PRIMERA LECTURA
Alianza de Dios con Noé, liberado del diluvio
Lectura del libro del Génesis 9, 8-15
Dios dijo a Noé y a sus hijos:
«Yo establezco mi Alianza con ustedes, con sus descendientes, y con todos los seres vivientes que están con ustedes: con los pájaros, el ganado y las fieras salvajes; con todos los animales que salieron del arca, en una palabra, con todos los seres vivientes que hay en la tierra. Yo estableceré mi Alianza con ustedes: los mortales ya no volverán a ser exterminados por las aguas del Diluvio, ni habrá otro Diluvio para devastar la tierra».
Dios añadió: «Éste será el signo de la Alianza que establezco con ustedes, y con todos los seres vivientes que los acompañan, para todos los tiempos futuros: Yo pongo mi arco en las nubes, como un signo de mi Alianza con la tierra. Cuando cubra de nubes la tierra y aparezca mi arco entre ellas, me acordaré de mi Alianza con ustedes y con todos los seres vivientes, y no volverán a precipitarse las aguas del Diluvio para destruir a los mortales».
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 24.4-5b. 6. 7b-9
R. Tus senderos, Señor, son amor y fidelidad.
O bien:
R. Guía nuestros pasos, Señor, por el camino de la paz.
Muéstrame, Señor, tus caminos,
enséñame tus senderos.
Guíame por el camino de tu fidelidad;
enséñame, porque Tú eres mi Dios y mi salvador. R.
Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor,
porque son eternos.
Por tu bondad, Señor,
acuérdate de mí según tu fidelidad. R.
El Señor es bondadoso y recto:
por eso muestra el camino a los extraviados;
Él guía a los humildes para que obren rectamente
y enseña su camino a los pobres. R.
SEGUNDA LECTURA
Todo esto es figura del bautismo por
el que ahora ustedes son salvados
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro 3, 18-22
Queridos hermanos:
Cristo padeció una vez por los pecados —el justo por los injustos—para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios. Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca. En ella, unos pocos —ocho en total— se salvaron a través del agua.
Todo esto es figura del bautismo, por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal, sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que está a la derecha de Dios, después de subir al cielo y de habérsele sometido los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades.
Palabra de Dios.
Aclamación Mt 4, 4b
El hombre no vive solamente de pan,
Sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
EVANGELIO
Fue tentado por Satanás y los ángeles le servían
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 12-15
El Espíritu llevó a Jesús al desierto, donde fue tentado por Satanás durante cuarenta días. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.
Después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: «El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».
Palabra del Señor.
R. P. José María Solé Roma, C. M. F.
Sobre la Primera Lectura (Génesis 9, 8-15)
Las ‘Alianzas’ del A. T. preparan la ‘Alianza’ del N. T.: la Encarnación
– La Liturgia nos trae el recuerdo del ‘Pacto’ o ‘Alianza’ que Dios hizo con Noé después del Diluvio: ‘Dijo Dios a Noé: Establezco mi ‘Pacto’ con vosotros y vuestra descendencia. No enviaré más diluvio para exterminaros’ (Gén 9, 5). Y de esta ‘Alianza’ deja una señal sensible: El arco iris. Los hombres siempre que vean en el cielo el arco iris deben reavivar el recuerdo de unos brazos invisibles, los brazos de Dios, que los rodean y envuelven con amor entrañable (v. 12).
– En las páginas de la Biblia leeremos otras ‘Alianzas’ (Abraham-Jacob-Sinaí). Dios va estrechando sus relaciones con nosotros y va preparando la Nueva y Eterna Alianza. En virtud de tales ‘Alianzas’ o acercamientos de Dios, la Historia Bíblica es Historia de Salvación. En la ‘Alianza’ con Noé y en las demás que la seguirán es siempre Dios quien toma la iniciativa. De parte de Él la ‘Alianza’ es amor, elección, predilección, protección, promesa, dádiva, liberación, rescate = Salvación. De parte del hombre es: respuesta, fe, fidelidad, obediencia, amor.
– Isaías ‘reinterpreta’ la Alianza de Noé; y ve en ella tal riqueza de amor y de fidelidad, que se atreve a llamarla: ‘Alianza-Desposorio’; la más firme, la más bella, la más cálida de todas las Alianzas: ‘Tu Creador es tu Esposo… Y cual el juramento que hice a Noé, así juro que mi amor nunca se apartará de ti, que mi ‘Alianza’ de paz jamás vacilará’ (Is 54, 5. 10). Esta ‘Alianza’ de amor, prefigurada simbólicamente en la de Noé y en la de Moisés, iluminada por los Profetas, la realiza Jesucristo: ‘Esta es la Nueva Alianza en mi sangre’ (Lc 22, 19). En esta ‘Alianza’, que es el amor del Padre, vivimos: ‘El Padre, Él mismo, os ama’ (Jn 16, 27).
Sobre la Segunda Lectura (Epístola 1 Pedro 3, 18-22)
San Pedro nos ofrece en este pasaje la catequesis de la Obra Salvífica de Cristo; y nos da enseñanzas preciosas para nuestra fe:
– Cristo se ofrece en sacrificio. Inocente muere por los pecadores. Su muerte es ‘reconciliación’ = ‘Alianza’ de Dios con la Humanidad. Muere para resucitar, para vivir de un modo nuevo: ‘Vivificado según el Espíritu’ (v. 18). El ‘Espíritu’ es divinidad, en virtud de la cual Cristo Resucitado entra todo Él en la Gloria del Padre, y se convierte en fuente de vida divina, modelo y causa de la Resurrección de todos los hombres (v.22).
– La eficacia salvífica de la muerte de Cristo tiene una universalidad y plenitud incuestionable. Alcanza también a cuantos antes de Cristo creyeron y esperaron en Él (Heb 11, 40). El mismo Cristo desciende al sheol, a anunciarles el mensaje de salvación (v. 19). Incluso participan de la salvación de Cristo los que el castigo medicinal del Diluvio purificó (20).
– El recuerdo de las ‘aguas del Diluvio’ y del ‘Arca de Noé’, Arca de Salvación, lo interpreta San Pedro como tipo y figura del Bautismo (21): ‘Baño’ que de verdad lava, purifica y salva, pues le da eficacia Cristo Crucificado, Resucitado y Entronizado a la diestra de Dios: ‘El Bautismo no es para ablución del cuerpo, sino para purificación de la conciencia, en virtud de la Resurrección de Cristo’ (21).
Sobre el Evangelio (Marcos 1, 12-15)
San Marcos narra el ayuno y tentaciones de Jesús con grande concisión y sobriedad. Debemos completarle con lo que nos dicen los otros Sinópticos (Mt 4, 1-11; Lc 4, 1-13).
– El Espíritu Santo mora plenamente en Cristo según se vio en la escena del Bautismo (Mc 1, 10). Vencerá a Satanás. Y en virtud de esta victoria de Cristo venceremos nosotros. En los cuarenta días de ayuno en el desierto vemos como un trasfondo de los cuarenta años que Moisés e Israel anduvieron entre pruebas y tentaciones, camino de la Tierra Prometida. Ahora el nuevo Moisés va a realizar el nuevo Éxodo: a entrar y a entrarnos en la verdadera Tierra de Promisión, el Reino de los cielos.
– En la escena de las ‘Tentaciones’ resume la catequesis primitiva de la Iglesia, los intentos que hizo Satanás para desviar a Cristo del auténtico Mesianismo. Intentos que reitera con porfía creciente hasta el calvario (Mt 27, 40). Jesús, ‘Siervo’-Hijo obediente, debe salvarnos, según voluntad del Padre, con su sacrificio. Su Mesianismo es de obediencia, de pobreza, de dolor, de expiación, de muerte.
– Satanás, que tentó en el Desierto al Pueblo Mesiánico y le venció, y cien veces más le ha vencido, orientándolo hacia mesianismos terrenos, políticos y aun idolátricos, intenta desviar a Cristo hacia un Mesianismo de comodidad, de exhibicionismo, de dominio político. Cristo, que no tiene otro alimento (‘Pan’ = Mt 4, 4) que la voluntad del Padre, la obediencia y la gloria del Padre, rechaza a Satanás. Y nos enseña con su doctrina y ejemplo el camino del ‘Reino’. Pero a Satanás, que sigue tentando al Pueblo del Mesías, con un mesianismo terreno y no espiritual, le vencemos: ‘Te pedimos, Señor, alimentados con el Pan celeste con el que se nutre la fe, se sostiene la esperanza, se robustece la caridad, que sintamos hambre del que es Pan vivo y verdadero y logremos vivir de toda palabra que procede de tu boca’ (Poscom.).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)
Santo Tomás de Aquino
Acerca de las tentaciones de Cristo
(S. Th., III, q. 41; a. 1-4)
Acerca de las tentaciones de Cristo nos proponemos tratar estos cuatro puntos:
Primero: si fue conveniente que Cristo fuera tentado.
Segundo: del lugar de la tentación.
Tercero: del tiempo de la misma.
Cuarto: de su modo y orden.
ARTÍCULO 1
Si fué conveniente que Cristo fuese tentado
Parece que Cristo no debía ser tentado.
Por otra parte, dice San Mateo: “Jesús fué conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1).
Exposición: Cristo quiso ser tentado: Primero, para darnos auxilio contra las tentaciones. Por lo que dice San Gregorio: “No era indigno de nuestro Redentor querer ser tentado, puesto que vino para ser muerto, para que así venciese nuestras tentaciones con las suyas, como venció nuestra muerte con la muerte suya”.
Segundo, para advertencia nuestra, para que nadie, por santo que sea, se tenga por seguro y exento de tentaciones. Y así quiso ser tentado después del bautismo, porque, como dice San Hilario, “es contra los santificados contra los que más se ensaña el diablo, porque es para él más apetecible la victoria obtenida sobre los santos”. Por esto mismo se lee, en el Eclesiástico: “Hijo mío, si te das al servicio de Dios, tente firme en la justicia y el temor y prepara tu alma para la tentación” (Eclo 2,1).
Tercero, para ejemplo, para enseñarnos de qué manera hemos de vencer las tentaciones del diablo. Y así dice San Agustín que “Cristo se ofreció al diablo para ser tentado, a fin de ser nuestro mediador en superar las tentaciones, no sólo con la ayuda, sino también con el ejemplo”.
