PRIMERA LECTURA
Quédate de pie en la montaña, delante del Señor
Lectura del primer libro de los Reyes 19, 9. 11-13a
Habiendo llegado Elías a la montaña de Dios, el Horeb, entró en la gruta y pasó la noche. Allí le fue dirigida la palabra del Señor. El Señor le dijo: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor».
Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 84, 9-14 (R.: 8)
R. Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.
Voy a proclamar lo que dice el Señor:
el Señor promete la paz, la paz para su pueblo y sus amigos.
Su salvación está muy cerca de sus fieles,
y la Gloria habitará en nuestra tierra. R.
El Amor y la Verdad se encontrarán,
la Justicia y la Paz se abrazarán;
la Verdad brotará de la tierra
y la Justicia mirará desde el cielo. R.
El mismo Señor nos dará sus bienes
y nuestra tierra producirá sus frutos.
La Justicia irá delante de Él,
y la Paz, sobre la huella de sus pasos. R.
SEGUNDA LECTURA
Desearía ser maldito, en favor de mis hermanos
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 9, 1-5
Hermanos:
Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza.
Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.
Palabra de Dios.
ALELUIA Sal 129, 5
Aleluia.
Mi alma espera en el Señor,
y yo confío en su palabra.
Aleluia.
EVANGELIO
Mándame ir a tu encuentro sobre el agua
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14, 22-33
Después que se sació la multitud, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. «Es un fantasma», dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy Yo; no teman».
Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua».
«Ven,» le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: «Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios».
Palabra del Señor.
W. Trilling
Jesús camina sobre las aguas
(Mt 14,22-33)
Pedro por primera vez desempeña en este pasaje un papel independiente (Mt _14:28-31). De forma semejante, ocupará el primer plano en la confesión de la mesianidad de Jesús (Mt _16:17-19) y al final de toda esta sección se encuentra un pasaje que evoca una conversación entre él y Jesús (Mt _17:24-27). Estos tres pasajes sólo se hallan en san Mateo y demuestran que este evangelista puede inspirarse en una más amplia tradición petrina. Se descubren análogos reflejos en otros pasajes del mismo Evangelio, por ejemplo, en 10,2, donde se designa a Pedro como “primero”, y sobre todo en varios pasajes, donde actúa como portavoz de los apóstoles (15,15; 17,4; 18,21; 19,27). A pesar de que el Evangelio de san Mateo imprime su acento en el apóstol, no cabe afirmar que su figura quede idealizada o indebidamente enaltecida. En la conversación entre Jesús y Pedro después de la confesión de la mesianidad, san Mateo más subrayó lo menos grato para el apóstol (16,22s), y no disimula tampoco el papel desairado de Pedro durante el proceso de Jesús (26,69-75).
22 Mandó a sus discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía al pueblo. 23 Después de despedirlo, subió al monte para orar a solas. Al anochecer, estaba él allí solo.
Jesús manda a los discípulos subir a la barca. ¿Por qué se usa esta enérgica frase? ¿Necesitaban este apremio, porque querían permanecer cerca de Jesús o no le querían dejar solo? Les da el encargo de partir antes que él a la orilla opuesta, de recorrer el trayecto que ya habían recorrido de día (14,13). Quiere quedarse solo con la gente y “despedirla”. Pero además busca una mayor soledad. En cuanto la muchedumbre se ha dispersado, se va al monte, para orar solo. En un lugar elevado, en el monte se experimenta la proximidad de Dios, de forma más inmediata. Jesús busca la quietud de la oración, de aquella oración que sólo puede fluir entre él y el Padre. Ningún ser humano puede entrometerse en ella ni tampoco ser testigo de ella. Es una oración distinta de la que Jesús había pronunciado antes sobre los panes y los peces. Aquella fue la bendición oficial de la mesa y la oración usada para bendecir que tiene que rezar el padre de familia para el pueblo y en su nombre. En esta oración solitaria, se efectuaría un trueque vital inefable. Jesús es impulsado a la soledad, tiene que forzar a los discípulos a subir a la barca. Basta quedarse absorto en esta escena: Jesús unido con Dios en la obscuridad de la noche, en el monte, en la soledad. Allí está el puente entre Dios y los hombres. El mediador es “Cristo Jesús hombre” (1Ti_2:5).
24 Entretanto, la barca se había alejado ya muchos estadios de la costa y se encontraba combatida por las olas, pues el viento era contrario. 25 A la cuarta vigilia de la noche, fue hacia ellos caminando sobre el mar. 26 Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se sobresaltaron y dijeron: ¡Es un fantasma! Y se pusieron a gritar por el miedo. 27 Pero Jesús les habló en seguida: ¡Animo! ¡Soy yo! ¡No tengáis miedo!
Entretanto la barca en que van los discípulos, va siguiendo su rumbo, pero el viento que sopla en dirección contraria, dificulta su navegación y por eso adelantan penosamente. Notan cuán escasas son sus fuerzas y cuán difícilmente pueden luchar con la fuerte tormenta que se avecina. Es una tortura fatigosa. Entonces sucede que Jesús va al encuentro de ellos sobre las aguas hacia el amanecer. Los discípulos son presa de espanto y creen ver un fantasma. Aunque son hombres duros y han soportado muchas horas difíciles en el lago, echan a gritar. El evangelista no teme decirlo abiertamente. Jesús les da voces: “¡Animo! ¡Soy yo! ¡No tengáis miedo!” Siempre sucede lo mismo. El hombre siente su debilidad, cuando se encuentra con Dios o con las cosas divinas. El ánimo decae y el temor hace que el corazón quede oprimido. Jesús no da ninguna señal para ser reconocido ni menciona ningún nombre. Sólo dice llanamente: Soy yo. Con estas dos palabras está todo dicho, porque sólo hay un hombre que pueda hablar así, de modo tan incondicional y absoluto, sin identificar su personalidad ni presentarse con pormenores. Los discípulos no debían conocerle ni por su voz ni por su figura ni por un ademán. Sólo deben saber que quien puede decir: “Soy yo”, tiene que ser él. Entonces el hombre no pide una legitimación, no pide señales ni prodigios que lo atestigüen, no pregunta por el nombre, identidad y origen (“Sabemos de dónde es éste”). Todos esos detalles se vuelven accesorios ya que Jesús sabe que ante él solamente existe la confianza sin reservas y la entrega total, que desvanecen el temor…
28 Pedro le contestó: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas. 29 Ven, le respondió. Pedro entonces saltó de la barca y, caminando sobre las aguas, fue hacia Jesús. 30 Pero, viendo el viento que había, tuvo miedo, y al comenzar a hundirse, lanzó un grito: ¡Señor, sálvame! 31 Inmediatamente Jesús extendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?
Este pasaje, que sólo trata de Pedro y de Jesús, únicamente está en san Mateo. Pedro dirige la palabra a Jesús con el título soberano de Señor. Pedro ha entendido. Si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas. “Nada será imposible” al que cree (17,20b). Si es Jesús, no sólo carece de peligro el abismo del mar, sino que también se despierta el ansia de ir a Jesús. Pedro se deja llevar por este anhelo. El Señor le contesta lacónicamente: “Ven”. La confianza audaz perdura, Pedro salta de la barca, corre con una efectiva seguridad sobre el agua y va hasta Jesús. Entonces Pedro nota de repente el fuerte viento y se estremece. Su corazón de nuevo se atemoriza, y al instante empieza a hundirse. Invoca por segunda vez a Jesús: “¡Señor, sálvame!” Jesús le alza y le pregunta en son de reproche: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?” Cuando se está próximo a Jesús, no se puede perder la firmeza ni dudar. El conocimiento de la presencia de Jesús sostiene sobre el agua y refrena la fuerza del viento.
32 Y cuando subieron los dos a la barca, el viento se calmó. 33 Los que estaban en la barca se postraron ante él, exclamando: Realmente, eres Hijo de Dios.
Jesús sube a la barca y en el acto el viento se calma. No se requiere una orden peculiar como antes (cf. 8,26). La presencia sola de Jesús sosiega y reprime los elementos excitados. Los discípulos quedan subyugados y postrándose rinden homenaje al Maestro con la siguiente confesión: Realmente, eres Hijo de Dios. Son unas palabras grandiosas. Así pues, ¿han entendido los discípulos el misterioso milagro de los panes en un lugar solitario, el poder de Jesús para caminar sin riesgo sobre el lago, sus palabras excelsas: “soy yo” y la fácil salvación de Pedro, cuando empezaba a hundirse? Aquí se ha llegado a un punto culminante. En la noche sobre la superficie del lago reconocen repentinamente a quién tienen ante sí. Vino a ser como una iluminación del conocimiento, la esplendorosa figura del maestro brillando súbitamente ante ellos en la obscuridad. Más allá de las reflexiones de la inteligencia, de la ponderación de los argumentos, de la interrogación crítica y de la confianza irresoluta, brota lo más profundo que los discípulos pueden llegar a experimentar: el Hijo de Dios está entre ellos.
