PRIMERA LECTURA
El Señor ofrecerá un banquete
y enjuagará las lágrimas de todos los rostros
Lectura del libro del profeta Isaías 25, 6-10a
El Señor de los ejércitos
ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña
un banquete de manjares suculentos,
un banquete de vinos añejados,
de manjares suculentos, medulosos,
de vinos añejados, decantados.
Él arrancará sobre esta montaña
el velo que cubre a todos los pueblos,
el paño tendido sobre todas las naciones.
Destruirá la Muerte para siempre;
el Señor enjugará las lágrimas
de todos los rostros,
y borrará sobre toda la tierra
el oprobio de su pueblo,
porque lo ha dicho Él, el Señor.
Y se dirá en aquel día:
«Ahí está nuestro Dios,
de quien esperábamos la salvación:
es el Señor, en quien nosotros esperábamos;
¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!»
Porque la mano del Señor se posará sobre esta montaña.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 22, 1-6 (R.: 6cd)
R. El Señor nos prepara una mesa.
El señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
Él me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal,
porque Tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo. R.
SEGUNDA LECTURA
Lo puedo todo en Aquél que me conforta
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 12-14. 19-20
Hermanos:
Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Yo lo puedo todo en Aquél que me conforta.
Sin embargo, ustedes hicieron bien en interesarse por mis necesidades.
Dios colmará con magnificencia todas las necesidades de ustedes, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús.
A Dios, nuestro Padre, sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
ALELUIA Cf. Ef 1, 17-18
Aleluia.
El Padre de nuestro Señor Jesucristo
ilumine nuestros corazones,
para que podamos valorar la esperanza
a la que hemos sido llamados.
Aleluia.
EVANGELIO
Inviten al banquete nupcial a todos los que encuentren
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 1-14
Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas». Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: «El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren».
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. “Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?.” El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: «Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes».
Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 22, 1-10
Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir.
De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas». Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: «El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren».
Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Palabra del Señor.
W. Trilling
Parábola del banquete de las bodas reales
(Mt 22,1-14)
Esta parábola ha sido transmitida también por san Lucas de forma semejante, pero que difiere mucho en los pormenores (/Lc/14/16-24). En san Lucas, sólo se habla de un banquete que prepara un hombre. En san Mateo, se cuenta que un rey proyecta la celebración de las bodas de su hijo. (…). En san Mateo se añade un problema particular, por cuanto toda la historia tiene dos partes y dos puntos culminantes. La primera parte concluye con la invitación de los nuevos huéspedes en lugar de los que fueron invitados en primer lugar (22,10). La segunda parte tiene como punto culminante la separación de un huésped sin traje de boda (22,13). (…)
1 Nuevamente se puso Jesús a hablarles en parábolas, diciendo: 2 El reino de los cielos se parece a un rey que preparó el banquete de bodas para su hijo. 3 Envió sus criados a llamar a los convidados al banquete, pero éstos no querían venir. 4 Nuevamente envió a otros criados con este encargo: Decid a los convidados: Ya tengo preparado el banquete; he sacrificado mis terneros y reses cebadas; todo está a punto. Venid al banquete. 5 Pero ellos no hicieron caso y se fueron: el uno a su campo, el otro a sus negocios; 6 y los demás echaron mano a los criados del rey, los ultrajaron y los mataron.
Salta a la vista la semejanza de esta narración con la precedente (la parábola de los viñadores homicidas). Allí actúa un propietario y dueño de la viña, aquí un rey. El propietario por dos veces envía mensajeros para reclamar el beneficio que le correspondía, el rey envía criados dos veces para ir a buscar a los invitados. Los comisionados no consiguieron su objetivo ninguna de las dos veces por la maldad de aquellos a quienes fueron enviados. Las dos veces se presenta el «hijo». Allí como el último de los delegados, aquí como la persona a quien se dedica la fiesta. Las dos veces se maltrata a los criados y se les da muerte. Mediante estos múltiples puntos de contacto nuestra inteligencia se orienta en la dirección intentada por el evangelista. El propietario y el rey hacen alusión al mismo Padre que está en el cielo, y el hijo se refiere al que se había designado como el «Hijo» por excelencia (11,27). Cuando se nos habla de los criados también debemos pensar en los similares mensajeros de Dios, sobre todo en los profetas, y cuando se nos habla de los invitados hay que pensar en el pueblo infiel, que había administrado tan mal la viña.
Pero en la disposición del relato hay además otra cosa. En la parábola de la viña se trataba de una reclamación justa, aquí se cursa una invitación honrosa. Allí está el propietario severo, que insiste en su derecho; aquí el rey magnánimo, que quiere que sean muchos los que participen en la alegría de su hijo. Así pues, en la parábola del banquete de bodas los colores son más vivos. Gravedad tanto mayor reviste el desinterés de los invitados. No se trata de una infracción del derecho, sino de una grave injuria al honor. El trabajo cotidiano en el campo y en el negocio es preferido a la invitación a la brillante fiesta. Esta falta de interés se convierte en enemistad de forma inexplicable. La gente incluso se siente molesta con los mensajeros y sin reflexionar les da muerte. En este pasaje surge la misma pregunta que Jesús antes hizo a los adversarios: Si ahora viene el Señor de la viña, ¿qué hará con estos viñadores? (21,40). Aquí ya no se da la respuesta con palabras amenazadoras, sino con una acción punitiva. En el orden de las parábolas hay una gradación.
7 Entonces el rey se enfureció y, enviando sus tropas, acabó con aquellos asesinos y les incendió la ciudad. 8 Luego dice a sus criados: El banquete de bodas está preparado, pero los convidados no se lo merecían. 9 Salid, pues, a las encrucijadas de los caminos, y a todos cuantos encontréis, convidadlos al banquete. 10 Salieron los criados a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de comensales.
La respuesta del rey es una devastadora expedición de castigo. Al instante, se movilizan grupos armados y se ponen en marcha. Tienen el encargo de matar a los asesinos y pegar fuego a su ciudad. Este giro de la narración resulta difícilmente comprensible para un lector atento. ¿No se tenía que pensar hasta ahora en una misma ciudad en que viven el rey y los invitados? ¿Es devastada toda la ciudad con todos sus habitantes, incluso los inocentes, aunque sólo los homicidas han merecido esta represalia? ¿No son los asesinos solamente algunos de los invitados indignos, de tal modo que ningún castigo debe recaer sobre los desinteresados, que van al campo y a los negocios? (…)
Es muy probable que el evangelista piense en la destrucción de Jerusalén. (…) Se concibe la destrucción de Jerusalén como castigo de Dios por la obstinación de Israel y por el homicidio del Mesías. Aquí había obrado la ira de Dios, como ya antiguamente, cuando Dios hizo que los ejércitos babilónicos asaltaran y conquistasen la ciudad santa. Entonces el mejor núcleo del pueblo se había convertido durante el destierro. ¿Ocurrirá lo mismo esta vez?
(…) Los criados deben invitar a nuevos huéspedes sin hacer distinciones. Al que hallen en el camino, le deben traer a la sala del banquete. Se cumple la orden, y la sala pronto se llena de una multitud abigarrada. Allí ha concurrido un pueblo entremezclado, no por causa de sus diferencias en el vestido, en el estado o en la posición social, sino por causa de su cualidad externa. Allí están juntos malos y buenos. Eso es digno de notarse, y para explicarlo también se requiere pensar en la realidad a la que alude el evangelista. En vez de Israel, que no mereció la invitación, ahora entra en su posesión el nuevo pueblo. Pero no es un pueblo de puros y santos, sino una sociedad mixta de malos y buenos. Las dos clases se encuentran en la Iglesia, así como en el campo la cizaña no está separada del trigo. La sala se ha llenado, la invitación ha logrado su objetivo. Había libre acceso para todos los que se había hallado. Pero es inminente una separación definitiva. Con la invitación no se ha celebrado ya la boda, para mantenernos en el lenguaje de la parábola. Antes de celebrarla se colocan unos aparte de otros, como la cizaña aparte del trigo y los machos cabríos aparte de las ovejas. Así nos lo dice la segunda parte de la historia.
11 Cuando entró el rey a ver a los convidados, descubrió allí a uno que no estaba vestido con traje de ceremonia, 12 y le dice: Amigo, ¿cómo entraste aquí sin traje de ceremonia? Pero él se quedó callado. 13 Entonces el rey dijo a los sirvientes: Atadlo de pies y manos y arrojadlo a la obscuridad, allá afuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. 14 Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.