Cuarto, para movernos a confiar de su misericordia. Por esto se dice en la Epístola a los Hebreos: “No es tal el Pontífice que tenemos que no sepa compadecerse de nuestras flaquezas, pues fué tentado en todas las cosas, para asemejarse a nosotros, fuera del pecado” (Hb 4,15).
Objeciones: 1. Tentar es igual que “probar, someter a prueba”; lo que no se hace sino con cosas ignoradas; pero la virtud de Cristo era conocida de los mismos demonios, pues leemos en San Lucas que “no permitía hablar a los demonios, porque sabían que Él era el Mesías” (Lc 4,41); luego parece que no era razonable que Cristo fuese tentado.
- Vino Cristo para destruir las obras del diablo, según leemos en San Juan: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo” (1Jn3,8). Pero no es razonable que quien soporta las obras de uno sea el mismo que las ha de destruir; luego parece inconveniente que Cristo permitiese ser tentado del diablo.
- La tentación tiene tres principios: “la carne, el mundo y el diablo”, pero Cristo no fué tentado de la carne ni del mundo, tampoco debió serlo del diablo.
Respuesta a las objeciones: 1. Dice San Agustín que “Cristo se dió a conocer a los demonios en la medida que quiso, y no por cuanto es la vida eterna, sino por ciertos efectos temporales de su poder”, de los cuales podían conjeturar que Cristo fuese el Hijo de Dios. Pero, junto con esto, veían en Él ciertas señales de flaqueza humana, que no podían dar por cierto ser Él el Hijo de Dios. Este es el motivo de querer el diablo tentarlo. Y ello indica lo que se lee en San Mateo: que, “luego que tuvo hambre, se le acercó el tentador” (Mt 4,2-3), porque, según dice San Hilario, “no se hubiera atrevido el diablo a tentar a Cristo si por el hambre no hubiera reconocido su condición humana”. Esto mismo nos declara el mismo modo de proponer la tentación, diciendo: “Si eres hijo de Dios”. San Ambrosio, exponiendo estas palabras, dice: “¿Qué significa este comienzo sino que conocía que el Hijo de Dios debía venir, pero, a causa de las flaquezas del cuerpo, no se aseguraba que hubiera venido?”
- Vino Cristo a destruir las obras del diablo, no haciendo uso de su poder, sino padeciendo del diablo y de sus miembros, y obteniendo la victoria por justicia, no por la fuerza, como explica San Agustín: “El diablo no ha de ser vencido con la fuerza, sino con la justicia”. Por eso en las tentaciones de Cristo se ha de considerar lo que Él hizo de su voluntad y lo que padeció del diablo. El ofrecerse para la tentación fué de su voluntad. De donde se dice en San Mateo: “Fue Jesús conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1). Esto dice San Gregorio que se ha de entender del Espíritu Santo, el cual “lo condujo allá donde el espíritu maligno lo había de hallar para tentarlo”. Pero al diablo le permitió que lo tomara y lo llevara al pináculo del templo y luego a un monte muy alto. Ni hemos de maravillarnos que quisiera ser llevado por el diablo a un monte El que permitió que los miembros del diablo le pusieran en la cruz. No se ha de entender esto de ser llevado a un monte, que lo fuera por la fuerza, sino que, como dice Orígenes, Jesús “seguía al diablo al lugar de la tentación, caminando libremente como un atleta”.
- Dice el Apóstol que “Cristo quiso ser tentado en todas las cosas, excepto el pecado” (Hb 4,15). La tentación que procede del enemigo puede acaecer sin pecado, porque se verifica por sola sugestión exterior, mientras que la tentación de la carne no puede ser sin pecado, porque se realiza mediante la delectación y la concupiscencia. Dice San Agustín: “Siempre hay algún pecado cuando la carne codicia contra el espíritu”. Por esto Cristo quiso ser tentado por el enemigo, no por la carne.
ARTÍCULO 2
Si Cristo debía ser tentado en el desierto
Parece que Cristo no debió ser tentado en el desierto.
Por otra parte, se lee en San Marcos que “estuvo Jesús en el desierto por espacio de cuarenta días y cuarenta noches y era tentado por Satanás” (Mc 1,13).
Exposición: Como hemos manifestado (S.Th. 3,41,1ad2), de propia voluntad se ofreció Cristo a ser tentado por el diablo, así como de su propia voluntad se ofreció a los miembros del diablo para ser muerto. De otra forma el diablo no se hubiese llegado a tentarlo. El diablo ataca con preferencia a los solitarios, porque, según se dice en el Eclesiastés, “si uno prevalece contra otro, dos le resisten” (Ecl4,12). De aquí es que Cristo salió al desierto como a una palestra para ser allí tentado por el diablo. Por lo cual dice San Ambrosio que Cristo “fue conducido al desierto con el propósito de provocar al diablo. Pues, si éste no combatía, Aquél no obtendría la victoria”. –El mismo Santo añade otras razones, diciendo que Cristo hace esto “con misterio, para librar del destierro a Adán –el cual había sido arrojado del paraíso al desierto (cf. Gn 3,23)–; con el ejemplo, para manifestarnos que el diablo tiene envidia de los que tienden a lo mejor”.
Objeciones:
(…)
- Dice San Crisóstomo: “El diablo suele insistir más en la tentación cuando nos ve solos. Por esto al principio tentó a la mujer cuando se hallaba separada del marido”. De esta suerte parece que ir al desierto para ser tentado era exponerse a la tentación. Pues, como la tentación sea para ejemplo nuestro, parece que también los demás deban buscar las tentaciones, lo que resulta peligroso, siendo así que más bien debemos evitar las tentaciones.
- En San Mateo se pone como segunda tentación aquella en que “el diablo tomó a Cristo y, llevándolo a la Ciudad Santa, le puso sobre el pináculo del templo” (Mt 4,5), que ciertamente no estaba en el desierto. Luego no fué tentado sólo en el desierto.
Respuesta a las objeciones:
(….)
- La ocasión de la tentación es de dos maneras: la una, de parte del hombre; por ejemplo, cuando alguno busca el pecado, no evitando las ocasiones. Tal proceder se debe evitar, según se dijo a Lot: “No te detengas en toda la región en torno de Sodoma” (Gn 19,17).
La otra ocasión de tentación procede del diablo, que siempre “tiene envidia de los que aspiran a lo mejor”, como dice San Ambrosio. Esta ocasión no hay por qué evitarla, por lo cual dice San Crisóstomo que “no sólo Cristo fué conducido al desierto por el Espíritu Santo, sino también los hijos todos de Dios, que tienen el Espíritu Santo. No se contentan con estar ociosos, y el Espíritu Santo les urge para emprender alguna obra grande. Esto es para el diablo estarse en el desierto, porque no hay allí la injusticia, en que el diablo se deleita. Toda obra buena es desierto para la carne y el mundo, porque no es según la voluntad de la carne y del mundo”. Dar al diablo ocasiones de tentaciones semejantes no es peligroso, porque es mayor el auxilio del Espíritu Santo, autor de toda obra perfecta, que la acometida del diablo insidioso.
- Hay quienes piensan que todas las tentaciones tuvieron lugar en el desierto. Y dicen unos que Cristo no fué realmente conducido a la Ciudad Santa sino en visión imaginaria; creen otros que la misma Ciudad Santa se llama “desierto”, porque estaba abandonada de Dios. –Pero no es necesario recurrir a esta solución, porque San Marcos dice que en el desierto era tentado por el diablo (cf. Mc 1,13), pero no dice que sólo en el desierto tuviera lugar la tentación.
ARTÍCULO 3
Si la tentación de Cristo debió ser después del ayuno
Parece que la tentación de Cristo no debió tener lugar después del ayuno.
Por otra parte, escribe San Mateo que, “habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al cabo tuvo hambre”, y luego “se acercó el tentador” (Mt 4,2-3).
Exposición: Con razón Cristo quiso ser tentado después del ayuno. Primero, para el ejemplo. Según queda dicho, a todos incumbe el cuidado de defenderse contra las tentaciones. En haber ayunado antes de la tentación nos vino a enseñar cómo nos conviene armarnos contra la tentación con el ayuno. Y el Apóstol enumera entre “las armas de la justicia” (2Co 6,5-7) el ayuno.
Segundo, para mostrar que aun a los que ayunan acomete el diablo para tentarlos, igual que a los otros que se ocupan en obras buenas. Y como el Señor es tentado después del bautismo, también lo es después del ayuno. Por lo cual dice San Crisóstomo: “Para que aprendas por aquí cuán grande bien sea el ayuno y cuán fuerte escudo es contra el diablo, y que después del bautismo no te has de dar a la intemperancia, sino al ayuno; Cristo ayunó, no como necesitado de él, sino para instrucción nuestra”.
Tercero, porque al ayuno siguió el hambre, que dio al diablo audacia para acometerlo, (…). Y dice San Hilario: “Luego que el Señor tuvo hambre, no fué que le sorprendiera alguna necesidad, sino porque entregó la naturaleza a sus leyes, que no iba a ser vencido el diablo por Dios, sino por la carne”. Por donde dice San Crisóstomo: “No sobrepasó en su ayuno a Moisés y a Ellas, por que no se rehusara creer que había tomado la carne humana”.
Objeciones: 1. Según atrás se dijo, no convenía que Cristo viviese una vida austera (S.Th. 3,40,2); mas parece que fué prueba de la mayor austeridad el no comer nada durante cuarenta días y cuarenta noches, ya que así se ha de entender eso de “ayunar cuarenta días y cuarenta noches” (Mt 4,2), es decir, que “no comió bocado en todos esos días”, según dice San Gregorio. Luego no parece bien que tal ayuno precediese a la tentación.
- Se dice que “estuvo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches y que era tentado por Satanás” (Mc 1,13). Pero ayunó cuarenta días y cuarenta noches; luego parece que no después del ayuno, sino durante el ayuno, ocurrió la tentación del diablo.