Aquí los sucesos se concentran por completo en Pedro. Es el primer apóstol (cf. 10,2), habla y procede en representación de los demás (Cf. 15, 15; 16,16; 17,24; 18,21s.). Aquí Pedro todavía es más, a saber el primero de los creyentes y el modelo de todos ellos. En esta escena se hace patente de una manera dramática lo que significa creer. La percepción de la frase soberana: “Soy yo”, llama al hombre y lo atrae. Luego el ansia de ir a él y estar con él. Los pasos sin riesgo, sostenidos por la confianza y el amor, sobre los abismos. También el desfallecimiento de la confianza y el decaimiento momentáneo de la fuerza. Si desfallece la confianza, aunque solamente sea un poco, el hombre tiene súbitamente la sensación del peligro de fuera. También se puede decir a la inversa: si el hombre se deja impresionar por los peligros, inmediatamente se desmorona la confianza. Se convierte en presa de fuerzas que amenazan, si no recurre a la única mano salvadora, la del maestro. Aquí hay confianza y fe, pero todavía son “pequeñas”. No puede quedar ni reservarse ningún residuo, sólo sostiene la fe incondicional. Así pues, lo que aconteció a Pedro es un modelo para los creyentes. Pedro representa la Iglesia, más tarde se le constituye en piedra fundamental de la misma (cf. 16,18). Así está toda la Iglesia ante su maestro. Sabe que en último término está sustraída a todo peligro y preservada del total hundimiento en la historia, si tiene esta fe. “Si no creéis, no subsistiréis” (Isa_7:9b). Esto puede aplicarse tanto al pueblo de la antigua alianza como al de la nueva. Pero el pueblo de la nueva alianza tiene a Jesús en el centro, y a él puede decirle: “Realmente, eres Hijo de Dios.” Oye la voz alentadora de Jesús: ¡Animo! ¡Soy yo! ¡No tengáis miedo!
(Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
San Agustín
Pedro camina sobre las aguas
(Mt 14,24-33).
- La lectura evangélica que acabamos de oír amonesta a la humildad de todos nosotros a ver y reconocer dónde vivimos y a dónde tenemos que tender y apresurarnos. Porque algo quiere decir aquella barca, que lleva a los discípulos, y zozobra ante el viento contrario. No sin motivo el Señor, despedida la muchedumbre, subió al monte para orar en soledad; luego, volviendo al lado de sus discípulos, los halló en peligro, caminó sobre el mar, los reanimó subiendo a la barca y apaciguó las olas. ¿Qué tiene de maravilloso el que pueda aplacarlo todo el que lo creó todo? Con todo, luego que subió a la barca, los que iban en ella vinieron diciendo: De veras, tú eres el hijo de Dios. Antes de esa evidencia se habían turbado, al verlo sobre el mar. Dijeron: Es un fantasma. Al subir él a la barca, quitó la fluctuación mental de sus corazones, pues peligraban en la mente por las dudas más que en el cuerpo por las olas.
- Más en todas las cosas que hizo el Señor nos enseña cómo hemos de vivir acá. Porque en este siglo no hay nadie que no sea peregrino, aunque no todos deseen regresar a la patria. Y el mismo camino nos proporciona oleajes y tempestades; pero es menester que vayamos en la barca. Porque si en la barca hay peligro, fuera de ella hay desastre seguro. Por mucha fuerza que tenga en sus brazadas el que nada en el piélago, al fin será engullido y sumergido por la inmensidad del mar.
Es, pues, necesario que vayamos en la barca, esto es, que nos acojamos a un madero, para poder atravesar este mar. Y este madero, que sustenta nuestra debilidad, es la cruz del Señor, con la que nos signamos y nos defendemos de los embates de este mundo. Afrontamos el oleaje; pero quien nos sostiene es el mismo Dios.
- Sube el Señor a orar a solas en el monte, dejando a las turbas. Ese monte significa la altura de los cielos. Dejando las turbas, subió solo el Señor después de su resurrección al cielo, y allí interpela por nosotros, como dice el Apóstol. Eso es lo que significa el dejar a las turbas y subir al monte para orar a solas. Porque todavía está solo el primogénito entre los muertos, después de su resurrección, a la derecha del Padre, pontífice y abogado de nuestras preces. La Cabeza de la Iglesia está ya arriba, para que los demás miembros le sigan al fin. Y si interpela por nosotros, como en la cúspide del monte, sobre la excelsitud de todas las criaturas, es que está solo.
- Entre tanto, la barca que llevaba a los discípulos, esto es, la Iglesia, fluctúa y es sacudida por tempestades de tentaciones. Y no cesa el viento contrario, el diablo que la combate y trata de impedir que llegue al descanso. Pero es aún mayor el que interpela por nosotros. Porque en esa fluctuación en que nos debatimos nos da confianza, viniendo a nosotros y confortándonos; basta que en nuestra turbación no saltemos de la nave y nos arrojemos al mar. Porque aunque la barca fluctúe, es una barca: sola ella lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Ella peligra en el mar; pero sin ella, la perdición es inmediata. Mantente, pues, en la barquilla y ruega a Dios. Cuando fallan todas las decisiones, cuando no basta el gobernalle y la misma extensión del velamen causa mayor peligro que utilidad, dejando a un lado todos los auxilios y fuerzas humanos, sólo queda a los nautas la intención de orar y elevar la voz a Dios. Quien ayuda a los navegantes para que lleguen al puerto, ¿abandonará a su Iglesia y no la llevará más bien al descanso?
- Sin embargo, hermanos, la perturbación no es muy grande en la barca sino cuando se ausenta el Señor. Estando él en la Iglesia, ¿cómo puede estar ausente? ¿Cuándo siente la ausencia del Señor? Cuando es vencida por algún deseo malsano. Así vemos que en cierto lugar se dice en figura: El sol no se ponga sobre vuestra iracundia; ni deis lugar al diablo. No ha de entenderse de este sol, que tiene la supremacía entre los cuerpos celestes, y que podemos ver en común tanto nosotros como las bestias; se entiende de aquella luz que no ven sino los corazones puros de los fieles, como está escrito: Era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Esta luz del sol visible ilumina también a los animales más pequeños y efímeros. Luz verdadera es, por consiguiente, la justicia y la sabiduría; la mente deja de verla cuando queda cubierta como con un velo por la turbación de la cólera. Y entonces es como si se pusiera el sol sobre la iracundia del hombre. Así en esta nave, cuando Cristo está ausente, cada cual es sacudido por sus tempestades, iniquidades y codicias. La Ley, por ejemplo: te dice: No levantarás falso testimonio. Si comprendes la veracidad del testimonio, tienes luz en la mente; pero si, vencido por la codicia del torpe lucro, tienes intención de alegar un testimonio falso, ya comienza a turbarte la tempestad en ausencia de Cristo. Fluctuarás en el oleaje de tu avaricia, peligrarás en la tempestad de tus concupiscencias y quedarás casi sumergido en ausencia de Cristo.
- ¡Cuánto hay que temer que la nave se desvíe y mire atrás! Eso acontece cuando, abandonada la esperanza de los premios celestes, alguien se vuelve hacia las cosas que se ven y deslizan, bajo el impulso de la concupiscencia.< Quien es perturbado con cosas de dentro, no se halla tan desamparado que, solicitando perdón para sus delitos y tratando de vencer, no pueda superar el furor del mar encrespado. En cambio, quien se distrae de sí mismo, hasta decir en su corazón: «Dios no me ve; no va a pensar en mí y a mirar si peco», ése vuelve la proa, se deja llevar por la tormenta y es arrojado allí de dónde venía. Porque son muchos los pensamientos del corazón humano, y la barquilla fluctúa con el oleaje de este siglo y las muchas tempestades, en ausencia de Cristo.
- La cuarta vigilia de la noche es el fin de la noche, ya que cada vigilia consta de tres horas. Significa, pues, que ya al fin del siglo ayuda el Señor y parece caminar sobre las aguas. Aunque la barca vacile por la marejada de las tentaciones, ve, sin embargo, a Dios glorificado, caminando sobre toda la hinchazón del mar, esto es, sobre todos los principados de este siglo. Antes de su pasión, cuando, con referencia a la misma, da ejemplo de humildad según la carne, se enarcaron contra él las olas del mar y a ellas cedió de grado por nosotros, para que se cumpliese la profecía, se dijo: Llegué a la profundidad del mar, y la tempestad me sumergió. No repudió los testigos falsos ni el clamor tumultuoso de los que gritaban: Sea crucificado. No reprimió con su poder, sino que toleró con su paciencia los corazones rabiosos y las bocas de los furiosos. Le hicieron cuanto quisieron, pues se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Más cuando resucitó de entre los muertos tenía que orar a solas por los discípulos recogidos en la Iglesia como en una barquilla, sostenidos por la fe en su cruz como en un madero, sacudidos por las tentaciones de este siglo como por el oleaje del mar. Y entonces comenzó a ser honrado su nombre también en este siglo, en el que fue despreciado, acusado y asesinado. Y así, quien había venido a la profundidad del mar, según la pasión de la carne, y había sido sumergido por la tempestad, pisoteó con el honor de su nombre la cerviz de los soberbios, espuma de las olas. Y así ahora vemos como que camina sobre el mar el Señor, bajo cuyos pies vemos humillada toda la rabia de este siglo.
