PRIMERA LECTURA
Ustedes mataron al autor de la vida,
pero Dios lo resucitó de entre los muertos
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 3, 13-15.17-19
En aquellos días, Pedro dijo al pueblo:
«El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de Él delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.
Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió 1o que había anunciado por medio de todos los profetas: que el Mesías debía padecer.
Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 4, 2.4.7.9
R. Muéstranos, Señor, la luz de tu rostro.
O bien:
Aleluia.
Respóndeme cuando te invoco, Dios, mi defensor,
Tú, que en la angustia me diste un desahogo:
ten piedad de mí
y escucha mi oración. R.
Sepan que el Señor hizo maravillas por su amigo:
El me escucha siempre que lo invoco.
Hay muchos que preguntan: «¿Quién nos mostrará la felicidad,
si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros?» R.
Me acuesto en paz
y en seguida me duermo,
porque sólo Tú, Señor,
aseguras mi descanso. R.
SEGUNDA LECTURA
Él es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados
y por los del mundo entero
Lectura de la primera carta de san Juan 2, 1-5a
Hijos míos,
les he escrito estas cosas para que no pequen.
Pero si alguno peca,
tenemos un defensor ante el Padre:
Jesucristo, el Justo.
Él es la Víctima propiciatoria por nuestros pecados,
y no sólo por los nuestros,
sino también por los del mundo entero.
La señal de que lo conocemos,
es que cumplimos sus mandamientos.
El que dice:
«Yo lo conozco»,
y no cumple sus mandamientos,
es un mentiroso,
la verdad no está en él.
Pero en aquél que cumple su palabra,
el amor de Dios
ha llegado verdaderamente a su plenitud.
Palabra de Dios.
Aleluia Cf. Lc 24, 32
Aleluia.
Señor Jesús, explícanos las Escrituras.
Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas.
Aleluia.
EVANGELIO
El Mesías debía sufrir
y resucitar de entre los muertos al tercer día
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 35-48
Los discípulos, que retomaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas-Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que Yo tengo».
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; Él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, Yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».
Palabra del Señor.
P. José María Solé Roma, C.F.M.
Sobre la Primera Lectura (Hechos 3,13-15. 17-19)
Los Apóstoles cuentan con una fuerza infinita: El Espíritu Santo.
– Este discurso de Pedro en el Pórtico de Salomón nos permite constatar cómo el Espíritu Santo, que el Resucitado envió a sus Apóstoles, les dejó iluminados y valientes. Es un discurso apologético (12-18: Jesús es el Mesías prometido en las Escrituras); y parenético (19-26: debemos convertirnos: creer en El). La Resurrección ha probado claramente cómo le pertenecen los títulos Mesiánicos de Siervo de Yahvé (Is 52, 13-53), de ‘Santo’ y ‘Justo’ (Is 53, 11). La Liturgia ha recogido el titulo de ‘Autor de la Vida’, que Pedro otorga a Jesús, en aquella hermosa ‘secuencia’ pascual: Dux vitae mortuus regnat vivus.
– La curación del cojo de nacimiento que acaban de presenciar, obrada en el nombre de Jesucristo, a la vez que garantiza la Resurrección de Jesús que testifican sus Apóstoles, es ‘signo’ de la obra Redentora y Salvadora de Cristo. Es este NOMBRE el que salva. Jesús en hebreo significa: ‘Dios-salva’. Aquella curación milagrosa nos lleva a conocer la verdadera Salvación que para todos trae Jesús = Dios-Salvador.
– Nosotros debemos aportar la conversión: la fe sincera. Cuanto más fervorosa, sincera y plena sea nuestra respuesta al Salvador, con mayor rapidez y plenitud se realizará la Redención (v 21). ‘Exulte siempre, Señor, tu pueblo en renovada juventud de alma para que quienes ahora se gozan restituidos al honor de la adopción, aguarden el día de la resurrección con la esperanza de la segura glorificación’ (Collecta).
Sobre la Segunda Lectura (1 Juan 2, 1-5)
Los pecadores tenemos ya quien responda por nosotros: Cristo Hijo de Dios:
– ‘Si alguno pecare Abogado tenemos ante el Padre, Jesucristo, justo’ (v 1). Bondadoso Abogado para pedir gracia, pues es nuestro Hermano. Poderoso Abogado para recabar perdón, pues es Hijo de Dios. ¡Cuánto debe colmarnos de paz y de gratitud el saber que Cristo Resucitado está a la derecha del Padre, ‘Pontífice ya inmortal y Abogado nuestro’ (Hebr.7,26). ‘Cristo Jesús, el que por nosotros murió, ahora, ya Resucitado, está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Rom 8, 38). Orígenes pondera así el amor e interés que por nosotros tiene nuestro Abogado Jesús: ‘El Hijo del amor, que se enajenó a Sí mismo por el amor que nos tuvo y no buscó lo suyo (ser igual a Dios), sino que buscó lo nuestro y por esto se enajenó, ¿no seguirá ahora buscando lo nuestro, no se apenara por nuestro amor, no llorará por nuestra perdición? El Médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que tomó sobre Si nuestras heridas, ¿no va a preocuparse de nuestras purulentas llagas?’.
– La intercesión de nuestro Abogado es de eficacia infalible: ‘El mismo es Sacrificio expiatorio por nuestros pecados: por los pecados de todo el mundo’ (v 2). A la diestra del Padre está el Hijo que se ofreció a Sí mismo en sacrificio por nosotros: ‘Habiendo ofrecido un solo sacrificio de eficacia eterna, se sentó a la diestra de Dios’ (Heb 10, 13). Tal Hijo, que aboga a nuestro favor y presenta su sangre en defensa de nuestra causa, no puede ser desoído por el Padre.
– Jesús, Sacerdote y Sacrificio, Oferente y Oblación, Altar y Cordero, Víctima expiatoria e impetratoria en el Calvario, lo es por siempre: ‘La virtud de esta Hostia ofrecida una vez perdura por siempre’ (S. Th., III, 22, 3). Nunca cesa la oblación interior del corazón de Cristo, a gloria del Padre y para expiación de todos los pecados. Por esto cada Misa puede ser la renovación objetiva y perenne de la oblación de Cristo Sumo Sacerdote. Aquel su único, permanente e inmutable acto sacrificial del Calvario, al renovarse ritualmente en cada Misa, actualiza la Redención en nosotros y acrece sin medida la gloria del Padre: Cristo Pontífice presenta al Padre el valor eterno del sacrificio de la Cruz: ‘Cristo Pontífice penetró en los cielos para presentarse ahora en el acatamiento de Dios a favor nuestro’ (Heb 7, 26).