A cualquiera se le puede ocurrir preguntar cómo el hombre debe tener su vestido de fiesta, si se le va a buscar a la calle, para que asista a la celebración. ¿No es eso una injusticia espantosa? La dificultad que todos nosotros experimentamos, sólo pone en claro que el vestido de boda tiene que designar una cosa distinta de una vestidura de tela. Estamos preparados para esta solución observando que en la sala hay malos y buenos. El que no está vestido con traje de fiesta, evidentemente forma parte de los malos. Sólo entonces resulta inteligible que se trate así al huésped. No solamente se le saca de la sala de fiestas profusamente iluminada y se le arroja al sombrío jardín, sino a la obscuridad en general, donde hay llanto y rechinar de dientes. Es echado a la perdición.
En la Iglesia se multiplica rápidamente la cizaña entre el trigo, incluso los fieles van hacia la separación definitiva. Aunque están invitados, es decir aunque fueron llamados, aún no están definitivamente salvados. El número de los llamados es grande, es decir, a muchos se les hace entrar indistintamente, sin cumplir las condiciones previas. No necesitan guardar la ley de Moisés ni se hacen circuncidar, sino que tienen libre acceso. Pero no tienen ninguna garantía de que con su admisión en la Iglesia también se les haya asegurado la elección para el reino de Dios al fin de los tiempos. Hay una esperanza confiada y una temeraria seguridad de la salvación. Se debe aspirar a la esperanza y precaverse de la seguridad.
La oposición entre muchos y pocos se refiere en primer lugar a que el número de los definitivamente salvados no es igual al número de los que fueron invitados al principio. Pero esta oposición no dice que sólo sean pocos los que consiguen el fin y que se pierda la gran masa de los llamados. En esta sentencia también hay que pensar en el contexto en que está, y en el acento exhortativo que domina la segunda mitad de la parábola. Esta sentencia no contiene ninguna relación entre llamados y escogidos, sino el serio llamamiento de ser cuidadosos en este particular y de tener la aspiración de formar parte del segundo grupo. Por lo demás la frase «para Dios todo es posible» (19,26) también puede aplicarse a la salvación del que quizás aporta pocos requisitos para la misma. El misterio de la predestinación de Dios no se revela, se sustrae a cualquier cavilación. No debemos derrochar nuestros pensamientos sobre este problema, sino vivir de modo que nos salvemos. ¿Qué es el vestido de ceremonia? Sólo puede ser lo mismo, a lo que antes se aludía con los frutos del reino en la parábola de los viñadores. Es la justicia del reino, y por cierto la justicia realizada en la vida y en las obras. Sólo puede esperar ser uno de los predestinados el que ha cumplido la voluntad del Padre celestial. El que la ha cumplido, aporta lo que le dispone a participar en la festividad eterna. Ante todos, está amenazador el destino del que no dio fruto y, en consecuencia, fue arrancado como árbol estéril y arrojado al fuego.
(Trilling, W., El Evangelios según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
Leonardo Castellani
La Parábola de los Convidados
(Mt.22,1-14)
Esta es la Parábola de los Convidados (Lc.14,16; Mt.22,1-14) o sea la “Parábola de los Excusados”, como decíamos cuándo éramos muchachos y nos leían el Evangelio traducido por Torres Amat –“el Evangelio con viruelas”, que dice un amigo mío–. Allí se dice tres veces: “Te ruego que me tengas por excusado”; en vez de traducir simplemente:
–Disculpe, amigo, hoy no puedo ir a ese banquete…
–¿Por qué no?
–Yo –dijo el primer Convidado– he comprado una viña y tengo que ir a verla.
–Yo –dijo el segundo– compré siete yuntas de bueyes y por fuerza tengo que probarlos.
–Yo –dijo el tercero– estoy ahora en mi luna de miel, me he casado y no puedo.
No parecen malas disculpas ésas para dejar un banquete; mas sin embargo el Señor del Banquete “se enojó” desmesuradamente: “Palabra de honor os digo que ninguno de los primeros convidados probará mi banquete…”. Tampoco parece gran castigo ése, puesto que no les interesaba el banquete, y tenían más interés en sus negocios, oficios y placeres. “¡No nos interesa probar tu Gran Banquete!”, ya estaba dicho.
Y más rara todavía es la decisión que tomó el airado Convidador: hizo llenar su casa de haraposos, mendigos, inválidos y pulguientos, que hizo buscar primero en la plaza y el atrio de la Iglesia; y en una segunda tanda en cualquier parte, hasta en las tabernas: “a fin de que mi casa se llene”. Ésta es la parábola tal como está en Lucas.
En Mateo está en otra forma diversa; por lo cual algunos dicen que son dos parábolas diferentes; y algunos dicen que son tres en realidad. Verdaderamente es un solo tema, el tema del llamado y la elección divinos, tratado diferentemente, de acuerdo al género simbólica oriental: más dulce y general en Lucas, más duro y actual en Mateo. El tema es: Dios convida a todos los hombres a participar del convite de la vida eterna; atención, es una cosa muy, pero muy seria, pasar por alto o despreciar esa invitación. Este tema abstracto está en la predicación de Jesucristo construido en forma de símbolo; no propiamente de comparación, alegoría o metáfora, géneros de la retórica grecolatina, no usados por los orientales.
En Mateo, el Señor que convida es un Rey; los convidados se excusan también con sus negocios; pero algunos de ellos agarran a los siervos reates y los maltratan y aun los matan. El Rey manda sus ejércitos, los cuales “pasan a cuchillo a los homicidas y queman su ciudad”. No se puede imaginar más trágica terminación de una invitación de bodas. Pero hay más todavía: la sala real se llena de desechos humanos, buscados “en las encrucijadas de los caminos”: entra el Rey y se encuentra con que uno de los invitados no tiene la “vestidura nupcial”: era la boda de su hijo, y había que ir, como si dijéramos, de frac y corbata blanca. El Rey, después de increparlo, lo hace sujetar por los guardias, atarlo de pies y manos y arrojarlo a la “oscuridad de afuera”. Esta expresión “las tinieblas de allá afuera” designa en Jesucristo simplemente el Infierno, la Noche Eterna. ¡Zambomba con el Rey!
Después de lo cual la parábola termina bastante inopinadamente con la frase ya conocida: “Muchos son los llamados y pocos los escogidos” cuando parece debería decir lógicamente: “Muchos son los escogidos; y uno solo el arrojado fuera.”
Hemos notado otra vez que las parábolas de Cristo ostentan una especie de desmesuras o bruscas salidas del carril, que se podrían llamar humorismo si se quiere; pero que es un humorismo trascendental, exigido por su objeto: no humorismo jocoso, por cierto; aunque en algunos casos sí hay un tono chusco, como en la parábola del Mayordomo Camandulero. El objeto de ellas, el Misterio, es una cosa desmesurada, infinita. Cristo toma el material de ellas de la realidad cotidiana, de lo que veía en torno suyo, de las costumbres populares, de lo que contaba la gente, de las noticias que corrían… de la boca misma de sus oyentes. Fue carpintero, según parece, pero nunca tomó como materia sus recuerdos de joven, los instrumentos, la modera, los muebles; y la razón es que era un contemplativo y hablaba de lo que veía hic et nunc; puesto que continuamente veía lo Eterno insertándose en el Tiempo. Pero lo Eterno embutido en lo Cotidiano, le hace saltar las costuras. Cristo toma un cuentito de Reyes y de Convites como los que corrían por allí; y de repente, en el medio del cuentito, estalla el trueno; o por lo menos, se abre una interrogación; y una especie de perspectiva mística inmensa, a veces temerosa, se abre de repente detrás de las cosas triviales de la vida: como el abismo que veía a su lado Pascal cuando caminaba por la calle. Como todos los grandes artistas, no necesitaba Cristo materiales ricos para hacer su obra. Como todos los artistas populares, tomaba sus temas de la boca misma de sus oyentes. Como los payadores criollos, no cantaba a María Estuardo o a Guillermo Tell, sino a Lucía Miranda, a los indios pampas, o al “contingente”1.
