PRIMERA LECTURA
Todos quedaron llenos del Espirita Santo,
y comenzaron a hablar
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían:
«¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios».
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 103, lab. 24ac. 29b-31. 34
R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
O bien:
Aleluia.
Bendice al Señor, alma mía:
¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
¡Qué variadas son tus obras, Señor!
¡La tierra está llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento,
expiran y vuelven al polvo.
Si envías tu aliento, son creados,
y renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre,
alégrese el Señor por sus obras!
Que mi canto le sea agradable,
y yo me alegraré en el Señor. R.
SEGUNDA LECTURA
Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu
para formar un solo Cuerpo
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3b-7.12-13
Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es el Señor», si no está impulsado por el Espíritu Santo.
Ciertamente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común.
Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo —judíos y griegos, esclavos y hombres libres— y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios.
O bien:
El fruto del Espíritu
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 5, 16-25
Hermanos:
Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.
Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.
Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por Él.
Palabra de Dios.
Secuencia
Ven, Espíritu Santo,
y envía desde el cielo
un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres,
ven a darnos tus dones,
ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad,
dulce huésped del alma,
suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo,
templanza de las pasiones,
alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz
en lo más íntimo
del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina
no hay nada en el hombre,
nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas,
riega nuestra aridez,
sana nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza,
elimina con tu calor nuestra frialdad,
corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles,
que confían en Ti,
tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud,
salva nuestras almas,
danos la eterna alegría.
Aleluia
Aleluia.
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
enciende en ellos el fuego de tu amor.
Aleluia.
EVANGELIO
Como el Padre me envió a mí,
yo también los envío a ustedes:
Reciban el Espíritu Santo
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-23
Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo:
«¡La paz esté con ustedes!
Como el Padre me envió a mí,
Yo también los envío a ustedes».
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
«Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados
a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos
a los que ustedes se los retengan».
Palabra del Señor.
O bien:
El Espíritu de la Verdad
les hará conocer toda la verdad
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 26-27; 16, 12-15
Durante la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando venga el Paráclito que Yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, Él dará testimonio de mí.
Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.
El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: “Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”.
Palabra del Señor.
P. José María Solé Roma, C.F.M.
Sobre la Primera Lectura: (Hechos 2, 1-11)
Resurrección-Apariciones-Ascensión, son ya Era del Espíritu Santo: ‘Que después de la Resurrección se apareció visiblemente a todos sus discípulos y, ante sus ojos, fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad’ (Pref.): San Lucas, que presentó a Jesús siempre dirigido por el Espíritu, presenta así ahora a su Iglesia:
– La Era Mesiánica era esperada como efusión de Espíritu Santo. Los Profetas así lo prometen: Joel es el más explícito: ‘Derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Obraré prodigios en los cielos y sobre la tierra’ (Jl 3, 1). Y Habacuc nos describe la nueva Teofanía en luz y en fuego, en huracán y terremoto (Hab 3, 3). Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, el comienzo de una nueva Era; el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo. La Era Mesiánica será la Era del Espíritu Santo. Se inicia con un diluvio de ‘Fuego’ (Espíritu Santo).
– Dios habla en ‘signos’ que es el mensaje que todos entienden. Los ‘signos’ que anuncian solemnemente la misión del Espíritu a la Iglesia son: Un ruido del cielo; un viento impetuoso; un diluvio de fuego en forma de lenguas ígneas. Este fragor celeste, este huracán, esta lluvia de fuego son expresivos símbolos de la llegada y de la obra que va a realizar el Espíritu Santo: Fragor celeste que despierta; Llama que enardece; Viento que eleva, espiritualiza; Fuego que ilumina, purifica, caldea. De hecho los Apóstoles, recibido el Espíritu, quedan transmudados, re-nacen. Son ya valientes, iluminados, puros, fieles, espirituales. A la luz del Espíritu Santo penetran el sentido de las enseñanzas de Cristo, hasta entonces enigmáticas para ellos.
– El don de lenguas, o ‘glosolalia’, es un carisma para alabar a Dios (cf. 1 cor 10, 14). Como en estado extático cantan los Apóstoles la Gloria de Dios en todas las lenguas. Los oyentes, a su vez, a la luz del Espíritu, los comprenden y se unen a ellos. Este fenómeno sobrenatural quiere demostrar que han cesado las disgregaciones (de lengua, raza, cultura, religión) que pesaban como maldición sobre los hombres (Gn. 11, 1-9). El Espíritu Santo hará de todos los redimidos por Cristo un único Pueblo de Dios. La única condición para ser beneficiarios de esa gracia, de esa nueva creación, es la conversión y la fe: ‘Convertíos y recibid el Bautismo en el nombre de Jesucristo en remisión de vuestros pecados. Y recibiréis el don del Espíritu Santo’ (Hch 2, 38). Si el orgullo produjo discordia y frustración, la fe nos da armonía y salvación.
Sobre la Segunda Lectura (1Cor 12, 3-7. 12-13)
San Pablo nos presenta un cuadro muy interesante de la actuación interior del Espíritu Santo en las almas; y también de las manifestaciones carismáticas y maravillosas que enriquecieron desde los principios a la Iglesia y la mostraron: ‘Sacramento universal de Salvación’ (L. G. 48):
– El don de la fe y la confesión de la fe son gracias del Espíritu. Sin esta gracia no podemos llegar a la zona de la fe (3 b). A la vez, la gracia del Espíritu salvaguarda de todo error y desorientación nuestra fe (3 a). Si queremos que nuestra fe no sufra titubeos, confusionismos y desviaciones, pidamos humildemente la gracia del Espíritu Santo.
– En las primitivas Comunidades, en las que la jerarquía no podía actuar con la trabazón e institución que adquirió con el desarrollo de la iglesia, el Espíritu Santo suplía con una profusión de dones carismáticos los que hoy llama la teología: ‘Gracias gratis datas‘. Los carismas, de nuevo puestos de relieve por el Vaticano II, no se dan al fiel para su santificación, sino para el bien inmediato de la Comunidad (7). Fueron en las primeras Comunidades cristianas un factor importante para la consolidación de la fe y para su propagación. San Pablo nos da diferentes listas de los carismas más importantes (8-10; 12, 27-28; Rom. 12, 6-8; Ef. 4,11). Siempre insiste en que no se dan para provecho propio, ni menos para fomento de vanidad, ni como exhibicionismo religioso. Todos provienen del mismo Espíritu y van ordenados al bien de la Iglesia; y sobre todos ellos está la caridad, don esencial del Espíritu Santo, al que todos debemos aspirar y al que debemos valorizar más que los carismas.
– En la ordenación, y regulación y uso de los carismas hay que tener presente: al defender la unidad de la Iglesia no impidamos la diversidad de los carismas. Al respetar la diversidad de los carismas, no dañemos la unidad de la Iglesia. E ilustra su enseñanza con el símil del cuerpo humano: uno con variedad de miembros; pero en el que todos los miembros actúan en razón de la unidad. En el Cuerpo Místico, que es la Iglesia, el Espíritu es el Alma que lo informa, lo vivifica, lo santifica, lo vigoriza, lo unifica: ‘Bautizados en un Espíritu para formar un Cuerpo’ (13). ‘Envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo’ (Pleg. Euc. IV).
Sobre el Evangelio (Juan 20, 19-23)
San Juan nos da en este contexto la misión del Espíritu Santo que San Lucas describe en Pentecostés.
– El Resucitado se presenta a sus Apóstoles y les enseña las cicatrices de sus llagas, precio con el cual nos ha ganado el Espíritu Santo. Y les da el ‘Signo’ de la misión del Espíritu Santo: ‘Sopla sobre ellos’ (20). En hebreo, soplo y Espíritu se indican con la misma palabra.
– Con el don del Espíritu Santo les inunda de Paz: ‘Paz a vosotros’ (19. 20). ‘Paz’ en la Escritura es la síntesis de todos los bienes; y, ya en clave de Espíritu Santo, indica todos los dones, frutos y carismas del Paráclito. Los Apóstoles tendrán en todo primacía y plenitud.
– Para la Era del Espíritu Santo estaba prometida la remisión de los pecados (Jer 31, 34). Queda en manos de los Apóstoles el poder de perdonar (23), pues Cristo los envía como continuadores de su Obra Salvífica y les entrega la plenitud de sus poderes y autoridad (21).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)
P. José Antonio Marcone, I.V.E.
Centralidad de Pentecostés en la obra de Lucas
El libro de los Hechos de los Apóstoles es la segunda parte de una sola obra de San Lucas conformada por el tercer Evangelio y por los Hechos, obra unitaria que nosotros llamaríamos hoy “Historia de los orígenes del Cristianismo”.
