PRIMERA LECTURA
Trabaja de buena gana con sus manos
Lectura del libro de los Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31
Una buena ama de casa, ¿quién la encontrará?
Es mucho más valiosa que las perlas. El corazón de su marido confía en ella
y no le faltará compensación.
Ella le hace el bien, y nunca el mal,
todos los días de su vida.
Se procura la lana y el lino,
y trabaja de buena gana con sus manos. Aplica sus manos a la rueca
y sus dedos manejan el huso.
Abre su mano al desvalido
y tiende sus brazos al indigente.
Engañoso es el encanto y vana la hermosura:
la mujer que teme al Señor merece ser alabada. Entréguenle el fruto de sus manos
y que sus obras la alaben públicamente.
Palabra de Dios.
R. ¡Feliz quien ama al Señor!
SALMO
¡Feliz el que teme al Señor
y sigue sus caminos!
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y todo te irá bien. R.
Tu esposa será como una vid fecunda
en el seno de tu hogar;
tus hijos, como retoños de olivo
alrededor de tu mesa. R.
¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor!
¡Que el Señor te bendiga desde Sión
todos los días de tu vida:
que contemples la paz de Jerusalén! R.
SEGUNDA LECTURA
Que el día del Señor no los sorprenda como un ladrón
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 5, 1-6
Hermanos:
En cuanto al tiempo y al momento, no es necesario que les escriba. Ustedes saben perfectamente que el Día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche. Cuando la gente afirme que hay paz y seguridad, la destrucción caerá sobre ellos repentinamente, como los dolores del parto sobre una mujer embarazada, y nadie podrá escapar.
Pero ustedes, hermanos, no viven en las tinieblas para que ese Día los sorprenda como un ladrón: todos ustedes son hijos de la luz, hijos del día. Nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas. No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios.
Palabra de Dios.
ALELUIA Jn 15, 4a. 5b
Aleluia.
«Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes.
El que permanece en mí da mucho fruto», dice el Señor.
Aleluia.
EVANGELIO
Respondiste fielmente en lo poco, entra a participar del gozo de tu Señor
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 25, 14-30
Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió.
En seguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. «Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor».
Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: «Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado». «Está bien, servidor bueno y fiel; ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor».
Llegó luego el que había recibido un solo talento. «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!». Pero el señor le respondió: «Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes».
Palabra del Señor.
Severiano del Páramo, S. J.
La parábola de los talentos
(Mt.25,14-30)
14-30. El fin de esta parábola, como indica la misma fórmula de transición, es la doctrina expresada en el versículo anterior: Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora, Es, además, una preparación inmediata para la descripción que sigue del juicio final.
La imagen parabólica tiene también su fundamento en las costumbres del Oriente antiguo. Sabemos por documentos asirios y egipcios que era frecuente en la antigüedad que hombres libres confiasen la administración de sus capitales, para que les hiciesen producir, a esclavos propios o a amigos peritos en estos negocios. Esta práctica era ordinaria y en cierto modo necesaria en el caso de que un señor rico tuviera que ausentarse de su casa durante bastante tiempo. Era en estos casos muy difícil llevar de un sitio a otro el dinero, por razón del peso de las monedas que entonces se usaban. El señor de la parábola optó por repartir los ocho talentos de que disponía entre tres de sus esclavos con el fin de que negociasen con ellos y poder encontrar a su vuelta aumentado su capital. Un talento equivalía a 6o minas o 6.000 denarios; en nuestra moneda, a unas 6.000 pesetas oro. Consiguientemente, los ocho talentos venían a ser cerca de 50.000 pesetas oro, capital muy notable en aquellos tiempos.
La doctrina espiritual que Cristo quiso recomendar en esta parábola está íntimamente relacionada con la de las parábolas anteriores. Nos exhorta a que aprovechemos con diligencia y solicitud las gracias y beneficios que a cada uno concede para prepararse a la venida del juez, que será inesperada. Nos enseña además que cada uno será premiado o castigado conforme a sus merecimientos o negligencias.
Por lo demás, toda la narración tiene más de alegórica que de parábola. Es claro que el señor que se ausenta y tarda en volver es Cristo, que subió a los cielos y volverá a juzgar a los hombres después de toda la historia de la humanidad, que, bastante claramente se indica en la narración, ha de ser de larga duración. No tienen, por tanto, razón aquellos escatologistas que afirman que Cristo creía inminente y cercano el fin del mundo. Los siervos son todos los hombres, y los talentos son los dones, tanto de orden natural como, sobre todo, sobrenatural, que reparte a cada uno para conseguir la salvación eterna. En la diligencia y laboriosidad de los dos primeros y en la desidia y pereza del tercero está representada la historia de la humanidad entera y de cada uno de los hombres; unos, por corresponder a las gracias recibidas, merecerán la gloria eterna; otros, en cambio, por resistir a ellas y descuidar el cumplimiento de la voluntad de Dios, merecerán el castigo del infierno.
Algunos rasgos de la imagen parabólica son, como en otras parábolas, meramente ornamentales; otros están puestos con miras ya a la enseñanza doctrinal. Así, por ejemplo, la notable ganancia de cinco talentos que consiguió el primer siervo se la considera como una cosa pequeña: fuiste fiel en lo poco, sin duda en comparación con el premio del cielo. El v.28, en el que Cristo manda quitar al siervo perezoso el talento que se le había entregado y dárselo al que tenía ya diez, viene a enseñarnos que Dios multiplica las gracias y los dones en aquellos que los aprovechan, y, por el contrario, las retira de los que por su infidelidad se hacen indignos de ellas. El v.29 es un proverbio que confirma la doctrina del versículo anterior. Le vimos ya en Mt 13,12 y le encontramos también en los otros dos sinópticos (Mc 4,25; Lc 8,18).
Mucho se ha discutido y se discute entre los expositores si la parábola de las minas que nos refiere San Lucas en 19,12-27 es idéntica a esta de los talentos de San Mateo o si es distinta. No queremos entrar de lleno en el examen del problema. Teniendo en cuenta las circunstancias distintas de tiempo y lugar en que San Lucas la coloca; las diferencias notables entre las dos parábolas, aunque convengan en ciertos rasgos generales; la doctrina también algo distinta que de ambas se deduce y el mismo estilo y forma literaria, muy distinto en cada uno de los evangelistas, nos inclinamos a creer, con muchos autores modernos, que se trata de dos parábolas distintas.
