PRIMERA LECTURA
La lluvia hace germinar la tierra
Lectura del libro del profeta Isaías 55, 10-11
Así habla el Señor:
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo
y no vuelven a él sin haber empapado la tierra,
sin haberla fecundado y hecho germinar,
para que dé la semilla al sembrador
y el pan al que come,
así sucede con la palabra que sale de mi boca:
ella no vuelve a mí estéril,
sino que realiza todo lo que yo quiero
y cumple la misión que yo le encomendé.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 64, 10abcd. 10e-11. 12-13. 14 (R.: Lc 8,8)
R. La semilla cayó en tierra fértil y dio fruto.
Visitas la tierra, la haces fértil
y la colmas de riquezas;
los canales de Dios desbordan de agua,
y así preparas sus trigales. R.
Riegas los surcos de la tierra,
emparejas sus terrones;
la ablandas con aguaceros
y bendices sus brotes. R.
Tú coronas el año con tus bienes,
y a tu paso rebosa la abundancia;
rebosan los pastos del desierto
y las colinas se ciñen de alegría. R.
Visitas la tierra, la haces fértil.
Las praderas se cubren de rebaños
y los valles se revisten de trigo:
todos ellos aclaman y cantan. R.
SEGUNDA LECTURA
Toda la creación espera ansiosamente
la revelación de los hijos de Dios
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 18-23
Hermanos:
Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de Dios.
ALELUIA
Aleluia.
La semilla es la palabra de Dios,
el sembrador es Cristo;
el que lo encuentra permanece para siempre.
Aleluia.
EVANGELIO
El sembrador salió a sembrar
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 1-23
Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por medio de parábolas.
Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!»
Los discípulos se acercaron y le dijeron: «¿Por qué les hablas por medio de parábolas?»
Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice:
“Por más que oigan, no comprenderán,
por más que vean, no conocerán.
Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido,
tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos,
para que sus ojos no vean,
y sus oídos no oigan,
y su corazón no comprenda,
y no se conviertan,
y yo no los sane”.
Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador.
Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe.
El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto.
Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Éste produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».
Palabra del Señor.
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 1-9
Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas.
Les decía: «El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta.
¡El que tenga oídos, que oiga!»
Palabra del Señor.
Las parábolas en el Ciclo A
Año 2023
Con este domingo XV del Tiempo Ordinario del Ciclo A se comienzan a leer algunas parábolas de Cristo tomadas, por supuesto, del evangelio de San Mateo.
Podemos considerar el total de las parábolas leídas durante este Ciclo A en dos bloques. El primer bloque está constituido por los domingos XV, XVI, XVII y XXV. En este bloque se leen parábolas referentes al Reino de Dios.
El segundo bloque está constituido por los domingos XXVI, XXVII, XXVIII, XXXII y XXXIII. En este bloque se leen parábolas referentes al fin de los tiempos, como preparación al Tiempo de Adviento.
Se leen en total once parábolas tomadas de San Mateo[1].
El homileta puede ya ir previendo cómo afrontará la explicación de cada parábola. Para ayudarlo en esta tarea presentamos dos subsidios. El primero, que es el que sigue a continuación, es un esquema de los domingos en que se leen parábolas, con la cita del evangelio correspondiente. Notar que también hemos puesto la cita de la primera lectura, siempre tomada del AT, teniendo en cuenta esa regla de oro del nº 67 de los Prenotanda del Leccionario: en los domingos del Tiempo Ordinario la primera lectura, tomada del AT, está elegida por su armonía con el evangelio. Por lo tanto, será siempre un orientador seguro para entender cuál es el tema principal del evangelio.
El segundo subsidio lo hemos puesto al final del boletín como un apéndice y se trata de una selección de textos del P. Castellani acerca del género ‘parábola’. En la predicación del domingo de hoy, domingo XV, debería, a nuestro entender, explicarse brevemente en qué consiste el género parábola.
Equipo de Homilética
Esquema de los evangelios donde se narran parábolas correspondientes al Ciclo A
Domingo XV T. O. (A) Domingo 16 de julio de 2017
Mt 13,1-23: Parábola del sembrador (Del cap. 13 de Mt se dejan de lado solamente la parábola del grano de mostaza (vv. 31-32) y la de la levadura (vv. 33-34))
Is 55,10-11: Mi Palabra es como la lluvia que cae sobre la tierra para fecundarla.
Domingo XVI T. O. Domingo 23 de julio de 2017
Mt 13,24-43: Parábola del trigo y la cizaña
Sab 12,13.16-19: Concedes el arrepentimiento a los pecadores.
Domingo XVII T. O. Domingo 30 de julio de 2017
Mt 13,44-52: tres parábolas
- Tesoro escondido
- Buscador de perlas
- Red en el mar
1Re 3,5.7-12: Salomón pide inteligencia y sabiduría.
Domingo XXV T. O. Domingo 24 de septiembre de 2017
Mt 20,1-16: Parábola de los obreros de la última hora
Is 55,6-9: Mis planes no son vuestros planes
Todo lo que sigue Jesús lo dice después de su entrada triunfante en Jerusalén (Mt 21,1-11), es decir, dentro de la Semana Santa. Y aquí comienza el segundo bloque de parábolas
Domingo XXVI T. O. Domingo 1 de octubre de 2017
Mt 21,28-32: Parábola de los dos hijos llamados por el padre a trabajar en el campo (uno dice ‘sí’, y no va; el otro dice ‘no’, y sí va)
Ez 18,25-28: Cuando el malvado se convierte de su maldad, salva su vida.
Domingo XXVII T. O. Domingo 8 de octubre de 2017
Mt 21,33-43: Parábola de la viña y los labradores perversos.
Is 5,1-7: La viña del Señor del universo es la casa de Israel
Domingo XXVIII T. O. Domingo 15 de octubre de 2017
Mt 22,1-14: Parábola del banquete de bodas
Is 25,6-10: Preparará el Señor un festín y enjugará las lágrimas de todos los rostros
Domingo XXXII T. O. Domingo 12 de noviembre de 2017
Mt 25,1-13: Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias
Sab 6,12-16: Quienes buscan la sabiduría la encuentran.
Domingo XXXIII T. O. Domingo 19 de noviembre de 2017
Mt 25,14-30: Parábola de los talentos
Prov 31,10-13.19-20.30-31: Trabaja con la destreza de sus manos
Equipo de Homilética
[1] Una por domingo, salvo el domingo XVII (Mt 13,44-52; domingo 30 julio de 2017) en el que hay tres parábolas: la del tesoro escondido, la del buscador de perlas y la de la red. Es decir, son nueve los domingos del Ciclo A en los que se leen evangelios que narran parábolas.
W. Trilling
Las parábolas
(Mt 13,1-52)
Conocemos ya dos grandes discursos en el Evangelio de san Mateo, a saber, el sermón de la montaña (capítulo 5-7), y la «instrucción de los discípulos» (capítulo 10). Ahora llegamos al tercer gran discurso, al capítulo 13, que refiere las parábolas. (…) Este precioso capítulo (…), sin violentar el texto se divide en tres partes. La sección primera contiene la parábola del sembrador, un fragmento intermedio sobre el sentido del lenguaje de las parábolas y la explicación de la parábola (Mar_13:3).
La sección segunda empieza con la parábola de la cizaña, a continuación siguen las dos parábolas del grano de mostaza y de la levadura, unas frases de carácter general con una cita del profeta, y finalmente la explicación de la parábola de la cizaña (Mar_13:24-43).
La sección tercera contiene tres parábolas más breves, la del tesoro, la de la perla y de la red barredera (Mar_13:44-50). La instrucción se concluye con una parte que redondea y que al mismo tiempo coloca todo el capítulo a la luz que intentaba dar el evangelista (Mar_13:51s).
En este discurso se han reunido en total siete parábolas y dos explicaciones de parábolas, además un número de importantes textos intermedios que se refieren por regla general al modo de hablar usado en las parábolas. Mediante dichos textos intermedios el capítulo viene más bien a ser como una compilación de textos instructivos semejantes, también se convierte en una pequeña teoría sobre el lenguaje de Jesús en las parábolas y su importancia para la Iglesia.
El reino de Dios es el gran tema que enlaza entre sí todas las parábolas. Antes ya hemos oído hablar de este tema fundamental del mensaje de Jesús. Ahora lo encontramos expresado en forma de parábola, lo cual es característico de Jesús. Todavía hay muchas otras parábolas, que han sido transmitidas en los Evangelios. Todas las aquí reunidas se refieren en sentido más estricto al misterio del reino de Dios. Esto se dice algunas veces con claridad en la introducción («el reino de los cielos se parece…» 13,24. y así en otros pasajes. Estamos acostumbrados a esta traducción literal. Pero detrás de esta fórmula hay un arraigado modismo rabínico, que siempre expresa con una forma abreviada la comparaci6n entre dos cosas y siempre quiere decir: «en el reino de los cielos ocurre como en…»).
(…) Las parábolas de Jesús sobresalen por su gran sencillez y concisión, por su aspecto simple y por su profundo significado. Para entender una parábola no se requiere haber estudiado ni tener mucha ciencia. La parábola es sencilla y fácilmente accesible a cualquier hombre. El que se orienta en la forma debida, comprende el sentido de la parábola, tanto si es persona culta como si tiene una manera sencilla de pensar.
- a) Parábola del sembrador (Mt/13/01-09).
1 Aquel día salió Jesús de casa y fue a sentarse a la orilla del mar. 2 Un gran gentío se reunió en torno a él, de forma que tuvo que subirse a una barca y sentarse en ella, mientras todo el pueblo permanecía de pie en la orilla. 3a y les habló de muchas cosas por medio de parábolas, diciendo:…
Al principio el evangelista traza un cuadro escénico que ha de aplicarse a todo el discurso: Jesús sale de la casa y se sienta a la orilla del lago de Genesaret, mientras confluyen las multitudes para oírle. «La casa» se concibe con frecuencia en el Evangelio como el ambiente de la intimidad familiar o también de la instrucción especial para los discípulos o para un grupo todavía más reducido de los apóstoles. Hay enseñanzas especiales para un pequeño grupo y la proclamación dirigida a todos. A todos hay que aplicar lo que ahora sigue. La aglomeración es tan grande que Jesús sube a una barca, para poder hablar a todos. ¡Qué escena! Jesús está sentado en la barca, a suficiente distancia de la orilla, para poderlos ver a todos. Allí se coloca el pueblo formando una mezcla abigarrada; todos están pendientes de los labios de Jesús, para que nada se les escape. ¡Qué hambre de la palabra! ¡Qué interés por la salvación! ¡Qué fuerza de atracción debía de tener Jesús! Los hombres acuden donde realmente puede oírse la voz de Dios, donde su Espíritu da testimonio eficaz de sí mismo, aunque tenga que servirse de palabras humanas.
En el sermón de la montaña Jesús estuvo sentado como maestro enaltecido sobre el pueblo y por lo mismo sacado de su medio ambiente (5,1s). El mensaje de Jesús procedió de arriba. Ahora está sentado frente al pueblo, pero separado por la barca y el agua. Habla a los hombres desde la otra orilla. Jesús habla por medio de parábolas. Con esta locución el evangelista dice en seguida de qué manera de enseñar se sirve Jesús en lo que sigue y cómo se establece la unidad de toda la composición del discurso. Con esta locución también se indica el otro tema -junto al tema del reino de Dios-, que también debe tratarse objetivamente en las próximas secciones: qué sentido tiene en general el lenguaje parabólico de Jesús. Desde el principio hemos de prestar atención a ello y aceptar la instrucción que contiene este capítulo sobre las parábolas de Jesús. Es una instrucción que recibimos de labios del evangelista y por tanto del corazón y pensamiento de la antigua Iglesia.
3b Salió el sembrador a sembrar. 4 Y según iba sembrando, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. 5 Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde había poca tierra; brotó en seguida, porque la tierra no tenía profundidad; 6 pero, en cuanto salió el sol, se quemó; y como no había echado raíces, se secó. 7 Otra parte cayó entre zarzas, y como las zarzas también crecieron, la ahogaron. 8 Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto: una al ciento por uno, otra al sesenta, otra al treinta. 9 El que tenga oídos, que oiga.
La narración empieza con sencillez: «Salió el sembrador a sembrar.» Lo que llegará a ser la semilla, no se decide por su calidad o cantidad, sino por el suelo en que cae. Porque la semilla de nada es capaz sin este suelo. Sólo lleva fruto, cuando puede echar raíces y lograr el suficiente alimento. Para comprender la parábola se tienen que conocer las circunstancias de Palestina. Allí el labrador con un saco, en que está la simiente, va al campo que todavía está yermo desde la última cosecha. No ha sido labrado para recibir la nueva simiente. La labranza se hace después de la siembra. Así se explica más fácilmente por qué muchas semillas caen en el camino, otras entre zarzales, otras en un suelo pedregoso, privado de tierra a causa de la lluvia. Después de la labranza queda decidido definitivamente lo que llegará a ser la semilla.
La que cayó al borde del camino no dará fruto, porque los granos después de algún tiempo son comidos a picotazos por los pájaros sobre el suelo endurecido por las pisadas. Lo que cayó entre zarzas (es decir, en medio de la maleza), no puede desarrollarse, porque la simiente de la mala hierba crece con mayor rapidez y ahoga el tallo tierno. Lo que cayó en suelo pedregoso hace ya tiempo que se secó. Pero también hay semillas que cayeron en terreno bueno. Estas semillas son las que fructifican: al treinta, al sesenta, al ciento por uno. La semilla se ha multiplicado de una manera maravillosa. Es pequeña y contiene en apariencia exigua virtud, pero de ella procede el tronco robusto con sus espigas y granos. No todos los troncos dan el mismo fruto, las tierras de pan llevar especialmente fértiles dan también abundante rendimiento. En otros parajes, que son pedregosos o están mal abonados, el rendimiento resulta más exiguo. Eso lo sabe cualquier campesino de Palestina.