- Sólo una vez se lee que Cristo haya ayunado; pero no sólo una vez fué tentado por el diablo, pues San Lucas dice que, “acabada la tentación, el diablo se alejó de Él por algún tiempo” (Lc 4,13). Pues, como la segunda tentación no fué precedida del ayuno, tampoco la primera.
Respuesta a las objeciones: 1. No era razonable que Cristo llevase una vida tan austera, que desdijese de la de aquellos a quienes predicaba. Sin embargo, nadie debe tomar sobre sí el oficio de predicar si no estuviese purificado y en la virtud perfecto, como se dice de Cristo que “comenzó Jesús a obrar y a enseñar” (Act 1,1). Él, luego de bautizado, emprendió una vida de austeridad, a fin de enseñar a los otros que sólo después de domada la carne era permitido darse al oficio de la predicación, según lo que dice el Apóstol: “Castigo mi cuerpo y le reduzco a servidumbre, no sea que, predicando a los otros, yo incurra en reprobación” (1Co 9,27).
- Esas palabras de San Marcos (Mc 1,13) pueden entenderse que el Salvador “estuvo en el desierto cuarenta días y cuarenta noches”, en los cuales ayunó. Lo que luego se dice que “era tentado por Satanás”, se ha de interpretar que no en aquellos cuarenta días y cuarenta noches, sino después de ellos, pues San Mateo dice que, “habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, luego tuvo hambre” (Mt 4,2), de donde tomó ocasión el tentador para acercarse a Él. Lo que luego añade San Marcos: que “los ángeles le servían”, se ha de entender como algo consiguiente, pues San Mateo dice que “entonces le dejó el diablo” (Mt 4,11), es decir, después de la tentación, “y los ángeles se acercaron y le servían”. Lo que inserta San Marcos: “y estaba con las fieras” (Mc 1,13), se trae, dice San Crisóstomo, para indicar “qué tal era el desierto”, pues era intransitado de los hombres y poblado de fieras. Sin embargo, si nos atenemos a la exposición de San Beda, el Señor fué tentado durante los cuarenta días y las cuarenta noches. Pero, esto se ha entender, no de aquellas tentaciones visibles narradas por San Mateo y San Lucas, que ocurrieron después del ayuno, sino de algunas otras que en aquel tiempo del ayuno padeció Cristo de parte del diablo.
- Dice San Ambrosio que el diablo se apartó de Cristo “por un tiempo, porque luego vino, no para tentar, sino para pelear” en tiempo de la pasión. Todavía en aquella ocasión parece que tentó a Cristo de tristeza y odio de los prójimos, como en el desierto le había tentado de gula y desaprecio de Dios por la idolatría.
ARTÍCULO 4
Si fué conveniente el orden y modo de la tentación
Parece que no fué conveniente el modo y orden de la tentación.
Por otra parte, está la autoridad de la Sagrada Escritura (Mt 4,1; Lc4,3).
Exposición: Dice San Gregorio que la tentación del enemigo procede por vía de sugestión. Ahora bien, una sugestión no se propone a todos de la misma manera, sino a cada uno según sus particulares aficiones. Por esto el diablo no tienta desde luego al hombre espiritual de pecados graves, sino que empieza por los leves y va poco a poco llevándole a los graves. Por donde el mismo San Gregorio en los “Morales”, comentando las palabras: “Y huele de lejos la batalla, las arengas de los jefes y el tumulto del ejército” (Job 39,25), dice: “Muy bien se habla de las arengas de los jefes y del tumulto del ejército, porque los primeros vicios se filtran en la mente engañada bajo ciertas apariencias de razón; pero los innumerables que luego se siguen y arrastran al alma a todo género de locuras, confunden con un bestial clamoreo”.
De igual modo procedió el diablo con la tentación de los primeros padres, solicitando primero su mente con la comida de la fruta prohibida, con esta palabra: ¿Por qué os mandó Dios que no comieseis de todos los árboles del paraíso?” Segundo, los tentó de vanagloria, cuando les dijo: “Se abrirán vuestros ojos”. Tercero, los condujo hasta el último grado de la soberbia, al decirles: “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn 3,1).
Este mismo orden guardó en la tentación de Cristo. Porque primero le tentó con lo que apetecen aun los varones espirituales, a saber, la sustentación de su vida corporal mediante el alimento. Luego pasó a aquella tentación en que a veces caen los varones espirituales, es decir, hacer algo por ostentación, incurriendo así en vanagloria. Por fin, llevó la tentación a lo que no es de varones espirituales, sino de los carnales, o sea, al deseo de las riquezas y de la gloria del mundo, llevado “hasta el desprecio de Dios”. Y así en las dos primeras tentaciones le dijo: “Si eres hijo de Dios”, pero no en la tercera. Ésta no conviene a varones espirituales, que son por adopción hijos de Dios.
A todas estas tentaciones resistió Cristo con testimonios de la ley, no con el poder de su virtud, “porque con esto honraba más al hombre y confundía más al adversario, el cual apareció vencido, no por Dios, sino por el hombre”, según dice San León Papa.
Objeciones: 1. La tentación del diablo tiende a inducir al pecado. Pero, si Cristo hubiera remediado su hambre convirtiendo las piedras en pan, no hubiera pecado, como no pecó multiplicando los panes para remediar el hambre de la multitud (Mt 14,15), que no fué menos milagro. Luego parece que no hubo ahí ninguna tentación.
- No es discreta la conducta del tentador que intenta persuadir lo contrario de lo que se propone. Ahora bien, el diablo, al poner a Cristo en el pináculo del templo, intentaba tentarle de soberbia o vanagloria. Luego neciamente le persuade que se eche de allí abajo, lo contrario de lo que la soberbia y vanagloria pretenden, que es subir.
- La tentación directa ha de tender a un pecado; pero en la tentación del monte le tentó en dos, a saber, codicia e idolatría; luego parece que no fué conveniente el modo de esta tentación.
- Las tentaciones tienden a inducir al pecado; los pecados capitales son siete, como en la Segunda Parte (S.Th. 1-2,84,4) se dijo; pero aquí no tienta el diablo más que de tres, gula, vanagloria y codicia; luego parece que no fué completa.
- Después de la victoria de todos los vicios queda todavía la tentación de soberbia o vanagloria, pues “la soberbia se introduce hasta en las buenas obras para arruinarlas”, según dice San Agustín en la “Regla”. Luego no está bien lo que hace San Mateo (Mt 4,8.5), que pone la última tentación, de codicia, en el monte, y la segunda, de vanagloria, en el templo, mientras que San Lucas pone el orden inverso.
- Dice San Jerónimo que “el propósito de Cristo fué vencer al diablo con la humanidad, no con el poder; luego no debió repelerle reprendiéndole con imperio: “Vete de aquí, Satanás” (Mt 4,10; cf. Mc8,33).
- Parece que la narración del Evangelio encierra algún error, pues parece imposible colocar a Cristo sobre el pináculo del templo sin ser visto de otros. Ni existe monte tan alto desde el cual se puede ver el mundo entero y pudieran serle mostrados a Cristo todos los reinos. Luego no parece que está bien narrada la tentación de Cristo.
Respuesta a las objeciones: 1. No es pecado de gula usar de las cosas necesarias para el sustento de la vida, pero sí lo puede ser el cometer algún desorden por el deseo de ese sustento. Y es cierto desorden el que uno pretenda procurarse por vía milagrosa el sustento que puede adquirir por los medios humanos. Si el Señor proveyó del maná a los hijos de Israel en el desierto, era que allí no podían proveerse de otro modo (cf. Ex 16). Y lo mismo hizo Cristo alimentando milagrosamente a las turbas en el desierto, donde de otra manera no podían obtener comida. Pero Cristo podía satisfacer su hambre por otra vía que por un milagro, como lo hacía Juan Bautista (Mt 3,4), o yendo a los lugares vecinos.
Por esto pensaba el diablo que Cristo pecaría, siendo puro hombre, si intentase satisfacer su hambre con el milagro.
- No es raro que con la humillación exterior busque uno la gloria en los bienes espirituales. Y así dice San Agustín: “Conviene advertir que no sólo en el esplendor y en la pompa de las cosas exteriores, sino también en los harapos se puede dar la jactancia”. Y para significar esto, el diablo quiso persuadir a Cristo que se arrojase del pináculo al suelo, para alcanzar la gloria espiritual,
- Es pecado apetecer las riquezas y los honores del mundo cuando esto se hace desordenadamente. Esto se demuestra a las claras cuando el hombre se rebaja a cometer una vileza para obtener esos bienes. Por esto, no se contentó el diablo con persuadirle la codicia de las riquezas y los honores; le quiso inducir también a que, por el logro de esos bienes, lo adorase, lo que es el mayor crimen, y contra Dios. –Ni dijo solamente: “Si me adoras”; añadió: “Si postrándote” (Mt 4,9), porque, como dice San Ambrosio, “tiene la ambición este particular peligro, que para lograr el dominio de otros se somete a servidumbre; se doblega en obsequios para alcanzar el honor, y, queriendo sublimarse, se abate”.
También en las tentaciones precedentes intentó el diablo inducirlo por el apetito de un pecado en otro, v. gr., por el deseo del alimento en la vanidad de realizar un milagro injustificado; por la codicia de la vanagloria, a tentar a Dios precipitándose.
- Dice San Ambrosio: “No diría la Sagrada Escritura que, acabada toda la tentación, se retiró el diablo de Él, si en las tres tentaciones no se hallase la materia de todos los pecados. Porque las causas de las tentaciones son las mismas de la codicia, a saber, el deleite de la carne, la esperanza de la gloria y la ambición del poder”.
- Es sentencia de San Agustín que “no es cosa cierta cuál fué primero, si la demostración de los reinos de la tierra y luego la conducción al pináculo del templo, o viceversa. Poco importa ésta; siendo claro que ambas cosas sucedieron”. Parece que los evangelistas, han seguido un orden distinto, porque a veces de la vanagloria se viene a caer en la codicia, y otras al revés.
- Cristo llevó en paciencia la injuria de la tentación cuando el diablo le dijo: “Si eres hijo de Dios, échate abajo” (Mt 4,6), y ni se turbó por ello ni increpó al diablo. Pero cuando le oyó usurpar el honor de Dios, diciendo: “Todo esto te doy si postrándote me adoras” (Mt 4,9), entonces, indignado, le arrojó de sí, diciendo: “Vete de mí, Satanás”. Esto para que nosotros aprendiéramos de su ejemplo a soportar con generosidad nuestras injurias; pero no tolerar, ni de oídas, las injurias a Dios.