En el cuadro general de la obra lucana la narración de Pentecostés constituye el inicio de la segunda parte de la obra (el libro de los Hechos), así como la inauguración del ministerio de Jesús constituye el encauzamiento de la primera (el Evangelio de San Lucas). Al primer bautismo de Jesús en el agua y en el Espíritu Santo (Lc.3,21ss.) corresponde el primer bautismo de la Iglesia en el Espíritu Santo y en el fuego (Act.2,1-5). El primer capítulo del libro de los Actos, paralelamente a Lc.1-2, es como el antecedente o el hecho previo narrado para preparar y explicar lo que vendrá después. En cambio, con el capítulo segundo se abre paso la historia de la Iglesia naciente: la historia de la palabra predicada y escuchada, la historia de la fe propuesta y abrazada, la historia del Espíritu donado y participado, la historia de la salvación en el tiempo y en el espacio.
Lucas nos dice que Pentecostés es el punto de partida de toda la historia de salvación. Lucas narra en detalle este punto de partida, por eso primero describe el hecho histórico de Pentecostés (2,1-13) y, en segundo lugar, nos transmite el discurso de Pedro, el cual, después de haber sido, junto con los otros, testigo y partícipe del hecho, se convierte en intérprete delante de los demás (2,14-41).
Nosotros analizaremos ahora la narración del hecho histórico de Pentecostés (2,1-13). A) En primer lugar, Lucas adopta un género literario llamado teofánico. B) Además hace referencia a ciertos textos del AT que conectan el Pentecostés cristiano con el Pentecostés hebreo. C) Por otro lado, contrapone claramente el Pentecostés cristiano con la confusión de lenguas en Babel. D) Finalmente Lucas hace uso de ciertos vocablos que nos hablan de su intención de hacer una verdadera teología de la historia. Todos estos elementos nos permiten entender ya desde el inicio la concepción profundamente teológica que Lucas tiene de Pentecostés como hecho histórico y evento salvífico. Veamos cada uno de estos puntos.
- A) Para Lucas Pentecostés es el antitipo de las teofanías veterotestamentarias. San Lucas, al narrar el hecho histórico de Pentecostés lo hace al modo como se narraban en el Antiguo Testamento las teofanías de Yahveh, es decir, la manifestaciones de Dios (cf. Ex.3,2ss; 19,16-20; Lev.9,23ss; Deut.4,11b.12.33-36; 5,4.22ss.; 1Re.19,11b-13; Is.6; Ez.1; Sal.18,8-16; 68,8s.; 77,16-20; 97,1-6; etc.). De esta manera Lucas pone de relieve su significado teológico: Pentecostés, para Lucas, es el antitipo de las teofanías antiguas entre las cuales está en primer lugar la del Sinaí (Ex.19,16-20). De manera que Pentecostés es la realidad por excelencia, es la teofanía por antonomasia (mientras las antiguas eran sólo sombras); es un momento histórico privilegiado en el cual Dios lleva adelante su plan de salvación, revelándose en modo aún más explícito por medio de Cristo y en el Espíritu.
- B) Pero el Pentecostés cristiano, para Lucas, es también el cumplimiento del pentecostés hebreo. La fiesta hebrea que con el tiempo se llamó ‘Pentecostés’ era la fiesta de la siega, la fiesta de la cosecha. Esta fiesta se debía celebrar siete semanas después de la Pascua y por eso el nombre original era el de ‘Fiesta de las Semanas’. Existen dos puntos de contacto textual entre el decreto del Deuteronomio (16,9-13) donde se establece legalmente la fiesta, y el relato lucano de Pentecostés. En primer lugar, la mención explícita de la fiesta en uno y otro texto (Deut.16,9; Act.2,1: “Al llegar el día de Pentecostés…”). En segundo lugar, la correspondencia entre el regocijo con que festejarán los israelitas “en el lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre” (Deut.16,11) y el hecho de que “todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Act.2,4; cf. también Act.2,13.15). Lo que Lucas quiere expresar con todo esto es lo siguiente: con la nueva efusión del Espíritu, Dios no se manifiesta más bajo el velo de su nombre sino directamente con su Espíritu. La presencia de Dios no se da ya por la habitación del nombre de Yahveh en un lugar material sino por la presencia del Espíritu mismo. Éste, en vez de habitar en un lugar físico, llena las personas. Todo esto queda remarcado si recordamos, como dijimos recién, que Lucas ve en el hecho de Pentecostés una teofanía, es decir, una manifestación de Dios Espíritu Santo.
Si ponemos esto en contacto con Act.2,5-13 (los beneficios de Pentecostés llegan a todos los hombres de toda la tierra) concluimos que este don del Espíritu Santo es ofrecido a todos; todos pueden beneficiarse de él, sin tener necesidad como antes de una peregrinación al templo, sino con la sola invocación del nombre del Señor Jesús. Notemos, finalmente, que la alegría con que el pueblo israelita debía celebrar la fiesta (Deut.16,11) se convierte ahora en la alegría mesiánica de todos los pueblos (2,5-13), los cuales se congratulan del advenimiento de la salvación en el “día grande del Señor” (Act.2,20; citación de Joel 3,4).
El Pentecostés cristiano es también cumplimiento del Pentecostés hebreo en cuanto éste se había convertido, además de fiesta de la cosecha, también en fiesta de la renovación de la Alianza realizada en el Sinaí. En el Pentecostés cristiano la teofanía de Dios que se realiza en el Espíritu Santo establece la Nueva y definitiva Alianza, que va a consistir principalmente en la presencia interior del Espíritu Santo en el alma del creyente.
- C) Pentecostés, en el pensamiento de Lucas, se contrapone claramente también a Babel. Según Gen.11,1-9 el pecado de orgullo de los hombres manifestado en el querer desafiar al cielo con la construcción de una torre, fue castigado por Dios con una doble punición: la confusión de los lenguajes (11,7) y la dispersión por toda la tierra (11,8). De allí proviene el nombre de ‘Babel’, que significa ‘confusión’. En Deut.32,8 se hace mención a esta división y dispersión de los hombres por toda la tierra: “El Altísimo dividió las naciones”. Hay aquí una referencia a Gén.11,8. Ahora bien, S. Lucas, para describir el don del Espíritu hace uso de un verbo (diamerízo = dividir, repartir) que en toda la Biblia aparece solamente dos veces: justamente en Deut.32,8 (“repartió las naciones”) y en Act.2,3 (“se repartieron las lenguas de fuego”). El verbo no ha sido elegido por casualidad: S. Lucas quiere insinuar que en Pentecostés, Cristo ha restaurado la unión entre los hombres y esto mediante el Espíritu Santo, que es causa eficiente de unidad. Así como a causa del orgullo del hombre éstos quedaron ‘repartidos’ por toda la tierra, así ahora a causa del Espíritu de unidad que se ‘reparte’ por todos los hombres éstos vuelven a configurar una unidad.
En los v.5-13 se narra la glosolália como efecto de la venida del Espíritu Santo, es decir el carisma de hablar en lenguas (cf. 1Cor.12,10; 14,2). Todos los hombres de todos los pueblos escuchan hablar a los apóstoles en su propia lengua. La enumeración de los pueblos de los v.9-11 es la de los pueblos mediterráneos. En conjunto se los describe de este a oeste y de norte a sur. De esta manera se contrapone el pecado de orgullo de Babel que trajo como efecto la confusión de lenguas, con la venida del Espíritu Santo que restituye la unidad en el lenguaje. De esta manera quedan remediadas las dos ‘heridas’ profundísimas creadas por el pecado de orgullo: la división de los hombres y la confusión de lenguas.
D) Otro indicio que nos hace conocer la teología escondida en la narración del hecho de Pentecostés es el verbo sumploroústhai, característico y exclusivo de Lucas (además en Lc.8,23; 9,51). Este verbo tiene un significado espacial: ‘llenar’ (el de Lc.8,23: la barca “se llenaba” con las olas); y otro significado temporal: ‘cumplirse’ el tiempo (el de Lc.9,51 y Act.2,3: “habiéndose cumplido el tiempo” o “habiendo llegado el tiempo”). De esta manera Lucas le da a Pentecostés un matiz de “plenitud de los tiempos”, es un kairós en la historia de la salvación, es un momento extraordinario de culminación del movimiento salvífico. Si es un momento de culminación en la historia de salvación, evidentemente está haciendo relación al pasado (es culminación de un proceso que se fue dando a lo largo del tiempo), y alude a la realización de las promesas antiguas y recientes (Lc.24,49; Act.1,8; ambas son promesas del Espíritu Santo hechas por Jesús). Pero dice también relación al presente en el cual confluyen las esperas del pasado y del cual parten las líneas de apertura hacia el futuro. Esto último se concreta en Act.2,5-13 porque el misterio de la glosolalia es símbolo y anticipación maravillosa de la misión universal de los apóstoles (cf. Act.2,39). Es este el primer esbozo de una teología de la historia que el discurso pentecostal de Pedro se encargará de perfeccionar.
