PRIMERA LECTURA
Estableceré una nueva alianza
Y no me acordaré más de su pecado
Lectura del libro de Jeremías 31, 31-34
Llegarán los días —oráculo del Señor— en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque Yo era su dueño —oráculo del Señor—.
Ésta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo.
Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande—oráculo del Señor—. Porque Yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 50, 3-4.12-15
R. Crea en mí, Dios mío, un corazón puro.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas!
¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
y renueva la firmeza de mi espíritu.
No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga:
yo enseñaré tu camino a los impíos
y los pecadores volverán a ti. R.
SEGUNDA LECTURA
Aprendió qué significa obedecer y llegó a ser causa de salvación eterna.
Lectura de la carta a los Hebreos 5.7-9
Hermanos:
Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquél que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, Él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 12, 26
“El que quiera servirme, que me siga,
Y donde Yo esté, estará también mi servidor”, dice el Señor.
EVANGELIO
Si el grano de trigo que cae en tierra muere, da mucho fruto
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo Según san Juan 12, 20-33
Había unos griegos que habían subido a Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua. Éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les respondió:
“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde Yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”.
Entones se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo voy a glorificar”.
La multitud, que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”.
Jesús respondió:
“Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando Yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Palabra del Señor
P. José María Solé Roma, C. M. F.
Sobre la Primera Lectura (Jer 31,31-34)
Esta profecía es considerada la perla más preciosa del Libro de Jeremías:
– Prenuncia que tras el fracaso definitivo de la Alianza del Sinaí, va ella a ser sustituida por una Alianza Nueva y Eterna. A Jeremías debemos esta expresión: ‘Nueva Alianza’, que se nos ha hecho tan familiar.
– Como características de la Nueva Alianza, frente a la cual es muy imperfecta, y sólo prefigurativa, y por tanto abolida, la Vieja Alianza, señala Jer:
- a) Su ‘Interioridad’. En la Alianza Vieja, Ley escrita en tablas de piedra. En la Alianza Nueva, Ley escrita en los corazones.
- b) La ‘intimidad’ y cordialidad de relaciones entre Dios y nosotros. Recogiendo este espíritu de la Nueva Alianza, cual la promete Jeremías y luego Ezequiel, resume San Pablo: ‘Moraré y viviré en medio de ellos. Y seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y seré para vosotros Padre; y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor’ (2 Cor 6, 17; cfr Ez 37, 27; Jer 31, 33).
- c) El perdón total de todos los pecados. La iluminación interior de todas las almas (v 35).
– Esta Nueva Alianza ha quedado inaugurada con la muerte y resurrección de Cristo. Esto nos enseña claramente el mismo Jesús cuando al instituir el Memorial perenne de su Sacrificio Redentor dice:
‘Este Cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, la que por vosotros es derramada'(Lc 22, 20): ‘Esta es mi sangre de la Alianza que es por todos derramada en remisión de los pecado'(Mt 26,28). San Pablo argumenta: ‘Al decir ‘nueva’ declara caducada la anterior (Heb 8, 13). La ‘Alianza’ del Calvario nos da en verdad y plenitud lo que la del Sinaí sólo podía dar en sombra y figura: Perdón de los pecados; vivencia filial con el Padre; inhabitación del Espíritu Santo.
Sobre la Segunda Lectura (Heb 5, 7-9)
Cristo es el Único-Sumo-Eterno-Sacerdote de la Nueva Alianza:
– Primeramente se nos da la definición y condiciones del sacerdote (vv 1-4): El sacerdote debe ser:
- a) Miembro de la familia humana; b) Representar a los hombres ante Dios; c) Ofrecer sacrificios expiatorios; d) Tener entrañas de compasión con sus hermanos los hombres; e) Ser llamado y aceptado por Dios al sacerdocio. Es evidente que nadie como Cristo tiene estas condiciones: Verbo Encarnado, Hombre-Dios, es Pontífice sumo y único. Entre las figuras del Viejo Testamento prefigura el sacerdocio de Cristo, mejor aún que el sacerdocio de Aarón, el de Melquisedec. La Escritura presenta a Melquisedec Rey de Salem y sacerdote del Altísimo (Gén 14, 18), ‘Tipo’ muy logrado del Mesías: Rey-Sacerdote (Heb 7, 1-24.).
– En los v.v. de la lectura litúrgica de hoy nos pone de relieve cómo en el sacerdocio de Cristo, Sacerdote y Víctima forman una única unidad. El Decreto de Dios que le confiere el sacerdocio eterno (v 6), le llama también a ser Víctima (Jn 10, 18). La aceptación voluntaria y amorosa con que el Hijo Encarnado cumple la voluntad del Padre, dan al ‘Siervo-Hijo’ la experiencia dolorosa de la obediencia; pero a la vez le constituyen Sacerdote Perfecto y Víctima perfecta:
– ‘Sacerdote Perfecto’: ‘Porque no tenemos un Pontífice incapaz de compadecerse de nuestras flaquezas; antes bien, a excepción del pecado, ha sido en todo probado igual que nosotros’ (Heb 4, 15). Nos gana el amor y la confianza este nuestro Pontífice ‘que en los días de su vida mortal ofreció plegarias y súplicas con vehemente clamor y lágrimas’ (v 7)
– ‘Víctima Perfecta’: consumado su Sacrificio-Obediencia, es glorificado a la diestra del Padre. ‘Y glorificado, viene a ser para cuantos le obedecen (creen en El) autor de salvación eterna’ (v 9). En razón de este su sacerdocio eterno podemos orar así: ‘Te pedimos, Dios Todopoderoso, que nos consideres siempre como miembros de Aquel en cuyo Cuerpo y Sangre comulgamos’.
Sobre el Evangelio (Juan 12,20-33)
Muy cercanos ya a la conmemoración del ministerio Redentor leemos esta emotiva escena:
– Un grupo de gentiles, adheridos a la fe y esperanza de Israel (Hech. 10, 2), buscan con grande deseo a Jesús. Jesús ve en ellos las primicias del fruto de su Pasión. A ésta la llama su ‘glorificación’, porque levantado en la cruz atraerá a Sí todos los corazones (Jn 8, 28).
– Los v.v. 24-26 recogen hermosas instrucciones de Jesús sobre el valor del sufrimiento. El dolor es valorizado. Los seguidores de Cristo debemos ahora acompañarle en la cruz; con esto entramos en el misterio de la Redención y adquirimos el derecho de ser partícipes de su Gloria (vv 24-26).
– La escena de los v.v. 27-29 evoca la de Getsemaní: La ‘Hora’ ya tan cercana sume el alma de Jesús en suma angustia. Jesús clama al Padre le libere de aquella Hora (v 26). Como en Getsemaní, tras este grito de su voluntad natural, su voluntad racional se entrega totalmente a la del Padre. Acepta el Sacrificio para gloria del Padre (v 28). También como en Getsemaní, el Padre envía consuelo y vigor a su Hijo (28b). El Hijo, por su amor y obediencia, con su Sacrificio, glorifica al Padre (v 28), derrota a Satanás (v 31) y salva a todos los hombres (v 32).