(DEL PÁRAMO S., La Sagrada Escritura, Evangelios, BAC Madrid 1964, I, p. 262-64)
Profesores de Salamanca
Parábola de los talentos
La enseñanza doctrinal fundamental es clara: Dios exige que los seres humanos rindan, religiosamente, los valores que Dios les confió, preparándose así a su parusía.
Pero esta misma enseñanza alegoriza, seguramente, varios de los elementos integrantes de la misma. Tales son:
1) El señor que emprende un viaje, que tendrá retorno, es Jesucristo en su Ascensión.
2) Esta ausencia será larga — ”mucho tiempo” — y tendrá retorno: es Jesucristo en su parusía final.
3) Los bienes que confía a sus siervos son los valores religiosos que son dados a los hombres (Efe_4:7-16).
4) El repartir “talentos,” cantidad excesiva, acaso pueda indicar la generosidad de los dones celestiales. El hombre ha de rendir cuenta de todos sus valores a Dios.
5) El señor que vuelve, juzga y da premios y castigos es Jesucristo, Juez del mundo, en su parusía.
6) El premio de “entrar en el gozo de tu señor” es el premio de la felicidad eterna, cuya descripción alude al gozo de participar en el banquete mesiánico celestial (Mat_8:12.13; Mat_22:8.10; Luc_22:30), forma con que se expresaba, frecuentemente, la felicidad mesiánica.
7) El rendimiento máximo, en su apreciación literaria, de los “talentos” confiados a los dos primeros siervos, indica la obligación de desarrollar los dones de Dios (1Co_15:10) y el mérito de los mismos, como se ve por el elogio y premio que da a los dos primeros siervos. En el reino de Cristo, las acciones tienen verdadero mérito, que Dios premia y cuya omisión castiga. La “fe sin obras” queda rechazada en esta parábola alegorizante.
8) La inactividad de no rendir con los dones de Dios es culpa: pecado de omisión.
9) Todos estos dones aparecen siempre como don de Dios, no sólo al confiarlos — los “talentos” que confía a los siervos —, sino también en el tiempo del uso de ellos: “para que al venir recibiese lo mío (un talento), con los intereses” (v.27).
10) El hecho de mandar añadir este “talento” al que tenía diez, lo mismo que la frase “porque al que tiene se le dará y abundará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará,” más que alegoría, es un enunciado de la economía sobrenatural, presentado en forma paradójica. El que obra bien y merece, se hace siempre digno de una mayor donación de gracias “y que los poderes otorgados a los discípulos crecen con el uso y disminuyen con el desuso” (J. L. Mckenzie). Naturalmente, la parábola alegorizante tiene un valor “sapientiae” extremista y ha de ser medido en su ambiente.
11) El echar a este “siervo inútil” a “las tinieblas exteriores, allí habrá llanto y crujir de dientes” es, en este contexto, el castigo del infierno y fórmula usual en los evangelios. En Lc (1Co_21:7) está menos alegorizado este rasgo.
P. Leonardo Castellani
Parábolas de las Minas y los Talentos
(Mt.25,14-30; Lc.19,11)
Las dos últimas parábolas acerca del “Servicio de Dios” o sea de los “siervos”, fueron pronunciadas al final de la prédica evangélica, el día de Ramos o el Martes o Miércoles Santo respectivamente.
Nos proponemos probar en este artículo que la “creatividad” ha sido querida y mandada por Dios, como precepto capital del “siervo de Dios” e “hijo de Dios”, que es el Hombre; contra N. Berdyaef que pretende el Evangelio no dice nada acerca de la “creatividad”, mas sólo trata de “el pecado y la redención”; en su libro “El sentido del acto creador” (The Meaning ofthe Creative Act, trad. del ruso de Lowrie, Gollancz, Londres, 1955) por otra parte grande: grande en filosofía, inseguro y aun tropezado en teología.
Las dos parábolas tienen el mismo asunto y paralelo desarrollo, de donde algunos Santos Padres como san Ambrosio y varios exégetas modernos como Maldonado y Lagrange dicen que son una sola, tratada diferentemente por Mateo y Lucas; es decir, maltratada, en ese caso, pues no es de creer que estos supiesen más que Jesucristo. Son dos parábolas. Para no hacerme largo probándolo (pues no escribo un tratado científico) aduzco la autoridad de san Agustín, san Crisóstomo y santo Tomás; y también el hecho de que uno de los “identicistas”, el P. Buzy, para probar que es una sola, mete la tijera en el Evangelio, corta, recorta, suprime, desarma, y ensambla; y “reconstruye” triunfalmente “la parábola primitiva”, Dios le perdone. Eso no se ha de hacer. Hacer mangas y capirotes con los textos evangélicos no es lícito, hay que dejar eso a los racionalistas; un católico debe abstenerse; y un hombre de ciencia también, puesto que sabemos hoy de cierto que los meturgemanes y recitadores jamás metían cuchara en los recitados de los “nabihim”, mas su oficio era conservarlos escrupulosamente. No me cansaré de decir ésto. Si Mateo y Lucas hubiesen pergeñado sendas parábolas por su cuenta tomando pie de otra (perdida) de Cristo, lo hubiesen suplantado como Predicador y Revelador, simplemente. Es impensable (Ver Evangelio de Jesucristo, pág. 45).
Lo mismo que las del Amigo Insistente y la Viuda Fastidiosa, tenemos aquí dos parábolas con el mismo tema, con el comienzo y el cabo diversos, y más amplitud y alcance en la segunda, las de las “Minas” -como escribieron ambiguamente los Padres latinos la palabra “mna”, moneda que es un sesentavo de un talento; que habría que escribir “enna” y no “mina”.
El tema es un Potentado (un “financista” en un caso; un “rey” en otro) que entrega capital a sus siervos para que lo beneficien; y retomando de una ausencia, premia desmesuradamente a los que han lucrado mucho o poco; y a los que no han acrecido aunque tampoco perdido el peculio, castiga también desmesuradamente. (El significado es tan claro que ya desde el principio la palabra “talentum”, que era una moneda y un póndere, empezó a significar para el pueblo los dones espirituales que el hombre recibe de natura, hasta eliminar este sentido metafórico al otro sentido literal del término en el latín; como hoy persiste en castellano, francés e inglés; en que decimos “hombre de talento” sin acordamos siquiera del significado primitivo: intrusión del evangelio en el lenguaje).