La parábola en Lucas simboliza más bien el llamamiento general de todos los hombres al Reino de Dios y la vida eterna, comparada a un Convite Regio: aunque con una alusión a los judíos y a la actual predicación de Cristo, en el hecho de que los principales de la ciudad declinan la invitación y ella diverge en consecuencia hacia los inferiores, incluso lo más inferior, como los mendigos y los inútiles; el hampa, “esa maldita plebe que no conoce la Ley”, como decían los Fariseos. Vosotros, que os llamáis los hombres religiosos y sabios de Israel deberíais ser los primeros en entender mi mensaje religioso; pero ¡mirad! “he aquí que los publicanos y las prostitutas os preceden en el [camino del] Reino de Dios”. En Mateo, la parábola alude claramente primero a la vocación nacional de Israel a la fe; y después a la vocación personal de todos los que ya han recibido la fe –y han entrado a la sala regia– a la caridad y la gracia santificante, que ésa es la “vestidura nupcial”. La matanza de los siervos (de los Profetas) un hecho histórico pasado y presente; y el incendio de la ciudad (la Destrucción de Jerusalén) un hecho porvenir, están unidos en el relato por un vínculo profético, y aluden claramente a la vocación primera de Israel, sustituida por la llamada a los Gentiles “los pobres y los lisiados”, aunque Mateo en realidad no dice pobres y lisiados, como Lucas, sino “buenos y malos”. Es lo mismo: para los Judíos, los Gentiles eran los malos. Estos dos hechos los vinculó explícitamente el mismo Cristo en otras dos ocasiones: cuando predijo la ruina de Jerusalén a causa de que “ha matado a los Profetas y perseguido a los Enviados”; y estaba ahora al borde de dar muerte al Profeta Máximo y al Enviado por antonomasia.
¿Quiere decir esta parábola con su terminación: “Muchos llamados, pocos escogidos” que es mayor el número de los que se condenan eternamente que los que se salvan como han concluido algunos ligeramente?
Esa cuestión teológica, o mejor dicho, ociosa –y quizá temeraria– no fue resuelta por Cristo ni entraba en su mensaje. De esto no nos harán apear ni Tertuliano, ni San Cipriano, ni San Agustín, ni el P. Massillón con toda su autoridad.
La prueba de que no hay que tomar literalmente ese refrán –que es verdadero en otro sentido– de “muchos son los llamados, pocos los escogidos” es que literalmente es falso; pues todos y no solamente muchos son los llamados a la vida bienaventurada. Así pues, nada nos fuerza –y todo nos disuade– a tomar elegidos por salvados. En la elección divina hay muchos planos: de hecho, los que llegan a la perfección del Amor en esta vida (los elegidos por antonomasia, los santos) son poquitísimos; los que llegan a una virtud cristiana completa, son pocos; los que llegan a la profesión explícita de la fe sobrenatural y al bautismo de hecho y no sólo de deseo, no son todos ni la mayoría siquiera; y así se cumple estrictamente el dicho de Cristo. Acerca de los que se salvan al final, no conocemos los abismos de la misericordia y la potencia divinas; pero podemos suponer que Dios no va a resultar un fracaso tan colosal que la mayor parte de la Creación se la llevó el diablo para empedrar el infierno. Eso seria un fracaso notorio: Dios Padre no ha de ser tan mal alfarero y Cristo tan mal curandero que después de romperse todo para hacer “vasos de elección” y para sanar después lo que quebró el Primer Pecado, con su sangre nada menos, la mayoría resulten vasos de condenación y muertos para en eterno. En los médicos y artistas humanos eso puede suceder; en Dios parece seria indecente.
La frase temerosa pues está basada en un hecho visible: que la perfección en lo humano, en cualquier orden, es una cosa rara, pues “malum ut in plurimum in natura humana”; mujeres que sean perfectamente hermosas, por ejemplo, hay pocas, pero más pocas hay que no tengan algo de hermosura, por lo menos de la beauté du diable, como llaman los franceses a la juventud. La frase común es pues una exhortación a la diligencia, a la fidelidad y al temor de Dios, lo mismo que la frase: “Mirad que son muchos los que van por el camino ancho”… Del final del camino ancho o estrecho, Cristo no reveló nada.
Esa es una pregunta indiscreta.
Tres ejemplos por lo menos de preguntas indiscretas tenemos en el Evangelio:
“–Señor: ¿Cuándo será el fin del mundo?
–El día y la hora no la saben ni los Ángeles, ni siquiera el Hijo del Hombre”
“–¿Ahora es el momento en que restaurarás el Reino de Israel, conforme predijeron los Profetas?
–No es de vosotros saber los tiempos y momentos que el Padre ha reservado a su Potestad.”
“–Señor ¿y éste cómo morirá?” –le dijo San Pedro señalando a su amigo San Juan, cuando Cristo le profetizó su propia muerte en cruz.
“–¿Qué te importa?” –le respondió Cristo–. “Tú sígueme a mí.”
Ahora bien, esa pregunta indiscreta se la puso a Cristo “alguien”, dice San Lucas:
“–Señor ¿son pocos los que se salvan?”.
Cristo respondió:
“–Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”; y después añadió una severísima amenaza a los que tenían en aquel tiempo lo que llamamos cristianismo mistongo; a los que hablaban de “la fe de nuestros padres”, pero no hacían obras dignas de la fe. “Los hijos de Abraham y de Isaac y de Jacob serán echados fuera: allí será el llanto y el rechinar de dientes: y en cambio vendrán muchísimos gentiles y se sentarán en el Reino de Dios.” Esta fue la respuesta de Cristo. ¿Respondió con esto que eran pocos los que se salvan? No. Dice San Agustín, que sí. Lo siento mucho, pero no respondió. No reveló nada acerca de ese punto. Como cosa de fe, no lo sabemos.
Otro día hablaremos de las macanas que han dicho los intérpretes, incluso algunos muy grandes, por no conocer el género en que están escritos los Evangelios, el género símbolo. Queda por ahora que de este símbolo de los Convidados sólo se podría deducir en esta materia que de los que pertenecen a la Iglesia –de los que han entrado en la Sala Regia– del montón se condena uno; y de los de la ciudad deicida, los que maltrataron y mataron a los profetas, sufrieron un castigo temporal, pues su ciudad fue incendiado y ellos dispersados; y solamente los “ingratos homicidas” fueron pesados a cuchillo: es decir, los culpables de un horrible pecado personal, no colectivo.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 244-249)
1El autor se refiere al cuerpo militar que en el siglo pasado se reclutaba en el Ejército argentino para luchar contra los indios [N. del E.].
P. José A. Marcone, IVE
La parábola del banquete nupcial del hijo del rey
(Mt 22,1-14)
Introducción
La parábola que hemos leído hoy fue dicha por Jesús dentro de la semana santa; más exactamente, el martes santo, según San Mateo. Esta parábola es continuación de la polémica suscitada con los fariseos a raíz de la expulsión de los vendedores del templo el Domingo de Ramos. Ante la mala conciencia y la mala intención de los fariseos que no quieren responder acerca del origen del bautismo de San Juan Bautista (Mt 21,23-27), Jesús les responde con parábolas y les exige que ellos mismos den sentencia acerca de su maldad. La primera parábola es la de los dos hijos, de los cuales uno solo cumple la voluntad del Padre (Mt 21, 28-32). La segunda parábola es la de los viñadores homicidas (Mt 21,33-46), que leímos el domingo pasado. En ambas parábolas los fariseos pisan el palito y se condenan a sí mismos.
Las dos parábolas recién mencionadas y la de hoy tienen un mismo mensaje: el pueblo judío en general (menos el Resto de Israel) y las autoridades en general rechazaron la verdadera revelación divina que inicia en Abraham, es formulada por Moisés en la Ley y desemboca en la manifestación del Mesías, Dios hecho hombre, mesías sufriente. No creen en Cristo. Por lo tanto, las promesas hechas por Dios a Abraham se las entregará al ‘pueblo de la tierra’ (en hebreo, haam ha’áretz), los ignorantes, ‘esos malditos que no conocen la Ley’, según dicen los fariseos (Jn 7,49). Esto es lo que se expresa en la parábola de los dos hijos cuando Jesús dice que los publicanos y prostitutas alcanzarán el Reino y las autoridades judías no (Mt 21,31-32). Además, las promesas serán entregadas a los pueblos que son no-judíos, es decir, a los ‘perros’ gentiles (parábola de los viñadores homicidas y parábola de hoy).
Sin embargo, la parábola de hoy tiene tres características particulares que le dan un carácter peculiar respecto a la parábola de los viñadores homicidas. Sobre esas tres características particulares versará nuestra homilía1.
1. Las bodas místicas con Cristo
La primera característica particular de esta parábola es que expresa la relación entre Dios y su pueblo de un modo nuevo. En las dos parábolas anteriores expresaba esa relación al modo de un padre de familia propietario de una viña que tiene trabajadores que trabajan en la viña. En esta parábola esa relación se expresa al modo de un esposo que se desposa con su pueblo. Los llamados no son llamados a trabajar en la viña sino a participar de la alegría del banquete nupcial del hijo del rey. No cabe ninguna duda que el hijo del rey es Cristo, Hijo Unigénito del Padre2.