– ‘Conocer’, para los semitas, es más bien un acto del corazón que de la mente. ‘Conocer a Dios’, del v 3, es la fe que compromete toda la persona. De ahí que para San Juan ‘conocer a Dios’, ‘andar en verdad’, ‘estar en comunión con Dios’, ‘permanecer en Él’, ‘imitarle’, ‘cumplir su voluntad’, son expresiones sinónimas o equivalentes.
Sobre el Evangelio (Lucas 24, 35-48:)
Las Apariciones del Resucitado son para la Iglesia mensajes de fe y dádivas de Espíritu Santo:
– En Lucas, como en Juan, el Resucitado en sus apariciones no es conocido sino por sus palabras o signos. Es que su Cuerpo Glorificado, aunque idéntico al que tuvo en su vida mortal, tiene otro estado que modifica su forma externa y le libra de las leyes de los cuerpos materiales.
– Lucas, que escribe para los griegos muy reacios a admitir la resurrección de los cuerpos, insiste en la realidad física del cuerpo Glorificado. ‘Soy Yo mismo. Palpadme, ¿Tenéis algo para comer?’ (vv 40. 41). No es aparición de un fantasma. Es el Jesús mismo que con ellos se sentó a la mesa. Si la Encarnación fue un misterio de ‘condescendencia’, lo sigue siendo en Cristo Glorificado. Se acomoda a las exigencias de Tomás, a la rudeza, a los titubeos de sus Apóstoles.
– El resucitado completa su obra: la institución de la Iglesia. A la luz de la resurrección les ilumina las Escrituras Mesiánicas (vv. 43-46); los envía al mundo mensajeros de Salvación y Testigos de la Verdad (47-48): les confiere la plenitud de sus poderes (49). Comienza la hora de la Iglesia, que durará hasta la Parusía gloriosa de Cristo.
– ‘Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente’ (Dom. 3º de Pascua: Oración Colecta)
‘Recibe, Señor, las ofrendas de tu Iglesia exultante de goza; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno’ (Dom. 3º de Pascua: Oración sobre las ofrendas).
‘Mira, Señor, con bondad a tu pueblo; y ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa’ (Dom. 3º de Pascua: Postcomunión).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)
San Juan Pablo Magno
Características de las apariciones de Cristo resucitado
- Conocemos el pasaje de la Primera Carta a los Corintios, donde Pablo, el primero cronológicamente, anota la verdad sobre la resurrección de Cristo: «Porque os transmití… lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras: que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce…” (1 Co 15, 3-5). Se trata, como se ve, de una verdad transmitida, recibida, y nuevamente transmitida. Una verdad que pertenece al “depósito de la Revelación” que el mismo Jesús, mediante sus Apóstoles y Evangelistas, ha dejado a su Iglesia.
- Jesús reveló gradualmente esta verdad en su enseñanza prepascual. Posteriormente ésta, encontró su realización concreta en los acontecimiento de la pascua jerosolimitana de Cristo, certificados históricamente, pero llenos de misterio.
Los anuncios y los hechos tuvieron su confirmación sobre todo en los encuentros de Cristo resucitado, que los Evangelios y Pablo relatan. Es necesario decir que el texto paulino presenta estos encuentros ―en los que se revela Cristo resucitado― de manera global y sintética (añadiendo al final el propio encuentro con el Resucitado a las puertas de Damasco: cf. Hch 9, 3-6). En los Evangelios se encuentran, al respecto, anotaciones más bien fragmentarias.
No es difícil tomar y comparar algunas líneas características de cada una de estas apariciones y de su conjunto, para acercarnos todavía más al descubrimiento del significado de esta verdad revelada.
- Podemos observar ante todo que, después de la resurrección, Jesús se presenta a las mujeres y a los discípulos con su cuerpo transformado, hecho espiritual y partícipe de la gloria del alma: pero sin ninguna característica triunfalista. Jesús se manifiesta con una gran sencillez. Habla de amigo a amigo, con los que se encuentra en las circunstancias ordinarias de la vida terrena. No ha querido enfrentarse a sus adversarios, asumiendo la actitud de vencedor, ni se ha preocupado por mostrarles su “superioridad”, y todavía menos ha querido fulminarlos. Ni siquiera consta que se haya presentado a alguno de ellos. Todo lo que nos dice el Evangelio nos lleva a excluir que se haya aparecido, por ejemplo, a Pilato, que lo había entregado a los sumos sacerdotes para que fuese crucificado (cf. Jn 19, 16), o a Caifás, que se había rasgado las vestiduras por la afirmación de su divinidad (cf. Mt 26, 63-66).
A los privilegiados de sus apariciones, Jesús se deja conocer en su identidad física: aquel rostro, aquellas manos, aquellos rasgos que conocían muy bien, aquel costado que habían visto traspasado; aquella voz, que habían escuchado tantas veces. Sólo en el encuentro con Pablo en las cercanías de Damasco, la luz que rodea al Resucitado casi deja ciego al ardiente perseguidor de los cristianos y lo tira al suelo (cf. Hch 9, 3-8): pero es una manifestación del poder de Aquel que, ya subido al cielo, impresiona a un hombre al que quiere hacer un “instrumento de elección” (Hch 9, 15), un misionero del Evangelio.
- Es de destacar también un hecho significativo: Jesucristo se aparece en primer lugar a las mujeres, sus fieles seguidoras, y no a los discípulos, y ni siquiera a los mismos Apóstoles, a pesar de que los había elegido como portadores de su Evangelio al mundo. Es a las mujeres a quienes por primera vez confía el misterio de su resurrección, haciéndolas las primeras testigos de esta verdad. Quizá quiera premiar su delicadeza, su sensibilidad a su mensaje, su fortaleza, que las había impulsado hasta el Calvario. Quizá quiere manifestar un delicado rasgo de su humanidad, que consiste en la amabilidad y en la gentileza con que se acerca y beneficia a las personas que menos cuentan en el gran mundo de su tiempo. Es lo que parece que se puede concluir de un texto de Mateo: “En esto, Jesús les salió al encuentro (a las mujeres que corrían para comunicar el mensaje a los discípulos) y les dijo: ‘¡Dios os guarde!’. Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: ‘No temáis. Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán’” (28, 9-10).
También el episodio de la aparición a María de Magdala (Jn 20, 11-18) es de extraordinaria finura ya sea por parte de la mujer, que manifiesta toda su apasionada y comedida entrega al seguimiento de Jesús, ya sea por parte del Maestro, que la trata con exquisita delicadeza y benevolencia.
En esta prioridad de las mujeres en los acontecimientos pascuales tendrá que inspirarse la Iglesia, que a lo largo de los siglos ha podido contar enormemente con ellas para su vida de fe, de oración y de apostolado.
- Algunas características de estos encuentros postpascuales los hacen, en cierto modo, paradigmáticos debido a las situaciones espirituales, que tan a menudo se crean en la relación del hombre con Cristo, cuando uno se siente llamado o “visitado” por Él.
