruz, a la humillación.
El Hijo acepta ser considerado como "nada", con tal de cumplir a la perfección la voluntad del Padre. Su humillación quedaría de manifiesto en los distintos momentos de la Semana Santa, desde el Domingo de Ramos hasta el descenso a los infiernos. A decir verdad, la kénosis del Verbo había comenzado ya el día de la Anunciación cuando, tomando un cuerpo, "habitó entre nosotros".
Desde los infiernos, donde se inaugura ya el triunfo del Salvador, anunciando la liberación a los justos del Antiguo Testamento, la liturgia nos ha ido llevando a la contemplación de los misterios gloriosos de Cristo, a los misterios de la glorificación del Señor. En la Noche Santa de la Pascua, la Iglesia cantó con gozo el Pregón y el Aleluya, porque Cristo había resucitado. Y en los domingos posteriores, propuso a nuestra consideración sus distintas apariciones, hasta la entrada triunfal de Cristo Rey en la Jerusalén Celestial, que es lo que se celebra en la fiesta de la Ascensión.
La Iglesia militante no quedaría sola. Por eso, tras haber presenciado la subida de Cristo a los cielos, permaneció a la espera de la promesa del Señor, la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Así nos resume San Bernardo estos misterios, en uno de sus sermones: "El Padre, por redimir al siervo, no perdona al Hijo; el Hijo por él se entrega a la muerte gustosísimamente; uno y otro envían al Espíritu Santo; y el mismo Espíritu Santo pide por nosotros con gemidos inefables".
En este día solemne, la Iglesia quiere festejar y celebrar en conjunto a las tres Personas divinas, y al adorar la unidad de naturaleza en la distinción de las personas, les tributa "todo honor y toda gloria".
1. "Creo en un solo Dios..."
En el Antiguo Testamento, Dios se nos revela como Padre-Creador. Es el Dios único y celoso que nos da la vida, nos educa y nos ama gratuitamente. Toda la creación y la invitación a gozar de su gloria es una especie de "capricho" divino. Nos ha creado a su imagen y semejanza. Imagen que el hombre ha deteriorado con el pecado original y que el Padre logrará restaurar enviando un Salvador.
Para cumplir su designio elige a Israel, con predilección por sobre todos los otros pueblos de la tierra. Como ama tanto al pueblo que ha escogido, lo salva de la servidumbre de Egipto y pacta con él una Alianza en el Sinaí. Pero los elegidos se resisten a cumplir los pactos. Cuando Moisés baja del Sinaí, se encuentra ante un pueblo que ha sido infiel y se ha construido un becerro de oro. Dios es único y no quiere ser compartido. Quiere que el hombre lo ame solamente a El por sobre todas las cosas, con toda su inteligencia y con todas sus fuerzas.
Dios se revela como el único y el solo verdadero. El monoteísmo es quizás la idea central del Antiguo Testamento. Lo que no obsta a que ya entonces encontremos algunos textos que, sin dejar de proclamar la unidad de Dios, van adelantando la revelación del misterio trinitario. Así leemos en el Génesis: "Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra". Los Padres de la Iglesia han visto en ese texto la obra de la Trinidad. Vayamos ahora a la revelación plena del misterio.
2. Cristo nos revela al Padre
El hombre jamás hubiera podido, por sus solas fuerzas, llegar a conocer el misterio del Dios Uno y Trino. Es en el Nuevo Testamento donde se conoce verdaderamente al Padre, por medio del Hijo, así como al Espíritu Santo, "que nos enseñará todo".
Será Cristo quien lleve a cabo la revelación plenaria de la Trinidad. Y, ante todo, nos revela al Padre. El Padre es para el Hijo la idea principal. El no ha venido para hacer su voluntad, sino la del Padre. Nos muestra a su Padre como "nuestro Padre" en la oración dominical. Es un Padre providente, que cuida de los lirios y pájaros del campo, pero mucho más se preocupa por sus hijos. Un Padre que perdona siempre, aunque sus hijos lo abandonen y malgasten sus talentos. Un Padre que no vacila en entregar a su Hijo Unigénito a la muerte, para conquistamos como hijos adoptivos. Un Padre que nos pide el cumplimiento fiel de su voluntad para que podamos entrar en su Reino.
