PRIMERA LECTURA
Coman de mi pan, y beban
del vino que yo mezclé
Lectura del libro de los Proverbios 9, 1-6
La Sabiduría edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa.
Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: «El que sea incauto, que venga aquí». Y al falto de entendimiento, le dice: «Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial. 33, 2-3. 10-15
R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo,
su alabanza estará siempre en mis labios.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren. R.
Teman al Señor, todos sus santos,
porque nada faltará a los que lo temen.
Los ricos se empobrecen y sufren hambre,
pero los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
Vengan, hijos, escuchen:
voy a enseñarles el temor del Señor.
¿Quién es el hombre que ama la vida
y desea gozar de días felices? R.
Guarda tu lengua del mal,
y tus labios de palabras mentirosas.
Apártate del mal y practica el bien,
busca la paz y sigue tras ella. R.
SEGUNDA LECTURA
Traten de saber cuál es la voluntad del Señor
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5,15-20
Hermanos:
Cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino corno personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos.
No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor.
No abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo.
Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón.
Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
Aleluia Jn 6, 56
Aleluia.
«El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí y Yo en él», dice el Señor.
Aleluia.
Mi carne es la verdadera comida,
y mi sangre, la verdadera bebida
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 5 -5 9
Jesús dijo a los judíos:
«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que Yo daré es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: « ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»
Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y Yo en él.
Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente».
Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.
Palabra del Señor.
Manuel de Tuya
Segundo discurso de Cristo, pan de Vida
Jn.6,48-59.
Este segundo discurso de Cristo sobre el “Pan de vida,” con el que se identifica, es evidentemente eucarístico. Literariamente está estructurado en “inclusión semítica,” sin que exija esto una rigidez matemática de correlación. Esta inclusión semítica se puede establecer así:
Tema: “Yo Soy el Pan de Vida” (v.48).
a) Los padres comieron el maná y murieron (v.49).
no morir (v.50; aspecto negativo).
b) Cristo es el pan “bajado” del cielo, para….
vivir (v.51; aspecto positivo).
c) Objeción de los judíos (v.52).
b) Hay que comer y beber la carne y la sangre de Cristo, que “es el Pan bajado del cielo a’) si no no se tendrá vida (v.53).
b’) El que la come tiene la Vida(v.54-58) aspecto positivo…
a’) No sucederá como a los padres, que murieron (v.58 b-c).
Como anteriormente, Cristo se proclama a sí mismo: “Yo soy el pan de vida.” Es pan de vida, en el sentido que El causa y dispensa esta vida (Jua_6:35.50.51.53-58).
Le habían argüido antes los judíos (v.30.31) con el prodigio del maná, que Dios hizo en favor de los padres en el desierto. Y Cristo recoge ahora aquella alusión para decirles, una vez más, que aquel pan no era el pan verdadero. Era sólo un alimento temporal. Por eso, los padres “comieron de él,” pero “murieron.”
Hay, en cambio, un pan verdadero. Y éste es el que “está bajando” del cielo, precisamente para que el que coma de él “no muera.” No morirá en el espíritu, ni eternamente en el cuerpo. Porque este pan postula la misma resurrección corporal.
Es interesante notar la formulación de este versículo. Cristo no dice: “Yo soy el pan vivo,” sino “Este es el pan.,” con lo que “se roza muy de cerca la fórmula de la consagración eucarística: “Este es mi cuerpo.” 39.
Y este pan hasta aquí aludido encuentra de pronto su concreción: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo.” Antes (v.48) se definió como el “Pan de vida,” acusando el efecto que causaría su manducación en el alma; ahora se define por la naturaleza misma viviente: tiene en sí mismo la vida (Jua_5:26).
Y la tiene, porque ese pan es el mismo Cristo, que “bajó” del cielo en la encarnación, cuyo momento histórico en que se realizó esa bajada se acusa por el aoristo (v.51). Es el verbo que tomó carne. Y al tomarla, es pan “vivo.” Porque es la carne del Verbo, en quien, en el “principio,” ya “estaba la vida” (Jua_1:4) que va a comunicar a los seres humanos.
Si ese pan es “viviente,” no puede menos de conferir esa vida y vivificar así al que lo recibe. Y como la vida que tiene y dispensa es eterna, se sigue que el que coma de este pan “vivirá para siempre.” El tema, una vez más, se presenta, según la naturaleza de las cosas, “sapiencialmente,” sin considerarse posibles defecciones que impidan o destruyan en el sujeto esta vida eterna (Jua_15:1-7).
Y aún se matiza más la naturaleza de este pan: “Y el pan que yo os daré es mi carne, en provecho (υπέρ ) de la vida del mundo.” 40
Al hablarles antes del “Pan de vida,” que era asimilación de Cristo por la fe, se exigía el “venir” y el “creer” en El, ambos verbos en participio de presente, como una necesidad siempre actual (v.35); pero ahora este “Pan de vida” se anuncia que él lo “dará” en el futuro. Es, se verá, la santa Eucaristía, que aún no fue instituida. Un año más tarde de esta promesa, este pan será manjar que ya estará en la tierra para alimento de los seres humanos. Con ello se acusa la perspectiva eclesial eucarística.
éste “pan” es, dice Cristo, “mi carne,” pero dada en favor y “en provecho (υπέρ ) de la vida del mundo.” Este pasaje es, doctrinalmente, muy importante.
Se trata, manifiestamente, de destacar la relación de la Eucaristía con la muerte de Cristo, como lo hacen los sinópticos y Pablo. Jn utilizará el término más primitivo y original de “carne” (σάρΕ ); heb. = basar; aram. = bi$m). 40. El que los sinópticos y Pablo usen σώμα “parece estar en los LXX, que generalmente, traducen el hebreo basar (carne) por σώμα (cuerpo)” (A. Wikenhauser).
Si la proposición “vida del mundo” concordase directamente con “el pan,” se tendría, hasta por exigencia gramatical, la enseñanza del valor sacrifical de la Eucaristía. Pero “vida del mundo” ha de concordar lógicamente con “mi carne,” y esto tanto gramatical corno conceptualmente.
Pero ya, sin más, se ve que esta “carne” de Cristo, que se contiene en este pan que Cristo “dará,” es la “carne” de Cristo; pero no de cualquier manera, v.gr., la carne de Cristo como estaba en su nacimiento, sino en cuanto entregada a la muerte para provecho del mundo. “Mi carne en provecho de la vida del mundo” es la equivalente, y está muy próxima de la de Lucas-Pablo: “Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros (a la muerte)” (Luc_22:19; 1Co_11:24).
Aquí Cristo no habla de la entrega de su vida (ψυχή ; cf. Jua_10:15.17; Jua_15:13), sino de la entrega de su carne” (σαρξ ). Podría ser porque se piensa en la participación del cuerpo y sangre en el banquete eucarístico, o porque se piensa en la unidad del sacrificio eucarístico/Calvario.