Ante todo hay una dificultad inicial en reconocer a Cristo por parte de aquellos a los que El sale al encuentro, como se puede apreciar en el caso de la misma Magdalena (Jn 20, 14-16) y de los discípulos de Emaús (Lc 24, 16). No falta un cierto sentimiento de temor ante Él. Se le ama, se le busca, pero, en el momento en el que se le encuentra, se experimenta alguna vacilación…
Pero Jesús les lleva gradualmente al reconocimiento y a la fe, tanto a María Magdalena (Jn 20, 16), como a los discípulos de Emaús (Lc 24, 26 ss.), y, análogamente, a otros discípulos (cf. Lc 24, 25-48). Signo de la pedagogía paciente de Cristo al revelarse al hombre, al atraerlo, al convertirlo, al llevarlo al conocimiento de las riquezas de su corazón y a la salvación.
- Es interesante analizar el proceso psicológico que los diversos encuentros dejan entrever: los discípulos experimentan una cierta dificultad en reconocer no sólo la verdad de la resurrección, sino también la identidad de Aquel que está ante ellos, y aparece como el mismo pero al mismo tiempo como otro: un Cristo “transformado”. No es nada fácil para ellos hacer la inmediata identificación. Intuyen, sí, que es Jesús, pero al mismo tiempo sienten que Él ya no se encuentra en la condición anterior, y ante Él están llenos de reverencia y temor.
Cuando, luego, se dan cuenta, con su ayuda, de que no se trata de otro, sino de El mismo transformado, aparece repentinamente en ellos una nueva capacidad de descubrimiento, de inteligencia, de caridad y de fe. Es como un despertar de fe: “¿No estaba ardiendo nuestro Corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32). “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). “He visto al Señor” (Jn 20, 18). ¡Entonces una luz absolutamente nueva ilumina en sus ojos incluso el acontecimiento de la cruz; y da el verdadero y pleno sentido del misterio de dolor y de muerte, que se concluye en la gloria de la nueva vida! Este será uno de los elementos principales del mensaje de salvación que los Apóstoles han llevado desde el principio al pueblo hebreo y, poco a poco, a todas las gentes.
- Hay que subrayar una última característica de las apariciones de Cristo resucitado: en ellas, especialmente en las últimas, Jesús realiza la definitiva entrega a los Apóstoles (y a la Iglesia) de la misión de evangelizar el mundo para llevarle el mensaje de su Palabra y el don de su gracia.
Recuérdese la aparición a los discípulos en el Cenáculo la tarde de Pascua: “Como el Padre me envió, también yo os envío…” (Jn 20, 21): ¡y les da el poder de perdonar los pecados!
Y en la aparición en el mar de Tiberíades, seguida de la pesca milagrosa, que simboliza y anuncia la fertilidad de la misión, es evidente que Jesús quiere orientar sus espíritus hacia la obra que les espera (cf. Jn 21, 1-23). Lo confirma la definitiva asignación de la misión particular a Pedro (Jn 21, 15-18): “¿Me amas?… Tú sabes que te quiero… Apacienta mis corderos.. Apacienta mis ovejas…”.
Juan indica que “ésta fue va la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos” (Jn 21, 14). Esta vez, ellos, no sólo se habían dado cuenta de su identidad: “Es el Señor” (Jn 21, 7); sino que habían comprendido que, todo cuanto había sucedido y sucedía en aquellos días pascuales, les comprometía a cada uno de ellos ―y de modo particular a Pedro― en la construcción de la nueva era de la historia, que había tenido su principio en aquella mañana de pascua
(San Juan Pablo II, Audiencia General del miércoles 22 de febrero de 1989)
San Luis Bertrán
“Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí”
(Mc.16,6)
1.- Cuenta el glorioso San Marcos que el domingo, muy de mañana, vinieron tres mujeres al monumento del Señor para ungirlo y que, cuando llegaron, hallaron la piedra del sepulcro levantada y a un ángel que les dijo: «¿Buscáis por ventura a Jesús Nazareno, el crucificado? Pues ha resucitado y ya no está aquí». Y se cree piadosamente que en ese mismo momento estaba Cristo con la santísima Reina de los ángeles, Madre suya y Señora nuestra, la cual debió permanecer mucho tiempo con sus ojos pendientes por ver de divisar la entrada de su Hijo en su retirado cuarto. Estando en esa profundísima consideración, se cree que Cristo, nuestro Señor, le envió al arcángel San Gabriel, pues como él fue el embajador de la encarnación, lo fuese también de la resurrección. Entró, pues, éste en el aposento de María santísima con un cuerpo brillante y resplandeciente más que el sol, y postrado con muchísima humildad debió decirle: «Alegraos, Virgen santísima, que en seguida os llegará el descanso y la alegría de vuestro corazón; luego vendrá el Justo de los justos, el Santo de los santos, acompañado de los santos padres de la Antigua Ley».Y no hubo acabado de decirle esto, cuando al punto llegó Cristo en compañía de los ángeles, de los arcángeles, de los patriarcas, de los profetas y de los santos.
2.- ¿Qué lengua habrá que pueda explicar el acabado contento y singular gozo y alegría que debió sentir en este momento la santísima Virgen? ¡Cómo debió derribarse a los pies de Cristo y le diría: Oh pies santísimos! ¡Cuántos trabajos y amarguras me disteis, y cuánto contento, gozo y alegría me dais ahora! Pues, ¿qué lengua celestial puede haber tan afilada que sea capaz de declarar la singularísima satisfacción que recibiría la Virgen? Por eso, ¡alégrense los cielos, regocíjese la tierra, y salten de placer los ángeles! Además de esto, se cree muy piamente, que en este momento se le debió conceder también a la Virgen una visión de la divina esencia en la que vería y oiría aquellas músicas y melodías suavísimas, y aquellos cantares dulces y apacibles que continuamente están cantando delante de Dios los coros de los ángeles, de los arcángeles, de los querubines, de los serafines, de los tronos, de las dominaciones, de las potestades y de tantos santos padres, como en el cielo están rindiendo continuas alabanzas a Dios. Y todo eso fue para acrecentar el gozo y la satisfacción de María.
