PRIMERA LECTURA
Lo vieron elevarse
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11
En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido.
Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios.
En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «La promesa, les dijo, que Yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días».
Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»
Él les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra».
Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 46, 2-3.6-9
R. El Señor asciende entre aclamaciones.
O bien:
Aleluia.
Aplaudan, todos los pueblos,
aclamen al Señor con gritos de alegría;
porque el Señor, el Altísimo, es temible,
es el soberano de toda la tierra. R.
El Señor asciende entre aclamaciones,
asciende al sonido de trompetas.
Canten, canten a nuestro Dios,
canten, canten a nuestro Rey. R.
El Señor es el Rey de toda la tierra,
cántenle un hermoso himno.
El Señor reina sobre las naciones
el Señor se sienta en su trono sagrado. R.
SEGUNDA LECTURA
Lo hizo sentar a su derecha en el cielo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 17-23
Hermanos:
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que Él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza.
Éste es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro.
Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél que llena completamente todas las cosas.
Palabra de Dios
O bien:
La madurez que corresponde a la plenitud de Cristo
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 1-13
Hermanos:
Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.
Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos.
Sin embargo, cada uno de nosotros ha recibido su propio don, en la medida en que Cristo los ha distribuido. Por eso dice la Escritura:
«Cuando subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos
y repartió dones a los hombres».
Pero si decimos que subió, significa que primero descendió a las regiones inferiores de la tierra. El que descendió es el mismo que subió más allá de los cielos, para colmar todo el universo.
Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo.
O bien más breve:
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 1-6.11-13
Hermanos:
Yo, que estoy preso por el Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz.
Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos.
Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo.
Palabra de Dios.
Aleluia Mt 28, 19a.20b
Aleluia.
«Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos.
Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo»,
dice el Señor.
Aleluia.
EVANGELIO
Fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 16, 15-20
Jesús resucitado se apareció a los Once y les dijo:
«Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará.
Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán».
Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios.
Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Palabra del Señor
P. José María Solé Roma, C.F.M.
Sobre la Primera lectura: (Hechos 1, 1-11)
La ‘Ascensión’ no es alejamiento de Cristo; es una ‘Presencia’ nueva: Más íntima que la de su vida mortal:
─ San Lucas nos ha dejado dos relatos de la Ascensión del Señor. Tanto en su Evangelio como en los Hechos, la Ascensión es la culminación, la meta en la carrera del Mesías Salvador. El intermedio de cuarenta días que corren entre la Resurrección y la Ascensión gloriosa es sumamente provechoso para la Iglesia:
- a) El resucitado con reiteradas apariciones deja a los discípulos convencidos de que ha vencido a la muerte (v 3 a);
- b) A la vez completa con sus instrucciones y sus instituciones el ‘Reino’. La Iglesia (3 b) Les promete el inmediato Bautismo de Espíritu Santo, para el que deben disponerse.
─ Todavía los Apóstoles sueñan en su ‘Reino Mesiánico’ terreno y político (v 6). Jesús insiste en orientarlos hacia el Espíritu Santo. Van a recibir el ‘Bautismo’ del Espíritu Santo, y con el Él, luz: para comprender el sentido espiritual del ‘Reino’; humildad, para ser instrumentos dóciles al Padre (v 7), y vigor y audacia para ser los testigos del Resucitado en Palestina y hasta en los confines del orbe (8).
─ La ‘Nube’ (v 9) es el signo tradicional en la Escritura que vela y revela la presencia divina (Ex 33, 20, Nm 9, 15). En adelante sólo le veremos velado: en fe y en signos sacramentales. Esta partida no deja tristes a los Apóstoles. Saben que el Resucitado-Glorificado queda con ellos con una presencia invisible, pero íntima, personal, espiritual. La Ascensión más bien los inunda de gozo: ‘Se volvieron a Jerusalén con grande gozo’ (Lc 24, 52).
─ Con gozo y con esperanza. En espera de su retorno: ‘Volverá’ (v 11). San Pablo traduce la fe eclesial de esta esperanza, que será el retorno glorioso del Señor y nuestra ‘Ascensión’ gloriosa a una con Él: ‘El Señor descenderá del cielo… Y resucitarán los muertos en el Señor… Y seremos arrebatados sobre las nubes hacia el encuentro del Señor. Y ya por siempre más estaremos con el Señor’ (1 Tes 4, 17). Pero entre tanto nos toca ser Testigos del Resucitado y constructores de su Reino (v 11), en una duración y en unas vicisitudes que son un secreto del Padre (7). Siempre, empero, con la mirada y el amor tensos hacia donde mora Aquel que tomó nuestra sustancia.