El pan que Cristo “dará” es la Eucaristía. Y ésta, para Jn, es el pan que contiene la “carne” de Cristo. En el uso semita, carne, o carne y sangre, designa el hombre entero, el ser humano completo. Aquí la Eucaristía es la “carne” de Cristo, pero en cuanto está sacrificada e inmolada “por la vida del mundo” Precisamente el uso aquí de la palabra “carne,” que es la palabra aramea que, seguramente, Cristo usó en la consagración del pan, unida también al “pan que yo os daré,” es un buen índice de la evocación litúrgica de la Eucaristía que Jn hace con estas palabras.
Si por una lógica filosófica no se podría concluir que por el solo hecho de contener la Eucaristía la “carne” de Cristo inmolada no fuese ella actualmente verdadero sacrificio, esto se concluye de esta enseñanza de Jn al valorar esta expresión tanto en el medio ambiente cultual judío como grecorromano.
En este ambiente, la víctima de los sacrificios se comía, y por el hecho de comerla se participaba en el sacrificio del que procedía. Si las viandas eran carnes, se participaba en un sacrificio de animales, puesto que lo que se comía era precisamente la misma carne sacrificada. Si lo que se ha de comer es la carne de Cristo, pero eucaristiada, es que esta carne eucaristiada es la carne de un sacrificio eucarístico. No es otra la argumentación de San Pablo para probar el valor sacrifical de la Eucaristía (1Co_10:18-21). Así se ve que, con esta frase, Jn enseña el valor sacrifical de la Eucaristía. “El punto de vista sacrifical es evocado sin ambigüedad (por Juan) por la fórmula “mi carne por la vida del mundo,” tan próxima de la fórmula eucarística paulina: “Esto es mi cuerpo por vosotros” (1Co_11:24) 41.
En esta proposición se enseña también el valor redentivo de la muerte de Cristo, y con la proyección universal de ser en provecho de la “vida del mundo.”
Ante la afirmación de Cristo de dar a comer un “pan” que era precisamente su “carne,” los judíos no sólo susurraban o murmuraban como antes, al decir que “bajó” del cielo (v.41), sino que, ante esta afirmación, hay una protesta y disputa abierta (έμάχοντο ), acalorada y prolongada “entre ellos,” como lo indica la forma imperfecta en que se expresa: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Esto sugiere acaso, más que un bloque cerrado de censura, el que unos rechazasen la proposición de comer ese pan, que era su “carne,” como absurda y ofensiva contra las prescripciones de la misma Ley, por considerársela con sabor de antropofagia, mientras que otros pudiesen opinar (Jua_6:68), llenos de admiración y del prestigio de Cristo, el que no se hubiesen entendido bien sus palabras, o que hubiese que entenderlas en un sentido figurado y nuevo, como lo tienen en el otro discurso (Jua_7:42.43; Jua_10:19-21).
Preguntaban despectivamente el “cómo” podía darles a comer su “carne.” ¡El eterno “cómo” del racionalismo!
Ante este alboroto, Cristo no sólo no corrige su afirmación, la atenúa o explica, sino que la reafirma, exponiéndola aún más clara y fuertemente, con un realismo máximo. La expresión se hace con la fórmula introductoria solemne de “en verdad, en verdad os digo.” El pensamiento expuesto con el ritmo paralelístico, hecho sinónimo una vez, antitético otra, e incluso sintético, está redactado así:
53”Si no coméis (φάγητε ) la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54 El que come (τρώγων ) mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. 55 Porque mi carne es comida verdadera, y mi sangre es bebida verdadera.”
La doctrina que aquí se expone es: 1) la necesidad de comer y beber la carne y sangre de Cristo; 2) porque sin ello no se tiene la “vida eterna” como una realidad que ya está en el alma (Jua_4:14.23), y que sitúa ya al alma en la “vida eterna”; 3) y como consecuencia de la posesión de la “vida eterna,” que esta comida y bebida confieren, se enseña el valor escatológico de este alimento, pues exigido por él, por la “vida eterna” por él conferida, Cristo, a los que así hayan sido nutridos, los resucitará en el cuerpo “en el último día.”
Por eso, en este sentido, la Eucaristía es “un sacramento escatológico” (Vawter).
La enseñanza trascendental que aquí se hace es la de la realidad eucarística del cuerpo y sangre de Cristo como medio de participar en el sacrificio de Cristo: necesidad absoluta para el cristiano. Sacrificio que está y se renueva en esta ingesta sacrificial eucarística.
Y acaso esta sección tenga un valor polémico contra los judeo-cristianos, que repugnaban, conforme a la mentalidad del A.T., beber la “sangre” de Cristo (Hec_15:20.29).
Una síntesis de las razones que llevan a esto es la siguiente:
1) Si se toman las expresiones “comer carne” y “beber sangre” en un sentido metafórico ambiental, significan, la primera, injuriar a uno (Sal_27:2; Miq_3:1-4, etc.), y la segunda, ser homicida, por el concepto semita de que en la sangre estaba la vida (Lev_17:11, etc.).
2) Si se supusiese un sentido metafórico nuevo, éste sólo puede darlo a conocer el que lo establece, y Cristo no lo hizo. Por ello, los contemporáneos tenían que entenderlo en un sentido realístico, que es lo que hacen los cafarnaítas, pensando que se tratase de comer su carne sangrante y partida y beber su sangre; pero todo ello en forma antropofágica. Por lo que lo abandonan. Pero, como Cristo no da ese sentido nuevo, y en un sentido metafórico ambiental no pueden admitirlo, se seguiría — por un error invencible — , de no ser esta enseñanza eucarística, que Cristo sembraba la idolatría entre los suyos.
3) La redacción del pasaje es de un máximo realismo. Tan claras fueron las palabras, que los cafarnaítas se preguntaron cómo podría darles a “comer su carne.” “Si Cristo hubiese querido hablar tan sólo de la necesidad de la fe en El, no pudo usar metáforas menos aptas: para expresar una cosa sencilla, recurre a expresiones oscuras, imposibles de entenderse. Si las palabras se entienden de la Eucaristía, todas son claras y evidentes.” 42
Pero, al mismo tiempo, el evangelista lo expresa con un climax de realismo progresivo. Primero expresa la necesidad de “comer” esta carne de Cristo con un verbo griego que significa comer en general (έσθι ‘ω , φάγητε ; ν .53); pero luego, cuando los judíos disputan sobre la posibilidad de que les dé a comer su “carne,” a partir del”paralelismo” positivo de la respuesta (v.54), reitera la necesidad de esto, y usa otro verbo (τρώγω ), que significa, en todo su crudo realismo, masticar, ese crujir que se oye al triturar la comida. Es expresión de un máximo realismo, aunque sin tener matiz ninguno peyorativo 43. “La misma cosa es repetida positivamente con la palabra trógon, masticar, crujir; no por variar de estilo, sino para evitar de raíz toda escapatoria simbolista.” 44
Efectivamente, en los v.53.54.55 se ve una progresión manifiesta en la afirmación del realismo eucarístico. No sólo en cada uno de ellos se dice o repite esto, sino que se repite con una. progresión en la afirmación clara de esta comida eucarística, manteniéndose luego este término, máximamante realista, en las repetidas ocasiones en que se vuelve a hablar de “comer” en este discurso del “Pan de vida.”