¿Qué significado debe tener esta narración? No se nos ha dado ninguna ayuda. ¿Quizás esta ayuda nos la debería dar la breve frase final: «El que tenga oídos, que oiga»? Entonces la historia sólo trataría de la conveniente audición y describiría la esterilidad o el éxito de la adecuada audición. Pero esta breve frase sólo hay que entenderla como exhortación a escuchar bien y hacer reflexionar sobre lo que se ha oído. Al principio de la parábola nunca se dice que se trate de una comparación con el reino de Dios. Tampoco llegamos a conocer quién puede ser el sembrador y qué es la semilla. Pero el evangelista ha insertado la narración en la gran serie de las parábolas del reino de Dios. Evidentemente ha de darse algún conocimiento sobre este tema. Preguntémonos qué debe llamar la atención en la historia y qué debe hacer reflexionar a los oyentes. Podría ser el diferente destino de la semilla, la distinta calidad de la tierra de labranza o también la actividad del sembrador. Nada de eso es el punto esencial. Antes bien lo esencial es lo que acontece en la siembra. Debe mostrarse cómo se efectúa la siembra y cómo se dan juntos el fracaso y el éxito. Hay que notar un triple fracaso que va en aumento: primeramente ya se consume el grano, luego se destruye la nueva simiente, finalmente la planta. Tres veces no se consigue éxito. Hasta aquí podría parecer que el esfuerzo del campesino haya sido en balde. Pero entonces viene la otra parte: el éxito sorprendente. El fracaso se compensa con el abundante fruto. Contra toda apariencia y, a pesar de las circunstancias adversas, se manifiesta ahora finalmente el verdadero sentido de la siembra. La simiente germina y da un beneficio ubérrimo. Debemos entender: aunque el fracaso podría aparecer como regla, al fin triunfa el éxito. La obra cunde. El sembrador en último término no se siente defraudado. ¿Qué clase de obra es la que cunde? La realización del reino de Dios. Ahora en el tiempo decisivo de Jesús, penetran las fuerzas del reino. Pero es muy poco lo que puede percibirse del dominio y la majestad divinas. La respuesta son los oídos sordos y la resistencia de corazones duros. No obstante, dice Jesús, el éxito decisivo es seguro. La obra y la palabra de Dios no pueden resultar estériles. Eso no lo dice una fe optimista, sino el conocimiento del ser divino de Dios y la llegada inapelable de su reino. Debemos llenarnos de esta confianza, cuando leemos este relato. Todavía resuena otra idea. Si se habla del sembrador, de la semilla, del campo labrantío, del definitivo fruto y, por tanto, también de la cosecha, entonces el hombre de antaño percibía al mismo tiempo, lo que es el último objetivo de la historia, el juicio de Dios. Simiente, fruto y cosecha son imágenes corrientes de la acción de Dios con el género humano y de la separación del juicio final, al fin de los tiempos. El fruto que debe producirse es propiamente el de nuestra vida, lo que nuestra existencia terrena llegue a rendir, con la posibilidad de almacenar este fruto en los graneros eternos. En la explicación de la parábola (13,18-23) se insiste de forma especial en que es el hombre mismo quien ha de producir el fruto válido ante Dios. La misma parábola ya insinúa esta aplicación monitoria. Por tanto no sólo oímos el mensaje alentador de que el plan de Dios consigue con seguridad su objetivo, sino simultáneamente la advertencia a procurar no encontrarnos sin el fruto el día de la cosecha…
(…)
- c) Explicación de la parábola del sembrador (Mt/13/18-23).
18 Escuchad, pues, el sentido de la parábola del sembrador. 19 Cuando uno oye la palabra del reino sin profundizarla, viene el malo y arrebata lo sembrado en su corazón; éste es lo sembrado al borde del camino. 20 Lo sembrado en terreno pedregoso representa al que oye la palabra y de momento la recibe con alegría; 21 pero no echa raíces en él, porque es hombre de un primer impulso, y apenas sobreviene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, al momento falla. 22 Lo sembrado entre zarzas figura al que oye la palabra; pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra, y no da fruto. 23 Lo sembrado en tierra buena representa al que oye la palabra y la entiende y da fruto y llega al ciento por uno, al sesenta o al treinta.
Después de todo lo dicho, resulta evidente que la explicación sólo se da a los que entienden. Ellos llegarán a conocer el verdadero sentido de la parábola. Aunque no estuviera aquí está exposición o se diera de una forma algo distinta, en el fondo entenderíamos así la parábola basándonos en la fe. Pero la explicación es un ejemplo de cómo es acogido el discurso de Jesús por el creyente, la Iglesia y su proclamación apostólica, y cómo es aplicado a la situación propia de ellos. Es una disertación para los que están dentro, y no para los que están fuera. Es una especie de declaración de sí mismo y un resultado de la experiencia misional, tal como pudo inferirse de la práctica de la Iglesia. Sorprende el rigor con que la explicación se adapta a la estructura de la parábola. En conjunto ambas discurren paralelas. Según san Marcos al principio de la exposición estaba la frase lacónica: «El sembrador va sembrando la palabra» (/Mc/04/14).
Con esta frase se interpretó exactamente la importancia de la semilla en el sentido de la parábola. Se trata de la palabra, del mensaje del reino, de la nueva de la venida de la salvación. San Mateo pasa en seguida a describir los sucesos y en ellos hace recaer dos acentos importantes: se trata del oyente («cuando uno oye…») y de «la palabra del reino» (13,19). Con las dos expresiones Jesús ya establece la dirección de lo que ha explicado. Deben presentarse diferentes clases de oyentes del mensaje de salvación del reino de Dios. Esta dirección no coincide exactamente con la de la parábola. En ésta se encuentra en primer término lo que sucede en la siembra, es decir la obra de Dios en la proclamación de Jesús. En la explicación está en primer término la recepción subjetiva y la diferente respuesta que se da a la palabra. En la parábola hay que robustecerse con la esperanza del éxito otorgado con seguridad. En la explicación hay que precaverse del riesgo que amenaza, de la completa destrucción de la semilla. Así pues, el peso fuerte de un estímulo confiado en vista del menguado éxito se cambia en una exhortación a dar buena acogida al mensaje. Escucharemos, pues, esta explicación, y nos daremos por aludidos con ella. De este modo los dos textos -parábola y explicación- se complementan ventajosamente. El camino, al que ha sido echada la semilla, y del que ha sido quitada a picotazos por los pájaros, es comparado con una persona, que ha escuchado, pero no ha entendido. Sólo las palabras llegaron a su oído, pero el sentido de las palabras no penetró en su corazón. Ha percibido exteriormente el sonido, pero no ha abierto de veras su manera de pensar al contenido de la palabra, y por tanto al mismo Dios. Satán se acerca rápido y arrebata lo que se ha oído superficialmente.
Un segundo grupo de hombres lo forman, los que al principio escuchan y reciben con entusiasmo, pero no se mantienen firmes. El terreno es demasiado tenue, la semilla no puede echar raíces. Vienen las tribulaciones y la persecución. Se cansan, se escandalizan y recusan. Así como el grano se seca por los rayos del sol, así también perece su fe, que todavía no se ha fortalecido.
Un tercer grupo también escucha la palabra y la acepta, pero no puede defenderla contra las exigencias y los demás ofrecimientos seductores de la vida. Las preocupaciones y las riquezas impiden el crecimiento de la palabra, y permanece estéril. También aquí había una fe auténtica, pero ni pudo imponerse ni tomar a su servicio toda la vida. Pero el Evangelio exige la completa disposición y el primer derecho. «No podéis servir a Dios y a Mammón» (6,24c). «No os afanéis por vuestra vida: qué vais a comer; ni por vuestro cuerpo: con qué lo vais a vestir…» (6,25).
Por fin el último grupo, del que todo depende y que debe ser expuesto principalmente en la parábola, son los que oyen y entienden. Estos entienden bien, no sólo al principio e imperfectamente, ni tan sólo por algún tiempo o mientras resulte fácil y dé alegría creer, sino en las tribulaciones e indigencias, en la dura polémica con las otras fuerzas que quieren dominar nuestra vida. Entender en estas condiciones es entender plenamente, es una comprensión de que Dios quiere ser Señor por completo, siempre y en todas partes, es comprender que el hecho de ser discípulo importa un compromiso para toda la vida en su altura y amplitud. Al que así ha «entendido» se le da constantemente, se le provee ubérrimamente con dones de Dios, lleva mucho fruto. A cada cual según la medida de su conocimiento se le da el ciento por uno, el sesenta o el treinta. La Iglesia apostólica sabe que hay diferencias en la manera de entender. No consiguen la plena madurez del conocimiento todos los que se han adherido a la fe. La fe da en germen el conocimiento y la sabiduría de Dios. Pero, con la medida de amor y renuncia aportada por el individuo, se decide cuán profundamente es introducido él en el conocimiento de Dios. San Pablo fue uno de los que Dios obsequió con un conocimiento inusitado. La carta a los Hebreos también distingue entre la fe incipiente una verdad primordial (la «leche»), y una sabiduría más elevada (la «comida sólida») para los perfectos (/Hb/05/11 ss). La misma manera de ver encontramos también en la parábola de los talentos (25,14-30).
Son diferentes los dones que el Señor de la casa reparte antes de partir de viaje. También es proporcionalmente distinta la ganancia que obtienen los criados. A los que han tenido éxito según la medida de sus dones, se les añaden nuevos dones en la rendición de cuentas. Pero el criado perezoso que había enterrado su talento, no sólo es arrojado a las tinieblas exteriores, sino que se le quita lo poco que tenía y se añade al que ya poseía la mayor parte: «Quitadle ese talento, y dádselo al que tiene los diez. Porque a todo el que tiene, se le dará y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (25,28s). Los dones de Dios son diferentes, y el hombre no tiene derecho a interrogar a Dios sobre ellos o a quejarse de él. La comunidad debe admirar y recibir agradecido la riqueza de Dios y la variedad de sus dones. Se alegra de todos los que no sólo dan fruto al treinta por uno, sino al sesenta o al ciento por uno, como los santos de entre ellos.
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, Herder, Barcelona, 1969)
Leonardo Castellani
La Parábola del Sembrador
La Parábola del Sembrador es la primera de las ocho denominadas “del Reino” que Mateo pone seguidas y Marcos y Lucas separadas; pues muy probablemente Cristo las improvisó en diferentes ocasiones, ya una, ya la otra. Los rabbíes trashumantes eran improvisadores, como nuestros payadores; y tomaban pie de cualquier cosa que vieran para sus poemas, o recitados de estilo oral, mejor dicho.
Ésta del Sembrador es una de las dos parábolas que Cristo mismo interpretó, a pedido de los discípulos; y no se puede negar que fue vivo, porque interpretó las más fáciles; o será que nos parecen fáciles a nosotros, porque ya están explicadas autoritativamente.
Entre el recitado y su interpretación está intercalado en los tres Evangelios el turbador pasaje que llaman “la motivación de las parábolas”, en el cual el Salvador siendo preguntado, por un fariseo probablemente: “¿Por qué les hablas en parábolas?” contestó en suma con esta salida: “¡Para que no entendáis!”. Pero para que no entendieran ¿no era lo más práctico callarse? Si un Salvador no quiere salvar, lo más seguro y barato es callarse la boca.
Es una respuesta irónica de Cristo. Ironía enseñan que es decir las cosas al revés; como por ejemplo, hablar de la gran cultura argentina. La verdad es que ironía es la indignación templada y como forrada por la inteligencia; como cuando Cristo le dijo a Nicodemus: “Tú debes saberlo bien, que eres Maestro de la Ley.” La ironía es el lenguaje del hombre ético cuando habla a los anéticos: “el hombre magnánimo usa de la ironía” dice Aristóteles: “vir magnanimus utitur eironeia”. El humor es propio del hombre noble, sea inglés o no; los países en que no hay humor y el hombre que no entiende el humor, son poco desarrollados. No se puede decir esto ni de la ciudad de San Juan ni del Maestro Calderón de la Piragua, que es de origen inglés. Pues bien, Cristo tenía el sentido del humor pese al juicio contrario de Cronin en Las llaves del Reino.
Cristo respondió muchas veces irónicamente. La ironía es estilo indirecto; y además es estilo pregnante, que está preñado de sentido y dice varias cosas a la vez y en forma más eficaz que el estilo directo. Cristo pues podría haber respondido en estilo directo más o menos: “Yo predico como debo predicar, es la forma más adecuada que existe para enseñar verdades estrictamente religiosas; es decir, misterios; es la forma que ya profetizara de mí el Rey Profeta en el Psalmo 77, y el Profeta Isaías en su Recitado Sexto… Yo sé perfectamente y de antemano que vosotros, oh fariseos, de esta forma mía de predicar, os haréis una piedra de tropiezo y una ocasión de perdición; pero es porque en el fondo queréis perderos. Unos saldrán diciendo que no entienden, otros entenderán más de lo que hay, unos que es difícil, otros que es pedestre, otros que eso no es para ellos sino para los “chinos”… “para esa maldita plebe que no conoce la Ley”, como dicen ustedes los fariseos, cuando están entre ustedes. Pero yo no por eso voy a dejar de predicar como corresponde… y como a mí mejor me parece y place, ¡últimamente, caramba!… Ustedes no me pagan mis prédicas, yo predico como mejor me parece…”.
Pero el amor herido produce celo, el celo produce indignación y la indignación produce estilo indirecto, ironía. Y así Cristo, en vez de responder larga y directamente, respondió breve e incisivamente: “Hablo así para que se cumpla lo que dijo Iéyada el Profeta: para que viendo no veáis –porque vosotros os dais de muy videntes y sois ciegos– y oyendo no oigáis; porque este pueblo me tiene mucho en la boca y poco en el corazón; y de ese modo no entiendan, y yo no los sane, y tropiecen y se pierdan… Para eso hablo en parábolas.”