Sobre la Segunda lectura (Efesios 1, 17-23)
Sobre la base del hecho histórico de la Ascensión nos da San Pablo una rica teología del mismo:
─ Para entender la gloria con la que el Padre de la Gloria ha glorificado a Cristo, y de la que vamos a ser copartícipes (18 b), es necesario tener los ojos del corazón iluminados por la luz del Espíritu Santo (18 a).
─ A esta luz sabemos que Cristo Resucitado está a la diestra del Padre; es decir, comparte con el Padre honor y gloria, poder y dominio universal (20-23). Es la plenitud cósmica, premio que el Padre otorga al Hijo que se encarnó y se humilló hasta la muerte a gloria del Padre (Flp 2, 11).
─ Y sobre todo, a esta luz sabemos de otra plenitud y soberanía que ejerce Cristo a la diestra del Padre: Es in Capitalidad de Cristo, su acción salvadora y santificadora que ejerce sobre todos los redimidos. Cristo, que es la ‘P1enitud de Dios’ (Col 1, 19), hinche de su vida eterna a la Iglesia. Y con ello, ésta, colmada de vida y gracia por Cristo, que es su Cabeza, puede ser, a su vez, digno Cuerpo y Plenitud de Cristo. Cristo, en quien reside la gracia salvífica y divinizadora (Plenitud de Dios), la diluvia sobre su lglesia (su Cuerpo-su Esposa). Y mediante la Iglesia (Sacramento de Cristo), la gracia de Cristo llega a todas las almas. Con esto la Iglesia se convierte en Plenitud y Complemento (pleroma) de Cristo.
─ Cristo es, pues, Plenitud de la Iglesia; es su Cabeza y Jefe, su Piedra fundamental, su Esposo y su Salvador. Y la Iglesia es Plenitud de Cristo; es su Cuerpo y su Pueblo, su Edificio, su Esposa; la que Él se elige y hermosea para que sea su gozo y su gloria. Y ésta, ‘exultante de gozo santo y en devota acción de gracias, celebra en la Ascensión del Hijo el anticipo de la nuestra, pues a donde tomó vuelo la Cabeza debe seguir el Cuerpo’ (Colecta).
Sobre el Evangelio (Marcos 16,15-20)
Cristo vencedor de la muerte vive en su Iglesia:
─ El Evangelista nos sintetiza la postrera etapa de la obra salvífica de Cristo: Resurrección-Ascensión-Glorificación a la diestra del Padre-Desarrollo de la Iglesia por ministerio de los Apóstoles, a quienes Cristo ha confiado la prosecución de su obra y a quienes desde el cielo asiste.
─ Con esto la Ascensión representa en la Historia de la Salvación la culminación, la victoria. Culminación de la obra salvífica de Cristo: la Redención. Culminación de la misión de Cristo: el Enviado del Padre retorna al Padre (Jn 13, 1; 14, 12; 20, 17). Culminación o Consumación de Cristo-Pontífice-Sacerdote-Hostia (Heb 2, 10; 8, 1; 9, 23). Culminación de su definitiva y eterna glorificación (Jn 13, 31; 17, 1. 15). Culminación de su triunfo en las almas: ‘Yo cuando fuere levantado de la tierra atraeré a todos a Mí’ (Jn 12, 32).
─ Igualmente la Ascensión, más que su partida. es su presencia: ‘Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos’ (Mt 28, 30). Presencia espiritual e invisible, pero no menos real que la sensible. Presencia que por ser Espiritual trasciende tiempo y espacio. Desde la diestra del Padre envía al Espíritu Santo (Jn 16, 7). Y viene Él mismo a establecer su morada en los corazones de quienes creen en Él y le aman (Jn 14, 23).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)
San Juan Pablo II
La Ascensión: misterio anunciado
- Los símbolos de fe más antiguos ponen después del artículo sobre la resurrección de Cristo, el de su ascensión. A este respecto los textos evangélicos refieren que Jesús resucitado, después de haberse entretenido con sus discípulos durante cuarenta días con varias apariciones y en lugares diversos, se sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para subir al cielo, completando así el ‘retorno al Padre’ iniciado ya con la resurrección de entre los muertos.
En esta catequesis vemos cómo Jesús anunció su ascensión (o regreso al Padre) hablando de ella con la Magdalena y con los discípulos en los días pascuales y en los anteriores la Pascua.
- Jesús, cuando encontró a la Magdalena después de la resurrección, le dice: ‘No me toques, que todavía no he subido al Padre; pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios’ (Jn 20,17).