San Juan Pablo Magno
El testimonio del día de Pentecostés
(Encíclica Dominum et Vivificantem, nº 30 – 32)
- El día de Pentecostés encontraron su más exacta y directa confirmación los anuncios de Cristo en el discurso de despedida y, en particular, el anuncio del que estamos tratando: « El Paráclito… convencerá al mundo en la referente al pecado ». Aquel día, sobre los apóstoles recogidos en oración junto a María, Madre de Jesús, bajó el Espíritu Santo prometido, como leemos en los Hechos de los Apóstoles: « Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse »,109 « volviendo a conducir de este modo a la unidad las razas dispersas, ofreciendo al Padre las primicias de todas las naciones ».110
Es evidente la relación entre este acontecimiento y el anuncio de Cristo. En él descubrimos el primero y fundamental cumplimiento de la promesa del Paráclito. Este viene, enviado por el Padre, « después » de la partida de Cristo, como « precio » de ella. Esta es primero una partida a través de la muerte de Cruz, y luego, cuarenta días después de la resurrección, con su ascensión al Cielo. Aún en el momento de la Ascensión Jesús mandó a los apóstoles « que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre »; « seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días »; « recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra ».111
Estas palabras últimas encierran un eco o un recuerdo del anuncio hecho en el Cenáculo. Y el día de Pentecostés este anuncio se cumple fielmente. Actuando bajo el influjo del Espíritu Santo, recibido por los apóstoles durante la oración en el Cenáculo ante una muchedumbre de diversas lenguas congregada para la fiesta, Pedro se presenta y habla. Proclama lo que ciertamente no habría tenido el valor de decir anteriormente: « Israelitas … Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros… a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios lo resucitó librándole de los dolores de la muerte, pues no era posible que quedase bajo su dominio ».112
Jesús había anunciado y prometido: « El dará testimonio de mí… pero también vosotros daréis testimonio ». En el primer discurso de Pedro en Jerusalén este « testimonio » encuentra su claro comienzo: es el testimonio sobre Cristo crucificado y resucitado. El testimonio del Espíritu Paráclito y de los apóstoles. Y en el contenido mismo de aquel primer testimonio, el Espíritu de la verdad por boca de Pedro « convence al mundo en lo referente al pecado »: ante todo, respecto al pecado que supone el rechazo de Cristo hasta la condena a muerte y hasta la Cruz en el Gólgota. Proclamaciones de contenido similar se repetirán, según el libro de los Hechos de los Apóstoles, en otras ocasiones y en distintos lugares.113
- Desde este testimonio inicial de Pentecostés, la acción del Espíritu de la verdad, que « convence al mundo en lo referente al pecado » del rechazo de Cristo, está vinculada de manera inseparable al testimonio del misterio pascual: misterio del Crucificado y Resucitado. En esta vinculación el mismo « convencer en lo referente al pecado » manifiesta la propia dimensión salvífica. En efecto, es un « convencimiento » que no tiene como finalidad la mera acusación del mundo, ni mucho menos su condena. Jesucristo no ha venido al mundo para juzgarlo y condenarlo, sino para salvarlo.114 Esto está ya subrayado en este primer discurso cuando Pedro exclama: « Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado ».115 Y a continuación, cuando los presentes preguntan a Pedro y a los demás apóstoles: « ¿Qué hemos de hacer, hermanos? » él les responde: « Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo ».116
De este modo el « convencer en lo referente al pecado » llega a ser a la vez un convencer sobre la remisión de los pecados, por virtud del Espíritu Santo. Pedro en su discurso de Jerusalén exhorta a la conversión, como Jesús exhortaba a sus oyentes al comienzo de su actividad mesiánica.117 La conversión exige la convicción del pecado, contiene en sí el juicio interior de la conciencia, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: a Recibid el Espíritu Santo ».118 Así pues en este « convencer en lo referente al pecado » descubrimos una doble dádiva: el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito. El convencer en lo referente al pecado, mediante el ministerio de la predicación apostólica en la Iglesia naciente, es relacionado —bajo el impulso del Espíritu derramado en Pentecostés— con el poder redentor de Cristo crucificado y resucitado. De este modo se cumple la promesa referente al Espíritu Santo hecha antes de Pascua: « recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ». Por tanto, cuando Pedro, durante el acontecimiento de Pentecostés, habla del pecado de aquellos que « no creyeron » 119 y entregaron a una muerte ignominiosa a Jesús de Nazaret, da testimonio de la victoria sobre el pecado; victoria que se ha alcanzado, en cierto modo, mediante el pecado más grande que el hombre podía cometer: la muerte de Jesús, Hijo de Dios, consubstancial al Padre. De modo parecido, la muerte del Hijo de Dios vence la muerte humana: « Seré tu muerte, oh muerte ».120 Como el pecado de haber crucificado al Hijo de Dios « vence » el pecado humano. Aquel pecado que se consumó el día de Viernes Santo en Jerusalén y también cada pecado del hombre. Pues, al pecado más grande del hombre corresponde, en el corazón del Redentor, la oblación del amor supremo, que supera el mal de todos los pecados de los hombres. En base a esta creencia, la Iglesia en la liturgia romana no duda en repetir cada año, en el transcurso de la vigilia Pascual, « Oh feliz culpa », en el anuncio de la resurrección hecho por el diácono con el canto del « Exsultet ».
- Sin embargo, de esta verdad inefable nadie puede « convencer al mundo », al hombre y a la conciencia humana , sino es el Espíritu de la verdad. El es el Espíritu que « sondea hasta las profundidades de Dios ».121 Ante el misterio del pecado se deben sondear totalmente « las profundidades de Dios ». No basta sondear la conciencia humana, como misterio íntimo del hombre, sino que se debe penetrar en el misterio íntimo de Dios, en aquellas « profundidades de Dios » que se resumen en la síntesis: al Padre, en el Hijo, por medio del Espíritu Santo. Es precisamente el Espíritu Santo que las « sondea » y de ellas saca la respuesta de Dios al pecado del hombre. Con esta respuesta se cierra el procedimiento de « convencer en lo referente al pecado », como pone en evidencia el acontecimiento de Pentecostés.
Al convencer al « mundo » del pecado del Gólgota —la muerte del Cordero inocente—, como sucede el día de Pentecostés, el Espíritu Santo convence también de todo pecado cometido en cualquier lugar y momento de la historia del hombre, pues demuestra su relación con la cruz de Cristo. El « convencer » es la demostración del mal del pecado, de todo pecado en relación con la Cruz de Cristo. El pecado, presentado en esta relación, es reconocido en la dimensión completa del mal, que le es característica por el « misterio de la impiedad » 122 que contiene y encierra en sí. El hombre no conoce esta dimensión, —no la conoce absolutamente— fuera de la Cruz de Cristo. Por consiguiente, no puede ser « convencido » de ello sino es por el Espíritu Santo: Espíritu de la verdad y, a la vez, Paráclito.
En efecto, el pecado, puesto en relación con la Cruz de Cristo, al mismo tiempo es identificado por la plena dimensión del « misterio de la piedad »,123 como ha señalado la Exhortación Apostólica postsinodal « Reconciliatio et paenitentia ».124 El hombre tampoco conoce absolutamente esta dimensión del pecado fuera de la Cruz de Cristo. Y tampoco puede ser « convencido » de ella sino es por el Espíritu Santo: por el cual sondea las profundidades de Dios.
109 Act 2, 4.
110 Cf. S. Ireneo, Adversus haereses, III, 17, 2: SC 211, p. 330-332.
111 Act 1, 4. 5. 8.
112 Act 2, 22-24.
113 Cf. Act 3, 14 s.; 4, 10. 27 s.; 7, 52; 10, 39; 13, 28 s. etc.
114 Cf. Jn 3, 17; 12, 47.
115 Act 2, 36.
116 Act 2, 37 s.
117 Cf. Mc 1,15.
118 Jn 20, 22.
119 Cf. Jn 16, 9.
120 Os 13, 14 Vg; cf. 1 Cor 15, 55.
121 Cf. 1 Cor 2, 10.
122 Cf. 2 Tes 2, 7.
123 Cf. 1 Tim 3, 16.
124 Cf. Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre de 1984), 19-22: AAS 77 (1985), pp. 229-233.
Benedicto XVI
El Espíritu Santo es tempestad y fuego
Queridos hermanos y hermanas:
Cada vez que celebramos la eucaristía vivimos en la fe el misterio que se realiza en el altar; es decir, participamos en el acto supremo de amor que Cristo realizó con su muerte y su resurrección. El único y mismo centro de la liturgia y de la vida cristiana —el misterio pascual—, en las diversas solemnidades y fiestas asume “formas” específicas, con nuevos significados y con dones particulares de gracia. Entre todas las solemnidades Pentecostés destaca por su importancia, pues en ella se realiza lo que Jesús mismo anunció como finalidad de toda su misión en la tierra. En efecto, mientras subía a Jerusalén, declaró a los discípulos: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49). Estas palabras se cumplieron de la forma más evidente cincuenta días después de la resurrección, en Pentecostés, antigua fiesta judía que en la Iglesia ha llegado a ser la fiesta por excelencia del Espíritu Santo: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego (…) y quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 3-4). Cristo trajo a la tierra el fuego verdadero, el Espíritu Santo. No se lo arrebató a los dioses, como hizo Prometeo, según el mito griego, sino que se hizo mediador del “don de Dios” obteniéndolo para nosotros con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la cruz.