Esto se llama una profecía conminatoria, esas profecías que se hacen para que no se cumplan; y cuanto más atroces, son más piadosas; como cuando uno le dice a su hijo: “Vos vas a acabar en la cárcel.” Prever lo que va a pasar no siempre es desearlo; y decirlo de antemano con gran fuerza a fin de ponerle óbices, eso es amor y no es odio. Así pasó en Nínive con el Profeta Jonás.
En la parábola del Sembrador, el Sembrador es Cristo, y las tres clases de semillas malogradas son tres clases de hombres que fallan en la fe; en quienes se malogra “la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.
Estos tres hombres se podrían denominar el Frívolo, el Flojo y el Furioso. Claramente se ve en la parábola una progresión en la suerte de la semilla; porque en efecto, la que cae en el camino, ni siquiera germina; la que cae sobre ripio, germina y se quema pronto; mas la que cae entre abrojos –o cañotas– crece bastante pero después es como aprisionada y asfixiada. Y así hay tres clases de hombres con respecto a lo religioso, que se pueden simbolizar en Don Juan Tenorio, el Fausto y el Judío Errante. Y si quieren personajes históricos y no legendarios, digamos por ejemplo Casanova, Goethe y Napoleón, para no salir de nuestros tiempos.
Nuestros hechiceros tiempos se especializan en la fabricación en serie de hombres frívolos –con venia del galicismo–, que en español se dice: livianos, casquivanos, volanderos, botarates, pueriles, no desarrollados. El biólogo Carrel dice –quizá con exageración– que la gran mayoría de la población de EE.UU. no está desarrollada psíquicamente más allá de la edad mental de 14 años.
No lo sé. Lo dudo. Quiera Dios que nosotros hayamos llegado siquiera a los 12.
En los tipos frívolos o distraídos la fe no puede ni prender siquiera, porque ella pertenece al dominio de Lo Serio: allí cae sobre el camino, es sembrada en la calle. Ellos pueden hablar de Dios y aun saber el Credo, como Don Juan; pero lo Religioso está amputado en ellos; o mejor dicho, está atrofiado. Don Juan Tenorio no es el símbolo del “pecadorazo español”, como cree Ignacio Anzoátegui, del hombre que “cree fuerte y peca fuerte” de Lutero. ¡Ni por pienso! Don Juan Tenorio con sus bigotazos, sus desplantes, sus bravatas, sus conquistas y su espada pronta, es un varón poco desarrollado; el doctor Marañón lo clasifica incluso entre los ‘feminoides”. Por eso entiende tan rápidamente a la mujeres en lo superficial; porque es amujerado. Para el hombre muy varonil, la mujer es un misterio profundo y respetable, por no decir adorable; para el achiquilinado es algo como el ratón respecto al gato: algo enteramente claro y perspicuo. Don Juan Tenorio está lleno de malos pensamientos y pequeñas porquerías; pero no peca, hablando en serio; el pecado es una cosa seria y no es lo mismo ser pecador que chico malcriado. Las que pecan serían en todo caso las mujeres que lo siguen, como el caburé no tiene la culpa que las gorrionas se le vayan encima: pecado de bobería, que es uno de lo más peligrosos que hay. Esa Margarita, por ejemplo, que Goethe quiere damos como un portento de inocencia… Es una mujercita un poco corrompidita; la prueba es que se hace la bobito. Quizá nos equivoquemos ¿no?
Fausto sí peca: cuando seduce a Margarita sabe lo que hace; y por eso vacila y tiembla. Mientras, Don Juan no sabe lo que es vacilar, y ésa es una de sus fuerzas. Fausto es el hombre que ha recibido la fe, que es capaz de lo ético y lo religioso –es capaz del amor y no solamente del deseo–: pero en el cual la fe se secó pronto porque él no quiso sufrir; y por tanto no quiso obrar conforme a la fe; y la fe sin obras es muerta. Cristo declara netamente que es el miedo al sufrimiento lo que suprime la religión en estos tipos; lo cual prueba que entienden lo que es religión, puesto que ven claramente que la religión los va a remolcar por un camino que les causa pavor; y por eso desenganchan al momento. Con éstos el diablo tiene más trabajo, pero también más cosecha. Con los primeros, “las aves del aire fuliginoso” se limitan a comerse las semillas antes que nazcan; aquí ya interviene Mefistófeles con discursos, promesas y vivezas; y hasta con golpes de mano a veces. Lo demoníaco, que en Don Juan está oculto, aquí se hace visible.
El tercer caso es más tremendo: allí la fe existe, pero está cubierta y como fagocitada y convertida en fermento de acción… y desesperación. Lo demoníaco es aquí inmediato: no necesitan un Mefistófeles al lado. Fermento de acción mundana, por supuesto, no de acción interna, que es la verdadera acción: de agitación, hablando en plata. Todos esos hombres a presión, esos hombres agitados y poderosos que han hecho grandes cosas –ruinosas– en la Historia (“Gigantes viri famosi” los llama el Génesis) como Napoleón Primero o Hitler, son en el fondo hombres religiosos; pero su religiosidad está desviada. La Semilla cayó entre Espinas.
Lo Religioso es lo que impulsa al Judío Errante a su fatídica errabundia: si no puede pararse es porque tiene fe, pero su fe está aprisionada por una pasión; símbolo poderoso que creó el Medioevo para significar el mismo disperso y errabundo pueblo judío.
Ashaverus tiene verdadera inquietud religiosa: sabe que ha pecado contra Cristo y que ese pecado no es una cosa indiferente ni siquiera corriente, sino extraordinaria y horrorosa; pero no llega a postrarse ante el Muerto a pedir perdón. Y entonces el desasosiego espiritual, que es el manantial de la religiosidad, en vez de volverse fe se vuelve angustia.
Pero estos terceros infieles son los que más fácilmente se convierten: la Desesperación es la Enfermedad de Muerte, pero al mismo tiempo es el Remedio. Ashaverus se convertirá al final; el que no se convierte nunca es Fausto: Goethe se equivocó al hacer convertir a Fausto en su Segunda Parte. De hecho Goethe, que fue el verdadero Fausto, no se convirtió nunca, que nosotros sepamos. Fausto es la Duda; y la Duda no puede convertirse porque entonces se aniquila a sí misma, hablando en el mundo de las Ideas; puesto que sabemos que todo hombre puede convertirse si quiere.
Pero en el mundo de las Esencias, Fausto convertido es una contradicción; lo mismo que un Caifás convertido.
En nuestros chapuceros tiempos modernos hay de todo, como en las revistas argentinas: hay el Desesperado, hay el Dubitante y hay el Distraído-Divertido; o si quieren de otro modo, existen el Afiebrado, el Amputado y el Atrofiado, los tres tipos que previó Cristo. Pero como hemos dicho, nuestra época se especializa en este último; lo mismo que las revistas argentinas en el Divertido-Distraído.
Consolémonos: también hay tres tipos en los cuales la Semilla no se malogra, que son el Penitente, el Pío y el Perfecto. En unos da 30; en otros, 60; en pocos da el 100 por uno, los cuales se llaman los Hombres del Ciendoblado. Éstos son los hombres que hacen todas las cosas que predican; que tienen una fe total y todos sus actos expresan esa fe. Los que gritan son oídos en este mundo; pero mucho más son oídos los que no gritan y hacen. El Ciendoblado es el hombre cuya vida predica el Evangelio sin muchas palabras; que cuando habla del sufrimiento, sabe lo que es sufrir; cuando habla de la renuncia, sabe lo que es renunciar; cuando habla del martirio, sabe lo que es el martirio. Y cuando habla del Amor de Dios, dichoso él, sabe lo que es el Amor.
Nada de eso sabe el frívolo. Hoy día casi todo es “calle”. El diablo ha inventado un Camino Anchísimo para confort del hombre moderno: una “autoestrada”. Ha hecho que todo se vuelva calle y trocha, hasta el hogar, hasta la escuela, hasta la iglesia; no puede pararse uno, todo es para caminar, como el mundo entero para el Judío Errante; y, naturalmente, todas las Semillas caen en el camino. Y, naturalmente, de esa manera ha obligado al Sembrador a tomar el arado y convertirse en Arador.
“Los pecadores me araron el lomo”, dice el Profeta David profetizando los azotes de Cristo; mas llegará un tiempo en que Cristo habrá de tomar el azote y ararnos a nosotros, para que nos salvemos aunque sea “tanquam per ignem”, a través del fuego. Peor es nada.
La bomba atómica puede convertir a Europa, dice Belloc; y si no convierte a Europa, paciencia; por lo menos me puede convertir a mí…
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 144-150)
José A. Marcone, IVE
La parábola del sembrador
(Mt 13,1-23)
Introducción
Con el domingo de hoy comienza la Iglesia a presentarnos las parábolas de Cristo. En este domingo y en los dos domingos sucesivos leeremos cinco parábolas de Cristo. Hoy, domingo XV del tiempo ordinario, la del sembrador; el domingo próximo, domingo XVI, la del trigo y la cizaña; y el domingo XVII, las tres parábolas del tesoro escondido, la del buscador de perlas y la de la red que se arroja al mar para pescar.
- El género ‘parábola’
La palabra que usa el original griego de los evangelios para designar este tipo de predicación de Jesús es parabolé. Es una palabra específicamente griega. Está compuesta del verbo bállo: ‘arrojar’; y ‘pará’: ‘al lado de’. En su sentido estrictamente etimológico, parabolé significa ‘arrojar una cosa al lado de otra’. Por lo tanto, ‘parábola’ en cuanto creación literaria significa lanzar al aire un concepto hablado que nos trae a la mente, además de ese concepto, otro paralelo, pero de distinto orden. Consiste en significar con una sola composición literaria dos realidades paralelas. Es poner paralelamente, a través de la palabra hablada, dos realidades de distinto orden. Ése es el significado etimológico de la palabra ‘parábola’[1].
En castellano se usa el término ‘parábola’ también para expresar el movimiento de algún objeto que se desplaza describiendo un gran arco antes de llegar al punto de arribo, es decir, describiendo, precisamente, una ‘parábola’. Un ejemplo de este movimiento lo tenemos en la jabalina (que lleva el nombre del mismo verbo griego, bállo), o el proyectil de mortero u obús. Estos objetos salen de su punto de partida apuntando hacia arriba para finalmente golpear a un objetivo que está en la tierra. Se trata, por lo tanto, de un tiro no directo (como puede ser el del rifle o carabina) sino indirecto. Por eso la parábola es, como se dice de este movimiento, un discurso indirecto. Por esta razón, por ser un discurso indirecto, el género literario de las parábolas puede también definirse como una ironía, tomada en la tercera acepción que trae el Diccionario de la Real Academia Española: “Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice”.
La palabra castellana que, quizá, exprese mejor la realidad del género ‘parábola’ del Evangelio sea ‘analogía’, porque dos cosas análogas son dos cosas en parte igual y en parte distintas.
Dice el P. Castellani: “La parábola es un género creado por Jesucristo, que ni antes ni después de Él fue usado por nadie”[2]. “Se puede decir que este género lo inventó y lo concluyó Cristo”[3]. “Las parábolas son un género literario único, que no tuvo precedentes ni continuadores”[4]. El único antecedente que tienen las parábolas son las pequeñas comparaciones que Salomón escribe en los libros sapienciales, especialmente en el libro de los Proverbios y que en hebreo se llaman mashál. “Las parábolas de Salomón que se han conservado no son sino comparaciones brevísimas, de contenido moral casi siempre, que tienen uno o dos dísticos solamente. Verdad es que aquí se encuentra el embrión del género que en los rabbíes posteriores se desarrolló; y en Cristo se consumó”[5].
“La regla más importante de la pedagogía es que hay que enseñar lo desconocido por medio de lo conocido; la regla teológica más importante es que a Dios lo conocemos ‘por medio de las cosas visibles, comprendiéndolas’, como dijo San Pablo. Estas reglas confluyen en este género simple, primitivo, profundo y original. Las costumbres y las circunstancias lo imponían y el genio lo transfiguró”[6].
Las circunstancias lo imponían porque sus oyentes tenían un alma simple como la de un niño y eran ignorantes como los niños. Y por otro lado Él tenía un corazón tierno y paternal, y también corazón de niño (aunque no ignorancia de niño) que le llevaba a acomodarse sin dificultad a su auditorio. Para poder contar cuentos a los niños hay que tener alma de niño. “‘La fábula es un género pueril y prosaico’, dice Menéndez y Pelayo; la parábola es un género pueril y poético”[7]. Jesucristo usó este género literario sumamente pueril. Y sin embargo lleno de sabiduría.
Dice también el P. Castellani respecto de las parábolas: “El objeto de ellas, el Misterio, es una cosa desmesurada, infinita. Cristo toma el material de ellas de la realidad cotidiana, de lo que veía en torno suyo, de las costumbres populares, de lo que contaba la gente, de las noticias que corrían… de la boca misma de sus oyentes. (…) Como todos los grandes artistas, no necesitaba Cristo materiales ricos para hacer su obra. Como todos los artistas populares, tomaba sus temas de la boca misma de sus oyentes”[8].
El género ‘parábola’ inventado por Cristo se diferencia netamente de la figura retórica llamada ‘alegoría’[9]. Las parábolas de Cristo pertenecen a la poesía simbólica. Cada parábola es un único símbolo con un solo significado principal. Y todos los detalles de cada parábola están ordenados y tienen como finalidad completar ese único significado; todos los detalles confluyen en un único significado. Respecto a esto se ha caído en dos errores. El primero fue el alegorismo alejandrino, que veía en cada detalle de la parábola un sentido. El segundo fue el de algunos autores del Renacimiento, Maldonado por ejemplo, que consideraron algunos detalles de las parábolas como ‘superfluos’ o ‘inútiles’, dándoles el bello (pero equivocado) nombre de ‘ornamentales’[10].