Ese mismo anuncio lo dirigió Jesús varias veces a sus discípulos en el período pascual. Lo hizo especialmente durante la última Cena, ‘sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre…, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía’ (Jn 13, 1-3). Jesús tenía, sin duda, en la mente su muerte ya cercana y, sin embargo, miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padre mediante la ascensión al cielo: ‘Me voy a aquel que me ha enviado’ ( Jn 16, 5): ‘ Me voy al Padre, y ya no me veréis’ (Jn 16, 10). Los discípulos no comprendieron bien, entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto que hablaba de forma misteriosa: ‘Me voy y volveré a vosotros’, e incluso añadía: ‘Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo’ (Jn 14, 28). Tras la resurrección aquellas palabras se hicieron para los discípulos más comprensibles y transparentes, como anuncio de su ascensión al cielo.
- Si queremos examinar brevemente el contenido de los anuncios transmitidos, podemos ante todo advertir que la ascensión al cielo constituye la etapa final de la peregrinación terrena de Cristo. Hijo de Dios, consubstancial al Padre, que se hizo hombre por nuestra salvación. Pero esta última etapa permanece estrechamente conectada con la primera, es decir, con su ‘descenso del cielo’, ocurrido en la encarnación Cristo ‘salido del Padre’ (Jn 16, 28) y venido al mundo mediante la encarnación, ahora, tras la conclusión de su misión, ‘deja el mundo y va al Padre’ (Cfr. Jn 16, 28). Es un modo único de ‘subida’ como lo fue el del ‘descenso’ Solamente el que salió del Padre como Cristo lo hizo puede retornar al Padre en el modo de Cristo. Lo pone en evidencia Jesús mismo en el coloquio con Nicodemo: ‘Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo’ (Jn 3, 13). Sólo Él posee la energía divina y el derecho de ‘subir al cielo’, nadie más. La humanidad abandonada a sí misma, a sus fuerzas naturales, no tiene acceso a esa ‘casa del Padre’ (Jn 14, 2), a la participación en la vida y en la felicidad de Dios. Sólo Cristo puede abrir al hombre este acceso: Él, el Hijo que ‘bajó el cielo’, que ‘salió del Padre’ precisamente para esto. Tenemos aquí un primer resultado de nuestro análisis: la ascensión se integra en el misterio de la Encarnación, que es su momento conclusivo.
- La Ascensión al cielo está, por tanto, estrechamente unida a la ‘economía de la salvación’, que se expresa en el misterio de la encarnación y, sobre todo, en la muerte redentora de Cristo en la cruz Precisamente en el coloquio ya citado con Nicodemo, Jesús mismo, refiriéndose a un hecho simbólico y figurativo narrado por el Libro de los Números (21, 4-9), afirma: ‘Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado (es decir, crucificado) el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna’ (Jn 3, 14-1 5).
Y hacia el final de su ministerio, cerca ya la Pascua, Jesús repitió claramente que era Él el que abriría a la humanidad el acceso a la ‘casa del Padre’ por medio de su cruz: ‘cuando sea levantado en la tierra, atraeré a todos hacia mi’ (Jn 12, 32). La ‘elevación’ en la cruz es el signo particular y el anuncio definitivo de otra ‘elevación’ que tendrá lugar a través de la ascensión al cielo. El Evangelio de Juan vio esta ‘exaltación’ del Redentor ya en el Gólgota. La cruz es el inicio de la ascensión al cielo.
- Encontramos la misma verdad en la Carta a los Hebreos, donde se lee que Jesucristo, el único Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza, no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro’ (Heb 9, 24). Y entró ‘con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna: ‘penetró en el santuario una vez para siempre’ (Heb 9, 12). Entró, como Hijo ‘el cual, siendo resplandor de su gloria (del Padre) e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas’ (Heb 1, 3)
Este texto de la Carta a los Hebreos y el del coloquio con Nicodemo (Jn 3, 13) coinciden en el contenido sustancial, o sea en la afirmación del valor redentor de la ascensión al cielo en el culmen de la economía de la salvación, en conexión con el principio fundamental ya puesto por Jesús ‘Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre’ (Jn 3, 13).
- Otras palabras de Jesús, pronunciadas en el Cenáculo, se refieren a su muerte, pero en perspectiva de la ascensión: ‘Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y adonde yo voy (ahora) vosotros no podéis venir’ (Jn 13, 33). Sin embargo, dice en seguida: ‘En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho, porque voy a prepararos un lugar’ (Jn 14, 2).
Es un discurso dirigido a los Apóstoles, pero que se extiende más allá de su grupo. Jesucristo va al Padre (a la casa del Padre) para ‘introducir’ a los hombres que ‘sin Él no podrían entrar’. Sólo Él puede abrir su acceso a todos: Él que ‘bajó del cielo’ (Jn 3, 13), que ‘salió del Padre’ (Jn 16, 28) y ahora vuelve al Padre ‘con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna’ (Heb 9, 12). Él mismo afirma: ‘Yo soy el Camino nadie va al Padre sino por mí’ (Jn 14, 6).