Díganme si esto no significa ordenar Dios al hombre, como “servicio de Dios”, la creatividad, -o sea la actividad productiva de sus facultades- con el rigor más absoluto. O yo no entiendo lo que quiere decir con “creatividad” el filósofo ruso (cosa que puede ser), o el filósofo ruso ha leído muy por encima el Evangelio. No menos de seis veces aparece en él el mandato de “negociar hasta que yo vuelva”; y en cambio “la doctrina del pecado y la redención”, que es el fondo exclusivo del Evangelio según Berdyaef, no la nombre jamás Cristo directamente, mas la establece solamente con sus hechos: “este cáliz del Nuevo Convenio es mi sangre, la cual será derramada por los pecados de muchos”.
La parábola de las “minas” o “ennas” es más larga y circunstanciada, añade el tema accesorio de “los rebeldes al monarca” y alude al final a la Parusía, el último “juicio” del Rey; de modo que comprende en sí a la otra; y por eso la traduciremos íntegra:
“Escuchando ellos estas cosas, Jesús les dijo OTRA parábola (diversa de las anteriores y más capital) porque iban acercándose a Jerusalén (y a la Pasión) y ellos se imaginaban que el Reino de Dios iba a sobrevenir entonces de golpe. Y les habló así: Había un hombre de linaje regio que se iba lejos a recibir investidura real para volver en seguida (como solían en ese tiempo los príncipes vasallos de Roma: como hizo Herodes Magno, el año 40 A.c.; y su hijo Arquelao, el 4). Y llamando a sus diez servidores, les entregó diez ennas con este encargo: “Valorizadlas hasta mi vuelta”. Mas sus conciudadanos lo odiaban y enviaron (al Emperador) una embajada en pos de él para decirle: “No queremos que este reine sobre nosotros” (como hicieron el año 39 d.C. los judíos con Herodes Antipas, el cual fracasó en su viaje, y no retornó nunca a su Tetrarquía).
Y sucedió cuando Este volvió coronado, que convocó a los siervos que había habilitado, para ver qué medro habían obtenido. Y presentándose el primero, dijo: -Señor, vuestra enna ha lucrado diez ennas. Díjole el Señor: -Bien, buen siervo fiel, porque has sido fiel en lo poco, recibe e! gobierno de diez ciudades. Vino el otro y dijo: Señor, vuestra enna ha producido cinco ennas. Díjole el Señor: -y tú, sé gobernador de cinco lugares míos. Mas vino un tercero.y dijo: -Señor, aquí está tu enna, guardada en una bolsa, pues he tenido miedo de ti, que eres hombre austero; y sacas de donde no has metido, y cosechas donde no has sembrado. Replicó el Señor: -Por tu boca te condenas, mal siervo. Si sabías que soy un hombre austero, que saca de donde no metió, y cosecha aun donde no sembró, podías al menos haber puesto mi dinero en préstamo; y a mi llegada, lo habría recogido con réditos. Y dijo a los asistentes: -Quitadle la enna, y dadla al que tiene diez. Dijeron: -Señor, el otro ya tiene diez. – Replicó: -Os digo que a todo el que tiene se le dará más y abundará; al que no tiene se le quitará (lo poco) que tiene. Pero, mis enemigos, los que no me querían por rey, sean apresados y degollados en mi presencia…” Y esto dicho, caminó impetuosamente hacia Jerusalén.
No es insólito en los improvisadores de estilo oral adaptar un recitado a un nuevo auditorio o a una nueva moraleja, volviéndolo otro… y el mismo.
Las diferencias de la otra parábola son: aquí es un ricachón y no un rey, la suma confiada es enormemente mayor (no sé si ironizó Cristo al hacer al Noble más pobre que al Financista) les dio diferentes sumas, diez, cinco y un Talento, “según su capacidad”; el premio que da a los industriosos y creadores es mayor y más indeterminado (“entra en el gozo de tu Señor”) y el castigo es enorme: le quitan el talento que tenía para darlo al que tenía diez y arrojan al “siervo inútil” a “las tinieblas de allá fuera, donde será el llanto y el rechinar de dientes”, lo que significa la muerte eterna. En vano Dom Calmet contiende que significa un calabozo, la cárcel. Eso no es “allá afuera”; sino, como dicen los malevitos, “adentro”; y esa expresión de Cristo designa siempre el infierno. Si el no hacer fructificar los dones que Dios nos dio (nos confió) puede resultar en la muerte eterna y Berdyaef quiere todavía más “mandato divino de creatividad” que éste, yo no sé lo que quiere.
Dios quiere por lo visto que cada hombre en este mundo (y sin eso no puede salvarse) “haga algo”, produzca con y en su mente primero y después fuera, una cosa que ningún otro pueda hacer sino él. El valor “terrenal” de lo que hace (sea la Novena Sinfonía, sea otra cosa… no digo un tango) no tiene importancia; lo cual parece indicar el hecho de que Cristo sea indiferente a las sumas, en un caso una suma enorme, en el otro módica; los talentos nuestros a nuestros ojos son enormes; y las diferencias en “talentos” de los hombres nos suelen parecer enormes; en sí mismos mirados, la diferencia es poca o nada; “una mna a cada uno”. (Entre paréntesis, no sé como Buzy dice que la “enna” era una cantidad risible, “como 1.000 francos”; pues según mis datos y los exégetas alemanes, una “enna” de oro moneda eran 87 dólares y por ende un talento 5.220; una “enna” de oro póndere eran 2.250 dólares y un talento 135.000. Puede que Buzy asuma que eran “talentos” de cobre (unos 49 kilos); pero el caso es que cuando no se hacía aposición ninguna, la palabra simple “talento” indicaba el peso en oro. Como quiera que sea, Dios quiere que “negociemos” con los 87, los 2.250 ó los 135.000 ó los 1.350.000 dólares que nos confió al crearnos con tal o cual disposición o fuerza vital.
Todos los Papas modernos, señaladamente Pío XI (que Berdyaef conoció) han insistido sobre la “creatividad”, incluso los que nada han creado. El Papa Pío XII dijo repetidas veces que “la Verdad debe ser vivida, comunicada, obrada”; y para que la Verdad viva no hay tu tía si no hacerla pasar por la propia existencia; cosa que el artista, el científico, el caudillo, el empresario y el “pechero” hacen de modo diferente, una misma cosa en el fondo. El predicador que recita lugares comunes religiosos que él no practica ni siente, no predica en realidad; y sus “verdades” son escasamente “la VERDAD”.