3.- Estaba la madre de Tobías llorando y lamentándose por el hijo que se había ido, y dice el texto sagrado que lloraba inconsolable y decía: ¡Ay de mí! ¡Ay de mi hijo! (Tb 10,4). Pero que cuando luego vio que volvía tan rico y hacendado, y con tantos despojos él y su esposa, que la madre no cabía de contenta y de placer. Pues considerad que después del Viernes Santo la Madre de Cristo estaba llorando con tanta amargura y tantas lágrimas, que más bien parecía inconsolable. Mas, ¿qué gozo no sintió, tal día como hoy, cuando le vio venir con tanto gozo, tan rico, con tantos despojos, y que traía a la sinagoga de la mano y a cada alma, como si fueran su esposa? Pues de este singular contento que recibió María sacamos en limpio que, como las manos y el corazón corren siempre parejos, si su corazón estaba ancho por la alegría y la satisfacción, también sus manos estarán anchas, abiertas y extendidas para hacer mercedes y usar de liberalidad con todos. Porque, si el Viernes pasado, aún estando el corazón de la Reina de los ángeles tan estrecho y con tanta angustia y dolor, nos acogimos a ella para pedirle su favor y ayuda para recibir la gracia, y no nos la negó; con cuánta mayor confianza podemos hoy pedírsela estando tan contenta y regocijada, que no cabe de placer. Por tanto, lleguémonos con mucha confianza a pedirle el favor y la ayuda de la gracia. Y puesto que le pedimos gracia, démosle la enhorabuena con gracia cantándole: ¡Reina del cielo, alégrate, aleluya! Porque el Señor, a quien has merecido llevar, aleluya, ha resucitado, según su palabra, aleluya. ¡Ruega al Señor por nosotros, aleluya!
4.- Dicen los cantores, y lo dicen con gran verdad, que el contrapunto, como es cosa dificultosa de interpretar, para que se haga con el orden y el concierto debidos, es menester que esté apoyado en el canto llano. Por eso, lo que os predique hoy acerca de esta fiesta de la santa resurrección del Señor, —lo cual es, como el contrapunto, algo dificultoso—, es menester que esté apoyado sobre el canto llano de la resurrección, esto es, viendo cómo sucedió, porque parece que existe alguna contrariedad entre los evangelistas, aunque a decir verdad no existe ninguna, porque todos escribieron movidos por el Espíritu Santo. Por eso he decidido contaros llanamente la historia de los hechos de dicha resurrección.
5.- Dice San Marcos que tres mujeres muy devotas y discípulas de Cristo, la noche de la Pascua andaban muy afanadas y ocupadas en comprar ungüentos y perfumes preciosos, para luego, a la mañana siguiente, ir a ungir el cuerpo de su Maestro (cfr. Mc 16,1-4). Y lo primero que cabe notar a este propósito es que, si estuvieron estas mujeres con María, la Madre de Jesús, al pie de la Cruz, bien vieron cómo José de Arimatea vino allí con permiso de Pilato para descender y bajar de la Cruz el cuerpo del Señor, y que con él venía otro noble caballero, llamado Nicodemo, que traía, como dice la Escritura, cien libras de ungüento y de mirra para sahumar y ungir el cuerpo de Cristo, y colocarlo en la sepultura (cfr. Jn 19,39). San Juan dice literalmente: Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos limpios con aromas, como es costumbre sepultar entre los judíos (ibíd. 40). Pues si esas mujeres habían visto que el cuerpo de Cristo estaba ya sahumado y ungido con tantos ungüentos y mirra, ¿a qué fin vienen hoy con otros ungüentos? ¿Por ventura no estaba lo suficientemente ungido con cien libras de ungüentos olorosos?
6.- Pues aquí debemos entender, hermanos, cuáles son las finezas del amor, al cual todo le parece poco, si él no mete las manos en lo que respecta a la persona amada. Por ejemplo, Marta tenía muchas criadas, las cuales hubieran podido ocuparse muy bien del servicio a Cristo como huésped cuando fue a su casa. Pero como ella le amaba tanto, no sólo se contentó que sus criadas se ocupasen de su servicio, sino que ella misma quiso poner sus manos en administrarle y servirle lo necesario. Más aún, era tanto el amor que le tenía, que no sólo ella y sus criadas se ocuparon de servir a Cristo, sino que incluso se quejó de que su hermana Magdalena no colaborara en dicho servicio; y es que todo le parecía poco para lo que se merecía su amado Maestro. Y por eso, según San Lucas, llega un momento en que se queja a Jesús, diciéndole: Señor, ¿no te importa nada que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude (Lc 10,40). ¿Qué es lo que le causaba esta inquietud?… El fino y verdadero amor. Pues esto mismo sucede hoy con estas santas mujeres. Bien habían visto que el día de la muerte habían ungido el cuerpo de Jesús con ungüentos muy olorosos, pero les parecía poco o casi nada, si ellas no metían sus manos en la labor y no lo ungían también ellas. Y que éste es el verdadero efecto que causa el auténtico amor de Dios. Pues os digo de verdad, que aunque los hospitales estuviesen bien provistos de lo necesario, y los encarcelados y las viudas bien proveídos de lo que han menester, todo eso debería pareceros poco si vos mismo no pusieseis vuestras manos en ayudarlos, esto es, si vos mismo no os pusieseis a servir y a visitar a los enfermos con vuestros propios pies y manos, porque al fin ésa es la obra y el efecto que produce el verdadero y fino amor de Dios, como lo mostraron estas santas mujeres en el día de hoy, las cuales no se contentaron con la unción de Nicodemo, sino que ellas mismas quisieron hacerla por sí mismas.
7.- Así, pues, salieron de casa muy de mañana, y andando por el camino decían entre ellas: ¿Quién nos rodará la piedra de la puerta del sepulcro? (Mc 16,3). Mas, ¿cómo, santas mujeres, eso sólo es lo que os preocupa? ¿En eso radica toda vuestra dificultad? ¿No es mayor dificultad el temor al escuadrón de soldados que están delante del santo sepulcro, los cuales, en cuanto lleguéis, pensarán que sois ladrones y que venís a hurtar el cuerpo de Cristo, y os llevarán a la cárcel, en donde os aplicarán los mismos tormentos que a vuestro Maestro? ¿Cómo, pues, no decís: Quién nos librará de los soldados, en lugar de preguntaros sobre quién os quitará la piedra? Pues, entended, hermanos, que el amor todo lo pospone, y piensa que no hay cosa que se le resista ni que le impida realizar sus propósitos; más bien piensa que todo lo podrá vencer a trueque de alcanzar lo que ama y desea. Y estas santas mujeres van con tanto deseo de ver el santísimo cuerpo de Cristo y de ungirlo no sólo con ungüentos aromáticos sino con sus propias lágrimas, que por eso todo lo posponen, no sienten ningún temor, no les espantan los soldados, y si acaso las detuviesen están preparadas para morir allí junto al santo cuerpo del Señor. Pero, decidme, santas mujeres, aunque vuestro amor sea tan grande que todo lo pospone, ¿con qué fin os dirigís allí? ¿No sabéis que vosotras no podréis ladear la piedra, y que vuestra ida es en vano? Pues en esto conoceréis, hermanos, las espuelas del amor, que aquello que de por sí parece imposible, lo hace ligero y llano. Por eso, cuando queráis realizar una obra buena y santa, y el demonio os ponga tropiezos e impedimentos, pasad adelante, no os canséis, no os volváis desde mitad del camino, proseguidlo sin parar, como hicieron estas santas mujeres; pues cuando menos os percatéis, los impedimentos habrán desaparecido y lo hallaréis todo llano. ¡Oh, hermano!, si quisieres de verdad emprender la vida virtuosa al principio os parecerá que hay losas de piedra, que hay escuadrones de soldados, que hay grandes trabajos e impedimentos, pero cuando menos os percatéis hallaréis que todos ellos han sido quitados.