(Solé Roma, J. M., Ministros de la Palabra, ciclo “B”, Herder, Barcelona, 1979)
Mons. Fulton Sheen
“Si el grano de trigo no muere…”
En Caná, nuestro Señor había dicho a su Madre que su “hora” aun no había llegado; durante su ministerio público, nadie pudo ponerle la mano encima, porque “aún no había llegado su hora”; pero ahora anunciaba, pocos días antes de su muerte, que había llegado el momento en que sería glorificado. La glorificación se refería a los más hondos abismos de humillación en la cruz, pero se refería también a su triunfo. Él no decía que era para Él inminente la hora en que había de morir, sino la hora de ser glorificado. Asociaba el Calvario a su triunfo, de la misma manera que cuando dijo, después de su resurrección, a los dos discípulos de Emaús:
¿Acaso no era necesario que el Cristo
Padeciese estas cosas,
y entrase en su gloria?
Lc 24, 26
De momento a sus seguidores les parecía la cruz el más profundo abismo de humillación; para Él constituía la cima de la gloria. Pero las palabras que dirigió a los griegos daban a entender que también los gentiles constituirían un elemento de glorificación. La muralla que separaba a los judíos de los gentiles iba a ser derribada. Desde el primer momento, veía Jesús crecer los frutos de la cruz en tierra pagana.
La respuesta que dio a los griegos fue sumamente apropiada. El ideal de aquellos hombres no era la renunciación a sí mismo, sino la belleza, el vigor, la sabiduría. Despreciaban las exageraciones, los extremismos. Apolo era el extremo opuesto a nuestro Señor, del que Isaías había profetizado que no habría en Él “Hermosura” cuando pendiera clavado en la cruz.
Para hacer familiar a los griegos la idea de la redención, Jesús empleó un ejemplo tomado de la naturaleza:
En verdad, en verdad os digo que a menos que el grano de trigo
caiga en tierra y muera,
queda solo; mas si muere, lleva mucho fruto.
Jn 12, 24 s
Había usado a menudo muchas parábolas acerca de las semillas y la siembra, y se había designado a sí mismo como semilla; “La Palabra es una semilla”. En una parábola comparó su misión con una semilla que caía en diferentes clases de suelo, lo cual significaba el modo diferente como las diversas almas respondían a su gracia. Ahora revelaba que su vida alcanzaría su mayor influencia por medio de su muerte. La naturaleza, decía, está marcada con una cruz; la muerte es condición para una nueva vida. Los discípulos habrían querido conservarle a El como una semilla guardada en un granero de sus vidas mezquinas. Pero si no moría para poder dar una vida nueva, sería una cabeza sin cuerpo, un pastor sin rebaño, un rey sin reino.
Uno preguntaba si tal vez los griegos, conociendo que la vida de Jesús se hallaba en peligro, le sugirieron que fuera a Atenas para escapar del hado cruel que le amenazaba. Jerusalén, quizá le advirtieron, intentaba darle muerte; Atenas había dado muerte sólo a uno de los grandes maestros; y le había pesado profundamente desde entonces. Sea lo que fuere, el caso es que Jesús les recordó que Él no era simplemente una maestro; que si estuviera entre ellos no sería para desempeñar el papel de un Platón o de un Solón. De esta forma, puede que ciertamente salvara la vida, pero no podría cumplirse el propósito por el que había venido a este mundo.
La naturaleza humana, vino a decir a los griegos, no alcanza su grandeza por medio de la poesía y el arte, sino pasando a través de una muerte. Es probable que incluso hablara del “grano de trigo” para inferir en ello que Él era el Pan de Vida. La naturaleza es un libro de Dios, como el Antiguo Testamento, aunque no sobrenatural como este último. Pero el dedo de Dios escribió sobre ambos libros la misma lección. La simiente se corrompe para poder convertirse en planta. Aplicando la ley a la naturaleza, Él dijo a los griegos que, si seguía viviendo, su vida resultaría impotente, estéril. No había venido para ser un moralista, sino un Salvador. No venía para añadir algo a los preceptos de Sócrates, sino para dar una vida nueva; pero ¿cómo podía la semilla dar una vida nueva sin el Calvario? Como dijo San Agustín “Él mismo fue el grano que había de ser muerto y multiplicado; muerto por la incredulidad de los judíos, multiplicado por la fe de todas las naciones”.
Inmediatamente vino la segunda lección; debían aplicar a sí mismo el ejemplo de su muerte:
El que ama su vida, la perderá:
y el que aborrece su vida en este mundo
la guardará para vida eterna.
Jn 12, 25
Jamás se realiza algún bien verdadero sin que cueste algo al que lo realiza. Al igual que en las impurezas legales mencionadas en el Antiguo Testamento, toda purificación y limpieza se efectúa mediante derramamiento de sangre. La conducta basada en la propia suficiencia o en seguir ciegamente los instintos recibió su golpe de gracia en esta conversación de Jesús con los griegos. La cruz puesta en práctica es autodisciplina y mortificación del orgullo, de la sensualidad, de la avaricia, sólo de esta manera, dijo, pueden los corazones duros quebrantarse y los caracteres difíciles hacerse apacibles.
Los griegos habían venido a nuestro Señor diciendo “Quisiéramos ver a Jesús”, probablemente debido a la majestad y belleza, que como adoradores del dios Apolo tanto apreciaban. Pero Él aludió al aspecto maltrecho que ofrecería una vez estuviera en la cruz, y añadió que únicamente mediante la cruz podría haber en la vida de ellos la belleza del alma en la nueva vida regenerada.
Luego hizo una pausa, mientras su alma se sentía acongojada ante la idea de su inminente pasión, ante la idea de que sería “hecho pecado”, traicionado, crucificado y abandonado. De las honduras de su sagrado corazón brotaron estas palabras:
Ahora está turbada mi alma.
¿Y qué diré? Padre, ¡Sálvame de esta hora!
Mas por esto mismo vine a esta hora.
Jn 12, 27
Estas son casi las mismas palabras que usó más adelante en el huerto de Getsemaní, palabras que resultan inexplicables salvo si se dice que Él estaba llevando el peso de los pecados del mundo. Era muy natural que nuestro Señor sufriera una lucha tanto era un hombre perfecto. Pero no eran sólo los padecimientos físicos los que le conturbaban; Él, al igual que los estoicos, los filósofos, hombres y mujeres de todas las épocas, podía haberse mostrado sereno frente a las grandes pruebas de orden físico. Pero su desolación era menos por el dolor que por la conciencia que tenía de la gravedad de los pecados del mundo que tales sufrimientos reclamaban. Cuanto más amaba a aquellos a quienes iba a servir de rescate tanto mayor era la angustia que afligía su alma, de la misma manera que las faltas de los amigos hacen sufrir más que las de los enemigos.