El banquete nupcial de la parábola expresa el matrimonio espiritual entre Cristo y su Iglesia en general, y entre Cristo y cada alma en particular. Lo dice expresamente Santo Tomás: “Si seguimos a San Gregorio es necesario decir que el banquete nupcial representa las bodas de Cristo con la Iglesia en este tiempo presente, y, además, el matrimonio entre nuestra alma y Dios, con quien se desposa por la fe”3. Y lo explicita un poco más: “Por lo tanto puede decirse que este esposo es el Verbo Encarnado y la esposa es la Iglesia, como dice el Apóstol: ‘El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Éste es un gran misterio, que yo aplico a Cristo y a la Iglesia’ (Ef 5,31-32). Del mismo modo, puede decirse que este esposo es el mismo Verbo que se desposa con nuestra alma. En efecto, el alma se hace partícipe de la gloria de Dios por la fe, y de este modo se realizan nuestras nupcias, como dice el profeta Oseas: ‘Te desposaré en la fe’ (Os 2,20, Vulg)”4.
Este modo de expresar la relación entre Dios y su pueblo al modo de un matrimonio ya estaba presente en el AT. A través del profeta Ezequiel, Yahveh describe la historia de Israel apelando a la metáfora del matrimonio. Israel era como una niña recién nacida y abandonada a la orilla del camino, que se revolvía en su propia sangre. Yahveh se compadeció y le concedió la vida. Creció como una adolescente desnuda en el campo, sin nadie que se ocupe de ella, abandonada y envuelta en suciedad. Pero Yahveh la recoge, alimenta, hermosea, adorna, viste regiamente y, finalmente, la hace su esposa. Pero ella, al verse hermosa y llena de encantos y riquezas, abandona a su legítimo esposo, Yahveh, y se entrega al adulterio, es decir, a la adoración de los ídolos (cf. Ez 16,1-34). Sin embargo, Dios no la abandonará ni la repudiará si ella se arrepiente. Volverá a amarla con el amor primero si ella vuelve a Yahveh (cf. Os 2,16-25). Incluso, Yahveh usa el vocabulario propio y técnico para designar el acto conyugal: el verbo ‘conocer’. “Sí, aquel día -dice el Señor- ella me llamará: ‘Marido mío’ (…); me casaré contigo en la fidelidad, y tú conocerás al Señor” (Os 2,18.22).
El mismo Jesucristo se presenta como el esposo de las bodas mesiánicas en las Bodas de Caná. El mayordomo de la fiesta llama al esposo y le dice: “Tú has conservado el buen vino hasta ahora” (Jn 2,10). Pero el que conservó el vino en realidad es Jesús. Por lo tanto, Jesús es identificado como ‘el esposo’, Cristo toma el lugar del esposo5. En definitiva, lo que Cristo está diciendo es: “El verdadero esposo soy Yo”.
También en San Lucas Cristo mismo se presenta como ‘el esposo’: “Jesús les contestó: ‘¿Es que pueden ayunar los invitados a la boda mientras el esposo está con ellos? Pero vendrán días en que les quiten al esposo; entonces ayunarán’” (Lc 5,34-35).
San Juan Bautista también presenta a Cristo como el esposo de las bodas mesiánicas: “La esposa pertenece al esposo. Pero el amigo del esposo, el que está a su lado y lo oye, se alegra mucho al oír la voz del esposo. Así que mi gozo es completo” (Jn 3,29).
Todos estos datos bíblicos desembocarán y florecerán en la teología espiritual católica cuyo exponente más importante es San Juan de la Cruz. Esta teología puede resumirse en estas tres frases: “1. La plena perfección cristiana se encuentra únicamente en la vida mística. 2. La mística entra en el desarrollo normal de la gracia santificante. 3. Todos estamos llamados, al menos remota y suficientemente, a los estados místicos”6.
¿Era necesario hablar de estos temas para explicar esta parábola? Sí, porque de esa manera se explica mejor el fracaso espiritual del pueblo judío (en general, salvando al Resto fiel) que no acepta ser parte en este matrimonio que se consuma en la vida eterna. Además, así se explica el extraordinario don ofrecido por Dios a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los pueblos.
Jesús caracteriza a tres tipos de judíos que no quieren aceptar el matrimonio con Él. Primero, los que prefieren las ocupaciones de su campo y su trabajo. Segundo, los que prefieren sus negocios. Tercero, los que se oponen abiertamente y odian al Esposo y por eso matan a los mensajeros encargados de invitar.
Los dos primeros tipos coinciden con el tercer terreno de la parábola del sembrador: son los que dejan ahogar la Palabra por las zarzas, es decir, por las preocupaciones del mundo y la seducción del dinero (cf. Mt 13,22). El tercer tipo de judío es el que se ha dejado dominar por la malicia. Santo Tomás lo dice con claridad: “Algunos rechazan por negligencia (…). Parecían tener una justa causa exterior, pero el Señor no acepta el pretexto, porque ninguna cosa temporal debe ser obstáculo para ir a Dios (…) Al decir que ‘otros fueron a atender sus negocios’, está significando el apetito de avaricia. Pero otros rechazan la invitación por malicia, los cuales, endurecidos en malicia, persiguen a los predicadores”7.
San Pablo se va a referir a estos judíos cuando diga: “Los judíos son los que dieron muerte al Señor y a los profetas y los que nos han perseguido a nosotros; no agradan a Dios y son enemigos de todos los hombres” (1Tes 2,15).
Por eso, después del rechazo de Cristo por parte de los judíos, se entablará una enemistad teológica entre los judíos y la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo. Y esta es la razón por la cual a lo largo de las distintas etapas de la historia de la Iglesia, representada en las siete iglesias del Apocalipsis, “la sinagoga de Satanás” le hará guerra a la Iglesia, tal como lo dice el libro del Apocalipsis (Apoc 2,9; 3,9). “Tertuliano resume las denuncias de los Padres contra la peligrosidad judaica en esta frase: Sinagogae Judaeorum fontes persecutionum. Las Sinagogas de los judíos son las fuentes de nuestras persecuciones”8.
“El Judaísmo es un enemigo declarado y activo (…) de los pueblos cristianos. (…) Observemos que esto es tremendo e importantísimo. Son enemigos teológicos. Es decir, no es una enemistad local, o de sangre, o de intereses. Es una enemistad dispuesta por Dios. Los judíos, si son judíos, es decir, si no se han convertido sinceramente al cristianismo, aunque no quieran buscarán con mentiras hacer daño, perder y corromper a los cristianos”9.
Los hombres no-judíos, que no habían recibido la revelación de Abraham ni la Ley de Moisés, están representados en los hombres que andan por los caminos. Una de las características más relevantes del pueblo judío es el tener una tierra entregada por Dios para habitar en forma sedentaria y estable. Es el objeto principal de las promesas: la Tierra Prometida. Por el contrario, los pueblos no-judíos son los pueblos que andan en busca permanente. Ellos también son invitados a desposarse con Cristo a través de la fe.
2. La misericordia de Dios hacia los judíos
El segundo elemento característico de la parábola de hoy en relación con la parábola de los viñadores homicidas es que en esta última el castigo divino sobreviene inmediatamente después de la muerte del hijo. En cambio, la parábola del banquete nupcial implica como un suplemento de misericordia por parte de Dios que, después de muerto el hijo, resucita, prepara la boda con la humanidad y vuelve a invitar a los judíos a entrar al Reino de los Cielos, es decir, a la Iglesia. San Juan Crisóstomo lo dice con palabras elocuentes, señalando, al mismo tiempo, la continuidad y la diferencia entre una parábola y otra: “Mirad, pues, la inefable bondad de Dios. Él plantó la viña, Él lo hizo y preparó cumplidamente todo. Asesinados sus criados, todavía envió otros. Pasados también éstos a cuchillo, envía a su propio Hijo. Asesinado también éste, todavía los llama a banquete de bodas, y ¡ellos no quisieron asistir! Luego les envía otros criados, y también a éstos matan. Sólo entonces, cuando se ve que su enfermedad es incurable, se decide a aniquilarlos”10.
Por eso, los siervos que salen a invitar son los profetas del AT y los Apóstoles del NT, pero principalmente éstos últimos.
Por lo tanto, según esta parábola, el rechazo de los judíos no se realiza el viernes santo con la muerte de Cristo. El rasgarse del velo del templo fue un signo de lo que había de venir. El rechazo definitivo de Cristo se realiza cuando los judíos rechazan incluso la predicación de los Apóstoles que anunciaban su resurrección. Podemos decir que, después de la muerte de Esteban, el punto final que marca el rechazo definitivo de la Sinagoga es el martirio de Santiago el Mayor, hecho por Herodes pero porque agradaba a los judíos (cf. Hech 12,1-3)11.