- Según San Crisóstomo, “condujo el diablo a Cristo (sobre el pináculo del templo) a fin de que fuese visto de todos; pero Él, sin saberlo el diablo, hizo que no fuera visto de nadie”.
Y añade: “Lo que se dice de ‘haberle mostrado todos los reinos, del mundo y la gloria de ellos’ (Mt 4,8), no es preciso entenderlo que viese los mismos reinos, las ciudades, los pueblos, el oro, la plata, sino que le mostraba con el dedo las regiones en que los reinos o ciudades estaban situados y de palabra le declarase los honores de cada reino y su estado”. –O, según Orígenes, “le mostró cómo él reinaba en el mundo por los diversos vicios”.
(SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, Tercera Parte, Cuestión 41, Artículos 1 al 4)
P. Leonardo Castellani
Ayuno y tentaciones de Cristo
Hoy hay sacerdotes que niegan las Tentaciones. Tengo el resumen de un artículo publicado con toda clase de aprobaciones en la “Revista Eclesiástica” de Lima, que me mandó mi amigo el P. jesuita Florentino Alcañiz: niega la realidad de las Tentaciones de Cristo y afirma que son una “dramatización” para expresar la eterna lucha del bien y del mal. Niega también que haya endemoniados y afirma que todos los “endemoniados” del Evangelio fueron enfermos y nada más. ¿Y cómo Cristo los dio por endemoniados, e incluso habló con los demonios? Ah, ésa es otra “dramatización”, para significar la existencia del mal en el mundo. Después, como si esto fuese poco, se mete con la Santísima Madre de Jesucristo (cosa que Jesucristo no suele tolerar) y dice que la aparición del Ángel Gabriel es un cuento ridículo; y que eso es otra dramatización del “monólogo interior” de María Santísima; o sea, que la Virgen se preguntó ella misma y se respondió ella misma: —¿Quieres ser Madre de Dios? —Sí quiero, cómo no.
Entonces, según Su Sapientísima Reverencia, los milagros de Cristo podrían ser todos “dramatizaciones” —Perfectamente, cómo no —Entonces, Reverendo, ¿en qué se funda su fe? —Se funda en la razón —Hace mucho tiempo que no tienes ni pizca de fe —ni pizca de razón— diría tu Padre San Ignacio de Loyola.
Me hace acordar lo que le sucedió a un paisano mío de Reconquista, que se le paró al lado un turista en auto y dijo:
Oiga amigo ¿éste es el camino que va a Reconquista?—Síseñor. El otro puso en marcha el auto y el paisano le gritó: —Ep, párese!
¿Qué hay? —Este es el camino de Reconquista; pero si quiere llegar a Reconquista, pegue media vuelta y agarre pal otro lao, dirección contraria. Así este Profesor de Escritura, anda por la Sagrada Escritura, pero en dirección contraria: cree que anda entrando y anda saliendo.
Las Tentaciones de Cristo son reales y verdaderas. No diré que sean fáciles: son la mar de raras.
Algunos intérpretes (Durand, y también en cierto modo San Jerónimo y San Juan Crisóstomo) dicen que es natural, Cristo siendo Dios no podía ser tentado como nosotros los hombres. Pero Cristo no fue tentado como Dios, es imposible; y su natura de hombre es esencialmente la misma que la mía.
Mejor dijo el gran místico alemán del siglo XIII Maestro Eckhart: que las tentaciones de Cristo fueron las mismas que las nuestras. ¿Cómo se entiende eso?
La materia de nuestras tentaciones es diferente; en realidad es diferente en cada hombre; pero el fondo (o sea lo que llaman los tomistas “la forma”, que no significa figura sino la estructura esencial de cada cosa, el “alma” como si dijéramos) ésa es la misma. El esquema general es el mismo.
En la parábola de las “Dos Banderas” que inserta San Ignacio en sus “Ejercicios Espirituales”, presenta a Cristo y a Satán como dos caudillos que están reclutando gente para sus campañas bélicas: San Ignacio ve la vida cristiana como una milicia, pues él había sido milico. El Mal Caudillo se sienta en un trono de fuego y humo, en figura horrible y espantosa; y haciendo llamamiento de innumerables demonios los manda a tentar por tres escalones; primero de codicia de riquezas; después de vano honor del mundo; por último a recrecida sobérbia; de donde después los precipiten en todos los vicios y pecados. “Dale al diablo un cabello y te tomará todo el pelo” —dice el español. San Juan Crisóstomo pone también estos tres escalones.
Los que hacen los ejercicios dicen —yo mismo lo he dicho alguna vez: “Eso es inexacto. Las tentaciones comunes son: 1° querer tener mucha plata; 2° exceso de lujo, boato, diversiones y comodidades; 3° pecados carnales”. Eso es así, pero es un caso particular del esquema de San Ignacio y del esquema de las Tentaciones de Cristo: primero tienta el demonio con la codicia de una cosa creada (y todas las cosas creadas menos la salud pueden conseguirse con la plata), una cosa creada que no es mala en sí, pero que apegársele demasiado es malo —a veces muy malo; después tienta con una cosa ya mala, aunque no sea o no parezca un crimen; después tienta con cosas perversas. No está obligado el diablo a tentar en este orden lógico; y por eso tampoco los Evangelistas las ponen en el mismo orden: Lucas lo cambia.
Codicia de riquezas: demasiado nos previno Cristo contra ella; el mundo de hoy ha olvidado esa prevención; y por eso anda trastornado; estamos en el Reino del Dinero. Un multimillonario argentino tiene poco que ver con un multimillonario yanqui; pero aquí no hay muchos. Un millonario yanqui, que había muchos hasta llegar al poder Teodoro Roosevelt y los llamaban “los Megaterios Sagrados” no son millonarios, son billonarios (en Estados Unidos y Francia un billón son mil millones). ¿Saben Uds. cuánto viene a ser un billón? Ni lo imaginamos. Por ejemplo, si al nacer Cristo un hombre tuviera un billón de dólares y gastase mil dólares al día (cosa que ningún hombre puede), ahora, pasados casi dos mil años a 365.000 dólares al año, le quedaría dinero todavía que gastar unos 700 años —un poco más. Hagan la cuenta, es una multiplicación y una división que puede hacer un escuelerito de 6° grado.
Es una aberración que un hombre tenga un billón; no lo ha ganado, es un robo; y esa aberración gobierna hoy al mundo. Santo Tomás dice que si se permite a todos que lucren todo lo que puedan, sin límites, eso no es lícito, es aberrante. Ahora no hay muchos billonarios en E.E.U.U., porque el Estado, por medio de exorbitantes impuestos, barre con las grandes fortunas; pero el Estado a su vez se ha convertido en billonario, trillonario y cuatrillonario, y eso es para peor. No solamente la deuda pública, solamente los intereses de la deuda pública de E.E.U.U. pasan del billón. ¿Y quién va a pagar esa deuda? Nadie, no se puede pagar. ¿Y los intereses? Los paga todo el mundo, empezando por las naciones sonsas.
Un amigo me dijo que el Diablo ha puesto a los E.E.U.U. las tres tentaciones; la tentación de la riqueza, y han caído; la tentación de la fama y el poder, y han caído: robo de territorios a Méjico y España, entrada innecesaria en las dos Grandes Guerras, poder: lo han conseguido. Ahora le ha puesto la última: el gobierno del mundo entero; lo mismo que a China, Rusia y De Gaulle (Europa); a los cuatro Grandes. Veremos lo que pasa.
Esto sólo ya es un loquero; el mundo no puede andar bien; y encima están los otros dos escalones del diablo —que dependen del primero.
Salto los otros dos escalones, porque no hay tiempo. En el segundo escalón están la vanagloria, el auto-engrupimiento y la ambición. Cada día se publican en el mundo (y la gente los lee) millares de libros lascivos, obscenos, sacrílegos, crueles o absurdos. ¿De qué viene eso? De la angurria de gloria, y también de dinero, de los escritores. Y la ambición ha causado más muertes en el mundo que todas las pestes juntas; porque de ella proceden las guerras.
En el tercer escalón está la crecida soberbia, que fue el pecado del Diablo y también de Adán. Al llegar aquí Cristo rechazó a Satanás sin cortesía: “¡Fuera de aquí!”
Así que vean cómo el diablo tentó a Cristo según el esquema; por supuesto que lo tentó en la suposición de que Cristo podía ser el Mesías, cosa que el Maldito no sabía seguro. Primero lo tienta con una cosa buena, el pan; pero que la consiguiera por mal camino, un milagro innecesario; segundo, con el afán de hacerse famoso, pero por medio de una temeridad, la cual es en sí mismo pecado grave contra la Prudencia; tercero, con una máxima maldad —a la cual tentación sucumbirá el Anticristo: tomar al diablo como Dios.
Como dije antes, este Evangelio está erizado de dificultades: he explicado la principal. Por ejemplo: ¿agarró el Diablo a Cristo que estaba en el desierto y lo llevó volando al pináculo del Templo? “¡Qué julepe tendría el Maldito!” —dice Santa Teresa. Probablemente se apareció en figura de peregrino y le pidió lo acompañara al Templo: el texto griego dice “paralambánein” que no significa “agarrar” ni “transportar” sino “conducir consigo”. ¿Y luego lo llevó volando a un monte alto desde donde se vieran “todos los Reinos del Mundo —a la montaña de Djebel Karantal, a 30 km. de Jerusalén, como dice la leyenda? También aquí dice “paralambánein”. Probablemente produjo una gran visión imaginaria en torno a Cristo, donde se viese además de Jerusalén muchas suntuosas ciudades, ríos, valles y mares — todo el mundo en abreviatura.
