PRIMERA LECTURA
David es ungido rey sobre Israel
Lectura del primer libro de Samuel 16, 1b. 5b-7. 10-13a
El Señor dijo a Samuel: «¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos al que quiero como rey.»
Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y pensó: «Seguro que el Señor tiene ante él a su ungido.»
Pero el Señor dijo a Samuel: «No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón.»
Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero Samuel dijo a Jesé: «El Señor no ha elegido a ninguno de estos.»
Entonces Samuel preguntó a Jesé: «¿Están aquí todos los muchachos?»
El respondió: «Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el rebaño.»
Samuel dijo a Jesé: «Manda a buscarlos, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí.»
Jesé lo hizo venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: «Levántate y úngelo, porque es este.»
Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David.
Palabra de Dios.
SALMO 22, 1-6
R. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el recto sendero,
por amor de su Nombre.
Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;
unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo. R.
SEGUNDA LECTURA
Levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Efeso 5, 8-14
Hermanos:
Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia. Es verdad que resulta vergonzoso aun mencionar las cosas que esa gente hace ocultamente. Pero cuando se las pone de manifiesto, aparecen iluminadas por la luz, porque todo lo que se pone de manifiesto es luz.
Por eso se dice: Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO Jn 8, 12
«Yo soy la luz del mundo,
el que me sigue tendrá la luz de la Vida», dice el Señor.
Fue, se lavó y vio
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 9, 1-41
Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»
«Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»
Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
Unos opinaban: «Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»
El decía: «Soy realmente yo.»
Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?»
El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: “Ve a lavarte a Siloé”. Yo fui, me lavé y vi.»
Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?»
El respondió: «No lo sé.»
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.
El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta.»
Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta.»
Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él.»
Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»
«Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo.»
Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?»
El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?»
Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este.»
El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?»
El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando.»
Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.
Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven.»
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?»
Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: “Vemos”, su pecado permanece.»
Palabra del Señor
O bien más breve:
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38
Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado.»
El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?»
Unos opinaban: «Es el mismo.» «No, respondían otros, es uno que se le parece.»
El decía: «Soy realmente yo.»
El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver.
El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado.»
Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta.»
Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron.
Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?»
El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando.»
Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él.
Palabra del Señor.
José María Solé – Roma
Samuel 16, 1. 6-7. 10-13:
David hace su entrada en el escenario de la Historia bíblica. Va a tener en ella un puesto trascendental y un nombre inmortal.
— Como todas las elecciones divinas, la de David parte no de méritos humanos, sino del beneplácito de Dios. Samuel debe ir por orden de Dios a buscar Rey para Israel en la familia de Isaí en Belén. Han desfilado siete hijos de Isaí. Samuel no ve en ninguno de ellos la elección divina. Y llaman al pequeño; está apacentando las ovejas; es rubio, agraciado, ingenuo (12).
— «Úngele. Este es» (13). Israel ya tiene Rey. Del pastoreo de ovejas, David, por orden de Dios, pasa a pastorear el Pueblo de Dios. La Unción hace descender sobre él el Espíritu de Yahvé. Y David queda tan enriquecido del Espíritu de Dios, que será el Rey y Profeta por antonomasia.
— Pero no es ésa la mejor gloria que nimba a David. Sobre este pastorcito ungido por Samuel se irán acumulando las esperanzas y promesas Mesiánicas. La traducción hebrea de «Ungido» es Mesías; y la griega, es Cristo. «Elegí a David mi siervo. Le ungí con óleo santo» (Sal 88, 20). Israel, cierto, ungía a sus reyes. Y hacía de cada Rey un Cristo. Pero desde David, en virtud de la Profecía de Natán, cada Rey de Israel, hijo de David, lleva en su frente la esperanza, la promesa del «Cristo»; el Rey-Davídico; el Ungido; el Mesías que instauraría el Reino de Dios. Mirando a este hijo de David quedan todos los ojos. Y todas las voces piden a Dios envíe a su «Cristo». El N. T. nos dará como equivalentes: Jesús-Cristo-Hijo de Dios. Al llegar Jesús nos ha llegado el Ungido, el Cristo que esperaba Israel; el Hijo de David, Cristo por antonomasia. «Jesús, tu Santo Hijo a quien Tú ungiste» (Act 4, 27); «Le ungió Dios de Espíritu Santo» (ib 10, 38). Jesús, que por ser el Hijo de David en quien convergen todas las esperanzas, es ya el Cristo, lo es con infinita mayor verdad y plenitud por ser a la vez el Hijo de Dios. Jesús es el Hijo de Dios en sentido propio y ontológico. Y por esto su esencia, su misión y su función es ser «Cristo» = «Ungido». Tanto, que dirá Pablo: In Christounxit nos Deus (2 Cor 1, 21). En Cristo = Ungido nos ungió Dios. En Cristo somos cristianados. El rezuma unción. Y todos somos por Él ungidos.
Efesios 5, 8-14:
San Pablo traza un programa al que deben procurar ajustarse todos los cristianos:
— Contrapone las dos condiciones: Luz-Tinieblas; antes del Bautismo éramos tinieblas y noche. Ahora somos «Luz»; «Luz en el Señor» (8). Al modo que la unción de Cristo nos deja ungidos y nos convierte en «cristos», así la Luz del que es Luz nos inunda a nosotros y nos deja radiantes.
— La verdad y riqueza de la vida debe irradiar y expresarse en las obras. Según la conducta tenemos Obras de Luz y Obras de Tinieblas. Las de la Luz, propias, pues, del cristiano, son: fructificar en toda suerte de bondad, justicia y verdad; y en este camino cabe aún escoger lo que sea más grato al Señor (9). Por tanto, todo en el cristiano debe ser luz y aroma de su gracia bautismal. Respecto a las obras de las tinieblas o pecaminosas, recomienda Pablo: a) No os solidaricéis con los que se portan mal; b) Reconvenced a los pecadores; c) Por mucho que se disimule y se disfrace el pecado, llamadle siempre por su propio nombre (11). Una de las mejores maneras de luchar contra el mal es desenmascararlo. Y una de las más eficaces maneras de favorecerlo es encubrirlo. Nuestra hipocresía y la hipocresía general nos induce a justificar con sofismas lo más infame. Los Profetas no conocían estas cobardes connivencias con el mal. Ni nunca las han usado los auténticos mensajeros evangélicos. «Los pecados reprendidos quedan ya a plena luz» (13). El pecado no reprendido vegeta. Puesto a la luz, muere.
— La doctrina del Bautismo como «Iluminación» es frecuente en el N. T. y en la Patrística. De modo especial en la Carta a los Hebreos (6, 4; 10, 32). El bautizado vive y ve a una nueva luz; luz de la fe. Ve a la luz de Cristo: Hanclucemamemus, ipsamsitiamus; ut ad ipsam, ipsa duce veniamus et in illa vivamos (Ag In Jn 34). Por eso San Juan de Ávila llama a Jesús: «Luz mía, clara claridad mía, resplandeciente resplandor mío, alegre alegría mía» (BAC-OC. I 1.082). Luz vivificante, Vida lumínica de la que personal y comunitariamente nos saciamos en la fuente de la Eucaristía: Pan de Vida-Agua de Vida-Maná de Vida-Luz de Vida.