- Más a los peligros de las tempestades se añaden los errores de los herejes. Y no faltan los que tientan la voluntad de los que van en la nave, diciendo que Cristo no nació de la Virgen, ni tuvo un cuerpo real, sino que aparecía ante los ojos lo que no era realidad. Tales opiniones heréticas aparecen ahora cuando el nombre de Cristo es honrado en todas las naciones, como si Cristo ya caminase sobre el mar. Ante la tentación dijeron los discípulos: Es un fantasma. Pero él nos estimula con su voz contra estas pestes diciendo: Confiad, soy yo, no temáis. Por un vano temor concibieron los hombres estas cosas acerca de Cristo buscando su honor y majestad; no piensan que pudo nacer de este modo quien mereció ser honrado de este modo, como espantados de que caminara sobre el mar. Por eso, por la excelencia de su honor lo convierten en figura, y así estiman que es un fantasma. Mas, cuando él dice Soy yo, ¿qué otra cosa dice sino que no es lo que no es? Si nos muestra carne, es carne; si huesos, son huesos; si cicatrices, son cicatrices. Porque no hay en él Sí y No, sino que, como dice el Apóstol, en él sólo hay Sí. Y de ahí su voz: Confiad, soy yo, no temáis; esto es, no os espante tanto mi dignidad que queráis quitarme mi verdad; aunque camino sobre el mar, aunque tengo bajo los pies el orgullo y ostentación seculares, como oleaje rabioso, aparecí como hombre verdadero, mi Evangelio dice de mí la verdad, al afirmar que nací de una virgen y que el Verbo se hizo carne. Verdad es lo que dije: Palpad y ved, que el espíritu no tiene huesos, como veis que yo tengo; y que las manos del que dudó tocaron las verdaderas cicatrices de mis llagas. Por ende, Soy yo, no temáis.
- Pero este punto no designa tan sólo a los discípulos que pensaron que era un fantasma; no sólo designa a los que niegan que el Señor tuvo carne verdadera y perturban a veces a los que van en la barca con su ciega maldad; designa también a aquellos que piensan que el Señor mintió de algún modo, y no creen que se realice lo que amenazó a los impíos. Como si en parte fuera veraz y en parte mentiroso, como un fantasma que aparece en las palabras, como un Sí y un No. Más los que entienden la voz del que dice: Soy Yo, no temáis, creen todas las palabras del Señor, y como esperan los premios que promete, temen las penas que conmina. Como es verdad lo que dirá a los que están a la derecha: Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino que tenéis preparado desde el principio del mundo, así es también verdad lo que oirán los que están a la izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles. Esa opinión por la que la gente piensa que Cristo no intimó cosas reales a los inicuos y perdidos se ha originado porque se ve que muchos pueblos e innumerables muchedumbres se han sometido a su nombre; por eso les parece a muchos que Cristo es un fantasma que caminaba sobre el mar; dicho de otro modo, les parece que mintió al intimar las penas, pues no puede perder pueblos tan innumerables, que se han sometido a su nombre y honor. Pero escuchen al que dice: Soy yo. Y los que creen que Cristo es veraz en todo, no teman; no sólo desean lo que prometió, sino que evitan lo que amenazó; porque, aunque camina sobre el mar, es decir, aunque le están sometidos todos los hombres en este siglo, no es un fantasma, y por eso no miente cuando dice: No todo el que me dice Señor, Señor, entrará al reino de los cielos.
- ¿Y qué significa también el que Pedro osara llegar hasta él sobre las aguas? Con frecuencia representa Pedro el papel de la Iglesia. Al decir: Señor, si eres Tú, mándame venir a Ti sobre las aguas, ¿qué otra cosa dice sino: «Señor, si eres veraz y no mientes en nada, sea honrada también tu Iglesia en este siglo, pues eso predicó de ti la profecía»? Camine, pues, sobre las aguas y así venga hasta ti aquella de quien se dijo: Desearán ver tu rostro los magnates del pueblo. Pero la alabanza humana no tienta al Señor, y, en cambio, los hombres en la Iglesia son con frecuencia perturbados por las alabanzas y honores de los hombres, y casi naufragan; por eso, Pedro tembló en el mar, aterrado por la fuerte violencia de la tempestad. ¿Pues quién no temerá aquella voz: Los que os llaman felices os inducen a error y dificultan las sendas de vuestros pies? Y pues el espíritu lucha contra la concupiscencia de la alabanza humana, bueno es que en tal peligro recurra a la oración y a la súplica; no sea que quien se ablanda con la alabanza se vea sorprendido y anegado por la vituperación. En el oleaje grite el vacilante Pedro y diga: Señor, sálvame. El Señor extiende la mano y parece increparle, diciendo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? ¿Por qué no caminaste derechamente, mirando a Aquel a quien tendías, y gloriándote sólo en el Señor? Sin embargo, le saca del oleaje y no le deja perecer, pues confiesa su debilidad y solicita el auxilio divino. Una vez que el Señor es recibido en la barca, confirmada la fe, eliminada toda vacilación, calmada la tempestad del mar, para llegar a la estabilidad y seguridad de la tierra, todos le adoran diciendo: En verdad, tú eres Hijo de Dios. Y ése es el gozo eterno, con el que es conocida y amada la verdad desnuda, el Verbo de Dios, la Sabiduría por la que fueron creadas todas las cosas y la eminencia de su misericordia.
SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 75, 1-10, BAC Madrid 1983, 382-91
P. José A. Marcone, IVE
Jesús revela su identidad de Hijo de Dios
(Mt 14,22-33)
Introducción
Este trozo del evangelio de San Mateo que hemos leído hoy, al mismo tiempo que es narración de un hecho histórico, es una pequeña obra de arte literaria, perteneciente al género ‘drama’. En efecto, tiene un preludio donde se nota la inquietud y zozobra de los discípulos que no quieren separarse de su maestro[1]. Luego, tiene un desarrollo cuyo suspenso y peligro va in crescendo por la lejanía de la costa, la oscuridad de la noche, el ímpetu del viento, la fuerza de las olas que golpean la barca y la imposibilidad de los discípulos de hacer avanzar la barca a fuerza de remos. Si la inquietud y el temor ya estaban presentes en el alma de los discípulos, el miedo y el pavor termina de apoderarse de sus espíritus cuando, a sus ojos, aparece un fantasma que los hace irrumpir en gritos. Entonces, aparece el personaje principal, Jesús, que hace sonar su voz con su timbre característico lleno de sosiego, y así, los discípulos lo reconocen[2]. Pero, si el timbre de voz de Cristo los hace columbrar esperanzas de salvación, mucho más el contenido de sus palabras: “Yo Soy”, que es la revelación más profunda de su identidad, es decir, de la Persona divina de Cristo.
A partir de allí comienza el desenlace, desenvolvimiento o descenso de la narración: Pedro se lanza al mar para ir al encuentro de su Maestro, comienza a hundirse, pero Cristo, extendiéndole la mano, lo levanta y lo salva. Pero antes, Pedro, repite la fórmula con la que Jesús acaba de revelar su identidad: “Señor, sálvame”, es decir, el nombre de ‘Jesús’, es decir, Yeshua’, es decir, ‘Yahveh salva’. Y así se llega a la resolución del drama: los discípulos, postrándose, adoran a Jesús como a Dios.
Este magnífico cuadro dramático está incrustado en un momento clave de la vida de Jesús. En efecto, este hecho histórico narrado en el evangelio de hoy está entre dos hitos importantes de su vida: la primera multiplicación de los panes y el Discurso del Pan de Vida, que es la promesa de la Eucaristía. La primera multiplicación de los panes está narrada por los cuatro evangelistas (Mt 14,13-21; Mc 6,32-44; Lc 9,10-17; Jn 6,1-15). El caminar sobre las aguas del mar (el evangelio de hoy) está narrado por Mateo, Marcos y Juan (Mt 14,22-33; Mc 6,45-52; Jn 6,16-21). El Discurso del Pan de Vida, la promesa de la Eucaristía, está narrado sólo por Juan (Jn 6,26-59).
Dado que tanto la multiplicación de los panes como el Discurso del Pan de Vida tienen un indiscutible sentido eucarístico, también el milagro de hoy tiene relación con la Eucaristía. Por eso dice un autor: “Los dos milagros relatados aquí por Juan (el de la multiplicación de los panes y el caminar sobre las aguas) (…) tienen (…) un valor (…) tipológico-eucarístico. El que multiplicó los panes puede también dar otro pan milagroso, misterioso. Y el que caminó sobre el mar flexible, sin hundirse, es que puede estar sustraído a las leyes ordinarias de la gravitación y de la materia. Y así puede dar el pan de su carne sin que se tenga que comer ésta como la carne sangrante y partida”[3].
- Egó eimí, Yo soy el que soy, Yo soy Yahveh
El sentido primero y fundamental del evangelio de hoy es mostrar la divinidad de Jesús y mostrar que Jesús se identifica con el Yahveh del AT. El primer indicio de que el evangelio de hoy es una revelación de la divinidad de Jesús es la primera lectura, tomada del primer libro de los Reyes, donde se narra la revelación que de Sí Mismo hace Yahveh al profeta Elías. La situación de Elías es análoga a la de los discípulos en la barca, aunque la de Elías es más grave. Éstos sufren un momento de gran desolación por la ausencia de Jesús y Elías sufre una gran persecución por parte de la malvada reina Jezabel que busca matarlo por haber Elías hecho matar a 450 profetas de Baal. La revelación de Yahveh para Elías es fuente de refección espiritual y valentía para continuar su misión.