A este realismo viene a añadirse explícitamente la negación de un valor metafórico. Pues se dice: Mi carne es comida verdadera (αληθής ), y mi sangre es bebida verdadera (αληθής ); y una comida y bebida verdaderas son todo lo opuesto a una comida y bebida metafóricas.
(…)
5) El concilio de Trento definió de fe que, con las palabras “Haced esto en memoria mía” (Luc_22:19), Cristo instituyó sacerdotes a los apóstoles, y ordenó que ellos y los otros sacerdotes realizasen el sacrificio eucarístico 45. Por eso, esta adecuación entre la “promesa” y la “institución” exige, basada en un dato de fe, la interpretación eucarística del pasaje de Jn.
(…)
Como verdadera comida y bebida que son la carne y la sangre eucarísticas de Cristo, producen en el alma los efectos espirituales del alimento. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.” El verbo griego (μένω ) que aquí se usa para expresar esta presencia de Cristo en el alma, la unión de ambos, tiene en los escritos de Jn el valor, no de una simple presencia física, aunque eucarística, sino el de una unión y sociedad muy estrecha, muy íntima (Jua_14:10.20; Jua_15:4.5; Jua_17:21; 1Jn_3:24; 1Jn_4:15.16). Este es el efecto eucarístico en el alma: así como el alimento se hace uno con la persona, así aquí la asimilación es a la inversa: el alma es poseída por la fuerza vital del alimento eucarístico.
“Así como me envió el Padre vivo, y yo vivo por (ata) el Padre, así también el que me come vivirá por mí.”
La partícula griega empleada (δια ) por el evangelista puede tener dos sentidos: de finalidad y de causalidad.
En el segundo caso — causalidad — , el sentido es: Así como Cristo vive “por” el Padre, del que recibe la vida (Jua_5:26), así también el que recibe eucarísticamente a Cristo vive “por” Cristo, pues El es el que le comunica, por necesidad, esa vida (Jn 1.16; Jua_15:4-7). “El Padre es la fuente de la vida que el Hijo goza; esta vida, difundiéndose luego a su humanidad, constituye aquella plenitud de que todos hemos de recibir” (Jua_1:16) 46.
En el primer caso — finalidad — , el sentido del versículo sería: Así como Cristo vive, como legado,”para” el Padre, así también el que recibe eucarísticamente a Cristo vivirá “para” Cristo. Del mismo modo que Cristo, como legado del Padre, tiene por misión emplearse en promover los intereses de Aquel que le envía (Jua_17:8), así el discípulo que se nutre del “Pan de vida” eucarístico se consagrará enteramente, por ello, a promover los intereses de Cristo.
Con esta interpretación “estaríamos en presencia de una noción nueva. Unido a Cristo en la Eucaristía, el fiel se consagraría enteramente a promover los intereses de aquel que se le da a él.” 47
Sin embargo, el primer pensamiento parece ser el preferente, postulado por el contexto, si no el exclusivo 48.
El evangelista añade una nota topográfica: “Estas cosas las dijo en reunión, enseñando en Cafarnaúm.” Juan ha querido situar con exactitud un discurso de importancia excepcional.
El porqué fueron estos discursos pronunciados en “reunión,” sin artículo, acusa preferentemente, no la sinagoga, aunque en éstas hablaba frecuentemente Cristo (Mat_4:23; Mat_9:35; Mat_13:54; Mar_1:39; Mar_1:3, etc.), sino que fueron pronunciados en público: fue algo público, no en forma clandestina. Cristo aludirá a esta conducta suya ante el pontífice (Jua_18:20). Mt, hablando de cómo Cristo “enseñaba” a las gentes en el local de la sinagoga de Nazaret, escribe: Cristo “enseñaba en la sinagoga de ellos” (Mat_13:54 par.). El contraste de estos pasajes, con la ausencia en Jn del artículo, parece deliberado, para indicar que estas cosas fueron dichas por Cristo en público: “en reunión.”
La Cafarnaúm de los tiempos de Cristo, el actual Tell-Hum 49, conserva las ruinas de una magnífica sinagoga, probablemente del siglo II d.C., aunque puede estar construida sobre la sinagoga de los tiempos de Cristo 50. La capacidad máxima que presentan estas ruinas de la sinagoga de Cafarnaúm hace suponer que rebase las 700 personas.
(…)
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977)
San Agustín
“Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”
- Discutían entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia, y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí. Somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo. Por este pan hace Dios vivir en su casa de una misma y pacífica manera.
- A la cuestión causa de litigio entre ellos, es a saber: ¿Cómo es posible que pueda darnos el Señor a comer su carne, no contesta inmediatamente, sino que aun les sigue diciendo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y s i no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Esto, es verdad, no se lo decía a cadáveres, sino a seres vivos. Así que, para que no entendiesen que hablaba de esta vida (temporal) y siguiesen discutiendo de ella, añadió en seguida: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna. Esta vida, pues, no la tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre. Pueden, sí, tener los hombres la vida temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene en sí mismo la vida; pero sí quien come su carne y bebe su sangre tiene en sí mismo la vida, y a una y otra le corresponde el calificativo de eterna. No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo come no puede vivir; pero también es verdad que no todos los que lo comen vivirán; pues sucede que muchos que no lo comen, sea por vejez, o por enfermedad, o por otro accidente cualquiera, mueren. Con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, no sucede así. Pues quien no lo toma no tiene vida, y quien lo toma tiene vida, y vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y, llamados, y justificados, y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, que es la predestinación, se realizó ya; la segunda y la tercera, que son la vocación y la justificación, se realizó ya, y se realiza y se seguirá realizando; y la cuarta y la última, que es la glorificación, ahora se realiza sólo en la esperanza y en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor, en algunos lugares todos los días y en otros con algunos días de intervalo, y es comido de la mesa del Señor por unos para la vida, y por otros para la muerte. Sin embargo, la realidad misma de la que es sacramento, en todos los hombres, sea el que fuere, que participe de ella, produce la vida, en ninguno la muerte.
- Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna en el sentido de quienes lo comen no mueren ni aun siquiera corporalmente, tiene el Señor la dignación de adelantarse a este posible pensamiento. Porque después de haber dicho: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añade inmediatamente y Yo lo resucitaré el día postrero. Para que, entretanto, tenga en el espíritu la vida eterna con la paz, que es la recompensa del alma de los santos; y, en cuanto al cuerpo se refiere, no se encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en la resurrección de los muertos en el día postrero
- Porque mi carne, dice, es una verdadera comida, y mi sangre es una verdadera bebida. Lo que buscan los hombres en la comida y la bebida es apagar su hambre y su sed; mas esto no lo logra en realidad de verdad sino este alimento y bebida, que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, que es la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plena y perfecta. Por esto, ciertamente (esto ya lo vieron antes que nosotros algunos hombres de Dios), nos dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades, que de muchas se hace una sola. Porque, en efecto, una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo, y la otra, de muchos granos de uva.