Juan 9, 1-41:
El milagro de la curación del cieguecito es la revelación de Cristo-Luz del mundo:
— La piscina con el nombre simbólico: Siloé = Enviado, la acción simbólica de lavarse en ella (7) y quedar iluminado el ciego, le sirven a San Juan para recordarnos cómo Cristo, Enviado del Padre, nos dejó el Sacramento de la Iluminación. Con el Bautismo quedamos lavados y purificados, curados de nuestras tinieblas y ceguera de pecado: Iluminados. La iluminación de los ojos del ciego significa, pues, que Cristo es Luz de las almas (4. 5. 35. 38).
— Para que Cristo nos ilumine es necesario que recibamos su luz. Es necesario que creamos en Él. Cristo-Luz ilumina a los humildes (Fe); y deja ciegos a los orgullosos (incrédulos). Los orgullosos tienen ya «su» luz. ¿Para qué necesitan la de Cristo? (39-41).
— Cada hombre, pues, se pone él mismo en la zona de la Luz o en la de las tinieblas. Si humilde como el cieguecito le pide a Cristo: ¡Señor, que vea! Cristo le envuelve en luz. Si orgulloso como los fariseos rechaza a Cristo, queda en su propia luz: «Vosotros decís: vemos. Vuestro pecado persiste» (41). El castigo del orgullo es quedarse con el vacío, las tinieblas, la nada de su autosuficiencia. Se impone, pues, la penitencia del orgullo y de la sensualidad: Deus quicorporalijejuniovitiacomprimis, mentem elevas, virtutemlargiris et proemia (Pref.).
SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 85-88
Xavier Leon – Dufour
La luz en las Sagradas Escrituras
El tema de la luz atraviesa toda la revelación bíblica. La separación de la luz y de las tinieblas fue el primer acto del Creador (Gén 1,3s). Al final de la historia de la salvación la nueva creación (Ap 21,5) tendrá a Dios mismo por luz (21,23). De la luz física que alterna acá abajo con la *sombra de la noche se pasará así a la luz sin ocaso que es Dios mismo (1Jn 1,5). La historia misma que se desarrolla en el ínterin toma la forma de un conflicto en que se enfrentan la luz y las tinieblas, enfrentamiento idéntico al de la *vida y de la *muerte (cf. Jn 1,4s). No hay una metafísica dualista que venga a cristalizar esta visión dramática del mundo, como sucede en el pensamiento iranio. Pero no por eso deja de ser el hombre objeto del conflicto: su suerte final se define en términos de luz y de tinieblas como en términos de vida y de muerte. El tema ocupa, pues, un puesto central entre los simbolismos religiosos a que recurre la Escritura.
I. EL DIOS DE LUZ.
1. El creador de la luz. La luz, como todo lo demás, no existe sino como criatura de Dios: luz del día, que emergió del caos original (Gén 1,1-5); luz de los *astros que iluminan la tierra día y noche (1,14-19). Dios la envía y la vuelve a llamar, y ella obedece temblando (Bar 3,33). Por lo demás, las tinieblas que alternan con ella se hallan en la misma situación, pues el mismo Dios “hace la luz y las tinieblas” (ls 45,7; Am 4, 13 LXX). Por eso luz y tinieblas cantan el mismo cántico en alabanza del Creador (Sal 19,2s; 148,3; Dan 3,71s). Toda concepción mítica queda así radicalmente eliminada; pero esto no es obstáculo para que la luz y las tinieblas tengan un significado simbólico.
2. El Dios vestido de luz. En efecto, como las otras criaturas, la luz es un signo que manifiesta visiblemente algo de Dios. Es como el reflejo de su *gloria. Por este título forma parte del aparato literario que sirve para evocar las teofanías. Es el *vestido en que Dios se envuelve (Sal 104,2). Cuando aparece, “su resplandor es semejante al día, de sus manos salen rayos” (Hab 3,3s). La bóveda celestial, sobre la que reposa su trono, es resplandeciente como el cristal (Éx 24,10; Ez 1,22). Otras veces se le representa rodeado de *fuego (Gén 15,17; Éx 19,18; 24,17; Sal 18,9; 50,3) o lanzando los relámpagos de la *tormenta (Ez 1,13; Sal 18,15). Todos estos cuadros simbólicos establecen un nexo entre la presencia divina y la impresión que hace al hombre una luz deslumbradora. En cuanto a las tinieblas, no excluyen la *presencia de Dios, puesto que él las sondea y ve lo que acaece en ellas (Sal 139, lls; Dan 2,22). Sin embargo, la tiniebla por excelencia, la del seol, es un lugar en el que los hombres son “arrancados de su mano” (Sal 88,6s. 13). En la oscuridad ve, pues, Dios sin dejarse ver, está presente sin entregarse.
3. Dios es luz. No obstante este recurso al simbolismo de la luz, antes del libro de la Sabiduría no se aplicará a la esencia divina. La *sabiduría, efusión de la gloria de Dios, es “un reflejo de la luz eterna”, superior a toda luz creada (Sab 7,27. 29s). El simbolismo alcanza aquí un grado de desarrollo, del que el NT se servirá más copiosamente.
II. LA LUZ, DON DE Dios.
1. La luz de los vivos. “La luz es suave, y a los ojos agrada ver el sol” (Ecl 11,7). Todo hombre ha pasado por esta experiencia. De ahí una asociación estrecha entre la luz y la *vida: nacer es “ver la luz” (Job 3,16; Sal 58,9). El ciego que no ve la “luz de Dios” (Tob 3,17; 11,8) tiene un gusto anticipado de la muerte (5,11s); viceversa, el enfermo al que libra Dios de la muerte se regocija de ver brillar de nuevo en sí mismo “la luz de los vivos” (Job 33,30; Sal 56,14), puesto que el Seol es el reino de las tinieblas (Sal 88,13). Luz y tinieblas tienen así para el hombre valores opuestos que fundan su simbolismo.
2. Simbolismo de la luz. En primer lugar, la luz de las teofanías comporta un significado existencial para los que son agraciados con ellas, sea que subraye la majestad de un Dios hecho familiar (Éx 24,10s), sea que haga sentir su carácter temeroso (Hab 3,3s). A esta evocación misteriosa de la presencia divina, la metáfora del rostro luminoso añade una nota tranquilizadora de benevolencia (Sal 4,7; 31,17; 89,16; Núm 6,24ss; cf. Prov 16,15). Ahora bien, la presencia de Dios al hombre es sobre todo una presencia tutelar. Con su *ley ilumina Dios los pasos del hombre (Prov 6,23; Sal 119,105) ; es también la *lámpara que le guía (Job 29,3; Sal 18,29). Librándolo del peligro ilumina sus ojos (Sal 13,4); es así su luz y su salvación (Sal 27,1). Finalmente, si el hombre es justo, le conduce hacia el gozo de un día luminoso (Is 58,10; Sal 36,10; 97,11; 112,4), mientras que el malvado tropieza en las tinieblas (Is 59,9s) y ve extinguirse su lámpara (Prov 13,9; 24,20; Job 18,5s). Luz y tinieblas representan así finalmente las dos suertes que aguardan al hombre, la felicidad y la desgracia.