El Diablo da bien de comer y da mal de cenar, dice el español. Al final del Padre Nuestro pedimos a Dios nos libre del Mal —o nos libre del Diablo— como traducen los ingleses (“the Evil One”) y los alemanes; y los brasileros. No podemos saber qué palabra aramea dijo Cristo, pues no nos ha quedado el Evangelio arameo de San Mateo —si es que existió. En griego y en latín, la última palabra del Padre Nuestro puede traducirse “de todo mal” o “del Malo”; porque ese ablativo que hay allí: “a malo” y “Apó poneeroú” puede venir de un nominativo masculino o bien neutro.
Es lo mismo de todos modos: que nos libre del pecado o del Diablo que es el que induce y se aprovecha del pecado.
(P. Leonardo Castellani, Domingueras Prédicas, Ed. Jauja, Mendoza, 1997, p. 67-74)
Benedicto XVI
MENSAJE DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
PARA LA CUARESMA 2012
«Fijémonos los unos en los otros
para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)
Queridos hermanos y hermanas
La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.
Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.
- “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.
El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado recíproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).
La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.
El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.
- “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.
Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.
Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).
- “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.
Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.
Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).
Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.
Vaticano, 3 de noviembre de 2011
BENEDICTUS PP. XVI
Mons. Fulton Sheen
Las tentaciones de Jesús
Inmediatamente después del bautismo, nuestro Señor se retiró de entre la gente. El desierto sería su escuela tal como había sido la escuela de Moisés y de Elías. El retiro es preparación para la acción. Más tarde serviría a Pablo para el mismo propósito. Quedó atrás toda humana consolación cuando “moró con las bestias”. Y durante cuarenta días no comió nada.
Como quiera que el objeto de su venida era luchar contras las fuerzas del mal, su primer encuentro no había de ser una discusión con un maestro humano, sino un debate con el mismo príncipe del mal.
Entonces Jesús fue conducido
Por el Espíritu al desierto,
Para ser tentado por el diablo.
Mt. 4,1
La tentación era una preparación negativa para su ministerio, así como el bautismo había sido una preparación positiva. En su bautismo había recibido el Espíritu y una confirmación de su misión; en sus tentaciones recibió la fortaleza que proviene directamente de la prueba. Existe una ley en todo el universo según la cual nadie puede ser coronado a menos que haya luchado. Ninguna aureola de mérito brilla en torno a la cabeza de aquellos que no combaten. Los icebergs que flotan en las frías corrientes del Norte no despiertan nuestra atención respetuosa precisamente porque son icebergs, pro si en la cálidas aguas de la corriente del golfo flotaran sin disolverse suscitarían nuestra admiración y asombro. Incluso cabría decir de ellos que eran icebergs con carácter si hubieran logrado subsistir en virtud de un acto deliberado.
La única manera con que uno puede demostrar que ama es realmente realizando un acto de elección; las simples palabras no bastan. De ahí que la prueba original propuesta al hombre ha sido propuesta de nuevo a todos los hombres; incluso los ángeles han pasado por una prueba. El hielo no merece consideración por ser frío, ni el fuego por ser caliente; sólo aquellos que tienen posibilidad de elegir pueden ser alabados por sus actos. Mediante la tentación y su resistencia frente a ella se revela la hondura de carácter de un hombre.
Dice la Escritura:
Bienaventurado aquel que soporta la tentación;
Porque cuando haya sido probado,
Recibirá la corona de vida,
Que ha prometido el Señor a los que lo aman.
Iac. 1, 12
Cuando más fuertes se revelan las defensas del alma es cuando fuerte es también el mal que se ha resistido. La presencia de la tentación no implica necesariamente imperfección moral por parte de la persona tentada. En tal caso, nuestro Señor no habría podido ser tentado en modo alguno. Una inclinación interna al mal, como la que siente el hombre, no es condición necesaria para un asalto de la tentación. La tentación, de nuestro señor provenía únicamente de fuera, y no de dentro, como ocurre frecuentemente en nosotros. De lo que se trataba en la prueba sufrida por nuestro Señor no era de la perversión de los apetitos naturales, por los que son tentadas las demás personas; más bien era una sugestión para que dejara de lado su divina misión y su obra mesiánica. La tentación que viene de fuera no debilita necesariamente el carácter; en realidad, cuando ha sido vencida, procura una oportunidad para que la santidad aumente. Si había de ser el hombre modelo, tenía que enseñarnos el modo de alcanzar la santidad venciendo la tentación.
Por lo mismo que Él ha padecido
Siendo tentado,
Es capaz de acudir en ayuda
De los que son tentados.
Heb. 2, 18.
Esto viene ilustrado también la obra de Shakespeare, Meditaciones por medida, en el carácter de Isabel;
Una cosa es ser tentado,
Y otra sucumbir en la tentación.
El tentador era pecaminoso, pero el tentado era inocente. Toda la historia del mundo gira alrededor de dos personas; Adán y Cristo. A Adán se le dio una posición para que se mantuviera en ella, y cayó. Por lo tanto, su pérdida fue una pérdida de la humanidad, ya que era cabeza del linaje humano. Cuando un gobernante declara la guerra, también la declaran los ciudadanos, aunque no lo hagan de una manera explícita. Cuando Adán declaró la guerra a Dios, la humanidad la declaró también.
Ahora, con Cristo, todo volvía a estar en juego. Se repetía la tentación de Adán. Si Dios no hubiera tomado una naturaleza humana, no habría podido ser tentado. Aunque su naturaleza divina y su naturaleza humana estaban unidas en una sola persona, la divina no estaba disminuida por la humana, ni su humanidad se hallaba desproporcionada debido a su unión con su divinidad. Puesto que tenía una naturaleza humana, podía ser tentado. Si había de hacerse igual que nosotros en todas las cosas, había de someterse a la experiencia humana de resistir la tentación. Tal es la razón por la cual en la Epístola a los hebreos se nos recuerda cuán estrechamente unidos se hallaba a la humanidad por medio de sus tentaciones:
Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz
De compadecerse de nuestras flaquezas,
Sino uno que ha sido tentado en todo,
Así como nosotros, fuera del pecado.
Heb. 4, 15
Forma parte de la disciplina de Dios hacer perfectos a los que ama por medio de las pruebas y los sufrimientos. Sólo llevando la cruz puede uno alcanzar la resurrección, y fue precisamente eta parte de la misión de nuestro Señor la que atacó el diablo. Las tentaciones estaban encaminadas a apartar a nuestro Señor de su tarea de salvación mediante el sacrificio. En vez de la cruz como medio para ganar las almas de los hombres, Satán sufrió tres atajos para alcanzar la popularidad: uno económico, otro basado en prodigios y uno tercero de carácter político. Muy pocas personas creen en el diablo en estos días, lo cual va muy bien para los propósitos de Satán. Siempre contribuye a hacer circular las noticias referentes a su propia muerte. La esencia de Dios es la existencia, y Él mismo se define como: “yo soy el que soy”. La esencia del diablo es la mentira, y se devine a sí mismo como: “Yo soy el que no soy”. Satán se preocupa muy poco de los que no creen en él, pues ésos están ya de su lado.
Las tentaciones del hombre son bastante fáciles de analizar, porque siempre caen dentro de una de las tres categorías siguientes: el de la carne (lujuria y gula), del entendimiento (orgullo y envidia) o de la concupiscencia de las cosas (avaricia). Aunque el hombre recibe durante su vida la acometida de estas tres clases de tentación, varían en intensidad según los años. Durante la juventud, el hombre se siente más a menudo tentado contra la pureza e inclinado a los pecados de la carne; hacia la edad madura la carne es menos insistente y empiezan a predominar las tentaciones de la mente, por ejemplo, el orgullo y el afán de poder, en el otoño de la vida es probable que se intensifiquen las tentaciones de avaricia. Al ver que se acerca el fin de la vida, el hombre se esfuerza en desvanecer las dudas acerca de la seguridad de su eterna salvación amontonando bienes terrenal y aumentado su seguridad económica. Es una experiencia psicológica corriente que aquellos que en la juventud habían dado rienda suelta a la lujuria suelen pecar por avaricia en su ancianidad.
Las personas buenas son tentadas de la misma manera que las personas malas, y el hijo de Dios, que se hizo hombre, ni siquiera fue tentado del mismo modo que un hombre bueno. Las tentaciones de un alcohólico a “volver a su vómito”, según expresión de la Biblia, no son las mismas que las tentaciones de orgullo que puede experimentar un santo, aunque, naturalmente, no son menos reales unas que otras.
Al fin de comprender las tentaciones de Cristo, debemos recordar que al ser bautizado por Juan, cuando aquel que no tenía pecado alguno se identificó con los pecadores, los cielos se abrieron y el Padre celestial declaró que Cristo era su hijo muy amado. Entonces nuestro Señor subió a la montaña y ayunó durante cuarenta días, después de lo cual dice el evangelio que “tuvo hambre”, forma típicamente bíblica de decir mucho menos de lo que es la realidad. Satán le tentó pretendiendo ayudarle a encontrar una respuesta a la pregunta: ¿De qué mejor manera podía cumplir su elevado destino entres los hombres? El problema consistía en ganar a los hombres. Pero ¿cómo? Satán tuvo una sugestión verdaderamente “satánica”: soslayar el problema moral de la culpa y su necesidad de expiación y concentrarse puramente en los factores mundanos. Las tres tentaciones trataban de apartar a nuestro Señor de la cruz y, por tanto, de la redención. Más adelante, Pedro tentaría nuestro Señor de la misma manera, y por esta razón sería llamado “Satán”.
La carne humana que Él había asumido no era para regalo propio, sino para la lucha. Satán vio en Jesús un ser humano extraordinario, que él suponía era el Mesías e Hijo de Dios. De ahí que precediera a cada una de sus tentaciones la partícula condicional “si”. Si hubiera estado seguro de que estaba hablando a Dios, ciertamente no habría intentado ponerle a prueba mediante la tentación. Pero si nuestro Señor hubiera sido simplemente un hombre al que Dios había escogido para la obra de la salvación, entonces el diablo hubiera puesto en juego todo su poder para conducirlo a maneras de actuar distintas de las que Dios mismo escogería.
La primera tentación.
Conociendo que nuestro Señor tenía hambre, Satán señaló unas piedras pequeñas y oscuras que parecían panes redondos y le dijo:
Si eres Hijo de Dios,
Ordena que estas piedras se cambien en pan.