Dios quiere seguir dando este “fuego” a toda generación humana y, naturalmente, es libre de hacerlo como quiera y cuando quiera. Él es espíritu, y el espíritu “sopla donde quiere” (cf. Jn 3, 8). Sin embargo, hay un “camino normal” que Dios mismo ha elegido para “arrojar el fuego sobre la tierra”: este camino es Jesús, su Hijo unigénito encarnado, muerto y resucitado. A su vez, Jesucristo constituyó la Iglesia como su Cuerpo místico, para que prolongue su misión en la historia. “Recibid el Espíritu Santo”, dijo el Señor a los Apóstoles la tarde de la Resurrección, acompañando estas palabras con un gesto expresivo: “sopló” sobre ellos (cf. Jn 20, 22). Así manifestó que les transmitía su Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo.
Ahora, queridos hermanos y hermanas, en esta solemnidad, la Escritura nos dice una vez más cómo debe ser la comunidad, cómo debemos ser nosotros, para recibir el don del Espíritu Santo. En el relato que describe el acontecimiento de Pentecostés, el autor sagrado recuerda que los discípulos “estaban todos reunidos en un mismo lugar”. Este “lugar” es el Cenáculo, la “sala grande en el piso superior” (cf. Mc 14, 15) donde Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena, donde se les había aparecido después de su resurrección; esa sala se había convertido, por decirlo así, en la “sede” de la Iglesia naciente (cf. Hch 1, 13). Sin embargo, los Hechos de los Apóstoles, más que insistir en el lugar físico, quieren poner de relieve la actitud interior de los discípulos: “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu” (Hch 1, 14). Por consiguiente, la concordia de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y la concordia presupone la oración.
Esto, queridos hermanos y hermanas, vale también para la Iglesia hoy; vale para nosotros, que estamos aquí reunidos. Si queremos que Pentecostés no se reduzca a un simple rito o a una conmemoración, aunque sea sugestiva, sino que sea un acontecimiento actual de salvación, debemos disponernos con religiosa espera a recibir el don de Dios mediante la humilde y silenciosa escucha de su Palabra. Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario —sin quitar nada a la libertad de Dios— que la Iglesia esté menos “ajetreada” en actividades y más dedicada a la oración.
Nos lo enseña la Madre de la Iglesia, María santísima, Esposa del Espíritu Santo. Este año Pentecostés cae precisamente el último día de mayo, en el que de ordinario se celebra la fiesta de la Visitación. También la Visitación fue una especie de pequeño “pentecostés”, que hizo brotar el gozo y la alabanza en el corazón de Isabel y en el de María, una estéril y la otra virgen, ambas convertidas en madres por una intervención divina extraordinaria (cf.Lc 1, 41-45). (…)
Los Hechos de los Apóstoles, para indicar al Espíritu Santo, utilizan dos grandes imágenes: la de la tempestad y la del fuego. Claramente, san Lucas tiene en su mente la teofanía del Sinaí, narrada en los libros del Éxodo (Ex 19, 16-19) y el Deuteronomio (Dt 4, 10-12.36). En el mundo antiguo la tempestad se veía como signo del poder divino, ante el cual el hombre se sentía subyugado y aterrorizado. Pero quiero subrayar también otro aspecto: la tempestad se describe como “viento impetuoso”, y esto hace pensar en el aire, que distingue a nuestro planeta de los demás astros y nos permite vivir en él. Lo que el aire es para la vida biológica, lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual; y, como existe una contaminación atmosférica que envenena el ambiente y a los seres vivos, también existe una contaminación del corazón y del espíritu, que daña y envenena la existencia espiritual. Así como no conviene acostumbrarse a los venenos del aire —y por eso el compromiso ecológico constituye hoy una prioridad—, se debería actuar del mismo modo con respecto a lo que corrompe el espíritu. En cambio, parece que nos estamos acostumbrando sin dificultad a muchos productos que circulan en nuestras sociedades contaminando la mente y el corazón, por ejemplo imágenes que enfatizan el placer, la violencia o el desprecio del hombre y de la mujer. También esto es libertad, se dice, sin reconocer que todo eso contamina, intoxica el alma, sobre todo de las nuevas generaciones, y acaba por condicionar su libertad misma. En cambio, la metáfora del viento impetuoso de Pentecostés hace pensar en la necesidad de respirar aire limpio, tanto con los pulmones, el aire físico, como con el corazón, el aire espiritual, el aire saludable del espíritu, que es el amor.
La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos en los Hechos de los Apóstoles es el fuego. Al inicio aludí a la comparación entre Jesús y la figura mitológica de Prometeo, que recuerda un aspecto característico del hombre moderno. Al apoderarse de las energías del cosmos —el “fuego”—, parece que el ser humano hoy se afirma a sí mismo como dios y quiere transformar el mundo, excluyendo, dejando a un lado o incluso rechazando al Creador del universo. El hombre ya no quiere ser imagen de Dios, sino de sí mismo; se declara autónomo, libre, adulto. Evidentemente, esta actitud revela una relación no auténtica con Dios, consecuencia de una falsa imagen que se ha construido de él, como el hijo pródigo de la parábola evangélica, que cree realizarse a sí mismo alejándose de la casa del padre. En las manos de un hombre que piensa así, el “fuego” y sus enormes potencialidades resultan peligrosas: pueden volverse contra la vida y contra la humanidad misma, como por desgracia lo demuestra la historia. Como advertencia perenne quedan las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, donde la energía atómica, utilizada con fines bélicos, acabó sembrando la muerte en proporciones inauditas.
En verdad, se podrían encontrar muchos ejemplos menos graves, pero igualmente sintomáticos, en la realidad de cada día. La Sagrada Escritura nos revela que la energía capaz de mover el mundo no es una fuerza anónima y ciega, sino la acción del “espíritu de Dios que aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1, 2) al inicio de la creación. Y Jesucristo no “trajo a la tierra” la fuerza vital, que ya estaba en ella, sino el Espíritu Santo, es decir, el amor de Dios que “renueva la faz de la tierra” purificándola del mal y liberándola del dominio de la muerte (cf. Sal 104, 29-30). Este “fuego” puro, esencial y personal, el fuego del amor, vino sobre los Apóstoles, reunidos en oración con María en el Cenáculo, para hacer de la Iglesia la prolongación de la obra renovadora de Cristo.
Los Hechos de los Apóstoles nos sugieren, por último, otro pensamiento: el Espíritu Santo vence el miedo. Sabemos que los discípulos se habían refugiado en el Cenáculo después del arresto de su Maestro y allí habían permanecido segregados por temor a padecer su misma suerte. Después de la resurrección de Jesús, su miedo no desapareció de repente. Pero en Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se posó sobre ellos, esos hombres salieron del Cenáculo sin miedo y comenzaron a anunciar a todos la buena nueva de Cristo crucificado y resucitado. Ya no tenían miedo alguno, porque se sentían en las manos del más fuerte.
Sí, queridos hermanos y hermanas, el Espíritu de Dios, donde entra, expulsa el miedo; nos hace conocer y sentir que estamos en las manos de una Omnipotencia de amor: suceda lo que suceda, su amor infinito no nos abandona. Lo demuestra el testimonio de los mártires, la valentía de los confesores de la fe, el ímpetu intrépido de los misioneros, la franqueza de los predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso adolescentes y niños. Lo demuestra la existencia misma de la Iglesia que, a pesar de los límites y las culpas de los hombres, sigue cruzando el océano de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego purificador.
Con esta fe y esta gozosa esperanza repitamos hoy, por intercesión de María: “Envía tu Espíritu, Señor, para que renueve la faz de la tierra”.
(BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de Pentecostés en la Basílica de San Pedro, 31 de mayo de 2009)
P. José Antonio Marcone, I.V.E.
Viento, fuego y paloma
Introducción
Pentecostés es una palabra griega que significa ‘cincuenta días’. Según el calendario de las fiestas religiosas judías, durante los cincuenta días siguientes a la Pascua se celebraba una fiesta religiosa llamada ‘fiesta de la siega’ o ‘fiesta de las semanas’. Los festejos de esta fiesta culminaban el día número 50 (de allí el nombre griego de ‘pentecostés’) y señalaba el fin de la cosecha de trigo. Era, por excelencia, la fiesta de la fecundidad. Para el judío, como en realidad debe ser, todos los acontecimientos importantes en la vida del hombre estaban empapados de sacralidad. Todo lo referían al Creador.