3. Promesa de la luz. No tiene, pues, nada de extraño hallar el simbolismo de la luz y de las tinieblas en los profetas, en perspectiva escatológica. Las tinieblas, azote amenazador que experimentaron los egipcios (Éx 10,21…), constituyen uno de los signos anunciadores del *día de Yahveh (Is 13,10; Jer 4,23; 13, 16; Ez 32,7; Am 8,9; Jl 2,10; 3,4; 4,15): para un mundo pecador éste será tinieblas y no luz (Am 5,18; cf. Is 8,21ss).
Sin embargo, el día de Yahveh debe tener también otra faz, de gozo y de liberación, para el *resto de los justos humillado y angustiado; entonces “el pueblo que caminaba en las tinieblas verá una gran luz” (Is 9,1; 42,7; 49,9; Miq 7,8s). La imagen tiene un alcance obvio y da lugar a múltiples aplicaciones. Hacepensar primero en la claridad de un día maravilloso (Is 30,26), sin alternancia de día y de noche (Zac 14,7), iluminado por el “sol de justicia” (Mal 3,20). No obstante, el alba que amanecerá para la nueva *Jerusalén (Is 60,Iss) será de otra naturaleza que la del tiempo actual: es el Dios vivo el que personalmente iluminará a los suyos (60,19s). Su *ley alumbrará a los pueblos (Is 2,5; 51,4; Bar 4,2); su siervo será la luz de las *naciones (Is 42,6; 49,6).
Para los justos y los pecadores se reproducirán así en el día supremo las dos suertes de las que la historia del *Éxodo ofreció un ejemplo llamativo: las tinieblas para los impíos, pero para los santos la plena luz (Sab 17,1-18,4). Éstos resplandecerán como el cielo y los astros, mientras que los impíos permanecerán para siempre en el horror del oscuro seol (Dan 12,3; cf. Sab 3,7). La perspectiva va a dar en un mundo transfigurado a la imagen del Dios de luz.
NT I. CRISTO, LUZ DEL MUNDO.
1. Cumplimiento de la promesa. En el NT la luz escatológica prometida por los profetas ha venido a ser realidad : cuando Jesús comienza a predicar en Galilea se cumple el oráculo de Is 9,1 (Mt 4,16). Cuando resucita según las profecías es para “anunciar la luz al pueblo y a las naciones paganas” (Act 26,23). Así los cánticos conservados por Lucas saludan en él desde la infancia al sol naciente que debe iluminar a los que están en las tinieblas (Lc 1,78s; cf. Mal 3,20; Is 9,1; 42,7), la luz que debe iluminar a las naciones (Lc 2,32; cf. Is 42,6; 49,6). La vocación de Pablo, anunciador del Evangelio entre los paganos, se inscribirá en la línea de los mismos textos proféticos (Act 13,47; 26,18).
2. Cristo revelado como luz. Sin embargo, por sus actos y sus palabras se ve a Jesús revelarse como luz del mundo. Las curaciones de ciegos (cf. Mc 8,22-26) tienen en este punto un significado particular, como lo subraya Juan refiriendo el episodio del ciego de nacimiento (Jn 9). Jesús declara entonces: “Mientras estoy en el mundo soy la luz del mundo” (9,5). En otro lugar comenta: “El que me sigue no camina en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (8,12); “yo, la luz, vine al mundo para que quien creyere en mí no camine en las tinieblas” (12,46). Su acción iluminadora dimana de lo que él es en sí mismo : la *palabra misma de Dios, *vida y luz de los hombres, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (1,4.9). Así el drama que se crea en torno a él es un enfrentamiento de la luz y de las tinieblas: la luz brilla en las tinieblas (1,4), y el *mundo malo se esfuerza por sofocarla, pues los hombres prefieren las tinieblas a la luz cuando sus *obras son malas (3,19). Finalmente, a la hora de la pasión, cuando Judas sale del cenáculo para entregar a Jesús, Juan nota intencionadamente: “Era de *noche” (13, 30); y Jesús al ser arrestado declara: “Ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas” (Lc 22,53).
3. Cristo transfigurado. Mientras Jesús vivió en la tierra, la luz divina que llevaba en sí estuvo velada bajo la humildad de su *carne. Hay, sin embargo, una circunstancia en la que se hace perceptible a testigos privilegiados en una visión excepcional: la *transfiguración. Este rostro que resplandece, estos *vestidos deslumbradores como la luz (Mt 17,2 p) no pertenecen ya a la condición mortal de los hombres: anticipan el estado de Cristo resucitado, que aparecerá a Pablo en una luz fulgurante (Act 9,3; 22,6; 26,13); forman parte del simbolismo propio de las teofanías del AT. En efecto, la luz que resplandece en el *rostro de Cristo es la de la gloria de Dios mismo (cf. 2Cor 4,6): en calidad de *Hijo de Dios es “el resplandor de su gloria” (Heb 1,3). Así, a través de Cristo luz se revela algo de la esencia divina. No sólo Dios “habita una luz inaccesible” (ITim 6,16); no sólo se le puede llamar “el Padre de las luces” (Sant 1,17), sino que, como lo explica san Juan, “él mismo es luz, y en él no hay tinieblas” (Un 1,5). Por eso todo lo que es luz proviene de él, desde ‘la creación de la luz física el primer día (cf. Jn 1,4), hasta la iluminación de nuestros corazones por la luz de Cristo (2Cor 4,6). Y todo lo que es extraño a esta luz pertenece al reino de las tinieblas: tinieblas de la noche, tinieblas del seol y de la muerte, tinieblas de Satán.
II. LOS HIJOS DE LUZ
1. Los hombres entre las tinieblas y la luz. La revelación de Jesús como luz del mundo da un relieve cierto a la antítesis de las tinieblas y de la luz, no en una perspectiva metafísica, sino en un plano moral: la luz califica la esfera de Dios y de Cristo como la del bien y de ‘la justicia, las tinieblas califican la esfera de *Satán como la del mal y de la impiedad (cf. 2Cor 6,14s), aun cuando Satán, para seducir al hombre, se disfrace a veces de ángel de luz (11,14). El hombre se halla cogido entre las dos y le es preciso escoger, de modo que sea “hijo de las tinieblas” o “hijo de luz”. La secta de Qumrán recurría ya a esta representación para describir la *guerra escatológica. Jesús se sirve de ella para distinguir el *mundo presente del *reino que él inaugura: los hombres se dividen a sus ojos en “hijos de este mundo” e “hijos de luz” (Lc 16,8). Entre unos y otros se opera una división cuando aparece Cristo-luz: los que hacen el mal huyen de la luz para que no sean descubiertas sus *obras; los que obran en la verdad vienen a la luz (Jn 3,19ss) y creen en la luz para ser hijos de luz (Jn 12,36).
2. De las tinieblas a la luz. Todos los hombres pertenecen por nacimiento al reino de las tinieblas, particularmente los paganos “en sus pensamientos entenebrecidos” (Ef 4, 18). Dios es quien “nos llamó de las tinieblas a su admirable luz” (lPe 2,9). Sustrayéndonos al imperio de las tinieblas nos transfirió al reino de su Hijo para que compartiéramos la suerte de los santos en la luz (Col I,12s): gracia decisiva, experimentada en el momento del bautismo, cuando “Cristo brilló sobre nosotros” (Ef 5,14). En otro tiempo éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor (Ef 5,8). Esto determina para nosotros una línea de conducta: “vivir como hijos de la luz” (Ef 5,8; cf. lTes 5,5).