8.- Al fin estas santas mujeres se fueron hacia el sepulcro, y aunque salieron muy de mañana, antes de que apareciese el día, sin embargo, cuando llegaron, el sol ya estaba muy alto, y eso, no porque caminasen perezosas, ni porque fuesen despacio por el camino, pues más bien fueron volando como las águilas. Entonces, ¿por qué tardaron tanto? Yo os lo diré. Yendo de Jerusalén hacia el sepulcro, pasaron por el monte Calvario, y hallaron allí la Cruz, porque como era día de fiesta no la habían quitado, y cuando llegaron a la Cruz se pararon, y renovaron y refrescaron en su memoria los dolores que allí había padecido Cristo; allí refrescaron todas sus llagas y todas las palabras que le oyeron pronunciar desde la Cruz. Comenzaron a rumiarlo y a contemplarlo todo de nuevo, y se entretuvieron tanto, que les amaneció el sol, y estaba ya muy alto, cuando recordaron adonde iban, y se pusieron en camino porque cerca estaba el huerto y el sepulcro en donde habían depositado el cuerpo del Señor. Cuando llegaron, encontraron a los guardas como muertos, y de nada se espantaron. ¡Ved qué animo y qué corazón de mujeres!
9.- Pasaron más adelante, y hallaron a un ángel hermosísimo, vestido con una ropa blanca y sentado sobre la piedra del monumento, que estaba levantada, y éste les dijo: «No temáis, santas mujeres, porque los que buscan a Dios no tienen por qué temer; los que han de temer son los que le crucificaron, ésos han de temblar; pero vosotras que le buscáis con el ungüento del amor no tenéis por qué temer». Y después que las hubo alentado y animado, añadió: «Buscáis a Jesucristo resucitado; no está aquí; ya ha resucitado. Andad vosotras y llevad estas nuevas al Cenáculo de los Apóstoles y a San Pedro». Así, pues, se fueron hacia allá las santas mujeres, y comenzaron a contar lo que habían visto y oído. Los Apóstoles primero pensaron que deliraban y que estaban locas; pero como las oyeron contarlo con tanta persuasión, luego se fueron hacia allá San Juan y San Pedro, para comprobar si así era, y las tres mujeres volvieron tras ellos; y como al llegar vieron que el sepulcro estaba abierto y era verdad, se fueron de nuevo con estas noticias a los otros Apóstoles, y las Marías se quedaron en el huerto. María Magdalena estaba junto al sepulcro llorando y gimiendo continuamente; las otras dos se paseaban por el huerto, distrayéndose del trabajo y de la angustia que tenían; pero la Magdalena, como más enamorada, se mantuvo siempre en el sepulcro, porque, como suele decirse: El amor la hacía estar, y el dolor la hacía llorar. Observad cuánto puede la tristeza, que llega a agotar y endurecer el entendimiento, el juicio y la razón, hasta el punto que nada más volver de Jerusalén al sepulcro, ya se les había olvidado lo que les había dicho el ángel, que Cristo había resucitado y que no estaba allí. Pero ellas aún lloraban como si estuviera muerto, y pensaban que lo habían hurtado, y por eso estaban tristes.
10.- María Magdalena pensaba: “Si me voy, cuando vuelva hallaré el sepulcro derribado; prefiero, pues, quedarme aquí junto al sepulcro de mi Maestro”. Por eso no hacía más que ir y venir, apartábase un poquito y luego volvía; hasta que al final su perseverancia halló la perla que buscaba. Se le aparecieron dos ángeles que le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? (Jn 20,13). ¿A quién buscas? ¿Por qué buscas entre los muertos al que vive? (Lc 24,5) ¿Por qué lloras como muerto, al que ya ha resucitado? Ella les respondió: Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto (ibíd.). Mirad cuán turbada estaba aún por la tristeza, que no entendió lo que le habían dicho. Luego vio a otro hombre que le preguntó lo mismo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Y ella pensando que era el hortelano le dijo: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo cogeré (ibíd. 15). ¡Mira qué varonil ánimo el de esta mujer! Si tú te lo has llevado —le dice—, dime dónde está, que yo me atrevo a llevármelo. Viendo esto el Señor, no pudo contenerse por más tiempo, y abriendo su santísima boca, pronunció el nombre con el que solía llamarla, y le dijo: ¡María, María! ¿Esa es la fe que tienes en mí? ¿Esa es la memoria que guardas de las palabras que yo te dije? ¿Es ésta la eficacia que hicieron en ti mis milagros?
11.- En cuanto María lo vio y reconoció, quiso derribarse a sus pies diciendo: ¡Maestro! Pero el Señor le dijo: Deja de tocarme, porque todavía no he subido al Padre. Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios (ibíd. 17). El glorioso Padre San Agustín explica estas palabras diciendo: Cristo no habla solamente de “mi Padre”, sino de “mi Padre y vuestro Padre”, pues de una manera es Padre mío, y de otra, vuestro. Es padre mío por naturaleza; y es Padre vuestro por gracia. Y tampoco habló de “nuestro Dios”, sino de “mi Dios”, bajo el cual estoy en cuanto hombre, y de “vuestro Dios” porque entre él y vosotros estoy yo como mediador. Y le mandó que llevase esta buena noticia a San Pedro y a los otros Apóstoles, para que no perdiesen la confianza, antes bien recobrasen la esperanza.