Mt 4,3
La primera tentación de nuestro Señor fue la de convertirse en una especie de reformador social y dar pan a las multitudes del desierto que no pudieran encontrar en él más que piedras. La visión del mejoramiento social sin una regeneración espiritual ha constituido una tentación a la que han sucumbido por completo muchos hombres importantes de la historia. Mas, tratándose de Él, esto no habría sido un sacrificio adecuado al Padre; el hombre tiene necesidades más profundas que la del trigo convertido en pan. Y existen gozos más grandes que el del estómago repleto.
El maligno espíritu le estaba diciendo; “¡Empieza con la primacía de lo económico! ¡Olvida todo lo referente al pecado!” Todavía sigue diciendo lo mismo con diferentes palabras; “Mi comisario entra en la escuela y ordena a los niños que recen a Dios pidiéndole pan. Y, al no ser atendidas las oraciones, entonces mi comisario alimenta a los niños. El dictado da pan; Dios no lo da, porque Dios no existe, no existe el alma; sólo hay cuerpo, el placer, el sexo, el animal y, cuando morimos, todo ha terminado.” Satán estaba tratando de hacer que nuestro Señor sintiera el horrible contraste entre la divina grandeza que Él pretendía y su abandono y privaciones actuales. Estaba tentándole para que rechazara las ignominias de la naturaleza humana, las pruebas y el hambre, y usara su divino poder, si es que realmente lo poseía, para salvar su naturaleza humana y, de esta manera, conquistar también a la plebe. Así, estaba diciendo a nuestro Señor que dejar de obrar como hombre y en nombre de los hombres, y empleara sus poderes sobrenaturales para dar a su naturaleza humana la tranquilidad, la comodidad y la exención de las pruebas. ¿Qué cosa podía haber más necia que el que Dios tuviera hambre, cuando en cierta ocasión había extendido una mesa milagrosa para Moisés y su pueblo en el desierto? Juan había dicho que Él podía levantar hijos a Abraham de las mismas piedras; ¿por qué entonces, no podía hacer de ellas pan sí mismo? La necesidad era real; real era también el poder, si es que era Dios; ¿por qué, entonces, estaba sometiendo su naturaleza humana a todos los males y sufrimientos que constituyen la herencia de la raza humana? ¿Por qué aceptaba Dios tal humillación precisamente para redimir a sus propias criaturas? “Si eres el Hijo de Dios, como pretendes, y estás aquí para deshacer la destrucción obrada por el pecado, sálvate entonces a ti mismo.” Era exactamente la misma clase de tentación que los hombres le echarían en cara en el momento de la crucifixión.
Si eres Hijo de Dios,
Desciende de la cruz.
Mt. 27,40
La respuesta de nuestro Señor fue que, aun aceptando la naturaleza huamana con todas sus flaquezas, pruebas y abnegaciones, nunca se hallaba sin la ayuda divina.
Escrito está: No con solo pan vivirá el hombre,
Sino con toda palabra que sale de la boca de Dios.
Mt. 4,4
Las palabras citadas estaban tomadas del relato que en el Antiguo Testamento se hace de manera milagrosa como los judíos fueron alimentados en el desierto cuando cayó el maná del cielo. Se negó a satisfacer la ardiente curiosidad de Satán acerca de si era o no era Hijo de Dios, pero afirmó que Dios puede alimentar a los hombres con algo más grande que el pan. Nuestro Señor no recurría a poderes milagrosos para procurarse aliento para sí mismo, de la misma manera que no recurriría a poderes milagros, más adelante, para bajar de la cruz. Los hombres en todas las épocas padecerían hambre, y É l no habría de apartarse de sus hermanos hambrientos. Estaba dispuesto a someterse a todos los males del hombre hasta que por fin llegara el momento de su gloria.
Nuestro Señor no estaba negando que los hombres deben ser alimentados, o que no deba predicarse la justicia social, sino que aseguraba que estas cosas no son lo primero en todo. En realidad, estaba diciendo a Satán: “Me estás tentando para que establezca una religión que su suprima las necesidades; tú quieres que o sea una panadero en vez de un salvador; un reformador social en vez de un redentor. Me estás tentando para que me aleje de la cruz, sugiriéndome que yo sea un caudillo barato del pueblo, llenando sus vientres en vez de llenar sus almas. Quisieras que yo comenzara con la seguridad en vez de terminar con ella; quisieras que yo trajera la abundancia externa en vez de la santidad interior. Tú y tus materialistas seguidores decís: “El hombre vive sólo del pan”, mas yo digo: “no sólo de pan.” Es preciso que haya pan, pero recuerda que incluso el pan recibe de mí su poder de alimentar a la humanidad. El pan sin mí puede dañar al hombre; y no existe verdadera seguridad fuera de la palabra de Dios. So yo doy solamente pan, entonces el hombre no es nada más que un animal, y los perros podrían ser los primeros en acudir a mi banquete. Aquellos que creen en mí han de adherirse a esta fe, aun cuando pasaran hambre y privaciones, aun cuando fueran encarcelados y sufrieran zotes.
“¡Yo sé qué es el hambre humana! Yo mismo he pasado cuarenta días sin comer nada. Pero rehúso convertirme en un mero reformador social que se limita a abastecer el vientre. No puedes decir que me desentienda de la justicia social, porque en este momento estoy sintiendo el hambre del mundo. Yo mismo soy uno con todos los pobres y hambrientos miembros de la raza humana. Por ello es que he ayunado; para que nunca puedan decir que Dios no conoce lo que es el hambre. ¡Apártate, Satán! Yo no soy como un obrero social que nunca ha sentido hambre él mismo, sino uno que dice; “¡Yo rechazo cualquier plan que prometa hacer más ricos a los hombres sin hacerlos más santos! ¡Recuérdalo! Yo, que digo: “¡No sólo de pan!”, ¡No he probado el pan desde hace cuarenta días!”
La segunda tentación.
Habiendo fracasado Satanás en cuanto a apartar a nuestro Señor de su cruz y de la redención por medio de convertirle con un “comisario comunista” que no promete más que pan, volvía ahora a la carga, pero dirigiendo el ataque directamente contra su alma. Viendo que nuestro Señor se negaba a comulgar con la creencia de que el hombre es una animal o un simple estómago, Satanás tentaba ahora el orgullo y el egotismo. Satán desplegaba ante sus ojos la propia case de vanidad que poseía, al llevarle a un elevado e impresionante pináculo del templo y decirle:
Échate de aquí abajo. Porque escrito está:
A sus ángeles mandará por ti,
Luego continuó citando las Escrituras:
Y con sus manos te llevarán,
Para que no tropieces con tu pie en alguna piedra.
Mt 4, 6.
Nuestro Señor había de ser tentado más adelante e la misma manera cuando un numeroso grupo de personas le pedirían que hiciera un milagro, un milagro cualquiera, sólo para demostrar su poder y hacerles mas fácil creer en Él.
Como las mismas multitudes se apiñaran en torno de Él,
Comenzó a decir:
Ésta es una generación mala;
Busca una señal.
Lc. 11, 29
Si hiciera tales señas, tendría ciertamente a la gente corriendo tras Él; pro ¿de qué le aprovecharía, si el pecado permanecía en su alma?
En respuesta a la tendencia moderna a pedir señales y milagros, nuestro Señor podría decir: “Estáis repitiendo la tentación de Satán cada vez que admiráis las maravillas de la ciencia y os olvidáis de que yo soy el autor del universo y su ciencia. Vosotros sois los correctores de pruebas, pero no los autores del libro de la naturaleza; podéis ver y examinar la obra de mis manos, pero no podéis crear ni un solo átomo por vosotros mismos. Quisierais tentarme par que demostrara mi omnipotencia por medio de pruebas que nada significan; incluso habéis sacado del bolsillo un reloj y habéis dicho; “¡Te desafío a que me fulmines dentro de cinco minutos!” ¿No sabéis que me dan lástima los locos? Me tentáis después de haber destruido voluntariamente vuestras ciudades con bombas, mientras gritabais: “¿Por qué no impide Dios esta guerra?” Me tentáis diciendo que no tengo poder, a menos que no os lo demuestre obedeciendo a vuestras indicaciones y palabras imperativas. Si recordáis, es exactamente la misma manera con que Satán me tentó en el desierto
“Nunca he tenido muchos seguidores en las elevadas cumbres de las verdades divinas, lo sé; por ejemplo, he contado muy poco con “los intelectuales”. Me niego a realizar actos portentosos para conquistarlos porque, en realidad, no se dejarían convencer. Únicamente cuando los hombres me ven la cruz es cuando atraigo realmente a los hombres hacia mí; mi llamamiento he de hacerlo por mediación del sacrificio, no por medio de prodigios. He de ganar a los seguidores no con tubos de ensayo, sino con mi sangre; no con poder material, sino con amor; no con celestiales fuegos de artificio, sino con el recto uso de la razón y la libre voluntad. A esta generación no se le dará ninguna otra señal más que la de Jonás, a saber, la señal de uno que se levanta desde abajo, no de uno que se arroje de lo alto de los pináculos.
“Quiero personas que cran en mí aun cuando yo no las proteja; no abriré las puertas de la prisión en que mis hermanos se hallan encerrados; no detendré la asesina hoz roja o los leones imperiales de Roma, no detendré el rojo martillo que golpea las puertas de mi tabernáculo; quiero que mis misioneros y mártires me amen en la prisión y en la muerte tal como yo los amé en mi propio sufrimiento. Nunca obré ningún milagro con objeto de salvarme. Obraré pocos milagros incluso para mis santos. ¡Apártate, Satán! No tentarás al Señor tu Dios.”
La tercera tentación
El asalto final tuvo efecto en lo alto de la montaña. Fue el tercer intento de apartarle de su cruz, esta vez por medio de una proposición de coexistencia entre el bien y el mal. Había venido a este mundo a establecer un reino sobre la tierra actuando como el Cordero que va al Sacrificio. ¿Por qué no podía escoger un medio mucho más rápido de establecer su reino concertando un tratado que le diera lo que deseaba, o sea el mundo, pero sin la cruz?
Y, habiéndolo subido más alto,
El diablo le hizo ver en un instante
Todos los reinos del universo, y le dijo:
“Yo te daré toda la potestad,
Y la gloria de estos reinos,
Porque a mí me ha sido entregada,
Y se la doy a quien yo quiera.