Es Cristo quien mejor conoce al Padre, ya que todo lo que tiene lo ha recibido de Él. Su conocimiento no es puramente especulativo, sino un conocimiento en el sentido bíblico de la palabra, es decir, un conocimiento transido de amor.
De ese conocimiento brota el celo por hacer conocer y para defender la honra del Padre, como lo manifestó al sacar el látigo y expulsar a los mercaderes del templo: "No hagáis de la casa de mi Padre una cueva de ladrones".
A lo largo de su vida pública, Jesús se nos mostró una y otra vez como el itinerario obligado para llegarse hasta el Padre: "Yo soy el camino... Nadie va al Padre, sino por mí". El anhelo más recóndito de Cristo es que lo acompañemos en la casa del Padre: "Padre, quiero que donde yo esté, estén conmigo los que tú me has dado".
3. Cristo nos promete el Espíritu Santo
Muchas fueron las manifestaciones del Espíritu Santo antes de que Jesús lo anunciase con una promesa clara y formal.
Fue por el Espíritu Santo que el Verbo comenzó a habitar en este mundo en el seno purísimo de la Virgen. También Santa Isabel "quedó llena del Espíritu Santo", al recibir la visita de la Madre de Dios.
El Bautismo del Señor, episodio relatado por los cuatro evangelistas, es inseparable de la presencia del Espíritu Santo que allí descendió bajo forma de paloma.
Ese mismo Espíritu sigue actuando después de la Ascensión del Señor. Santifica a los miembros del cuerpo de Cristo, es decir a los que integran la Iglesia; todo lo plenifica "renovando la faz de la tierra". Conduce a la Iglesia, como antaño llevó a Cristo al desierto; la protege y la inspira. Así lo profetizó Cristo a sus apóstoles: "No sois vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo".
Ciertamente que Cristo se mostró muy cuidadoso de exaltar el papel y la dignidad de la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Hablando un día a la multitud, dijo solemnemente: "Al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará".
Cuando Jesús se despidió formalmente de los suyos en la Última Cena, para alentar y fortalecer sus corazones débiles les aseguró que no los dejaría solos, sino que les enviaría un Paráclito o abogado celestial. Sólo que dicho envío presuponía su retorno a la casa del Padre. En cumplimiento de dicha promesa, desde la corte celestial descendería el Espíritu Santo el día de Pentecostés para santificar a la Iglesia y guiarla hacia su consumación.
Desde niños hemos aprendido a saludar a la Trinidad cubriendo nuestro cuerpo con la cruz mientras decimos: "En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". Fueron quizás las primeras palabras religiosas que nos enseñaron nuestros padres. Hagamos de este misterio el centro de nuestra vida. Pensar en la Trinidad es pensar en el cielo. Como dice San Agustín, "allí descansaremos y veremos, veremos y amaremos, amaremos y alabaremos; tal será el fin sin fin". Que esta solemnidad nos lleve a desear la felicidad eterna, al tiempo que nos anime a practicar las virtudes y a perseverar en el bien. No olvidemos que las tres Personas divinas están presentes en nuestra alma por la gracia. Dirigiéndonos a ellas, hagamos nuestra la solemne doxología que pronuncia el celebrante en la Santa Misa: "Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria". Así sea.
P. Alfredo Sáenz - Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo C - Editorial Gladius 1994 - Pp 179-183
San Agustín
LIBRO I
En que fe prueba, al tenor de las Escrituras sagradas, la unidad e igualdad de la Trinidad soberana y se resuelven ciertas dificultades contra la igualdad del Hijo.