En este género que eligió Cristo para predicar hay un misterio y una cuestión muy difícil. En efecto, cuando sus discípulos le preguntan ‘¿por qué les hablas en parábolas?’, Jesús responde: “Les hablo con parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Oiréis, pero no entenderéis; miraréis, pero no veréis’” (Mt 13,13-14). Pareciera que la respuesta de Jesús sonara así: “Les hablo así para que no entiendan”. Lo cual sería lo contrario de lo que se busca cuando se predica.
La respuesta a esta cuestión difícil es la siguiente: Cristo habla con imágenes pueriles, poéticas y preñadas de sentido para confundir la sabiduría de los sabios de este mundo. Como dice Pascal refiriéndose a otro tema[11], las parábolas tienen suficiente luz para los que quieren ver, y bastante oscuridad para los que no quieren abrir los ojos a las cosas de Dios.
El lenguaje de las parábolas es el lenguaje de la cruz. Dice San Pablo: “Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. De hecho, la palabra de la cruz es una necedad para los que están en vías de perdición; mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios. Porque escrito está: Destruiré la sabiduría de los sabios, y anularé la inteligencia de los inteligentes” (1Cor 1,17-19). Las parábolas son ‘la predicación’ o ‘palabra de la cruz”, de la que habla San Pablo.
Para poder entender las palabras de Cristo hay que tener corazón de niño porque Cristo les habla, a través de parábolas, a los que tienen corazón de niño. Por eso, otras de las respuestas posibles a la pregunta de por qué Jesús habla en parábolas es Mt 11,25-26: “En aquella ocasión tomó Jesús la palabra y exclamó: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas cosas a los sabios y los inteligentes, y las has revelado a los pequeños”. Y respecto a esto dice la Imitación de Cristo: “La simplicidad mira a Dios… Si fueras en tu interior bueno y puro, todo lo verías sin dificultad y lo entenderías bien” [12]. Jesús, cuando habla de los que no entenderán, se refiere a los sabios que carecen de esta simplicidad y viven en medio de sus soberbios, complicados y alambicados pensamientos.
- El sentido general de la parábola
Pero ahora expliquemos la parábola, que en realidad Cristo ya la explicó.
Jesús habla tomando una imagen que sus interlocutores tendrían casi delante. El modo de sembrar del que Jesús habla es al voleo. Había otros modos de sembrar (al menos uno más, con el asno) y por lo tanto podemos decir que Jesucristo eligió cuidadosamente sus palabras. En esa zona cercana al Mar de Galilea hay buenos terrenos, pero pequeños, muchos de ellos pegados a las lomas y siempre surcados de senderos que eran necesarios para los desplazamientos.
Por eso era lógico que en el ímpetu y la generosidad del sembrador que arroja la semilla parte de la semilla cayera al lado o sobre esos senderos endurecidos por el paso de los transeúntes. El segundo terreno se trata de semilla que cayó junto a la loma, donde comienza el lecho de piedra. De hecho, San Lucas no dice que cayó en tierra pedregosa sino directamente en piedra (epì tèn pétran; Lc 8,6). Es decir que se trata de un lugar que tiene un colchón de tierra sobre un lecho de piedra; colchón de tierra muy exiguo, ciertamente. El tercer terreno se trata de lugares donde el arado no pudo entrar, o entró con mucha dificultad, también en los rincones del terreno, y por lo tanto no alcanzó a limpiar completamente el terreno.
Lo primero que tenemos que saber es que los distintos terrenos son distintos tipos de almas, el terreno es el hombre individual. El domingo próximo leeremos la parábola de la cizaña sembrada en el campo de trigo, que habla del terreno como una sociedad humana. Pero aquí el terreno es el alma individual, distintos tipos de alma.
La semilla es la Palabra de Dios, es el Evangelio, la doctrina de Cristo e, incluso, la Palabra en cuanto persona, en cuanto Verbo, segunda persona de la Santísima Trinidad.
El tema crucial y dramático, podríamos decir, que nos presenta la parábola de hoy es cómo recibe cada alma al Verbo. Esta parábola es, por sí misma, un tratado completo de psicología o de antropología cuyo principio fundamental es: toda alma humana se define por su relación con el Verbo. Cada alma humana es lo que es de acuerdo a cómo ha decidido libremente recibir al Verbo. En esta parábola Jesús pone al hombre individual ante una extraordinaria disyuntiva: o elige a Dios o se elige a sí mismo.
Los tres primeros tipos de personas representados por los tres primeros tipos de terrenos se eligen a sí mismos y desechan a Dios. Se trata de una elección profunda y primaria que brota de lo más hondo del corazón y es la opción que el alma hace acerca de Cristo: si ha optado por Cristo, o ha optado vivir sin Cristo o contra Cristo. Y esta opción, que es absolutamente libre, afecta de una manera tan intensa a la persona, que de esa opción depende toda su personalidad. Aún más, el P. Castellani dice que eso no sólo afecta a la personalidad, sino que eso es la Personalidad, con mayúsculas.
Dice el P. Castellani textualmente: “Hay en el fondo más secreto del hombre un punto del cual proceden sus decisiones, y sobre todo la decisión primaria y capital de si él va a votar por Dios o no va a estar con Dios. Ese punto es tan recóndito que no lo pueden conocer ni menos forzar ni los ángeles ni los demonios; sino solamente Dios, el cual no lo quiere forzar. Dese punto procede la orientación de toda nuestra conducta, y a eso llamamos Personalidad.
“Esta parábola (la parábola del sembrador) trata déso; de cómo se ha la Personalidad del hombre respecto a la Palabra de Dios, o sea, las verdades religiosas”[13].
O sea que, para el P. Castellani, la Personalidad consiste en el modo en que el alma se relaciona con el Verbo, con la Palabra de Dios hecha carne, si se enfrenta aceptándolo plenamente y de una manera definitiva, para siempre, o si decide ignorarlo o luchar contra Él. A esta opción, Castellani la llama también Elección Primaria, con mayúsculas[14].
De esta Personalidad del hombre o Elección Primaria trata, precisamente, la Parábola del Sembrador que hoy hemos leído y por esta razón es la más importante del Evangelio.
Los cuatro terrenos que reciben la semilla son cuatro distintas Personalidades en su relación con el Verbo, con la Palabra. El primer terreno, el camino, ignora absolutamente al Verbo y se desentiende rápidamente de Él, con la colaboración del diablo. El segundo terreno, el terreno con lecho de piedra y poca capa de humus, es una Personalidad que hace una intentona de aceptar al Verbo, pero su opción por Cristo ni es plena ni es definitiva: ante los primeros problemas que nacen a causa de la amistad con Cristo, lo abandona, como la planta que no tiene raíces; su opción por Cristo no es tal. El tercer terreno, lleno de malezas y espinos, hace un amague de aceptar al Verbo; incluso crece la planta que brotó de la semilla de la Palabra, pero se deja enredar por las preocupaciones del mundo y el amor al dinero. A pesar de haber hecho un amague de aceptarlo, finalmente no lo acepta.
De estos tres terrenos se dice que no dan fruto. Lo cual indica la condenación eterna. Los hombres, cuya Personalidad consiste en un desentendimiento del Verbo, no se salvan.
El cuarto terreno, el buen terreno, está describiendo la Personalidad de aquellos que aceptan al Verbo en plenitud y definitivamente, para siempre. Ellos dan fruto, es decir, se salvan.
- Las características propias de cada terreno o cada tipo de alma
“Claramente se ve en la parábola una progresión en la suerte de la semilla; porque en efecto, la que cae en el camino, ni siquiera germina; la que cae sobre ripio, germina y se quema pronto; mas la que cae entre abrojos –o cañotas– crece bastante pero después es como aprisionada y asfixiada”[15].
Las características del primer terreno es ser sendero y costado o banquina del sendero. Expresa un terreno duro e impenetrable. Eso ya habla algo acerca de este tipo de alma. Son almas que no son permeables al Verbo ni a ‘los verbos’, es decir, al mensaje del Verbo Encarnado.
Pero la acusación que le hace Jesús es que ‘oyen la palabra pero no la entienden’ (Mt 13,19). El verbo griego que se usa para decir ‘entender’ es el verbo syníemi. Este verbo se usa en el AT (LXX) para expresar la actitud propia del sabio (cf. Job 36,4; Sir 24,26; Jer 9,11). Por lo tanto ‘no entender la palabra’ es la actitud propia del necio, del carente de sabiduría divina. ‘Entender’ (syníemi) se refiere a la capacidad de hacer que la palabra entre al interior, de internizarla, si se nos permitiera decir. La comparación, precisamente, es esa: así como la semilla no penetra en la tierra, así tampoco la palabra penetra en el alma. Apenas si cayó en sus oídos corporales, pero la libertad del hombre la rechazó en el fondo de su corazón. Y esto se hace con la ayuda del Maligno.
La característica del segundo terreno es la de ser superficial. Se trata de una capa de tierra de muy pocos centímetros sobre un lecho de piedra. La semilla entra en el terreno (‘reciben la palabra con alegría’), pero brota enseguida a causa del poco espesor de la tierra. Y el sol fuerte de la primavera galilaica quema el brote, porque la raíz tampoco ha podido desarrollarse y el terreno no puede retener la humedad. La acusación que Jesús le hace es doble. En primer lugar, se trata de un alma ‘temporal’ (en griego, proskairós; San Jerónimo traduce temporalis). En segundo lugar, se trata de un alma que no soporta las tribulaciones y las persecuciones a causa de la Palabra.
Ser temporal se dice en oposición a lo eterno[16]. Ser un terreno superficial aquí es sinónimo de estar enamorado de la vida que transcurre dentro del tiempo y en esta tierra. No piensa ni aspira a la vida eterna del cielo. En el NT se usa en otros dos lugares. En 1Cor 4,18 se habla de las cosas visibles y pasajeras en oposición a lo eterno: “No ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras (proskairós), mas las invisibles son eternas”. En Heb 11,25 se dice que Moisés prefirió “ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar del efímero (proskairós) goce del pecado”.
No soportar las tribulaciones y las persecuciones por la Palabra es tener miedo de sufrir por Cristo. Por eso dice el P. Castellani: “Cristo declara netamente que es el miedo al sufrimiento lo que suprime la religión en estos tipos; lo cual prueba que entienden lo que es religión, puesto que ven claramente que la religión los va a remolcar por un camino que les causa pavor; y por eso desenganchan al momento. Con éstos el diablo tiene más trabajo, pero también más cosecha”[17].
El tercer terreno es bueno y fecundo y recibe bien la semilla de trigo; pero en ese terreno hay zarzas o plantas de espinos o arbustos con espinas. Crecen las plantas de espinas, ahogan la planta de trigo, y el trigo se pasma y no da fruto, nada de fruto. Esto representa al alma que recibe bien la palabra, el anuncio del Evangelio. Pero ‘las preocupaciones de este siglo y la seducción de las riquezas’ (Mt 13,22) que no supo erradicar en su momento, ahora han ahogado la palabra de Dios y no han dado fruto, nada de fruto. El no dar fruto significa la condenación eterna.
Éste terreno representa a muchos católicos que han aceptado el anuncio del Evangelio y han recibido el bautismo. Han adelantado en la vida espiritual, han hecho crecer la palabra de Dios en sus almas, pero finalmente ‘las preocupaciones de este siglo y la seducción de las riquezas’ ahogan la palabra de Dios y los lleva a hacer su elección por las riquezas y rechazan la salvación que Dios les ofrece.
La expresión griega que se traduce por ‘preocupaciones de este siglo y la seducción de las riquezas’ es he mérimna toû aiônos kaì he apáte toû ploútou. La palabra griega mérimna, que traducimos por ‘preocupaciones’ proviene del verbo merídso, que significa ‘dividir’. Por eso, la palabra mérimna expresa aquellas cosas que exigen la atención del alma en distintas direcciones y al mismo tiempo, de tal manera que hacen que el alma viva dividida, solicitada por varios objetos a la vez. De aquí proviene la ansiedad y el afán inmoderado. Y se trata de objetos todos relativos al tiempo presente. En efecto, aión significa ‘siglo’, ‘tiempo presente’. No hay ninguna referencia a la eternidad; todo se refiere a la vida estrictamente temporal. Se trata de un afán inmoderado por las cosas necesarias para nuestra vida temporal.
La palabra apáte significa ‘engaño’, ‘seducción’.
Esto es cuanto puede sucederle a un católico medio: dejarse arrastrar por las múltiples necesidades materiales para vivir el tiempo presente, y de allí, dejarse engañar y seducir por el deseo inmoderado de dinero y de riquezas. Todo eso ahoga la palabra sembrada y hace que no dé fruto.
El terreno que sí da fruto es el alma que ‘entiende’ (synieís) la palabra, es decir, la contrapartida del primer terreno. Si el primer tipo de alma es la del necio, el tipo de alma del que da fruto es la del sabio. El hecho que Jesús presente a ese terreno según una triple capacidad, es decir, un terreno da treinta granos por una semilla sembrada, otro da sesenta por una sembrada y otro da cien por una sembrada, significa los distintos estados en que el alma se encuentra al morir.
En el itinerario normal de un alma que busca a Dios hay tres edades o también llamadas ‘vías’. La primera, la inmediata después de la conversión, es la que se llama la vía purgativa, porque el alma todavía vive en una etapa de intensa purgación y purificación. Después de esta etapa Dios mete mano y la hace entrar en una noche de gran tribulación, llamada ‘noche del sentido’. Salida de esa noche, el alma entra en la segunda edad, la vía iluminativa, llamada así porque va aprovechando intensamente en las virtudes. Llegado un momento en que el alma ya ha hecho todo lo que está en su mano para purificarse, otra vez Dios toma las riendas del asunto y hace entrar al alma a una noche mucho más tremenda que la anterior (y que San Juan de la Cruz llama ‘horrenda’). Esa noche se llama ‘noche del espíritu’ y hace entrar al alma ya en el estado de los perfectos. Es lo que se llama la vía unitiva, porque ya va llegando a la unión mística con Cristo.