- Finalmente, explica cómo se hace esto que dice qué es comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo; sino antes, por el contrario, come y bebe su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios, de quienes dice Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
- Así como mi Padre viviente, dice, me envío y yo vivo por mi Padre, así también quien me come a mí vivirá por mí. No dice: Así como yo como a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come a mí vivirá por mí. Pues el Hijo no se hace mejor por la participación de su Padre, porque es igual a El por nacimiento; mientras que nosotros sí que nos haremos mejores participando del Hijo por la unidad de su cuerpo y sangre, que es lo que significa aquella comida y bebida. Vivimos, pues nosotros por El mismo comiéndole a Él, es decir, recibiéndole a Él que es la vida eterna, que no tenemos de nosotros mismos. Vive Él por el Padre, que le ha enviado; porque se anonadó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Si tomamos estas palabras; Vivo por el Padre, en el mismo sentido que aquellas otras: el Padre es mayor que yo, podemos decir también que nosotros vivimos por Él, porque Él es mayor que nosotros. Todo esto es así por el hecho mismo de ser enviado. Su misión es, ciertamente, el anonadamiento de sí mismo y su aceptación de forma de siervo; lo cual rectamente puede así decirse, aun conservando la identidad absoluta de su naturaleza del Hijo con el Padre. El Padre es mayor que el Hijo-hombre; pero el Padre tiene un Hijo-Dios, que es igual a Él, ya que uno y el mismo es Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es Cristo Jesús. Y en este sentido dijo (si entienden bien estas palabras): Así como el Padre viviente me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá para mí. Como si dijera: La razón de que yo viva por el Padre, es decir, de que yo refiera a Él como a mayor mi vida, es mi anonadamiento en el que me envió, más la razón de que cualquiera viva por mí es la participación de mí cuando me come. Así, yo, humillado, vivo por el Padre, y aquel, ensalzado, vive por mí. Si se dijo Vivo por el Padre en el sentido de que Él viene del Padre y no el Padre de Él, esto se dijo sin detrimento alguno de la identidad de ambos. Pero diciendo: Quien me come a mí, vivirá por mí, no significa identidad entre Él y nosotros, sino que muestra sencillamente la gracia de mediador.
- Este es el pan que descendió del cielo, con el fin de que, comiéndolo, tengamos vida, y que de nosotros mismos no podemos tener vida eterna. No como comieron, dice, el maná vuestros padres, y murieron; el que come este pan vivirá eternamente. Aquellas palabras, ellos murieron, quieren significar que no vivirán eternamente. Porque morirán en verdad temporalmente también quienes coman a Cristo; pero viven eternamente, ya que Cristo es la vida eterna.
San Agustín. Sobre el Evangelio de San Juan. Ed. BAC, Madrid, 1968, pag. 588-593
San Pedro Julián Eymard
El Pan de Vida
Ego sum panis vitae.
“Yo soy el pan de vida.” (Juan 6, 35.)
El mismo Jesús es quien se ha dado el nombre de pan de vida. ¡Qué nombre! Sólo Él podía imponérselo. Si un ángel hubiera recibido el encargo de poner un nombre a nuestro Señor, habríale dado uno conforme a alguno de sus atributos; pero nunca se hubiera atrevido a llamar pan a Dios. ¡Ah! pan de vida: esto es el verdadero nombre de Jesús, el que le comprende por entero con su vida, muerte y resurrección: en la cruz será molido y cernido como la harina; resucitado, tendrá para nuestras almas iguales propiedades que el pan material para nuestro cuerpo; será realmente nuestro pan de vida.
Ahora bien: el pan material alimenta y mantiene la vida. Es necesario sustentarnos con la alimentación, so pena de sucumbir. Y la base de esta alimentación es el pan, manjar más sustancial para nuestro cuerpo que todos los demás, pues sólo él basta para poder vivir.
Físicamente hablando, el alma ha recibido de Dios una vida que no puede extinguirse, por ser inmortal. Mas la vida de la gracia, recibida en el bautismo, recuperada y reparada por la penitencia; la vida de la santidad, mil veces más noble que la natural, no se sostiene sin comer, y su alimento principal es Jesús sacramentado. La vida que recobramos por la penitencia completase en alguna manera con la Eucaristía, la cual nos purifica del apego al pecado, borra las faltas cotidianas, nos infunde fuerzas para ser fieles a nuestras buenas resoluciones y aleja las ocasiones de pecar.
“El que come mi carne tiene la vida”, ha dicho el Señor. ¿Qué vida? La misma de Jesús: “Así como el Padre, que me ha enviado, vive, y yo vivo por el Padre, así quien me come, también él vivirá por mí”. El alimento comunica su sustancia a quien lo come. No se transforma Jesús en nosotros, sino que a nosotros nos transforma en sí.
Hasta nuestro cuerpo recibe en la Comunión una prenda de resurrección; y merced a ella podrá ser, aún desde esta vida, más templado y dócil al alma. Después no hará más que descansar en la tumba, conservando siempre el germen eucarístico, que en el día de premios será manantial de una gloria más esplendorosa.
No se come sólo para conservar la vida, sino también para sacar fuerzas con que realizar los trabajos necesarios. Comer para no morir, a duras penas llega a la más elemental prudencia. Eso no basta. El cuerpo debe trabajar y en el trabajo se gastan fuerzas, que han de sacarse, no de la propia sustancia, que bien pronto se agotaría, sino de las reservas producidas por la alimentación. Es ley que no puede darse lo que no se tiene; bien pronto cae exhausto el hombre Condenado a un trabajo duro que, llegada la tarde, no puede alimentarse sino insuficientemente.
Cuanto más queramos acercarnos a Dios y practicar la virtud, mayores son los combates que nos aguardan, y mayores han de ser, por tanto, las fuerzas de que debemos proveernos para no salir derrotados. Pues bien: sólo la Eucaristía puede darnos fuerzas suficientes para todas estas luchas de la vida cristiana. La oración y la piedad bien pronto languidecen sin la Eucaristía. La vida piadosa es un continuo crucificarse de la naturaleza, y en sí misma considerada pocos alicientes presenta; no sale uno al encuentro de la cruz si no se siente suave, pero fuertemente sostenido. Regla general: piedad sin Comunión, piedad muerta.
Por lo demás, ved lo que os dice vuestra experiencia. ¿Cómo habéis cumplido vuestros deberes al dejar de comulgar? No bastan ni el bautismo que da la vida, ni la confirmación que la aumenta, ni la penitencia que la repara: todos estos sacramentos no son más que preparación de la Eucaristía, corona y complemento de todos ellos.
Jesús ha dicho: Sígueme. Sólo que es difícil, porque eso pide muchos esfuerzos, exige la práctica de las virtudes cristianas. Únicamente el que mora en nuestro Señor produce mucho fruto, y ¿cómo morar en nuestro Señor sino comiendo su carne y bebiendo su sangre? Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem, in me menet et ego in eo.