Pero, además, en el texto mismo del evangelio de hoy todo confluye en la revelación que Jesús hace de Sí Mismo al llegar a la barca: “Yo soy” (en griego, egó eimí; Mt 14,27). Al decir esto Jesús se atribuye a sí mismo el nombre con el que Dios se define a Sí Mismo ante Moisés. Cuando Moisés le pregunta a Dios cuál es su nombre, Dios le responde: “Mi nombre es ‘Yo soy’” (Ex 3,14), que en hebreo se dice Yahveh[4]. Y la Biblia de los LXX traduce al griego como egó eimí. Dios se define a Sí Mismo no con un sustantivo sino con un verbo. El verbo Yahveh, además de significar ‘Yo Soy’, tiene un matiz de presencia permanente y activa entre su pueblo.
Jesús, llegando a la barca en el momento de mayor temor y desconcierto, se revela como el Dios del AT hecho hombre y por eso dice su nombre: “Yo soy”, sin agregar nada más. Como bien dice Trilling, Jesús es el único que puede decir ‘Yo soy’ sin necesidad de agregar ningún adjetivo ni ningún sustantivo calificativo[5]. ‘Yo soy’ resume la esencia de su ser: en Él está la plenitud de ser. Incluso, Jesús, por llamarse y ser ‘Yo soy’, es, según expresión de Santo Tomás, el mismo Ser Subsistente, el ipsum esse subsistens[6].
Y también, al igual que Yahveh en el AT, Jesús se hace presente en medio del nuevo Pueblo de Dios, del nuevo Israel (Pedro y los Apóstoles), y lo salva de la amenaza del mar embravecido.
Santo Tomás confirma esta exégesis cuando dice: “Como lo confundían con un fantasma les dijo: ‘Yo soy’. ¿Y por qué les dice esto? Para mostrarles que Él era verdadero Dios, de acuerdo con aquello que Dios dijo a Moisés: ‘Así responderás a los israelitas: ‘Yo soy me envía’’ (Ex 3,14)”[7].
Hay también en la frase ‘Yo Soy’ de Jesús una contraposición explícita al fantasma que los discípulos creen ver. El fantasma es un ser irreal con un cuerpo inconsistente. El que dice ‘Yo Soy’ no sólo es Yahveh sino que además es un hombre nacido de mujer, es decir, es el Verbo Encarnado. Por eso dice Santo Tomás: “Creyeron que era un fantasma, es decir, no creyeron que tenía un verdadero cuerpo nacido de una virgen”[8].
Ésta es la verdad fundamental del evangelio de hoy. Por esto es que todo, absolutamente todo en este evangelio está ordenado a resaltar esa frase de Jesús, con la cual revela su identidad de Dios hecho hombre. Por eso dice San Juan Crisóstomo: “Cristo no se manifiesta a sus Apóstoles hasta que rompen en gritos; porque, cuanto más íntima e intensa fuera su angustia, con más gozo acogerían su presencia”[9]. Las tribulaciones están en función de que ellos valoren la presencia de Jesús, es decir, valoren su revelación de Dios hecho hombre que está presente a ellos. Es decir, que todas las contrariedades que narra este evangelio: separación de Jesús, distancia de la costa, violencia de las olas, impetuosidad del viento, oscuridad de la noche, tedio por la prolongación de la noche, cansancio por el excesivo tiempo que llevaban remando, tardanza de Jesús; todas esas contrariedades, digo, están ordenadas a preparar la revelación de Jesús. Todo eso lo permitió Jesús para que su revelación de ser ‘Yo soy’ = Yahveh, quedara convenientemente resaltada[10].
Hay un dato más que ayuda a comprender mejor esta revelación. El mar en la Biblia es símbolo del caos primordial (Gén 1,1-2) símbolo de la total negatividad, de la nada, de la no-existencia. De esto se sigue que el mar es el lugar que está bajo el dominio del Maligno y, por lo tanto, símbolo del mundo. Al caminar sobre las aguas y salvar a los Apóstoles, Jesús asume la prerrogativa de Yahveh creador y salvador. Jesús es quien acaba con el caos inicial y quien expulsa de sus dominios al señor del mundo, con minúsculas. Un autor, refiriéndose a las perícopas de la tempestad calmada y al milagro del evangelio de hoy, dice: “Así como el Creador dominó y ordenó el caótico mar ‘en el principio’ (Gen 1,1), de la misma manera ahora Jesús domina el mar y le da de nuevo el ser”[11].
La revelación de Jesús como Yahveh culmina con un propio y verdadero acto de adoración por parte de los discípulos. El evangelio dice que los que estaban en la barca prosekýnesan autô y dijeron: “Verdaderamente eres el Hijo de Dios” (Mt 14,33). El Leccionario traduce este proskýnesen autô de la siguiente manera: “Se postraron ante Él”. La Biblia de Jerusalén y otras muchas biblias traducen de la misma manera. Sin embargo, San Jerónimo traduce: “Adoraverunt eum”, es decir, ‘lo adoraron’[12].
El significado primario del verbo proskynéo es ‘adorar’[13]. San Juan usa este verbo diez veces, las diez veces con el sentido de ‘adorar’. El paso más impresionante es el de Jn 4,20-23, en la conversación con la samaritana, donde el uso del verbo no admite de ninguna manera la posibilidad de que se trate de una simple postración de respeto. La concentración del verbo proskynéo (ocho veces en cuatro versículos) y el significado indubitable que tiene en esos versículos de Jn 4 debería bastar para convencerse que el sentido primario de proskynéo es ‘adorar’.
El fin buscado por Jesús a través de la tribulación que permite en sus discípulos y a través del milagro se logra plenamente: ellos reconocen la revelación de su identidad, es decir, que es el Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad.
- Sed valientes, no temáis
La revelación de Jesús como Yahveh hecho hombre que llega para estar presente entre el nuevo Israel y para prestarle auxilio en la tribulación, va precedida de una exhortación a ser valientes y a no tener miedo, en base, precisamente, a la identidad de Jesús.
Esa exhortación se expresa en el original griego de la siguiente manera: mè phobeîsthe y tharseîte. La primera expresión significa ‘no temáis’. La segunda expresión es traducida por el leccionario en uso en Argentina como: “Tranquilícense”. La Biblia de Jerusalén traduce por: “¡Ánimo!”. Y la Biblia de Reina Valera traduce como: “¡Tened ánimo!”.
Sin embargo, el término tharseîte proviene del verbo tharséo, que significa literalmente: “Ser valiente, estar confiado; tener un buen coraje (es decir, un coraje virtuoso); tener una buena valentía; ser intrépido; emprender algo valientemente; ir valientemente hacia cualquier cosa que sea; arriesgarse valientemente hacia cualquier cosa que sea; estar sin preocupaciones; estar sin aprensión respecto a cualquier cosa que sea; confiar en; fiarse de; fundarse sobre alguna base segura; estar de buen ánimo; ser intrépido respecto de cualquier cosa; tener confianza en que las cosas saldrán bien; fiarse o arriesgarse ante una situación desconocida; estar confiadamente persuadido que”[14].
De este verbo proviene el sustantivo thársos, que significa “el coraje, especialmente el coraje guerrero; la intrepidez; confianza, esperanza; audacia, temeridad”[15].
Del verbo tharséo también proviene el término tharsaléos, que puede ser un adjetivo, y entonces significa ‘valiente, animoso, audaz’. O puede ser también un sustantivo, y entonces significa ‘aquello a lo cual podemos confiadamente arriesgarnos’[16]. Otro derivado del mismo verbo es tharsaleótes, que significa ‘intrepidez’[17].
Como podemos apreciar, traducir tharseîte por ‘tranquilícense’ o por ‘¡ánimo!’, es, como mínimo, insuficiente. Pienso que una traducción no literal pero sí honesta en su sentido sería: “¡Sean valientes, caramba! ¡Yo soy Dios!”. Pero, incluso, aún así no estaríamos expresando toda la fuerza del verbo tharséo. La expresión de Cristo tiene otros matices. Para expresar esos matices habría que usar una paráfrasis: “Sean corajudos con el coraje de los guerreros; sean intrépidos; tengan confianza de que todo va a salir bien; arriésguense a seguir remando a pesar de la oscuridad, de la violencia de las olas, del ímpetu del viento y del cansancio; no tengan miedo ante lo desconocido; ¡duc in altum!, sigan navegando mar adentro; despreocúpense; ¡basta de ansiedades!; sean audaces”.
Jesús ya se los había advertido anteriormente ante una situación muy parecida, cuando la tormenta azotaba la barca y Jesús dormía profundamente (Mt 8,23-27; Mc 4,35-41; Lc 8,22-25). Después de calmar la tempestad, Jesús les dice, según el original griego: tí deloí éste, es decir, “¿Por qué sois cobardes?” (Mc 4,40). La palabra deilós no es un sustantivo que signifique ‘miedo’ sino que es un adjetivo que significa ‘cobarde’ o ‘miedoso’[18]. Por eso es una mala traducción el traducir: “¿Por qué tenéis miedo?” Jesús les enrostra sin miramientos lo que ellos verdaderamente son: ‘cobardes’. No les habla de una situación pasajera del alma, que en ese momento se ve dominada por el miedo. Les habla de un hábito malo y permanente en el espíritu: la cobardía, es decir, les echa en cara un vicio. Y en base a lo que ellos acaban de ver (el poder de Cristo sobre el viento y el mar) ellos deben extirpar ese vicio. “La cobardía es pecado mortal”, dice Santo Tomás[19].