3. La vida de los hijos de luz. Era ya una recomendación de Jesús (cf. Jn 12,35s): importa que el hombre no deje oscurecer su luz interior, y también que vele sobre su ojo, *lámpara de su cuerpo (Mt 6,22s p). En Pablo se hace habitual la recomendación. Hay que revestirse las armas de luz y desechar las obras de tinieblas (Rom 13,12s), no sea que nos sorprenda el *día del Señor (lTes 5,4-8). Toda la moral entra fácilmente en esta perspectiva: el “fruto de la luz” es todo lo que es bueno, justo y verdadero; las “obras estériles de las tinieblas” comprenden los pecados de todas clases (Ef 5,9-14). Juan no habla de otra manera. Hay que “caminar en la luz” para estar en comunión con Dios, que es luz (Un 1,5ss). El criterio es el *amor fraterno: en esto se reconoce si está uno en las tinieblas o en la luz (2,8-11).
El que vive así, como verdadero hijo de luz, hace irradiar entre los hombres la luz divina, de la que ha venido a ser depositario. Hecho a su vez luz del mundo (Mt 5,14ss), responde a la misión que le ha dado Cristo.
4. Hacia la luz eterna. El hombre, caminando por tal camino, puede esperar la maravillosa transfiguración que Dios ha prometido a los justos en su reino (Mt 13,43). En efecto, la *Jerusalén celestial, adonde llegará finalmente, reflejará en sí misma la luz divina, conforme a los textos proféticos (Ap 21,23ss; cf. Is 60); entonces los elegidos, contemplando la faz de Dios, serán iluminados por esta luz (Ap 22,4s). Tal es la esperanza de los hijos de luz; tal es también la oración que la Iglesia dirige a Dios por los que de ellos han dejado ya la tierra: lux perpetua luceateis! Ne cadant in obscurum, sed signifer sanctus Michael repraesenteteas in lucemsanctam (Ofertorio de la Misa de difuntos).
LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001
San Luis Beltrán
El ciego de nacimiento
«Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento» Juan 9,1
1.- Decidme, señores: ¿Qué más ciego en el mundo que el que, quebrándose a sí [mismo] los ojos, nos los quebró a nosotros también, como lo hizo nuestro primer padre Adán, por la ceguera que contrajo, cegándose con el amor de su mujer, [y] nos dejó a todos sin [los] ojos de [la] justicia original? [Después] pasó Dios aquel paso tan maravilloso, de ser Dios a ser hombre, [y así] vio a un hombre ciego. Y para [que viera] le abrió sus ojos, que mil años había los tenía cerrados. Para ver [Dios] al hombre ciego, al género humano, fueron menester [unos] anteojos, que fueron su Santísima Madre, para que [así] gustase de los trabajos de los hombres, y [pudiese ver] que cuando le pedimos ayuda, estamos bien repuestos del lodo [original]. [De esta manera], después que bajó al vientre de nuestra Señora, la [tendremos] por favorable, alcanzándonos la gracia, diciendo: Ave María.
2.- Pasando el Hijo de Dios vio a un hombre. Con mucha razón podemos decir que este hombre ciego es el pueblo judaico, pues naciendo entre ellos el Sol de justicia, sus rayos les cegaron [de modo] que no le reconociesen. [Dice el Sabio]: Cegados por su propia malicia, no entendieron los misterios de Dios, ni creyeron que hubiera galardón para el justo, ni hicieron caso de la gloria reservada a las almas santas (Sb 2,21-22). [Los judíos] no veían la doctrina salubérrima de Cristo.
3.- También este ciego representa al pueblo gentil, y bien se dice que estaba fuera del Templo, porque aún no estaba dentro por la confesión de la fe. Pero en el sentido moral, este ciego eres tú, amigo mío, que estás en pecado mortal [y, como] ciego, no ves los tormentos que has de pasar. ¡Oh, qué ciego que anda un soberbio, que siendo un poco de polvo y ceniza, se quiere levantar, sabiendo que toda la pompa del mundo se encierra en la sepultura! ¿Parécete bien que se humille la majestad [de Dios], y se ensoberbezca el vil gusano? ¿Y tú no sabes que los grandes sufrirán grandes tormentos? (Sb 6,7). No le hartaba a Alejandro [Magno] la sujeción de todo el mundo, y después, aunque le pesó, se hubo de contentar con una poca de tierra, con una sepultura. Pues un avariento, ¡qué ciego va tras el amor de las riquezas! Un carnal, ¡[cómo] lleva su alma ciega por el pecado! Poco te aprovecha tener lindos ojos, si tu alma está ciega. Si tú lloras por haberte nacido un hijo ciego, ¿por qué no llorarás por haber perdido una potencia tan principal, como la vista del alma, sin la cual no verás la gloria de Dios? Este nacimiento aborrecía Job: Perezca el día en que nací, y la noche en que se dijo: «Concebido queda un varón». Conviértase aquel día en tinieblas; no haga cuenta Dios de él desde lo alto; ni sea alumbrado con luz; oscurézcanlo las tinieblas y la sombra de la muerte; cúbralo densa tiniebla y sea envuelto en amargura (Jb 3,3-5). No llora el santo profeta el día que nació del vientre de su madre, sino el día [en] que nació el pecado en él, el día que nació este ciego en su alma. Este día, dice, que se convierta en tinieblas, lloro y amargura, porque es [el] día en que nace el pecado.
4.- De Raquel leemos [Génesis] que cuando parió a José, que quiere decir, «hijo de aumento», tuvo grande contento Jacob, y dijo a Labán: Déjame volver a mi patria y a mi tierra (Gn 30,25). Pero cuando nació Benoni, esto es, «el hijo del dolor» , todos tuvieron gran llanto, porque muere el alma en el parto, que es figurada por Raquel (cfr. Gn 35,18-19). Pues, cuando nace José, «hijo de aumento», esto es, el amor de Dios [que] aumenta [las] virtudes, alegría; pero cuando nace Benoni, esto es, pecado, que es, «el hijo del dolor», llanto, pues muere la madre en el parto, y se va al infierno, que es el alma, si no se vuelve con la penitencia. [Evangelio]: Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. ¿Pensáis que fue sin misterio el pararse a mirar a este ciego? No fue sino dolerse de él y rogar al Padre eterno que le restituyese la vista. ¡Soberano Dios!, ¿por los ciegos rogáis? Pues yo os prometo que os cueste, y que si han de recibir vista, ha de ser con lo más amargo de vuestro cuerpo. ¿Pensáis que fue sin misterio, que Tobías sanase a su padre con la hiel del pescado? (cfr. Tb 11,13-15). Eso fue figura de que con la hiel amarga de la Pasión de Cristo sanaría el ciego pecador de sus pecados.
5.-Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. No sin causa nos dice el evangelista que, pasando [Cristo], le curó, [para] que entiendas que nunca Dios cura de reposo a ninguno de esta vida, sino de paso les da la gracia, por que no se tengan por seguros, sino que teman, etc. Nota lo que dice el evangelista, que este ciego tenía padre y madre (cfr. Jn 9,18-20), y no nos dice cómo se llamaba, porque el pecador no tiene nombre, sino ciego. Pero bien sabemos quién es el padre, que es el demonio, pues de los tales dijo Cristo: El padre de quien vosotros procedéis es el demonio (Jn 8,44). Tu madre la concupiscencia, [Apóstol Santiago]: La concupiscencia, en llegando a concebir los malos deseos, pare el pecado (St 1,15). Pues hijo de tales padres, ¿qué ha de ser sino ciego, sordo y mudo, etc.?