Posteriormente se asoció a esta ‘fiesta de la siega o de las semanas’ el recuerdo de la promulgación de la Ley del Sinaí, y por eso Pentecostés se había convertido para los judíos también en la fiesta de la renovación de la Alianza.
Dios, en su infinita providencia, quiso que el ritmo, por así decirlo, de los misterios de Cristo y la Iglesia con los que ha renovado el mundo estuviera marcado por las grandes fiestas del AT. Es lógico, ya que esas fiestas son la preparación del misterio de Cristo.
Pero ¿porqué usar una palabra griega para expresar una fiesta judía? Porque para los judíos de la época de Jesús les era más común la traducción griega de la Biblia hebrea que la Biblia hebrea misma. Jesucristo, cuando cita la Sagrada Escritura, lo hace refiriéndose a esa traducción griega llamada de los LXX.
Hoy se cumplen 50 días desde la Resurrección de Cristo. Hoy es la fiesta de Pentecostés, la fiesta de la fecundidad. Y hoy ha querido Jesucristo, desde el cielo, cumplir con su promesa de enviarnos el Consolador y el Abogado de nuestras almas. Por lo tanto, Pentecostés es la fiesta de la fecundidad, la fiesta de la vida, es decir, la fiesta del Espíritu que da vida.
- En qué consiste la Solemnidad de hoy
¿En qué consiste fundamentalmente este misterio que hoy celebramos? Consiste en que Jesucristo se sustrae a la vista de nuestros ojos corporales (Solemnidad de la Ascensión, domingo pasado) porque quiere estar presente de un modo nuevo en nuestras almas, un modo más íntimo, más interior a nuestro corazón, es decir, más espiritual. Su figura corporal sensible hubiera sido un obstáculo para esto. Y quiere que esa presencia suya nueva en el alma de los cristianos sea hecha, sea causada por el Espíritu Santo. Y por eso es que hoy lo envía. En esto consiste, entonces, en primer lugar, el misterio de hoy: el Espíritu Santo causa en nosotros, en nuestros corazones la presencia espiritual e íntima de Cristo.
Pero además Cristo quiere que el Espíritu Santo tome las riendas de la vida de cada cristiano, de la vida de la Iglesia y de la vida del mundo. Es decir, hoy Cristo desde el cielo, nos revela al Espíritu Santo. El día de Pentecostés, desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch. 2,36), derrama profusamente el Espíritu, y el Espíritu Santo “se manifiesta, da y comunica como Persona divina” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 731). “En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. (…) Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los ‘últimos tiempos’, el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado” (Catecismo de la Iglesia Católica,732).
En estas dos cosas, entonces, fundamentalmente, consiste la Solemnidad de Pentecostés: en primer lugar, el Espíritu Santo, enviado por Cristo, se da a conocer y se entrega como Persona Divina a los que creen en Cristo; y en segundo lugar, el Espíritu Santo viene a formar a Cristo en el corazón del creyente.
Con otras palabras: se revela como la tercera persona de la Santísima Trinidad que obra la presencia de Cristo en el cristiano, en la Iglesia y en el mundo.
- ¿Cómo es el Espíritu Santo?
Pocas preguntas tan difíciles como esta. Sin embargo, la Biblia nos lo revela a través de imágenes.
Viento
La primera imagen con que la Sagrada Escritura nos revela al Espíritu Santo es la del viento. De hecho hoy en el Cenáculo donde estaban reunidos los Apóstoles con María se manifestó en un impetuoso viento que llenó la casa en la que estaban. Además el mismo nombre Espíritu en hebreo, (ruah) significa ‘viento’, ‘soplo’.
Antes de comenzar a narrar la creación del mundo, el libro del Génesis, en sus primeros versículos, dice que sobre las aguas informes aleteaba el ruah, el viento, el soplo. Y luego relata la creación. Con esto se quiere manifestar que el Espíritu tiene una parte activa en la creación y es el que da la vida.
Luego cuando Dios crea al hombre, lo hace tomándolo del barro, y le infunde el soplo de vida, el ruah.
Vemos entonces porqué Dios eligió la fiesta de Pentecostés, fiesta de fecundidad para enviar el Espíritu: porque el Espíritu Santo es Dador de Vida, como dice el así llamado Credo largo, el niceno-constaninopolitano.
En este sentido, ¿cómo actúa el Espíritu Santo ahora en nosotros?; ¿Cómo actúa en nosotros el Espíritu que es ‘viento’ de vida? Nos saca de la muerte y nos da la vida de la gracia y obra en nosotros la conformación con Cristo. Todo lo que en lo espiritual puede llevar el nombre de ‘vida’, viene del Espíritu Santo.
Pero además de ser el soplo que da vida al mundo y al alma, el Espíritu es un viento impetuoso que empuja las nubes a cumplir con su cometido y a los barcos hacia alta mar. El Espíritu empuja a las almas a realizar grandes empresas por Dios y a emprender la aventura más hermosa y peligrosa que pueda existir: la búsqueda de la santidad. “¡Duc in altum!”, ¡vayamos al mar! ¡aventurémonos en la búsqueda de Jauja, la isla perdida, que es la unión con Dios! En este sentido el Espíritu Santo es energía, vigor, fuerza, ánimo, brío, movilidad y dinamicidad (“recibiréis la fuerza, que es el Espíritu Santo”, Hech.1,8).
Fuego
Además, el Espíritu Santo hoy también se revela bajo la imagen del fuego, ese fuego que se posa sobre las cabezas de los Apóstoles. También S. Pablo concibe al Espíritu Santo como fuego, y por eso dice: “No extingáis el Espíritu” (1Tes.5,19).
Uno de los primeros usos del fuego es el de iluminar. Y por eso también es que se posa sobre la cabeza de los apóstoles y no, por ejemplo, en sus pechos. El Espíritu Santo ilumina la inteligencia del cristiano para que conozca el misterio de Cristo y sepa cómo actuar según los mandatos de Cristo.
Al fuego se lo usa para quemar. En el norte de Argentina se queman grandes extensiones de terreno para que el pasto surja con más fuerza. El fuego purifica y transforma. Cuando el fuego toma una madera primero le hace echar humo porque la purifica de todas sus impurezas. Luego se hace una brasa ardiendo y ya casi no se distingue entre la madera y el fuego: se han hecho una sola cosa. Así también el Espíritu Santo que entra en un alma, primero la purifica quemándole todos los pecados, vicios y defectos. Luego la va convirtiendo en Sí Mismo, hasta que el alma está tan unida al Espíritu que ya no se distingue entre la acción del Espíritu y la del alma. A esto se refería San Juan Bautista cuando decía que Jesús bautizaría con Espíritu Santo y fuego (Lc.3,16). Podría también traducirse legítimamente de esta manera: “con el Espíritu Santo que es fuego”.
Y esto se logra por el amor que el alma le profesa al Espíritu y el amor que el Espíritu tiene por el alma. Por eso el fuego es también símbolo del amor que transforma al alma en el Amado. De hecho, el Espíritu, en Dios, es la Persona-Amor. A esto se refería N. S. Jesucristo cuando decía: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese ardiendo!” (Lc.12,49). El fuego que Jesucristo vino a traer a la tierra es el fuego del Espíritu Santo, el fuego del amor.
El cristiano debe dejarse quemar completamente por ese fuego devorador que es el Espíritu Santo, consumirse en el amor a los demás, arder como arde la lámpara del Santísimo, en eterna oración; debe dejarse quemar como se quema el aceite de dicha lámpara. En un muro de las cercanías de mi parroquia leí un graffitti en contra de la Iglesia, irónico e instigando a la persecución religiosa, que decía: “La Iglesia que no arde, no ilumina”. A pesar de ser escrita por los enemigos de la Iglesia, sin embargo esa frase es muy cierta. El cristiano que no arde en el fuego del Espíritu Santo no puede convertirse en luz para los demás. También nosotros debemos arder en el fuego del Espíritu Santo para iluminar y dar calor a los demás.
Paloma
Otra de las imágenes que usa la Sagrada Escritura para revelarnos al Espíritu Santo es la paloma: “Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de paloma y venía sobre él” (Mt.3,16). Así como la paloma desciende y reposa sobre Cristo, así el Espíritu Santo “desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados” (Catecismo de la Iglesia Católica,701).
Al final del diluvio es una paloma la que vuelve con una rama tierna de olivo en la boca, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gén.8,8-12). Aquí la paloma es símbolo de obediencia, de fidelidad y causa de alegría; también símbolo de vida. El Espíritu nos induce a la obediencia a Dios, a la fidelidad y llena de alegría el corazón del que lo acepta.