CAPITULO I
Escribe contra aquellos que, abusando de la razón, calumnian la doctrina de la trinidad. el error de los que polemizan acerca de dios proviene de una triple causa. la escritura divina, dejadas a un lado las interpretaciones falsas, nos eleva gradualmente a las cosas de dios. inmortalidad verdadera. por la fe somos nutridos y nos hacemos aptos para entender lo divino
- Ante todo, conviene advertir al futuro lector de este mí tratado sobre la Trinidad que mi pluma está vigilante contra las calumnias de aquellos que, despreciando el principio de la fe, se dejan engañar por un prematuro y perverso amor a la razón. Ensayan unos aplicar a las sustancias incorpóreas y espirituales las nociones de las cosas materiales adquiridas mediante la experiencia de los sentidos corpóreos, o bien con la ayuda de la penetración natural del humano ingenio, de la vivacidad del espíritu, o con el auxilio de una disciplina cualquiera, y pretenden sopesar y medir aquéllas por éstas.
Hay quienes razonan de Dios —si esto es razonar—al tenor de la naturaleza o afectos del alma humana y este error los arrastra, cuando de Dios discurren, a sentar atormentados e ilusorios principios. Existe además una tercera raza de hombres que se esfuerzan, es cierto, por elevarse sobre todas las criaturas mudables con la intención de fijar su pupila en la inconmutable sustancia, que es Dios; pero, sobrecargados con el fardo de su mortalidad, aparentan conocer lo que ignoran, y no son capaces de conocer lo que anhelan. Afirmando con audacia presuntuosa sus opiniones, pues se cierran caminos a la inteligencia y prefieren no corregir su doctrina perversa antes que mudar de sentencia.
Y éste es el virus de los tres mencionados errores; es decir, de los que razonan de Dios según la carne, de los que sienten según la criatura espiritual, como lo es el alma, y de los que, equidistantes de lo corpóreo y espiritual, sostienen opiniones sobre la divinidad tanto más absurdas y distanciadas de la verdad cuanto su sentir no se apoya en los sentidos corporales, ni en el espíritu creado, ni en el Creador. El que opina que Dios es blanco o sonrosado se equivoca; con todo, estos accidentes se encuentran en el cuerpo. Nuevamente, quien opina que Dios ahora se recuerda y luego se olvida, u otras cosas a este tenor, yerra sin duda, pero estas cosas se encuentran en el ánimo. Mas quien juzga que Dios es una fuerza dinámica capaz de engendrarse a sí mismo, llega al vértice del error, pues no sólo no es así Dios, pero ni criatura alguna espiritual o corpórea puede engendrar su misma existencia.
- Con el fin, pues, de purificar el alma humana de estas falsedades, la Sagrada Escritura, adaptándose a nuestra parvedad, no esquivó palabra alguna humana con el intento de elevar, en gradación suave, nuestro entendimiento bien cultivado a las alturas sublimes de los misterios divinos. Así, al hablar de Dios, usa expresiones tomadas del mundo corpóreo y dice: Encúbreme a la sombra de tus alas. Y aún le place usurpar del mundo inmaterial locuciones innúmeras, no para significar lo que Dios es en sí, sino porque así era conveniente expresarse. Por ejemplo: Yo soy un Dios celoso. Me arrepiento de haber creado al hombre. Por el contrario, de las cosas inexistentes se abstiene en general la Escritura de emplear expresiones que cuajen enigmas o iluminen sentencias. Por eso se disipan en vanas y perniciosas sutilezas aquellos que, enmarcados en el tercer error, se distancian de la verdad fingiendo en Dios lo que ni en El ni en ser alguno creado es dable encontrar.
Con símiles tomados de la creación suele la Escritura divina formar como pasatiempos infantiles con la intención de excitar por sus pasos en los débiles un amor encendido hacia las realidades superiores, abandonando las rastreras. Lo que es propio de Dios, que no se encuentra en ninguna criatura, rara vez lo menciona la Escritura divina, como aquello que fue dicho a Moisés: Yo soy el que soy; y: El que es me envía a vosotros. Ser se dice en cierto modo del cuerpo y del espíritu, más la Escritura no diría esto si no quisiera darle un sentido especial. Dice también el Apóstol: El único que posee la inmortalidad. Siendo el alma, en cierta medida, inmortal, no diría el Apóstol: El único que la posee, si no se tratase de la verdadera inmortalidad inconmutable, que ninguna criatura puede poseer, pues es exclusiva del Creador. Esto dice Santiago: Toda dádiva óptima y todo don perfecto viene de arriba, desciende del Padre de las luces, en el cual no se da mudanza ni sombra de variación. Y David en el Salmo: Los mudarás y serán mudados; pero tú eres siempre el mismo.