Y ¿qué ha de crear un pobrecito de amenos de un dólar, un minero de Bolivia, un mensú de Misiones o un zafrero de Salta? No se engañen: esos tienen más creatividad espiritual a lo mejor que un muchachito porteño que estudia (naturalmente) abogacía para llegar naturalmente a “gobernante”; y pilla una neurosis porque no era ese su lugar, y más le valiera haber sembrado papas. Todos pueden crear algo si el mundo moderno los deja; lo malo es que no nos deja; y entonces creamos, al menos, resistencia al mundo moderno. Los que entierran su “talento” en una bolsa o en un hoyo en la tierra, no son los que resisten, sino los que siguen la correntada. Estoy por contar aquí ejemplos de gente chiquitísima, sencillas sirvientas, peones rudos, que han hecho de repente en el mundo un hecho escondido, pequeño, singular, y admirable, como una joya en el fondo del río o una flor donde no se ve; pero ustedes deben saber más aun que yo de eso. Son cosas finas, que sólo Dios puede haber inspirado; y son más para contemplar que para describir; pues no las entendemos del todo.
Lo curioso es que Berdyaef esperaba una explosión de “creatividad religiosa” en el mundo hacia 1913, que iba a superar incluso la revelación de Cristo, pues había de ser la revelación del Espíritu Santo, la Tercera Iglesia, la Iglesia de Juan, mayor que la de Pedro; antigua herejía de los Gnósticos primero, y después de los Joaquinistas y de los Fratricelli; resucitada en la Rusia por Feodorof y Merejkowsky; la cual herejía invocaba una tercera, nueva y mayor “revelación” futura que la del Padre (Antiguo Testamento) y la del Hijo (Nuevo Testamento); cuya cabeza iba a ser la “Santa Rusia” lavada de sus pecados; y lo que se les reveló fue el comunismo ateo y satánico, después de una guerra sangrienta y una revolución atroz. No es profeta todo el que quiere… Dostoiewsky también esperaba esa extraordinaria revelación en la Tercera Roma (o sea Rusia), pero como alternativa de otra revelación o explosión demoníaca (“Los demonios”, novela) una de las dos: y aconteció la segunda.
Una Orden Religiosa, o una nación, o un Estado, que suprimen, cohartan o podan la “creatividad” de sus miembros, ofenden la persona humana; y están condenados, a la corta o a la larga. Esto ocurre a causa de la “socialización”, que es un proceso de arteriosclerosis que amenaza a toda sociedad humana: cuando lo social oprime a lo personal, lo formal a lo carismático, la simple conservación al crecimiento y elevación, “la letra al espíritu”; proceso que se dio al máximo en el cuerpo de los “Pherizim” o fariseos. Una orden religiosa que en vez de doctores sacros produjera técnicos en televisión, o cosas por el estilo, anda mal de “creatividad”, patina, no cumple con su misión; y si no se examina y orienta, va a llegar a hacer daño en vez de provecho.
El “Servicio de Dios y el Rey” a través de la creatividad, el motor y el mote de la España Grande: no hemos de abnegarlo ni olvidarlo. Quizá por olvidarlo un tiempo, España devino chica. Mas ahora ¡arriba España!
(CASTELLANI, L., Las Parábolas de Cristo, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1994, p. 279)
San Alberto Hurtado
El obstáculo mayor del optimismo
1. El obstáculo mayor del optimismo es el sentimiento de inferioridad
El psicólogo vienés Alfredo Adler ha tratado de echar por tierra la teoría de Sigmund Freud sobre la causa de la neurosis. Según Freud, las neurosis arrancan de la represión de una tendencia de orden sexual, en los primeros años de la vida, que, sepultada en el inconsciente, perturba nuestra conducta. El remedio consistirá, mediante un psicoanálisis, en sacar a la conciencia ese elemento perturbador del inconsciente. Alfred Adler, en cambio, encamina sus explicaciones desde un punto de vista totalmente diferente: él parte de la tendencia que tiene toda persona de ser estimada, apreciada, del hambre de consideración… y cuando este sentimiento es atropellado, la tristeza interior provoca un verdadero conflicto que se traduce en el complejo de inferioridad (sentimiento de menor valía, compensado con revanchas en las líneas en que uno se siente fuerte).
Este complejo de apocamiento –llamémoslo así– es uno de los mayores obstáculos al optimismo. ¿Yo, para qué valgo? ¿Qué sentido tiene mi vida? Soy incapaz de todo… y por eso nadie me cotiza; no se me considera…
Y de aquí, un cruzarse de brazos. Al pretender empujarlo a que llene su vida de amor, a que haga algo útil por los demás… se ve lleno de desaliento. “Lo mismo da que haga, o que no haga. ¿De qué sirve mi modesto trabajo? ¿Qué va a pesar mi abstención?… Si yo no me sacrifico nada cambia… No hago falta a nadie. ¿Un voto más o menos?”… ¡Cuántos apóstoles se frustran… cuántas energías se pierden! ¡Cuántas almas se amargan!.
2. Cómo vencer el pesimismo
¿Y esta dificultad es verdadera? Sí… ¡¡y no!! Yo solo, ¿qué valgo? Bien poca cosa… Mis poderes de acción son tan limitados; mi prudencia tan incierta; mi valor tan débil… mi carácter tan vacilante… ¡¡Pero hay una manera en que puedo valer y mucho!! Tomado por las manos de Dios. Veamos la prueba.
Jesús predicaba… Lo seguía una inmensa muchedumbre. En una ocasión eran 5.000 hombres, sin contar las mujeres y los niños… Tres días iban tras Él: su hambre debía ser devoradora. Parecida a la que tiene el mundo moderno.
¿Comida para esa gente? Jesús quiere probar la fe de sus discípulos. ¿Qué haremos para darles de comer?… 200 denarios, el sueldo de un año de un obrero, no sería suficiente para darles un bocado… Pero, ¿para qué pensarlo siquiera?, ¡en el desierto! ¡Diles que se vayan!, dice el pesimista Felipe. ¡Que se vayan! ¡Que se las arreglen como puedan! No le veía otra solución… Lo mismo que el pesimista-naturalista. ¡La tremenda desproporción! ¡Tanto que hacer! ¡Tan difícil la tarea… y el instrumento tan débil!
Felizmente, había allí un optimista-sobrenatural. Este era un chiquillo: tendría sus 10 años. Su alma abierta y límpida había comprendido lo que Jesús era… y quería hacer… ¡hacer algo!
La tradición le ha dado un nombre. Se llamaba Ignacio, Ignacio el que después fue obispo de Antioquía y mártir de Cristo. El que escribió después páginas tan bellas como ésta; antes de ser arrojado a las fieras y para que los cristianos no se lo impidieran: Leer.