Si, por tanto, tú te prosternares delante de mí,
Todo ellos será tuyo.”
Lc, 4, 5-7
Las palabras de Satán parecían indudablemente muy jactanciosas. ¿Es que los reinos del mundo le habían sido realmente entregados? Nuestro Señor llamó a Satán “príncipe de este mundo”, pero no era Dios quien le había entregado los reinos de este mundo, sino la humanidad, por medio del pecado. Pero incluso en el caso de que Satán, por decirlo así, gobernara los reinos de la tierra por consentimiento popular, no estaba realmente en su poder entregarlos a quien él quisiera. Satán estaba mintiendo con objeto de apartar nuevamente a nuestro Señor de la cruz por medio de un atajo. Estaba ofreciendo a nuestro Señor el mundo con una condición: la de que adorara a Satán. La adoración, como es natural, implicaría servicio. El servicio sería éste: que en tanto el reino del mundo estuviera bajo el poder del pecado, el nuevo reino que nuestro Señor venía a establecer había de ser solamente una continuación del antiguo. En suma, Él podría tener el dominio de la tierra con tal de que prometiera no cambiarla. Podrán tener al género humano en tanto prometiera que no había de redimirlo. Fue una clase de tentación con la que más adelante habría de enfrentarse nuestro Señor cuando el pueblo trató e hacer de él un rey terreno.
Y entendiendo Jesús que iban a venir
A arrebatarle para hacerle rey,
Partió otra vez a la montaña, Él solo.
Jn, 6, 15
Y ante Pilato dijo que establecería otro reino, pero que nos ería ninguno de los reinos que Satán podía ofrecerle. Cuando Pilato le preguntó: “¿Eres rey?”, contestóle:
Mi reino no es de este mundo,
Si mi reino fuera de este mundo,
Los míos habrían combatido
Para que yo no fuese entregado a los judíos,
Mas mi reino es de aquí.
Jn 18, 36
El reino que Satán ofrecía era del mundo, y no del Espíritu. Sería todavía un reino del mal, y los corazones de sus súbditos no serían regenerados.
Satán le estaba diciendo en realidad: “Tú has venido, oh Cristo, para ganar este mundo, pero el mundo ya es mío; yo te lo daré si tú conciertas conmigo un compromiso y me adoras. Olvida tu cruz, tu reino de los cielos. Si quieres el mundo, lo tienes ahí a tus pies. Serás aclamado con más estruendosos hosannas que los que nunca entonó Jerusalén en loor de sus reyes; y te evitarás los dolores y sufrimientos de la cruz de la contradicción.”
Conociendo nuestro Señor que estos reinos sólo podían ganarse mediante su sufrimiento y muerte, dijo a Satán:
¡Apártate, Satán!, porque está escrito:
Adorarás al Señor tu Dios,
Y a Él solamente servirás.
Mt. 4, 10
Podemos imaginarnos el efecto que a Satán debieron de causarle estas palabras tan claras y decididas. “Satán”. Lo que tú quieres es adoración; pero adorarte a ti, y servirte a ti es ser esclavo. Yo no quiero tu mundo, en tanto se halle bajo el peso del pecado. En todos los reinos que tú pretendes que son tuyos, los corazones de sus habitantes siguen anhelando algo que tú no puedes darles: la paz del alma y el amor desinteresado. No quiero tu mundo, el mundo de ti, que ni siquiera te perteneces a ti mismo.
“Yo también soy revolucionario, como cantó mi madre en el Magnificat. Estoy en rebeldía contra ti, príncipe de este mundo.
Por mi revolución no se hace por la espada lanzada hacia fuera para vencer por la violencia, sino que se lanza hacia adentro, contra el pecado y todas las cosas que suscitan la guerra entre ellos. Primero venceré el mal en el corazón de los hombres, y luego venceré el mundo. Venceré tu mundo porque entraré en el corazón de tus publicanos, de tus falsos jueces, de tus comisarios, y los rescataré de la culpa y del pecado, y los enviaré, limpios, otra vez a sus ocupaciones. Les diré que de nada aprovecha ganar todo el mundo si pierden su alma inmortal. Puedes guardarte tus reinos. ¡Mas vale perder tus reinos, el mundo entero, que perder una sola alma! Los reinos del mundo deben ser elevados hasta el reino de Dios: el reino de Dios no será rebajado al nivel de los reinos de este mundo. Todo cuanto ahora quiero de esta tierra es un sitio suficiente para levantar una cruz; allí dejaré que me extiendas delante de las encrucijadas de tu mundo. Te dejaré que me extiendas delante de las encrucijadas de tu mundo. Te dejaré clavarme en nombre de las ciudades de Jerusalén, Atenas y Roma, pero resucitaré de entre los muertos, y entonces descubrirás que tú, que parecías vencer, has sido aplastado, mientras yo camino victorioso en alas de la mañana. Satán, tú me estás pidiendo que me convierta en un Anticristo. Ante esta petición blasfema, la paciencia ha de ceder paso a la justa ira. ¡Atrás, Satán!”
Nuestro Señor descendió de aquella montaña tan pobre como había subido a ella. Cuando hubiera terminado su vida terrena y resucitado de entre los muertos, hablaría a los apóstoles en la cima de otra montaña:
Y los once discípulos
Se fueron a Galilea,
A la montaña en que Jesús les había citado.
Y cuando le vieron,
Se prosternaron…
Acercándose a ellos Jesús, les dijo:
Toda potestad me ha sido dad
En el cielo y la tierra.
Id, pues, y haced discípulos
Entre todas las naciones,
Y bautizadlos en el nombre del Padre,
Y del hijo y del Espíritu santo,
Enseñándoles a que guarden
Las cosas que os he mandado.
Y he aquí que estoy siempre con vosotros,
Hasta la consumación del mundo.
Mt 28, 16-20
(Fulton Sheen, Vida de Cristo, Herder, Madrid, 1996, pag. 60-70)
San Ambrosio
Jesús en el desierto
Justamente, pues, nuestro Señor Jesús, con su ayuno y su soledad, nos dispone contra los atractivos de los placeres y soporta ser tentado por el diablo para que en El aprendamos nosotros a triunfar. Notemos que el evangelista, no sin razón, nos muestra tres instituciones principales del Señor: pues hay tres cosas provechosas para la salvación del hombre: el sacramento, el desierto y el ayuno: Nadie es coronado si no lucha conforme a la Ley (2 Tm 2, 5), y nadie es admitido al combate de la virtud si antes no ha sido lavado de todas las manchas de sus delitos y consagrado por el don de la gracia celeste.
(…)
Entonces Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.
Es conveniente recordar cómo el primer Adán fue expulsado del paraíso al desierto, para que adviertas cómo el segundo Adán viene del desierto al paraíso. Ves también cómo sus daños se reparan siguiendo sus encadenamientos, y cómo los beneficios divinos se renuevan tomando sus propias trazas. Una tierra virgen ha dado a Adán, Cristo ha nacido de la Virgen; aquél fue hecho a imagen de Dios, Este es la Imagen de Dios; aquél fue colocado sobre todos los animales irracionales, Este sobre todos los vivientes; por una mujer la locura, por una virgen la sabiduría; la muerte por un árbol, la vida por la cruz. Uno, despojado de lo espiritual, se ha cubierto con los despojos de un árbol; el Otro, despojado de lo temporal, no ha deseado un vestido corporal. Adán está en el desierto, en el desierto Cristo; pues Él sabía dónde podía encontrar al condenado para disipar su error y conducirlo al paraíso; mas como él no podía volver allá cubierto con los despojos de este mundo, como no podía ser habitante del cielo sin ser despojado de toda mancha, lo despojó del hombre viejo y lo revistió del nuevo (Col 3, 9ss): porque, como los decretos divinos no pueden ser abrogados, era mejor que cambiase la persona que no la sentencia.
Mas, desde el momento que en el paraíso había perdido el camino emprendido sin guía, ¿cómo sin guía podía volver a él en el desierto? Aquí las tentaciones son numerosas, difíciles los esfuerzos hacia la virtud y fáciles las caídas hacia el error. La virtud es del mismo natural que los árboles; cuando todavía son bajos, en su crecimiento de la tierra hacia el cielo, cuando su edad se ensancha en un frondaje tierno, está expuesto al veneno de la un diente cruel y fácilmente puede ser cortado o secado; mas una vez asentado sobre profundas raíces y sus ramos empujados hacia arriba, es ya inútil que la mordedura de las bestias, los brazos de los campesinos o las diversas embestidas de los temporales ataquen al árbol robusto.
¿Qué guía ofrecerá, pues, contra tantos placeres del mundo, contra tantas astucias del diablo, sabiendo que nosotros hemos de luchar en primer lugar contra la carne y la sangre, luego contra las potestades, contra los príncipes del mundo de estas tinieblas, contra los espíritus malignos que pueblan el aire? (Ef 6, 11-12). ¿Ofrecer un ángel? Mas también él ha caído; las legiones de ángeles apenas han podido salvar a individuos (2 R 6, 17). ¿Enviar un serafín? Mas él ha descendido a la tierra en medio de un pueblo que tenía los labios manchados (Is 6, 6ss) y no hubo más que un profeta al cual purificó sus labios con el contacto de un carbón encendido. Era necesario buscar otro guía al cual todos siguiésemos. ¿Cuál será este guía tan grande para hacer bien a todos, sino Aquel que está por encima de todos? ¿Quién me establecerá sobre el mundo, sino Aquel que es más grande que el mundo? ¿Quién será este guía tan grande para poder conducir en una misma dirección al hombre y a la mujer, al judío y al griego, al bárbaro y escita, al esclavo y al hombre libre (Col 3, 11), sino Aquel que es todo en todos, Cristo?