Somos dos cuando Jesucristo está en nosotros. El peso dividido entre dos resulta más ligero. Por eso dice san Pablo: “Todo lo puedo en Aquél que me fortifica.” Quien le fortifica es el que vive en nosotros: Cristo Jesús.
Además, el pan, sean cuales fueren las apariencias, no carece de ciertas delicias. La prueba, que nunca se cansa uno con él. ¿A quién le hastía el pan aun cuando los demás alimentos le parezcan insípidos? Ahora bien: ¿dónde, a no ser o este panal de miel que llamamos Eucaristía, puede hallarse la dulzura substancial? De ahí que esa piedad que no se alimenta frecuentemente de la Eucaristía no sea suave ni se trasluzca en ella el amor de Jesucristo. Es dura, austera; salvaje; no gusta ni atrae, no va sembrada en el amor de Jesús. Pretenden ir a Dios sólo por el sacrificio. Buen camino es éste, seguramente; pero sobradas razones hay para temer que el desaliento rompa al fin ese arco demasiado tirante. Los que van por este camino tienen sin género de duda mucho mérito; pero les falta el corazón, la ternura de la santidad, que no se encuentra más que en Jesús.
¿Sin la Comunión quieres vivir? ¡Pero, hermano, si la tradición cristiana te condena! No digas más el Pater, pues en esta oración pides el pan de cada día sin el que pretendes pasarte.
Sí, sin la Comunión queda uno siempre en lo arduo del combate; no se conocen las virtudes más que por lo que cuestan para adquirirlas y se desconoce su aspecto más atrayente, esto es, el gusto de trabajar, no sólo para sí, sino también por la gloria de Dios, por amor para con El, por amistad, como hijos, sin que la esperanza de la recompensa sea el único móvil que a ello nos impulse. El que comulga fácilmente comprende que, como recibe mucho, mucho debe también devolver, y en esto consiste la piedad inteligente, filial y amante. De ahí que la Comunión nos haga felices con felicidad amable y dulce aun en las mayores pruebas. Es perfección consumada mantenerse unido con Dios en medio de las más violentas tentaciones interiores. Al tentarnos más, más nos ama Dios. Pero, para que estas tempestades no acaben con vosotros, habéis de volver a menudo al manantial del amor para cobrar nuevas fuerzas y purificaros más cabalmente en este torrente de gracias y de amor.
Comulgad, por tanto; comed el pan de vida, si queréis disfrutar de una vida sana, de fuerzas bastantes para el combate cristiano y de felicidad en el seno mismo de la adversidad.
La Eucaristía es pan de los débiles y de los fuertes; es necesario a los débiles, está claro; pero también lo es a los fuertes, pues en vasos de arcilla, rodeados por todas partes de enemigos encarnizados, llevan su tesoro.
Asegurémonos, pues, una guardia, una escolta fiel, un viático que nos conforte. Todo eso lo será Jesús nuestro pan de vida.
(San Pedro Julián Eymard. Obras Eucarísticas. Ed. Eucaristía, Madrid, 1963, p. 272 – 275)
San Pedro Julián Eymard
El don de la personalidad
Qui manducat me ipse vivet propter me.
“Quien me come vivirá por mí”
Jn 6, 58
I
Por medio de la Comunión viene Jesús a tomar posesión de nosotros, trocándonos en cosa suya; para conformarnos con sus designios debemos despojarnos en sus manos de todo derecho de propiedad sobre nosotros mismos; dejarnos la dirección y la iniciativa sobre nuestros actos; no hacer nada por nosotros y para nosotros, sino todo por Él y para Él.
Así se realiza la nueva encarnación del Verbo en nosotros y continúa para gloria de su Padre lo que hizo en la naturaleza humana de Jesús. Ahora bien; en el misterio de la encarnación la humanidad de Jesús fue privada de aquel último elemento que hace a una naturaleza dueña de sí misma e incomunicable a otro ser. No recibió la subsistencia o la personalidad que le era connatural, sino que la persona del Verbo remplazó la personalidad que la naturaleza humana hubiera naturalmente debido recibir. Y como en un ser perfecto es la persona la que obra por medio de la naturaleza y de sus facultades, como ella es lo más noble y lo que nos hace seres completos y perfectos, a ella se refieren los actos naturales, de los cuales es primer principio y a los que confiere el valor que tienen. Mando a las facultades de mi alma; mis miembros me obedecen; soy yo, hombre completo, quien obro y hago obrar, y de todos los movimientos, así como de todos los actos, yo soy el responsable; mis potencias me sirven ciegamente; el principio que les hace obrar es el único responsable de lo que hacen, pues trabajan sólo por él y para él y no para sí mismas.
Síguese de ahí que en nuestro Señor, en quien había dos naturalezas y una sola persona, la del Verbo, ambas naturalezas obraban por el Verbo y el menor acto humano de nuestro Señor era al mismo tiempo divino, una acción del Verbo, puesto que sólo Él podía haberla inspirado y sólo Él le daba su valor, valor infinito por lo mismo que procedía de una persona divina. De ahí también que la naturaleza humana no fuese principio de nada, ni tuviese interés alguno propio, ni obrase para sí, sino que en todo se condujese como sierva del Verbo, único motor de todos sus actos. El Verbo quería divinamente y quería también humanamente; obraba por cada una de sus naturalezas.
Así debe ocurrir también en nosotros, o cuando menos debemos, poniendo en juego todos nuestros esfuerzos, aproximarnos a este divino ideal, en que el hombre no obra más que como instrumento pasivo, conducido, guiado por un divino motor, el espíritu de Jesucristo, con el único fin proponible en un Dios que obra, que no puede ser otro que Él mismo, su propia gloria. Debemos, por consiguiente, estar muertos a todo deseo propio, a todo propio interés. No miremos a otra cosa que lo que mira Jesús, quien no mora en nosotros más que para seguir viviendo todavía, por la mayor gloria de su Padre. Se da en la sagrada Comunión sólo para alimentar y estrechar esta unión inefable.
Cuando el Verbo dice en el Evangelio (Jn 6,57) Sicut misit me vivens Pater, et ego vivo propter Patrem et qui manducat me, et ipse vivet propter me, es igual que si dijera; así como, al enviarme al mundo por la encarnación para ser la personalidad divina de una naturaleza que no había de tener otra, el Padre me cortó toda raíz de estima propia para que no viviese más que para El, así también yo me uno a vosotros por la Comunión para vivir en vosotros y para que vosotros no viváis más que para mí, moraré vivo en vosotros y llenaré vuestra lama de mis deseos, consumiré y aniquilaré todo interés propio; yo desearé, yo querré, yo me pondré en vuestro lugar; vuestras facultades serán las mías, yo viviré y obraré por medio de vuestro corazón, de vuestra inteligencia y de vuestro sentidos; yo seré vuestra personalidad divina, por la que vuestras acciones participarán de una dignidad sobrehumana, merecerán una recompensa divina, serán actos dignos de Dios, merecedores de la bienaventuranza, de la visión intuitiva de Dios. Seréis por gracia lo que yo soy por naturaleza, hijos de Dios, herederos en toda justicia de su reino, de sus riquezas y de su gloria.