6.- Como los Apóstoles vieron que Cristo le estaba mirando de propósito a este ciego, dícenle: Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que naciese ciego? (Jn 9,2) Responde Cristo: «Ni él, ni sus padres»; porque nunca Dios castiga, principalmente en el alma, a los hijos por los padres. [Dice Ezequiel]: El alma que pecare ésa morirá; no pagará el hijo la pena de la maldad de su padre, ni el padre la de la maldad de su hijo (Ez 18,20); antes bien los hijos de los malos son muy hermosos. [Dice] David: Los hijos de éstos son como nuevos plantíos en la flor de su edad; y sus hijas compuestas y engalanadas por todos lados, como ídolos de un templo (Sal 143,12). [Esto es], los hijos [son] como pimpollos de plantas, y sus hijas como imágenes [bien] pintadas y compuestas. No es causa el pecado de los padres de la ceguedad de los hijos. Bien puede ser causa [de] que se quiebre los ojos. ¿Cómo no estará ciego, y cómo verá el hijo el camino que lleva para el infierno, si ve al padre que hace más vida con la amiga, que con su mujer? ¿Cómo no estará ciego, y no se quebrará los ojos tu hijo, si a ti te ve estar asentado jugando cuanto tienes? etc. [Por tanto], castígales sus defectos, y enmienda tu vida. Si David castigara el estupro de Tamar, por ventura no muriera Amón en manos de Absalón (cfr. 2 R 13). Si la roña de una oveja basta para enroñar todo un rebaño, ¿cuánto más los pecados de los padres bastarán [para] inficionar a los hijos y echarles a perder? Suelen decir que por do salta la cabra, por allí salta el cabrito. ¿Qué ha de hacer el hijo si ve al padre mal vivir? Para mí tengo, que les está aparejado a los padres [un] horrendo castigo, si no crían a sus hijos, que Dios les dio, conforme a la Ley de Dios, [esto es], como cristianos.
7.- [A la pregunta] responde Cristo que no nació ciego por sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Hermano, éste es el fin por do el Hijo de Dios permite que te veas en muchos trabajos. Tienes una amiga, envíate Dios un dolor de costado que te trae a la muerte; confiesas y comulgas; lloras tus pecados; echas la amiga de casa; [y] dejas la mala vida. ¡Obra maravillosa es de Dios! Obra maravillosa es de Dios que [este] ciego viese el cielo con tantas estrellas, árboles, etc., para que se manifestasen las obras de Dios en él. Obra de Dios fue que, con lo que los médicos del mundo le cegaran, él le curase, que fue con lodo; obra de Dios fue que le creyese con tan viva fe; obra de Dios fue que se manifestase en este ciego la obra de la encarnación, cuando, encontrándole Cristo, le dijo: «Ven acá, hermano, ¿tú crees en el Hijo de Dios?»… «Yo, Señor, bien lo deseo, mas no le conozco»… «Pues has de saber que yo soy, [el] que hablo contigo» (cfr. Jn 9,35-38). ¡Oh, dichosa ceguedad, pues mereció tener y ser causa de tantas maravillas! etc. También permite Dios que peques, para que sus obras se manifiesten. Obra es de Dios que, siendo tú pecador, te justifiques con tres grados de gracia, etc. Tobías [quedó ciego] con el estiércol de las golondrinas (cfr. Tb 2,11); y el pecador, que es figurado por Tobías, ha cegado con el amor desordenado de las criaturas, que es el estiércol de las aves. Pero, permítelo Dios, para que, [como a Tobías], venga el ángel a servirte y a curarte, y traerte riquezas y dones del Espíritu Santo.
8.-Tú eres discípulo suyo… Y lo excomulgaron (Jn 9,28-34). El premio que Cristo da a los buenos, que perseveraren en su doctrina, es que serán discípulos suyos. ¿Qué pensáis que es ser discípulo de Cristo? Es ser perseguido de todos, y ser azotado de tribunal en tribunal. [Dice él]: Si me han perseguido a mí, también os perseguirán a vosotros (Jn 15,20). Dirásme: «Padre, esos galardones llévelos quien quisiere; ¿eso es premio? Anda, que no hacen para mí»… «¡Oh, hermano, qué engañado que vas! Mira que miras por el envés el paño; mira lo que es ser discípulo de Cristo, y mudarás de respuesta. ¿Piensas que es ser discípulo de Cristo el saber a Aristóteles y Platón?… Que no. [San Pablo]: ¿No es verdad que Dios ha convertido en fatua la sabiduría de este mundo? (1 Co 1,20). El ser discípulo de Cristo es sufrir afrentas y perdonar las injurias. Y así decía un discípulo: Hasta la hora presente andamos sufriendo el hambre, la sed, la desnudez, los malos tratos, y no tenemos donde fijar nuestro domicilio. Nos afanamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución y la sufrimos con paciencia; nos ultrajan, y retornamos súplicas; somos, en fin, tratados hasta el presente como la basura del mundo, como la escoria de todos » (1 Co 4,11-13).
9.- «Dime, Maestro, cuando te subiste a la cátedra de la Cruz, a leer la última lección, ¿qué fue lo que leíste a tus discípulos?» [Primero], humildad. [San Pedro]: Cuando le maldecían, no devolvía maldiciones; cuando lo atormentaban, no prorrumpía en amenazas; antes se ponía en manos de aquel que lo sentenciaba injustamente (1 P 2,23). [Segundo], pobreza. [San Mateo]: Los zorras tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Mt 8,20). [Tercero], rogar por los enemigos. [San Lucas]: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc 23,34). Por eso tiene Cristo tan pocos discípulos, porque piensan que es recia su doctrina. En las escuelas del demonio no caben los discípulos, porque allí se enseñan regalos; pero en la de Cristo [hay] pocos, porque [su enseñanza] es tan áspera y recia. Pues, ¡ea!, caballeros de Cristo, no miréis a la corteza del árbol, mirad que es seca y triste; mirad al fruto que está encerrado bajo de esa corteza. Pero si me preguntáis: «Padre, ¿qué es ser perseverante en la doctrina de Cristo? ¿Oír Misa, [escuchar] muchos sermones [o] dar limosnas?»… «No es nada de eso». Santo Tomás os responde que la perseverancia consiste en resistir a las muchas tentaciones que nos sobrevienen 2 ; [esto es], que la soberbia no te levante, que la ira no te haga salir de madre, etc.
10.- El segundo premio es conocer la verdad. ¿Tú crees en el Hijo de Dios? (Jn 9,35)… «Padre, ¿en qué consiste la verdad, o, en qué consiste creer la verdad? ¿En opiniones de filósofos? ¿En sueños de poetas?»… «No, no, sino en creer sin recelo aquello que la santa Madre Iglesia nos propone, que esto sólo es dado a los amigos de Dios». ¿[Cuál] fue la causa [de] que murieron tantos mártires? Porque lo que la fe nos dice es muy conforme a razón, pues esto es. [Cristo]: Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8,32). [En suma], que lo que la fe promete, lo creáis claramente.