12.- En oyendo esta santa nueva, la Magdalena comenzó a caminar hacia el Cenáculo de los Apóstoles en Jerusalén, y encontrando por el camino a las otras mujeres, les anunció las buenas noticias. Y mientras andaban las tres en compañía, de nuevo se les apareció Jesús por el camino, para premiarles el buen servicio y la buena obra que habían hecho de acompañar a María Magdalena, y entonces les mostró un mayor amor, porque les dejó que le tocaran y adoraran, pues ya tenían más fe (cfr. Mt 28,9). Cuando al fin llegaron al Cenáculo, hallaron que los discípulos estaban muy alborotados, pues unos decían que el Maestro había resucitado, y otros que no. Estando en esta contienda, les dijeron las mujeres: «Hermanos, no tenéis que dudar. Nosotras lo hemos visto y lo hemos tocado con estas manos, y con esta boca hemos besado sus pies, y nos mandó que os trajésemos esta buena nueva». Y aunque la mayoría les dio crédito a lo que decían, su fe no fue total, hasta que llegó San Pedro, al cual también se la había aparecido el Señor, y llegaron los dos discípulos de Emaús con la misma noticia. Y fue entonces, estando todos comentando que había resucitado, y teniendo cerradas las puertas del Cenáculo, cuando Jesús entró en medio de ellos y les dijo: ¡Paz con vosotros! (Jn 20,21) Y de esta manera los consoló, los animó, los esforzó y los confortó, dándoles mucha gracia y poder para perdonar los pecados.
13.- Hasta aquí, hermanos, la historia fidelísima y como la substancia de lo que los evangelistas nos cuentan acerca de la resurrección del Señor. (Éste es) el canto llano del relato de los hechos (…). De esta santísima fiesta afirma Isaías: Me acordaré de las misericordias del Señor, y al Señor alabaré por todas las cosas que él ha hecho en favor nuestro (Is 63,7). Es decir, que siempre que celebramos alguna fiesta es para que nos acordemos de las misericordias del Señor, y las tengamos perpetuamente en la memoria, y las refresquemos, para darle gracias al Señor por ellas. Por otra parte, las fiestas también se celebran para que sean en nuestras almas como la leña que las encienda en fuego vivo de amor y de caridad. Pero entre todas las fiestas, la más principal e importante es la de hoy, por eso dice el Salmista: Este es el día que hizo el Señor (Sal 117,24). Pero, ¿acaso los otros días no los hizo el Señor?… Sí, por cierto, y en todos nos concede mercedes; pero en éste de una manera más particular, porque esta fiesta es nuestra gloria y nuestro contento. Hoy celebramos la fiesta de nuestra Cabeza, de donde se sigue, que si él está vivo, también nosotros; y si él dijo: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos (Jn 15,5), síguese también que si la vid y la cepa resucitan y tienen vida, necesariamente han de tenerla igualmente los pimpollos y los sarmientos. Por consiguiente, su resurrección es nuestra resurrección, y su vida es nuestra vida, que comienza en él como Cabeza y termina en nosotros como en sus miembros. Por tanto, hermanos, nuestra es la fiesta, la gloria, el contento y el regocijo, pues hoy se nos pone delante el modelo según el cual hemos de ser nosotros gloriosos un día.
(…)
(San Luis Bertrán, Obras y sermones, vol. II, pp.1-7 )
P. Lic. Ervens Mengelle
Cristo Resucitado: cualidades
Una de las experiencias más frustrantes que tuvo que afrontar san Pablo en su tarea apostólica le tocó vivirla en Atenas, al hablar ante un selecto auditorio constituído por la Asamblea que gobernaba aquella ciudad. Todo el discurso que estaba desarrollando iba siendo escuchado con atención hasta que llegó el momento de hablar de la resurrección de los muertos. San Pablo dijo: Dios… ha fijado el día en que va a juzgar al mundo según justicia, por el hombre que ha destinado, dando a todos una garantía al resucitarlo de entre los muertos. Y escribe san Lucas a renglón seguido que al oír la resurrección de los muertos, unos se burlaron y otros dijeron: “sobre esto ya te oiremos otra vez”. Así salió Pablo de en medio de ellos (He 17,31-33).
Recordemos que san Lucas fue compañero de san Pablo en muchas de sus andanzas apostólicas y sin duda esta experiencia que le tocó vivir al gran Apóstol, como otras semejantes, le impresionaron vivamente. Por eso se preocupó, al escribir su evangelio, de proveernos de pruebas bien claras en lo que se refiere a la resurrección de Jesucristo. El texto que acabamos de proclamar es, sin duda, el texto más denso, diría yo, que tenemos en el evangelio, en lo que se refiere a mostrar la realidad de la resurrección de Cristo.
1 – El cuerpo de Cristo resucitado es verdadero cuerpo, el suyo propio e íntegro
La realidad de la resurrección de Cristo sigue siendo negada hoy en día. Hay incluso exégetas que utilizan expresiones que son muy confusas; por ejemplo M.-E. Boismard dice: “Cristo resucitado se aparece a los discípulos bajo una forma corporal, pero se trata de una forma corporal ‘ficticia’” (en ¿Es necesario aún hablar de “resurrección”?, Desclée de Brouwer (Bilbao, 1996) 134). ¿Qué quiere decir eso de “ficticia”?
Mejor veamos, primero, cómo muestra las cualidades de Cristo resucitado, para indicar finalmente el papel central que tienen los apóstoles en la tarea de enseñar ese misterio al mundo entero. Tres elementos vemos que emergen claramente de los relatos bíblicos:
- el cuerpo de Cristo resucitado es verdadero cuerpo: esto lo demuestra apelando a la experiencia misma de los sentidos: lo pueden oír, lo pueden ver, pero sobre todo lo pueden tocar: tocadme y ved.
- es su propio cuerpo, idéntico al que tenía antes de la crucifixión: mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Pueden además reconocer su propia voz. Recordemos lo de Marcos: el crucificado ha resucitado. ¿cómo se podía identificar al crucificado sino por los signos mismos de la crucifixión?
- es un cuerpo humano íntegro: un fantasma no tiene carne y huesos como veis que yo tengo. Con la expresión carne y huesos se designa el cuerpo humano completo, es decir, el material blando y el material duro que lo componen.
Por ello dice el Catecismo: “Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto y el compartir la comida. Les invita así a reconocer que él no es un espíritu, pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su pasión” (645).
2 – Es un cuerpo glorioso
Es el mismo, dice el catecismo. Pero, al mismo tiempo, hemos de distinguir. Que sea el mismo no significa que tenga exactamente las mismas propiedades: “Este cuerpo auténtico y real posee, sin embargo, al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso…”. El cuerpo es “de la misma naturaleza, pero de otra gloria” (san Gregorio; PL 76, 1198), lo cual se ve en el modo como Cristo aparece y desaparece de manera repentina, no siendo para él ningún obstáculo el que las puertas estén cerradas: “puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre. Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere…” (645; cf. san Agustín, Ep. 95,7).
En esto podemos apreciar la gran diferencia que hay entre las resurrecciones realizadas por Cristo durante su vida (como por ejemplo, las de la hija de Jairo, la del hijo de la viuda de Naím y la de Lázaro) y su propia resurrección: “…las personas afectadas por el milagro volvían a tener una vida terrena ordinaria. En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio… participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san Pablo puede decir de Cristo que es el hombre celestial” (646)
De hecho, el verbo griego (ophthé) más empleado por los distintos autores para referirse a las apariciones (Lc 24,34; He 9,17; 26,16; 13,30-32) es un término técnico que se usaba ya en el AT para referirse a las apariciones de Dios o de los ángeles, es decir, seres celestiales (cf. Gn 12,7; 18,1-2; Lc 1,,1; 22,43)
3 – ¿Cómo puede ser esto?