Cuando nuestro Señor vive en nosotros por su Espíritu somos sus miembros, somos El. El Padre celestial tiene por agradables nuestras acciones, viéndolas, ve las de su divino hijo y en ellas encuentra sus complacencias; el Padre, inseparablemente unido al Hijo, vive y reina también en nosotros, y esta vida y reino divinos paralizan y destruyen el reino de satanás. Entonces es cuando las criaturas rinden a Dios el fruto de honor y de gloria a que tiene derecho por su parte.
Así que la gloria del Padre en sus miembros es el primer motivo por el que nuestro Señor desea que le estemos sobrenaturalmente unidos por la vida de la caridad perfecta; por eso nos llama San Pablo tan a menudo Membra Christi, miembros, cuerpo de Jesucristo; por eso repite también muchas veces nuestro Señor estas palabras: “Morad en mí”. Trátase del don de sí mismo, puesto que ya no reside uno en sí, puesto que trabaja por aquel en quien moramos, quedándonos por completo a su disposición.
II
También desea nuestro Señor esta unión por amor hacia nosotros, con el fin de ennoblecernos por medio de sí mismo, de comunicarnos un día su gloria celestial con todo lo que la compone: poder, belleza, felicidad cumplida. Y como nuestro Señor sólo puede comunicarnos su gloria por ser miembros suyos y porque sus miembros son santos, quiere unirnos consigo y hacer que compartamos así su gloria.
Aún acá abajo nuestras acciones se truecan en acciones de nuestro Señor, y de Él toman más o menos valor, según sea el grado en que estén unidas a las suyas. Esta unión guarda relación con las costumbres, las virtudes y el espíritu de Jesús que habita en nosotros. De ahí estas hermosas palabras; “Christianus alter Christus, vivit vero in me Christus” Gal 2, 20; non ego solus sed gratia Dei mecum ICor 15, 10. “El cristiano es otro Cristo; no estoy solo sino también la gracia de Dios conmigo.”
Esta unión es el fruto del amor de Jesucristo; es el fin de toda la economía divina, así en el orden sobrenatural como en el natural; cuanto ha establecido la Providencia, tiende a realizar, a consumar la unión del cristiano con Jesucristo y a perfeccionar esta unión, pues que en ella consiste toda la gloria de Dios en la criatura y toda la santificación de las almas; en suma, todo el fruto de la redención.
III
La unión de Jesucristo con nosotros será en razón de nuestra unión con Él: “Morad en mí, así como yo en vosotros, también yo moro en aquel que mora en mí” (Jn 15, 4.5). Puedo, pues, estar seguro de que Jesús morará en mí si yo quiero morar con Él. Del propio modo que el viento se precipita en el vacío y el agua en el abismo, llena el espíritu de Jesús en un momento el vacío que hace el alma en sí misma.
Esta unión con nuestro Señor es lo que confiere al hombre su dignidad. Cierto que no llego a ser una porción de la divinidad ni nada que merezca adoración, pero sí algo sagrado; mi naturaleza sigue siendo una nada ante Dios, y de sí misma podría volver a caer en el abismo; pero Dios la eleva hasta unírsela por la gracia, por su presencia en mí. Esta unión me hace pariente de nuestro Señor: parentesco tanto más estrecho cuanto más lo sea mi unión, cuanto mayor sea mi pureza y santidad, porque el parentesco con nuestro Señor no es otra cosa que la participación de su santidad, conforme a esta afirmación: “ el que practica mi palabra, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” Mt, 12, 50
De esta unión nace el poder del hombre: “Así como los sarmientos no pueden llevar frutos por sí mismos si no permanecen en la vid, así tampoco ustedes pueden llevar frutos si no permanecen en mí. Sin mí nada podéis hacer. Sine me nihil potestis facere” (Jn.15,4.5). Esto sí que es cosa clara, nihil, nada. Así como la fecundidad de la rama procede de su unión al tronco y a la savia, así también la fecundidad espiritual proviene de nuestra unión con Jesucristo, de la unión de nuestros pensamientos con los suyos, de nuestras palabas con sus palabras, de nuestras acciones con sus acciones. De la sangre del corazón mana la vida de los miembros, y la sangre a su vez es producto del alimento; pues nuestro alimento es Jesús, pan de vida, y sólo el que lo come tiene en sí la vida. Ese es el principio de nuestro poder de santidad: la unión con nuestro Señor. La nulidad, el vacío y la inutilidad de las obras obedecen a la ausencia de esta unión; es imposible que la rama seca, que no guarda comunicación con la vida del árbol, pueda producir fruto.
Gracias a esta unión son también meritorias nuestras obras. Es un mérito de sociedad. Nuestro Señor se apodera de nuestra acción, la hace suya y merecedora de un premio infinito, de una eterna recompensa; y esta acción que, como nuestra, casi nada valía, revestida de los merecimientos de Jesucristo, se hace digna de Dios, y cuanto mayor se a nuestra unión con Jesús, mayor será también la gloria de nuestras santas obras.
¡Oh! ¿Por qué será que descuidamos tanto esta divina unión? ¡Cuánto méritos perdidos, cuántas acciones estériles por no haberlas hecho en unión con Jesucristo; cuántas gracias sin fruto! ¿Cómo es posible haber ganado tan poco con tantos medios y en negocio tan fácil?
Estemos, pues, unidos con nuestro Señor Jesucristo, seamos dóciles a su dirección y sumisos a su voluntad, dejémonos guiar por su pensamiento, obremos conforme a su inspiración y ofrezcámosle todos los actos, del propio modo que la naturaleza humana estuvo en el Verbo sometida, unida y obediente a la persona divina que la gobernaba. Mas para esta imitación es menester estar unido con unión de vida recibida, renovada y mantenida por medio de una comunicación incesante con Jesús; hace falta que, como la rama del árbol es dilatada por el sol, la divina savia nos penetre plenamente. El sol que atrae la savia divina nos dispone a recibirla y la mantiene, es el recogimiento, la oración, es el don de sí mismo de todos los momentos; es el amor que sin cesar anhela por Jesús, lanzándose hacia Él en todo instante; Veni, domine Jesu. Esta savia no es más que la sangre de Jesús, que nos comunica su vida, su fuerza y su fecundidad. La vida de Comunión puede, por tanto, reducirse a estos dos términos: comulgar sacramentalmente y vivir de recogimiento.
(San Pedro Julián Eymard. Obras Eucarísticas. Ed. Eucaristía, Madrid, 1963, 343 – 347)
P. Lic. Ervens Mengelle, I.V.E.
Sacramento y Vida: el banquete sagrado
Continúa el “sermón del Pan de Vida”. Si ustedes recuerdan, hace tres domingos comenzó este relato con la narración del milagro de la multiplicación de los panes, Jesús ofreció a sus oyentes un banquete en medio de un lugar desolado. Ahora se nos enseña el sentido profundo de este gesto de Nuestro Señor.