Desde luego, Él no pedía ser salvado de la cruz, puesto que había reprendido a los apóstoles por tratar de disuadirle de ir a ella. Dos extremos opuestos se juntaban en Él, aunque distintos solamente por su intensidad: el deseo de liberarse de los sufrimientos y la sumisión a la voluntad del Padre. Dijo a los griegos que el sacrificio de sí mismo no era cosa fácil, y se lo dijo entregando su propia vida. No debían ser fanáticos en cuanto a desear la muerte, ya que la naturaleza no desea crucificarse; pero, por otro lado, no habían de apartar sus ojos de la cruz, dominados por un cobarde temor. En su propio caso, ahora como siempre, los momentos más penosos se convertían en los más gozosos; no hay jamás cruz sin resurrección; la “hora” en la que el mal ejerce su dominio se convierte rápidamente en el “día” en el que Dios es vencedor.
Sus palabras fueron una especie de soliloquio. ¿A quién se volvería en esta hora? No a los hombres, porque ellos son precisamente quienes necesitan la salvación. “Solamente mi Padre, que me envió a esta misión de rescate, es quien puede sostenerme y librarme. Ésta era la hora para la cual fue creado el tiempo; a la que señalaban Abel, Abraham, y Moisés. He llegado a esta hora y debo someterme a ella.”
Vino una voz del cielo:
Ya le he glorificado,
Y otra vez lo glorificaré
Jn 12, 28.
La voz del Padre había venido a Él en otras dos ocasiones: en su bautismo, cuando se presentó como el Cordero de Dios para ser sacrificado por el pecado; en su transfiguración, cuando hablaba de su muerte a Moisés y Elías, bañado de radiante gloria. Ahora la voz venía no junto a un río ni en la cima de una montaña, sino en el templo, a oídos también de los representantes de los gentiles. “Le he glorificado” podía referirse a la gloria que el Padre le había concedido hasta el momento de su muerte; “y otra vez le glorificaré” podría referirse a los frutos producidos por la gracia de Dios después de la resurrección y ascensión de su Hijo. Es posible también que, ya que Jesús estaba hablando a los gentiles en el recinto del templo de los judíos, la primera parte se refiriera a la revelación hecha a los judíos; y la segunda a la que se haría a los gentiles después de pentecostés.
En cada una de las tres manifestaciones del Padre, nuestro Señor se hallaba orando a éste y sus padecimientos estaban fijos en su mente. En esta ocasión, lo que se proclamó fueron los efectos de su muerte redentora.
No por mi causa ha venido esta voz,
sino por causa de vosotros.
Ahora es el juicio de este mundo;
ahora el príncipe de este mundo
será echado fuera.
Jn 12, 30-31
El Padre habló para convencer a los oyentes de Jesús el propósito de su misión, no para dar al mundo otro código, sino para darle una nueva vida por medio de la muerte. habló como si la redención se hubiera realizado ya. El juicio a que se sometía el mundo era su cruz. Todos los hombres, dijo, tienen que ser juzgados por ella. Estarán sobre ella, tal como él invitaba a los griegos a subir a la cruz, o bajo ella, como estarían los que le crucificaron. La cruz revelaría el estado moral del mundo. Por un lado, mostraría la profundidad del mal por medio de la crucifixión del Hijo de Dios; por otro lado, haría evidente la misericordia de Dios al perdonar a todos aquellos que “toman su cruz diariamente” y le siguen. No era Él, sino Satán, quien había de ser echado fuera. Lo único que importaba era la cruz; enseñanzas, milagros, cumplimiento de profetas, todo esto estaba subordinado a su misión sobre la tierra, había de ser igual que un grano de trigo que había de pasar por el invierno del Calvario y luego convertirse en el Pan de Vida. Más adelante san Pablo recogió también el tema de la semilla que muera para revivir, y lo expuso a los corintios.
Y murió por todos,
para que los que viven
no vivan ya para sí,
sino para aquel que por ellos murió,
y resucitó por ellos.
De manera que nosotros, de ahora en adelante,
no conocemos a nadie según la carne:
y aunque hayamos conocido a Cristo según la carne,
ahora, empero, ya no le conocemos así.
II Cor 5, 15-16
(MONS. FULTON SHEEN, Vida de Cristo, Barcelona, Ed. Herder, 1996, 294-298)
P. Alfredo Sáenz, S.J.
CRISTO ANUNCIA LA PROXIMIDAD DE SU “HORA”
Este domingo cierra la serie de los domingos de Cuaresma y, en cierto modo, nos introduce ya en el tema central del año litúrgico: el Misterio Pascual. El episodio que nos relata la perícopa evangélica que acabamos de escuchar se ubica en los últimos días de la vida de Jesús, en los días que precedieron inmediatamente a su Pasión. Durante toda su existencia, Cristo no soñó con otra cosa que con su Pasión, su bautismo de sangre, sus bodas de sangre. Los preliminares de ese acto supremo fueron su unción en Betania, su solemne entrada en Jerusalén, y este encuentro con los gentiles o griegos que, por intermedio de Felipe, quisieron conocer al Señor.
Los gentiles de nuestro evangelio eran extranjeros en Israel, pero simpatizaban con la religión de Moisés y hasta cierto punto observaban la Ley. El texto nos dice que habían venido a celebrar la fiesta, precisamente la fiesta de Pascua, en que Jesús había de morir. Su presentación ante el Señor fue como un presagio de la conversión del mundo gentil. En verdad tenía fundamento aquella frase envidiosa de los fariseos: “Todo el mundo se va tras él”. Cristo sería glorificado también por los gentiles: como Buen Pastor daría su vida para congregar en la unidad a griegos y judíos, es decir, a los potenciales hijos de Dios que estaban dispersos. Sin duda que mientras Jesús conversaba con estos extranjeros, tendría en su mente el exaltante panorama de esa gran multitud que a lo largo de los siglos se congregaría en su Iglesia.
Jesús les explicó el misterio de la próxima Pascua. No sería una Pascua como las demás, como la que los judíos celebraban todos los años. Sería la Pascua final, la definitiva, la que daría todo su sentido a la Pascua judía, la Pascua del propio Jesús. “Ha llegado la hora —les dice— en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Esta expresión, “la hora”, no es desdeñable. Pocos días después, diría Jesús en la Ultima Cena: “Padre, mi hora ha llegado”. Y cuando Judas se acercara al Huerto: “He aquí que ha llegado la hora”, exclamaría el Señor. Decir, pues, que ha llegado la hora significa que ha llegado el momento culminante de su vida, el momento soñado desde el instante de su encarnación. La hora de su glorificación. Pero esa hora pasaba inevitablemente por la cruz.