Pues bien, Ignacio se presenta atrevidamente a Jesús y, lleno de confianza, le ofrece lo que tiene: ¿Qué era eso? Cinco panes y dos peces… ¡qué panes! De cebada, duros como tejas… dos peces de agua dulce, blanduchos… quizás medio descompuestos, después de tres días de ajetreo en medio de aquella gente que se apretuja… ¡Qué poca cosa… qué ruin! ¿Qué valía aquello? Bien lo comprendió Felipe el pesimista: ¿qué es esto para tanta gente? La tremenda desproporción. ¡El eterno problema!
Pero el chiquitín optimista persiste feliz con su oblación… Hay 20.000 personas hambrientas. Allí está él con su canasta. Lo mira de hito en hito, su nariz respingada, sus ojazos abiertos, su pecho al aire, sus patitas descalzas, pero su alma entera y confiada… Él piensa que es tan sencillo y tan natural dar al Señor lo que uno tiene… Que si cada uno hiciera lo mismo, no habría problemas. Lo que tiene, lo da. Es poco, es pobre. ¡¡No tiene más!! Tomad Señor y recibid. El valor de la oblación ante los ojos de Dios no se mide por la riqueza del don, sino del amor. Tomad Señor estos frutos de mi huerto, están estropeados por las heladas, ¡¡pero no tengo más!!
¿Desprecia el Señor esa oblación? No. La recibe, la carga de su bendición… y con esos cinco panes y dos peces alimenta a toda esa inmensa muchedumbre, y todavía doce canastas de sobras: cabezas y espinas, ¡que hasta eso lo considera Cristo!
¡Ah, si yo comprendiera! Si me resolviera a dar a Cristo mi pobre don, pequeño, insignificante, mi alma mezquina, ¡si la pusiera al servicio de Cristo! Mis pobres centavos: como la Sinforosa; como la sirvienta belga: 5.000 francos para que un sacerdote negro suba al altar [a ofrecer la] Misa por mis padres. Cuando años después va un Padre como visitante al Congo, y oye que todo está bien… Es que aquí hay un ladrillo cargado de bendiciones. Cuando recibo para el Hogar de Cristo esas limosnas: “Es todo lo que tengo: mi anillo de compromiso; esta alhaja, no tengo más”… Yo estoy seguro que esas obras han de prosperar.
Y si mi problema es problema de alma: mi ruindad, mi pequeñez, recuerde lo que Cristo ha hecho con sus almas, las que consienten en entregársele: Camilo Lellis, el juego; Mateo Talbot, el trago; Eva Lavalière, la vanidad; María Magdalena, una mujer pública… Jóvenes que no eran nada… y después son tanto, ¡porque Cristo los ha tomado en su mano bendita!
Se quejaba uno: ¡Soy tan poca cosa, tan burro! Lo felicito; si Dios, por la mano de David, con una quijada de burro mató a tantos filisteos, ¿qué hará cuando tenga un burro entero?. Ruines pecadores fueron convertidos en alimento de millones de seres que han comido y seguirán alimentándose de ellos.
Yo puedo cambiar la faz de la tierra. No lo sabré, los peces tampoco lo supieron… y en esos momentos de desaliento piense en lo que puede el hombre tomado por Dios.
¿Soy pequeño como gota de agua? Piérdame en el cáliz… deme y seré transubstanciado. Una gota de agua entre tantos problemas… Seré mucho si consiento en perderme en Cristo, ¡¡en abandonarme en Él!!, en ser Él. “Vivo yo; ya no yo; vive en mí Cristo” (cf. Gal 2,20).
¡Ser Cristo! He aquí todo mi problema. La razón de ser de la creación. Todo el mundo ha sido creado para la gloria del Hijo de Dios, y yo me uno al Hijo de Dios por mi bautismo, que me hace a mí también Hijo de Dios, y me vinculo más y más íntimamente cada vez que comulgo. Por la Eucaristía puedo yo decir con toda verdad: ¡Cristo vive en mí, yo en Él! No ser sino uno. Toda la razón de ser de mi vida, todo el sentido de mi existencia, lo descubro y lo recuerdo cada vez que asisto a la Santa Misa, cada vez que comulgo.
3. Cómo recordar nuestro valor
La Santa Misa es por esto el sacramento del optimismo. Efectivamente, hay en la institución de la Sagrada Eucaristía, cuatro palabras, por demás decidoras, que resumen toda la teología de la Eucaristía, que es también la teología del optimismo. En la última noche que el Señor pasó con sus discípulos, como los hubiese amado, quiso amarlos hasta el fin (cf. Jn 13,1); se sentó a la mesa, en sus santas y venerables manos tomó el pan, lo bendijo, lo partió, y lo dio.
Lo tomó. En la noche de la institución, sobre la mesa del convite, había una canasta de pan… con multitud de panes, tan pobres como los del pequeño Ignacio, y Cristo tomó uno, el que quiso… no por mérito suyo, sino por su inmensa dignación… De entre los 2.000.000.000 de hombres me escogió a mí, me llamó a mí, a ser su hijo, me invita a hacer algo, algo grande. ¿Lo podré?
Lo bendijo. Lo cargó con su bendición y lo transubstanció. Sobre el altar, un copón de hostias: harina y agua… arrugadas, amarillas, hilachentas… Cargadas de la bendición de Cristo. Al asistir cada día al Ofertorio, veré al sacerdote que ofrece algo tan pobre. ¿No tiene vergüenza? Pero en la consagración, ¡esa pobreza, se transforma en divinidad!
Lo partió. Y ese pan preparado, lo rompe… Vea romper esa hostia… Los sacrificios… no para destruir, sino para dar. El grano de trigo… si no muere (cf. Jn 12,24).
Lo dio. El fin de mi vida: darme. Darme entero a los demás, con optimismo, porque cargado de la bendición divina. Si yo pudiera asistir cada día a Misa, comulgar cada día… ¡Cuánto sentido de optimismo tendría mi vida!
Y luego durante el día, orar… Orar sabiendo que Él vive en mí. Que no [somos] dos sino uno. [Es una enseñanza] de fe: la habitación de Dios en el alma. ¡Nosotros! No yo solo. Él en mí. ¿Valgo algo? ¡Ya lo creo! ¡A Ti solo me he entregado!
(San Alberto Hurtado, La búsqueda de Dios, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2005, p. 88-92)
San Alberto Hurtado
Los talentos como manifestación de la propia vocación
¿Cómo conocer cuál es en concreto mi mejor camino?