Ahora, ¿qué es lo que pasó? ¿en qué momento sucedió esto? Son preguntas que naturalmente surgen y que hacen a lo que fue la “pascua” de Cristo, a su tránsito, a su paso de este mundo al Padre (cf. Jn 13,1). Para estas preguntas, la respuesta no nos es todavía accesible. Ya en la noche de la Vigilia Pascual se cantó el Pregón que decía: ¡Oh noche tan dichosa! ¡Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!. Y comenta el Catecismo: “En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos…” (647)
Pero eso no es motivo para dudar de la realidad del hecho: “Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de las encuentros de los apóstoles con Cristo resucitado…” He aquí la importancia que tienen todos esos elementos tan concretos que aparecen en los relatos.
Ahora ¿no hubiese sido más conveniente que se manifestase a otros hombres, además de a sus discípulos, como por ejemplo a los fariseos, a Pilatos…? “Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los apóstoles con Cristo resucitado, sin embargo no por ello la Resurrección es ajena al centro del Misterio de la fe en aquello que trasciende y sobrepasa a la historia…” (647).
Por un lado, el problema hubiese permanecido sustancialmente el mismo, ya que al irse predicando el evangelio por el mundo, seguiría habiendo infinidad de personas que no habrían visto a Cristo. Por otra parte, de este modo se deja a los hombres la libertad suficiente para que su fe sea meritoria y creyendo puedan obtener la salvación eterna. San Agustín: “si era cuerpo, si resucitó del sepulcro lo que colgó en el madero ¿cómo pudo entrar a través de las puertas cerradas? Si comprendes el modo, no es milagro. Donde no alcanza la razón, allí está la edificación de la fe” (Serm. 247; PL 38,1157).
Dios, entonces, brinda los elementos suficientes para que la obediencia de nuestra sea conforme a la razón, es decir para que se advierta que creer no es un acto irracional; pero lo hace de tal manera que deja a nuestra voluntad en completa libertad de rechazar ese acto si así lo desea. De allí que el acto de fe sea un acto meritorio.
Por estas razones mencionadas, entonces, “Cristo resucitado no se manifiesta al mundo sino a sus discípulos, a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo (He 13,31)” (647). De todo esto, vosotros sois testigos (Lc 24,48); Dios lo ha resucitado de entre los muertos y de esto nosotros somos testigos (He 3,15).
Y no nos olvidemos de los que hemos dicho el domingo pasado: testigos que entregaron su vida antes de renegar de esa verdad de la Resurrección de Cristo. No sólo abandonaron su familia, su patria, fueron deshonrados entre sus conciudadanos, considerados locos o ignorantes por doquiera en el mundo civilizado de entonces, sino que incluso entregaron su vida.
4 – Conclusión
“La fe en la Resurrección tiene por objeto un acontecimiento a la vez históricamente atestiguado por los discípulos que se encontraron realmente con el Resucitado, y misteriosamente trascendente en cuanto entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios” (656).
Manifestemos en nuestra vida la fe de nuestros corazones, mostremos que realmente poseemos esa vida que Cristo nos consiguió a precio de la suya propia, hagamos brillar ante los hombres la luz del resucitado para que todas puedan caminar guiados por esa luz.
Que María Santísima, primera entre todos de gozar de esa luz, nos conceda la gracia de imitarla en esto.
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)
San Agustín
Aparición a los apóstoles
(Lc.24,36-53)
- La lectura del evangelio, sagrada e imperecedera, nos descubre al verdadero Cristo y a la verdadera Iglesia para que no caigamos en error respecto a ninguno de los dos o para que ni atribuyamos al santo esposo otra esposa en lugar de la suya, ni a la santa esposa otro esposo que no sea el propio. Así, pues, para no errar en ninguno de los dos, escuchemos el evangelio cual acta de su matrimonio.
- No han faltado ni faltan quienes se engañan, respecto a Cristo el Señor, creyendo que no tuvo verdadera carne. Escuchen lo que acabamos de oír nosotros. Él está en el cielo, pero se deja oír aquí; está sentado a la derecha del Padre, pero conversa con nosotros. Indique él quién es, manifiéstese a sí mismo; ¿qué necesidad tenemos de buscar otro testigo para que nos hable de él? Escuchémosle a él mismo. Se apareció a sus discípulos, presentándose de forma repentina en medio de ellos. Lo oísteis cuando se leyó. Ellos se sintieron turbados y creían que estaban viendo un espíritu. Es lo mismo que piensan quienes creen que él no tuvo verdadera carne: los maniqueos, los priscilianistas y cualquier otra peste que ni siquiera merece ser nombrada. No es que piensen que Cristo no existió; no, no es esto; pero piensan que era un espíritu sin carne. ¿Qué piensas tú, oh Católica? ¿Qué piensas tú, su esposa, no una adúltera? ¿Qué piensas tú sino lo que aprendiste de su boca? En efecto, no has podido encontrar mejor testimonio sobre él que el dado por él mismo. ¿Qué piensas, pues, tú? Tú aprendiste que Cristo constaba de la Palabra, alma humana y carne humana. ¿Qué sabes respecto a la Palabra? En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ésta existía al principio junto a Dios. ¿Qué aprendiste referente al alma humana? E, inclinada la cabeza, entregó su espíritu. ¿Qué te enseñó respecto a la carne? Escúchalo. Perdona a quienes piensan ahora lo que antes pensaron los discípulos que estaban en error; error en el que, sin embargo, no permanecieron. Los discípulos pensaron lo mismo que hoy piensan los maniqueos, los priscilianistas, a saber, que Cristo el Señor no tenía carne verdadera, que era solamente un espíritu. Veamos si el Señor los dejó errar. Ved que el pensar eso es un perverso error, pues el médico se apresuró a curarlo y no lo quiso confirmar. Ellos, pues, creían estar viendo un espíritu; pero quien sabía lo dañinos que eran esos pensamientos, ¿qué les dijo para erradicarlos de sus corazones? ¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies; tocad y ved, que un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Contra cualquier pensamiento dañino, venga de donde venga, agárrate a lo que has recibido; de lo contrario, estás perdido. Cristo, la Palabra verdadera, el Unigénito igual al Padre, tiene verdadera alma humana y verdadera carne, aunque sin pecado. Fue la carne la que murió, la que resucitó, la que colgó del madero, la que yació en el sepulcro y ahora está sentada en el cielo. Cristo el Señor quería convencer a sus discípulos de que lo que estaban viendo eran huesos y carne; tú, sin embargo, le llevas la contraria. ¿Es él quien miente y tú quien dice la verdad? ¿Eres tú quien edifica y él quien engaña? ¿Por qué quiso convencerme Cristo de esto sino porque sabía lo que me es provechoso creer y lo que me perjudica no creer? Creedlo, pues, así; él es el esposo.