Impresiona escuchar de labios de Cristo la expresión que sigue: “Os aseguro que si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”. El mismo Jesús es el grano de trigo, que morirá en la cruz, que se hundirá en la tierra de su sepultura, que entrará en la oscuridad de la tumba. Pero esa, y no otra, es la condición de su fecundidad. Sólo así será capaz de comunicar la vida a los hombres que habían perecido. Si Cristo no hubiera muerto, permaneceríamos alienados, extraños a la vida de la gracia. La desintegración de la semilla es la condición de su fecundidad.
También a nosotros, amados hermanos, especialmente ahora que estamos ya por entrar en la Semana Santa, nos llega la invitación de Jesús: “El que quiera servirme, que me siga”. El servidor de Cristo debe seguir a Cristo, y el camino de Cristo pasa por el sacrificio. Si quiere salvarse, no podrá amarse a sí mismo; deberá aborrecerse en este mundo, si quiere guardarse para la vida eterna. La expresión es dura, pero es del Señor. Y no tenemos derecho a omitirla. El que se pone como centro a sí mismo, el que elude toda mortificación, el que sólo busca su felicidad terrena, el que ha resuelto darse todos los gustos en esta vida, en una palabra, “el que ama su vida, la perderá”.
Al decir estas cosas, Jesús comenzó a entrever lo amarga que sería su Pasión, y anticipó acá las palabras que luego pronunciaría con tono trágico en Getsemaní: “Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: Padre, líbrame de esta hora?”. A este grito alude el autor de la epístola a los hebreos, en el texto elegido para la segunda lectura de hoy: “Cristo dirigió, durante su vida terrena, súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte”. Porque si bien su espíritu estaba pronto, con todo su carne era aún flaca. Sin embargo, agrega enseguida: “¡Pero si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!”. Y entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. Ya había sido glorificado en su Bautismo del Jordán, así como a través de sus milagros, y sobre todo en los fulgores de su Transfiguración. Pero su Padre lo volvería a glorificar, esta vez de manera irreversible, resucitándolo de entre los muertos.
¡Qué drama comienza a desatarse en el corazón de Jesús! Él quiere la vida. Pero para alcanzarla, debe pasar por la muerte. Y ello no implica una decisión fácil. Por eso se advierte un dejo de angustia en su expresión. Sin embargo, como haría luego en el Huerto, acepta desde ya su sacrificio, acepta atravesar “su hora” como un atleta, acepta hacer su pascua, su tránsito al Padre: por la muerte a la vida. Máxime sabiendo que su aparente derrota, su temporal abandono, sería el preludio del triunfo definitivo, de su inagotable fecundidad, de su victoria total sobre el Príncipe de este mundo, como lo llama al demonio en el evangelio de hoy, que por la muerte del Salvador sería radicalmente expulsado de sus dominios. La lucha de Cristo con el demonio, con el adversario, afecta a toda la humanidad. El triunfo del Señor signaría la derrota del enemigo del linaje humano.
Tal será el fin del drama. Porque el efecto último del Misterio Pascual no es el juicio del mundo y del demonio, sino la capacidad de atraer a toda la humanidad hacia Cristo. Y ello comenzará a realizarse cuando Jesús sea elevado en alto, tema al que nos referimos el domingo pasado. Lo dice el Señor al fin del evangelio de hoy: “Cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. En este anuncio hay una alusión al género de muerte que se prepara a afrontar. Pero hay también un indicio de su elevación al cielo el día de su Ascensión, momento culminante de todo el proceso pascual.
Pronto nos vamos a acercar a recibir el Cuerpo de Jesús en la comunión. La Eucaristía es el memorial de la cruz del Señor. Jesús es el grano de trigo que ha muerto por nosotros para volverse eucaristía, que se ha dejado moler en la cruz para ofrecerse como alimento nuestro. Así se ha hecho fecundo y quiere, al penetrar en nuestro interior, dar mucho fruto. No se lo impidamos por nuestra negligencia. Dejemos que se introduzca en nosotros como la levadura en la masa.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 100-103)
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
Morir al mundo para engendrar vida sobrenatural
“En verdad, en verdad os digo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”.
No temen la muerte los que desprecian la vida natural porque no la valoran. No temer la muerte es antinatural. Muchos ídolos del mundo actual no temen morir porque no aman la vida. Tientan a Dios arriesgando inútilmente la vida. Cuando se está muerto en vida, lo que más se desea es morir para no seguir viviendo muerto. El que está a un paso del suicidio no le importa arriesgar la vida inútilmente.
No temen la muerte los que mueren cada día a la vida del mundo. “Cada día estoy a la muerte”…, “para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia”…, “con Cristo estoy crucificado”… Estos han superado el temor a la muerte, no antinaturalmente, sino, parangonando el valor real de la vida y la Vida. Han concluido que vale la pena entregar esta vida para alcanzar la Vida eterna.
Nosotros debemos temer la muerte natural, que es castigo del primer pecado, porque amamos la vida natural, que es don de Dios, y porque vivimos en esta vida la incoación de la otra vida y eso principalmente es lo que nos hace estar vivos en la vida. Sin embargo debemos aprender a superar el miedo a la muerte natural muriendo cada día al mundo y a nosotros mismos por la esperanza en la vida eterna.
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto”.
Jesús vino al mundo para darnos la vida eterna. Y nos la dio muriendo en la cruz.
Esto estaba en los planes de Dios. Así debía suceder. Dios lo había prefigurado desde antiguo: en la leña que cargó Isaac para su sacrificio y en el cordero que inmoló Abraham en lugar de su hijo; en el cordero inmolado en Egipto cuya sangre libró a los primogénitos de Israel y principalmente en la serpiente de bronce que mandó Dios construir a Moisés para librar de la muerte a los mordidos por las serpientes venenosas. Jesús se lo da a conocer a Nicodemo y a la gente próximo a su última Pascua entre los hombres.
Jesús dijo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Ese abandono del Padre celestial también estaba previsto en los planes de Dios sobre su Hijo. Este momento no se sustrajo a la providencia divina, como aparentemente parece indicar.
Jesús teme la muerte. “Ahora mi alma está turbada”, “Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa”, pero se sobrepone por el amor “no sea como yo quiero, sino como quieres tu” “y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! Padre glorifica tu Nombre”.
Y el temor es superado por el amor. El temor a la muerte natural, superado por el amor a Dios, que es el martirio. Jesús dio testimonio de su Padre muriendo en la cruz: “he venido a dar testimonio de la verdad”. Jesús dio infinitos frutos, “si el grano de trigo muere da mucho fruto”.
“El verdadero cristiano es deudor del martirio”. Si Jesús murió por mí y me rescató, soy propiedad suya. El puede pedirme que dé la vida por El. De hecho, en su providencia, elige a algunos para el martirio cruento y a otros para el martirio incruento, como en el caso de los consagrados en religión o el cristiano que acepta cada día la voluntad de Dios, manifestada en su deber de estado y en la cruz que Dios le ha dado. Los enfermos terminales que conocen su enfermedad y aceptan sus dolores por amor a Dios y al prójimo sufren una especie de martirio cruento e incruento a la vez. Pero, en definitiva, todos somos deudores de dar la vida por Jesús.