La respuesta a veces se ofrece con luz meridiana, como se ofreció a Pablo en el camino a Damasco, a Mateo y a todos los Apóstoles que tuvieron la suerte de oír la inconfundible voz del Maestro que les señalaba claramente cuál era su voluntad. Así también en forma inconfundible algunas almas ven con claridad meridiana su ruta en la vida, como el camino querido por Dios. Ni la sombra de un titubeo: saben lo que el Señor quiere de ellos y marchan tras esa voluntad. Podríamos decir que se trata de “vocaciones impuestas por Dios”, no en el sentido que el hombre no sea libre de rechazarlas, sino en el sentido que el Señor no lanza sólo una invitación, sino un llamamiento categórico.
Otras veces la voluntad divina se manifiesta por el análisis de las aptitudes de que Dios ha dotado al joven en vías de elegir. Mi Padre Dios, ¿para qué me ha dotado? ¿Qué armas me ha entregado? Es indiscutible que si tengo dificultades serias para los estudios abstractos, poseo un buen indicio de que Dios no me quiere en la Universidad; si carezco en absoluto de facilidad matemática, no deberé soñar en ser ingeniero; si no tengo gusto artístico, no deberé pensar más en la Arquitectura, ni un cojo en ser esquiador, o un sordo músico. Mis aptitudes, por tanto, que me han sido dadas por Dios limitan enormemente el campo de mis posibilidades, excluyen determinadas carreras y modos de vida e incluso me muestran con frecuencia mi camino en forma positiva. Porque si del análisis de mis cualidades descubro una capacidad extraordinaria en determinado sentido, puedo discernir en esa facilidad una voluntad divina de que cultive el don que me ha sido dado y marche por el camino más propicio para eso. Y eso es claro: si el gobierno me entrega un acorazado no será para que pretenda navegar por el río Mapocho, o si me ofrece una ametralladora no será para que vaya a matar zorzales.
Cuando Dios da a un joven aptitud y habilidad para cosas excelsas, es indudable que lo llama a algo grande, como cuando su capacidad, su horizonte es estrecho, indiscutiblemente no debe pretender lanzarse a trabajos que superen su dotes personales.
Reflexionen seriamente aquellos jóvenes que con toda humildad, pero con toda verdad descubren en sí huellas más profundas del paso de Dios por sus vidas: sus grandes aptitudes, su sentido social, su espíritu apostólico, su capacidad de arrastre y de organización, su facilidad para la propaganda oral y escrita, su don de simpatía, su espíritu de recogimiento, su especial facilidad para orar y sumergirse en lo divino… son dones de Dios, que no les han sido dados para que se recreen vanidosamente en ellos, ni para captar aplausos, ni como medios de surgir orgullosamente, sino como poderosas herramientas de acción, dadas en beneficio de la comunidad, que en cristiano se llama Cuerpo Místico de Cristo.
Esas cualidades quien las ha recibido tiene obligación de usarlas en el sentido que Jesús nos propone en la parábola de los talentos. El que recibió dotación como diez, tiene que pensar que ha de tomar un camino que responda a esa perfección como diez, que ha recibido para poder rendir otros diez; el que ha recibido cinco, debe aceptar un sitio en la vida que le permita rendir como cinco, el que dos, como dos. El que recibió capacidad como uno y cobardemente escogió en la vida un sitio en que ese uno no podía rendir otro uno, oyó de labios de Cristo esta terrible sentencia de condenación por no haber hecho fructificar las gracias recibidas.
¡Cuántos por desgracia son los jóvenes que han recibido como diez y obran egoístamente como el que recibió uno y enterró su talento! Esos son los que pecan contra la luz y contra la caridad, el supremo mandamiento del cristiano que nos obliga a poner al servicio de nuestros prójimos todo lo que Dios nos ha dado para ellos.
Esta consideración golpea fuertemente a quienes tratan con jóvenes. Vemos con frecuencia a muchachos dotados maravillosamente, que por culpa propia de sus padres renuncian a explotar estas cualidades y se embarcan en empresas minúsculas en su sentido divino y aun humano. Sus trabajos no tienen otra perspectiva que la de ofrecerles dinero, mucho dinero, que después les traerá confort y les permitirá arrellanarse cómodamente en la vida. ¡Egoístas, duros de corazón! Entierran sus aspiraciones en una cartera repleta de billetes… Pasó su vida. ¿Qué hicieron esos jóvenes de quienes había derecho a esperar tanto? Consumieron inútilmente sus vidas. En la horrenda crisis moral actual entristece y subleva este sentido egoísta, esta huida de la lucha que amenaza sobre todos a quienes por haber recibido más abundancia de medios ignoran lo que es el dolor. Los que lo han recibido todo hecho desconocen totalmente las alegrías profundas del renunciamiento y del sacrificio.
Una inyección de idealismo y de valores desinteresados, de altruismo y de amor humano y sobrenatural es una de las más urgentes necesidades de la juventud de nuestra época, para que pueda encontrar su camino en la vida.
¿A qué te inclinas?
Puede servirte para conocer tu carrera el estudio de tus inclinaciones superiores cuando éstas son profundas y constantes.
La inclinación a algo hace más fácil su realización, y puede con frecuencia considerarse como una señal de llamamiento divino: “Con gran reverencia nos gobiernas, oh Señor”, dice el Profeta, experto en el conocimiento de los caminos del Altísimo.
No toda inclinación, sin embargo, es señal de una vocación, pues hay en el hombre tendencias muy diferentes: inclinaciones al bien e inclinaciones al mal; fuerzas que nos invitan a la perfección y otras que nos empujan al egoísmo, a la pereza y aun al vicio. ¿Cómo podrían estas inclinaciones significarnos la voluntad divina? Por tanto, sólo aquellas inclinaciones superiores que encauzan nuestras mejores cualidades son las que pueden ayudarnos a conocer nuestra carrera.
Estas inclinaciones, para ser tomadas en serio, han de ser también constantes, permanentes, no caprichos pasajeros, ni sentimentalismos momentáneos.
Una inclinación, para ser constante, ha de estar basada en la íntima convicción del individuo. Hay inclinaciones totalmente desarraigadas de convicciones; inclinaciones que se tienen únicamente “porque sí”, “porque me gusta”, “porque tengo gana”, porque aquello es tan novedoso, tan atrayente, tan interesante… Estas convicciones no pueden durar, como no puede durar ninguna inclinación puramente sentimental, sin arraigo en la inteligencia. Los sentimientos son más volubles que el tiempo que tan pronto está lluvioso como ardiente; ya tenemos un día encapotado, o un hermoso azul primaveral. Por tanto, las inclinaciones que nos pueden servir de guía han de tener profundo arraigo intelectual, han de estar siempre controladas por la razón iluminada por la fe.