- Por esta razón Jesús también añade, la misma tarde de la vigilia de la pasión: ‘Os conviene que yo me vaya.’ Sí, es conveniente, es necesario, es indispensable desde el punto de vista de la eterna economía salvífica. Jesús lo explica hasta el final a los Apóstoles: ‘Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré’ (Jn 16, 7). Si. Cristo debe poner término a su presencia terrena, a la presencia visible del Hijo de Dios hecho hombre, para que pueda permanecer de modo invisible, en virtud del Espíritu de la verdad, del Consolador) Paráclito. Y por ello prometió repetidamente: ‘Me voy y volveré a vosotros’ (Jn 3. 28).
Nos encontramos aquí ante un doble misterio: El de la disposición eterna o predestinación divina, que fija los modos, los tiempos, los ritmos de la historia de la salvación con un designio admirable, pero para nosotros insondable; y el de la presencia de Cristo en el mundo humano mediante el Espíritu Santo, santificador y vivificador: el modo cómo la humanidad del Hijo obra mediante el Espíritu Santo en las almas y en la Iglesia) verdad claramente enseñada por Jesús) permanece el envuelto en la niebla luminosa del misterio trinitario y cristológico, y requiere nuestro acto de fe humilde y sabio.
- La presencia invisible de Cristo se actúa en la Iglesia, también de modo sacramental. En el centro de la Iglesia se así encuentra la Eucaristía. Cuando Jesús anunció su institución por vez primera, muchos ‘se escandalizaron’ (Cfr. Jn 6, 61), ya que hablaba de ‘comer su Cuerpo y beber su Sangre’. Pero fue entonces cuando Jesús reafirmó: ‘¿Esto os escandaliza? ¿Y cuándo veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada’ (Jn 6, 61-63) .
La Jesús habla aquí de su ascensión al cielo cuando su Cuerpo terreno se entregue a la muerte en la cruz, se manifestará el Espíritu ‘que da la vida’. Cristo subirá al Padre, para que venga el Espíritu. Y, el día de Pascua, el Espíritu glorificará el Cuerpo de Cristo en la resurrección. El día de Pentecostés, el Espíritu sobre la Iglesia para que, renovado en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo, podamos participar en la nueva vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este modo prepararnos para entrar en las ‘moradas eternas’, donde nuestro Redentor nos ha precedido para prepararnos un lugar en la te ‘Casa del Padre’ (Jn 14, 2).
(Catequesis del 5 de abril de 1989)
Mons. Fulton Sheen
La Ascensión del Señor
Durante aquellos cuarenta días después de su resurrección, nuestro Salvador estuvo preparando a sus apóstoles a sobrellevar la ausencia de Él mediante el Consolador que había de enviarles.
Por espacio de cuarenta días,
fue visto por ellos
y les habló de las cosas
concernientes al reino de Dios.
Hech. 1,3
No fue éste un período en el que Jesús dispensara dones, sino más bien durante el cual les dio leyes y preparó la estructura de su cuerpo místico, la Iglesia. Moisés había ayunado unos días antes de promulgar la ley; Elías ayunó durante cuarenta días antes de la restauración de la ley ; y ahora, al cabo de cuarenta días de haber resucitado, el Señor dejó asentados los pilares de su Iglesia y estableció la nueva ley del evangelio. Pero los cuarenta días tocaban a su fin, y Jesús les invitó a que esperaran el día cincuenta o pentecostés, el día del jubileo.
Cristo los condujo hasta Betania, que era donde había de desarrollarse la escena de la despedida; no en Galilea, sino en Jerusalén, donde había sufrido; tendría efecto su ascensión a la morada del Padre Celestial. Terminado su sacrificio, en el momento en que se disponía a subir a su trono celestial, levantó las manos, que ostentaban la marca de los clavos. Aquel ademán sería uno de los últimos recuerdos que del Maestro conservarían los apóstoles. Las manos se elevaron primero hacia el cielo y bajaron luego hacia la tierra como si quisiera hacer descender bendiciones sobre los hombres. las manos horadadas distribuyen mejor las bendiciones. En el libro Levítico, después de la lectura de la profética promesa del Mesías, venía la bendición del sumo sacerdote; así también, tras mostrar que todas las profecías habíanse cumplido en Él, Jesús se dispuso a entrar en el santuario celestial. Las manos que sostenían el cetro de autoridad en el cielo y sobre la tierra dieron ahora la bendición final:
Mientras los bendecía, separóse de ellos,
y fue llevado arriba al cielo…
Lc. 24, 51
y sentó a la diestra de Dios
Mc. 16, 19
y ellos, habiéndole adorado,
volviéronse a Jerusalén, con gran gozo;
y estaban de continuo en el templo,
alabando y bendiciendo a Dios.