Muchos son los lazos por donde caminamos: lazos del cuerpo, lazos de la Ley, lazos tendidos por el diablo en el pináculo de los templos o en las almenas de las murallas, lazos de la filosofía, lazos de los deseos —pues el ojo de la mujer de mala vida es lazo del pecador (cf. Pr 7, 21) —, lazo del dinero, lazo de la religión, lazo del cuidado de la castidad. Pues el alma humana es inclinada por exiguos momentos y con frecuencia la empuja aquí o allí la habilidad del seductor. Ve el diablo a algún hombre religioso que sirve a Dios con veneración, lleno de deseos por lo que es santo e incapaz de hacer mal: y él lo hace caer por su misma religión, induciéndole a no creer que el Hijo de Dios tomó nuestra propia carne, nuestro propio cuerpo, la fragilidad de nuestros propios miembros; siendo así que padeció en su cuerpo, mas la divinidad permaneció exenta de injuria; de este modo su religión lo pone en falta: pues quien niega que Cristo ha venido en la carne, no es de Dios (1 Jn 4, 3). Ve a un hombre puro, de una castidad intacta: le persuade a condenar el matrimonio, lo cual hace que sea expulsado de la Iglesia, y así el cuidado de la castidad lo separa de este cuerpo casto. Otro ha oído decir que hay un solo Dios del cual viene todo (1 Co 8, 6): le adora y le venera; le tienta el diablo y le cierra los oídos para que no entienda que hay “un solo Señor por el cual son todas las cosas” (ibíd.); de este modo, por una piedad excesiva, le impele a ser impío, separando el Padre del Hijo y, al mismo tiempo, confundiendo el Padre y el Hijo, creyendo que hay entre los dos unidad de persona y no de poder. Así, mientras ignora la medida de la fe, incurre en la desgracia del error
¿Cómo, pues, evitar estos lazos, a fin de poder decir también nosotros Escapó nuestra alma como una avecilla al lazo del cazador; se rompió el lazo y fuimos liberados? (Sal 123, 7). No dice: “Yo he roto el lazo” —David no se atreve a hablar así—, sino nuestra ayuda está en el nombre del Señor (ibíd., 8), a fin de mostrar que el lazo sería roto, a fin de profetizar la venida en esta vida de Aquel que rompería el lazo tendido por las insidias del diablo.
Mas el mejor medio de romper el lazo era presentar un cebo cualquiera al diablo, de forma que, apresurándose sobre su presa, quedase él cogido en sus propios lazos, y así yo pueda decir : Prepararon lazos para mis pies, y ellos cayeron en ellos (Sal 56, 7). ¿Qué cebo pudo ser éste, sino un cuerpo? Convino, pues, usar con el diablo este artificio, que el Señor tomase un cuerpo, y un cuerpo corruptible, un cuerpo enfermo, para ser crucificado gracias a esa debilidad. Pues, si hubiera tomado un cuerpo espiritual, no habría podido decir: El espíritu está animoso, pero la carne es flaca (Mt 26, 41). Escucha, pues, ambas voces, la de la carne flaca y la del espíritu animoso: Padre, si es posible, que se aleje de mí este cáliz: es la voz de la carne; pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú (Mt 26, 39): he aquí la entrega y el vigor del espíritu. ¿Por qué desprecias la condescendencia del Señor? Por condescendencia ha tomado mi cuerpo, por condescendencia ha tomado mis miserias, mis flaquezas; la naturaleza de Dios no podía ciertamente sentirlas, puesto que la misma naturaleza humana ha aprendido a despreciarlas, o a soportarlas y sufrirlas.
Por lo mismo, sigamos a Cristo, según lo que está escrito: Marcharás en pos del Señor tu Dios y a Él te adherirás (Dt 13, 4). ¿A quién me adheriré sino a Cristo?, pues, como dice San Pablo: Quien se adhiere al Señor tiene un solo espíritu con El (1 Co 6, 17). Sigamos sus pasos y podremos volver del desierto al paraíso.
Ved por qué caminos hemos de volver. Cristo está ahora en el desierto, obra en el hombre, lo instruye, lo forma, lo ejercita, le unge con el óleo espiritual; al verlo más robusto, lo hizo pasar a través de las sementeras y lugares fértiles, cuando los judíos se quejaban de que sus discípulos desgranasen el sábado las espigas cogidas de los trigales (Mt 12, 1ss) —pues ya había colocado a sus apóstoles en el campo cultivado y en el trabajo fructuoso—; después lo estableció en el jardín en el tiempo de la pasión; pues así está escrito: Dicho esto, salió Jesús, junto con sus discípulos, a la otra parte del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el cual entró y con El sus discípulos (Jn 18, 1). Pues el jardín es mejor que el campo fértil, como lo enseña el profeta en el Cantar de los Cantares: Eres jardín cercado, hermana mía, esposa; eres jardín cercado, fuente sellada; es tu plantel un bosquecillo (Ct 4, 12-13). Tal es la virginidad pura y sin tacha del alma que no se aparta de la fe por ningún temor de los suplicios, por ningún atractivo de los placeres del mundo ni por ningún amor de la vida. Finalmente, que el hombre ha sido llamado por la virtud del Señor nos lo muestra, entre los demás, este evangelista, que solo ha indicado lo que el Señor dijo al ladrón: En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Jn 23, 43).
Jesús, pues, lleno del Espíritu Santo, es conducido al desierto intencionadamente, con el fin de provocar al diablo misteriosamente —pues si éste no hubiera combatido, el Señor no hubiera vencido por mí—, para librar a este Adán del destierro; como prueba y demostración de que el diablo tiene envidia de los que se esfuerzan en ser mejores, y por eso se ha de ser precavidos, no sea que la flaqueza del alma traicione la gracia del misterio.
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), Libro Cuarto 4-14, BAC Madrid 1966, p. 189-96
Guion Domingo I de Cuaresma
18 de febrero – CICLO B
Entrada:
La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de los años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Lo seguiremos también nosotros en estos cuarenta días de oración y de penitencia. Es urgente y necesario convertirse y creer, es decir acoger plenamente la soberanía de Dios en nuestra vida.
Primera lectura: Dios promete su misericordia haciendo alianza con el hombre desde los días de Noé y el diluvio.
Segunda lectura: El diluvio es figura de nuestro bautismo por el que somos salvados comprometiéndonos con Dios a través de Jesucristo.
Evangelio: Jesús permitió que el demonio lo tentase para enseñarnos a vencer toda tentación y para que saquemos provecho de las pruebas que nos sobrevienen.
Preces:
Presentemos a Dios nuestra situación humana y recemos por todos los hombres.
A cada intención respondemos…
- Te pedimos por el Santo Padre, que su mensaje para la Cuaresma de este año sea recibido con interés y prontitud por todos los fieles cristianos. Oremos…
- Mira benignamente a todos los hombres y líbranos del flagelo de la guerra. Haz que las naciones lleguen a resolver sus conflictos a través un diálogo pacífico. Oremos…
- Asiste a los catecúmenos que se preparan para recibir los Sacramentos de iniciación cristiana; te pedimos por su fidelidad en el seguimiento de Cristo. Oremos…
- Haz que surjan, de en medio del mundo, hombres y mujeres capaces de entregarse incondicionalmente a Cristo, que se dediquen a los pobres, a los ancianos, a los enfermos y a cuantos viven en situación de necesidad. Oremos…
- Te rogamos por nuestra comunidad, para que esta Cuaresma sea para todos, tiempo de verdadera conversión y penitencia y que así crezcamos en fe, esperanza y caridad. Oremos…
Señor todopoderoso, que renuevas tu alianza con nosotros, enséñanos tus caminos y asístenos en nuestro peregrinar. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofrendas:
Nos unimos a Cristo y urgidos por Él hacemos de nuestras vidas una oblación continua. Presentamos:
- incienso y la oración ferviente e incesante.
- pan y vino y el deseo de vivir del Sacrificio de Cristo para salud de nuestras almas.
Comunión: Cristo quiere hoy y siempre, renovar su pacto de misericordia, para recordarnos su amor siempre fiel.
Salida: María es nuestra Madre; es el consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Ella nos ampara a la sombra de la Cruz de su Hijo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Dios perdona los pecados y nos libra del demonio
En una ciudad de Italia vivía una mujer de vida escandalosa. Su párroco, buscando salvar esta alma descarriada, la llamó un día y le habló en estos términos:
- Oye, si continúas en esta vida perversa que llevas, no habrá Cielo para ti, sino el Infierno será contigo, para siempre. Pida perdón a Dios por los pecados cometidos y confiésese con un sacerdote.
- ¡No quiero! ¡No me importa! –respondió la mujer- lo mismo me da el Cielo que el Infierno.
- ¿No te importa?; no sabes lo que dices. Dios ha dado poder al sacerdote de perdonar los pecados, y tienes que aprovechar este tiempo de la misericordia de Dios. Te ruego que por lo menos pidas perdón de tus pecados por amor a Cristo que murió por tu amor en la cruz. ¡Cesa de perseguirle y hacerle la guerra con tus escándalos, no le robes más almas por las cuales ha derramado El toda su Sangre!
Como ella se mostrase dura e inflexible, el celoso pastor, tomando un Crucifijo, le dijo:
- Ven aquí, acércate a El y dile así: Señor, ni por temor del infierno, ni por la pérdida del Cielo, ni por amor vuestro quiero convertirme, sino que quiero seguir ofendiéndoos.
- No tengo dificultad en decirlo-respondió la mujer-. Señor, ni por temor del infierno, ni por la pérdida del Cielo, ni por amor vuestro…
Aquí se calló y comenzó a temblar de pies a cabeza. Animándose comenzó de nuevo: ¡Señor!……..pero llegando a la palabra amor, esta vez no pudo pronunciar siquiera la horrible blasfemia; la infinita misericordia de Dios le tocó en aquel instante el corazón, entró dentro de sí misma, se arrepintió, prorrumpió en amargo llanto; y tomando en sus manos el Crucifijo, y apretándole contra su pecho, dijo:
- ¡Ah, Señor!; lo que no quise hacer por la pérdida del Paraíso ni por temor del Infierno, lo haré por vuestro amor. ¡Padre, con el poder que Dios le ha dado, pido me absuelva de mis numerosos pecados como le fue perdonado a la Magdalena!
Hermanos: ¿No quiere alguno de vosotros, tomar en su mano un Crucifijo y pronunciar delante de él la plegaria del arrepentimiento de esta mujer convertida, para que el sacerdote con el poder que Dios le ha dado le absuelva?…¡No os demoréis entonces!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 146)