- De aquí la dificultad de intuir y conocer plenamente la sustancia inconmutable de Dios, creadora de las cosas transitorias, que, sin mutación alguna temporal en sí, crea las cosas temporales. Para poder contemplar inefablemente lo inefable es menester purificar nuestra mente. No dotados aún con la visión somos nutridos por la fe y conducidos a través de caminos practicables, a fin de hacernos aptos e idóneos de su posesión. Afirma el Apóstol estar en Cristo escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia ; sin embargo, al hablar a los ya regenerados por su gracia, pero, como carnales y animales, aún parvulillos en Cristo, nos lo recuerda no en su potencia divina, en la que es igual al Padre, sino en su flaqueza humana, que le llevó a sufrir muerte de cruz. Nunca, dice, me precié entre vosotros de saber alguna cosa, sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y a renglón seguido les dice: Me presenté a vosotros en flaqueza y mucho temor y temblor. Y un poco después les dice: Y yo, hermanos, no pude hablares como a espirituales, sino como a carnales. Como a infantes en Cristo, os di leche a beber y no comida, porque no la admitíais aún, ni ahora la podéis sufrir.
Hay quienes se irritan ante este lenguaje, juzgándolo injurioso, y prefieren creer que quien así habla nada tiene que decir, antes que confesar su desconocimiento ante lo que oyen. Y a veces les damos no las razones que ellos piden y exigen cuando hablamos de Dios —quizás no las entendieran, ni nosotros sabríamos explicarnos bien—, sino las que sirven para demostrarles cuán negados e incapaces son para entender lo que exigen.
Más como no escuchan lo que quieren, juzgan, o que obramos así para ocultar nuestra insipiencia, o que maliciosamente emulamos su saber, y así, indignados y coléricos, se alejan.
CAPITULO II
PLAN DE LA OBRA
- Por lo cual, con la ayuda del Señor, nuestro Dios, intentaré contestar, según mis posibles, a la cuestión que mis adversarios piden, a saber : que la Trinidad es un solo, único y verdadero Dios, y cuán rectamente se dice, cree y entiende que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son de una misma esencia o sustancia; de suerte que, no burlados con nuestras excusas, sino convencidos por experiencia, se persuadan de la existencia del Bien Sumo, visible a las almas puras, y de su incomprensibilidad inefable, porque la débil penetración de la humana inteligencia no puede fijar su mirada en el resplandor centelleante de la luz si no es robustecida por la justicia de la fe.
Primero es necesario probar, fundados en la autoridad de las Santas Escrituras, si es ésta nuestra fe. Luego, si Dios quiere y nos socorre, abordaré mi respuesta a estos gárrulos disputadores, más hinchados que capaces, enfermos de gran peligro, ayudándoles quizá a encontrar una verdad de la cual no puedan dudar, y obligándolos, en lo que no pudieren entender, a poner en cuarentena la penetración y agudeza de su inteligencia o la validez de nuestros razonamientos, antes que dudar de la verdad. Y si hay en ellos una centella de amor o temor de Dios, vuelvan al orden y principio de la fe, experimentando en sí la influencia saludable de la medicina de los fieles existente en la santa Iglesia, para que la piedad bien cultivada sane la flaqueza de su inteligencia y pueda percibir la verdad inconmutable, y así su audacia temeraria no les precipite en opiniones de una engañosa falsedad. Y no me pesará indagar cuando dudo, ni me avergonzaré de aprender cuando yerro.