Lc. 24, 52-53
Si Cristo hubiera permanecido en la tierra, la vista habría substituido la fe. En el cielo ya no habrá fe, porque sus seguidores verán; no habrá esperanza, porque poseerán; pero habrá caridad o amor, porque el amor dura eternamente. su despedida de este mundo combinó la cruz y la corona, como sucedía en cada detalle, por pequeño que fuera, de su vida. La ascensión se realizó en el monte Olivete, a cuyo pie se encuentra Betania. Llevó a sus apóstoles a través de Betania, lo que quiere decir que tuvieron que pasar por Getsemaní y por el mismo sitio en que Jesús había llorado sobre Jerusalén. No desde un trono, sino desde un monte situado por encima el huerto de retorcidos olivos teñidos con su sangre, Jesucristo no estaba amargado por la cruz, puesto que la ascensión era el fruto de aquella crucifixión. Como El mismo había declarado, era necesario que padeciera para poder entrar en su gloria.
En la ascensión el salvador no abandonó el ropaje de carne con que había sido revestido; porque su naturaleza humana sería el patrón de la gloria futura de las otras naturalezas humanas que le sería incorporada por medio de la participación de su vida. Era intrínseca y profunda la relación existente entre su encarnación y su ascensión. La encarnación o el asumir una naturaleza humana hizo posible que Él sufriera y redimiera. La ascensión ensalzó hasta la gloria a aquella misma naturaleza humana que había sido humillada hasta la muerte.
Si hubiera sido coronado sobre la tierra en vez de ascender a los cielos, los pensamientos que los hombres habrían concebido sobre Él habrían quedado confinados a la tierra. Pero la ascensión haría que las mentes y los corazones de los hombres se elevaran por encima de lo terreno. Con relación a Él mismo, era justo que la naturaleza humana que Él había usado como instrumento para enseñar y gobernar y santificar participara de la gloria, de la misma manera que había participado de su oprobio. Resultaba muy difícil de creer que él, el Varón de dolores, familiarizado con la angustia, fuese el amado Hijo en quien el Padre se complacía. Era difícil de creer que Él, que no había bajado de una cruz, pudiera subir ahora al cielo, o que la gloria momentánea que irradió su cuerpo en el monte de la Transfiguración fuera ahora una peculiaridad suya permanente.
La ascensión disipaba ahora todas estas dudas al introducir su naturaleza human en una comunión íntima y eterna con Dios.
Habiánse mofado de aquella naturaleza humana que había asumido al nacer, cuando los soldados le vendaron los ojos y le pedían que adivinara quién le golpeaba. Burláronse de Él cuando como rey al ponerle un vestido real y por cetro una caña. Finalmente se burlaron de Él como sacerdote al desafiarle, a Él, que se estaba ofreciendo como víctima, a que bajase de la cruz. Con la ascensión se vindicaba triple ministerio de Maestro rey y sacerdote. Pero la vindicación sería completa cuando viniera en su justicia, como juez de los hombres, en la misma naturaleza human que de los hombres había tomado. Ninguno de los que serían juzgados podría quejarse de que Dios ignora las pruebas que a que están sometidos los humanos. Su misma aparición como el Hijo del hombre demostraría que él había librado las mismas batallas que los hombres y sufrido las mismas tentaciones que los que comparecían ante el tribunal de la justicia divina. La sentencia que dictara Jesús hallaría inmediatamente eco en los corazones.
Otro motivo de la ascensión era que Jesús pudiera abogar en el cielo junto a su Padre con una naturaleza humana común al resto de los hombres. Ahora podía, por así decirlo, mostrar las llagas de su gloria no sólo como trofeos de victoria, sino también como insignias de intercesión. La noche en que fue al huerto de los Olivos oró como si ya estuviera en la mansión celestial, a la diestra de su Padre; la plegaria que dirigió al cielo era menos la de un moribundo que la de un Redentor ya ensalzado a la gloria.
Para que el amor con que me has amado
esté en ellos,
y yo en ellos.