Santo Tomás también hace notar que en esta parábola no se hace mención de la muerte de Cristo sino solo de sus discípulos. Dice: “No hace aquí mención de su muerte sino sólo de la de los discípulos porque ya había hecho mención de la suya en la parábola anterior”12.
San Juan Crisóstomo, además del paso ya citado, insiste mucho sobre este particular, es decir, sobre el hecho que esta parábola del banquete nupcial se refiere al hecho que, aún después de la resurrección de Cristo, los judíos fueron llamados de nuevo a través de los Apóstoles y rechazaron esta invitación, que fue la última. Veamos otro texto de San Juan Crisóstomo: “En la parábola de los viñadores homicidas se ve que los llama antes de la cruz; pero aquí, en la parábola del banquete nupcial, insiste en su intento de atraérselos aun después de haber sido por ellos crucificado. (…) Y notad cómo allí, lo mismo que aquí, no son las naciones las que invita primero, sino los judíos. (…) Por aquí proclamó también el Señor su resurrección. Como antes había hablado de su muerte, ahora hace ver que después de la muerte habrá bodas y habrá esposo. (…) Y ésta era la tercera culpa de los judíos. La primera fue haber matado a los profetas; la segunda, al hijo; la tercera, que, después de haberlo matado, y cuando el mismo qué mataron los llamó a sus bodas, no quisieron acudir. (…) En fin, después de su ascensión a los cielos, los llamó por medio de Pedro y los otros apóstoles: Porque ‘el que dio eficacia a Pedro para el apostolado de la circuncisión—dice Pablo—, me la dio también a mí para las naciones’ (Gál 2,8)”13.
3. Una condición necesaria: vestirse de Cristo
La tercera característica particular de la parábola de hoy es que detalla con más pormenores en qué consiste la nueva vida que los nuevos invitados (los no-judíos) deben llevar en el Reino y las consecuencias que se siguen de no ser coherentes con ese nuevo modo de vida.
San Mateo aclara que los que son llamados de los caminos son ‘malos y buenos’. ‘Malos’ entre los gentiles se entiende de aquellos que no cumplen la ley natural; ‘buenos’ se entiende de aquellos que sí la cumplen. En efecto, dice San Jerónimo: “También entre los gentiles hay una diversidad infinita, pues debemos conocer, que unos están más inclinados a lo malo, y otros practican las virtudes por sus buenas costumbres”14. Y Orígenes dice: “Aquí debemos entender como buenos los que sencillamente son más humildes y más perfectos en cuanto afecta al culto divino y a quienes se refiere lo que dice el Apóstol: ‘Pues cuando los paganos, que no tienen ley, practican de una manera natural lo que manda la ley, aunque no tengan ley, ellos mismos son su propia ley’ (Rm 2,14)”15.
Pero además, ‘malos y buenos’ aquí significa lo mismo que en la parábola del trigo y la cizaña, “porque en la Iglesia no puede haber buenos sin malos, ni malos sin buenos”16.
De todas maneras, la invitación a entrar en el banquete del Reino para paganos ‘malos y buenos’ es una invitación a la conversión. Conversión para los ‘malos’, que deben creer en el misterio de Cristo íntegro y abandonar todas sus malas costumbres contrarias a la ley natural y añadirle todas las virtudes propiamente cristianas. Pero conversión también para los ‘buenos’, en cuanto que deben creer en el Evangelio y aceptar el orden moral más perfecto que brota de él. Por eso dice San Juan Crisóstomo que una de las características peculiares de esta parábola es la invitación a una vida perfecta. Dice el santo: “Esta parábola del banquete nupcial contiene algo que no contiene la parábola anterior (…). Nos muestra la necesidad de la perfección de la vida y cuán grande castigo espera a los negligentes”17.
En perfecta consonancia con la última frase de San Juan Crisóstomo podemos decir que los detalles que expresa esta parábola con más pormenores son, fundamentalmente, dos: 1. En el vestido de bodas que deben llevar los que entran al banquete; 2. En la punición rigurosa de ser atado de pies y manos, la expulsión del banquete a las tinieblas exteriores y el llanto y crujir de los dientes.
3.a El vestido de bodas
“El rey que entra a las bodas es el rey que entra a examinar. En efecto, aquí ‘entrar’ significa que somete a juicio a los invitados. Y esto se refiere tanto al juicio final como al juicio particular en la muerte. Pero también se refiere a los momentos del tiempo presente cuando se ciernen sobre la Iglesia las tribulaciones y persecuciones”18.
Según el original griego, lo que el rey ve cuando entra a examinar, es “un hombre no vestido (verbo endýo) con vestido (éndyma) de boda” (Mt 22,11). “¿Qué es este vestido? Cristo”, dice taxativamente Santo Tomás19. En efecto, dice San Pablo: “Vestíos (endýo) de Jesucristo, el Señor” (Rm 13,14).
“Alguno se viste de Cristo cuando recibe los sacramentos. En efecto, dice el Apóstol: ‘Los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis vestido (endýo) de Cristo’ (Gál 3,27)”20. ‘Estar vestido de Cristo’ significa también estar vestidos del amor y la caridad de Cristo. Es decir, “vestirse de Cristo significa conformarse a Él a través de las obras. Por lo tanto, tener el vestido nupcial es vestirse de Cristo por las buenas obras, por la convivencia santa, por la verdadera caridad. Y el que no hace esto, es malo”21. Por eso dice San Pablo: “Vestíos (endýo) del hombre nuevo. Y vestíos (endýo) , pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col 3,10.12).
En definitiva, el vestido nupcial es la gracia santificante y la caridad que lleva aneja, la cual debe actuar por las buenas obras concretas.
3.b La consecuencia de la desnudez
“Átenlo de pies y manos, y arrójenlo a las tinieblas de afuera. Allí habrá llanto y rechinar de dientes” (Mt 22,13). “Esta expresión ‘las tinieblas de allá afuera’ designa en Jesucristo simplemente el Infierno, la Noche Eterna”22.
Santo Tomás ve en esta frase tanto la pena de daño como la pena de sentido23. El argumento de Santo Tomás es muy interesante. Él dice que el hombre en esta tierra se perfecciona de tres modos: por el intelecto pensando, por el afecto tendiendo al Sumo Bien, y, finalmente, actuando con todo su ser. Y por eso ve en la frase conclusiva de la parábola un triple castigo. Por los pies se entiende el afecto, dice Santo Tomás. Dice esto porque los pies son el medio para tender a un fin, que es lo propio del afecto que tiende al bien. El hecho de que estén atados quiere decir que en el infierno ya no pueden tender al bien, es decir, ya no pueden amar a Dios. Es la pena de daño respecto de la voluntad24.
Además de aquí, Jesucristo usa otras dos veces más (Mt 8,12 y Mt 25,50) la expresión ‘echar a las tinieblas exteriores’ referido al infierno. El hecho de que sea arrojado a las tinieblas exteriores tiene en Santo Tomás una explicación todavía más profunda. Dice textualmente: “En este tiempo presente el hombre puede perfeccionarse concibiendo verdades, pero en el infierno no; y por eso dice ‘arrójenlo a las tinieblas exteriores’. En este tiempo presente algunos pecadores no están oscurecidos en cuanto al conocimiento exterior, sino en cuanto al conocimiento interior; pero aquí, en el infierno, estarán también oscurecidos en cuanto el conocimiento exterior”25. La consecuencia es tremenda: el hombre en el infierno no podrá pensar y, por lo tanto, no podrá tener la visión beatífica. Precisamente, la pena de daño consiste en no poseer la visión beatífica26.
Luego, con la frase ‘allí habrá llanto y rechinar de dientes’, viene la pena de sentido27. El llanto y el estridor de dientes aplicado al infierno Jesús la usa también en Mt 8,12; Mt 13,42; Mt 13,50; Mt 24,51; Mt 25,30; Lc 13,28. Por lo tanto, con la cita de hoy, la expresión ‘llanto y estridor de dientes’ aplicado al infierno aparece siete veces en los evangelios. El número siete significa plenitud e insistencia. N. S. Jesucristo se preocupó puntualmente de expresar con claridad e insistencia la realidad que espera al que rechaza su amor y su perdón.