- Pedro el grande y Pedro el pequeño
Inmediatamente después que Cristo se revela como Yahveh y los exhorta a ser valientes, aparece San Pedro Magno. En primer lugar, reconoce la revelación de Jesús, porque le dice: “Si eres tú…”, lo cual quiere decir, “Si tu eres ‘Yo soy’…” Por eso dice Trilling: “Pedro dirige la palabra a Jesús con el título soberano de Señor. Pedro ha entendido. Si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas. ‘Nada será imposible’ al que cree (Mt 17,20)”[20]. Pedro ha entendido lo que quiso decir Jesús cuando dijo: “Egó eimí”.
En segundo lugar, Pedro asume plenamente y con una generosidad enorme el tharseîte de Jesús, es decir, el ‘sed valientes, audaces, intrépidos’. Con una gran osadía le pide a Jesús que le ordene caminar sobre las aguas para ir a su encuentro. ¡Y lo hace! Pedro camina sobre las aguas y va al encuentro de Jesús. Se arriesga valientemente ante una situación completamente desconocida; está absolutamente persuadido de que la empresa que ha emprendido es posible, aun cuando a otros pueda parecer imposible; demuestra un coraje sin límites. Se comporta como un verdadero tharsaléos.
Pero entonces es cuando aparece Pedro el pusillus, que significa ‘pequeño’. San Juan Crisóstomo hace notar que Pedro se asusta por algo que no debiera influir en su caminar sobre el agua, ya que se asusta por el viento, que no influye ni en la consistencia del agua ni en el peso de su cuerpo. Dice San Juan Crisóstomo: “El hundirse dependía de las olas; pero el miedo se lo infundía el viento. (…). Y es lo bueno que, vencido el peligro mayor, iba a sufrir apuros en el menor; por la fuerza del viento, quiero decir, no por el mar. Tal es, en efecto, la humana naturaleza. Muchas veces, triunfadora en lo grande, queda derrotada en lo pequeño”[21].
Y Cristo también lo acusará de ‘pequeño’, pues le dirá oligo-pistós. Olígo en griego significa ‘pequeño’ y pistós significa ‘creyente’. Por lo tanto Jesús lo llama ‘el creyente pequeño’[22]. Pistós proviene de pístis, que significa ‘fe’. En los evangelios se habla de una pístis que es la virtud teologal de la fe y que consiste en el asentimiento a las verdades reveladas. Así se usa, por ejemplo, en Heb 11,1: “La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven”. Pero también se habla de una pístis que se equipara a lo que en castellano llamamos ‘confianza’. Así, por ejemplo, en Mc 11,21-24: “Pedro, recordándolo, le dice: «¡Rabbí, mira!, la higuera que maldijiste está seca.» Jesús les respondió: «Tened fe en Dios (éjete pístin Theoû). Yo os aseguro que quien diga a este monte: “Quítate y arrójate al mar” y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis”. Esta no es la fe-virtud teologal sino la fe-confianza.
En Pedro no faltó la fe-virtud teologal, porque creyó en la revelación de la identidad de Jesús y obró en consecuencia, y por eso fue Pedro el grande. Pero falló en la fe-confianza, y por eso fue Pedro pusillus, Pedro pequeño, Pedro diminuto, oligo-pistós.
Conclusión
En la vida de todos y cada uno de los bautizados, sin ninguna excepción, se repiten hechos parecidos o análogos a los que vivieron los discípulos en el mar. Hay tribulaciones en nuestras vidas en las que se verifican todos los elementos del evento evangélico de hoy: sentimos que el mismo Jesús nos constriñe a separarnos de Él, lo cual es para nosotros fuente de sufrimiento; sentimos en nuestras vidas, sumidas en el mar de este mundo, la lejanía de tierra firme, la oscuridad de la noche, la violencia de las olas que golpean nuestras vidas, la fuerza del viento[23], la extensión del tiempo tenebroso que pareciera no acabar más, el cansancio de tanto remar para llegar a buen puerto y, por añadidura, las ilusiones y los fantasmas que nosotros mismos nos creamos y que aumentan nuestra angustia. Si tenemos espíritu sobrenatural nos daremos cuenta que todo esto lo permite Jesús para poder revelarse a nosotros y para preparar nuestro espíritu a ser dócil a la verdad sobre Jesucristo y aceptar con alegría su auxilio.
En efecto, dice Santo Tomás: “Debéis saber que, cuando el auxilio divino está más cerca, el Señor permite ser más afligidos, porque de esta manera se recibe su auxilio con mayor devoción y acción de gracias. Por eso es que permitió que el temor de los discípulos creciera, porque frecuentemente los hombres se convierten a partir del temor”[24].
Y dice también San Juan Crisóstomo: “Tal es el modo ordinario de obrar de Dios: cuando Él está a punto de resolver las dificultades, entonces es cuando nos pone otras más graves y espantosas. (…). Tal hizo también ahora Cristo con sus apóstoles, a quienes no se manifiesta hasta que rompen en gritos; porque, cuanto más íntima e intensa fuera su angustia, con más gozo acogerían su presencia”[25].
La aceptación de la verdad sobre Jesucristo y la humildad para recibir su auxilio abren al alma hacia un gran thársos, es decir, hacia un gran coraje, una gran intrepidez, confianza, esperanza y audacia, aun a pesar de todas las tribulaciones sufridas en el pasado.
Pero debemos luchar contra el enano que todos llevamos dentro, que busca quedarse en la costa y alimentarse de los restos que los turistas tiran en la playa en lugar de volar mar adentro para experimentar la adrenalina de pescar en alta mar y comer corvina y salmón u otros peces de alta calidad[26]. Debemos prevenirnos del enanismo espiritual que tiene terror a la aventura misionera y a todo lo que implique peligro. Le pedimos esa gracia a la Santísima Virgen.
[1] Dice Santo Tomás: “Es necesario notar que el Señor usa la constricción porque era duro para sus discípulos separarse de Cristo”. “Sed notandum quod utitur impulsione, quia durum erat eis separari a Christo” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 14, lectio 2; traducción nuestra).
[2] Respecto a esto dice Santo Tomás: “¿Por qué dice yo soy? Para que, por el modo de hablar que le era propio, ellos pudieran estar ciertos de que realmente era Él, según lo que el mismo Cristo dice: ‘Mis ovejas escuchan mi voz’ (Jn 10,3)”. “Item, quia phantasma credebant, ideo dicit eis ego sum. Et quare dicit sic? Quia ex modo loquendi suo poterant certificari; Io. X, 3: oves meae vocem meam audiunt” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 14, lectio 2; traducción nuestra).
[3] Profesores de Salamanca, Biblia Comentada, Tomo V b, BAC, Madrid, 1977.
[4] Esta afirmación nuestra tiene algunos matices que no podemos aclarar en el ámbito de esta homilía, ya que la revelación del nombre de Yahveh implica algunas precisiones que no es posible hacerlas en este lugar. Pero, en resumen, lo que hemos decimos aquí se ajusta plenamente a la verdad. Para una explicación más profunda del nombre de Yahveh ver: Marcone, J., La revelación del nombre de Yahveh, Edición Digital, San Rafael (Mendoza), 2016.
[5] “Jesús no da ninguna señal para ser reconocido ni menciona ningún nombre. Sólo dice llanamente: Soy yo. Con estas dos palabras está todo dicho, porque sólo hay un hombre que pueda hablar así, de modo tan incondicional y absoluto, sin identificar su personalidad ni presentarse con pormenores. Los discípulos no debían conocerle ni por su voz ni por su figura ni por un ademán. Sólo deben saber que quien puede decir: “Soy yo”, tiene que ser él. Entonces el hombre no pide una legitimación, no pide señales ni prodigios que lo atestigüen, no pregunta por el nombre, identidad y origen (“Sabemos de dónde es éste”). Todos esos detalles se vuelven accesorios ya que Jesús sabe que ante él solamente existe la confianza sin reservas y la entrega total, que desvanecen el temor…” (Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969).
[6] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 4, a. 2 c.; I, q. 11, a. 4 c.
[7] “Quia phantasma credebant, ideo dicit eis ego sum. Et quare dicit sic? (…) Ut se verum Deum ostenderet. Simile habetur Ex. III, 13: qui est, misit me, dixit Moyses” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 14, lectio 2; traducción nuestra). Son muchos los Santos Padres que ven en estas palabras de Jesús, ‘Yo Soy’, una equiparación con Yahveh. Así por ejemplo, San Jerónimo: “Cuando dice: ‘Yo soy’, no añade quién es El; ya porque por el timbre de la voz tan conocida a ellos, podían comprender quién les hablaba en medio de las tinieblas de una noche tan oscura; o ya porque podían conocer que el que les hablaba era el mismo que sabían ellos habló a Moisés en estos términos (Éx 3,14)): ‘Dirás esto a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ me ha mandado a vosotros’” (San Jerónimo, citado en Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea, comentario a Mt 14,27). También San Beda: “Y no dijo: Yo soy Jesús, sino únicamente: ‘Yo soy’, porque eran sus amigos muy cercanos y con sólo oír su voz ya podían conocer a su maestro, o (lo que es más), para dar a conocer que Él era aquel mismo que dijo a Moisés (Éx 3,14): ‘Yo soy el que soy’” (San Beda el Venerable, en Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea, comentario a Jn 6,20). También San Teofilacto: “Cuando los hombres o los demonios se esfuerzan en abatirnos por temor, oigamos lo que dice Jesucristo: ‘Yo soy, no temáis’. Esto es: yo sin cesar os defiendo, y como Dios, subsisto siempre y nunca falto; no perdáis la fe en mí, asustados por falsos temores” (San Teofilacto de Nicomedia, en Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea, comentario a Jn 6,20).