Jn 17,26
En el cielo sería no solamente un abogado de los hombres delante del Padre, sino también enviaría al Espíritu santo como abogado del hombre delante de Él. Cristo, a la diestra del Padre, representaría a la humanidad ante el trono del Padre; El Espíritu santo, habitando con los fieles, representaría en ellos al Cristo que fue al Padre. En la ascensión Cristo elevó al Padre nuestras necesidades, merced al Espíritu, Cristo el Redentor sería llevado a los corazones de todos aquellos que quisieran poner fe en Él.
La ascensión daría a Cristo el derecho de interceder poderosamente por los mortales:
Teniendo, pes, un gran sumo sacerdote,
que ha pasado a través de los cielos,
Jesús, el Hijo de Dios,
retengamos nuestra profesión.
Porque no tenemos un sumo sacerdote
que sea incapaz de compadecerse
de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado
en todo según nuestra semejanza,
mas sin pecado.
Hebr. 4, 14, s
(Mons. Fulton Sheen. Vida de Cristo, Herder, Barcelona, 1996, pag 491- 494)
San Agustín
La Ascensión del Señor
- Nuestro Señor Jesucristo ha subido hoy al cielo; suba con él nuestro corazón. Escuchemos al Apóstol, que dice: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha del Padre; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra. Como él ascendió sin apartarse de nosotros, de idéntica manera también nosotros estamos ya con él allí, aunque aún no se haya realizado en nuestro cuerpo lo que tenemos prometido. Él ha sido ensalzado ya por encima de los cielos; no obstante, sufre en la tierra cuantas fatigas padecemos nosotros en cuanto miembros suyos. Una prueba de esta verdad la dio al clamar desde lo alto: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y al decir: tuve hambre y me distéis de comer ¿Por qué nosotros no nos esforzamos en la tierra por descansar con él en el cielo sirviéndonos de la fe, la esperanza, la caridad, que nos une a él? Él está allí con nosotros; igualmente, nosotros estamos aquí con él. Él lo puede por su divinidad, su poder y su amor; nosotros, aunque no lo podemos en virtud de la divinidad como él, lo podemos, no obstante, por el amor, pero amor hacia él. Él no se alejó del cielo cuando descendió de allí hasta nosotros, ni tampoco se alejó de nosotros cuando ascendió de nuevo al cielo. Que estaba en el cielo mientras se hallaba en la tierra, lo atestigua él mismo: Nadie, dijo, subió al cielo sino quien bajó del cielo, el hijo del hombre que está en el cielo. No dijo: «El hijo del hombre que estará en el cielo», sino: El hijo del hombre que está en él cielo.
- El permanecer con nosotros incluso cuando está en el cielo es una promesa hecha antes de su ascensión al decir: Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo. Pero también nosotros estamos allí, puesto que él mismo dijo: Regocijaos, porque vuestros nombres han sido escritos en el cielo, a pesar de que con nuestros cuerpos y fatigas quebrantemos la tierra y la tierra nos quebrante a nosotros. Una vez que nos encontremos en su gloria después de la resurrección corporal, ni nuestro cuerpo habitará esta tierra de mortalidad ni nuestro afecto se sentirá inclinado hacia ella; todo él lo tomará de aquí quien tiene las primicias de nuestro espíritu. No hemos de perder la esperanza de alcanzar la perfecta y angélica morada celestial porque él haya dicho: Nadie sube al cielo sino quien bajó del cielo: el hijo del hombre que está en el cielo. Parece que estas palabras se refieren únicamente a él, como si ninguno de nosotros tuviese acceso a él. Pero tales palabras se dijeron en atención a la unidad que formamos, según la cual él es nuestra cabeza y nosotros su cuerpo. Nadie, pues, sino él, puesto que nosotros somos él en cuanto que él es hijo del hombre por nosotros, y nosotros hijos de Dios por él. Así habla el Apóstol: De igual manera que el cuerpo es único y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. No dijo: «Así Cristo», sino así también Cristo. A Cristo, pues, lo constituyen muchos miembros, que son un único cuerpo. Descendió del cielo por misericordia y no asciende nadie sino él, puesto que también nosotros estamos en él por gracia. Según esto, nadie descendió y nadie ascendió, sino Cristo. No se trata de diluir la dignidad de la cabeza en el cuerpo, sino de no separar de la cabeza la unidad del cuerpo. No dice «de tus descendencias», como si fueran muchas, sino: En tu descendencia que es Cristo. Así, pues, llama a Cristo descendencia de Abrahán; y, no obstante, el mismo Apóstol dijo: Pues vosotros sois descendencia de Abrahán. Por tanto, si no se trata de descendencias, como si fueran muchas, sino de una sola, y ésta la de Abrahán, que es Cristo; la de Abrahán, que somos nosotros, cuando él sube al cielo, nosotros no estamos separados de él. No mira con malos ojos el que nosotros vayamos allá quien descendió del cielo, sino que ciclo.» Por eso, robustezcámonos entre tanto; ardamos con todas las llamas del deseo por ello; meditemos en la tierra lo que contamos poseer en el cielo. Entonces nos despojaremos de la carne de la mortalidad; despojémonos ahora de la vetustez del alma: el cuerpo será elevado fácilmente a las alturas celestes si el peso de los pecados no oprimen al espíritu.