Los que llegan a la vía purgativa son los que dan el 30 x 1. Los que llegan a la vía iluminativa son los que dan el 60 x 1. Los que llegan a la vía unitiva son los que dan el 100 x 1.
Conclusión
Esta parábola es una invitación a hacer una Elección Primaria plena, definitiva y eficaz por Cristo. Los obstáculos que debemos remover son: el desinterés por Cristo (primer terreno), la superficialidad y el temor al sufrir por Cristo (segundo terreno), y la excesiva preocupación por las dificultades de la vida diaria y la seducción del dinero (tercer terreno).
Al mismo tiempo debemos estar dispuestos a, una vez convertidos, avanzar en la vida espiritual y aspirar a pasar las dos noches que nos purifican, hasta llegar a la vía unitiva. Esta vía unitiva no es solamente para sacerdotes y religiosos. Es para todo bautizado. La vida mística, la unión mística con Cristo está dentro del desenvolvimiento normal de la vida espiritual del cristiano. Ese es el modo de rendir 100 x 1. Si no se llega allí es porque no se ha tenido ánimo de arrostrar todas las dificultades y sufrimientos que ello implica.
Pidámosle esa gracia a la Virgen María.
[1] En castellano, italiano y francés se ha tomado del vocablo griego ‘parábola’, el término ‘palabra’, ‘parola’, ‘parole’, respectivamente (cf. Castellani, L., Las Parábolas de Cristo, Ediciones Jauja, Mendoza, 1994, p. 16). Estas lenguas no han mantenido ni el vocablo griego ‘logos’ ni el vocablo latino ‘verbum’ en esos sentidos.
[2] Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 477.
[3] Castellani, L., Las parabolas de Cristo…, p. 16.
[4] Castellani, L., El Evangelio…, p. 282.
[5] Castellani, L., El Evangelio…, p. 479.
[6] Castellani, L., Las Parábolas de Cristo…, p. 16.
[7] Castellani, L., Las Parábolas de Cristo…, p. 16.
[8] Castellani, L., El Evangelio…, p. 246.
[9] Por ejemplo, la comparación de la cepa y los sarmientos de Jn 15,1-8 es una alegoría.
[10] Presentamos aquí, en nota, algunos textos del P. Castellani que explayan esta idea: “En realidad las parábolas pertenecen al género símbolo, la más antigua y natural de las maneras de expresión poética de la humanidad” (Castellani, L., El Evangelio…, p. 384).
“La parábola evangélica es más bien que narración un cuadro, (…) La parábola pertenece al género símbolo; que es más que un género literario, el modo de expresión más primitivo y fundamental de la poesía; mezclado con humorismo, como diríamos hoy, un humorismo teológico o trascendental –como ha sido bautizado–, no una cualquiera jocosidad o ironía” (Castellani, L., El Evangelio…, p. 478).
“No son fábulas, no son apólogos comunes, no son leyendas, no son consejas, no son novelas, no son poesía épica; son poesía simbólica” (Castellani, L., Las parábolas…, p. 16).
“Los antiguos querían encontrar un significado a cada uno de los pormenores de las parábolas o milagros, lo cual es fácil con un poco de imaginación; pero es arbitrario, y al final cae en el ridículo: alegorismo que los modernos no podemos tragar, y con razón. Pero Maldonado, uno de los precursores de la exégesis moderna, cae en otro error peor: reaccionando al excesivo alegorismo antiguo –al comentar la parábola del Convite, que ya hemos visto– afirma que no todo se ha de alegorizar, porque hay en los Evangelios rasgos de adorno, rasgos superfluos, dice; es decir, cosas inútiles en puridad; lo cual equivale a decir la inocente blasfemia de que él las hubiese hecho mejor a las parábolas, si lo dejan, pues es capaz de distinguir lo que es “superfluo” (Castellani, L., El Evangelio…, p. 303-4).
“Así pues los Santos Padres antiguos descomponen las parábolas en todos sus elementos constitutivos hasta los menores detalles, como en un análisis químico, y quieren dar un significado concreto a cada uno de ellos; el cual en ocasiones no puede ser sino arbitrario y aun estrafalario, cayendo así en el “alegorismo” que S. S. Pío XII desrrecomienda en su Encíclica Divino Afflante Spiritu” (Castellani, L., El Evangelio…, p.384).
“Los exegetas del Renacimiento vieron que el alegorismo no marchaba; y que las parábolas debían tener un significado literal único, pretendido por Cristo, y sobre el cual no podía caber discusión. Eso fue un progreso, porque es efectivamente así. Pero sin embargo, intrigados de los pormenores a veces raros, introdujeron que en las parábolas había “rasgos ornamentales”; es decir, adornos en el fondo inútiles” (Castellani, L., El Evangelio…, p. 385).
[11] Cf. Garrigou-Lagrange, R., Las tres edades de la vida interior, Ediciones Palabra, Madrid, 1995, Tomo II, p. 979.
[12] DE Kempis, T., Imitación de Cristo, Libro II, cap. IV, nº 1.2.
[13] Castellani, L., Domingueras Prédicas, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1997, p. 58 – 59; cursiva nuestra.
[14] Castellani, L., Domingueras Prédicas…, p. 60.
[15] Castellani, L., El Evangelio…, p. 146.
[16] Dice Friberg: “Se dice de aquello que continúa sólo por un tiempo limitado: temporario, transitorio, por un tiempo (Mt 13,21), opuesto a aiónos (eterno, inmortal). En género neutro se usa como un sustantivo y se aplica a cosas que están en este mundo visible; entonces significa: de naturaleza temporaria (así por ejemplo, en 2Cor 4,18)”. El texto original en inglés: “Of what continues only for a limited time temporary, transitory, for a time (Mt 13,21), opposite αἰώνιος (eternal, everlasting); neuter as a substantive, of things in the visible world τὸ πρόσκαιρον the temporary nature (2Cor 4,18)” (Friberg, Lexicon of the New Testament; traducción nuestra).
[17] Castellani, L., El Evangelio…, p. 147.
SS. Francisco
El Evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23) nos presenta a Jesús predicando a orillas del lago de Galilea, y dado que lo rodeaba una gran multitud, subió a una barca, se alejó un poco de la orilla y predicaba desde allí. Cuando habla al pueblo, Jesús usa muchas parábolas: un lenguaje comprensible a todos, con imágenes tomadas de la naturaleza y de las situaciones de la vida cotidiana.
La primera que relata es una introducción a todas las parábolas: es la parábola del sembrador, que sin guardarse nada arroja su semilla en todo tipo de terreno. Y la verdadera protagonista de esta parábola es precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae. Los primeros tres terrenos son improductivos: a lo largo del camino los pájaros se comen la semilla; en el terreno pedregoso los brotes se secan rápidamente porque no tienen raíz; en medio de las zarzas las espinas ahogan la semilla. El cuarto terreno es el terreno bueno, y sólo allí la semilla prende y da fruto.
En este caso, Jesús no se limitó a presentar la parábola, también la explicó a sus discípulos. La semilla que cayó en el camino indica a quienes escuchan el anuncio del reino de Dios pero no lo acogen; así llega el Maligno y se lo lleva. El Maligno, en efecto, no quiere que la semilla del Evangelio germine en el corazón de los hombres. Esta es la primera comparación. La segunda es la de la semilla que cayó sobre las piedras: ella representa a las personas que escuchan la Palabra de Dios y la acogen inmediatamente, pero con superficialidad, porque no tienen raíces y son inconstantes; y cuando llegan las dificultades y las tribulaciones, estas personas se desaniman enseguida. El tercer caso es el de la semilla que cayó entre las zarzas: Jesús explica que se refiere a las personas que escuchan la Palabra pero, a causa de las preocupaciones mundanas y de la seducción de la riqueza, se ahoga. Por último, la semilla que cayó en terreno fértil representa a quienes escuchan la Palabra, la acogen, la custodian y la comprenden, y la semilla da fruto. El modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María.
Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposición la acogemos? Y podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajado y cultivado con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.
Y nos hará bien no olvidar que también nosotros somos sembradores. Dios siembra semilla buena, y también aquí podemos plantearnos la pregunta: ¿qué tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir. Recordadlo: lo que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón.
Que la Virgen nos enseñe, con su ejemplo, a acoger la Palabra, custodiarla y hacerla fructificar en nosotros y en los demás.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 13 de julio de 2014)
San Juan Pablo II
“Así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55,11).
Como la lluvia baña la tierra, así Dios con su gracia da nuevamente vigor al hombre abrumado por el peso del pecado y de la muerte. Él es fiel y mantiene siempre la palabra dada.
Ningún poder logrará frenar la fuerza irresistible de su misericordia.
Las palabras del Deutero-Isaías que hemos escuchado en la primera lectura subrayan de manera significativa la promesa que Yavé renueva al pueblo de Israel afligido y desorientado. Ellas se dirigen también a nosotros como un llamamiento a la esperanza y como un estímulo a la confianza. Se dirigen al hombre de nuestro tiempo, sediento de felicidad y bienestar, que va en busca de la verdad y de la paz, pero que, por desgracia, experimenta la decepción del fracaso.
Las palabras del profeta son una invitación a creer que Dios puede modificar cualquier situación, incluso la más dramática y compleja.
En efecto, ¿quién puede oponerse a su obrar? Él, que es omnipotente y bueno, ¿nos abandonará quizá a nuestra fragilidad y nos dejará vagar a merced de nuestra infidelidad?
En los textos de este domingo el Omnipotente se nos presenta revestido de ternura y atención, prodigando a la humanidad dones de salvación. Él acompaña con paciencia al pueblo que eligió; guía fielmente a lo largo de los siglos a la Iglesia, el “nuevo Israel”, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne” (Lumen Gentium n.9).
Habla y obra, dona sin medida y sin arrepentimiento, interviene en nuestra realidad diaria incluso cuando somos débiles y no correspondemos a su amor gratuito y generoso.
Pero el hombre tiene la posibilidad tremenda de volver vana la iniciativa divina y rechazar su amor. Nuestro “sí”, adhesión libre a su propuesta de vida, es indispensable para que el proyecto de salvación se cumpla en nosotros.
Reflexionemos sobre la parábola del sembrador. Ella nos ayuda a comprender mejor esta realidad providencial y a ponderar sabiamente la responsabilidad que nos corresponde a cada uno de nosotros de hacer madurar la semilla de la Palabra, difundida ampliamente en nuestro corazón. La semilla de la que hablamos es la Palabra de Dios; es Cristo, el Verbo de Dios vivo. Se trata de una semilla en sí misma fecunda y eficaz, surgida de la fuente inextinguible del Amor trinitario. Sin embargo, el hecho de hacerla fructificar depende de nosotros, depende de la acogida de cada uno de nosotros. A menudo, el hombre es distraído por demasiados intereses, le llegan innumerables estímulos desde muchas partes, y le resulta difícil distinguir, entre tantas voces, la única Verdad que hace libre.
Es necesario convertirse en terreno disponible sin abrojos y sin piedras, sino arado y escardado con cuidado. Depende de nosotros ser la tierra buena en la que “da fruto y produce uno ciento, otro sesenta, otro treinta” (Mt 13,23).
Os exhorto a crecer en deseos de Dios; os aliento a acoger generosamente la invitación que os dirige la liturgia de este día. Ojalá correspondáis siempre a los impulsos de la gracia y produzcáis frutos abundantes de santidad.
El mundo, “sometido a la vanidad” (Rm 8,20), grita que tiene sed de Cristo. Invoca la paz, pero no sabe dónde hallarla plenamente. ¿Quién podrá transformar este terreno pedregoso y lleno de abrojos en un campo ubérrimo, sino la lluvia y la nieve que bajan desde arriba?
“Virgo potens, erige pauperem” – “Virgen poderosa, alza al pobre”. Es verdad: la Virgen sostiene al pobre que confía en Ella. Ayuda al cristiano, día tras día, a seguir los pasos de Jesús, a gastar por Él todo tipo de recursos físicos y espirituales, realizando de este modo la misión que le fue confiada por el bautismo. El creyente se transforma así, a su vez, en una semilla de vida ofrecida, junto a Cristo, por la salvación de sus hermanos.
“La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios” (Rm 8,19).
La humanidad pide ayuda y busca seguridad. Todos tenemos necesidad de la lluvia de la misericordia, todos aspiramos a los frutos del amor.
Dios sigue visitando la tierra y bendiciendo sus retoños, y seguramente llevará a término la obra comenzada. El panorama formidable que contemplamos aquí nos habla de su fidelidad eterna. Nos habla también de la riqueza de sus dones. Dios se manifiesta desde lo alto “muestra a los extraviados la luz de su verdad para que puedan volver a su camino recto” (Colecta).
Nos muestra a Jesucristo, su Verbo eterno. Nos lo muestra y nos lo ofrece en la Eucaristía; nos lo ofrece a través de las manos de María, su Madre, nuestra Madre.
(Santuario alpino de Nuestra Señora de Barmasc, 15 de julio de 1990)
Benedicto XVI
En el Evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23), Jesús se dirige a la multitud con la célebre parábola del sembrador. Es una página de algún modo «autobiográfica», porque refleja la experiencia misma de Jesús, de su predicación: él se identifica con el sembrador, que esparce la buena semilla de la Palabra de Dios, y percibe los diversos efectos que obtiene, según el tipo de acogida reservada al anuncio. Hay quien escucha superficialmente la Palabra pero no la acoge; hay quien la acoge en un primer momento pero no tiene constancia y lo pierde todo; hay quien queda abrumado por las preocupaciones y seducciones del mundo; y hay quien escucha de manera receptiva como la tierra buena: aquí la Palabra da fruto en abundancia.