Una auténtica inclinación admite todavía una gran variedad de matices en lo que a su aspecto intelectual y emotivo se refiere. Inclinaciones hay en que el sentimiento parece estar totalmente ausente, y predomina la visión serena de la inteligencia de un bien determinado. Otras hay en cambio que inclinan y arrastran al ser entero: a la inteligencia, a la voluntad y a la sensibilidad, que en algunos casos llega a transformarse en verdadera pasión. Si esto último existe hacia un camino bueno, ¡tanto mejor! Más natural y más fácil nos será descubrir y seguir nuestra ruta en la vida. Pero no es raro que el hombre tienda en algunos casos hacia una manera de vivir, únicamente con sus potencias superiores, mientras repugnan positivamente sus apetitos inferiores. En estos casos, ¿tendrán aún algún valor nuestras inclinaciones para descubrir nuestra carrera? Sí; ciertamente.
Fácilmente es de comprender que tales repugnancias no nacen de la ausencia de una verdadera tendencia de la parte superior, sino de las dificultades que ofrece la sensibilidad que presiente lo que tendrá que sufrir.
Una vocación a la vida religiosa, al sacerdocio, a las misiones, al servicio social, al ejército, a aceptar un puesto oscuro y sacrificado es normal que despierte hondas resistencias de nuestros apetitos inferiores. Más aún, si no se despiertan en algún momento estas resistencias, es muy de temer que el joven en cuestión no haya meditado seriamente el paso que va a dar. ¿Cómo no temblar ante el renunciamiento de tantos bienes incompatibles con la carrera que se va a seguir, ante la incertidumbre de su perseverancia en ella, ante la debilidad de sus fuerzas y la grandeza de la obra que piensa acometer? La inteligencia y la voluntad apoyándose en la fe, terminan por sobreponerse, pero no logran ahogar las voces inferiores de nuestro ser.
(San Alberto Hurtado, Elección de carrera, 1943)
San Juan Crisóstomo
Parábola de los talentos
(Mt.25,14-30)
Así, pues, la parábola de las vírgenes fatuas se aplica a la limosna que se da en dinero; la que sigue—de los talentos—se dirige a quienes no quieren aprovechar al prójimo ni con su dinero, ni con su palabra, ni con el gobierno, ni de ninguna otra manera, sino que lo esconden todo. —Mas ¿por qué esta parábola introduce a un rey, y la otra a un esposo? —Para que entendamos cuán familiarmente se comporta Cristo con las vírgenes que se desprenden de lo que tienen. Porque en eso está la verdadera virginidad. De ahí que Pablo ponga eso por definición de la propia virginidad: La mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupa de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu1. A esto os exhortamos—dice—.
Por lo demás, si la parábola de los talentos adopta otra forma en Lucas2, hay que decir que una es ésta y otra aquélla. En efecto, en aquélla un mismo capital produce diferentes réditos, pues de una sola mina, uno granjeó diez y otro cinco. De ahí que tampoco los premios fueran los mismos. No así en la de los talentos, en que la corona es la misma. Aquí, el que recibió dos, logró otros dos, y el que cinco, otros cinco. Allí, con el mismo caudal, uno logró más, otro menos ganancias. Lógicamente, pues, tenían que ser distintas las recompensas. Más notad cómo nunca reclama el Señor inmediatamente. Así, en la parábola de la viña, la arrendó a los labradores y se fue de viaje; y aquí, les entregó el dinero a sus criados y se marchó también de viaje. Buena prueba de su inmensa longanimidad.
Y, a mi parecer, en esta parábola de los talentos se refiere el Señor a su resurrección. Aquí ya no hay labradores y viña, sino que son todos trabajadores. Porque no habla ya sólo con los gobernantes y dirigentes, ni con solos los judíos, sino con todos los hombres sin excepción. Y los que le presentan sus ganancias confiesan agradecidamente lo que es obra suya y lo que es don del Señor. El uno dice: Señor, cinco talentos me diste. Y el otro: Dos talentos me diste. Con lo que reconocen que de Él recibieron la base para el negocio, y se lo agradecen sinceramente y, en definitiva, todo se lo atribuyen a él.
¿Qué responde a ello el Señor? Enhorabuena, siervo bueno y fiel (la bondad está en mirar por el prójimo); puesto que has sido fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor. Palabra con que el Señor da a entender la bienaventuranza toda. No habla así el siervo perezoso. Pues ¿qué dice? Yo sabía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste, y, por miedo a ti, escondí tu talento. Aquí tienes lo que es tuyo. ¿Qué le contesta el Señor? Siervo malo, tenías que haber puesto mi dinero en el banco, es decir, tenías que haber hablado, exhortado, aconsejado. —Es que no me hacen caso. —Eso no te toca a ti. ¿Puede darse mansedumbre más grande?
3. Realmente, no lo hacen así los hombres. Entre los hombres, el mismo que toma el préstamo es responsable del interés. No así Dios. Tú tenías—dice—que depositar el dinero y dejar a mi cargo la reclamación: Y yo lo hubiera reclamado con interés. Interés llama aquí a las obras, fruto de la predicación.
Tú tenías que haber hecho lo más fácil y dejar para mí lo más difícil. Más como no lo hizo: Quitadle—dice—el talento y dádselo al que tiene diez. Porque a todo el que tiene, se le dará y abundará; mas, al que no tiene, aun lo que tiene, se le quitará. ¿Qué quiere decir esto? El que ha recibido gracia de palabra y de doctrina y no hace uso de ella, perderá esa gracia; más el que la emplea fervorosamente, se ganará mayor dádiva, como el otro pierde lo que recibiera. Más no es ése el único daño del mal trabajador. Luego viene el castigo insoportable y, con el castigo, la sentencia, llena de mucha acusación. Porque, al siervo inútil: Arrojadle—dice—a las tinieblas exteriores. Allí será el llanto y el crujir de dientes. Ya veis cómo no sólo el que roba y defrauda, ni sólo el que obra mal, sino también el que no hace el bien, es castigado con el último suplicio. Escuchemos, pues, esas palabras. Mientras es tiempo, trabajemos por nuestra salvación, tomemos aceite para nuestras lámparas, negociemos con nuestro talento. Porque si somos perezosos y nos pasamos la vida sin hacer nada, nadie nos tendrá allí ya compasión, por mucho que lloremos. También el que entró en el banquete de bodas con ropa sucia se condenó a sí mismo; pero de nada le aprovechó. El que recibió un solo talento, devolvió la cantidad que se le había entregado, y aun así fue condenado. Suplicaron las vírgenes, se acercaron y llamaron a la puerta, pero fue todo en balde.