1 – Banquete
La primera lectura nos narraba como la Sabiduría invita a los hombres a su Banquete: vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. En la preparación de ese Banquete, sin embargo, hay un detalle que nos muestra que no es un banquete común, una cena cualquiera, sino algo especial: inmoló sus víctimas. Se trata de un banquete donde hay víctimas ofrecidas. ¿Dónde encontramos ese banquete sacrificial? “La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrifico de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor… El altar… representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor… La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora: Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición” (1382-3).
De hecho, también en el evangelio hemos escuchado una invitación urgente: en verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros (1384).
2 – Vida = Comunión con Cristo
Es una invitación cuyo desprecio es peligroso, porque “la vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí… Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante”, conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático” (1391-2).
Veamos esto mejor (cf. 1127-30). Los sacramentos, celebrados dignamente en la fe, confieren la gracia que significan. Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo, obran ex opere operato (“por el hecho mismo de que la acción es realizada”), es decir, en virtud de la obra salvífica de Cristo. Por supuesto que, los frutos de los sacramentos, dependen también de las disposiciones del que los recibe.
¿Cómo actúan los sacramentos? El Espíritu Santo actúa: “como el fuego transforma en sí todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma en vida divina lo que se somete a su poder… La gracia sacramental es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador” (1127.29)
Teniendo en cuenta estas verdades, es que la Iglesia celebra el Misterio de su Señor. Ya desde la era apostólica, la liturgia es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia: ¡Maran atha!. La liturgia participa así en el deseo de Jesús: con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros… hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios. En los sacramentos de Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la vida eterna (cf. 1130).
En síntesis, los sacramentos nos dan la vida de Cristo resucitado. Y esto se realiza de manera máxima en la comunión, porque en ella se obtiene como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús: quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él (1391).
3 – Los efectos del Banquete
¿Qué frutos produce en el alma esta unión? “El fruto de la vida sacramental es a la vez personal y eclesial. Por una parte, este fruto es para todo fiel la vida para Dios en Cristo Jesús; por otra parte, es para la Iglesia crecimiento en la caridad y en su misión de testimonio” (1134).
En primer lugar los frutos en el orden personal:
- La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es entregado por nosotros, y la Sangre que bebemos es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos. Dice san Ambrosio: “Cada vez que lo recibimos anunciamos la muerte del Señor. Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (1393)
- Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él. Dice san Fulgencio de Ruspe: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo… y llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios” (1394)
- Por la misma caridad que enciende en nosotros, La Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. (1395)
Los frutos en el orden eclesial:
- La Eucaristía hace la Iglesia, es decir constituye la unidad del Cuerpo místico. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo… El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?, y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (1Co 10,16-17). Por eso, hermosamente exhorta san Agustín: “si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis ‘amén’ (es decir, ‘sí’, ‘es verdad’) a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir ‘el Cuerpo de Cristo’, y respondes ‘amén’. Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu ‘amén’ sea también verdadero” (1396)
- La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres (1397). Por eso dice san Juan Crisóstomo: “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies pues, cuando lo encuentres desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez…”
- Finalmente, la Eucaristía lleva consigo un reclamo a la unidad de los cristianos, porque es, al decir de san Agustín, signo de unidad, vínculo de caridad (1398)
4 – Conclusión
El Señor dirige una invitación urgente: si no coméis la carne del hijo del hombre, y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Por ello, la Iglesia, recomienda vivamente a todos los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días (1389).
Para responder a esta invitación, debemos prepararnos dignamente para este momento tan grande y santo. Ante todo, señala san Pablo: quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso, quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar (1386). Y también “por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped” (1387).
Pero no despreciemos la invitación.
(MENGELLE, E., Jesucristo, Misterio y Mysteria , IVE Press, Nueva York, 2008. Todos los derechos reservados)
San Juan Crisóstomo
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”
Díjoles Jesús: en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna en sí mismo (Jn VI, 53-54)
Cuando tratemos de cosas espirituales, cuidemos de que nada haya en nuestras almas de terreno y secular; sino que dejadas a un lado y rechazadas todas esas cosas, total e íntegramente nos entreguemos a la divina palabra. Si cuando el rey llega a una ciudad se evita todo tumulto, mucho más debemos escuchar con plena quietud y grande temor cuando nos habla el Espíritu Santo. Porque son escalofriantes las palabras que hoy se nos han leído. Escúchalas de nuevo: en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna en sí mismo.
Puesto que le habían dicho: eso es imposible, El declara ser esto no solamente posible, sino sumamente necesario. Por lo cual continúa; El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré al final de los tiempos. Había Él dicho: Si alguno come de este pan no morirá para siempre; y es verosímil que ellos tomaran a mal, como cuando anteriormente dijeron: Nuestro Padre Abraham murió y los profetas también murieron; entonces ¿cómo dices tú: no gustará de la muerte? Por tal motivo ahora, como solución a la pregunta, pone la resurrección; y declara que ese tal no morirá para siempre.
Con frecuencia habla Cristo de los misterios, demostrando cuán necesarios son y que en absoluto conviene celebrarlos. Dice: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. ¿Qué significa esto? Quiere decir o bien que es verdadero alimento que conserva la vida del alma; o bien quiere hacer creíbles su palabras y que no vayan a pensar que los dijo por simple enigma o parábola, sino que entiendan que realmente es del todo necesario comer su cuerpo.
Continúa luego: Quien come mi carne permanece en Mí, para dar a entender que íntimamente se mezcla con Él. Lo que sigue, en cambio, no parece consonar con lo anterior, si no ponemos atención. Porque dirá alguno: ¿qué enlace lógico hay entre haber dicho. Quien come mi carne permanece en Mí, y a continuación añadir: como me envó el Padre que vive, así Yo vivo por el Padre? Pues bien, lo cierto es que tienen muy estrecho enlace ambas frases. Puesto que con frecuencia había mencionado la vida eterna, para confirmar lo dicho añade: En Mí permanece. Pues si en Mi permanece y Yo vivo, es manifiesto que también él vivirá. Luego prosigue: Así como me envió el Padre que vive. Hay aquí una comparación y semejanza; y es como si dijera: vivo Yo como vive el Padre. Y para que no por eso lo creyeras Ingénito, continúa al punto: así Yo vivo por el Padre, no porque necesite de alguna operación para vivir, puesto que ya anteriormente suprimió esa sospecha, cuando dijo: Así como el Padre tiene vida en Sí mismo, así dio al Hijo tener vida en Sí mismo. Si necesitara de alguna operación, se seguiría o que el Padre no le dio vida, lo que es falso; o que, si de la dio, en adelante la tendría sin necesidad de que otro le ayudara para eso.
¿Qué significa; Por el Padre? solamente indica la causa. Y lo que quiere decir es esto: Así como mi Padre vive, así también Yo vivo. Y el que me come también ibirá por Mi. no habla aquí de una vida cualquiera, sino de una vida esclarecida. Y que no hable aquí de la vida simplemente, sino de otra gloriosa e inefable, es manifiesto por el hecho de que todos los infieles y los no iniciados viven, a pesar de no haber comido su carne. ¿Ves cómo no se trata de esta vida, sino de aquella otra? De modo que lo que dice es lo siguiente: Quien come mi carne, aunque muera no perecerá ni será castigado. Más aún, ni siquiera habla de la resurrección común y ordinaria, puesto que todos resucitarán; sino de una resurrección excelentísima y gloriosa, a la cual surgirá la recompensa.