CAPITULO III
DISPOSICIONES QUE EN EL LECTOR EXIGE AGUSTÍN
- En consecuencia, quien esto lea, si tiene certeza, avance en mi compañía; indague conmigo, si duda; pase a mi campo cuando reconozca su error, y enderece mis pasos cuando me extravíe. Así marcharemos, con paso igual, por las sendas de la caridad en busca de aquel de quien está escrito: Buscad siempre su rostro. Esta es la piadosa y segura regla que brindo, en presencia del Señor, nuestro Dios, a quienes lean mis escritos, especialmente este tratado, donde se defiende la unidad en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues no existe materia donde con mayor peligro se desbarre, ni se investigue con más fatiga, o se encuentre con mayor fruto.
Aquel que, al correr de la lectura, exclama: "Esto no está bien dicho, porque no lo comprendo", critica mi palabra, no mi fe. La frase quizá pudiera ser más diáfana; sin embargo, ningún hombre ha podido expresarse de manera que todos le entiendan en todo. El que no esté conforme con mi expresión o no la entienda, vea si es capaz de comprender a otros autores más versados en estas lides, y si es así, cierre mi libro, y, si le parece, arrincónelo y dedique sus afanes y su tiempo a los que entiende.
Sin embargo, no crea que deba yo guardar silencio porque no me expreso con la precisión y nitidez de los autores que él entiende. No todos los libros que se escriben circulan en manos de todos; y es posible que algunos no tengan a su alcance los escritos que se juzgan más asequibles y topen con estos nuestros y sean capaces de entenderlos.
Por eso es útil que ciertas cuestiones sean tratadas por diversos autores de idénticas creencias, con diferente estilo, para que así la misma verdad llegue a conocimiento de muchos, a unos por este conducto, a otros por aquél. Más, si alguien se lamenta de no entender mi lenguaje porque nunca fue capaz de comprender tales cosas, aunque estén expuestas con agudeza y diligencia, trate consigo de adelantar en los deseos y estudios, pero no pretenda hacerme enmudecer con sus lamentos y ultrajes.
El que, al recorrer estas líneas, diga que entiende lo que se dice, pero no lo juzga verdadero, pruebe, si le place, su sentencia e impugne, si puede, la mía. Si lo hace impulsado por la caridad y por la verdad y se digna —si aún vivo— hacérmelo saber, óptimos frutos me producirá este mi afán; si no le fuera posible hacérmelo presente, siempre le estaré agradecido y obligado en nombre de aquellos a quienes se lo hiciese notar. Por mi parte, continuaré meditando, si no día y noche, sí; empero, en los fugaces momentos en que me es posible, y para no olvidar mis soliloquios los confío a mi pluma, esperando, por la misericordia divina, poder perseverar en estas verdades que se complace en revelarme; y si estoy en el error, El me lo dará a conocer, ya por medio de sus secretas amonestaciones e inspiraciones, ya por medio de su palabra revelada; ya por medio de mis coloquios con los hermanos. Esto es lo que pido, y este mi deseo lo deposito cabe El, pues es poderoso para custodiar lo que me dio y cumplir lo que prometió.
- Creo, en verdad, que algunos, más tardos de ingenio, en ciertos pasajes de mis libros opinarán que yo dije lo que no he dicho o que no dije lo que dije. ¿Quién ignora que su error no se me ha de imputar si al seguir mis pasos, mientras me veo obligado a caminar por oscura e impracticable vía no me comprenden y se desvían hasta dar en el error, si nadie puede con razón atribuir a las autoridades sagradas de los libros divinos los múltiples y variados errores de los herejes, cuando todos acuden a las Escrituras para defender sus falaces y erróneas opiniones?
La ley de Cristo, con suavísimo imperio, es decir, la caridad, me amonesta abiertamente y manda preferir ser reprendido por el que fustiga el error a la lisonja del que lo alaba, cuando los hombres crean que he defendido en mis libros algún error que yo no defiendo, y a unos place y a otros desagrada. Aunque injustamente, pues no es mi opinión, con justo enojo es vituperado el error por el primero; mientras, por el contrario, no soy con razón alabado por el que juzga que defiendo lo que la verdad condena, ni es con rectitud loada una doctrina que la verdad vitupera.