Pero este Evangelio insiste también en el «método» de la predicación de Jesús, es decir, precisamente, en el uso de las parábolas. «¿Por qué les hablas en parábolas?», preguntan los discípulos (Mt 13, 10). Y Jesús responde poniendo una distinción entre ellos y la multitud: a los discípulos, es decir, a los que ya se han decidido por él, les puede hablar del reino de Dios abiertamente; en cambio, a los demás debe anunciarlo en parábolas, para estimular precisamente la decisión, la conversión del corazón; de hecho, las parábolas, por su naturaleza, requieren un esfuerzo de interpretación, interpelan la inteligencia pero también la libertad. Explica san Juan Crisóstomo: «Jesús pronunció estas palabras con la intención de atraer a sí a sus oyentes y solicitarlos asegurando que, si se dirigen a él, los sanará» (Com. al Evang. de Mat., 45, 1-2). En el fondo, la verdadera «Parábola» de Dios es Jesús mismo, su Persona, que, en el signo de la humanidad, oculta y al mismo tiempo revela la divinidad. De esta manera Dios no nos obliga a creer en él, sino que nos atrae hacia sí con la verdad y la bondad de su Hijo encarnado: de hecho, el amor respeta siempre la libertad.
Que la Virgen María nos ayude a ser «tierra buena» donde la semilla de la Palabra pueda dar mucho fruto.
(Ángelus, Palacio apostólico de Castelgandolfo, Domingo 10 de julio de 2011)
APÉNDICE
Textos selectos del P. Leonardo Castellani acerca del género ‘parábolas’
Las frases que siguen están tomadas del libro:
Castellani, L., El evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977.
Aunque no estén entre comillas, todos los párrafos son textuales del autor.
Está hablando de la parábola del administrador injusto
Cuanto más leo las parábolas de Cristo, más veo que son un género literario único, que no tuvo precedentes ni continuadores. Son más sencillas que el más sencillo de los géneros literarios, las fábulas de Esopo; y al mismo tiempo más atrevidas y extrañas que el género moderno que los españoles llaman esperpento. Son naturalísimas porque se trata de una simple comparación; son brevísimas, porque no hay un solo rasgo que sobre; y sin embargo tienen un contenido tal que nos deja bizcos: hay que ver el lío que se han hecho con esta parábola los más doctos intérpretes, incluso el doctísimo cardenal Cayetano, el famoso comentador de Santo Tomás: el cual declara netamente que a esta parábola él no la entiende ni la puede explicar. Menos mal que tuvo esa humildad, que otros menores que él no la tuvieron.
Cristo fue mucho más que un genio literario; pero fue también un genio literario. Lo lírico está contenido en el material de las parábolas –que son en conjunto 120 contando grandes y chicas– material tomado de la naturaleza, del campo, de las plantas y animales y de las costumbres del animal más sorprendente que existe. Lo patético está suministrado por la profundidad enorme del sentimiento, conectado con las cosas más graves de la vida humana. Lo dramático, en la viveza y originalidad de los cortos diálogos. Lo humorístico en la mirada aguda y maliciosa con que el autor capta las costumbres de los hombres. Lo filosófico en la súbita trasposición de planos, y una especie de descoyuntamiento, que apunta a un sentido escondido. Lo teológico, en los emblemas y figuras de Dios: en este caso, Dios es el Patrón, el dueño de todo el Universo, de quien se dijo: “Si tuviese hambre, no te lo voy a decir a ti, porque mía es la redondez de la tierra y cuanto en ella hay” (Ps XLIX, 12), y también: “Mía es la plata y el oro, dice el Señor” (Ageo II, 8). (p. 282-3)
Hemos notado otra vez que las parábolas de Cristo ostentan una especie de desmesuras o bruscas salidas del carril, que se podrían llamar humorismo si se quiere; pero que es un humorismo trascendental, exigido por su objeto: no humorismo jocoso, por cierto; aunque en algunos casos sí hay un tono chusco, como en la parábola del Mayordomo Camandulero. El objeto de ellas, el Misterio, es una cosa desmesurada, infinita. Cristo toma el material de ellas de la realidad cotidiana, de lo que veía en torno suyo, de las costumbres populares, de lo que contaba la gente, de las noticias que corrían… de la boca misma de sus oyentes. Fue carpintero, según parece, pero nunca tomó como materia sus recuerdos de joven, los instrumentos, la madera, los muebles; y la razón es que era un contemplativo y hablaba de lo que veía hic et nunc; puesto que continuamente veía lo Eterno insertándose en el Tiempo. Pero lo Eterno embutido en lo Cotidiano, le hace saltar las costuras. Cristo toma un cuentito de Reyes y de Convites como los que corrían por allí; y de repente, en el medio del cuentito, estalla el trueno; o por lo menos, se abre una interrogación; y una especie de perspectiva mística inmensa, a veces temerosa, se abre de repente detrás de las cosas triviales de la vida: como el abismo que veía a su lado Pascal cuando caminaba por la calle. Como todos los grandes artistas, no necesitaba Cristo materiales ricos para hacer su obra. Como todos los artistas populares, tomaba sus temas de la boca misma de sus oyentes. Como los payadores criollos, no cantaba a María Estuardo o a Guillermo Tell, sino a Lucía Miranda, a los indios pampas, o al “contingente”[1]. (p. 245-6)
Por eso las parábolas de Cristo son paradojas, tienen un rasgo desmesurado o, digamos, algo como un giro humorístico. “¿Por qué predicas así?” ––le preguntaron una vez; y eso está en Mateo XIII, 13––. “¡Para que no entiendan!”, respondió Cristo, con humor evidentemente.
El humor y el patetismo son los estilos propios del hombre religioso cuando habla a los otros hombres, al hombre ético y al hombre estético. (p. 141)
La ironía es el lenguaje del hombre ético cuando habla a los anéticos: “el hombre magnánimo usa de la ironía” dice Aristóteles: “vir magnanimus utitur eironeia”. El humor es propio del hombre noble, sea inglés o no; los países en que no hay humor y el hombre que no entiende el humor, son poco desarrollados. (p. 144-5)
Los antiguos querían encontrar un significado a cada uno de los pormenores de las parábolas o milagros, lo cual es fácil con un poco de imaginación; pero es arbitrario, y al final cae en el ridículo: alegorismo que los modernos no podemos tragar, y con razón. Pero Maldonado, uno de los precursores de la exégesis moderna, cae en otro error peor: reaccionando al excesivo alegorismo antiguo –al comentar la parábola del Convite, que (p. 304) ya hemos visto– afirma que no todo se ha de alegorizar, porque hay en los Evangelios rasgos de adorno, rasgos superfluos, dice; es decir, cosas inútiles en puridad; lo cual equivale a decir la inocente blasfemia de que él las hubiese hecho mejor a las parábolas, si lo dejan, pues es capaz de distinguir lo que es “superfluo”. (p. 303-4)
Parábola del deudor desaforado
Maldonado hace dos errores serios en la explicación de esta parábola: uno, rechazar la distinción de Santo Tomás porque la trae Calvino, al cual tiene un odio inextinguible; y otro, al decir que en esta parábola hay dos “juegos ornamentales”; conforme a una teoría de los “rasgos ornamentales de las parábolas” que él inventó y a la cual tiene un amor inextinguible; y que es un error. La inventó para ir en contra de la interpretación meticulosa y fragmentaria de los detalles propia de los Santos Padres antiguos, la cual es a osadas otro error; que explicaremos otro día, cuando veamos la parábola del Grano de Mostaza. Ahora no hay lugar.
“Rasgo ornamental” es para Maldonado “las cosas superfluas”, que según él habría en las parábolas. No hay cosas superfluas en las parábolas. Ese rasgo de los “¡diez mil talentos!”, una suma considerable –por ejemplo–, ¿es una exageración inútil e inverosímil?… Veámoslo un poco: es difícil, si no imposible, fijar el valor de las monedas antiguas: porque, primero, había talentos de oro y de plata; y, después, nuestras monedas actuales están en constante muda; pero de todos modos, un talento de oro era una cosa que un hebreo veía pocas veces, o nunca; y diez mil talentos es inconcebible. En realidad, talento era medida de peso más que moneda: unos 59 kilos de oro puro.
No es una exageración inútil. El “Hombre-Rey” es Dios, es Cristo mismo, juez de vivos y muertos; y el autor de la parábola quiere marcar la diferencia inconmensurable que va del hombre a Dios y de las “deudas” que tenemos entre nosotros, y las que tenemos con Dios. Al oír “10.000 talentos” los ojos de los oyentes se perdieron en el infinito con un temblor; porque efectivamente esa suma les era inimaginable. Éste es el motivo permanente de las “exageraciones” de Cristo, ya lo hemos dicho; y de su especie de “humorismo trascendental”.
Por mucho que exagerara, nunca iba a medir bien Lo Inconmensurable, nunca iba a nombrar del todo a Lo Inefable. Cristo era un excelente artista, mucho más artista que el erudito Juan de Maldonado; el cual de artista no tiene un jerónimo. (p. 366)
El hablar por semejanzas era típico de la literatura –o mejor dicho de la poesía– hebrea como de todo el Oriente. Hoy conocemos mejor este género; conocemos totalmente las leyes del llamado estilo oral –uno de los estadios de la evolución de la expresión humana– gracias a la preciosa obrita técnica del investigador Mar- (p. 384) cel Jousse. No era el caso de los exégetas antiguos ni de los del Renacimiento. En otro lugar he indicado que éstos yerran a veces en la interpretación, cayendo en dos extremos viciosos, a causa de su ignorancia del género; pues aprisionados por los esquemas de la retórica grecolatina, los unos miran a las parábolas como si fuesen alegorías o emblemas y los otros como si fuesen novelitas mal hechas. En realidad las parábolas pertenecen al género símbolo, la más antigua y natural de las maneras de expresión poética de la humanidad; lo que llamo Giambattista Vico “la lingua degli erói”.
Así pues los Santos Padres antiguos descomponen las parábolas en todos sus elementos constitutivos hasta los menores detalles, como en un análisis químico, y quieren dar un significado concreto a cada uno de ellos; el cual en ocasiones no puede ser sino arbitrario y aun estrafalario, cayendo así en el “alegorismo” que S. S. Pío XII desrrecomienda en su Encíclica Divino Afflante Spiritu. Proceden como un maestro de heráldica: “Gules significa la paz, sinople significa la astucia, la orla de oro significa parentesco con la casa real, el león rampante en campo de gules significa casa noble que crece, los dos calderos significa comarca de olivares…”; y así sucesivamente hasta dar a todo el escudo de armas un significado concreto… y convencional.
Así, por ejemplo, esta sencillísima parábola de la Levadura, que tiene cuatro líneas, hace decir a la exégesis antigua: “El Fermento es Cristo, la harina es la Humanidad, las tres medidas de harina significan la fe, la esperanza y la caridad, la mujer significa la Sabiduría”; y después se ponen a discutir muy formales por qué Cristo dijo: “tres satos de harina”, que es un ‘hedió (que son 59 kilos) cantidad desmesurada para una horneada, y aun para tres horneadas y tres mujeres. Pero resulta ahora que la “sabiduría” no es femenino, sino masculino en arameo: no es mujer, es varón. Otra discusión.
La “mujer” significa simplemente que en Palestina quienes horneaban eran las mujeres. El rasgo desmesurado es una cosa general en las parábolas de Cristo, y ya hemos explicado el porqué. La parábola ha de tomarse (p. 385) en su conjunto como un símbolo; en este caso, de la sociedad religiosa que Cristo estaba en tren de fundar. Los rasgos particulares tienen por objeto diseñar simplemente y traer a la memoria vívidamente una cosa conocida de todos, para significar con ella una cosa invisible; en este caso, misteriosa y futura: la Iglesia. Un pintor actual que pinta un cuadro simbólico de la Paz, por ejemplo, pone allí una cosa concreta que en su conjunto significa la paz; pero cada uno de los rasgos separados de tal cosa concreta, no es necesario tenga un significado especial.
Los exegetas del Renacimiento vieron que el alegorismo no marchaba; y que las parábolas debían tener un significado literal único, pretendido por Cristo, y sobre el cual no podía caber discusión. Eso fue un progreso, porque es efectivamente así. Pero sin embargo, intrigados de los pormenores a veces raros, introdujeron que en las parábolas había “rasgos ornamentales”; es decir, adornos en el fondo inútiles. Maldonado, explicando la parábola del Convite Regio y topando con la frase del Rey: “Los pollos ya están muertos, los becerros están adobados”, dice que eso es un “rasgo ornamental superfluo”, lo cual viene a querer decir, si bien se mira, que Maldonado la hubiese hecho mejor de haber sido el autor él. Pero un buen artista elimina todo lo superfluo: en una obra maestra no sobra una sola palabra. Esa frase trivial del Rey pertenece al conjunto del símbolo, como parte de él, pero parte no separable; y el Rey la dice para significar que el Convite ha de llevarse a cabo; y eso, pronto. Pregunten a un hacendado si se puede aplazar una “yerra de convite”. (p. 383-5)
III. Las parábolas
Hemos dicho en este libro que la parábola es un género creado por Jesucristo, que ni antes ni después de El fue usado por nadie. Esta afirmación es nueva, y conviene justificarla.
Parecería que la parábola de los Evangelios pertenece al género griego del apólogo; que es una fábula (mythos) (p. 478) cuyos personajes son humanos en vez de imaginarios[2], como por ejemplo El Viejo y la Muerte de Esopo. No es así, sin embargo: el apólogo griego es una narración más sencilla en su contextura que termina en una conclusión de moral corriente, que llamamos en español moraleja; y muy bien llamada: es una moralidad chiquita: como por ejemplo:
Tenga paciencia quien se cré infelice,
Que aun de la situación más lamentable,
Es la vida del hombre siempre amable:
El viejo de la leña nos lo dice,
en el susodicho apólogo de Esopo, traducido por Samaniego.