Sabiendo como sabemos todo esto, pongamos a contribución, para aprovechamiento de nuestro prójimo, dinero, fervor, dirección, todo, en fin, cuanto tenemos. Porque talento vale aquí tanto como la facultad misma que cada uno tiene, ora en gobierno, riqueza, doctrina, o cualquier otra cosa semejante. Que nadie, pues, diga: “Yo no tengo más que un talento y no puedo hacer nada”. No. Con un solo talento puedes también ser glorioso. Porque no serás más pobre que la viuda de las dos moneditas, ni más rudo que Pedro y Juan, que eran ignorantes y no conocían las letras. Y, sin embargo, por haber dado muestras de su fervor y por haberlo hecho todo en interés común, alcanzaron el cielo.
Porque nada es tan grato a Dios como que vivamos en interés de todos. Si Él nos dio palabra, y manos, y pies, y fuerza corporal, y razón, y prudencia, es porque quiere que de todo nos valgamos para nuestra propia salvación y para el aprovechamiento de nuestro prójimo. Así, la palabra no sólo nos sirve para entonarle a Él himnos y acciones de gracias, sino también para enseñar y exhortar a nuestros hermanos. Y si para esto la empleamos, imitamos al Señor; si para lo contrario, al diablo. Así Pedro, cuando confesó a Cristo, fue proclamado bienaventurado, como quien había hablado lo que el Padre le inspirara; más cuando rechazó la cruz y se opuso a que el Señor la sufriera, fue fuertemente reprendido, como quien tenía los sentimientos del diablo. Ahora bien, si hablar así por ignorancia fue tan grande culpa, ¿qué perdón tendremos cuando tantas veces pecamos voluntariamente?
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Obras de San Juan Crisóstomo, homilía 78, 2-3, BAC Madrid 1956 (II), p. 556-59)
1 1 Co 7, 34-35
2 Lc 19, 11 ss.
Domingo XXXIII – Tiempo Ordinario (CICLO A)
(19 de noviembre 2023)
Entrada: La Iglesia continúa en estas semanas finales del año litúrgico alentándonos para que consideremos las verdades eternas. El pensar en el juicio de Dios da seriedad a nuestra vida. En esta Eucaristía nos disponemos para adelantar en el camino que nos traza el Evangelio, siempre atentos a las visitas del Señor.
Primera Lectura: La mujer que teme al Señor es alabada por sus buenas obras.
Segunda Lectura: Somos hijos de la Luz, debemos vivir pues unidos al Señor, en la obediencia a su Voluntad.
Evangelio: La vida en la tierra es un tiempo para administrar la herencia del Señor y así ganar el cielo.
Preces:
Como hijos de Dios, pidamos hermanos, al Padre todopoderoso por nuestras necesidades.
A cada intención respondemos…
* Recemos por las intenciones del Santo Padre: que todos los cristianos proclamen con firmeza la fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, para que el mundo crea el anuncio de la salvación. Oremos…
* Por los ancianos y cuantos viven solos, para que redescubran el sentido de su vida y con alegría se apliquen a su importante papel en la colaboración misionera y se entreguen al servicio de los hermanos necesitados. Oremos…
* Por los que van a recibir los Sacramentos de la Eucaristía y Confirmación, para que perseveren en la gracia recibida de Dios y sepan corresponder a Su Amor. Oremos…
* Pidamos por los jóvenes que son invitados por Dios a una vida de entrega y seguimiento cercano a la persona de Jesús. Para que descubran la maravillosa vocación de ser discípulos del Señor. Oremos…
* Pidamos por todos los que padecen en el cuerpo o en el alma, y por todos los agonizantes, para que en su última hora la Virgen los conforte y guíe hasta la presencia del Padre. Oremos…
Dios nuestro, que nos llamas a estar prevenidos y a orar incesantemente, escucha las súplicas de tu pueblo y haz que la Buena Noticia llegue a todos los hombres. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Ofertorio
Queremos hacer entrega de todos los talentos recibidos de Dios junto con las ofrendas que llevamos al Altar:
* Alimentos y nuestras obras de misericordia.
* Pan y vino, para el banquete eucarístico.
Comunión: La Sagrada Eucaristía es el Pan de inmortalidad que nos hace gustar el infinito Amor de Dios.
Salida: María, Madre de Bondad, mientras aguardamos la vuelta de Jesús desde el cielo, confiamos en tu ayuda para ser fieles a los bienes recibidos.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
No sabemos ni el día ni la hora
Caminaban a pie por una carretera, en pleno agosto, dos padres capuchinos. Se cruzaron con ellos dos jóvenes que venían a caballo de la próxima ciudad. Al ver a los frailes sudando, fatigados y polvorientos dijo uno de los jóvenes a su compañero de viaje:
-
Vaya, amigo, que es gracia la de ese par de frailuchos; si no hay cielo y el infierno es una mentira, poco les habrá servido darse en este mundo tan mala vida.
Lo oyó uno de los dos religiosos, el más anciano, y acercándosele a él con rapidez, y deteniendo por unos momentos al caballo de la brida, le dijo de modo risueño y austero:
-
Si yo me equivoco poco habré perdido en la vida que llevo; algo menos divertida, es verdad, que la vuestra, aunque no tan enojosa como se os figura. Pero si no me equivoco yo, sino que os equivocáis vosotros; si hay infierno, como creo yo y vosotros no creéis, ¿quién os parece que arriesga más en la partida, vosotros con vuestras diversiones o yo con mi mortificación? Pensadlo bien un poco en el camino.
Y prosiguió el fraile su camino sin añadir ninguna palabra más. Y los dos jóvenes continuaron su camino, menos alegres que antes, y diciendo uno al otro.
-
El padre creo que tiene razón. Decimos que no hay infierno, pero si nos equivocamos tenemos todas las de perder, porque no estamos preparados para el cielo.
-
¡Tienes razón amigo, no perdamos más el tiempo, y vamos a prepararnos…!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, página 451-452. Editorial Sal Terrae, Santander, 1959)