El dar la vida por otro es la mayor obra de amor. Jesús dio la vida por nosotros, mostrándonos el camino más perfecto para llegar al cielo, la muerte a nosotros mismos y la vida en El.
Para ver a Dios hay que morir físicamente, pero sólo lo podrán ver en verdad los que hayan muerto en esta vida, al demonio, al mundo, a la carne, es decir, a sí mismos, lo cual, es de temer.
La muerte mística es más dolorosa que la muerte física pero es necesaria para ver a Dios. El temor reverencial a Dios es el principio de la sabiduría y es el que nos va purificando y va matando en nosotros el hombre viejo, pero no podemos terminar en él. El temor a la muerte mística se supera por el amor a Dios. El temor reverencial cede el lugar al temor filial, don del Amor Increado.
Y la muerte del hombre viejo renace en un hombre transformado, el hombre nuevo imagen de Jesús, que da muchos, abundantes frutos, porque el hombre nuevo vive en el amor y el amor produce obras grandes.
El hombre nuevo que surge vivificado por el amor, se manifiesta en la creatividad religiosa prevista por Dios eternamente para él. Ya se da esa creatividad al morir el hombre viejo y renacer el hombre nuevo pero se manifiesta en las obras. Una de ellas es el martirio cruento.
La creatividad religiosa es un colaborar libre con la providencia de Dios, poniéndonos en sintonía con ella, según nos mandó desde el principio Dios: “creced y multiplicaos y llenad la tierra”. Todos estamos llamados a expandir el paraíso, el Reino de Dios y cada uno lo hará en la medida de la fidelidad al plan eterno de Dios sobre él. Señor ¿qué quieres que haga? Señor ¿para qué me quieres?
San Juan Crisóstomo
“Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por El” (Jn.3,17)
MUCHOS de los que son más desidiosos, abusando de la divina clemencia, para multiplicar sus pecados y acrecentar su pereza, se expresan de este modo: No existe el infierno; no hay castigo alguno; Dios perdona todos los pecados. Cierto sabio les cierra la boca diciendo: No digas: Su compasión es grande. El me perdonará la multitud de mis pecados. Porque en El hay misericordia, pero también hay cólera y en los pecadores desahoga su furor. Y también: Tan grande como su misericordia es su severidad.
Dirás que en dónde está su bondad si es que recibiremos el castigo según la magnitud de nuestros pecados. Que recibiremos lo que merezcan nuestras obras, oye cómo lo testifican el profeta y Pablo: Tú darás a cada uno conforme a sus obras; y Pablo: El cual retribuirá a cada uno según sus obras Ahora bien, que la clemencia de Dios sea grande se ve aun por aquí: que dividió la duración de nuestra vida en dos partes; una de pelea y otra de coronas. ¿Cómo se demuestra esa clemencia? En que tras de haber nosotros cometido infinitos pecados y no haber cesado de manchar con crímenes nuestras almas desde la juventud hasta la ancianidad, no nos ha castigado, sino que mediante el baño de regeneración nos concede el perdón; y más aún, nos da la justicia de la santificación.
Instarás: mas si alguno participó en los misterios desde su primera edad, pero luego cayó en innumerables pecados ¿qué? Ese tal queda constituido reo de mayores castigos. Porque no sufrimos iguales penas por iguales pecados, sino que serán mucho más graves si después de haber sido iniciados nos arrojamos a pecar. Así lo indica Pablo con estas palabras: Quien violó la ley de Moisés, irremisiblemente es condenado a muerte, bajo la deposición de dos o tres testigos. Pues ¿de cuánto mayor castigo juzgáis que será merecedor el que pisoteó al Hijo de Dios y profanó deliberadamente la sangre de la alianza con que fue santificado y ultrajó al Espíritu de la gracia?
Para este tal Cristo abrió las puertas de la penitencia y le dio muchos medios de lavar sus culpas, si él quiere. Quiero yo que ponderes cuán firme argumento de la divina clemencia es el perdonar gratuitamente; y que tras de semejante favor no castigue Dios al pecador con la pena que merecía, sino que le dé tiempo de hacer penitencia. Por tal motivo Cristo dijo a Nicodemo: No envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El. Porque hay dos venidas de Cristo: una que ya se verificó; otra que luego tendrá lugar. Pero no son ambas por el mismo motivo. La primera fue no para condenar nuestros crímenes, sino para perdonarlos; la segunda no será para perdonarlos sino para juzgarlos.
Por lo cual de la primera dice: Yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. De la segunda dice: Cuando venga el Hijo del Hombre en la gloria de su Padre, separará las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda. E irán unos a la vida, otras al eterno suplicio. Sin embargo, también la primera venida era para juicio, según lo que pedía la justicia. ¿Por qué? Porque ya antes de esa venida existía la ley natural y existieron los profetas y también la ley escrita y la enseñanza y mil promesas y milagros y castigos y otras muchas cosas que podían llevar a la enmienda. Ahora bien: de todo eso era necesario exigir cuentas. Pero como Él es bondadoso, no vino a juzgar sino a perdonar. Si hubiera entrado en examen y juicio, todos los hombres habrían perecido, pues dice: Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios. ¿Adviertes la suma clemencia?
El que cree en el Hijo no es condenado. Mas quien no cree, queda ya condenado. Dirás: pero, si no vino para condenar al mundo ¿cómo es eso de que el que no cree ya queda condenado? Porque aún no ha llegado el tiempo del juicio. Lo dice o bien porque la incredulidad misma sin arrepentimiento ya es un castigo, puesto que estar fuera de la luz es ya de por sí una no pequeña pena; o bien como una predicción de lo futuro. Así como el homicida, aun cuando aún no sea condenado por la sentencia del juez, está ya condenado por la naturaleza misma de su crimen, así sucede con el incrédulo.
Adán desde el día en que comió del árbol quedó muerto; porque así estaba sentenciado: En el día en que comiereis del árbol, moriréis. Y sin embargo, aún estaba vivo. ¿Cómo es pues que ya estaba muerto? Por la sentencia dada y por la naturaleza misma de su pecado. Quien se hace reo de castigo, aunque aún no esté castigado en la realidad, ya está bajo el castigo a causa de la sentencia dada. Y para que nadie, al oír: No he venido a condenar al mundo, piense que puede ya pecar impunemente y se torne más desidioso, quita Cristo ese motivo de pereza añadiendo: Ya está juzgado. Puesto que aún no había llegado el juicio futuro, mueve a temor poniendo por delante el castigo. Y esto es cosa de gran bondad: que no sólo entregue su Hijo, sino que además difiera el tiempo del castigo, para que pecadores e incrédulos puedan lavar sus culpas.