La parábola evangélica es más bien que narración un cuadro, con más elemento dramático que épico; y presenta casi sin excepción una especie de distorsión, como la hecha por un espejo convexo, que desconcertó desde el principio a los intérpretes, y sobre todo a los retóricos paganos, como Celso, que las tachó de extravagantes; y en nuestros días han sido tratadas hasta de “criminales” o ”inmorales”.
Esta distorsión de rasgos responde al propósito, como está dicho, de aludir al misterio, a lo teológico, a lo infinito; y ha sido comparada no sin propiedad por Chesterton al soplo impetuoso que en la plástica barroca hincha los ropajes, tuerce los miembros y agita las líneas arquitectónicas, haciéndolas danzar a veces; como en los cuadros del Greco, las estatuas del Bernini y los altares del Vignola.
En suma, la parábola pertenece al género símbolo; que es más que un género literario, el modo de expresión más primitivo y fundamental de la poesía; mezclado con humorismo, como diríamos hoy, un humorismo teológico o trascendental –como ha sido bautizado–, no una cualquiera jocosidad o ironía. Archibald Cronin escribió al final de su novela Las Llaves del Reino: “El Cristo es más grande que Buda; pero Buda tenía más sentido del humor”. Se equivoca. Chesterton en su li- (p. 479) bro Orthodoxy notó que esta singular exageración que se encuentra en las parábolas, no es otra cosa que humorismo; aunque omite allí el explicarse más claramente.
En la literatura cristiana posterior a Cristo no encontramos parábolas: el Pilgrim Progress de Bunyan, el Pilgrim Regress de Lewis y las tremendas novelas satíricas del Deán Swift, por ejemplo, son propiamente alegorías. Tampoco puede llamarse parábola sublime, como la calificó Macaulay, la Divina Comedia de Dante; ésta es un poema épico de una creación enteramente nueva, una epopeya espiritual, que preside toda la literatura romántica. En todo caso, lo que más se parecería a la parábola son los actuales relatos monstruosos de Kafka, o algunas de las últimas novelas de Hemingway.
En el Viejo Testamento se habla de las parábolas (o “semejanzas”) de Salomón y se dice que el Rey Sabio compuso 3.000 dellas. Pero las parábolas de Salomón que se han conservado no son sino comparaciones brevísimas, de contenido moral casi siempre, que tienen uno o dos dísticos solamente. Verdad es que aquí se encuentra el embrión del género que en los rabbíes posteriores se desarrolló; y en Cristo se consumó. En los rabbíes anteriores a Cristo se encuentran parábolas más extensas (como las que hemos citado de Elisha‑ben‑Abuyah y de Josef‑Bar‑Iudah en p. 60) pero todas las que conocemos tienen el carácter ya definido de “apólogos”.
El escritor modernista Samuel Butler –no S. Butler el satírico, sino S. Butler el pintor– y otros después de él, califica a las parábolas de Cristo de ”inmoralistas”. La aseveración es típica del escritor más impío que conocemos, al lado del cual Voltaire y su epígono Anatole France parecen simples nenes bocasucias. ¿Por qué? Porque, según el autor de The Way of All Flesh, las parábolas principales del Nazareno insinuarían máximas contrarias a la moral natural. Ignoraba el escritor inglés que su blasfema afirmación, que trasunta una ignorancia monumental, había sido refutada de antemano por un contemporáneo suyo, el danés Kirkegor, en su profunda doctrina de la distinción entre la “instancia ética” y la “instancia religiosa”, y en la sutil observación de que (p. 480) la “instancia religiosa” comporta una especie de “suspensión de la moral”, provisoria desde luego; y en el fondo sólo aparente.
Por lo demás, cualquier hombre con cultura artística sabe que cuando el artista crea símbolos o imágenes no por eso los aprueba o recomienda; se reduce a retratar una realidad. Que existen Mayordomos Pícaros, por ejemplo, es una realidad; y la conclusión de la parábola que dice que “los pícaros son más pícaros en sus negocios que los Buenos en los suyos” es una ironía de Cristo, como está dicho en su lugar, o como dijo exactamente Cristo que “los hijos de las tinieblas ven mas en sus cosas que en las propias los hijos de la luz”, lo cual es una verdad que tiene su justificación teológica, y que incluso se puede apoyar con Aristóteles. Aristóteles dijo que para las cosas divinas los ojos humanos son como los ojos del murciélago para el sol: a causa no de la deficiencia sino de la excelencia del objeto. Y así es justo que los fieles vean menos en sus cosas propias, que son las divinas, que no los pícaros en las suyas, que son las picardías. Mas Aristóteles añade, que ese conocimiento, aunque sea fragmentario y oscuro por exceso de luz tiene infinito más valor que el conocimiento de lo terreno, aunque sea mayor y más claro. Que un pagano tenga que enseñarle al hijo del clérigo Butler estas cosas…
Este dicho de Cristo funda la doctrina de la fe, de la que enseñan los teólogos que es obscura, y que desde el respecto de la claridad, la facilidad y el gozo de conocer, es inferior a la ciencia; pero no desde el respecto de su valor. (p. 477-80).
(…) (Aquí hace una descripción de una novela de Samuel Butler, novela que, al igual que su autor, es pérfida y la encarnación de la herejía del modernismo)
Hemos querido caracterizar a este escritor modernista antes de copiar su brulote contra las parábolas de Cristo y en realidad contra toda su doctrina, que dice así. “Ninguna de las parábolas puede ser interpretada literalmente con ventaja para el bienestar humano, excepto quizás la del buen Samaritano; ni tampoco el Sermón de la Montaña, salvo en algunos pasajes que eran en realidad patrimonio común de la Humanidad antes de la venida de Cristo. Las parábolas que todos aplauden son en realidad muy malas: el Mayordomo Pícaro, Los Operarios de la Viña, el Hijo Pródigo, El Rico y Lázaro, el Sembrador, las Vírgenes Cuerdas y Locas, la Vestidura Nupcial, el Hombre que plantó una Viña… todas son groseramente inmorales, o tienden a engendrar un concepto muy bajo del carácter de Dios, un concepto muy por debajo del promedio de los buenos reyes terrenales. (p. 485) Y cuando no Son inmorales o no tienden a degradar el carácter de Dios, Son las más simples paparruchas imaginables, tal que uno se asombra de ver que “eso” haya sido aceptado como predicado primigeniamente por el Cristo. Algunas máximas como las que inculcan la concordia y un cierto perdón de las injurias –con tal que sean practicables– son ciertamente buenas; pero el mundo no debe su descubrimiento a Jesucristo; y no tienen mucha influencia por cierto en la vida práctica de sus seguidores…”[3]
Claramente se ve aquí cómo esa permanente alusión a lo sobrenatural o irrupción de lo teológico en las parábolas, que les dan su sello propio y único en toda la literatura del mundo, ha sido malentendido por Butler, lo mismo que por los fariseos. Cristo lo sabía perfectamente: que su predicación tenía que ser “piedra de escándalo”, y “dichoso aquel que en mí no escandalice”, es decir, no tropiece. Y por eso contestó con divina ironía a los que le observaban:
“–¿Por qué les hablas en parábolas, si ya ves que no te entienden?
“–Para eso, para que no entiendan… y se pierdan”.
Respuesta de previsión, lucidez y dolor –que Butler calificará sin duda de “ferocidad”–, respuesta que quiere decir lo contrario de lo que dice, como es propio de la ironía. (p. 484-85)
El texto que sigue está tomado de:
Castellani, L., Las parábolas de Cristo, Ediciones Jauja, Mendoza, 1994, p. 16.
LAS PARÁBOLAS DE JESUCRISTO
Las Parábolas de Cristo contienen su enseñamiento popular; junto con sus discursos teológicos (muy diferentes de nuestros sermones teológicos), sus bendiciones y maldiciones, y sus profecías; aunque forman unidad con todo esto. Todo esto fue pronunciado en” estilo oral”; no son un libro escrito.
En nuestro “Evangelio de Jesucristo” hemos indicado el género de las parábolas: son como apólogos transcendentes o teológicos. Se puede decir que este género lo inventó y lo concluyó Cristo: aunque haya tenido precedentes e imitaciones débiles. No son fábulas, no son apólogos comunes, no son leyendas, no son consejas, no son novelas, no son poesía épica; son poesía simbólica. “La fábula es un género pueril y prosaico”, dice Menéndez y Pelayo; la parábola es un género pueril y poético.
Las parábolas de Cristo son 120, contando como tales las que comienzan por la fórmula: “Semejante es…” o algo similar; que habría que traducir más bien: “Parejo es…” o “A la par es…”; pues la realidad espiritual a que aluden no es propiamente parecida (y por eso hay una distorsión poco humana en muchas parábolas, una inverosimilitud literaria o una “exageración” que dijéramos), sino más bien análoga… en otro plano superior.
La realidad espiritual a que se refieren las parábolas es, si se mira bien, una sola. Pueden dividirse en parábolas acerca del mismo Cristo (El Buen Pastor) acerca del Reino de Dios (Los Invitados al Convite) y acerca de los Adversarios de Él (La Higuera Estéril). Pero estos tres hacen uno: la realidad espiritual de Cristo; el Dios terrenal en la tierra, la Tierra del Dios Terreno.
Muchas metáforas y comparaciones esmaltan los Evangelios, como por ejemplo: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”. Son como gérmenes de parábolas. Pero aquí nos ocuparemos solamente de las desarrolladas, aunque a veces tengan sólo 4 líneas, que suelen comenzar por la fórmula susodicha. También hay en el Evangelio “parábolas en acción”, como son casi todos los milagros.
La regla más importante de la pedagogía y la literatura es que hay que enseñar lo desconocido por medio de lo conocido; la regla teológica más importantes es que a Dios lo conocemos “por medio de las cosas visibles, comprendiéndolas”, como dijo San Pablo. Estas reglas confluyen en este género simple, primitivo, profundo y original. Las costumbres y las circunstancias lo imponían y el genio lo transfiguró.
Parábola significa en griego “arrojar una cosa al lado de otra”, de allí viene en español la “palabra” (como en italiano “parola” y “parla”, y en francés “parole”, en inglés “palaver”, en alemán “parole” y “pároli”) pero en griego no significa “palabra”, el “verbum” latino, que se perdió en castellano con ese significado, sino un “verbum” especial. En griego no dice “poner” una cosa al lado de otra, sino “arrojar”: las dos cosas pertenecen a planos distintos.
Otras características de las parábolas hemos explanado en nuestro “Evangelio de Jesucristo” (Apénd. III, pág. 387).
L.C.
Las frases textuales que siguen están tomadas del libro:
Castellani, L., Doce parábolas cimarronas, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina).
Las parábolas de Cristo son pequeñas obras de arte, indudablemente: arte elemental, todo lo que quieran. Este simple hecho, conocido hace veinte siglos, dirime por sola presencia tres difíciles problemas de Estética, a saber: 1 o, el proceso al Arte; 2°, el Arte y la Moral; 3°, esencia de la Belleza. (p. 185)
¿Habrá que decir pues que el Arte es lícito y decente sólo cuando es docente; cuando se vuelve un mero vehículo de una enseñanza, una edificación o una moralización: “fermosa cobertura de cosas útiles”, como definió a la Poesía el Marqués de Santillana? Ése es el segundo problema. Y que el Arte PUEDE hacer eso sin dejar de ser artístico lo dirimen, contra los exageradores del “arte puro”, las parábolas de Cristo. (p. 189)
Cuanto más noble y elevada sea el alma del artista al crear, alcanza esferas más altas de belleza. Los santos que han sido artistas (pocos) y que han “ejercido” su arte (más pocos aún) son la cumbre de la Humanidad. Y eso fueron las parábolas de Cristo, malgrado la tenuidad y sencillez de su materia y de su formalidad artística. (p. 192)
La Belleza, que es el objeto del Arte, tiene que ver con la Verdad y el Bien ontológicos, que son dos nombres de Dios, y cuya búsqueda no es peligrosa, al contrario; pero la Belleza es (p. 193) el resplandor desos Transcendentales a través o por medio de las cosas sensibles; y el Hombre está demasiado apegado a lo sensible, y sus sentidos están desordenados: “concupiscencia” llaman los teólogos no solamente al desequilibrio más notorio respecto a la lujuria, sino respecto a todas las cosas creadas, incluido el propio YO. (p. 192-3)
“El Arte sirve al lujo; y el lujo y la lujuria están cerca. El Arte es un lujo intelectual, un lujo del alma; y el alma lujosa orilla el orgullo. El Arte juega, es un juego, pero juega a la creación, como Dios, y por eso está cerca de la idolatría. El Arte tiene que ver con lo divino: mas el fin último del hombre no es lo divino sino Dios mismo, personal, infinito e inaccesible, anoser por la Gracia.
“Esto explica las inmensas desviaciones o aberraciones que hallamos en su historia; la desconfianza que han nutrido hacia él muchos hombres religiosos, e incluso las monstruosidades en que se ha precipitado en nuestros días al llamado “Arte Moderno”.