Santo Tomás hace de esta expresión una interpretación profundísima. Él dice: “El llanto procede de la tristeza y el estridor de la ira”28. Y pone como ejemplo el rabioso rechinar de dientes de los fariseos ante las palabras inspiradas de San Esteban, que culminará en su lapidación (Hech 7,24). Y sigue diciendo Santo Tomás: “Algunos lloran sus pecados, y se humillan, y son lavados. En el infierno, en cambio, habrá tristeza, pero no una tristeza que desemboque en humildad, sino una tristeza que se convertirá en ira”29. Esta es una frase realmente tremenda: la tristeza que se convierte en ira, el llanto que se convierte estridor de dientes. Estridor en castellano significa ‘un sonido agudo, desapacible y chirriante’30. En castellano, un sinónimo de ‘rechinar’ es ‘estridular’, que significa ‘producir estridor, rechinar, chirriar, crujir’. En el infierno todo esto será a causa de la ira crónica, que, a su vez, será producto de la tristeza31.
Conclusión
La parábola expresa los extremos de los cuales el hombre es capaz, basado en su libertad y su autodeterminación. Por un lado, el matrimonio místico con Cristo aquí en la tierra y luego eternamente en el cielo. Y por otro, la incapacidad absoluta de pensar, de amar, de conocer a Dios, de ver la esencia de Dios, acompañada de una tristeza y una ira eternas, ya que en todo eso consiste el infierno.
Dice San Juan Crisóstomo que el hecho de que el hombre que estaba sin vestido de bodas no responda palabra a la inquisición del rey significa que el mismo hombre dicta sentencia sobre sí mismo: “Mirad cómo, aun siendo tan evidente el caso, el Señor no le castiga hasta que el mismo pecador no pronuncia su sentencia. En efecto, por el mismo hecho de no tener qué replicar, se condenó a sí mismo, y entonces es arrebatado para los suplicios inexplicables”. Cada hombre elige su destino.
1 San Lucas narra una parábola muy parecida a la parábola que leemos hoy según San Mateo (Lc 14,16-24). La pone en un contexto muy diferente, ya que la pone mucho antes de la semana santa. Algunos comentadores importantes identifican la parábola de Mateo con la de Lucas. Sin embargo, lo más seguro es que sean dos parábolas distintas. Esa es, al menos, la opinión de Santo Tomás de Aquino. Santo Tomás no niega rotundamente que pueda identificarse la parábola de Mateo con la parábola de Lucas y por eso dice lo siguiente: “Puede decirse, como dicen algunos, que se trata de una misma y única parábola, (…) porque se puede decir que Lucas dice lo que Mateo calla. Pero yo creo que se trata de dos parábolas distintas” (“Potest dici, secundum aliquos, quod eadem est parabola, quia (…) potest dici quod Lucas dicit quod Matthaeus tacuit. Sed credo quod alia est”; Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 22, lectio 1; traducción nuestra). Los argumentos de Santo Tomás son de bastante peso y sigue en esto a San Gregorio Magno. Primero, en San Lucas se trata de una simple cena; aquí se trata de un banquete de bodas. Segundo, en la cena de San Lucas no hay ninguno que sea excluido, en cambio aquí sí. Tercero, y más importante, la cena de Lucas significa el banquete del cielo, en la bienaventuranza escatológica; en cambio, la parábola de hoy significa el banquete de las nupcias del Cordero con su Iglesia aquí en la tierra. Y es por esta última razón, precisamente, que, en la cena de Lucas, que significa los que ya entraron al cielo, no hay ningún excluido; en cambio, en este banquete de la tierra, hay tiempo de excluir al que no está preparado.
2 “Filius est Christus”, dice Santo Tomás (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem).
3 “Si loquamur secundum Gregorium, oportet exponere de praesentibus, secundum quod Ecclesia Christo, et anima nostra Deo per fidem desponsatur” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra)
4 “Unde potest dici quod iste sponsus est verbum incarnatum; sponsa Ecclesia; unde apostolus Eph. V, 32: sacramentum hoc magnum est: ego autem dico in Christo et Ecclesia. Item ipsius verbi ad animam nostram. Fit enim anima particeps gloriae Dei per fidem, et sic fiunt nuptiae nostrae. Osee II, 20: sponsabo te in fide” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
5 En efecto, dice el P. Ignace De La Potterie: “Tú has conservado el vino bueno hasta ahora” (Jn 2,10). Pero tú, ¿quién es? En el plano del relato de las bodas, no puede ser otro sino el joven esposo de Caná; pero, de hecho, el que ‘ha conservado el buen vino hasta ahora’ es Jesús, que, de este modo, es identificado con el esposo. (…) Dado que es Jesús el que da el vino y no el joven esposo de Caná, es Él el esposo de las bodas mesiánicas” (De La Potterie, I., Il Mistero del cuore trafitto, Edizioni Dehoniane Bologna, Bologna, 1988, p. 169; cursiva del autor; traducción nuestra).
6 Royo Marín, A., Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid, 2008, p. 358. 361. 365.
7 “Sed illi, scilicet indurati in malitia, neglexerunt. Quidam dimittunt ex negligentia, quidam autem ex malitia, qui persequuntur praedicatores (…). Videbantur habere iustam causam exterius, sed dominus non recipit, quia nulla temporalia debent detinere de veniendo ad Deum. (…) Per hoc quod dicit alius in negotiationem suam, signatur appetitus avaritiae” (SAncti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
8 Meinvielle, J., El judío en el misterio de la historia, Ediciones Theoria, Buenos Aires, 1975, p. 51.
9 Meinvielle, J., Idem, p. 42.
10 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 69,1-2, BAC, Madrid, 1956, Tomo II, p. 404 – 412.
11 Esto podría coincidir con la media semana de años (tres años y medio) que Dios añade a las setenta semanas de Daniel (Dan 9,24-27). Las setenta semanas se cumplen con la muerte de Cristo, y la media semana que se añade se cumplen con el martirio de Santiago el Mayor. De esta manera se resalta el exceso de misericordia de Dios.
12 “Et non facit hic mentionem de morte sua, sed solum discipulorum quia satis superius fecerat mentionem” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra)
13 San Juan Crisóstomo, Ibidem.
14 San Jerónimo, en Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea.
15 Orígenes, Homilía 20 in Matthaeum, citado en Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea.
16 San Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia, 38, citado en Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea.
17 San Juan Crisóstomo, Ibidem.
18 “Examinans intravit. Intrat enim quando exercet iudicium super eos; Gen. c. XVIII, 21: intrabo, et videbo: et hoc in finali iudicio; item in morte; item quando imminent tribulationes Ecclesiae” (Sancti Tomae de Aquino, Super Evangelium S. Matthaei lectura, caput 22, lectio 1; traducción nuestra).
19 “Quae est ista vestis? Christus” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
20 Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra.
21 “Item per operum conformitatem. (…) Habere ergo vestem nuptialem est induere Christum per operationem bonam, per conversationem sanctam, per caritatem veram; et si unum deficiat, malum” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
22 Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 245.
23 “Et concludit sententia parabolae. Ponitur poena duplex, poena damni et poena sensus” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
24 A mi modo de ver, el atar pies y manos significa también sancionar como definitiva una realidad que el mismo pecador ya había elegido por propia elección. Atar pies y manos no es otra cosa que hacer plástica y visible algo que ya existía en sí, porque el pecador, él mismo, se había atado pies y manos al no querer ejercer la caridad. Con los pies debía moverse hacia el necesitado y con las manos ayudarlo, curarlo, etc. Ahora ya no tiene tiempo. Sus pies y sus manos quedarán atados para siempre.
25 “Item modo potest homo proficere in cogitando veritates, sed tunc non; ideo dicitur mittite eum in tenebras exteriores. Modo enim aliqui peccatores non sunt tenebrosi quantum ad cognitionem exteriorem, licet quoad cognitionem interiorem; sed tunc habebunt tenebras exteriores” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
26 Dice Santo Tomás que el ser arrojado a las tinieblas exteriores puede entenderse también literalmente, es decir, el hecho de que, incluso corporalmente, el damnado está fuera del recinto de la gloria, que es pura luz (“Vel, ad litteram, quia non solum quoad animam, sed quoad corpus, quia separabuntur a societate sanctorum”; Sancti Tomae de Aquino, Ibidem). En este sentido ‘las tinieblas exteriores’ no dicen relación con la pena de daño sino con la pena de sentido.
27 “Tunc sequitur poena sensus ibi erit fletus et stridor dentium” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem).
28 “Fletus procedit ex tristitia, stridor ex ira” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
29 “Aliqui flent pro peccatis, et humiliantur, et mundantur. Ibi erit tristitia, sed non ad humilitatem, sed vertetur in iram” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra).