Quien cree en el Hijo no es condenado. Dice el que cree, no el que anda vanamente inquiriendo; el que cree, no el que mucho escruta. Pero ¿si su vida está manchada y no son buenas sus obras? Pablo dice que tales hombres no se cuentan entre los verdaderamente creyentes y fieles: Hacen profesión de conocer a Dios, mas reniegan de El con sus obras. Por lo demás, lo que aquí declara Cristo es que no se les condena por eso, sino que serán más gravemente castigados por sus culpas; y que la causa de su infidelidad consistió en que pensaban que no serían castigados.
¿Adviertes cómo habiendo comenzado con cosas terribles, termina con otras tales? Porque al principio dijo: El que no renaciere de agua y Espíritu, no entrará en el reino de Dios; y aquí dice: El que no cree en el Hijo ya está condenado. Es decir: no pienses que la tardanza sirve de algo al que es reo de pecados, a no ser que se arrepienta y enmiende. Porque el que no crea en nada difiere de quienes están ya condenados y son castigados. La condenación está en esto: vino la Luz al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz. Es decir que se les castiga porque no quisieron abandonar las tinieblas y correr hacia la Luz. Con estas palabras quita toda excusa. Como si les dijera: Si yo hubiera venido a exigir cuentas e imponer castigos, podrían responder que precisamente por eso me huían. Pero no vine sino para sacarlos de las tinieblas y acercarlos a la luz. Entonces ¿quién será el que se compadezca de quien rehúsa salir de las tinieblas y venir a la luz? Dice: Siendo así que no se me puede reprochar, sino al revés, pues los he colmado de beneficios, sin embargo se apartan de mí.
Por tal motivo en otra parte dice, acusándolos: Me odiaron de valde; y también: Si no hubiera venido y no les hubiera hablado no tendrían pecado. Quien falto de luz permanece sentado en las tinieblas, quizá alcance perdón; pero quien a pesar de haber llegado la luz, permanece sentado en las tinieblas, da pruebas de una voluntad perversa y contumaz. Y luego, como lo dicho parecía increíble a muchos —puesto que no parece haber quien prefiera las tinieblas a la luz—, pone el motivo de hallarse ellos en esa disposición. ¿Cuál es? Dice: Porque sus obras eran perversas. Y todo el que obra perversamente odia la luz y no se llega a la luz para que no le echen en rostro sus obras.
Ciertamente no vino Cristo a condenar ni a pedir cuentas, sino a dar el perdón de los pecados y a donarnos la salvación mediante la fe. Entonces ¿por qué se le apartaron? Si Cristo se hubiera sentado en un tribunal para juzgar, habrían tenido alguna excusa razonable; pues quien tiene conciencia de crímenes suele huir del juez; en cambio suelen correr los pecadores hacia aquel que reparte perdones. De modo que habiendo venido Cristo a perdonar, lo razonable era que quienes tenían conciencia de infinitos pecados, fueran los que principalmente corrieran hacia El, como en efecto muchos lo hicieron. Pecadores y publicanos se le acercaron y comían con El.
Entonces ¿qué sentido tiene el dicho de Cristo? Se refiere a los que totalmente se obstinaron en permanecer en su perversidad. Vino El para perdonar los pecados anteriores y asegurarlos contra los futuros. Mas como hay algunos en tal manera muelles y disolutos y flojos para soportar los trabajos de la virtud, que se empeñan en perseverar en sus pecados hasta el último aliento y jamás apartarse de ellos, parece ser que a éstos es a quienes fustiga y acomete. Como el cristianismo exige juntamente tener la verdadera doctrina y llevar una vida virtuosa, temen, dice Jesús, venir a Mí porque no quieren llevar una vida correcta.
A quien vive en el error de los gentiles, nadie lo reprenderá por sus obras, puesto que venera a semejantes dioses y celebra festivales tan vergonzosos y ridículos como lo son los dioses mismos; de modo que demuestra obras dignas de sus creencias. Pero quienes veneran a Dios, si viven con semejante desidia, todos los acusan y reprenden: ¡tan admirable es la verdad aun para los enemigos de ella! Advierte, en consecuencia, la exactitud con que Jesús se expresa. Pues no dice: el que obra mal no viene a la luz; sino el que persevera en el mal; es decir, el que quiere perpetuamente enlodarse y revolcarse en el cieno del pecado, ese tal rehúsa sujetarse a mi ley. Por lo mismo se coloca fuera de ella y sin freno se da a la fornicación y practica todo cuanto está prohibido. Pues si se acerca, le sucede lo que al ladrón, que inmediatamente queda al descubierto. Por tal motivo rehúye mi imperio.
A muchos gentiles hemos oído decir que no pueden acercarse a nuestra fe porque no pueden abstenerse de la fornicación, la embriaguez y los demás vicios. Entonces ¿qué?, dirás. ¿Acaso no hay cristianos que no viven bien y gentiles que viven virtuosamente? Sé muy bien que hay cristianos que cometen crímenes; pero que haya gentiles que vivan virtuosamente, no me es tan conocido. Pero no me traigas acá a los que son naturalmente modestos y decentes, porque eso no es virtud. Tráeme a quienes andan agitados de fuertes pasiones y sin embargo viven virtuosamente. ¡No lo lograrás!
Si la promesa del reino, si la conminación de la gehenna y otros motivos parecidos apenas logran contener al hombre en el ejercicio de la virtud, con mucha mayor dificultad podrán ejercitarla los que en nada de eso creen. Si algunos simulan la virtud, lo hacen por vanagloria; y en cuanto puedan quedar ocultos ya no se abstendrán de sus deseos perversos y sus pasiones. Pero, en fin, para no parecer rijosos, concedamos que hay entre los gentiles algunos que viven virtuosamente. Esto en nada se opone a nuestros asertos. Porque han de entenderse de lo que ordinariamente acontece y no de lo que rara vez sucede. Mira cómo Cristo, también por este camino, les quita toda excusa. Porque afirma que la Luz ha venido al mundo. Como si dijera: ¿acaso la buscaron? ¿Acaso trabajaron para conseguirla? La Luz vino a ellos, pero ellos ni aun así corrieron hacia ella.
Pero como pueden oponernos que también haya cristianos que viven mal, les contestaremos que no tratamos aquí de los que ya nacieron cristianos y recibieron de sus padres la auténtica piedad; aun cuando luego quizá por su vida depravada hayan perdido la fe. Yo no creo que aquí se trate de éstos, sino de los gentiles y judíos que debían haberse convertido a la fe verdadera. Porque declara Cristo que ninguno de los que viven en el error quiere acercarse a la fe, si no es que primeramente se imponga un método de vida correcto; y que nadie permanecerá en la incredulidad, si primero no se ha determinado a permanecer en la perversidad. Ni me alegues que, a pesar de todo, ese tal es casto y no roba, porque la virtud no consiste en solas esas cosas. ¿Qué utilidad saca ése de practicar tales cosas pero en cambio anda ambicionando la vanagloria y por dar gusto a sus amigos permanece en el error? Es necesario vivir virtuosamente. El esclavo de la vanagloria no peca menos que el fornicario. Más aún: comete pecados más numerosos y mucho más graves. ¡Muéstrame entre los gentiles alguno libre de todos los pecados y vicios! ¡No no lograrás!