- Escuchemos también lo referente a la esposa, pues no sé quiénes, poniéndose también a favor de los adúlteros, quieren alejar a la verdadera y poner en su lugar una extraña. Escuchemos lo referente a la esposa. Después que los discípulos hubieron tocado sus pies, manos, su carne y huesos, el Señor añadió: ¿Tenéis algo que comer? En efecto, la consumición del alimento era una prueba más de su verdadera humanidad. Lo recibió, lo comió y repartió de él; y, cuando aún estaban temblorosos de miedo, les dijo: ¿No os decía estas cosas cuando aún estaba con vosotros? ¿Cómo? ¿No estaba ahora con ellos? ¿Qué significa: cuando aún estaba con vosotros? Cuando era aún mortal, como lo sois todavía vosotros. ¿Qué os decía? Que convenía que se cumpliese todo lo que estaba escrito de mí en la ley, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras; y les dijo que convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día. Eliminad la carne verdadera, y dejará de existir verdadera pasión y verdadera resurrección. Aquí tienes al esposo: Convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día. Retén lo dicho sobre la cabeza; escucha ahora lo referente al cuerpo. ¿Qué es lo que tenemos que mostrar ahora? Quienes hemos escuchado quién es el esposo, reconozcamos también a la esposa. Y que se predique la penitencia y el perdón de los pecados en su nombre. ¿Dónde? ¿A partir de dónde? ¿Hasta dónde? En todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ve aquí la esposa; que nadie te venda fábulas; cese de ladrar desde un rincón la rabia de los herejes. La Iglesia está extendida por todo el orbe de la tierra; todos los pueblos poseen la Iglesia. Que nadie os engañe: ella es la auténtica, ella la católica. A Cristo no lo hemos visto, pero sí a ella: creamos lo que se nos dice de él. Los apóstoles, por el contrario, le veían a él y creían lo referente a ella. Ellos veían una cosa y creían la otra; nosotros también, puesto que vemos una, creamos la otra. Ellos veían a Cristo, y creían en la Iglesia que no veían; nosotros que vemos la Iglesia, creamos también en Cristo, a quien no vemos, y, agarrándonos a lo que vemos, llegaremos a quien aún no vemos. Conociendo, pues, al esposo y a la esposa, reconozcámoslos en el acta de su matrimonio para que tan santas nupcias no sean objeto de litigio.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (4º), O.C. (XXIV), BAC Madrid 1983, pág. 438-42)
(Lugar: Hipona. Fecha: Probablemente, el miércoles de Pascua. Entre el 400 y 412.)
Guión III Domingo de Pascua
14 de abril 2024 – CICLO B
Entrada: La Iglesia vive la Pascua radiante de alegría por el triunfo de su Esposo. Y es que Cristo se hace vivo y presente, contemporáneo de cada uno de nosotros. Hoy, en el día del Señor, renovamos el misterio pascual en la celebración eucarística y nos hacemos partícipes del gozo de Cristo resucitado.
Primera Lectura: El Mesías debía padecer para resucitar al tercer día. Pedro, testigo ocular de los hechos, predica el triunfo definitivo de la Vida. Hch. 3, 13-15. 17-19
Segunda Lectura: Jesucristo, el Justo, es la víctima propiciatoria por nuestros pecados y nuestro defensor ante el Padre. Jn. 2, 1-5a
Evangelio: Jesucristo glorioso se aparece a los Apóstoles y les interpreta las Escrituras: el Mesías debía padecer y resucitar de entre los muertos. Lc. 24, 35-38
Preces
A Dios nuestro Padre que resucitó a Jesús, presentémosle nuestra oración.
A cada intención respondemos…
* Por el Santo Padre y todos los Obispos, para que su predicación y su acción pastoral sea aceptada por todos los cristianos y así la Iglesia se renueve en la alegría y en el Amor de Dios. Oremos…
* Para que la paz de Cristo Resucitado se extienda a todas las naciones de tal manera que los que dirigen y organizan el mundo del trabajo y de la economía procedan siempre con sabiduría y justicia, respetando los derechos de todos los hombres. Oremos…
* Por los misioneros de la Iglesia, para que configurando sus vidas con el Misterio que celebran, sepan llevar al mundo el secreto gigantesco del cristiano, dado a luz por el Misterio Pascual. Oremos…
* Por las familias de todo el mundo, para que se comprometan a buscar ardientemente la unión con Dios en el cumplimiento de los deberes familiares, profesionales y sociales, y así alcancen la santidad. Oremos…
* Por nosotros, para que la coherencia y la verdad nos lleven a vivir como resucitados, y la fuerza transformante de Jesús nos convierta en testigos de su Resurrección. Oremos…
Atiende Padre Bueno nuestra oración y ayúdanos a cumplir tu Palabra para que el amor que nos mostraste en Jesucristo llegue a su plenitud. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofrendas
Con tu Sangre, Señor, nos has comprado para Dios, para poder amarle y servirle. Ahora te presentamos:
* Cirios y con ellos el deseo que todos los hombres encuentren el camino que conduce a Cristo.
* Pan y vino: que en este Santo sacrificio, por la acción de tu Espíritu Santo, serán transubstanciados en el Cuerpo y Sangre de Jesús, Vida nuestra.
Comunión: Jesús en su Resurrección trae oficio de consolar. Abramos las puertas del alma para que nuestro Esposo, derrame en ellas todo su amor.
Salida: La Virgen Santísima que es causa de nuestra alegría, nos hace volver la mirada al Rostro resucitado de su Hijo para que nos identifiquemos con Él viviendo una vida nueva.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
“Abrió sus inteligencias…”
Le preguntan a un niño:
- Dime, muchacho, vamos a ver si lo sabes ¿Qué es más importante, la luna o el sol?.
- Naturalmente la luna -respondió él sin vacilar.
- ¿Por qué?
- Porque la luna da luz por la noche, que es cuando hace falta; y el sol alumbra de día, que es cuando ya hay luz.
Así algunos, mis hermanos, creen que es más importante la razón que alumbra las tinieblas de la noche de la tierra, que la Fe que es la luz del cielo. Pero la razón será siempre la luna que no tiene luz propia si no se la de la Fe que es el sol. Sin la Fe que vino Cristo a traer y a confirmar volveríamos a las aberraciones del paganismo y a las tinieblas tristes de los salvajes de la selva.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 26)