Este es el pan bajado del cielo. No como el que comieron vuestros padres, el maná, y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre. Frecuentemente repite esto mismo para elevarlo hondamente en el pensamiento de los oyentes (ya que era esta la última enseñanza acerca de estas cosas); y también para confirmar de su doctrina acerca de la resurrección y acerca de la vida eterna. Por esto añadió lo de la resurrección, tanto con decir: Tendrán vida eterna, como dando a entender que esa vida no es la presente, sino la que seguirá a la resurrección.
Preguntarás: ¿cómo se comprueba esto? Por las Escrituras, pues a ellas los remite continuamente para que aprendan. Y cuando dice; Que da vida al mundo, excita la emulación a fin de que otros, viendo a los que disfrutan don tan alto, no permanezcan extraños. También recuerda con frecuencia el maná, tanto para mostrar para diferencia con este otro pan, como para más excitarlos a la fe. Puesto que si pudo Dios, sin siega y sin trigo y demás aparato de los labradores, alimentarlos durante cuarenta años, mucho más los alimentará ahora que ha venido a ejecutar hazañas más altas y excelentes. Por lo demás, si aquellas eran figuras, y sin trabajos y sudores recogían el alimento los israelitas, mucho mejor será ahora, habiendo tan grande diferencia y no existiendo una muerte verdadera y gozando nosotros de una verdadera vida.
Y muy propósito con frecuencia hace también mención de la vida, puesto que ésta es lo que más anhelan los hombres y nada les es tan dulce como el no morir. En el Antiguo Testamento se prometía una larga existencia, pero ahora se nos promete no una existencia larga, sino una vida sin acabamiento. Quiere también declarar que el castigo que introdujo el pecado queda abolido y revocada la sentencia de muerte, puesto que pone ahora él e introduce una vida no cualquiera sino eterna, contra lo que allá al principio había decretado.
Esto lo dijo enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm; ciudad en la había obrado muchos milagros; y en la que por lo mismo convenía que se le escuchara y creyera. Preguntarás: ¿por qué enseñaba en la sinagoga y en el templo? Tanto para atraer a la multitud, como para demostrar que no era contrario al Padre. Pero muchos de los discípulos que lo oyeron decían: este lenguaje resulta intolerable. ¿Qué significa intolerable? Es decir áspero, trabajoso sobremanera, penoso. Pero a la verdad, no decía Jesús nada que tal fuera. Porque no trataba entonces del modo de vivir correctamente, sino acerca de los dogmas, insistiendo en que se debía tener fe en Cristo.
Entonces ¿por qué es lenguaje intolerable? ¿Porque promete la vida y la resurrección? ¿Porque afirma haber venido él del Cielo? ¿Acaso porque dice que nadie puede salvarse si no come su carne? Pero pregunto yo: ¿son intolerables estas cosas? ¿Quién se atreverá a decirlo? Entonces ¿qué es lo que significa intolerable? Quiere decir difícil de entender, que supera la rudeza de los oyentes, que es altamente aterrador. Porque pensaban ellos que Jesús decía cosas que superaban su dignidad y que estaban por encima de su naturaleza. Por esto decían, ¿Quién podrá soportarlo? Quizá lo decían en forma de excusa, puesto que lo iban a abandonar.
San Juan Crisóstomo. Homilías, Vol. IV. Ed. Tradición, S. A., México, 1981
Guión XX Domingo del Tiempo Ordinario
18 de agosto de 2024 – Ciclo B
Entrada: Dios Padre, que ha preparado el banquete de la Eucarisía, nos invita con insistencia a él:. Dios desea colmarnos de vida, pues sólo en la Eucaristía se contiene la vida verdadera y plena, la vida definitiva.
1a Lectura: (Pr 9,1-6) La Sabiduría Divina ha creado un festín, al cual nos invita para entrar en comunión con ella.
Salmo 33: “¡Gustad y ved, que bueno es el Señor!”
2a Lectura: (Ef 5,15-20) El Apóstol nos exhorta a discernir cuál es la voluntad del Señor y nos enseña a vivir santamente.
Evangelio: (Jn 6,51-59) “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”.
Preces: (Sacerdote) Imploremos confiados nuestras súplicas al Dios piadoso que, al darnos el don de su propio Hijo, no nos negará aquello que nos sea provechoso para la vida eterna.
A cada intención respondemos cantando:
- Por el Papa Francisco y sus intenciones, especialmente en favor de todos los hombres, para que sean iluminados por la luz de la fe y acojan con docilidad el mensaje de Cristo. Oremos.
- Por todos los consagrados de tu Iglesia, para que fieles a la invitación del Señor a vivir radicalmente el compromiso bautismal, permanezcan siempre junto a Él en el amor. Oremos.
- Por nuestra sociedad y por los que rigen los destinos de las naciones, para que respeten la dignidad del hombre y su derecho a la vida. Oremos.
- Por los niños, los jóvenes y los novios cristianos, para que encuentren en el pan de la Palabra y de la Eucaristía la alegría y la fuerza para vivir su vocación en plenitud. Oremos.
- Por todas las familias, y para que la vida nueva de Cristo se manifieste en ellas y de fruto abundante de perdón, de paz y de unidad. Oremos.
(Sacerdote) Padre Bueno, escucha nuestra oración y protege a tu Iglesia que confía plenamente en tu bondadosa providencia. Por Jesucristo nuestro Señor.
Ofertorio: En unión con la Víctima Divina nos ofrecemos a nosotros mismos, concientes de tomar parte en el sacrificio del Calvario.
Presentamos:
* Incienso, y con él suba nuestra oración por la santidad y fidelidad de todos los sacerdotes.
* Pan y vino para el banquete que la Sabiduría de Dios ha de prepararnos con el fin de darnos la vida eterna.
Comunión: El festín de las bodas del Hijo de Dios se renueva cada día en el santo sacrificio del Altar. Acerquémonos a recibir los frutos de esta sagrada inmolación.
Salida: Que la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra nos enseñe a buscar siempre el Pan de los ángeles, alivio de los caminantes; que no quedemos nunca privados de su dulzura.
Un desengaño a tiempo
Un desengaño a tiempo, mis hermanos, puede ayudarnos a menospreciar la vida de aquí, y a estimar sólo la vida de la eternidad.
Un cortesano de un emperador romano, llamado Similis, cansado por fin de las preocupaciones de la corte, dejó a su señor y se retiró a sus posesiones. Allí vivió durante siete años completamente en constante oración. Al morir hizo grabar en su tumba este epitafio: “Aquí descansa Similis. ¡Murió de viejo, y no vivió más que siete años!”.
Efectivamente, no vivimos más que aquellos años que empleamos, no en servir al mundo, sino en servir a Dios.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 544)