Los más esclarecidos de entre ellos; los que despreciaron las riquezas y los placeres del vientre, según se cuenta fueron los que especialísimamente se esclavizaron a la vanagloria: esa que es causa de todos los males. Así también los judíos perseveraron en su maldad. Por lo cual reprendiéndolos les decía Jesús: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros? ¿Por qué a Natanael, al cual anunciaba la verdad, no le habló en esta forma ni usó con él de largos discursos? Porque Natanael no se le había acercado movido de semejante anhelo de gloria vana. Por su parte Nicodemo pensaba que debía acercarse e investigar; y el tiempo que otros gastan en el descanso él lo ocupó en escuchar la enseñanza del Maestro. Natanael se acercó a Jesús por persuasiones de otro. Sin embargo, tampoco prescindió en absoluto de hablarle así, pues le dijo: Veréis los Cielos abiertos y a los ángeles de Dios subir y bajar al servicio del Hijo del hombre. A Nicodemo no le dijo eso, sino que le habló de la Encarnación y de la vida eterna, tratando con cada uno según la disposición de ellos.
A Natanael, puesto que conocía los profetas y no era desidioso, le bastaba con oír aquello. Pero a Nicodemo, que aún se encontraba atado por cierto temor, no le revela al punto todas las cosas, sino que va despertando su mente a fin de que excluya un temor mediante otro temor; diciéndole que quien no creyere será condenado y que el no creer proviene de las malas pasiones. Y pues tenía Nicodemo en mucho la gloria de los hombres y la estimaba más que el ser castigado —pues dice Juan: Muchos de los principales creyeron en El, pero por temor a los judíos no se atrevían a confesarlo—, lo estrecha por este lado y le declara no ser posible que quien no cree en El no crea por otro motivo sino porque lleva una vida impura. Y más adelante dijo: Yo soy la luz. Pero aquí solamente dice: La Luz vino al mundo. Así procedía: al principio hablaba más oscuramente; después lo hacía con mayor claridad. Sin embargo, Nicodemo se encontraba atado a causa de la fama entre la multitud y por tal motivo no se manejaba con la libertad que convenía.
Huyamos, pues, de la gloria vana, que es el más vehemente de todos los vicios. De él nacen la avaricia, el apego al dinero, los odios y las guerras y las querellas. Quien mucho ambiciona ya no puede tener descanso. No ama las demás cosas en sí mismas, sino por el amor a la propia gloria. Yo pregunto: ¿por qué muchos despliegan ese fausto en escuadrones de eunucos y greyes de esclavos? No es por otro motivo sino para tener muchos testigos de su importuna magnificencia. De modo que si este vicio quitamos, juntamente con esa cabeza acabaremos también con sus miembros, miembros de la iniquidad; y ya nada nos impedirá que habitemos en la tierra como si fuera en el Cielo.
Porque ese vicio no impele a quienes cautiva únicamente a la perversidad, sino que fraudulentamente se mezcla también en la virtud; y cuando no puede derribarnos de la virtud, acarrea dentro de la virtud misma un daño gravísimo, pues obliga a sufrir los trabajos y al mismo tiempo priva del fruto de ellos. Quien anda tras de la vanagloria, ya sea que ejercite el ayuno o la oración o la limosna, pierde toda la recompensa. Y ¿qué habrá más mísero que semejante pérdida? Es decir esa pérdida que consiste en destrozarse en vano a sí mismo, tornarse ridículo y no obtener recompensa alguna, y perder la vida eterna.
Porque quien ambas glorias ansía no puede conseguirlas. Pero sí podemos conseguirlas si no anhelamos ambas, sino únicamente la celestial. Quien ama a entrambas, no es posible que consiga entrambas. En consecuencia, si queremos alcanzar gloria, huyamos de la gloria humana y anhelemos la que viene de solo Dios: así conseguiréis ambas glorias. Ojalá gocemos de ésta, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. —Amén.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, homilía XXVIII (XXVII), Tradición S.A. México 1981 (t. 1), pág. 228-35
Guion V Domingo de Cuaresma
17 de marzo 2024 – CICLO B
Entrada: La glorificación de nuestro Señor Jesucristo por parte del Padre se ha de dar a través de su Sacrificio y el fruto será la redención del mundo, la reconciliación de los hombres con Dios. Esta es la obra grandiosa del Señor que se perpetúa en cada Santa Misa.
Primera Lectura: El Profeta Jeremías anuncia la gran compasión de Dios quien pondrá su Ley en el interior del hombre.
Segunda Lectura: El Hijo de Dios llegó a ser causa de salvación eterna para todos nosotros gracias a su obediencia.
Evangelio: Jesús habla de la proximidad de su Pasión y revela el secreto de toda fecundidad apostólica: morir para dar fruto.
Preces:
Cristo dirigió súplicas y plegarias a quien podía salvarlo de la muerte. Oremos también nosotros con la confianza del Señor.
A cada intención respondemos…
- Por el santo Padre para que sostenido por el Señor afronte los nuevos desafíos que el mundo le presenta, tratando de construir con toda persona de buena voluntad la convivencia pacífica entre los pueblos. Oremos…
- Por los que han de recibir el sacramento del Bautismo en esta Pascua, para que la vida nueva que recibirán sea para ellos y sus seres queridos motivo de esperanza sobrenatural. Oremos….
- Por los jóvenes, para que perseveren en la búsqueda de los más altos ideales y que atentos a la voz del Señor tengan la valentía de responder con generosidad a su llamado. Oremos…
- Por los misioneros, especialmente los que son perseguidos por dar testimonio de Cristo, que sus sufrimientos sirvan de edificación y nos motiven a un compromiso evangélico cada vez más sincero y generoso. Oremos…
- Por nuestra Patria, las familias y las instituciones que las respaldan, para que todos los católicos se unan y sepan dar testimonio de su fe, en defensa de los verdaderos valores. Oremos…
Ten piedad Señor, de tus hijos que caminan en la fe y en la esperanza y concédeles lo que humildemente te suplican. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofrendas
Traemos al Altar nuestro deseo de morir como el grano de trigo, para transformarnos en pan de Cristo y así unirnos a su sacrificio redentor.
Presentamos:
* Cirios para que se consuman iluminando el ara donde se realiza el misterio eucarístico.
* Pan y vino, para la obra salvadora de la Pascua, por la cual somos rescatados.
Comunión: “Cuando Yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí”.