- Por insinuación calumniosa de los herejes, a algunos les intriga el saber cómo el Señor descendió sin cuerpo y ascendió con él; les parece que está en contradicción con aquellas palabras: Nadie sube al cielo sino quien bajó del cielo. ¿Cómo pudo subir al cielo, preguntan, un cuerpo que no bajó de allí? Como si él hubiera dicho: «Nada sube al cielo sino lo que bajó de él.» Lo que dijo fue esto otro: Nadie sube sino quien bajó. La afirmación se refiere a la persona, no a la vestimenta de la persona. Descendió sin el vestido del cuerpo, ascendió con él; pero nadie ascendió, sino quien descendió. Si él nos incorporó a sí mismo en calidad de miembros suyos, de forma que, incluso incorporados nosotros, sigue siendo él mismo, ¡con cuánta mayor razón no puede tener en él otra persona el cuerpo que tomó de la virgen! ¿Quién dirá que no fue la misma persona la que subió a un monte, o a una muralla, o a cualquier otro lugar elevado por el hecho de que, habiendo descendido despojado de sus vestiduras, asciende con ellas, o porque, habiendo descendido desarmado, asciende armado? Como en este caso se dice que nadie subió sino quien descendió, aunque haya subido con algo que no tenía al descender, de idéntica manera, nadie subió al cielo sino Cristo, porque nadie sino él bajó de allí, aunque haya descendido sin cuerpo y haya ascendido con él, habiendo de ascender también nosotros no por nuestro poder, sino por la unión entre nosotros y con él. En efecto, son dos en una sola carne; es el gran sacramento de Cristo y la Iglesia; por eso dice él mismo: Ya no son dos, sino una sola carne.
- Ayunó cuando fue tentado, a pesar de que, con anterioridad a su muerte, necesitaba el alimento, y, en cambio, comió y bebió una vez glorificado, a pesar de que, después de su resurrección, ya no lo necesitaba. En el primer caso mostraba en su persona nuestra fatiga; en el segundo, en nosotros su consolación; en ambas ocasiones, en el marco de cuarenta días. En efecto, según consta en el evangelio, cuando fue tentado en el desierto antes de la muerte de su carne había ayunado durante cuarenta días; y, a su vez, según lo indica Pedro en los Hechos de los Apóstoles, después de la resurrección de su carne pasó cuarenta días con sus discípulos, entrando y saliendo, comiendo y bebiendo. Bajo el número 40 parece estar simbolizado el transcurso de este mundo en quienes han sido llamados a la gracia por quien no vino a anular la ley, sino a darle cumplimiento 2. Diez son los preceptos de la ley cuando ya la gracia de Cristo se halla difundida por el mundo. El mundo consta de cuatro partes, y 10 multiplicado por 4 da 40, puesto que los que han sido redimidos por el Señor fueron reunidos de todas las regiones: de oriente y de occidente, del norte y del mar. Su ayuno de cuarenta días antes de su muerte equivalía, en cierto modo, a clamar: «Absteneos de los deseos mundanos»; y el comer y beber durante cuarenta días después de la resurrección de la carne equivalía a decir: Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo. El ayuno, en efecto, tiene lugar en la tribulación del combate, porque quien compite en la lucha se abstiene de todo; el alimento, en cambio, es propio de la paz esperada, que no será perfecta hasta que nuestro cuerpo, cuya redención anhelamos, no se revista de inmortalidad; cosa que no nos gloriamos de haberla alcanzado ya, pero de la que nos alimentamos en la esperanza. Una y otra cosa hemos de hacer; así lo mostró el Apóstol al decir: Gozando en la esperanza y siendo pacientes en la tribulación, como si lo primero se hallase simbolizado en el alimento, y lo segundo en el ayuno. Una y otra cosa hemos de realizar cuando emprendemos el camino del Señor: ayunar de la vanidad del mundo presente y robustecernos con la promesa del futuro; en el primer caso no apegando el corazón, y en el segundo, poniendo su alimento en lo alto.