“Una sección del Arte de hoy ha seguido la correntada de su época, y se ha vuelto “hereje”, no ya solamente respecto a la religión, mas respecto a la razón: se ha sublevado incluso contra la misma natura: hacen poemas “sin sentido”, es decir, insensatos; quieren pintar cuadros “sin objetos”, como si el ojo, (p. 194) sujeto de la pintura, pudiese ver la luz en sí misma y no refractada en las cosas, digamos. Blasfema contra el Creador, pretende descrear; busca la fealdad por ejemplo, lo inarmónico, lo disonante, lo antirracional, lo imposible, incluso lo monstruoso. Hacer Madonas que eran solo hermosas mujeres o San Sebastianes que eran bellos mancebos desnudos fue una leve blasfemia del Renacimiento contra Cristo; mas hoy el arte blasfema contra el Padre, cuando, presa de extraño furor intenta demoler las formas naturales, y proyectar del fondo del alma lo deforme; e incluso blasfema contra el Espíritu Santo, cuando pretende encerrar en la poesía o en la plástica la desesperación o la negación satánica; cuando usa los mágicos instrumentos de la expresión para aniquilar en los pechos no solamente la religión, mas aun la esperanza natural, el equilibrio, el entendimiento y la cordura. Signo de nuestro tiempo, el Arte caótico y degenerado no hace más que expresar en sus extravíos a la época atea y convulsa, y en justo castigo, es herido de esterilidad. No se puede ya hablar solamente de inmoralidad o corrupción, directamente, degeneración. “Y tomé la vara llamada Belleza, dijo Dios, y la rompí; para volver nulo mi pacto con todos los pueblos” (Zac. X, 11)” (p. 193-4)
Con Cristo comienza el arte cristiano, el cual sí existe, a pesar de Bloy … como lo prueban las mismas obras de Bloy: inmensamente imperfecto y siempre descontento y decepcionante. Hegel anotó la diferencia esencial del Arte Cristiano (que él llama “Romántico”) con el Arte Oriental simbólico, y el Arte Griego apolíneo. Es “abierto al infinito”, es decir, es desgarrado, traspasado. Las parábolas de Cristo parten del Arte Oriental religioso y simbólico, mas no paran en el Arte clásico, apolíneo y perfecto -limitado. Rompen la simetría apolínea, contienen “exageraciones”, es decir, fracturas de líneas y módulos, desarmonías, movimiento – hacia arriba. Esa característica del Arte Cristiano llega a su exasperación en el barroco, que es justamente el vicio de sus virtudes. El Arte Cristiano quiere indicar, guiar, mover, más que definir o apaciguar en lo terreno. Es un Arte vulnerado, que sangra de manos, pies y costado. La muerte ha entrado solemnemente en él, la muerte y la vida futura. Lo inefable lo obsede; y por eso no puede cerrarse elegantemente sobre sí misma, en la curva perfecta del Arte Griego, contenta con (p. 196) el mundo de acá. Ningún griego hubiese podido escribir la Divina Commedia; hubiese escrito solamente el Inferno, o solamente el Paradiso; mas Dante intenta fundir en una sola visión (sin conseguirlo del todo) sus tres orbes inquietantes. (p. 195-6)
Las parábolas de Cristo son pequeñas creaciones de belleza artística adaptadas humildemente al auditorio; de belleza secreta contenida y modesta, que por su contenido trascendental se elevan sobre todas las creaciones más complicadas del arte humano. (p. 199)
De todo esto se sigue que una parábola de Cristo es superior en su sencillez que La Ilíada y La Odisea.
(…) Todas esas obras de arte refinadas que mencioné no existirían sin el desarrollo durante siglos de la literatura cristiana, cuyo origen está en ese “nabí” de Nazareth, que resultó ser el Cristo o Mesías. (p. 202)
[1]El autor se refiere al cuerpo militar que en el siglo pasado se reclutaba en el Ejército argentino para luchar contra los indios [N. del E.].
[2] El libro impreso (p. 478) dice: “son humanos en vez de beluinos”, pero la palabra beluinos parece que no existe en castellano.
[3]The Fair Haven, London, Watts and Co., 1938, p. 34.
San Gregorio Magno
La Parábola del Sembrador
(Fragmento)
Retened en vuestro corazón las palabras del Señor que habéis escuchado con vuestros oídos; porque la palabra de Dios es el alimento del alma; y la palabra que se oye y no se conserva en la memoria es arrojada como el alimento, cuando el estómago está malo. Pero se desespera de la vida de quien no retiene los alimentos en el estómago; por consiguiente, temed el peligro de la muerte eterna, si recibís el alimento de los santos consejos, pero no retenéis en vuestra memoria las palabras de vida, esto es, los alimentos de justicia. Ved que pasa todo cuanto hacéis y cada día, queráis o no queráis, os aproximáis más al juicio extremo, sin perdón alguno de tiempo. ¿Por qué, pues, se ama lo que se ha de abandonar? ¿Por qué no se hace caso del fin a donde se ha de llegar? Acordaos de que se dice: “Si alguno tiene oídos para oír que oiga”. Todos los que escuchaban al Señor tenían los oídos del cuerpo; pero el que dice a todos los que tienen oídos: “Si alguno tiene oídos para oír, que oiga”, no hay duda alguna que se refería a los oídos del alma. Procurad, pues, retener en el oído de vuestro corazón la palabra que escucháis. Procurad que no caiga la semilla cerca del camino, no sea que venga el espíritu maligno y arrebate de vuestra memoria la palabra. Procurad que no caiga la semilla en tierra pedregosa, y produzca el fruto de las buenas obras sin las raíces de la perseverancia. A muchos les agrada lo que escuchan, y se proponen obrar bien; pero inmediatamente que empiezan a ser molestados por las adversidades abandonan las buenas obras que habían comenzado. La tierra pedregosa no tuvo suficiente jugo, porque lo que había germinado no lo llevó hasta el fruto de la perseverancia. Hay muchos que cuando oyen hablar contra la avaricia, la detestan, y ensalzan el menosprecio de las cosas de este mundo; pero tan pronto como ve el alma una cosa que desear, se olvida de lo que se ensalzaba. Hay también muchos que cuando oyen hablar contra la impureza, no sólo no desean mancharse con las suciedades de la carne, sino que hasta se avergüenzan de las manchas con que se han mancillado; pero inmediatamente que se presenta a su vista la belleza corporal, de tal manera es arrastrado el corazón por los deseos, como si nada hubiera hecho ni determinado contra estos deseos, y obra lo que es digno de condenarse, y que él mismo había condenado al recordar que lo había cometido.
Muchas veces nos compungimos por nuestras culpas y, sin embargo, volvemos a cometerlas después de haberlas llorado. Así vemos que Balaán, contemplando los tabernáculos del pueblo de Israel, lloró y pedía ser semejante a ellos en su muerte, diciendo: Muera mi alma con la muerte de los justos y mis últimos días sean parecidos a los suyos; pero inmediatamente que pasó la hora de la compunción, se enardeció en la maldad de la avaricia, porque a causa de la paga prometida, dio consejos para la destrucción de este pueblo a cuya muerte deseara que fuera la suya semejante, y se olvidó de lo que había llorado, no queriendo apagar los ardores de la avaricia.
San Atanasio de Alejandría
Homilía sobre la siembra
(nº 2.3.4)
(PG 28, 146-150)
Pasaba el Señor por unos sembrados: el grano de trigo por entre las mieses; aquel grano de trigo espiritual, que cayó en un lugar concreto y resucitó fecundo en el mundo entero. Él dijo de sí mismo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
Pasaba, pues, Jesús por unos sembrados: el que un día habría de ser grano de trigo por su virtud nutritiva, de momento es un sembrador, conforme se dice en los evangelios: Salió el sembrador a sembrar. Jesús, es verdad, esparce generosamente la semilla, pero la cuantía del fruto depende de la calidad del terreno. Pues en terreno pedregoso fácilmente se seca la semilla, y no por impotencia de la simiente, sino por culpa de la tierra, pues mientras la semilla está llena de vitalidad, la tierra es estéril por falta de profundidad. Cuando la tierra no mantiene la humedad, los rayos solares penetrando con más fuerza resecan la simiente: no ciertamente por defectuosidad en la semilla, sino por culpa del suelo.
Si la semilla cae en una tierra llena de zarzas, la vitalidad de la semilla acaba siendo ahogada por las zarzas, que no permiten que la virtualidad interior se desarrolle, debido a un condicionante exterior. En cambio, si la semilla cae en tierra buena no siempre produce idéntico fruto, sino unas veces el treinta, otras el sesenta y otras el ciento por uno. La semilla es la misma, los frutos diversos, como diversos son también los resultados espirituales en los que son instruidos.
Salió, pues, el sembrador a sembrar: en parte lo hizo personalmente y en parte a través de sus discípulos. Leemos en los Hechos de los apóstoles que, después de la lapidación de Esteban, todos —menos los apóstoles— se dispersaron, no que se disolvieran a causa de su debilidad; no se separaron por razones de fe, sino que se dispersaron. Convertidos en trigo por virtud del sembrador y transformados en pan celestial por la doctrina de vida, esparcieron por doquier su eficacia.
Así pues, el sembrador de la doctrina, Jesús, Hijo unigénito de Dios, pasaba por unos sembrados. Él no es únicamente sembrador de semillas, sino también de enseñanzas densas de admirable doctrina, en connivencia con el Padre. Este es el mismo que pasaba por unos sembrados. Aquellas semillas eran ciertamente portadores de grandes milagros.
Veamos ahora lo concerniente a la semilla en el momento de la sementera, y hablemos de los brotes que la tierra produce en primavera, no para abordar técnicamente el tema, sino para adorar al autor de tales maravillas. Van los hombres y, según su leal saber y entender, uncen los bueyes al arado, aran la tierra, ahuecan las capas superiores para que no se escurran las lluvias, sino que empapando profundamente la tierra hagan germinar un fruto copioso. La semilla, arrojada a una tierra bien mullida, goza de una doble ventaja: primero, la profundidad y la frescura de la tierra; segundo, permanece oculta, a resguardo de la voracidad de las aves. El hombre hace ciertamente todo lo que está en su mano; pero no está a su alcance el hacer fructificar. Al hombre le toca sembrar; a Dios, dar el crecimiento. Cuando la semilla comienza a brotar y crece, de la espiga se desprende y el fruto lo indica si se trata de trigo o de cizaña.
Habéis comprendido lo que acabo de decir; ahora debo dar un paso más y apuntar a realidades más espirituales. Por medio de los apóstoles, sembró Jesús la palabra del reino de los cielos por toda la tierra. El oído que ha escuchado la predicación la retiene en su interior; y echa hojas en tanto en cuanto frecuente asiduamente la Iglesia. Y nos reunimos en un mismo local tanto los productores de trigo como de cizaña; así el infiel como el hipócrita, para manifestar con mayor verismo lo que se predica. Nosotros, los agricultores de la Iglesia, vamos metiendo por los sembrados el azadón de las palabras, para cultivar el campo de modo que dé fruto. Desconocemos aún las condiciones del terreno: la semejanza de las hojas puede con frecuencia inducir a error a los que presiden. Pero cuando la doctrina se traduce en obras y adquiere solidez el fruto de las fatigas, entonces aparece quién es fiel y quién es hipócrita.
San Agustín
Sermón 101,3
(Fragmento)
“Dice Pablo en sus escritos que fue enviado a predicar el Evangelio allí donde Cristo aún no había sido anunciado. Pero, como aquella otra siega ya tuvo lugar y los judíos que quedaron eran paja, prestemos atención a la mies que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo Señor; Él estaba, en efecto, en los apóstoles, pues también Él cosechó; nada hicieron ellos sin Él; Él sin ellos es perfecto, y a ellos dice: ‘sin Mí nada podéis hacer’ (Jn 15, 5). ¿Qué dice Cristo, sembrando entre los gentiles? ‘Ved que salió el Sembrador a sembrar’ (Mt 13, 3). Allí se envían segadores a cosechar; aquí sale a sembrar el sembrador no perezoso. Pero, ¿qué tuvo que ver con esto el que parte cayera en el camino, parte en tierra pedregosa, parte entre espinas? Si hubiera temido a esas tierras malas, no hubiera venido tampoco a la tierra buena. Por lo que toca a nosotros, ¿qué nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de judíos y de la paja? Lo único que nos atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser espinas, sino tierra buena. -¡Oh Dios! Mi corazón está preparado- (Sal 56, 8) para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, pero siempre es trigo”.
Guión Domingo XV Tiempo Ordinario – Ciclo A
16 de Julio 2023
Entrada: Pidamos en esta Eucaristía que el Señor nos de un corazón nuevo y un espíritu nuevo para ser dóciles a su Palabra santificadora.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Isaías 55, 10- 11
Así como la lluvia cae del cielo, así Cristo desciende saliendo de la boca del Padre para cumplir su misión.
Salmo Responsorial: 64
Segunda Lectura: Romanos 8, 18- 23
Toda la creación espera ansiosamente la revelación de los hijos de Dios.
Evangelio: Mateo 13, 1- 23 o bien 13, 1- 9
La divina Sabiduría, el Verbo, manifestó a los hombres los misterios del Reino de los Cielos por medio de parábolas. Escuchemos la parábola del sembrador.
Preces: D. T. O XV
Dios siembra la semilla de su Reino entre nosotros. Pidámosle, hermanos, para que nuestro mundo sea la tierra buena.
A cada intención respondemos cantando:
- Por el consuelo y fortaleza del Papa y los obispos en el gobierno de la santa Iglesia, para que sepan guiarla a Cristo en medio de las dificultades del mundo. Oremos.
- Por la Paz en el mundo entero, para que los corazones se abran a la misericordia de Dios que quiere que todos los hombres se salven y vivan en la serenidad y el orden que nos viene por la unión con El.
- Por los más pobres para que recibiendo la palabra de Dios en su corazón, crezcan y se animan en la esperanzan de poseer la riqueza de la fe en Cristo, que les dará el cielo por haber padecido en esta tierra. Oremos.
- Por nosotros aquí reunidos para que seamos dóciles a la Palabra de Dios para que pueda dar fruto en abundancia de conversión y santificación. Oremos.
Escucha nuestra oración, Padre Santo, tú que quieres bendecirnos con toda clase de bienes espirituales. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Ofrecemos:
*Pan y Vino, para que todo Cristo se haga presente de manera sacramental.
Comunión: Verbo hecho carne por mí, haz que al entrar en mi corazón más te ame y te siga según los deseos de tu adorable Corazón.
Salida:
Después de haber participado en los sagrados misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo, vayamos al mundo con la alegría y el optimismo propios del cristiano. Sepamos comunicar a los demás el gozo del Evangelio, que es la Buena Noticia de Jesús.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)