11.- El tercer premio de la perseverancia es alcanzar la verdad. [Por eso el ciego del Evangelio]: Creo, Señor; y lo adoró (Jn 9,37). ¡Oh, Hijo de Dios, y qué mercedes son éstas, que el que perseverare alcanzará la verdad, que sois vos mismo! Desde ahora os digo que todos cuantos están aquí os servirán de todo corazón con una perseverancia hasta la muerte. ¿Quién hay en el mundo que no desee la libertad? Una doncella en casa de su padre desea ser casada, por ser libertada; una mal casada desea la muerte a su marido, por tener libertad: pues la libertad os hará libres. Si conocéis la verdad, ella os dará libertad. Mas notad que es muy diferente la libertad que se alcanza por la verdad, de la que el mundo te persuade. Un ambicioso [que] se ve privado de la honra, piensa que es esclavo; y así, como esclavo, trabaja hasta verse en aquella libertad que perdió.
12.- Veis aquí a lo que el mundo llama libertad: a las honras. Mas el Hijo de Dios no llama a esto libertad, sino gran cautiverio, por lo ya dicho; y más por-que: Todo el que comete pecado es esclavo del pecado (Jn 8,34). El ambicioso es esclavo, porque no osa apartarse de sus riquezas. ¡Oh, Padre, que yo bien lo haría, si no [fuera] por la honra del mundo!» ¡Oh, malaventurado de ti! ¿Hay mayor cautiverio en Argel que el tuyo? [Cristo]: Todo el que comete pecado es esclavo del pecado . Pues, ¿qué diremos de los carnales? ¡Oh, malaventurado de ti, que una mujercilla te traiga hecho esclavo del demonio! San Pablo: ¿No sabéis que si os ofrecéis por esclavos de alguno para obedecer a su imperio, quedáis esclavos de aquél a quien obedecéis, bien sea del pecado para recibir la muerte, bien sea de la obediencia a la fe para recibir la justicia? (Rm 6,16). ¿Tú no sabes que si sirves a las riquezas, te haces esclavo de ellas? ¿Y si a la carne, esclavo de la carne? Que no es ésa la libertad que promete la verdad, sino que los librará de la muerte eterna, y a ésta muy pocos la conocen, sino los discípulos de Cristo, que los hará el día del Juicio inmutables. Pues el que conoce esta verdad es libre de las pasiones del mundo y de las tentaciones de la carne. ¡Oh, qué libre que está un siervo de Dios, que por alcanzar esta libertad se da a conocer la verdad! Pues, hermanos, oíd a Cristo que os dice: Si permanecéis en mi doctrina, seréis realmente mis discípulos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn 8,31-32). ¡Oh, Hijo de Dios! ¿Qué te mueve a que nos avises con tantos modos? Mira, no os maravilléis, porque es Cabeza, y nosotros somos los miembros, y desea verse Cabeza con los miembros. Pero, ¡ay!, de los que se vuelven el rostro a estas palabras, porque les amenaza con tres castigos terribles.
13.- El primer castigo [es] que les quitará la noticia de su pecado, [para] que no se reconozcan por siervos y esclavos del demonio, y así, como tales, responden: Nosotros somos descendientes de Abraham, y jamás hemos sido esclavos de nadie (Jn 8,33). Dos maneras tenían de servidumbre: la una corporal, y la ignorancia. Por eso decían: Nosotros jamás hemos sido esclavos de nadie, [y] fueron esclavos en Egipto, y en Babilonia de Nabucodonosor.
14.- La otra servidumbre [de estos judíos] era la del alma, [pues] jamás reconocieron ser siervos del demonio con [los] mil pecados [cometidos], [y además] nunca acabaron de creer en Dios, porque salidos de Egipto, luego adoraron un becerro. [Y] en la tierra de promisión, ¿cuántas veces adoraron ídolos? [Jeremías]: Tú has pecado con muchos amantes, pero eso, no obstante, vuélvete a mí, dice el Señor (Jr 3,1). Pues esta servidumbre ellos no [la] reconocían, [y] por eso les dice [Cristo]: Todo el que comete pecado es esclavo del pecado. Y ellos responden: Jamás hemos sido esclavos de nadie. Pues éste es el primer castigo, no reconocer su pecado.
15.- El segundo castigo que te promete es que, si no perseveras en la doctrina de Cristo, no serás hijo de Dios, sino del demonio. El padre de quien vosotros procedéis es el diablo, y queréis hacer lo que quiere vuestro padre (Jn 8,44). Porque así como los buenos tienen por cabeza a Dios, así los malos al demonio. [Eran] hijos del demonio no por creación, sino por maldición y malicia. ¡Oh!, ¿qué harán semejantes hijos del demonio? ¡Oh, malditos hijos, que las riquezas que sus padres les procuran, son las penas eternas! Pues, pecador, ¿no miras que eres hijo del demonio? Deja tu pecado.
16.- El tercer castigo es que te despedirá de su casa, pues el esclavo no queda en casa del padre para siempre, mientras que el hijo sí (Jn 8,35). Y así permite Dios que estés en la Iglesia, como miembro cortado, y el día del Juicio entrará contigo en cuenta, y dará sentencia, que te desgraduen de cristiano y te despidan de la Iglesia. Pues, cristianos, perseveremos en la doctrina de Cristo, y seremos sus discípulos, aquí por gracia, y allá por gloria. Amén.
San Luis Beltrán, Obras y sermones, vol. I, p. 362 – 365
Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
En estos domingos de Cuaresma, a través de los pasajes del evangelio de san Juan, la liturgia nos hace recorrer un verdadero itinerario bautismal: el domingo pasado, Jesús prometió a la samaritana el don del “agua viva”; hoy, curando al ciego de nacimiento, se revela como “la luz del mundo”; el domingo próximo, resucitando a su amigo Lázaro, se presentará como “la resurrección y la vida”. Agua, luz y vida: son símbolos del bautismo, sacramento que “sumerge” a los creyentes en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, liberándolos de la esclavitud del pecado y dándoles la vida eterna.
Detengámonos brevemente en el relato del ciego de nacimiento (cf. Jn 9, 1-41). Los discípulos, según la mentalidad común de aquel tiempo, dan por descontado que su ceguera es consecuencia de un pecado suyo o de sus padres. Jesús, por el contrario, rechaza este prejuicio y afirma: “Ni este pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9, 3). ¡Qué consuelo nos proporcionan estas palabras! Nos hacen escuchar la voz viva de Dios, que es Amor providencial y sabio. Ante el hombre marcado por su limitación y por el sufrimiento, Jesús no piensa en posibles culpas, sino en la voluntad de Dios que ha creado al hombre para la vida. Y por eso declara solemnemente: “Tengo que hacer las obras del que me ha enviado. (…) Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo” (Jn 9, 4-5).
Inmediatamente pasa a la acción: con un poco de tierra y de saliva hace barro y lo unta en los ojos del ciego. Este gesto alude a la creación del hombre, que la Biblia narra con el símbolo de la tierra modelada y animada por el soplo de Dios (cf. Gn 2, 7). De hecho, “Adán” significa “suelo”, y el cuerpo humano está efectivamente compuesto por elementos de la tierra. Al curar al hombre, Jesús realiza una nueva creación. Pero esa curación suscita una encendida discusión, porque Jesús la realiza en sábado, violando, según los fariseos, el precepto festivo. Así, al final del relato, Jesús y el ciego son “expulsados” por los fariseos: uno por haber violado la ley; el otro, porque, a pesar de la curación, sigue siendo considerado pecador desde su nacimiento.