En el nombre del Señor doy, pues, principio a mi obra.
CAPITULO IV
DOCTRINA CATÓLICA SOBRE LA TRINIDAD
- Cuantos intérpretes católicos de los libros divinos del Antiguo y Nuevo Testamento he podido leer, anteriores a mí en la especulación sobre la Trinidad, que es Dios, enseñan, al tenor de las Escrituras, que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, de una misma e idéntica sustancia, insinúan, en inseparable igualdad, la unicidad divina, y, en consecuencia, no son tres dioses, sino un solo Dios. Y aunque el Padre engendró un Hijo, el Hijo no es el Padre; y aunque el Hijo es engendrado por el Padre, el Padre no es el Hijo; y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu del Padre y del Hijo, al Padre y al Hijo coigual y perteneciente a la unidad trina.
Sin embargo, la Trinidad no nació de María Virgen, ni fue crucificada y sepultada bajo Poncio Pilato, ni resucitó al tercer día, ni subió a los cielos, sino el Hijo solo; ni descendió la Trinidad en figura de paloma sobre Jesús el día de su bautismo; ni en la solemnidad de Pentecostés, después de la ascensión del Señor, entre viento huracanado y fragores del cielo, vino a posarse, en forma de lenguas de fuego, sobre los apóstoles, sino sólo el Espíritu Santo. Finalmente, no dijo la Trinidad desde el cielo: Tú eres mi Hijo, cuando Jesús fue bautizado por Juan, o en el monte cuando estaba en compañía de sus tres discípulos, ni al resonar aquella voz: Le he glorificado y volveré a glorificar, sino que era únicamente la voz del Padre, que hablaba a su Hijo, si bien el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean inseparables en su esencia y en sus operaciones. Y ésta es mi fe, pues es la fe católica.
CAPITULO V
DIFICULTADES ACERCA DE LA TRINIDAD. CÓMO LAS TRES PERSONAS SON UN SOLO DIOS, Y OBRANDO INSEPARABLEMENTE, EJECUTAN CIERTAS COSAS SIN MUTUO CONCURSO
- Pero algunos se turban cuando oyen decir que el Padre s Dios, que el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios, y, sin embargo, no hay tres dioses en la Trinidad, sino un solo Dios; y tratan de entender cómo puede ser esto: especialmente cuando se dice que la Trinidad actúa inseparablemente en todas las operaciones de Dios; con todo, no fue la voz del Hijo, sino la voz del Padre, la que resonó; sólo el Hijo se apareció en carne mortal, padeció, resucitó y subió al cielo; y sólo el Espíritu Santo vino en figura de paloma. Y quieren entender cómo aquella voz del Padre es obra de la Trinidad, y cómo aquella carne en la que sólo el Hijo nació de una Virgen es obra de la misma Trinidad, y cómo pudo la Trinidad actuar en la figura de paloma, pues únicamente en ella se apareció el Espíritu Santo.
Pues de no ser así, la Trinidad no obraría inseparablemente, y entonces el Padre sería autor de unas cosas, el Hijo de otras y el Espíritu Santo de otras; o, si ciertas operaciones son comunes y algunas privativas de una persona determinada, ya no es inseparable la Trinidad.
Les preocupa también saber cómo el Espíritu Santo pertenece a dicha Trinidad no siendo engendrado por el Padre, ni por el Hijo, ni por ambos a una, aunque es Espíritu del Padre y del Hijo. Estas son, pues, las cuestiones que hasta cansarnos nos proponen; y si Dios se complace en ayudar nuestra pequeñez, ensayaremos responderles, evitando caminar con aquel que de envidia se consume.