Salida: La contemplación de la Virgen Madre de Dolores nos ayuda a penetrar con mayor profundidad en el misterio de la Cruz de Cristo: “misterio escondido desde los siglos”.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
P. Leonardo Castellani
En el picanillar
Unas vacaciones que pasé en Las Toscas, del Chaco santafecino, deben de haber sido las mejores de mi vida, según es la fuerza con que las recuerdo. Aquella naturaleza bravía y poderosa ha quedado impresa en mi memoria con un resabio de solemne pavor. Me acuerdo perfectamente del día que fuimos al picanillar por un matorral tupidísimo de juncos o pajas bravas. Puede ser que fuesen juncos porque era costeando el río. ¿Cuántos años hace de esto, alma mía? No se pueden contar ya con los dedos de mis manos, aunque tuviese yo tantos como los antepasados de Darwin. Las pajas o los juncos, o lo que fuesen, eran tan altos -o yo tan chico-que sobrepasaban mi cabeza con mucho. Y como por causa de la espesura y tupidez del pajonal íbamos a la deshilada, fila india espaciada; y la cortina rumorosa y cortante se cerraba a la espalda del que la cortaba como una ola verde que no dejaba estela, yo gritaba despavorido a cada momento, creyéndome extraviado:
-¡Coleto!
Y Coleto (Nicolás Dagaro), mi compañero y jefe, que, como los otros muchachos chacareros, andaba más que yo, repetía como un estribillo:
-¡Apuráte!
Pero a mí me pinchaban todas las espinas y cada una me parecía una víbora. Lo más gracioso es que yo iba calzado y Coleto descalzo.
Un día le dije:
-¿Por qué no te calzás para andar por el monte?
-Un día me calcé-me respondió-; ¡y entonces se me hincaron todas las espinas!
Al fin se cansó de gritarme, y me dejó; y yo tuve que guiarme por el oído, abriendo paso afanosamente con las manos medio desolladas. Menos mal que llegábamos al picanillar. Se conocía por una picanilla altísima que había a un lado, que se distinguía de lejos.
No sé si exagero; pero la picanilla no debía de ser mucho menor, si es que era menor, que la torre de la iglesia de mi pueblo. Parado en la punta del cogollo más alto había un Aguilucho comiéndose a una Víbora y parecían una golondrina con una lombriz. Coleto revoleó su boleadora de alambre (un trozo de alambre grueso con un gancho en cada extremo que usábamos para las perdices) y el Viborero voló graznando dejando caer la Víbora, que era yarará y no pichón, casi encima del muchacho.
-iMaledetta! -dijo Coleto-. No sentarse abajo de esta tacuara, muchachos, porque trae mal agüero.
Me levanté rezongando de la superstición de Coleto y nos tumbamos en otro lado. Pero yo quería saber por qué traía mala suerte. Coleto no lo sabía a punto fijo.
-¿No sabés que antes vivía aquí el Yaguareté? Aquí se comió un hombre. Por eso lo llaman Tacuaral del Tigre.
Y otro día, así como sabía ya la fábula del Tigre y del Chajá, supe la fábula de la Picanilla Malagüera.
Resulta que era una caña que desde chica empezó a crecer más que las otras. Crecer es una cosa que hace Dios, que pone los jugos gordos del suelo al alcance osmótico de las raíces y de los frescos aires nitrogenados cerca de los estomas. Pero querer a toda costa crecer más que los otros, es peligroso.
Es cosa sabida que las cañas no deben crecer solamente para sí, sino para el cañaveral. Cuando una se siente ya fuerte y empieza a circular por sus fibras el cogüelmo de la savia, entonces manda desde su raíz por debajo de la tierra un rizoma, del que nacen muchas otras cañas chicas. Y la tacuara grande las ve crecer orgullosas y las amamanta con la enjundia más fresca de su savia, aunque ella no crezca tanto. Pues a esta Tacuara de mi cuento le dio por guardarlo todo para sí. Claro, pronto sobrepasó a todas. Un día una le dijo:
-Hermana, veo que estás tentada de egoísmo y por tu bien te voy a decir una cosa. Es feísimo lo que estás haciendo; has gozado de los beneficios de la sociedad y ahora no quieres beneficiar a los otros. Eso es robar.
-¿Qué beneficio me han hecho todas ustedes?
-Mirá: una sola de nosotras, aunque sea la más alta, es tan poca cosa, que andamos hasta en proverbios como se lee en Job:“¿Qué es la vida del hombres sino como una caña seca?”. Pero todas nosotras juntas entrecruzamos nuestras raíces y formamos terraplén al río Paraná caprichoso, que desde que estamos aquí nosotras no puede invadir como antes las sementeras de Dagaro. Pero todas nosotras formamos dique al pampero inexorable, que no hace más que arrancarnos las hojas secas o a lo más quebrar alguna débil. ¿Cuántas quebraría si no nos uniésemos? Pero todas nosotras juntas retenemos sobre la arena infructuosa de este suelo el inútil légamo del río y lo transformamos en canteros de verduras y de flores. Así juntas somos útiles. ¿Para qué querría yo mi vida -mi vida efímera de caña- si no creyera que mi vida será útil?
-Yo soy individualista -dijo la caña altanera.
-Bueno. Acuérdate que hay justicia en el cielo y a veces hasta en la tierra…
Hubo justicia para la Caña que quería vivir para sí sola. No fue feliz. Como no crecieron cañitas a su lado, se quedó aislada y sola en medio de un claro. Después, con la rabia de verse sola y una sequía que vino, se repudrió y ahuecó por dentro, porque para aquel tamaño que tenía necesitaba mucha agua; y de verde que era se tornó amarilla. Una vez vana por dentro, fueron allí a hacer el nido la avispa, el mangangá, la rata, el carpintero, la carcoma y una que otra viborita yarará. Y un día, por fin, estando tan alta y tan sola y tan hueca, vino un ventarrón y la partió.
Fue cosa de verse la cantidad de alimañas sucias que al partirse fragosamente salieron en bandadas de allí dentro.
Así terminó la Caña Egoísta.
-¡Ay del solo! -gimieron sus compañeras, apiñándose todas y quejándose bajo el pechazo del viento-. Si nuestra vidas no han de ser útiles, nosotras no las queremos.
Esta fue su oración fúnebre…
Y esta es la fábula del picanillar.
Y para decir la verdad, ya no sé si esta fábula la inventé yo o me la contó el viejo Dagaro, que nos contaba cuentos todas las noches, y a quien regalé al partirme los CUENTOS Y FÁBULAS de Tolstoi, que me había mandado a Las Toscas mi madre. Lo que sé es que al exhumarla hoy en mi memoria, en medio del fragor de las ciudades inquietas, siento un perfume de aromo, de tierra húmeda y de yuyos chafados, la torridez azul de un cielo agobiante, el muelle lecho de la tierra fofa y cálida del picanillar y el cantar pacífico y lejano del coro de las alimañas del río…
(CASTELLANI, L., Camperas, Editorial Vórtice, Buenos Aires, 200312, p. 81-84)