Las virtudes de la paloma son: mansedumbre (no se irrita), docilidad (acepta las gracias y las secunda), sumisión (no es rebelde), obediencia, humildad (no busca desordenadamente su propia excelencia), paz, sencillez, simplicidad, ingenuidad, inocencia, candidez, candor, sosiego, quietud, fidelidad. Todo eso es el Espíritu Santo. De hecho, estas características de la paloma son similares a los frutos del Espíritu Santo que enumera San Pablo: “El fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gál.5,22-23).
Son comunes en nuestra sociedad actual algunos vicios contrarios a estas cualidades del Espíritu, que debemos desterrar de nosotros:
- La falsedad, el doblez de corazón, la falta de sinceridad, fingimiento, hipocresía, simulación, deslealtad, engaño, impostura, traición.
- La inestabilidad en los juicios, la inconstancia, la falta de criterios propios y justos, la falta de convicciones altas, la facilidad para ser influenciados por otros, incumplimiento.
- La ingratitud, desagradecimiento.
- La superficialidad, la chabacanería (ordinariez en el trato de cosas importantes, rebajándolas).
- Calumnia, murmuración, habladuría.
- Desconfiados, mal pensados: estamos más inclinados a creer en el mal que no vemos que a aceptar el bien que vemos.
Conclusión
El culto litúrgico de la Iglesia, como es la Solemnidad que hoy estamos celebrando, no es un mero recuerdo de lo que ha sucedido sino que hace presente el misterio que se celebra. Por eso, al celebrar litúrgicamente la venida del Espíritu Santo a la Iglesia y a todos sus fieles, estamos recibiendo realmente el Espíritu enviado por Jesús.
Que el Espíritu Santo, que es soplo que da vida, viento que empuja, fuego que consume en el amor y paloma que nos enseña la obediencia, penetre en lo más profundo de nuestras almas y las transforme. Se lo pedimos a aquella que es la hija de Dios Padre, la madre de Dios Hijo y la esposa de Dios Espíritu Santo.
San Juan de Ávila
¿Ha venido a ti este tal Consolador?
Entre las obras del santo figuran dos tratados que en realidad son dos sermones sobre esta festividad. Trasladamos el segundo (Cf. BAC, Obras completas del santo Juan de Ávila t.2 p.429-445).
A) Exordio
‘Quien de tierra es, de tierra habla; el que viene del cielo, sobre todo es (Jn. 3, 31). ¿Qué hará el hombre, que le está mandado que hable cosas del cielo?… Si hubiésemos de hablar de cosas de aquí abajo, daríamos buenas señas; pero hablar del Espíritu Santo… ¿Qué haremos para bien hablar? Es menester mucho la gracia del Espíritu Santo.
No en balde fue dada a los apóstoles para hablar… Fueron llenos de esta celestial gracia para dar a entender que nadie debe hablar ni predicar de este Santo Espíritu sino lleno y muy lleno de este don celestial y de este santo fuego… No han de ser las lenguas que han de hablar cosas de Dios y sus maravillas de agua, no de viento, no han de ser de tierra.
Venimos a oír la palabra de Dios, venimos a oír sus sermones, y venimos como a farsa, sin más amor y reverencia. Les digo de verdad que un gran riesgo corremos todos los que oímos sermones; gran peligro corremos si no oímos como debemos oír, con corazón encendido… Para tan gran negocio menester hemos la gracia, menester hemos el mismo Espíritu Santo, que se infunda en nuestros corazones y los ablande… La oración que no es inspirada del mismo Espíritu Santo, poco vale.
¿Qué remedio? Que nos vayamos a la Sacratísima Virgen. En gran manera es muy amiga del Espíritu Santo y El de ella… Conoce muy bien el Espíritu Santo las entrañas de la Virgen; conoce muy bien aquél su corazón limpísimo… No hizo la Virgen, ni pensó, ni habló cosa que en un punto desagradase al Espíritu Santo. En todo le agradó… Supliquémosla, pues tan amiga es de este Santo Espíritu, nos comunique su gracia para hablar de tan alto Huésped’.
B) Condiciones para su venida
a) Desearla y obrar según Él
‘Si recibisteis al Espíritu Santo por la fe, creyendo, dijo una vez San Pablo a unos (Act. 19,2): ¿Habéis recibido al Espíritu Santo? Respondieron: No sabemos si lo hay, cuanto más haberlo recibido… ¡Oh si dijésedes verdad! ¿Habéislo recibido?¿Amáislo? ¿Habéislo servido? ¿Deseáislo? ¿Tenéis gran deseo que se infunda en vuestros corazones? Ni aun sabéis si lo hay. No aprovecha nada que lo deseéis; no basta que digáis que venga, que lo queréis recibir; todo no aprovecha si no hay obras dignas y que merezcan su venida. Factis autem negant (Tit. 1,16)’.
b) Gustar de su palabra
‘Yo me voy, y rogaré a mi Padre que os envié otro consolador en mi nombre (Jn. 14, 16). Hasta aquí yo os he consolado; yo me iré, y yéndome yo, os enviaré otro consolador, otra persona… Dijo Jesucristo: El que me ama guardará mis palabras, y mi Padre lo amará, y a él vendremos y morada cerca de él haremos (Jn. 14, 23).
Que estudie y rumie sus palabras y las cumpla y guarde; esto os da por señal y prenda de su amor. Y, hermano, decid, ¿cómo os va cuando oís la palabra de Cristo? ¿Holgáisos cuando os hablan de El? ¿Alégraseos el corazón cuando le oís nombrar, cuando le predican, alaban y bendicen y glorifican en los púlpitos? Más os alegráis con invenciones, con novedades; esto oís de buena gana’.
c) Renuncia
‘El que guardare mi palabra., éste me ama. ¿Cómo es eso? ¿Cómo tengo de guardar sus palabras? ¿Cómo le tengo de amar?
Habéislo de amar, y en esto mostraréis que verdaderamente le amáis, si por le amar olvidarédes y dejáredes todo cuanto os estorbare para lo amar y verdaderamente servir. Si vuestro ojo derecho, si la cosa que así la amáis como a vuestros ojos, os escandalizare menester, si vuestra mano derecha, si cualquiera cosa que mucho la habéis os apartare de este santo propósito, cortadla’ (cf. Mt. 5, 29; 18, 9).
-¡Cosa recia es, padre! -Habéis de tener una navaja tan afilada, que, aunque os pongan delante padre y madre, hermanos y parientes, y amigos, y todo cuanto así se pudiera decir, si os aparta del amor de Jesucristo, cortadlo, no lo dejéis, holladlo, pasad, sobre ello; que, aunque esto parece género de crueldad, es gran piedad (cf. San Jerónimo, Epist. 14 ad Heliod. 2: PL 22,348).
‘¡Cosa recia!… ¿Y que no solamente no tome la hacienda ajena, pero que tengo que dar la mía? ¿Y no solamente no tengo de hacer mal a nadie, pero hacer todo cuanto bien pudiere? Cosa recia y trabajosa es ésta… Poned algún consuelo, poned algún premio.
Pláceme. Mi Padre le amará; mi Padre le querrá bien -dice Jesucristo-, y el galardón que por cumplir mis palabras y guardar mis mandamientos le daré (en esto se les pagarán sus trabajos), que el Eterno Padre pondrá sus ojos sobre él, y a él vendremos y morada cerca de él haremos. No será la venida de pasada, pues ha de pararse a hacer morada y mansión…’
C) No contristéis al Espíritu Santo
a) Atención permanente al Huésped Divino
‘El que espera o tiene este Huésped, así se ata, o para le recibir mejor o con mejor aparejo, o para, si fuere venido, conservarle para que no se vaya… ¿Por qué no hacéis como los otros? ¿Por qué sois tan enojosos? Desenvolveos, sed para algo… Si viéredes así alguno que hace esto, y que traiga cuidado sobre sí, y no sabe responder por sí, no defenderse, aquél lo tiene en el corazón; con aquél posa este Huésped; señales son éstas del Espíritu Santo. Nolite contristare Spiritum Sanctum (Ef. 4, 30). Mira cómo vives, no entristezcas al Espíritu Santo, que mora en nosotros. Vive con cuidado, como el que tiene un gran señor por Huésped, que no osa ir a fiestas ni a juegos; luego se acuerda de su Huésped y dice: ¿Quién lo servirá?… Quiero ir a mi casa, no me haya menester, no me eche menos, no haga falta… Corres, y juegas, y burlas, y comes y bebes sin temor de perderlo y sin ningún cuidado de le esperar y de lo recibir. ¡Oh qué dolor! Si lo esperas, y quieres y deseas, que venga, ¿qué es del cuidado? No hay hombre, por pobre que sea, que si le dicen que ha de venir el rey a reposar en su casa…’.