Si afirmo que no suelen venirme al pensamiento tales problemas, mentiría; y si confieso que estas cosas tienen holgada mansión en mi entendimiento, pues me inflamo en el amor de la verdad a indagar, me asedian, con el derecho de la caridad, para que les indique las soluciones encontradas. No es que haya alcanzado la meta, o sea ya perfecto (si el apóstol San Pablo no se atrevió a decirlo de sí, ¿cómo osaré yo pregonarlo, estando tan distanciado de él y bajo sus pies?); más olvido lo que atrás queda y me lanzo, según mi capacidad, a la conquista de lo que tengo delante y corro, con la intención, hacia la recompensa de la vocación suprema. Dónde me encuentro en este caminar, adónde he llegado y cuánto me falta para alcanzar el fin, es lo que desean saber de mí aquellos de quienes la caridad libre me hace humilde servidor.
Es menester, y Dios me lo otorgará, que yo mismo aprenda enseñando a mis lectores, y al desear responder a otros, yo mismo encontraré lo que buscando voy. Tomo sobre mí este trabajo por mandato y con el auxilio del Señor, nuestro Dios, no con el afán de discutir autoritariamente, sino con el anhelo de conocer lo que ignoro discurriendo con piedad.
San Agustín, Tratado sobre la Santísima Trinidad, L.1, c. 1-5, o.c. (V), BAC Madrid 19683, 115-127
Guión Solemnidad Santísima Trinidad
Ciclo C
Entrada
Celebramos hoy la Solemnidad de la Santísima Trinidad. La Iglesia quiere rendir culto al único Dios Altísimo que, siendo único, es al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Y el culto más alto que puede ofrecerle es el Santo Sacrificio de la Misa. Nos disponemos para participar dignamente de este sacrificio.
Primera Lectura Prov 8, 22- 31
Antes de los orígenes de la tierra ya existía la Sabiduría, y quiso ella poner sus delicias entre los hijos de los hombres.
Segunda Lectura Rom 5, 1-5
La Trinidad nos revela su admirable designio: vivir con Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado por el Espíritu.
Evangelio Jn 16, 12-15
Jesús manifiesta la Trinidad de personas, hablando de Él, el Hijo, del Padre y del Espíritu Santo.
Preces
Contemplando las misericordiosas bendiciones de Dios, elevemos a Dios nuestro Padre nuestras súplicas, por nuestro eterno Mediador, y alentados por el Soplo del Espíritu.
A cada intención respondemos...
+ Por el Santo Padre y sus intenciones, especialmente por el crecimiento en la unidad de los que confesamos que Dios es uno en tres Personas distintas. Oremos.
+ Por los misioneros del mundo entero, que en un auténtico diálogo con las culturas, se esfuercen por anunciar el Evangelio con la palabra y el testimonio sin vaciar jamás la verdad de nuestro Credo. Oremos...
+ Por nuestra Patria, pidiendo especialmente a Dios que todos los estamentos gubernamentales se comprometan a garantizar el respeto a la vida humana, desde la concepción hasta su fin natural.
+ Por las familias cristianas, que sean luz ante los hombres, reflejo humano de aquella perfecta armonía y amor que reina en el seno de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Oremos.
(Para los miembros de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado:
+ Por toda la familia religiosa del Verbo Encarnado, para que se acreciente en todos el amor a la Santísima Trinidad y este amor sea el vínculo del espíritu de familia con que hemos sido fundados. Oremos).
Oración
Padre de bondad, acepta nuestra oración y concédenos lo que movidos por el Espíritu nos animamos a pedir. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Ofertorio
Glorificando con nuestras vidas a la santa y bendita Trinidad, único Dios, traemos ante el altar:
Incienso, oblación de suave olor que representa nuestras alabanzas y súplicas.
Alimentos, expresión de nuestra solicitud por los más necesitados.
Pan y vino, que, por la acción del Espíritu Santo, serán transformados en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, ofrecidos al Padre.
Comunión
Recibamos llenos de confianza a Jesús, que nos revela en su Persona el infinito amor de Dios.
Salida
Que, en María Santísima y por Ella, seamos en nuestra vida la huella que la Trinidad ha dejado en la historia.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
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