[8] “Crediderunt phantasma esse; unde dicentes, quia phantasma est, non credentes esse verum corpus de virgine” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 14, lectio 2).
[9] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 50,1-2, BAC, Madrid, 1956, Tomo II, p. 71-76.
[10] Hay un detalle que tiene cierta importancia: la hora de la noche en que Jesús llega a la barca. El Leccionario dice: “A la madrugada”. Sin embargo, el original griego dice: “En la cuarta vigilia de la noche”. La cuarta vigilia de la noche es la que va de las 3 a las 6 de la mañana. Pero tratándose de ‘la noche’, era todavía oscuro. Tomando un término medio podemos pensar que era alrededor de las 4,30 hs. de la mañana. Esto quiere decir que el tiempo que llevaban dentro del mar y remando era mucho y por eso estaban ya al borde del cansancio y de la desesperación. Lo que el evangelista quiere subrayar es que estuvieron en el mar toda la noche. Así lo dice Santo Tomás: “Dice ‘en la cuarta vigilia de la noche’ porque estuvieron en el mar toda la noche”. “Unde dicit quod in quarta vigilia etc., quia tota nocte fuerant in mari” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 14, lectio 2).
[11] “Just as the Creator dominated and ordered the chaotic sea ‘in the beginning’, so now Jesus dominates the sea and ordered it to be still” (Faricy, R. J., The Power of Jesus over Sea and Serpent, BToday 21 (1983), p. 263; traducción nuestra). Santo Tomás expresa la misma idea. Para él, el mar es el mundo y, por lo tanto, es el lugar donde el diablo se siente a gusto y juega en él. El diablo es el engañador de las potestades de este mundo, el que juega y se burla permanentemente de las potestades de este mundo, tal como lo indica el Salmo 103,26, en la traducción de la Vulgata: “Tu creaste el mar y al Dragón para que jugara en él”. Pero Cristo es el que quebró ese poder del demonio, el que fracturó el cráneo del Dragón (Sal 73,14), lo cual queda demostrado en el evangelio de hoy, cuando Jesús camina sobre el mar como Señor del mar (Cf. Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 14, lectio 2; traducción nuestra)
[12] La Biblia de las Américas también traduce: “Le adoraron”. Y dos biblias de lengua inglesa traducen: “Worshiped Him”, es decir, ‘lo adoraron’ (King James Bible y New American Standard Bible).
[13] Cf. Louw – Nida, Greek – English Lexicon of the NT; Moulton – Milligan, Vocabulary of the Greek New Testament; Tuggy, Vine y Swanson, en Multiléxico del NT, nº 4352.
[14] Schenkl, F. – Brunetti, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco, Fratelli Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 392 – 393; traducción nuestra. Subrayo el hecho que la frase es textual de estos autores.
[15] Schenkl, F. – Brunetti, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco…, p. 393.
[16] Schenkl, F. – Brunetti F., Dizionario Greco – Italiano – Greco…, p. 392.
[17] Schenkl, F. – Brunetti F., Dizionario Greco – Italiano – Greco…, p. 392.
[18] Tamez L., E. – Foulkes, I. W. de, Diccionario Conciso Griego Españo del Nuevo Testamento, Sociedades Bíblicas Unidas, Stuttgart, 1978, p. 40.
[19] “Timiditas est peccatum mortale” (Sancti Tomae de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 125, a. 3 s.c). Si buscamos en un diccionario qué significa la palabra latina timiditas nos dirá que significa ‘timidez’. Sin embargo, el argumento de Santo Tomás para afirmar que la cobardía es pecado mortal está tomado de Apoc 21,8 donde se dice, según la Vulgata: “Timidis (…) erit in stagno ardenti igne et sulphure quod est mors secunda” (“Los cobardes irán al estanque de fuego ardiente y azufre, que es la muerte segunda”). Pero San Jerónimo traduce por timidis, precisamente, el término griego deilós que, como acabamos de ver, significa ‘cobarde’. Si quisiéramos ser estrictos, según Apoc 21,8, en la interpretación del adjetivo deiloí aplicado por Jesús a los discípulos en el evento de la tempestad calmada, debiéramos decir que, por su cobardía, los discípulos se pusieron en peligro de condenación eterna. Por otro lado, si timiditas se tradujera por ‘timidez’ y la timiditas es pecado mortal, sería, suponiendo que la traducción fuera correcta, un argumento más para afirmar que la cobardía es pecado mortal, porque la timidez es un defecto menos importante que la cobardía en sentido estricto.
[20] Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969.
[21] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 50,1-2, BAC, Madrid, 1956, Tomo II, p. 71-76.
[22] La mayoría de las Biblias traducen: ‘Hombre de poca fe’, pero el original griego trae solamente esa palabra: oligópistos. En castellano no existe una sola palabra para decir ‘el creyente pequeño’ y por eso es obligado traducir con esa paráfrasis: ‘Hombre de poca fe’.
[23] Dice el evangelio de hoy: “El viento les era contrario”. Respecto a esto dice Santo Tomás: “Este viento significa el ímpetu de las incitaciones diabólicas”. “Iste ventus est impetus diabolicae incitationis” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 14, lectio 2; traducción nuestra).
[24] “Debetis scire, quod quando auxilium divinum est magis propinquum, permittit dominus magis affligi, ut tunc magis cum devotione et gratiarum actione recipiatur auxilium eius. Item magis timor crevit, quia frequenter ex timore homines convertuntur” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 14, lectio 2; traducción nuestra).
[25] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 50,1-2, BAC, Madrid, 1956, Tomo II, p. 71-76.
[26] Cf. Castellani, L., Hija del mar inmenso, en Camperas, Editorial Vórtice, Buenos Aires, 200312, p. 75-77.
SS. Francisco
El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús que camina sobre las aguas del lago (cf. Mt 14, 22-33). Después de la multiplicación de los panes y los peces, Él invitó a los discípulos a subir a la barca e ir a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud, y luego se retiró completamente solo a rezar en el monte hasta avanzada la noche. Mientras tanto en el lago se levantó una fuerte tempestad, y precisamente en medio de la tempestad Jesús alcanzó la barca de los discípulos, caminando sobre las aguas del lago. Cuando lo vieron, los discípulos se asustaron, pensando que fuese un fantasma, pero Él los tranquilizó: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo» (v. 27). Pedro, con su típico impulso, le pidió casi una prueba: «Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre el agua»; y Jesús le dijo: «Ven» (vv. 28-29). Pedro bajó de la barca y empezó a caminar sobre las aguas; pero el viento fuerte lo arrolló y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «Señor, sálvame» (v. 30), y Jesús extendió la mano y lo agarró.
Este relato es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: «Ven», él reconoció el eco del primer encuentro en la orilla de ese mismo lago, e inmediatamente, una vez más, dejó la barca y se dirigió hacia el Maestro. Y caminó sobre las aguas. La respuesta confiada y disponible ante la llamada del Señor permite realizar siempre cosas extraordinarias. Pero Jesús mismo nos dijo que somos capaces de hacer milagros con nuestra fe, la fe en Él, la fe en su palabra, la fe en su voz. En cambio Pedro comienza a hundirse en el momento en que aparta la mirada de Jesús y se deja arrollar por las adversidades que lo rodean. Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y con todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el encuentro del Señor resucitado, en medio de las tempestades y peligros del mundo.
Es muy importante también la escena final. «En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios»!» (vv. 32-33). Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la «poca fe». Pero cuando a esa barca vuelve a subir Jesús, el clima cambia inmediatamente: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos, pequeños y asustados, se convierten en grandes en el momento en que se postran de rodillas y reconocen en su maestro al Hijo de Dios. ¡Cuántas veces también a nosotros nos sucede lo mismo! Sin Jesús, lejos de Jesús, nos sentimos asustados e inadecuados hasta el punto de pensar que ya no podemos seguir. ¡Falta la fe! Pero Jesús siempre está con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos.
Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que debe afrontar las tempestades y algunas veces parece estar en la situación de ser arrollada. Lo que la salva no son las cualidades y la valentía de sus hombres, sino la fe, que permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, con su mano que nos sostiene para apartarnos del peligro. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A ello nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos confiados.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 10 de agosto de 2014)
SS. Benedicto XVI
En el Evangelio de este domingo encontramos a Jesús que, retirándose al monte, ora durante toda la noche. El Señor, alejándose tanto de la gente como de los discípulos, manifiesta su intimidad con el Padre y la necesidad de orar a solas, apartado de los tumultos del mundo. Ahora bien, este alejarse no se debe entender como desinterés respecto de las personas o como abandonar a los Apóstoles. Más aún, como narra san Mateo, hizo que los discípulos subieran a la barca «para que se adelantaran a la otra orilla» (Mt 14, 22), a fin de encontrarse de nuevo con ellos. Mientras tanto, la barca «iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario» (v. 24), y he aquí que «a la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar» (v. 25); los discípulos se asustaron y, creyendo que era un fantasma, «gritaron de miedo» (v. 26), no lo reconocieron, no comprendieron que se trataba del Señor. Pero Jesús los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» (v. 27). Es un episodio, en el que los Padres de la Iglesia descubrieron una gran riqueza de significado. El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad del mundo visible; la tempestad indica toda clase de tribulaciones y dificultades que oprimen al hombre. La barca, en cambio, representa a la Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los Apóstoles. Jesús quiere educar a sus discípulos a soportar con valentía las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquel que se reveló al profeta Elías en el monte Horeb en el «susurro de una brisa suave» (1 R 19, 12). El pasaje continúa con el gesto del apóstol Pedro, el cual, movido por un impulso de amor al Maestro, le pidió que le hiciera salir a su encuentro, caminando sobre las aguas. «Pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Señor, sálvame!”» (Mt 14, 30). San Agustín, imaginando que se dirige al apóstol, comenta: el Señor «se inclinó y te tomó de la mano. Sólo con tus fuerzas no puedes levantarte. Aprieta la mano de Aquel que desciende hasta ti» (Enarr. in Ps. 95, 7: PL 36, 1233) y esto no lo dice sólo a Pedro, sino también a nosotros. Pedro camina sobre las aguas no por su propia fuerza, sino por la gracia divina, en la que cree; y cuando lo asalta la duda, cuando no fija su mirada en Jesús, sino que tiene miedo del viento, cuando no se fía plenamente de la palabra del Maestro, quiere decir que se está alejando interiormente de él y entonces corre el riesgo de hundirse en el mar de la vida. Lo mismo nos sucede a nosotros: si sólo nos miramos a nosotros mismos, dependeremos de los vientos y no podremos ya pasar por las tempestades, por las aguas de la vida. El gran pensador Romano Guardini escribe que el Señor «siempre está cerca, pues se encuentra en la razón de nuestro ser. Sin embargo, debemos experimentar nuestra relación con Dios entre los polos de la lejanía y de la cercanía. La cercanía nos fortifica, la lejanía nos pone a prueba» (Accettare se stessi, Brescia 1992, p. 71).
Queridos amigos, la experiencia del profeta Elías, que oyó el paso de Dios, y las dudas de fe del apóstol Pedro nos hacen comprender que el Señor, antes aún de que lo busquemos y lo invoquemos, él mismo sale a nuestro encuentro, baja el cielo para tendernos la mano y llevarnos a su altura; sólo espera que nos fiemos totalmente de él, que tomemos realmente su mano. Invoquemos a la Virgen María, modelo de abandono total en Dios, para que, en medio de tantas preocupaciones, problemas y dificultades que agitan el mar de nuestra vida, resuene en el corazón la palabra tranquilizadora de Jesús, que nos dice también a nosotros: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» y aumente nuestra fe en él.
(Ángelus, Palacio apostólico de Castelgandolfo, Domingo 7 de agosto de 2011)
P. Gustavo Pascual, IVE
Mt 14, 22-33
Hagamos una composición de lugar del pasaje en el momento que aparece Jesús caminando sobre las aguas: los discípulos están desanimados y desesperanzados de alcanzar la otra orilla del lago porque el viento era contrario y las olas zarandeaban la barca. Por otra parte, tenían miedo de naufragar y también temían por la figura que ven caminar sobre las aguas, la que creen un fantasma que viene hacia ellos. Tenían turbación porque no sabían que era aquello. De miedo se ponen a gritar. Es verdaderamente una situación crítica.
Algunos de estos sentimientos experimentamos nosotros en nuestras vidas: turbación, desesperanza, desánimo, miedo.
¿Qué hace Jesús ante tal situación? Se contrapone revelándoles su divinidad. Les dice: “¡Animo!” para levantar su desánimo y su desesperanza; “¡no tengáis miedo!” para neutralizar su miedo y turbación. Y les dice por qué no deben tener estos sentimientos… porque Dios está con ellos. Textualmente Jesús les dice: “¡Ánimo!, soy yo[1]; no temáis”. Jesús no sólo les está diciendo que el que se acerca es Jesús sino que el que está allí es Dios.
Y les dice esto para calmarlos en sus almas. Lo primero, entonces, que hace Jesús es pacificar sus almas. Después calmará el mar que es la causa principal de su temor. Ellos perseveran en adelante y hasta que se calme el mar, es decir, en la situación deprimente con su alma en paz, ya sin temor. Están en calma porque Jesús está con ellos.
Este es el pensamiento que debe animarnos en las situaciones críticas, pensamiento, por otra parte absolutamente realista. Dios en verdad está siempre con nosotros y Cristo también nos acompaña siempre, en cada momento de nuestra vida.
¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Ámalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna[2].
¡Qué consolador es saber que el Omnipotente está con nosotros! Y en verdad que es así. Sin embargo, muchas veces nos olvidamos de esta verdad y por eso desesperamos y tenemos situaciones críticas.
Si tenemos en cuanta esta verdad, aunque se den estas situaciones por permisión de Dios, nos mantendremos en paz, con ánimo, con valor para enfrentarlas: “sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”[3]. Sólo tenemos que ponernos junto a Dios, bajo su amparo, bajo su refugio y esto lo hacemos amándolo.
La situación de los apóstoles es una situación que sobrepasa lo común. Ya se sabe que contra los fenómenos climatológicos desatados nada se puede hacer en la mayoría de los casos. Sólo Dios puede hacer que desaparezcan según su voluntad. En este caso el poder de Dios calmó la tempestad milagrosamente porque en un instante, al subir Jesús a la barca, amainó el viento. Y fue tan de repente que los apóstoles reconocieron la divinidad de Cristo. Ciertamente se suma a este apaciguamiento instantáneo, la caminata de Jesús sobre el agua y la caminata de Pedro por el poder de Jesús.
A los miedos comunes y para las depresiones leves una pastilla, un ejercicio de relajación bastan, según los psiquiatras. Sin embargo, sean desesperanzas y miedos pequeños o grandes nos sirve siempre la confianza y el abandono en Dios.
Jesús quiere esta confianza y una confianza absoluta no como la de Pedro que mereció el reproche de Jesús: “hombre de poca fe ¿por qué dudaste?”.
Es un ejercicio que tenemos que repetir. Confiar en Jesús en todo momento pero especialmente cuando tenemos que pasar por alguna prueba.
El que confía en Jesús tiene una vida serena, despreocupada, en paz y alegría.
[1] Así traduce la Biblia de Jerusalén. Pero la vulgata usa: ego sum y el griego: ego eimí, es decir: Yo soy. Nombre de Dios en Ex 3, 14.
[2] San Agustín, Sermón 21, 2: CCL 41, 276-278. Cit. en Liturgia de las Horas (t. IV), miércoles 33º tiempo durante el año, segunda lectura.
[3] Rm 8, 28
San Juan Crisóstomo
LA SOLEDAD, MADRE DE LA TRANQUILIDAD
- ¿Por qué sube el Señor al monte? Para enseñarnos que nada hay como el desierto y la soledad cuando tenemos que suplicar a Dios. De ahí la frecuencia con que se retira a lugares solitarios y allí se pasa las noches en oración, para enseñarnos que, para la oración, hemos de buscar la tranquilidad del tiempo y del lugar. El desierto es, en efecto, padre de la tranquilidad, un puerto de calma que nos libra de todos los alborotos. Por eso, pues, se sube Él al monte; sus discípulos, empero, nuevamente son juguete de las olas y sufren otra tormenta como la primera. Más entonces le tenían por lo menos a Él consigo; ahora se hallan solos y abandonados a sus propias fuerzas. Es que quiere el Señor irlos conduciendo suavemente y por sus pasos contados a mayores cosas, y particularmente a que sepan soportarlo todo generosamente. Por eso justamente, cuando estaban para correr el primer peligro, allí estaba Él con ellos, siquiera estuviera durmiendo, pronto para socorrerlos en cualquier momento; ahora, empero, para conducirlos a mayor paciencia, ni siquiera está Él allí, sino que se ausenta y permite que la tempestad los sorprenda en medio del mar, sin esperanza de salvación por parte alguna, y allí los deja la noche entera juguete de las olas, sin duda, a lo que se me alcanza, con intento de despertar sus corazones endurecidos. Tal es, a la verdad, el efecto del miedo, al que no menos que la tormenta contribuía el tiempo. Pero juntamente con ese sentimiento de compunción quería el Señor excitar en sus discípulos un mayor deseo y un continuo recuerdo de Él mismo. De ahí que no se presentara inmediatamente a ellos: A la cuarta vigilia de la noche—dice el evangelista—vino a ellos caminando sobre las aguas. Con lo que quería darles la lección de no buscar demasiado aprisa la solución de las dificultades, sino soportar generosamente los acontecimientos. El caso fue que, cuando esperaban verse libres del peligro, entonces fue cuando aumentó el miedo: Porque los discípulos—dice el evangelista—, al verle caminar sobre el mar, se turbaron, diciendo que era un fantasma, y de miedo rompieron en gritos. Tal es el modo ordinario de obrar de Dios: cuando Él está a punto de resolver las dificultades, entonces es cuando nos pone otras más graves y espantosas. Así sucede en este momento; pues, como si fuera poco la tormenta, la aparición vino también a alborotarlos, no menos que la tormenta misma. Por eso ni deshizo la oscuridad ni de pronto se manifestó claramente a Sí mismo. Es que quería, como acabo de decir, templarlos entre aquellos temores y enseñarles a ser pacientes y constantes. Lo mismo hizo también con Job: cuando estaba para poner fin a sus pruebas y temores, entonces fue cuando permitió que el fin fuera más grave que los comienzos. Ya no se trataba entonces de la muerte de los hijos ni de las palabras de su mujer, sino de los improperios de sus mismos criados y amigos. Y, por modo semejante, cuando estaba Dios a punto de sacar a Jacob de toda la miseria sufrida en tierra extranjera, entonces fue cuando permitió que se levantara mayor alboroto. Porque fue así que su suegro, apoderándose de él, le amenazó de muerte, y después del suegro viene el hermano, que le pone también en el último peligro. Es que, como los justos no pueden ser tentados por largo tiempo y a la vez con grande fuerza; como Dios quiere, por otra parte, aumentarles sus merecimientos, de ahí el intensificarles también las pruebas justamente cuando están para dar fin a sus combates. Así lo hizo Dios también con Abrahán, a quien por última prueba le puso el sacrificio de su hijo. Y es que de este modo lo insoportable se hace soportable, pues llega ya cuando estamos a la puerta, cuando la liberación está ya al alcance de la mano. Tal hizo también ahora Cristo con sus apóstoles, a quienes no se manifiesta hasta que rompen en gritos; porque, cuanto más íntima e intensa fuera su angustia, con más gozo acogerían su presencia. Luego, después, de lanzar los gritos, prosigue el evangelista: Inmediatamente les habló Jesús diciendo: Tened confianza. Soy yo, no temáis. Esta palabra disipó todo su miedo y les infundió confianza. Y es que, como no le habían conocido por la vista, pues lo extraño de caminar sobre las aguas y el tiempo mismo se lo impedía, el Señor se les da a conocer por la voz.