- b) Vida limpia
‘Cuando te convidaren con algún pecado, con alguna mala tentación, responde luego: Estoy esperando a la limpieza; ¿cómo me ensuciaré? Estoy esperando a mi Señor, ¿cómo me iré fuera de casa?.. Nescitis, quoniam membra vestra templum sunt Spiritus Sancti? (1 Cor. 6, 19). Miraos bien, que vuestros ojos, vuestras manos y vuestra boca, templo es del Espíritu Santo; no ensuciéis la casa del gran Señor. Pasas un deleite en tu carne, luego se va el Espíritu Santo. No se puede sufrir en ninguna manera el Espíritu Santo en el espíritu sucio; no pueden vivir juntos. No hay medio: o has de tomar lo uno o lo otro. Si has de tomar el Espíritu Santo, todo pecado y suciedad has de echar fuera; y si con algo te quieres quedar, irse ha el Espíritu Santo. Mira, pues, ahora cuál vale más, tener al Espíritu Santo consolador en tu corazón con limpieza o perder tan gran bien por un deleite que lo pasan las bestias en el campo’.
D) Cristo lo envía
Espanta el que Cristo enviase su Espíritu a los mismos que le crucificaron. Por tanto, también nos lo enviará a nosotros.
‘-Es limpio; ¿cómo ha de venir a mí, que soy sucio?
-Ahí está el punto. ¿Por qué quiso tanto el Espíritu Santo a Jesucristo? Porque se puso Jesucristo tan de buena gana en la cruz, obedeciendo al Padre Eterno y al Espíritu Santo, por eso vendrá en nombre suyo a vosotros, y no tendrá asco de nuestra miseria; no dejará de venir; no se tapará las narices de ti. -¿Quién juntó oro con cieno, limpieza con la basura, rico con extrema pobreza, alteza con bajeza, tan grande bien con tanta flaqueza y poquedad? -Así es verdad que el hombre no es lugar propio para el Espíritu Santo, ni la cruz era lugar adonde pusieron a nuestro Redentor Jesucristo; mas por esta junta de Dios con la cruz es esotra del Espíritu Santo con el hombre. El Espíritu Santo amonestó e inspiró a Jesucristo que se pusiere en aquel lugar tan bajo y tan hediondo de la cruz, y por eso el Espíritu Santo viene a este otro lugar tan hediondo y bajo, que es el hombre. Rogádselo, importunádselo, llamadle en nombre de Jesucristo nuestro Señor, que cierto vendrá, y dárseos ha con todos sus dones; esclareceros ha el entendimiento; encenderá vuestra voluntad en amor suyo y daros ha gracia y gloria.
San Gregorio Magno
“Recibid del Espíritu Santo”
La primera cuestión que de esta lección asalta al pensamiento es: ¿cómo después de la resurrección fue el verdadero cuerpo de Jesús el que, estando cerradas las puertas, pudo entrar a donde estaban los apóstoles?
Mas debemos reconocer que la obra de Dios deja de ser admirable si la razón la comprende, y que la fe carece de mérito cuando la razón adelanta la prueba. En cambio, esas mismas obras de Dios que de ningún modo pueden comprenderse por sí mismas, deben cotejarse con alguna otra obra suya, para que otras obras más admirables nos faciliten la fe en las que son sencillamente admirables.
Pues bien, aquel mismo cuerpo que, al nacer, salió del seno cerrado de la Virgen, entró donde estaban los discípulos hallándose cerradas las puertas. ¿Qué tiene, pues, de extraño el que después de la resurrección, ya eternamente triunfante, entrara estando cerradas las puertas el que, viniendo para morir, salió a luz sin abrir el seno de la Virgen? Pero, como dudaba la fe de los que miraban aquel cuerpo que podía verse, les mostró en seguida las manos y el costado; ofreció para que palparan el cuerpo que había introducido estando cerradas las puertas.
En lo cual pone de manifiesto dos cosas admirables y para la razón humana harto contrarias entre sí, y fue mostrar, después de su resurrección, su cuerpo incorruptible y a la vez tangible, puesto que necesariamente se corrompe lo que es palpable, y lo incorruptible no puede palparse.
No obstante, por modo admirable e incomprensible, nuestro Redentor, después de resucitar, mostró su cuerpo incorruptible y a la vez palpable, para, con mostrarle incorruptible, invitar a los premios y, con presentarle palpable, afianzar la fe; además se mostró incorruptible y palpable, sin duda, para probar que, después de la resurrección, su cuerpo era de la misma naturaleza, pero tenía distinta gloria.
- Y les dijo: La paz sea con vosotros. Como mi Padre me envió, así os envío yo también a vosotros. Esto es, como mi Padre, Dios, me envió a mí, Dios también, yo, hombre, os envío a vosotros, hombres.
El Padre envió al Hijo, quien, por determinación suya, debía encarnarse para la redención del género humano, y el cual, cierto es, quiso que padeciera en el mundo; pero, sin embargo, amó al Hijo, que enviaba para padecer. Asimismo, el Señor, a los apóstoles, que eligió, los envió, no a gozar en el mundo, sino a padecer, como Él había sido enviado. Luego, así como el Padre ama al Hijo y, no obstante, le envía a padecer, así también el Señor ama a los discípulos, a quienes, sin embargo, envía a padecer en el mundo. Rectamente, pues, se dice: Como el Padre me envió a mí, así os envío yo también a vosotros; esto es: cuando yo os mando ir entre las asechanzas de los perseguidores, os amo con el mismo amor con que el Padre me ama al hacerme venir a sufrir tormentos.
Aunque también puede entenderse que es enviado según la naturaleza divina. Y entonces se dice que el Hijo es enviado por el Padre, porque es engendrado por el Padre; pues también el Hijo, cuando les dice (Is 15, 26): Cuando viniere el Paráclito, que yo os enviaré del Padre, manifiesta que Él les enviará el Espíritu Santo, el cual, aunque es igual al Padre y al Hijo, pero no ha sido encarnado. Ahora, si ser enviado debiera entenderse tan sólo de ser encarnado, cierto que no se diría en modo alguno que el Espíritu Santo sería enviado, puesto que jamás encarnó, sino que su misión es la misma procesión, por la que a la vez procede del Padre y del Hijo. De manera que, como se dice que el Espíritu Santo es enviado porque procede, así se dice, y no impropiamente, que el Hijo es enviado porque es engendrado.
- Dichas estas palabras, alentó hacia ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. Debemos inquirir qué significa el que nuestro Señor enviara una sola vez el Espíritu Santo cuando vivía en la tierra y otra sola vez cuando ya reinaba en el cielo; pues en ningún otro lugar se dice claramente que fuera dado el Espíritu Santo, sino ahora, que es recibido mediante el aliento, y después, cuando se declara que vino del cielo en forma de varias lenguas.
¿Por qué, pues, se da primero en la tierra a los discípulos y luego es enviado desde el cielo, sino porque es doble el precepto de la caridad, a saber, el amor de Dios y el del prójimo? Se da en la tierra el Espíritu Santo para que se ame al prójimo, y se da desde el cielo el Espíritu para que se ame a Dios.
Así como la caridad es una sola y sus preceptos dos, el Espíritu es uno y se da dos veces: la primera, por el Señor cuando vive en la tierra; la segunda, desde el cielo, porque en el amor del prójimo se aprende el modo de llegar al amor de Dios; que por eso San Juan dice (1 Jn 4,20): El que no ama a su hermano, a quien ve, a Dios, a quien no ve, ¿cómo podrá amarle? Cierto que antes ya estaba el Espíritu Santo en las almas de los discípulos para la fe; pero no se les dio manifiestamente sino después de la resurrección. Por eso está escrito (Jn 7, 39): Aún no se había comunicado el Espíritu Santo, porque Jesús no estaba todavía en su gloria. Por eso también se dice por Moisés (Dt 32, 13): Chuparon la miel de las peñas y el aceite de las más duras rocas. Ahora bien, aunque se repase todo el Antiguo Testamento, no se lee que, conforme a la Historia, sucediera tal cosa; jamás aquel pueblo chupó la miel de la piedra ni gustó nunca tal aceite; pero como, según San Pablo (1 Co 10, 4), la piedra era Cristo, chuparon miel de la piedra los que vieron las obras y milagros de nuestro Redentor, y gustaron el aceite de la piedra durísima, porque merecieron ser ungidos con la efusión del Espíritu Santo después de la resurrección. De manera que, cuando el Señor, mortal aún, mostró a los discípulos la dulzura de sus milagros, fue como darles miel de la piedra; [4] y derramó el aceite de la piedra cuando, hecho ya impasible después de su resurrección, con su hálito hizo fluir el don de la santa unción. De este óleo se dice por el profeta (Is 10, 27): Se pudrirá el yugo por el aceite. En efecto, nos hallábamos sometidos al yugo del poder del demonio, pero fuimos ungidos con el óleo del Espíritu Santo, y como nos ungió con la gracia de la liberación, se pudrió el yugo del poder del demonio, según lo asegura San Pablo, que dice (2 Co 3, 17): Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
Mas es de saber que los primeros que recibieron el Espíritu Santo, para que ellos vivieran santamente y con su predicación aprovecharan a algunos, después de la resurrección del Señor, le recibieron de nuevo ostensiblemente, precisamente para que pudieran aprovechar, no a pocos, sino a muchos. Por eso en esta donación del Espíritu se dice: Quedan perdonados los pecados de aquellos a quienes vosotros se los perdonareis, y retenidos los de aquellos a quienes se los retuviereis.