(SAN AGUSTÍN, Sermones sobre los tiempos litúrgicos, Sermón 263 A, O.C. (XXIV), BAC Madrid 1983, 659-64)
Guión Solemnidad de la Ascensión del Señor
12 de mayo 2024 – CICLO B
Entrada: Hoy con la Ascensión de Cristo a los cielos, no sólo somos constituidos poseedores del paraíso, sino que con él ascendemos, mística pero realmente, a lo más alto de los cielos, y conseguimos por Cristo una gracia más inefable que la que habíamos perdido con su ausencia sensible. Ahora nuestra esperanza es muy grande, pues el Señor ha ido a prepararnos una morada.
Primera Lectura: Después que Cristo promete a sus apóstoles un bautismo en el Espíritu Santo asciende a los cielos siendo los Apóstoles testigos del hecho. Hch. 1,1-11
Segunda Lectura: El que por nosotros tomó la condición de siervo y se humilló, ahora ha sido exaltado, enaltecido, constituido “Señor”. Ef. 1,17-23
Evangelio: Cristo ha dejado su presencia sensible, visible, pero sigue presenta y lo manifiesta cooperando con la acción de los discípulos. Mc. 16, 15-20
Preces
A Dios que hizo de nosotros el Cuerpo de Cristo, pidámosle por nuestras necesidades.
A cada intención respondemos….
* Por el Papa Francisco para que apoyado y fortalecido por la victoria de Jesús, siga conduciendo hacia la Casa paterna a la Santa Iglesia. Oremos…
* Por la nueva evangelización y por los misioneros de la Iglesia para que, dóciles al Espíritu Divino, sean testigos creíbles de la esperanza a la que hemos sido llamados. Oremos…
* Por los cristianos perseguidos, para que puedan valorar los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que Cristo obra en los creyentes. Oremos…
* Por nuestro fundador y por todos los miembros de nuestra familia religiosa, para que fieles al carisma, vivamos en plenitud la aventura misionera que la Iglesia de nuestro tiempo reclama de sus hijos. Oremos…
* Por todas las familias cristianas, para que viviendo según el Evangelio las realidades temporales, procuren siempre los bienes de la gracia prometidos a los que permanecen fieles. Oremos…
Señor y Dios que nos envías a todas partes para llevar tu presencia, ayúdanos con tu poder mientras caminamos hacia la unidad de la fe. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio:
El Señor intercediendo ante el Padre por nosotros, está ejerciendo la plenitud de su Sacerdocio eterno. Nos unimos a él con nuestras ofrendas.
Presentamos:
Cirios: y con ellos el deseo de que el Evangelio sea predicado a todos los hombres.
Pan y vino: que serán Cuerpo y Sangre de Jesús, Vida y Esperanza nuestra.
Comunión: Eucaristía es tensión hacia la meta, es pregustar el gozo pleno que Cristo nos ha prometido, es anticipación del Paraíso y prenda de la gloria futura.
Salida: María, Madre de la Esperanza, nos conceda un vehemente deseo del Cielo, y la firme certeza de que el triunfo de Jesús es nuestro triunfo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
“¿Qué hacéis mirando el cielo?”
(Hch.1,10)
Los Apóstoles con los ojos clavados en el cielo contemplando al Maestro que se va. Los corazones de todos se van con Él. Están elevados; están suspensos, están arrebatados de admiración, de gloria, de amor.
Y de pronto unos ángeles les lanzan desde la altura estas extrañas palabras:
- Varones de Galilea, ¿qué hacéis mirando el cielo? Este Señor que se va vendrá otra vez a juzgar a los vivos y a los muertos.
¿Qué hacéis mirando el cielo? ¿Qué han de hacer sino mirar al Señor a quien pierden, a su Dueño, a su Amigo que les abandona? Y para que se vayan de allí ¿amenazan nada menos que con el juicio y con la cuenta?
Estar en un monte con Cristo, estar con los ojos fijos en el cielo, estar arrebatados en la contemplación de su gloria ¿es cosa como para que se extrañen los ángeles que no hacen otra cosa en la eternidad? ¿no estaban así en el Tabor y Pedro decía: -¡qué bien se está aquí!- ¡y pensaba en hacer tres tiendas para quedarse allí para siempre!?
Pero ¿quieren saber el por qué? Porque el oficio de los Ángeles es adorar a Dios, pero el oficio de los Apóstoles es predicar la fe y salvar las almas.
El mandato de Cristo era ir a Jerusalén a prepararse para la predicación con los dones del Espíritu Santo. Y dejar el Cenáculo por el monte de los olivos, y dejar las almas por la contemplación era lo que reprendían los Ángeles.
El mundo se pierde; se blasfema el Santo Nombre de Dios, hombres y mujeres ignoran a Cristo. ¿Y nos podemos quedar con los brazos cruzados? ¡A trabajar por el Nombre de Cristo, por su gloria!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 79)