PEDRO CAMINA SOBRE LAS AGUAS
¿Qué hace, pues, entonces Pedro, que siempre fue ardiente de carácter y se adelantaba a los otros? Señor—le dice—, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. No dijo: “Ruega y suplica”, sino: Manda. ¡Mirad qué ardor y qué fe tan grande! Sin embargo, por eso justamente se expone muchas veces Pedro a peligro, pues tiende a ir más allá de la medida. A la verdad, también aquí pidió cosa grande, si bien a ello le impulsó sólo la caridad y no la vanagloria. Porque no dijo: “Manda que yo camine sobre las aguas”. Pues ¿qué dijo? Manda que vaya yo a ti sobre las aguas. Nadie, en efecto, amaba como él a Jesús. Lo mismo hizo después de la resurrección. Él no pudo aguantar el ir con los otros al sepulcro, sino que se adelantó. Aquí, empero, no sólo da pruebas de amor, sino también de fe. Porque no sólo creyó que podía el Señor caminar sobre el mar, sino que podía conceder la misma gracia a los otros. Y de este modo desea Pedro llegar cuanto antes a su lado. Y Él le dijo: Ven. Y bajando Pedro de la barca, caminó sobre las aguas y llegó a Jesús. Pero, viendo el fuerte viento, tuvo miedo y, empezando ya a hundirse, gritó diciendo: Señor, sálvame. Y en seguida Jesús, tendiéndole la mano, le cogió y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? He aquí un milagro más maravilloso que el de la tempestad calmada. Por eso también sucede después del primero. Y, en efecto, una vez que hubo mostrado ser Él señor del mar, ahora realiza otro más maravilloso milagro. Entonces sólo increpó a los vientos; más ahora es Él mismo quien camina sobre el mar y hasta le concede a otro hacer lo mismo. Cosa que, de habérselo mandado al principio, no le hubiera Pedro obedecido tan prontamente, pues todavía no tenía tanta fe.
CONSIDERACIONES SOBRE LA FE DE PEDRO
- — ¿Por qué, pues, se lo permitió Cristo? —Porque de haberle dicho: “No puedes”, él, ardiente como era, le hubiera contradecido. De ahí que quiere el Señor enseñarle por vía de hecho, para que otra vez sea más moderado. Más ni aun así se contiene. Bajado, pues, que hubo de la barca, empezó a hundirse, por haber tenido miedo. El hundirse dependía de las olas; pero el miedo se lo infundía el viento. Juan, por su parte, cuenta: quisieron recibirle en la barca, e inmediatamente la barca llegó al punto de la costa a donde se dirigían[1]. Que viene a decir lo mismo, es decir, que, cuando estaban para llegar a tierra, montó e1 Señor en la barca. Bajado, pues, que hubo Pedro de la barca, caminaba hacia Jesús, alegre no tanto de ir andando sobre las aguas cuanto de llegar a Él. Y es lo bueno que, vencido el peligro mayor, iba a sufrir apuros en el menor; por la fuerza del viento, quiero decir, no por el mar. Tal es, en efecto, la humana naturaleza. Muchas veces, triunfadora en lo grande, queda derrotada en lo pequeño. Así le aconteció a Elías con Jezabel; Así a Moisés con el egipcio; así a David con Bersabé. Así le pasa aquí a Pedro. Cuando todos estaban llenos de miedo, él tuvo valor de echarse al agua; en cambio, ya no pudo resistir la embestida del viento, no obstante hallarse cerca de Cristo. Lo que prueba que de nada vale estar materialmente cerca de Cristo si no lo estamos también por la fe. Esto, sin embargo, sirvió para hacer patente la diferencia entre el maestro y el discípulo y para calmar un poco a los otros. Porque si se irritaron en otra ocasión de las pretensiones de los dos hermanos Santiago y Juan[2], con mucha más razón se irritarían aquí. Porque todavía no se les había concedido la gracia del Espíritu Santo. Después de recibido éste, no aparecen así. Entonces, en todo momento, dan la primacía a Pedro y a él diputan para hablar públicamente, no obstante ser el más rudo de todos. —Mas ¿por qué no mandó el Señor a los vientos que se calmaran, sino que, tendiendo Él su mano, le cogió a Pedro? —Porque hacía falta la fe del propio Pedro. Cuando falta nuestra cooperación cesa también la ayuda de Dios. Para dar, pues, a entender el Señor que no era la fuerza del viento, sino la poca fe del discípulo la que producía el peligro, le dice a Pedro mismo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? Así, de no haber flaqueado en la fe, fácilmente hubiera resistido también el empuje del viento. La prueba es que aun después que el Señor lo hubo tomado de la mano, dejó que siguiera soplando el viento; lo que era dar a entender que, estando la fe bien firme, el viento no puede hacer daño alguno. Y como al polluelo que antes de tiempo se sale del nido y está para caer al suelo, la madre lo sostiene con sus alas y lo vuelve al nido, así hizo Cristo con Pedro.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), homilía 50, 1-2, BAC Madrid 1956, 71-76
[1] Jn 6, 21
[2] Mt 20, 24
Guion Domingo XIX Tiempo Ordinario
13 de agosto 2023 – Ciclo A
Entrada:
La Santa Misa es el sacrificio redentor de Nuestro Señor, la ofrenda agradable al Padre que nos alcanza todas las gracias. Participemos atenta, digna y devotamente de tan alto Sacrificio.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: 1 Reyes 19, 9.11-13a
Yahveh se revela al profeta Elías en una brisa suave, para confortarlo y darle fuerzas en la lucha contra los enemigos de la fe.
Salmo Responsorial: 84
Segunda Lectura: Romanos 9, 1- 5
San Pablo manifiesta su amor a los judíos, a quienes ama más que a sí mismo.
Evangelio: Mateo 14, 22- 33
En medio de la tribulación del mar, por la violencia de las olas y la fuerza del viento, los discípulos reconocen que Jesús es Dios hecho hombre que salva al hombre atribulado.
Preces: D.T.O XIX
Dios conoce nuestras necesidades, pero quiere que recurramos a la humildad de la oración. Unidos a Cristo, pidámosle por la Iglesia y la humanidad.
A cada intención respondemos cantando:
* Por el Santo Padre y sus intenciones, especialmente por la docilidad de todos los obispos para trabajar concordes en el gobierno de la grey a ellos encomendadas. Oremos.
* Por todos los hombres que no conocen a Dios, pero que lo buscan con sincero corazón, para que con nuestra oración obtengan la gracia de la fe y de la conversión. Oremos.
* Por los más indefensos que sufren las amenazas de la sociedad moderna, especialmente los ancianos a causa de la eutanasia, y los niños no nacidos a causa del aborto. Oremos.
* Por todos nosotros, para que crezcamos en la capacidad de silencio y oración, y sepamos encontrar allí a Dios nuestro Padre que nos habla de su Hijo en el Espíritu Santo. Oremos.
Padre nuestro, siempre atento a las súplicas de los pobres, escucha con bondad la oración de tu pueblo y concédele lo que con fe te pide. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Presentamos:
* Cirios, signo de la constante oración de los cristianos por la paz en el mundo.
* Pan y vino, y junto con ellos todos nuestros trabajos para hacer de nosotros mismos una ofrenda al Padre.
Comunión: Pronto está mi corazón, Jesús, para que viniendo a habitar en mí, hagas de mi alma la morada permanente de tu Divina presencia donde te adore y te ame siempre más.
Salida: La Santísima Virgen nos ayude a manifestar con nuestras obras cotidianas, la fe que confesamos con la alegría propia del cristiano.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)