Al ciego curado Jesús le revela que ha venido al mundo para realizar un juicio, para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos. En efecto, en el hombre es fuerte la tentación de construirse un sistema de seguridad ideológico: incluso la religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como el ateísmo o el laicismo, pero de este modo uno queda cegado por su propio egoísmo.
Queridos hermanos, dejémonos curar por Jesús, que puede y quiere darnos la luz de Dios. Confesemos nuestra ceguera, nuestra miopía y, sobre todo, lo que la Biblia llama el “gran pecado” (cf. Sal 19, 14): el orgullo.
Que nos ayude en esto María santísima, la cual, al engendrar a Cristo en la carne, dio al mundo la verdadera luz.
Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el día domingo 2 de marzo de 2008
Benedicto XVI
Queridos hermanos y hermanas:
El itinerario cuaresmal que estamos viviendo es un tiempo especial de gracia, durante el cual podemos experimentar el don de la bondad del Señor para con nosotros. La liturgia de este domingo, denominado « Laetare », nos invita a alegrarnos, a regocijarnos, como proclama la antífona de entrada de la celebración eucarística: «Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos» (cf. Is 66, 10-11). ¿Cuál es la razón profunda de esta alegría?
Nos lo dice el Evangelio de hoy, en el cual Jesús cura a un hombre ciego de nacimiento. La pregunta que el Señor Jesús dirige al que había sido ciego constituye el culmen de la narración: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?» ( Jn 9, 35).
Aquel hombre reconoce el signo realizado por Jesús y pasa de la luz de los ojos a la luz de la fe: «Creo, Señor» ( Jn 9, 38). Conviene destacar cómo una persona sencilla y sincera, de modo gradual, recorre un camino de fe: en un primer momento encuentra a Jesús como un «hombre» entre los demás; luego lo considera un «profeta»; y, al final, sus ojos se abren y lo proclama «Señor». En contraposición a la fe del ciego curado se encuentra el endurecimiento del corazón de los fariseos que no quieren aceptar el milagro, porque se niegan a aceptar a Jesús como el Mesías. La multitud, en cambio, se detiene a discutir sobre lo acontecido y permanece distante e indiferente. A los propios padres del ciego los vence el miedo del juicio de los demás.
Y nosotros, ¿qué actitud asumimos frente a Jesús? También nosotros a causa del pecado de Adán nacimos «ciegos», pero en la fuente bautismal fuimos iluminados por la gracia de Cristo. El pecado había herido a la humanidad destinándola a la oscuridad de la muerte, pero en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que estamos llamados. En él, fortalecidos por el Espíritu Santo, recibimos la fuerza para vencer el mal y obrar el bien. De hecho, la vida cristiana es una continua configuración con Cristo, imagen del hombre nuevo, para alcanzar la plena comunión con Dios. El Señor Jesús es «la luz del mundo» (Jn 8, 12), porque en él «resplandece el conocimiento de la gloria de Dios» (2 Co 4, 6) que sigue revelando en la compleja trama de la historia cuál es el sentido de la existencia humana. En el rito del Bautismo, la entrega de la vela, encendida en el gran cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado, es un signo que ayuda a comprender lo que ocurre en el Sacramento. Cuando nuestra vida se deja iluminar por el misterio de Cristo, experimenta la alegría de ser liberada de todo lo que amenaza su plena realización.
En estos días que nos preparan para la Pascua revivamos en nosotros el don recibido en el Bautismo, aquella llama que a veces corre peligro de apagarse.
Alimentémosla con la oración y la caridad hacia el prójimo.
A la Virgen María, Madre de la Iglesia, encomendamos el camino cuaresmal, para que todos puedan encontrar a Cristo, Salvador del mundo.
Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el día domingo 3 de abril de 2011
San Agustín
La curación del ciego de nacimiento
(Jn 9,1-41)
1. Vino al mundo nuestro Señor Jesús para salvar a los pecadores. Porque halló ciego de nacimiento al hombre, pues ¿qué hombre no nace ya ciego? Ciego del alma, no del cuerpo. Para que vea, se le untan los ojos de saliva y barro; mas con la saliva no de uno cualquiera ni con la propia de cada uno, sino con la de Cristo. La saliva de Cristo es la profecía; el barro, los hombres. Recordad de qué fue hecho el hombre. Luego cuando los hombres profetizaban eran saliva en barro.
¿Qué diré de los profetas antiguos? El mismo Apóstol dice: Tenemos este tesoro en vasos de barro. El tesoro es la saliva, con la cual primeramente fue untado este ciego; y todo nacido, como nace ciego, con ella es untado y enviado a la piscina de Siloé. ¿No podía Cristo, por medio de su saliva, abrirle los ojos? En fin, podía mandarle que viera sin recurrir a la saliva ni al lodo, y habría visto. Podía, pero los hechos milagrosos son como el lenguaje de los misterios. Es, pues, enviado a la piscina de Siloé. ¿Para qué estas tardanzas? Sabemos tu poder; lo que quieres lo haces, ¡oh Cristo!; vea ya este ciego. «No, dice; vaya primero a la piscina de Siloé y lávese el rostro». Gracias al santo evangelio, sabemos el significado de la piscina de Siloé. Siloé, dice, que significa «enviado». ¿Quién es este enviado? Conoced al enviado; él clama: El Padre me ha enviado. Luego él mismo envía al ciego a sí mismo, al creyente le envía al bautismo. Lavó su rostro, y vio; fueron borrados sus pecados, y brilló el sol. Ahora bien, cuando fue interrogado y acosado por los judíos, ya estaba ungido en el corazón. La lectura del evangelio nos testifica cuándo lavó su rostro en la piscina de Siloé. Aún estaba con el barro en los ojos, aún no veía cuando decía: Nosotros sabemos que Dios no escucha a los pecadores.
2.¿Qué esperanza tienen los hombres, si Dios no escucha a los pecadores? ¿Por ventura no subieron dos al templo, un fariseo y un publicano? ¿Acaso el fariseo no decía: Gracias te doy por no ser yo como los demás hombres: injustos, ladrones; ni como este recaudador? Nada pedía; había subido como saciado; se le veía la hartura. No dijo: «Ven en mi ayuda»; no dijo: «Compadécete de mí», porque mi padre y mi madre me abandonaron; no dijo: «Sé mi ayudador, no me dejes.» En cambio, el publicano estaba alejado, y, cosa para maravillar, en el templo estaba lejos y vecino al Dios del templo. Estaba, como digo, allá lejos, y ni aun los ojos se atrevía a levantar al cielo, antes hería su pecho, diciendo: «Señor, ten compasión de mí, que soy pecador.» Hemos oído la controversia; oigamos la sentencia de Cristo. La pronuncia; escuchemos: En verdad os digo que aquel publicano bajó santificado del templo más que el fariseo.