30 DRAE
31 Dice Santo Tomás que este estridor de dientes también puede entenderse a causa de la impaciencia. O también puede entenderse de los cuerpos de los damnados después de la resurrección, porque no sólo en el alma sino también en el cuerpo serán castigados. O también puede entenderse de que sufrirán concomitantemente el calor y el frio, como dice el libro de Job: “Desde las aguas de nieve pasarán a calores excesivos ya que el pecado será su compañero hasta el infierno” (Job 24,19, Vulg). “Item stridor propter impatientiam (…). Vel potest dici in resurrectione, quia non solum in anima, sed etiam in corpore punientur; vel quia calorem et frigora patientur; Iob XXIV, 19: transibunt ab aquis nivium ad calorem nimium” (Sancti Tomae de Aquino, Ibidem; traducción nuestra.
San Juan Crisóstomo
El banquete de bodas del hijo del rey
(Mt.22,1-14)
COMPARACIÓN DE ÉSTA Y LA ANTERIOR PARÁBOLA
1. Mirad en ésta y en la anterior parábola1 la diferencia que va entre los siervos y el hijo. Mirad el grande parentesco que hay entre una y otra parábola, a par que su grande diferencia. Porque también ésta pone de manifiesto la gran longanimidad y providencia de Dios a par que la ingratitud de los judíos; pero contiene algo que no contiene la anterior. Porque ésta pronostica, la ruina de los judíos y la vocación de los gentiles; pero juntamente con eso nos muestra la necesidad de la perfección de la vida y cuán grande castigo espera a los negligentes. Y muy a propósito viene ésta después de aquélla. Porque como en la primera había dicho el Señor: Será dada la viña a un pueblo que dé los frutos de ella, aquí declara ya qué pueblo sea ése. Aunque no es eso sólo, sino que también aquí se da una prueba de providencia inefable para con los judíos. Porque allí se ve que los llama antes de la cruz; pero aquí insiste en su intento de atraérselos aun después de haber sido por ellos crucificado. Y cuando hubiera debido infligirles el más duro castigo, entonces es cuando justamente los llama y convida al banquete de bodas y los honra con el más alto honor. Y notad cómo allí, lo mismo que aquí, no son las naciones las que invita primero, sino los judíos. Allí, cuando no quisieron recibir1e, antes bien le asesinaron, entonces es cuando entregó a otros la viña; y aquí, cuando ellos se negaron a asistir al banquete de bodas, entonces es cuando llamó a otros. Ahora bien, ¿puede haber ingratitud mayor que ser convidados a bodas y rechazar la invitación? Porque ¿quién no iría de buena gana a unas bodas, y bodas de un rey, y de un rey que apareja el banquete en honor de su hijo?
POR QUÉ SE HABLA DE BODAS EN ESTA PARÁBOLA
¿Y por qué—me dices—se habla aquí de bodas? —Por que nos demos cuenta de la solicitud de Dios, del amor que nos tiene, de la alegría de su llamamiento, pues nada hay aquí triste ni sombrío, sino que todo rebosa espiritual alegría. De ahí que Juan llame esposo a Cristo2 y que Pablo mismo diga: Os he desposado con un solo varón. Y: Este misterio es grande; pero yo hablo en relación a Cristo y a la Iglesia3. Entonces, ¿por qué no se dice que la esposa se desposa con el Padre mismo, sino con el Hijo? -Porque la que se desposa con el Hijo se desposa también con el Padre. La Escritura habla indiferentemente de eso, por la unidad de sustancia del Padre y del Hijo. Por aquí proclamó también el Señor su resurrección. Como antes había hablado de su muerte, ahora hace ver que después de la muerte habrá bodas y habrá esposo. Más ni por ésas se mejoraron ni ablandaron los judíos. ¿Puede darse maldad más grande? A la verdad, ésta, era su tercera culpa. La primera fue haber matado a los profetas; la segunda, al hijo; la tercera, que, después de haberlo matado, y cuando el mismo qué mataron los llamó a sus bodas, no quisieron acudir. Y allá se fingen sus pretextos: unas yuntas de bueyes, sus mujeres, sus campos. Sin embargo, parecen pretextos razonables. Más de ahí hemos de aprender que, por necesarias que sean las cosas que nos retienen, a todo debe anteponerse lo espiritual. Y los llama no de repente, sino con mucho tiempo de anticipación. Porque: Decid—dice—a los convidados. Y luego: Llamad a los convidados. Lo cual agrava la culpa de los judíos. —Y ¿cuándo fueron llamados? —Fueron llamados por los profetas todos, luego por Juan Bautista, pues éste remitía a Cristo a cuantos a él acudían, diciendo: Es menester que El crezca y yo mengüe4. Finalmente, por el mismo Hijo: Venid a mí—dice—todos los que trabajáis y estáis cargados y yo os aliviaré5. Y otra vez: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba6. Y no los llamaba sólo con sus palabras, sino también con sus obras. En fin, después de su ascensión a los: cielos, los llamó por medio de Pedro y los otros apóstoles: Porque el que dio eficacia a Pedro para el apostolado de la circuncisión—dice Pablo—, me la dio también a mí para las naciones7. Ya que al ver al Hijo se irritaron y lo mataron, los vuelve a llamar por medio de los criados. ¿Y para qué los llama? ¿Acaso para trabajos, fatigas y sudores? No, sino para placer, Porque: Mis toros—dice—y los animales de cebo han sido sacrificados. ¡Qué espléndido banquete! ¡Qué magnificencia! Más ni esto los hizo entrar dentro de sí mismos. No. Cuanto mayor era la paciencia de Dios, más se endurecían ellos. Porque no es que no fueran al banquete por hallarse ocupados, sino porque eran negligentes. ¿Cómo es, pues, que unos alegan sus yuntas de bueyes, otros sus casamientos? No hay duda que son ocupaciones. ¡De ninguna manera! Porque, cuando lo espiritual nos llama, no hay ocupación alguna necesaria. A mi parecer si alegaron esos pretextos fue para echar un velo y tapadura a su propia pereza. Pero no fue sólo lo malo que no acudieron al banquete, sino que—y esto es mucho más grave y supone mayor locura—se apoderaron de los que fueron a invitarlos y los maltrataron y hasta les quitaron la vida. Esto es peor que lo primero. Los criados de la parábola de la viña vinieron a reclamar la renta y fueron degollados; éstos vienen a convidar a las bodas del mismo hijo, que había sido también muerto, y son también asesinados. ¿Cabe locura más grande? Es lo que Pablo les recriminaba, diciendo: Ellos que, después de haber muerto al Señor, y a sus propios profetas, nos persiguen también a nosotros8. Luego, por que no dijeran: “Es un contrario de Dios, y por eso no acudimos a la boda”, mira lo que dicen los invitantes: es el Padre quien apareja el banquete y Él mismo quien os convida.
¿Qué pasa, pues, después de esto? Ya que no sólo no habían querido aceptar la invitación, sino que mataron a quienes fueron a llevársela, el rey pegó fuego a las ciudades de ellos y, enviando sus ejércitos, los pasó a cuchillo. Con estas palabras les declara de antemano lo que había de suceder en tiempo de Vespasiano y Tito. Y como quiera que al no creerle a él ofendieron también al Padre, Él mismo es también quien toma venganza de ellos. Por esto justamente la toma de la ciudad no sucedió inmediatamente de haber dado la muerte a Cristo, sino cuarenta años más tarde—buena prueba de la longanimidad de Dios—, cuando ya habían asesinado a Esteban, pasado a cuchillo a Santiago y maltratado a los apóstoles, ¡Mirad la verdad y rapidez de los hechos! Porque todo sucedió cuando aún vivía Juan Evangelista y muchos de los que habían tratado a Cristo y los mismos que oyeron sus palabras fueron testigos de los hechos. Mirad, pues, la inefable bondad de Dios. Él plantó la viña, Él lo hizo y preparó cumplidamente todo. Asesinados sus criados, todavía envió otros. Pasados también éstos a cuchillo, envía a su propio Hijo. Asesinado también éste, todavía los llama a banquete de bodas, y ¡ellos no quisieron asistir! Luego les envía otros criados, y también a éstos matan. Sólo entonces, cuando se ve que su enfermedad es incurable, se decide a aniquilarlos.