Pláceme fijar la atención en el más alto grado de gloria a que fueron sublimados aquellos discípulos, llamados a sufrir el peso de tantas humillaciones. Vedlos, no sólo quedan asegurados ellos mismos, sino que además reciben la potestad de perdonar las deudas ajenas y les cabe en suerte el principado del juicio supremo, para que, haciendo las veces de Dios, a unos retengan los pecados y se los perdonen a otros.
Así, así correspondía que fueran exaltados por Dios los que habían aceptado humillarse tanto por Dios. Ahí lo tenéis: los que temen el juicio riguroso de Dios quedan constituidos en jueces de las almas, y los que temían ser ellos mismos condenados condenan o libran a otros.
- El puesto de éstos lo ocupan ahora ciertamente en la Iglesia los obispos. Los que son agraciados con el régimen, reciben la potestad de atar y de desatar.
Honor grande, sí; pero grande también el peso o responsabilidad de este honor. Fuerte cosa es, en verdad, que quien no sabe tener en orden su vida sea hecho juez de la vida ajena; pues muchas veces sucede que ocupe aquí el puesto de juzgar aquel cuya vida no concuerda en modo alguno con el puesto, y, por lo mismo, con frecuencia ocurre que condene a los que no lo merecen, o que él mismo, hallándose ligado, desligue a otros. Muchas veces, al atar o desatar a sus súbditos, sigue el impulso de su voluntad y no lo que merecen las causas; de ahí resulta que queda privado de esta misma potestad de atar y de desatar quien la ejerce según sus caprichos y no por mejorar las costumbres de los súbditos. Con frecuencia ocurre que el pastor se deja llevar del odio o del favor hacia cualquiera prójimo; pero no pueden juzgar debidamente de los súbditos los que en las causas de éstos se dejan llevar de sus odios o simpatías. Por eso rectamente se dice por el profeta (Ez 13, 19) que mataban a las almas que no están muertas y daban por vivas a las que no viven. En efecto, quien condena al justo, mata al que no está muerto, y se empeña en dar por vivo al que no ha de vivir quien se esfuerza en librar del suplicio al culpable.
- Deben, pues, examinarse las causas y luego ejercer la potestad de atar y de desatar. Hay que conocer qué culpa ha precedido o qué penitencia ha seguido a la culpa, a fin de que la sentencia del pastor absuelva a los que Dios omnipotente visita por la gracia de la compunción; porque la absolución del confesor es verdadera cuando se conforma con el fallo del Juez eterno.
Lo cual significa bien la resurrección del muerto de cuatro días, pues ella demuestra que el Señor primeramente llamó y dio vida al muerto, diciendo (Jn 11, 43): Lázaro, sal afuera; y que después, el que había salido afuera con vida, fue desatado por los discípulos, según está escrito (Jn 11, 44): Cuando hubo salido afuera el que estaba atado de pies y manos con fajas, dijo entonces a sus discípulos: Desatadle y dejadle ir. Ahí lo tenéis: los discípulos desatan a aquel que ya vivía, al cual, cuando estaba muerto, había resucitado el Maestro. Si los discípulos hubieran desatado a Lázaro cuando estaba muerto, habría hecho manifiesto el hedor más bien que su poder.
De esta consideración debe deducirse que nosotros, por la autoridad pastoral debemos absolver a los que conocemos que nuestro Autor vivifica por la gracia suscitante; vivificación que sin duda se conoce ya antes de la enmienda en la misma confesión del pecado. Por eso, al mismo Lázaro muerto no se le dice: Revive, sino: Sal afuera.
En efecto, mientras el pecador guarda en su conciencia la culpa, ésta se halla oculta en el interior, escondida en sus entrañas; pero, cuando el pecador voluntariamente confiesa sus maldades, el muerto sale afuera. Decir, pues, a Lázaro: Sal afuera, es como si a cualquier pecador claramente se dijera: ¿Por qué guardas tus pecados dentro de tu conciencia? Sal ya afuera por la confesión, pues por tu negación estás para ti oculto en tu interior. Luego decir: salga afuera el muerto, es decir: confiese el pecador su culpa; pero decir: desaten los discípulos al que sale fuera, es como decir que los pastores de la Iglesia deben quitar la pena que tuvo merecida quien no se avergonzó de confesarse.
He dicho brevemente esto por lo que respecta al ministerio de absolver, para que los pastores de la Iglesia procuren atar o desatar con gran cautela. Pero, no obstante, la grey debe temer el fallo del pastor, ya falle justa o injustamente, no sea que el súbdito, aun cuando tal vez quede atado injustamente, merezca ese mismo fallo por otra culpa.
El pastor, por consiguiente, tema atar o absolver indiscretamente; mas el que está bajo la obediencia del pastor tema quedar atado, aunque sea indebidamente, y no reproche, temerario, el juicio del pastor, no sea que, si quedó ligado injustamente, por ensoberbecerse de la desatinada reprensión, incurra en una culpa que antes no tenía.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Homilía VI, BAC Madrid 1958, p. 660-65)
Solemnidad de Pentecostés
Misa del día
19 de mayo 2024 – CICLO B
Entrada:
El Espíritu del Señor baja hoy del cielo para inaugurar solemnemente la Iglesia, dirigirla y volcar sobre el mundo las riquezas inagotables de la Redención; para darnos a conocer la voluntad de Dios, haciéndonos capaces de cumplirla por su fuerza y gracia.
Primera Lectura: Hch 2,1-11
Cuando descendió el Espíritu Santo sobre los Apóstoles empezaron a hablar en distintas lenguas.
Segunda Lectura: 1 Co 12,3b-7.12-13
Todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo.
O bien para el Año B: Gal 5,16-25
El Apóstol, enumerando los frutos del Espíritu, nos exhorta a vivir y a conducirnos por este mismo Espíritu.
Secuencia
Evangelio: Jn 20,19-23
El envío de los Apóstoles a evangelizar es un envío en el Espíritu, que les hará capaces de llevar a cabo el mandato recibido.
O bien para el Año B: Jn 15,26-27; 16,12-17
Nuestro Señor envía al Paráclito desde el Padre para que los Apóstoles conozcan toda la verdad.
Preces:
Hermanos, dejémonos conducir por el Espíritu de Dios y pidamos con confianza por nuestras necesidades.
A cada intención respondemos:…
* Por la Santa Iglesia, para que fecundada por la acción del Espíritu de Vida, acreciente el número de sus hijos y resplandezca constantemente por la abundancia de sus virtudes. Oremos.
* Por los gobernantes de las naciones, para que el Espíritu de la verdad los ilumine, y guiados por Él encuentren caminos razonables y justos para el bien de todos. Oremos.
* Por los que dudan en su fe, para que redescubran las verdades eternas confiando en el testimonio y en el poder del Espíritu Santo. Oremos.
* Por todos los miembros de nuestra Familia Religiosa, para que siendo partícipes de la misma misión de anunciar el Evangelio que Cristo recibió del Padre, seamos, por la fuerza del Paráclito, sus testigos. Oremos.
* Por todos nosotros, para que acercándonos asiduamente a los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía, recibamos con abundancia los dones que el Huésped Divino desea derramar en nuestras almas. Oremos.
Renovados por tu Espíritu, te presentamos esta oración de hijos, recíbela y escúchanos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Ofertorio:
En el Espíritu Santo presentamos estas ofrendas y nos unimos al Sacrificio redentor.
Ofrecemos:
* Incienso que suba hasta la majestad de Dios simbolizando las oraciones que realizamos mediante el Espíritu Consolador.
* Flores a María, encomendándole la Iglesia de la que es Madre.
* Pan y vino, que por el Espíritu vivificante se convertirán en Cristo nuestro Salvador.
Comunión:
Donde está Cristo está también el Padre y el Espíritu Santo. Dispongamos una digna morada en nuestro corazón para recibir a Dios.
Salida:
María, alma de la Iglesia naciente, ejerce su maternidad sobre nosotros sus hijos. Tenemos en Ella una ayuda eficaz para a ser dóciles al soplo santificante del Espíritu Santo.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)