Ciertamente, Dios escucha a los pecadores; cuando el publicano golpeaba su pecho, castigaba sus propios pecados; cuando castigaba sus propios pecados, se acercaba a Dios Juez. Porque Dios odia los pecados; si tú los odias, comienzas a unirte a Dios para decirle: Aparta tu rostro. Aparta tu rostro, ¿de dónde? De mis pecados; no apartes tu rostro de mí. ¿Qué significa: Aparta tu rostro de mis pecados? No pongas en ellos los ojos, no los tomes en cuenta, para que puedas perdonarme. Luego esperanza tiene el pecador; ruegue a Dios, no desespere, hiera su pecho, tome de sí mismo la venganza por medio de la penitencia para que no la tome Dios por medio del juicio. El que se humilla se acerca al Excelso.
3. Más por qué dijo el Señor que había el publicano descendido del templo más justificado que el fariseo, lo expuso a continuación, no te privó de la razón de ello. Como si le preguntásemos por qué así, dice: Porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado. Oíste por qué; si, pues, lo oíste y lo entendiste, haz lo que oíste: humíllate, ruega a Dios, di a tu Señor que eres pecador; lo cual lo ve él aunque tú no lo digas. Tal vez dices tú: «Si lo está viendo antes que se lo diga, ¿tengo necesidad de decirlo?» ¡Oh hombre! ¿Has olvidado que es bueno confesar al Señor? ¿Has olvidado lo de confesad al Señor, porque es bueno? Aunque al juez humano no le confieses que eres malo, confiésalo al Señor, porque es bueno; confiesa, gime, arrepiéntete, golpea el pecho. Le place al Señor este espectáculo en el que ve al pecador tomar venganza de su culpa. Reconócela tú, y la olvida él; castiga tú, y perdona él. Para que él te perdone no debes tú perdonarte. Responde: «No perdone, no perdone; borre mi iniquidad.»
4. Después de muchas cosas fue lanzado de la sinagoga de los judíos aquel que había sido ciego y ya no lo era; enfureciéronse contra él y le expulsaron. Y eso era lo que temían sus padres; nos lo declaró el evangelista: Porque temían, dice, sus padres el ser echados de la sinagoga por confesar a Cristo, por lo cual dijeron: «Tiempo tiene; preguntadle a él». Temieron, pues, ellos ser arrojados de la sinagoga; él no lo temió, y fue arrojado; los padres quedaron en ella. Pero tiene por acogedor a Cristo, y puede decir: Porque mi padre y mi madre me abandonaron. ¿Qué añadió? Pero el Señor me tomó bajo su amparo. Ven, ¡oh Cristo!, y tómale; ellos le arrojaron, acógele tú; tú, el enviado, acoge al expulsado. Y le tomó bajo su protección, se mostró a los ojos que él mismo se había dignado abrir. ¿Crees tú, le dice, en el Hijo de Dios? A lo cual él, aún untado del barro, respondió: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? El Señor: Acabas de verlo; el que habla contigo, ése es. Le lavó el rostro. Y, viendo ya con el corazón, adoró a su Salvador. Esto que Jesús hizo corporalmente con el ciego de nacimiento, lo hace con el género humano de una manera milagrosa; pero hizo este prodigio para encomendarnos la fe; aquella fe que todos los días abre los ojos del humano linaje, como abrió los del mismo ciego.
SAN AGUSTÍN, Sermones (3º), t. XXIII, Sermón 136A, 1-4, BAC Madrid 1983, pág. 215-18
Guión IV Domingo de Cuaresma
Ciclo A – 19 de Marzo 2023
Entrada:
Que el misterio eucarístico dilate nuestro corazón y abra nuestros ojos espirituales para conocer la revelación que hoy el Salvador quiere hacer de sí mismo.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: 1 Sam. 16, 1b. 6- 7. 10- 13a
El espíritu del Señor descendió sobre David ungiéndolo como rey de Israel.
Salmo Responsorial: 22
Segunda Lectura: Ef. 5, 8- 14
El Apóstol nos exhorta a vivir como hijos de la luz, sabiendo discernir lo que agrada al Señor.
Evangelio: Jn. 9, 1- 41
Cristo nos hace ver a través de sus milagros su divinidad oculta en la humanidad, para que lo reconozcamos y demos testimonio de Él.
Preces: Cuaresma IV
Alegres porque se aproxima el día que hizo el Señor, oremos a nuestro Padre del cielo con confianza filial.
A cada intención respondemos cantando:
* Pidamos por el Santo Padre y sus intenciones, y para que los hombres de buena voluntad, al escuchar su mensaje evangélico, especialmente en este tiempo de cuaresma, encuentren en Cristo la Salvación prometida por el Padre rico en misericordia. Oremos.
* Roguemos por los que sufren y están solos, física y espiritualmente, sobre todo los ancianos, para que el Buen Dios les conceda participar de la ciencia de la Cruz y puedan ofrecer su sacrificio en unión al de Jesús. Oremos.
* Por todos nosotros, para que Dios nos preserve del pecado de la soberbia que niega las obras maravillosas de Dios y nos convirtamos cada vez más a su acción misericordiosa. Oremos.
* Pidamos por todos nuestros familiares, amigos y bienhechores difuntos. El Señor les conceda contemplar su rostro que brilla perpetuamente con el gozo pascual. Oremos
Padre Santo, escucha las súplicas que te dirigimos y alegra nuestro corazón con tu auxilio. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Nos unimos al Sacrificio de Cristo para ser agradables a Dios.
* En las especies del pan y del vino te damos gracias porque has querido hacernos partícipes de la oblación de Jesucristo.
Comunión:
Señor Jesús, ¡aumenta nuestra fe! Abre nuestros ojos y haz que te adoremos con reverencia y amor en esta Santa Comunión.
Salida:
Madre de Dios, haznos ver siempre en Jesús al Hijo de Dios; y danos el poder predicarlo a todo el mundo para que creyendo en El se salve.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
TUS OJOS
En una aldea cercana a Turín (Italia), una joven llamada María tuvo la desgracia de perder totalmente la vista. Deseando recobrarla, visitó a San Juan Bosco, que estaba construyendo con limosnas de la gente, la magnífica Iglesia de María Auxiliadora.
Después de haber rezado ante la Virgen, la muchacha habló con San Juan Bosco. El le preguntó:
-¿Hace mucho tiempo que estás enferma?
-Sí, mucho, y llevo ya un año sin ver.
-¿Has consultado a los médicos?
-Ya no saben qué recetarme.
-¿Distingues los objetos grandes de los pequeños?
-No. Ya le he dicho que no veo ni poco ni mucho.
-¿Ves la luz que entra por esa ventana?
-No, nada.
-¿Quieres recobrar la vista?
-¡Claro Señor! Soy pobre y la necesito para ganarme la vida.
-¿Te servirás de la vista en provecho de tu alma y no en ofender a Dios?
-Lo prometo sinceramente.
-Confía pues en la Virgen.
Y con un tono solemne, exclamó Don Bosco:
-A gloria de Dios y de la Virgen María, di, ¿qué tengo ahora en la mano?
-Una medalla de la Santísima Virgen.
-¿Y al otro lado?
-Una estampa de un santo con la vara florida: es San José.
¡María Stardero había recobrado la vista! Ya puedes imaginarte la alegría de la joven y de sus padres.
“Que nuestros ojos sean para dar Gloria a Dios y se mantengan limpios para poder verlo el día final”