Porque que su enfermedad era incurable, no sólo lo demuestran esos hechos, sino el de que, habiendo creído las rameras y los publicanos, ellos cometieron todos esos crímenes. De suerte que los judíos quedan condenados no sólo por los crímenes por ellos cometidos, sino también por las buenas obras que otros practican. Más si alguno objetara que los gentiles no fueron llamados cuando los apóstoles fueron azotados y sufrieron otras infinitas vejaciones, sino inmediatamente después de la ascensión, pues entonces les dijo el Señor: Marchad y haced discípulos míos en todas las naciones9, a ello podemos responder que no; tanto antes como después de la cruz, los judíos fueron los primeros a quienes Él habló. En efecto, antes de la cruz, les dice a sus discípulos: Marchad a las ovejas perdidas de la casa de Israel10. Y después de la cruz, no sólo no les prohibió, sino que más bien les mandó que a ellos se dirigieran los primeros. Porque no dijo sólo: Haced discípulos míos a todos los pueblos, sino que, estando para subir al cielo, dio a entender que a los judíos hablarían primero. Porque: Recibiréis-les dice-la fuerza del Espíritu, que vendrá sobre vosotros, y seréis testigos míos en Jerusalén y en toda la Judea y hasta lo último de la tierra11. Y Pablo a su vez: El que dio eficacia a Pedro para el apostolado de la circuncisión, me la ha dado también a mí para las naciones12. De ahí que los apóstoles fueran ante todo a los judíos, y después de haber vivido mucho tiempo en Jerusalén, luego, expulsados por los mismos judíos, se dispersaron por las naciones.
“ID POR LOS CRUCES DE CAMINOS”
Más considerar también aquí la generosidad del Señor: Cuantos hallareis-dice-llamadlos a las bodas. Antes de esto, como he dicho, los apóstoles hablaban a par a judíos y gentiles, permaneciendo durante mucho tiempo en la Judea: más como se obstinaban en armarles asechanzas, escuchad cómo interpreta Pablo esta parábola, diciendo así: A vosotros era menester ante todo hablaros la palabra de Dios; pero ya que vosotros os habéis juzgado indignos a vosotros mismos, he aquí que nos volvemos a las naciones13. De ahí que diga aquí el Señor mismo: El banquete de bodas está preparado, pero los convidados no eran dignos. Ahora bien, eso lo sabía Él muy bien antes de que sucediera. Más para no dejarles pretexto alguno de desvergonzada contradicción, aun sabiéndolo, a ellos fue primero y a ellos envió sus criados. Con lo cual quería ciertamente taparles a ellos la boca; pero también enseñarnos a nosotros a cumplir lo que depende de nosotros, aun cuando nadie hubiere de sacar provecho alguno. Como quiera, pues, que no eran dignos: Marchad-dice-a los cruces de caminos y llamad a cuantos hallareis. A la gente cualquiera, a los más abyectos. Muchas veces había dicho el Señor que las rameras y publicanos heredarían el reino de los cielos14, que los primeros serían los últimos, y los últimos los primeros15 y ahora hace ver cuán justamente había de ser así. Y eso era lo que más que nada picaba a los judíos, eso había de escocerles más, y mucho más, que la misma ruina de su ciudad: ver que en lugar suyo entraban en el banquete los gentiles.
LA VESTIDURA NUPCIAL
Luego, porque tampoco éstos pongan su confianza en la sola fe, les habla también del juicio, que se hará sobre las malas obras, a fin de que quienes no habían aún creído, se acercaran a la fe, y los que ya creían pusieran todo cuidado en su vida.: Porque la vestidura de que habla la parábola, la vida y las obras quiere decir. Realmente, el llamamiento fue obra de la gracia. — ¿Cómo, pues, nos habla de perfección de vida? —Porque, sí, el ser llamados y purificados fue obra de la gracia; pero que el llamado y vestido de ropas limpias las conserve constantemente limpias, eso pertenece ya a su propia diligencia. Ciertamente, el ser llamado no fue por propio mérito, sino de gracia. Luego había que corresponder a la gracia con la obediencia, y no, después de tanto honor, cometer tamaña maldad. —Pero yo—me dices—no he recibido tantos beneficios cromo los judíos. —A la verdad, mayores los has recibido. Porque lo que durante tanto tiempo les fue preparado a ellos, tú lo has recibida de golpe, sin merecerlo. De ahí que dijera Pablo: Más las naciones, que glorifican a Dios por, su misericordia16. Porque lo que a ellos les debía, tú lo has recibido. De ahí que es también muy grande el castigo reservado a quienes hubieren sido negligentes. Porque así como los judíos ofendieron a Dios por no haber acudido al banquete, así también tú por haberte sentado a la mesa con una vida corrompida. Porque haber estado con vestidos sucios, no otra cosa quiere decir sino salir de este mundo con vida impura. Por eso enmudeció—dice el evangelista—el pobre convidado con ropa sucia. Mirad cómo, aun siendo tan evidente el caso, el Señor no le castiga hasta que el mismo pecador no pronuncia su sentencia. En efecto, por el mismo hecho de no tener qué replicar, se condenó a sí mismo, y entonces es arrebatado para los suplicios inexplicables. Porque, oyendo hablar de tinieblas, no os imaginéis que se le castiga sólo mandándole a un lugar oscuro. En ese lugar hay también llanto y crujir de dientes; palabras con que nos quiere dar a entender tormentos insoportables. Escuchad vosotros que, después de haber participado de los divinos misterios y asistido al banquete de bodas, vestís vuestra alma de sucias acciones. Escuchad de dónde fuisteis llamados: de un cruce de caminos. ¿Y qué erais entonces? Cojos y mutilados de alma, que es mucho peor que serlo de cuerpo. Respetad la benignidad del que os ha llamado y nadie venga con vestidos sucios. Cuidemos diligentemente de la ropa de nuestra alma.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, homilía 69, 1-2, BAC Madrid 1956 (II), p. 404-412)
1 Parábola de los viñadores homicidas (Mt 21, 33 ss.)
2 Jn 3, 29
3 2 Co 11, 2; Ef 5, 32
4 Jn 3, 30
5 Mt 11, 28
6 Jn 7, 37
7 Ga 2, 8
8 1 Tes 2, 15
9 Mt 28, 19
10 Mt 10, 6
11 Hch 1, 8
12 Ga 2, 8
13 Hch 13, 46
14 Mt 21, 31
15 Mt 19, 30
16 Rm 15, 9
Guión del Domingo XXVIII Tiempo Ordinario
15 de octubre 2023 – Ciclo A
Entrada: Participemos de esta Eucaristía para descubrir en ella la bondad de Dios que quiere entrar en intimidad con nosotros y darnos la vida eterna.
Liturgia de la Palabra
1° Lectura: Isaías 25, 6- 10
El profeta Isaías anuncia que el Señor ofrecerá un banquete, y se alegrarán todos los pueblos por su salvación.
Salmo Responsorial: 22
2° Lectura: Filipenses 4, 12- 14. 19- 20
Dios nos colma de bienes en la medida en que nos abandonamos con confianza a El en todas nuestras necesidades.
Evangelio: Mateo 22, 1- 14 o bien 22, 1- 10
El Señor quiere que se llene su Casa, su actitud es siempre salvadora, nadie queda excluído de su amor.
Preces: D.T.O XXVIII
Todo es posible para Dios. Por eso, hermanos, pidamos con confianza de hijos a nuestro Padre del cielo.
A cada intención respondemos cantando:
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Por las necesidades de la Santa Iglesia especialmente en aquellos lugares donde sufre persecución y no se les permite a los cristianos expresar libremente su fe o sufren la cárcel y humillaciones por defender el Evangelio de Jesucristo. Oremos.
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Por el Papa y los frutos de sus viajes apostólicos para que su presencia confirme a los cristianos en la fe de la santa Iglesia. Oremos.
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Para que los cristianos valoren y retomen la practica del rezo del Santo Rosario en familia para que esta expresión de la piedada cristiana, las consolide en la unidad y en la paz. Oremos.
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Por todos nosotros y por las personas que se confían a nuetras oraciones y apostolados para que podamos dar a todos, especialmante a los que más sufren, la consolación que a su vez recibimos nosotros de parte de Dios. Oremos.
Ya que nada de lo creado escapa a tu vista, concédenos Señor, lo necesario para que todo quede orientado a Tu Gloria y al bien de nuestros hermanos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Liturgia Eucarística
Ofertorio
Ofrecemos: Pan y vino, para que sean convertidos en la ofrenda de Cristo al Padre.
Comunión: De ti solo tiene hambre y sed mi pobre corazón Jesús mío, ven a mi alma y sáciala en abundancia para que no desfallezca en la esperanza de alcanzarte en el cielo.
Salida: Bendita una y mil veces eres María, Madre de Dios y Madre nuestra, que ofreces en tu seno el manjar más delicioso al darnos a Jesús, fruto bendito de tu maternidad.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)